B. Juan Pablo II Homilías 61

61 ¿Qué es la gracia? «Es un don de Dios». El don que se explica con su amor. El don está allí donde está el amor. Y el amor se revela mediante la cruz. Así dijo Jesús a Nicodemo. El amor, que se revela mediante la cruz, es precisamente la gracia. En ella se desvela el más profundo rostro de Dios. El no es sólo el juez. Es Dios de infinita majestad y de extrema justicia. Es Padre, que quiere que el mundo se salve; que entienda el significado de la cruz. Esta es la elocuencia más fuerte del significado de la ley y de la pena. Es la palabra que habla de modo diverso a las conciencias humanas. Es la palabra que obliga de modo diverso a las palabras de la ley y a la amenaza de la pena. Para entender esta palabra es preciso ser un hombre transformado. El de la gracia y de la verdad. ¡La gracia es un don que compromete! ¡El don de Dios vivo, que compromete al hombre para la vida nueva! Y precisamente en esto consiste ese juicio del que habla también Cristo a Nicodemo: la cruz salva y, al mismo tiempo, juzga. Juzga diversamente. Juzga más profundamente. «Porque todo el que obra el mal, aborrece la luz»... —¡precisamente esta luz estupenda que emana de la cruz!—. «Pero el que obra la verdad viene a la luz» (Jn 3,20-21). Viene a la cruz. Se somete a las exigencias de la gracia. Quiere que lo comprometa ese inefable don de Dios. Que forje toda su vida. Este hombre oye en la cruz la voz de Dios, que dirige la palabra a los hijos de esta tierra nuestra, del mismo modo que habló una vez a los desterrados de Israel mediante Ciro, rey de Persia, con la invocación de esperanza. La cruz es invocación de esperanza.

4. Es preciso que nosotros reunidos en esta estación cuaresmal de la cruz de Cristo, nos hagamos estas preguntas fundamentales, que fluyen de la cruz hacia nosotros. ¿Qué hemos hecho y qué hacemos para conocer mejor a Dios? Este Dios que nos ha revelado Cristo. ¿Quién es El para nosotros? ¿Qué lugar ocupa en nuestra conciencia, en nuestra vida?

Preguntémonos por este lugar, porque tantos factores y tantas circunstancias quitan a Dios este puesto en nosotros. ¿No ha venido a ser Dios para nosotros ya sólo algo marginal? ¿No está cubierto su nombre en nuestra alma con un montón de otras palabras? ¿No ha sido pisoteado como aquella semilla caída «junto al camino» (Mc 4,4)? ¿No hemos renunciado interiormente a la redención mediante la cruz de Cristo, poniendo en su lugar otros programas puramente temporales, parciales, superficiales?

5. El santuario de la Santa Cruz es un lugar en el que debemos hacernos estas preguntas fundamentales. La parroquia es una comunidad reanimada por la cruz de Cristo.

¿Qué decir de vuestra comunidad parroquial?

Deseo que ella, viva y operante desde 1910, sea siempre resorte de vida cristiana, fecundada por la fervorosa y asidua frecuencia de los sacramentos de la Eucaristía y de la Reconciliación; iluminada por la catequesis continua a todos los niveles, por la profundización en la Palabra de Dios y por el conocimiento de Jesucristo, se manifieste en una dedicación activa y generosa hacia los hermanos necesitados en cualquier modo de nuestra obra y de nuestro afecto.

Tomando ocasión de esta visita de hoy, que es al mismo tiempo una peregrinación al santuario de la cruz de Cristo, me uno a todos vosotros aquí presentes.

Deseo unirme al párroco, a cuyo celo y responsabilidad está confiada esta porción del Pueblo de Dios; a los sacerdotes que colaboran con él en la pastoral parroquial; a la comunidad monástica de los cistercienses, que hacen revivir el espíritu de San Bernardo en la oración y en el sacrificio; me uno a los padres y madres que se entregan al bien de sus hijos con abnegación ejemplar; me uno a los jóvenes y a las jóvenes que quieren traer su aportación de ideas y de actividad para el crecimiento de una sociedad mejor me uno a los muchachos y a los niños que con su natural inocencia hacen alegre este mundo; me uno a las religiosas que desarrollan su apostolado en el ámbito de la parroquia: las Apóstoles del Sagrado Corazón. las Hijas de Nuestra Señora del Monte Calvario, las Hermanas del Apostolado Católico, las Hermanas Carmelitas, las Hijas de Nuestra Señora de la Pureza, las Hermanas Adoratrices de la Preciosísima Sangre, las Hermanas de San losé, las Hermanas de los Pobres de San Vicente, las Hermanas Terciarias Franciscanas de Todos los Santos, las Hermanas Hijas de la Misericordia, las Hijas del Sagrado Corazón, las Hermanas Oblatas Cistercienses de la Caridad. Pero en particular me uno a los pobres, a los enfermos, a los ancianos, a todos los que sufren soledad, incomprensión, marginación, hambre de afecto, y les pido que se unan con Cristo colgado de la cruz y le ofrezcan sus sufrimientos por la Iglesia y por el Papa.

Y confesemos con humildad nuestras culpas, nuestras negligencias nuestra indiferencia en relación con este Amor que se ha revelado en la cruz. Y a la vez renovémonos en el espíritu con gran deseo de la vida, de la vida de gracia, que eleva continuamente al hombre. lo fortifica, lo compromete. Esa gracia que da la plena dimensión a nuestra existencia sobre la tierra.

Así sea.





SANTA MISA EN LA CAPILLA DEL "GOVERNATORATO" PARA EL PERSONAL

DE LA TIPOGRAFÍA POLÍGLOTA VATICANA Y DE "L'OSSERVATORE ROMANO"



Viernes 30 de marzo de 1979



62 Queridísimos hermanos y amigos en el Señor:

Como en los años pasados, vosotros, empleados de la Tipografía Políglota Vaticana y de L'Osservatore Romano, os habéis preparado con algunos días de "ejercicios espirituales" para el cumplimiento del "precepto pascual"; y esta mañana os habéis reunido aquí para encontraros comunitaria y personalmente con Jesús, con el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, con el que es nuestra "Pascua".

Y yo he acogido con mucho gusto la invitación de estar con vosotros para participar en este rito místico y solemne, y hacer cada vez más cordiales y personales las relaciones entre el Vicario de Cristo y los empleados de los diversos organismos del Vaticano.

Estáis aquí para celebrar la "Pascua", según el precepto autorizado y materno de la Iglesia y, queriendo dejaros un recuerdo que os sirva como reflexión y exhortación a propósitos serios y constantes, me inspiro en las lecturas de la liturgia de hoy.

1. En el capítulo séptimo del cuarto Evangelio, el Evangelista Juan registra cuidadosamente la perplejidad de muchas personas de Jerusalén acerca de la verdadera identidad de Jesús. Era la fiesta de los "Tabernáculos", en recuerdo de la permanencia de los israelitas en el desierto; había gran movimiento de gente en la Ciudad Santa, y Jesús enseñaba en el templo. Algunos decían: «¿No es éste a quien buscan matar? Y habla libremente y no le dicen nada. ¿Será que de verdad habrán reconocido las autoridades que es el Mesías? Pero de éste sabemos de dónde viene; mas del Mesías, cuando venga, nadie sabrá de dónde viene».

Se trata de afirmaciones que indican la perplejidad de los judíos de aquel tiempo: esperan al Mesías, saben que el Mesías tendrá algo oculto y misterioso, piensan que incluso podría ser Jesús, dado los prodigios que realiza y la doctrina que enseña; pero no están seguros de ello por el hecho de que la autoridad religiosa oficial está contra El y, desde luego, querría eliminarlo.

Y entonces Jesús explica el motivo de la perplejidad y desconocimiento de su verdadera identidad: ellos se basan solamente en sus características externas, civiles y familiares, y no ven más allá de su naturaleza humana, no penetran la envoltura de su apariencia: «Vosotros me conocéis y sabéis de dónde soy: y yo no he venido de mí mismo; pero el que me ha enviado es veraz, aunque vosotros no le conocéis. Yo le conozco, porque procedo de El y El me ha enviado».

Es un suceso histórico narrado por el Evangelio; pero es también el símbolo de una realidad perenne: muchos no saben o no quieren saber quién es Jesucristo, y permanecen perplejos y desconcertados. Aún más, como entonces en el templo, después de su discurso, trataron de prenderlo, así tal vez algunos le impugnan y le combaten. En cambio, vosotros sabéis quién es Jesús; ¡vosotros conocéis de dónde ha venido y para qué ha venido!; vosotros sabéis que Jesús es el Verbo Encarnado, es la segunda Persona de la Santísima Trinidad que ha asumido un cuerpo humano, es el Hijo de Dios hecho hombre, muerto en la cruz por nuestra salvación, resucitado glorioso y siempre presente con nosotros en la Eucaristía.

Lo que Jesús decía a los Apóstoles en la última Cena vale también para todos los cristianos iluminados por el Magisterio de la Iglesia: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo... He manifestado tu nombre a los hombres que de este mundo me has dado... Ahora saben que todo cuanto me diste viene de ti; porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos ahora las recibieron, y conocieron verdaderamente que yo salí de ti, y creyeron que tú me has enviado... Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te conocí, y éstos conocieron que tú me has enviado» (
Jn 17,3-9 Jn 17,25).

La gran tragedia de la historia es que Jesús no es conocido, y por esto no es amado, no es seguido.

¡Vosotros conocéis a Cristo! ¡Vosotros sabéis quién es! ¡El vuestro es un gran privilegio! ¡Sabed ser siempre dignos y consciente de él!

63 De aquí nace vuestra alegría "pascual" y vuestra responsabilidad cristiana. E] encuentro "pascual" con Jesús Eucarístico os dé la fuerza de profundizar en este conocimiento de Jesús, de hacer de vuestra fe un punto firme de referencia, a pesar de la indiferencia u hostilidad de gran parte del mundo en el que debemos vivir.

2. El Libro de la Sabiduría (capítulo segundo), analizando las características del hombre justo y del hombre malvado, traza de modo práctico cómo debe ser el testimonio del cristiano consciente y coherente. El justo —dice el Libro de la Sabiduría— proclama poseer el conocimiento de Dios y se declara hijo del Señor; se gloría de tener a Dios por Padre.

¡Poseer el conocimiento de Dios! ¡Tener a Dios por Padre! ¡Son afirmaciones enormes, que ponen en crisis a los filósofos! Pues bien, el cristiano sabe y testifica que conoce a Dios como Padre, como Amor, como Providencia.

Dios es el Señor de la vida y de la historia, y el cristiano se abandona confiadamente en su amor paterno.

— La vida del justo es diversa de la de los otros, y sus caminos son totalmente diferentes, y así acaba siendo reprensión y condena para quienes no viven rectamente, cegados por la malicia, y no quieren conocer "los secretos de Dios".

Efectivamente, el cristiano está en el mundo, pero no es del mundo (cf. Jn
Jn 17,16); su vida debe ser necesariamente diversa de la de los que no tienen fe. Su conducta, su estilo de vida, su modo de pensar, de elegir, de valorar las cosas y las situaciones, son distintas, porque se realizan a la luz de la palabra de Cristo, que es mensaje de vida eterna.

— Finalmente, también según el Libro de la Sabiduría, el justo afirma que es dichosa su muerte, mientras los malvados «no esperan la recompensa de santidad, ni estiman el galardón de las almas irreprochables» (Sab 2, 22).

El cristiano debe vivir en la perspectiva de la eternidad. Alguna vez su vida auténticamente cristiana puede suscitar incluso la persecución abierta o solapada: «Veremos si sus palabras son verdaderas. Probémosle con ultrajes y tormentos, y veamos su moderación y probemos su paciencia». La certeza de la felicidad eterna que nos espera hace fuerte al cristiano contra las tentaciones y paciente en las tribulaciones. «Si me persiguieron a mí —dice el Maestro divino—, también a vosotros os perseguirán» (Jn 15,20).

¡Deseo que el encuentro pascual con Jesús os traiga la alegría y la fuerza del testimonio, convencidos de que, después del dolor terrible del Viernes Santo, brotará la alegría gloriosa del Domingo de Resurrección!

3. Finalmente, la liturgia nos hace meditar también sobre la debilidad y fragilidad humana y sobre la necesidad de confiar totalmente en la misericordia de Dios: «El Señor está próximo a los contritos de corazón y salva a los de espíritu abatido..., no será condenado quien se refugia en El» (Ps 33).

Siempre, pero especialmente en la sociedad moderna, tan convulsa y violenta, el cristiano siente la necesidad de recurrir al Señor con la oración y mediante los sacramentos.

64 Continuad, pues, también vosotros tomando luz y fuerza de los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía, en los que Dios «ha puesto el remedio para nuestra debilidad»; acoged con alegría los frutos de la redención y manifestadlos en vuestra vida cotidiana, en casa, en el trabajo, en el tiempo libre, en las diversas actividades, convencidos de que quien recibe a Cristo debe transformarse en El: «El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él. Así como me envió mi Padre vivo, y vivo yo por mi Padre, así también el que me come vivirá por mí» (Jn 6 Jn 56-57).

¡Gran honor! ¡Compromiso sublime!

Con estos deseos, pidiendo la asistencia particular de María Santísima, deseo de corazón a todos que vuestra vida y la de vuestros seres queridos pueda gozar siempre y hacer gozar de la alegría de la Pascua cristiana.

CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA

CON ANTIGUOS ALUMNOS DEL PONTIFICIO COLEGIO BELGA



Capilla de Santa Marta, Vaticano

Sábado 31 de marzo de 1979



Queridos amigos:

La Eucaristía que celebramos juntos hoy es el signo de una unidad particular con Cristo, Sacerdote único y eterno, que "por su propia sangre entró una vez en el santuario" (He 9,12). Cristo mismo está siempre presente en la Iglesia "hasta la consumación del mundo" (Mt 28,20). Vive en ella y reúne al Pueblo de Dios en torno a la mesa de la Palabra y la Eucaristía. Vive en ella por nuestro servicio sacerdotal.

Al encontrarnos hoy aquí reunidos en torno al altar en esta comunión que formarnos en otros tiempos en el Colegio Belga de Roma, nuestros corazones rebosan de gratitud por el don da la vocación sacerdotal, porque nos ha elegido para que vayamos y demos fruto (cf. Jn Jn 15,16), porque al confiarnos sus misterios nos ha confiado hombres que tienen la "redención por la virtud de su sangre" (Ep 1,7). Contemplando todo esto con ojos de fe, palpamos nuestra indignidad y estamos siempre dispuestos a repetir: "Somos siervos inútiles" (Lc 17,10). Experimentamos continuamente también la grandeza del don y damos gracias a Dios por este don. "Dad gracias a Yavé porque es bueno" (Ps 105,1).

Hoy deseamos manifestarnos mutuamente esta gratitud. El Señor quiere que sepamos ser agradecidos a los hombres, que miremos nuestra vida bajo el punto de vista de los dones recibidos por medio de los hombres, de nuestros hermanos. Por ello quisiera hoy volver la mirada a los años que nos han visto congregados entre las paredes del antiguo Colegio Belga, situado en el número 26 de la "Via del Quirinale", cerca de la iglesia de San Andrés, donde murió y yace San Estanislao de Kotska, Patrono de la juventud.

Unos treinta años nos separan de aquel entonces. Podríamos ceder a las leyes del tiempo que, entre otras cosas, nos inducen a olvidar. Pero la voz del corazón es más fuerte y nos exige conservar las cosas en la memoria y volver a pensar en ellas con gratitud. Agradezcamos hoy a Cristo el que nos haya concedido la gracia de encontrarnos juntos en aquel período importante de nuestra vida, cuando todavía estábamos en los primeros años de nuestro sacerdocio o nos preparábamos a él. "Ecce quam bonum et quam iucundum habitare fratres in unum: Ved cuán bueno y deleitoso es habitar en uno los hermanos" (Ps 132,1).

Damos gracias a Dios que nos dio la posibilidad de ser hermanos unos de otros; y la gratitud entre nosotros es recíproca. Nos hizo posible vivir la fraternidad que une a hombres procedentes de distintas familias, distintas naciones, diferentes continentes, pues así éramos los allí reunidos entonces. Decimos gracias por lo que cada uno de nosotros ha sido para los demás en aquel tiempo, y por lo que todos han sido para todos. Gracias por el modo en que hemos compartido con los otros las cualidades de la inteligencia, el carácter y el corazón; gracias por el lugar que ocupaban en este intercambio recíproco los estudios que realizábamos, y también las experiencias apostólicas y pastorales a que nos entregábamos cada uno. Gracias por lo que era para nosotros la Roma sacra que aprendimos a conocer de modo sistemático como capital de la antigüedad y capital de la cristiandad. Gracias por lo que era la experiencia de Europa, del mundo, de la patria de cada uno, que entonces se estaba recobrando de los sufrimientos después de la segunda guerra mundial.

65 Pienso en fin en lo que eran para nosotros nuestros superiores; nuestro venerado rector, el cardenal de Furstenberg, aquí presente hoy entre nosotros; y también nuestros obispos que venían a visitarnos al Colegio, como asimismo otros hombres de Iglesia, apóstoles de aquel tiempo, como el sacerdote Cardijn; sin contar los doctos profesores, los predicadores de retiros, los directores de conciencia. ¿Qué fueron ellos para nosotros?

De todo esto quisiéramos hablar a Cristo mismo en primer lugar, comenzando por esta concelebración, por esta liturgia. Esta concelebración nos da ocasión también de comunicarnos unos a otros. Deseamos igualmente renovar el espíritu que recibimos por "la imposición de las manos" (
2Tm 1,6), y esta unión de corazones cuyo secreto conoce el mismo Señor. Amén.

VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA DE SAN BUENAVENTURA



Domingo 1 de abril de 1979



«Señor, queremos ver a Jesús» (Jn 12,21).

1. Así dijo a Felipe, que era de Betsaida, la gente que había llegado a Jerusalén de diversas partes. Cuando aquí, en este lugar, en los límites de la gran Roma, donde hasta hace algún tiempo todo era solamente campo, llegó la gente de varias partes de Italia, parecía que dijesen lo mismo: ¡Queremos ver a Cristo en medio de nosotros! Queremos que El habite con nosotros; que aquí se levante su casa. Nos conocemos poco entre nosotros. Querernos que El nos haga conocernos mutuamente, que nos haga acercarnos recíprocamente, para que ya no seamos extraños, sino que lleguemos a ser una comunidad...

Así habló la gente que había llegado aquí de diversas partes de Italia. Así habéis hablado vosotros, queridos feligreses de esta parroquia joven de San Buenaventura de Bagnoregio. Y éstas, o parecidas, palabras son todavía actuales: se escuchan incluso ahora.

Vuestra parroquia es muy joven. Nació aquí por vuestra fe, sobre este terreno hace poco todavía baldío.

Y nació por vuestra firme voluntad de hacer habitar a Jesús en medio de vosotros.

Y nació por la iniciativa que manifestasteis ante las autoridades eclesiásticas, e incluso ante las civiles. Gracias a ello surgió esta iglesia que sirve ya a vuestra comunidad cristiana. Y funcionan otros medios útiles para la vida parroquial.

Sé bien que ya se ha realizado mucho trabajo con método y abnegación, a pesar de las muchas dificultades encontradas, y que deseáis continuar la hermosa obra desarrollándola según las líneas de un aumento progresivo que se amplíe cada día más para llegar a todas las necesidades de esta familia parroquial. El Papa os acompaña con su benevolencia y con su deseo paterno: ¡Queremos ver a Jesús!

2. Vengo hoy a vosotros como Obispo de Roma con tanta mayor alegría puesto que se trata de mi primera visita canónica. Me alegro de poderla realizar hoy, en el V domingo de Cuaresma; pero además me complace que esté presente él cardenal Vicario de Roma y también el obispo auxiliar, mons. Salimei, que durante esta semana realizará en vuestra parroquia una visita pastoral más detallada. Saludo cordialmente a todos los feligreses. Me congratulo con vosotros de este comienzo bueno y animoso. Saludo a vuestros Pastores, los padres Franciscanos Conventuales, con quienes he tenido ya ocasión de entrevistarme e informarme sobre los problemas esenciales de la vida parroquial. Deseo dirigir una palabra de aplauso y estímulo a los numerosos grupos que trabajan con celo y dedicación en los diversos sectores del apostolado, deseándoles una actividad cada vez más próspera y rica de bienes.

66 Quiero testimoniar también mi más vivo reconocimiento y mi benevolencia sincera a los padres carmelitas de la vecina parroquia de Santa María Regina Mundi, que han tenido el mérito de dar comienzo, en medio de previsibles y graves dificultades, a la cura pastoral de esta zona que estaba poblándose cada vez más.

3. Y ahora permitid que me refiera de nuevo a las lecturas litúrgicas de este domingo. El Profeta Jeremías habla en la primera lectura de la alianza cada vez más estrecha que Dios quiere hacer con la casa de Israel. Dado que el pueblo de Israel no mantuvo la alianza precedente, Dios quiere constituir con él otra más sólida e interior: «Pondré mi ley en su interior y la escribiré en su corazón, y seré su Dios y ellos serán mi Pueblo» (
Jr 31,33).

Queridos hermanos y hermanas: Dios ha realizado con nosotros la nueva y a la vez definitiva alianza en Jesucristo, que, como dice hoy San Pablo, »vino a ser para todos los que le obedecen causa de salud eterna» (He 5,9).

Esta alianza se basa en la perfecta obediencia del Hijo al Padre. En virtud de esta obediencia, Cristo «fue escuchado» (He 5,7), y es escuchado siempre; El mantiene ininterrumpidamente esta unión del hombre con Dios que se estableció en su cruz. «La Iglesia —como afirma el Concilio— es sacramento o signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano» (Lumen gentium LG 1).

Vosotros que habéis formado aquí una célula viva de la Iglesia, esto es, vuestra parroquia, habéis expresado de modo particular esta alianza con Dios en la que queréis perseverar con la gracia de Jesucristo.

Si alguno os preguntase por qué lo habéis hecho, le podríais responder así, como dice hoy el Profeta: nosotros queremos que El sea nuestro Dios y nosotros su Pueblo; queremos que sus leyes estén escritas en nuestro corazón.

Vosotros buscáis un apoyo para vuestros corazones y vuestras conciencias. Buscáis un apoyo para vuestras familias. Queréis que sean estables, que no se disuelvan; que constituyan esos hogares vivos del amor, en los cuales el hombre puede calentarse cada día. Perseverando en el vínculo sacramental del matrimonio, queréis transmitir la vida a vuestros hijos y, junto con la vida, la educación humana y cristiana. Cada uno de vosotros, queridos padres, advierte profundamente esta gran responsabilidad que está vinculada a la dignidad del padre y de la madre. Sabéis que de esto depende vuestra propia salvación y la de vuestros hijos. ¿Cómo soy padre? ¿Qué madre soy yo? He aquí las preguntas que os hacéis más de una vez. Vosotros os alegráis y yo con vosotros, de cada uno de los bienes que se manifiesta en vosotros, en vuestras familias, en vuestros hijos; me alegro con vosotros de sus progresos en la escuela, del desarrollo de sus conciencias jóvenes. Queréis que se hagan verdaderamente "hombres". Y esto depende, en gran medida, de lo que adquieren en la casa paterna. Nadie puede sustituiros en esta obra. La sociedad, la nación, la Iglesia se construyen sobre la base de los fundamentos que echáis vosotros.

Miro a vuestros niños, a la juventud de vuestra parroquia. Están aquí presentes muy numerosos. Es joven, verdaderamente joven esta parroquia. Los niños, los jóvenes, ¡cuántas esperanzas ponen en la vida! ¡Y cuánta esperanza tenemos en ellos!

Precisamente por esto es necesario que apoyemos fuertemente toda nuestra vida, y ante todo la vida familiar, sobre Jesucristo. Porque El, que «vino a ser causa de salvación eterna para todos» (He 5,9), nos indica cada día los caminos de esta salvación. Con la palabra y el ejemplo nos enseña cómo debemos vivir. Nos muestra cuál es el sentido profundo y último de la vida humana.

Y si el hombre está seguro de este sentido de la vida, entonces todos los problemas, incluso los ordinarios y cotidianos, se resuelven en concordancia con él.

La vida se desarrolla entonces al mismo tiempo en el plano humano y divino.

67 Hoy oímos que el Señor Jesús preanuncia su muerte. Este es ya el V domingo de Cuaresma; estamos muy próximos a la Semana Santa, al triduo sacro que nos recordará nuevamente de modo particular su pasión, muerte y resurrección. Por esto las palabras con que el Señor anuncia su fin ya cercano hablan de la gloria: «Es llegada la hora en que el Hijo del hombre será glorificado... Ahora mi alma se siente turbada. ¿Y qué diré?... Padre, glorifica tu nombre» (Jn 12,23 Jn 12,27-28). Y finalmente pronuncia las palabras que manifiestan tan profundamente el misterio de la muerte redentora: «Ahora es el juicio de este mundo... Y yo, si fuere levantado de la tierra, atraeré todos a mí» (Jn 12,31-32). Esta elevación de Cristo sobre la tierra es anterior a la elevación en la gloria: elevación sobre el leño de la cruz, elevación de martirio, elevación de muerte.

Jesús preanuncia su muerte también en estas palabras misteriosas: «En verdad, en verdad os digo que, si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, quedará solo; pero si muere, llevará mucho fruto» (Jn 12,24). Su muerte es prenda de la vida, es la fuente de la vida para todos nosotros. El Padre Eterno preordinó esta muerte en el orden de la gracia y de la salvación, igual que está establecida, en el orden de la naturaleza, la muerte del grano de trigo bajo la tierra, para que pueda despuntar la espiga dando fruto abundante. El hombre después se alimenta de este fruto que se hace pan cotidiano. También el sacrificio realizado en la muerte de Cristo se hace comida de nuestras almas bajo las apariencias de pan.

Preparémonos a vivir la Semana Santa, el triduo sacro, la muerte y la resurrección. Aceptemos esta vida cuya fuente es su sacrifico. Vivamos esta vida alimentándonos con la comida del Cuerpo y la Sangre del Redentor, crezcamos en ella para alcanzar la vida eterna.

CELEBRACIÓN DE LA PASCUA CON LOS UNIVERSITARIOS DE ROMA



Basílica de san Pedro

Jueves 5 de abril de 1979



1. Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros" (Lc 22,15).

Estas palabras de Cristo me vienen hoy a la mente mientras nos encontramos juntos en torno al altar de la basílica de San Pedro, para participar en la celebración de la Eucaristía. Desde el comienzo, desde cuando me fue concedido estar en este altar, he deseado mucho encontrarme con vosotros, con la juventud que estudia en la universidad y en las escuelas superiores de esta ciudad. Sentía que me faltabais vosotros, universitarios de la diócesis del Papa. Tenía deseo, dejádmelo decir, de sentiros cercanos. Estoy habituado desde hace años a estos encuentros. Muchas veces en el período de Cuaresma —y también de Adviento— me era dado encontrarme en medio de los estudiantes universitarios de Cracovia, con ocasión de la clausura de los ejercicios espirituales que reunían a miles de participantes. En este día me encuentro con vosotros. Os saludo cordialmente a todos los que estéis aquí presentes. Y en vosotros y por medio de vosotros saludo a todos vuestros compañeros y compañeras, a vuestros profesores, investigadores, a vuestras facultades, organizaciones, a los responsables de vuestros ambientes. Saludo a toda la Roma académica.

En este tiempo en el que Cristo nos habla de nuevo cada año en la vida de la Iglesia con su "Pascua", se descubre en los corazones humanos, particularmente en los corazones jóvenes, la necesidad de estar con El. El tiempo de Cuaresma, la Semana Santa, el triduo sacro, son no sólo un recuerdo de los acontecimientos ocurridos hace casi dos mil años, sino que constituyen una invitación particular a la participación.

2. Pascua significa "Paso".

En el Antiguo Testamento significaba el éxodo de la "casa de la esclavitud'', de Egipto, y el paso del Mar Rojo, bajo una protección singular de Yavé, hacia la "Tierra Prometida". La peregrinación duró cuarenta años. En el Nuevo Testamento esta Pascua histórica se ha cumplido en Cristo durante los tres días: del jueves por la tarde a la mañana del domingo. Y significa el paso a través de la muerte hacia la resurrección, y a la vez el éxodo de la esclavitud del pecado a la participación en la vida de Dios mediante la gracia. Cristo dice en el Evangelio de hoy: "Si alguno guardare mi palabra, jamás verá la muerte" (Jn 8,51). Estas palabras indican al mismo tiempo lo que es el Evangelio. Es el libro de la vida eterna, hacia la que corren los innumerables caminos de la peregrinación terrena del hombre. Cada uno de nosotros anda sobre uno de esos caminos. El Evangelio instruye sobre cada uno de ellos. Y precisamente en esto consiste el misterio de este libro sagrado. De aquí nace el hecho de que sea tan leído, y de aquí proviene su actualidad. Nuestra vida adquiere a la luz del Evangelio una dimensión nueva. Adquiere su sentido definitivo. Por esto la vida misma demuestra que es un paso.

3. La vida humana es paso.

68 Esta vida no es un conjunto que se encierra de modo definitivo entre la fecha del nacimiento y la de la muerte. Está abierta hacia la realización última en Dios. Cada uno de nosotros siente dolorosamente el fin de la vida, el límite que pone la muerte. Cada uno de nosotros, de algún modo, es consciente del hecho que el hombre no está contenido completamente en estos límites, y que no puede morir definitivamente. Demasiadas preguntas no pronunciadas y demasiados problemas no resueltos —si no en la dimensión de la vida personal, individual, al menos en la dimensión de la vida de las comunidades humanas: de las familias, de las naciones, de la humanidad— se detienen en el momento de la muerte de cada hombre. En efecto, ninguno de nosotros vive solo. A través de cada hombre pasan diversos círculos. Ha dicho también Santo Tomás: Anima humana est quodammodo omnia (Comen. in Arist. De Anima , III, III 8,0, lect. 13). Llevamos en nosotros la necesidad de "universalización". En un determinado momento, la muerte interrumpe todo esto...

¿Quién es Cristo? Es el Hijo de Dios que asumió la vida humana en su orientación temporal hacia la muerte. Aceptó la necesidad de la muerte. Antes que la muerte lo alcanzara, le amenazó varias veces. El Evangelio de hoy nos recuerda una de estas amenazas: "...tomaron piedras para arrojárselas" (Jn 8,59).

Cristo es el que ha aceptado toda la realidad del morir humano. Y precisamente por esto es el que ha realizado un cambio fundamental en el modo de entender la vida. ¡Ha enseñado que la vida es un paso!, no solamente hacia la frontera de la muerte, sino hacia una vida nueva. Así la cruz ha venido a ser para nosotros la Cátedra suprema de la verdad de Dios y del hombre. Todos debemos ser alumnos de esta Cátedra, "en curso o fuera de curso". Entonces comprenderemos que la cruz es también la cuna del hombre nuevo.

Los que son sus alumnos miran la vida así, la comprenden así. Y enseñan así a los otros. Imprimen este significado de la vida en toda la realidad temporal: en la moralidad, en la creatividad, en la cultura, en la política, en la economía. Se ha afirmado muchas veces —como sostenían, por ejemplo, los seguidores de Epicuro en los tiempos antiguos, y como hacen en nuestra época por otros motivos los secuaces de Marx— que tal concepto de la vida aparta al hombre de la realidad temporal y que, en cierto modo, la anula. La verdad es muy otra. Sólo tal concepción de la vida da plena importancia a todos los problemas de la realidad temporal. Abre la posibilidad de situarlos bien en la existencia del hombre. Y una cosa es segura: tal concepción de la vida no permite encerrar al hombre en las cosas de la temporalidad, no permite subordinarlo completamente a ellas Decide su libertad.

4. La vida es una prueba.

Dando a la vida humana este significado "pascual", es decir, que es paso, que es paso a la libertad, Jesucristo ha enseñado con su palabra y también con su propio ejemplo que la vida es una prueba. La prueba corresponde a la importancia de las fuerzas que se acumulan en el hombre. El hombre es creado "para" la prueba, y llamado a ella desde el principio. Es necesario pensar profundamente en esta llamada, ya al meditar los primeros capítulos de la Biblia, particularmente los tres primeros. Allí se define al hombre no sólo como un ser creado "a imagen de Dios" (Gn 1,26-27), sino al mismo tiempo como un ser sometido a prueba. Y ésta es —si analizamos bien el texto— la prueba del pensamiento, del "corazón" y de la voluntad. la prueba de la verdad y del amor. En este sentido es al mismo tiempo la prueba de la Alianza con Dios. Cuando esta primera Alianza fue rota, Dios la realizó de nuevo. Las lecturas de hoy recuerdan la Alianza con Abraham, que fue un camino de preparación para la venida de Cristo.

Cristo confirma este significado de la vida: es la gran prueba del hombre. Y precisamente por esto tiene sentido para el hombre. En cambio, no tiene sentido si pensamos que el hombre en la vida sólo debe sacar provecho, usar, "tomar", más aún, luchar encarnizadamente por el derecho de aprovechar, usar, "tomar".

La vida tiene sentido cuando se la considera y se la vive como una prueba de carácter ético. Cristo confirma este sentido y, al mismo tiempo, define la adecuada dimensión de esta prueba que es la vida humana. Leamos de nuevo detenidamente, por ejemplo, el sermón de la montaña y también el capítulo 25 del Evangelio de Mateo: la imagen del juicio. Basta esto sólo para renovar en nosotros la conciencia fundamental cristiana en el sentido de la vida.

El concepto de la "prueba" se vincula estrechamente con el concepto de la responsabilidad. Ambos están orientados por nuestra voluntad, por nuestros actos, Aceptad, queridos amigos, estos dos conceptos —o mejor, estas dos realidades— como los elementos de la construcción de la propia humanidad. Esta humanidad vuestra es ya madura y, al mismo tiempo, todavía es joven. Se encuentra en fase de formación definitiva del proyecto de la vida. Esta formación se realiza precisamente en los años "académicos", en el tiempo de los estudios superiores. Quizá ese proyecto personal de vida depende ahora de muchas incógnitas. Quizá os falta todavía una visión exacta de vuestro puesto en la sociedad, del trabajo para el que os preparáis a través de vuestros estudios. Ciertamente, ésta es una dificultad grande; pero las dificultades de este género no pueden paralizar vuestras iniciativas. No pueden hacer surgir sólo la agresión. La agresión, de por sí, no resolverá nada. No cambiará la vida en mejor. La agresión sólo puede volverla "mala de otro modo". Siento que estáis denunciando con vuestro lenguaje tan franco la vejez de las ideologías y la insuficiencia ideal de la "máquina social". Pues bien, para promover la verdadera dignidad —incluso intelectual— del hombre y no dejaros enredar por parte vuestra en sectarismos diversos, no olvidéis que es indispensable adquirir una profundo formación basada en la enseñanza que nos ha dejado Cristo en sus palabras y en el ejemplo de la propia vida. Tratad de aceptar las dificultades que debéis afrontar precisamente como una parte de esa prueba que es la vida de cada hombre.Es necesario asumir esta prueba con toda responsabilidad. Se trata de una responsabilidad al mismo tiempo personal: para mi vida, para su perfil futuro, para su valor; y es también a la vez responsabilidad social: para la justicia y la paz, para el orden moral del propio ambiente nativo y de toda le sociedad, es una responsabilidad para el auténtico bien común. El hombre que tiene tal conciencia del sentido de la vida no destruye, sino que construye el futuro. Nos lo enseña Cristo.

5. Y nos enseña también que la vida humana tiene el sentido de un testimonio de la verdad y del amor. Hace poco tuve ocasión de expresarme sobre este tema, hablando a la juventud universitaria de México y de las otras naciones de América Latina. Me permita citar algunos pensamientos de aquel discurso que quizá interesa también a los estudiantes europeos y romanos. Existe hoy una implicación mundial de compromisos, de miedos y al mismo tiempo de esperanzas, de modos de pensar y valorar, que atormentan vuestro mundo joven. En aquella ocasión puse de relieve, entre otras Cosas, que es necesario promover una "cultura integral que mira al desarrollo completo de la persona humana, en la que resaltan los valores de la inteligencia, voluntad, conciencia, fraternidad. basados todos en Dios Creador y que han sido elevados maravillosamente en Cristo (cf. Gaudium et spes GS 61)". Esto es. a le formación científica es necesario añadir una profunda formación moral y cristiana, que se viva profundamente y que realice una síntesis cada vez más armónica entre fe y razón, entre fe y cultura, entre fe y vida. Unir a la vez la dedicación a una investigación científica rigurosa, y el testimonio de una vida cristiana auténtica: he aquí el compromiso entusiasmante de todo estudiante universitario (cf. AAS 71, 1979, págs. 236-237). Y os repito también lo que en febrero escribí a los estudiantes de las escuelas latinoamericanas: "Los estudios deben comportar no sólo una determinada cantidad de conocimientos adquiridos en el curso de la especialización. sino también una peculiar madurez espiritual, que se presenta como responsabilidad por la verdad: por la verdad en el pensamiento y en la acción" (ib., pág. 253).

Nos basten estas pocas citas.

69 En el mundo contemporáneo existe una gran tensión. En fin de cuentas, ésta es una tensión por el sentido de la vida humana, por el significado que podemos y debemos dar a esta vida si debe ser digna del hombre, si debe ser tal que valga la pena vivirla. Existen también síntomas claros de alejamiento de estas dimensiones: en efecto. el materialismo bajo diversas formas, heredado de los últimos siglos, es capaz de coartar este sentido de la vida. Pero el materialismo no forma de ningún modo las raíces más profundas de la cultura europea ni mundial. No es de ningún modo un correlativo ni una expresión plena del realismo epistemológico ni ático.

Cristo —permitidme decirlo así— es el realista más grande de la historia del hombre. Reflexionad un poco sobre esta formulación. Meditad lo que puede significar.

Precisamente en virtud de este realismo Cristo da testimonio al Padre y al hombre. En efecto, El mismo sabe "lo que hay en cada hombre" (
Jn 2,25). ¡El lo sabe! Lo repito sin querer ofender a ninguno de los que en cualquier tiempo han tratado o tratan hoy de entender lo que es el hombre y quieren enseñarlo.

Y precisamente basado en este realismo Cristo enseña que la vida humana tiene sentido en cuanto es testimonio de la verdad y del amor.

Pensad sobre esto, vosotros que como estudiantes debéis ser particularmente sensibles a la verdad y al testimonio de la verdad. Vosotros, por así decirlo, sois los profesionales de la inteligencia, en cuanto os aplicáis al estudio de las humanidades y las ciencias, con miras a preparar el oficio que os espera en la sociedad.

Pensad sobre esto vosotros que, teniendo corazones jóvenes, sentís cuánta necesidad de amor nace en ellos. Vosotros que buscáis una forma de expresión para este amor en vuestra vida. Hay algunos que encuentran tal expresión en la entrega exclusiva de sí mismos a Dios. La grandísima mayoría son los que encuentran la expresión de este amor en el matrimonio, en la vida de familia. Preparaos sólidamente a esto. Recordad que el amor como sentimiento noble es don del corazón, pero a la vez un gran deber que es necesario asumir en favor de otro hombre, en favor de ella, de él. Cristo espera este amor vuestro. Desea estar con vosotros cuando se forma en vuestros corazones y cuando madura en el compromiso sacramental. Y después y siempre.

6. Cristo dice: "Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros" (Lc 22,15). Cuando la comió por vez primera con los discípulos, pronunció palabras particularmente cordiales y particularmente comprometidas: "Ya no os llamo siervos... pero os digo amigos" (Jn 15,15); "éste es mi precepto: que os améis unos a otros" (Jn 15,12). Recordad estas palabras del discurso de despedida de Cristo, del Evangelio de Juan, ahora, en el período de la pasión del Señor. Volved a pensar en elles de nuevo.

Purificad vuestros corazones en el sacramento de la reconciliación. Mienten los que acusan la invitación de la Iglesia a la penitencia como proveniente de una mentalidad "represiva". La confesión sacramental no constituye una represión, sino una liberación; no despierta el sentido de culpa, sino que borra la culpa. absuelve el mal cometido y da la gracia del perdón. Las causas del mal no se buscan fuera del hombre, sino ante todo en el interior de su corazón; y el remedio parte también del corazón. Los cristianos. pues, mediante le sinceridad del propio compromiso de conversión, deben rebelarse contra el aplanamiento del hombre y proclamar con la propia vida la alegría de la verdadera liberación del pecado mediante el perdón de Cristo. La Iglesia no tiene a punto un proyecto propio de escuela universitaria, de sociedad; pero tiene un proyecto de hombre, del hombre nuevo, renacido por la gracia. Encontrad de nuevo la verdad interior de vuestras conciencias. El Espíritu Santo os conceda la gracia de un sincero arrepentimiento, de un propósito firme de contrición y de una sincera confesión de las culpas.

Os conceda una profunda alegría espiritual.

Se acerca "el día que hizo el Señor" (Sal 177/175, 24).

¡Estad preparados para ese día!





B. Juan Pablo II Homilías 61