B. Juan Pablo II Homilías 80


BEATIFICACIÓN DE LOS SIERVOS DE DIOS

FRANCISCO COLL Y SANTIAGO DESIDERIO LAVAL



Basílica de San Pedro

Domingo 29 de abril de 1979



81 1. Aleluya. Aleluya. En este III domingo de Pascua nuestro gozo pascual se manifiesta como un eco de la alegría desbordante de los Apóstoles, que reconocieron a Cristo resucitado ya desde el primer día. La tarde de Pascua "Cristo se presentó en medio de ellos". "Les mostró sus manos y sus pies". Les invitó a palparlo con sus manos. Comió con ellos (cf. Lc Lc 24,36 Lc Lc 24,39 Lc Lc 24,40). Sobrecogidos de estupor y tardos en creer, los Apóstoles lo reconocieron al fin. "Se alegraron viendo al Señor" (Jn 20,20 Lc 24,41); y en adelante nadie podrá quitarles este gozo (cf. Jn Jn 16,22), ni acallar su testimonio (cf. Act Ac 4,20). Poco antes, a los discípulos de Emaús les ardía el corazón mientras Jesús les hablaba en el camino y les explicaba las Escrituras; y lo habían reconocido ellos también en el partir el pan (cf. Lc Lc 24,32 Lc Lc 24,35).

La alegría de estos testigos es también la nuestra, queridos hermanos y hermanas, pues participamos de su fe en Cristo resucitado. Glorificado junto al Padre, sigue atrayendo a los hombres hacia El y sigue comunicándoles su vida, el Espíritu de santidad, a la vez que les prepara un lugar en la casa de su Padre. Precisamente hoy este gozo encuentra confirmación esplendente, pues celebramos a dos servidores admirables de Dios que brillaron en nuestra tierra el siglo pasado con la santidad de Cristo, y que la Iglesia está ya en condiciones de declarar Beatos y proponer al culto particular y a la admiración de los fieles: el p. Laval y el p. Coll. que ahora vamos a contemplar.

2. Es imposible evidentemente enumerar aquí todos los hechos salientes de la vida del padre Santiago Desiderio Laval, ni todas las virtudes cristianas que practicó en grado heroico. Recojamos al menos lo que caracteriza a este misionero en relación con la misión actual de la Iglesia.

Es ante todo su afán de evangelizar a los pobres, a los más pobres, y concretamente a sus "queridos Negros" de la Isla Mauricio, como él los llamaba. Era francés; en un primer momento ejerció la medicina en una ciudad pequeña de su diócesis natal, Evreux; pero poco a poco la llamada al amor exclusivo al Señor que en otro tiempo había rechazado, le hizo abandonar la profesión y la vida mundana: "Siendo sacerdote podré hacer más bien", explicó a su hermano (cf. Biografía). Vocación tardía en el seminario de San Sulpicio de París, se dedicó ya al servicio de los pobres; después, siendo cura de la pequeña parroquia normanda de Pinterville, compartió sus haberes con los indigentes. Pero cuando conoció la miseria que padecían los Negros de África y la urgencia de llevarlos a Cristo, consiguió marchar a la Isla Mauricio con el vicario apostólico, mons. Collier. Durante 23 años, o sea hasta su muerte, consagró todo su tiempo, dedicó todas sus fuerzas, entregó el corazón entero a la evangelización de los autóctonos; sin jamás cansarse supo escucharlos, enseñarles catecismo y llevarles a descubrir su vocación cristiana. Con frecuencia intervino asimismo para conseguir que mejorase su situación sanitaria y social.

El empeño que puso en ello no deja de sorprendernos, sobre todo en las condiciones desalentadoras en que se desenvolvía su misión. Pero siempre fue a lo esencial en su apostolado. El hecho es que nuestro misionero dejó tras sí innumerables convertidos a la fe y a la piedad sólidas. No era aficionado a las ceremonias exuberantes, atractivas para estas almas sencillas pero sin futuro; ni tampoco se inclinaba a arrebatos oratorios. Su labor educativa se insertaba plenamente en la vida; no vacilaba en volver una y otra vez sobre los puntos esenciales de la doctrina y la práctica cristianas, y sólo admitía al bautismo y a la primera comunión a personas preparadas en grupos pequeños y ya probadas. Tuvo gran cuidado en poner a disposición de los fieles capillas pequeñas diseminadas por la isla. Otra iniciativa notable, que entra asimismo en las preocupaciones de muchos Pastores hoy día: se rodeó de colaboradores, hombres y mujeres, haciéndolos jefes de oración, catequistas, visitadores y asesores de enfermos, responsables de pequeñas comunidades cristianas; dicho de otro modo pobres evangelizadores de pobres.

¿Cuál es. por tanto, el secreto de su celo misionero? Lo encontramos en su santidad, en la entrega de toda su persona a Jesucristo, que es inseparable del amor hacia los hombres, sobre todo hacia los más humildes, a quienes quiere encaminar a la salvación de Cristo. Todo el tiempo que no dedicaba al apostolado directo lo pasaba en oración, sobre todo ante el Santísimo Sacramento; y a la oración unía constantemente mortificaciones y penitencias que impresionaban mucho a sus hermanos, a pesar de su discreción y humildad. Muchas veces lamentaba él mismo su tibieza espiritual —digamos más bien su sentimiento de sequedad—; y, ¿acaso no es precisamente porque concede gran valor al amor ferviente a Dios y a María, en el que quiere iniciar a sus fieles? Aquí está también el secreto de su paciencia apostólica: "Sólo nos apoyamos en Dios y en la protección de la Santísima Virgen" (Carta del 6 de julio de 1853, cf. Biografía). ¡Qué magnífica confesión! Su espiritualidad misionera encajó desde el principio en un instituto joven misionero y mariano, y se comprometió a seguir las exigencias espirituales del mismo, a pesar de su soledad y de la distancia geográfica. Es la Sociedad del Santo Corazón de María, del que fue uno de los primeros miembros al lado del célebre padre Libermaun, y que se fusionará muy pronto con la congregación del Espíritu Santo. Hoy copio ayer el apóstol debe alimentar primero el propio vigor espiritual: da testimonio de lo que él bebe continuamente de la Fuente.

He aquí un modelo para los evangelizadores de hoy. ¡Ojalá que este ejemplo mueva a los misioneros y —me atrevo a decir— a todos los sacerdotes, que tienen la misión sublime de anunciar a Jesucristo y de formar en la vida cristiana!

Y a título particular sea gozo y estímulo de los religiosos del Espíritu Santo, que no han cesado de implantar la Iglesia sobre todo en tierra africana y actúan en ella con tanta generosidad.

Que el ejemplo del padre Laval anime a cuantos se esfuerzan por construir un mundo fraterno, libre de prejuicios raciales, ya sea en el continente africano o en otros lugares. Que el Beato Laval sea también orgullo, ideal y protector de la comunidad cristiana de la Isla Mauricio, tan dinámica en la actualidad; y de todos los mauricianos:

A estos deseos me complazco en añadir un saludo muy cordial a la Delegación del Gobierno de Isla Mauricio y a la del Gobierno francés que han venido a tomar parte en esta ceremonia.

3. Un segundo motivo de alegría eclesial es la beatificación de otra figura que la Iglesia quiere hoy exaltar y proponer a la imitación del Pueblo de Dios: el padre Francisco Coll. Una nueva gloria de la gran familia dominicana y, no menos, de la familia diocesana de Vich. Un religioso y a la vez un modelo de apóstol —durante gran parte de su vida— entre las filas del clero vicense.

82 Una de esas personalidades eclesiales que, en la segunda mitad del siglo XIX, enriquecen a la Iglesia con nuevas fundaciones religiosas. Un hijo de la tierra española, de Cataluña, en la que han brotado tantas almas generosas que han legado a la Iglesia una herencia fecunda.

En nuestro caso, esa herencia se concreta en una labor magnífica e incansable de predicación evangélica, que culmina en la fundación del instituto hoy llamado de las Religiosas Dominicas de la Anunciata, en gran número aquí presentes para celebrar a su padre Fundador, unidas a tantos miembros de las diversas obras a las que la congregación ha dado vida.

No podemos presentar ahora una semblanza completa del nuevo Beato, espejo admirable —como habéis podido observar a través de la lectura de su biografía— de heroicas virtudes humanas, cristianas, religiosas, que le hacen digno de elogio y de imitación en nuestra peregrinación terrena. Limitémonos a discurrir brevemente acerca de un aspecto más saliente en esta figura eclesial.

Lo que más impresiona al acercarse a la vida del nuevo Beato es su afán evangelizador. En un momento histórico muy difícil, en el que las convulsiones sociales y las leyes persecutorias contra la Iglesia le hacen abandonar su convento y vivir permanentemente fuera de él, el padre Coll, colocándose por encima de inspiraciones humanas, sociológicas o políticas, se consagra enteramente a una asombrosa tarea de predicación. Tanto durante su ministerio parroquial, especialmente en Artés y Moyá, como en su fase posterior de misionero apostólico, el padre Coll se manifiesta un verdadero catequista, un evangelizador, en la mejor línea de la Orden de Predicadores.

En sus incontables correrías apostólicas por toda Cataluña. a través de memorables misiones populares y otras formas de predicación, el padre Coll —mosén Coll para muchos— es transmisor de fe, sembrador de esperanza, predicador de amor, de paz, de reconciliación entre quienes las pasiones, la guerra y el odio mantenían divididos. Verdadero hombre de Dios, vive en plenitud su identidad sacerdotal y religiosa, hecha fuente de inspiración en toda su tarea. A quien no siempre comprende los motivos de ciertas actitudes suyas, responde con un convencido `"porque soy religioso". Esa profunda conciencia de sí mismo, es la que orienta su labor incesante.

Una tarea absorbente, pero a la que no falta una base sólida: la oración frecuente, que es el motor de su actividad apostólica. En ese punto, el nuevo Beato habla de manera bien elocuente: es él mismo hombre de oración; por ese camino quiere introducir a los fieles (basta ver lo que dice en sus dos publicaciones: La hermosa rosa y La escala del cielo); ése es el sendero que señala en la regla a sus hijas, con palabras vibrantes, que por su actualidad hago también mías: "La vida de las Hermanas debe ser vida de oración. (...). Por esto os recomiendo y os vuelvo a recomendar, amadas Hermanas: no dejéis la oración".

El neo-Beato recomienda diversas formas de plegaria que sostenga la actividad apostólica. Pero hay una que es su preferida y que tengo especial agrado en recoger y subrayar: la oración hecha contemplando los misterios del Rosario; esa "escala para subir al cielo", compuesta de oración mental y vocal que "son las dos alas que el Rosario de María ofrece a las almas cristianas". Una forma de oración que también el Papa practica con asiduidad y a la que os invita a uniros a todos vosotros, sobre todo en el próximo mes de mayo consagrado a la Virgen.

Concluyo estas reflexiones en lengua española saludando a las autoridades que han venido para estas celebraciones en honor del padre Coll. Invitando a todos a imitar sus ejemplos de vida, pero en especial a los hijos de Santo Domingo, al clero y particularmente a vosotras, Hermanas Dominicas de la Anunciata, venidas de España, de Europa, de América y África, donde vuestra actividad religiosa se despliega con generosidad.

4. El deseo que yo expreso esta mañana es, en fin, que la doble beatificación de hoy sirva para reforzar promover el interés por la acción catequética de toda la Iglesia. Es sabido que el tema de la IV Asamblea General del Sínodo de los Obispos, que se tuvo en Roma en otoño de 1977, fue precisamente el de la catequesis. Los padres sinodales —entre los que yo me encontraba— afrontaron y estudiaron este tema de primordial importancia para la vida y la acción de la Iglesia en todo tiempo. Ellos subrayaron la urgencia de dar prioridad decisiva a la catequesis respecto a otras iniciativas menos esenciales, aunque tal vez más llamativas, porque en ella se realiza el aspecto absolutamente original de la misión de la Iglesia. Una misión —insisten ellos— que atañe profundamente a todos los miembros del Pueblo de Dios dentro, naturalmente, de su diversas funciones, y los compromete a una continua búsqueda de métodos y medios adecuados para una transmisión cada vez más eficaz del mensaje.

El pensamiento de los padres del Sínodo se dirigía sobre todo a los jóvenes, bien conscientes de su importancia creciente en el mundo de hoy; aun entre incertidumbres y dispersiones, excesos y frustraciones, los jóvenes representan la gran fuerza de la que dependen los destinos de la humanidad futura. La pregunta que ha preocupado a los padres sinodales ha sido ésta precisamente: ¿Cómo llevar a esta multitud de jóvenes a tener una experiencia viva de Jesucristo, y esto no sólo en el encuentro deslumbrante de un momento fugaz, sino mediante un conocimiento cada día más completo y luminoso de su Persona y su mensaje? ¿Cómo hacer nacer en ellos la pasión por el Reino que El vino a inaugurar y el único en el que puede encontrar el ser humano la plena y satisfactoria realización de sí mismo?

Responder a esta pregunta es la tarea más urgente de la Iglesia de hoy. Dependerá del interés generoso de todos el que pueda ofrecerse a las nuevas generaciones un testimonio de la "palabra de salvación" (
Ac 13,26), capaz de conquistar las mentes y los corazones de los jóvenes e implicar sus voluntades en las opciones concretas, frecuentemente costosas, que requiere la lógica del amor de Dios y del prójimo. Dependerá sobre todo de la sinceridad y de la intensidad con que las familias y las comunidades sepan vivir su adhesión a Cristo, el que sus enseñanzas impartidas en la casa, en la escuela, en la iglesia, lleguen eficazmente a los jóvenes.

83 Recemos, pues a los nuevos Beatos para que estén cercanos a nosotros con su intercesión y nos guíen a una experiencia personal y profunda de Cristo resucitado, que haga también a nuestros corazones "arder en el pecho", como ardían los corazones de los dos discípulos en el camino de Emaús, mientras Jesús "hablaba con ellos y les declaraba las Escrituras" (cf. Lc Lc 24,32). En efecto, sólo quien puede decir: "Lo conozco" —y San Juan nos ha advertido que esto no lo puede decir quien no vive según los mandamientos de Cristo (cf. II lectura)—, sólo quien ha alcanzado un conocimiento "existencial" de El y de su Evangelio, puede ofrecer a los otros una catequesis creíble, incisiva, fascinante.

La vida de los dos nuevos Beatos es una prueba elocuente de esto.

¡Que su ejemplo no resulte vano para nosotros!

DURANTE LA MISA PARA LA PEREGRINACIÓN NACIONAL CROATA

Basílica de San Pedro

Lunes 30 de abril de 1979



Queridos hermanos en el Episcopado,
queridos sacerdotes, religiosos y religiosas,
queridos hijos e hijas de la "siempre fiel" Croacia:

"La gracia y la paz sean con vosotros de parte de Dios Padre y de nuestro Señor Jesucristo" (cf. Gál Ga 1,3). "Con los brazos abiertos os estrecho junto a mí y os acojo con amor paterno" (Carta del Papa Juan VIII al pueblo y clero croata: Mansi, Sacrorum Conciliorum collectio, 17, 126), aquí sobre la tumba de San Pedro, con ocasión del significativo aniversario de la profesión de fidelidad de los croatas a la Santa Sede, que es, al mismo tiempo, el recuerdo de la benevolencia paterna de los Sucesores de San Pedro hacia vosotros.

Muchos son los motivos que justifican esta alegría común, como ha dicho bien en su discurso mi hermano en el Episcopado, el arzobispo Franjo Kuharic.

Verdaderamente, en este encuentro sobre la tumba de San Pedro, parece haberse concentrado toda vuestra historia de más de 13 siglos, y de modo especial los grandes acontecimientos de la vida de vuestra Iglesia, desde que, en el tiempo del bautismo de vuestro pueblo, entró en el seno de la Iglesia Romana, que es "cabeza y maestra de todas las Iglesias" (Carta del Papa Juan VIII al obispo de Nin, Teodosio: Mansi, o.c., 17, 124). ¿Os acordáis de la "Croacia Blanca", vuestra tierra de origen, que se encuentra precisamente allí donde se encuentra mi patria? Siento presente vuestra hermosa y querida nación, todo vuestro pueblo, dentro y fuera de los confines de vuestra patria, vuestra antigua y nueva fidelidad, vuestros afanes. Aquí está presente el recuerdo de vuestros antepasados, de vuestros príncipes y reyes cristianos, de vuestros obispos y sacerdotes, de vuestra lengua litúrgica paleocroata, de vuestras maravillosas iglesias y, de modo especial, de vuestros santuarios marianos.

84 Mientras tanto, recordamos hoy especialmente las relaciones de Croacia con la Santa Sede, tan claramente expresadas en las cartas del Papa Juan VIII al Principe Branimiro, al clero y al pueblo croata, y al obispo Teodosio. Esto sucedía precisamente hace 11 siglos. Los acontecimientos de entonces alegraban el corazón del Sucesor de Pedro, y eran decisivos para la historia futura del pueblo croata y de la Iglesia, para vuestra fe, cultura e independencia política.

Teniendo ante los ojos el rico y plurisecular pasado de vuestro pueblo, me parece poder subrayar estos tres momentos suyos extraordinarios:

Primero: la fidelidad a Jesucristo y al Evangelio, fidelidad que vuestros antepasados supieron testimoniar con el fervor y el espíritu de los mártires en la lucha secular “por la noble cruz y la libertad de oro”.

Segundo: el amor y la adhesi6n de los croatas a la Iglesia Romana, a la Cátedra de San Pedro. Esta Iglesia ha sido verdaderamente vuestra Madre, en cuya doctrina santa han bebido vuestros antepasados como en una fuente limpidísima" (Carta del Papa Juan VIII al Príncipe croata Branimiro: Mansi, o.c., 17, 125).

Tercero: el amor, la fidelidad y la devoción de los croatas a María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia, a quien vosotros invocáis de corazón "Reina de los Croatas" y honráis filialmente en vuestros santuarios.

Esta triple fidelidad vuestra, la confirmáis también hoy como "Gran voto" de fidelidad a Jesús, a la Iglesia y a la Madre de Dios, particularmente después de las solemnidades jubilares en Marija Bistrica, Solín y Biskupija. ¡Sed fieles, sed constantes, estad orgullosos de vuestro nombre cristiano!

Mientras levanto hoy mis manos para bendeciros a los presentes, a todo el pueblo y a toda vuestra tierra (ib.) ruego al Señor que custodie vuestra fe, e imploro a la Madre de Dios para que siempre y en todas partes sea "vuestra validísima abogada". Extiendo mi bendición a vuestros obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, a fin de que, fieles a la propia vocación, sirvan de ejemplo a todos, no se desvíen (Carta del Papa Juan VIII al obispo de Nin, Teodosio: Mansi, o.c., 17, 124), sino que anuncien el Evangelio de Cristo como mensaje gozoso de salvación, de verdad, de amor y de concordia. Os bendigo a todos los presentes. a vuestras familias, a los jóvenes y ancianos, a los trabajadores e intelectuales, y os pido: permaneced fieles a Dios y a Pedro, cultivad el buen espíritu de familia, respetad la vida, educad una juventud cada vez más numerosa y conservad la hermosa tradición de la oración en familia. Me dirijo, sobre todo, a vosotros, jóvenes fieles: conoced y amad a Jesucristo, único Redentor del hombre, y estad orgullosos de vuestro nombre cristiano.

Bendigo paternalmente también a los numerosos obreros, venidos de otras tierras. Conozco las preocupaciones y las dificultades de los trabajadores, por esto os exhorto a no olvidar jamás vuestra fe y a amar vuestro hogar familiar, vuestra Iglesia y vuestra patria.

¡Mis queridos croatas! Os quedo agradecido por este encuentro, por esta expresión de fidelidad renovada. Como un tiempo el Papa Juan VIII, así hoy me alegro yo también por vuestra fe, por vuestro afecto, por vuestra fidelidad a Jesucristo y a su Iglesia.

El Papa os ama.

El Papa os abraza y os acoge.

85 El Papa os bendice. Amén.

VISITA AL SANTUARIO ROMANO DE LA VIRGEN DEL DIVINO AMOR



Martes 1 de mayo de 1979



Hoy, primer día de mayo, la Iglesia nos muestra a Cristo, Hijo de Dios, en el banco de trabajo, en la casa de José de Galilea.

Venerando a este excepcional hombre de trabajo, al carpintero de Nazaret, la Iglesia desea unirse espiritualmente a todo el mundo del trabajo, poniendo de relieve la dignidad del trabajo y, de modo particular, el trabajo físico, y desea encomendar a Dios a todos los trabajadores y los múltiples problemas que les conciernen. Lo haremos también nosotros durante este Sacrificio de la Santa Misa.

Estoy contento de encontrarme en medio de vosotros, queridos hermanos y hermanas, en unión de fe y de oración, bajo la mirada de la Santísima Virgen del Divino Amor, quien desde este sugestivo santuario, que es el corazón de la devoción mariana de la diócesis de Roma y sus alrededores, vela maternalmente sobre todos los fieles que se confían a su protección y custodia en su peregrinar acá abajo en la tierra.

1. En este día primero del mes de mayo, junto con todos vosotros, también yo he querido venir en peregrinación a este lugar bendito, para arrodillarme a los pies de la imagen milagrosa, que, desde hace siglos, no cesa de dispensar gracias y consuelo espiritual, y para dar así comienzo solemne al mes mariano, que en la piedad popular encuentra expresiones sumamente delicadas de veneración y afecto hacia nuestra Madre dulcísima. La tradición cristiana, que nos hace ofrecer flores, "ramilletes" y piadosos propósitos a la Toda-hermosa y Toda-santa, encuentre en este santuario, que surge en medio de la campaña romana, rica de luz y verdor, el punto ideal de referencia en este mes consagrado a Ella. Tanto más que su imagen, representada sentada en el trono, con el Niño Jesús en brazos, y con la paloma descendiendo sobre Ella, como símbolo del Espíritu Santo, que es precisamente el Divino Amor, nos trae a la mente los vínculos dulces y puros que unen a la Virgen María con el Espíritu Santo y con el Señor Jesús, Flor nacida de su seno, en la obra de nuestra redención: cuadro admirable, ya contemplado, en una invocación lírica, por el mayor poeta italiano, cuando hace exclamar a San Bernardo: "En tu seno se enciende el Amor / por el que caldeada en la eterna paz / ha brotado así esta Flor" (Paradiso, 35, 7-9).

2. En este clima espiritual de piedad mariana, se celebra el próximo domingo la Jornada de Oración por las Vocaciones, tanto sacerdotales, como simplemente religiosas: Jornada a la que la Iglesia da gran importancia, en un momento en e] que el problema de las vocaciones está en el centro de la más viva preocupación y solicitud de la pastoral eclesial. No os desagrade incluir esta intención en vuestras plegarias durante todo el mes de mayo. El mundo tiene hoy más que nunca necesidad de sacerdotes y religiosos, de religiosas, de almas consagradas, para salir al encuentro de las inmensas necesidades de los hombres: niños y jóvenes, que esperan quien les enseñe el camino de la salvación; hombres y mujeres, a quienes el fatigoso trabajo cotidiano hace sentir más agudamente la necesidad de Dios; ancianos, enfermos y pacientes que esperan quien se incline sobre sus tribulaciones y les abra la esperanza del cielo. Es un deber del pueblo cristiano pedir a Dios, por intercesión de la Virgen. que envíe obreros a su mies (cf. Mt Mt 9,38), haciendo oír a tantos jóvenes su voz que sensibilice su conciencia hacia los valores sobrenaturales y les haga comprender y evaluar, en toda su belleza, el don de esta llamada.

3. Pero además de dar comienzo al mes de mayo, he venido como Obispo de Roma, a visitar el centro parroquial que, a la sombra del santuario, desarrolla su actividad pastoral en medio de las poblaciones limítrofes, bajo la dirección del cardenal Poletti, mi Vicario General; del obispo auxiliar, mons. Riva; y con el trabajo del celoso párroco, don Silla, de los vicepárrocos y de las religiosas Hijas de la Virgen del Divino Amor.

Queridos sacerdotes, conozco vuestro celo y las dificultades que encontráis en el trabajo apostólico a causa de la distancia y del aislamiento en que se encuentran los barrios y caseríos confiados a vuestros cuidados pastorales. Pero sed intrépidos en la fe y en la fidelidad a vuestro ministerio, para desarrollar cada vez más entre las almas el sentido de la parroquia, como comunidad de auténticos creyentes; para incrementar la pastoral familiar, por medio de la cual una casa, o un grupo de casas, se conviertan en lugar de evangelización, de catequesis y de promoción humana; y para dedicar la debida atención a los muchachos y a los jóvenes, que representan el porvenir de la Iglesia. En este esfuerzo vuestro os expreso mi estímulo y os exhorto "junto con el Pueblo de Dios, que mira a María con tanto amor y esperanza", a recurrir en las dificultades "a Ella con esperanza y amor excepcionales. De hecho, debéis anunciar a Cristo que es su Hijo; ¿y quién mejor que su Madre os transmitirá la verdad acerca de El? Tenéis que alimentar los corazones humanos con Cristo; ¿y quién puede haceros más conscientes de lo que realizáis, sino la que lo ha alimentado?" (cf. Carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo , núm. Nb 11).

4. Ya he hablado de la atención que esta parroquia dedica a los muchachos: pues bien, precisamente a los niños, que dentro de poco recibirán el sacramento de la confirmación, deseo dirigir una palabra de afecto sincero y de complacencia por la preparación que han tenido para recibir dignamente el don del Espíritu Santo, que el día de Pentecostés fue enviado sobre los Apóstoles, para que fueran en medio de los hombres, testigos intrépidos de Cristo y mensajeros esforzados de la Buena Nueva. Queridos muchachos, con el sacramento de la confirmación recibiréis la virtud de la fortaleza, para que no tengáis que retroceder ante los obstáculos que se interponen en el sendero de vuestra vida cristiana. Recordad que la imposición de las menos y el signo de la cruz con el sagrado crisma, os configuraran más perfectamente con Cristo, y os darán la gracia y el mandato de difundir entre los hombres su "buen olor" (2Co 2,15).

5. Y ahora, mientras nos disponemos a celebrar el sacrificio eucarístico, en el que veneramos sobre el altar al "verdadero Cuerpo nacido de la Virgen María", no podemos menos de volver a sentir en nuestro espíritu las suaves expresiones de la liturgia de la Palabra, que han exaltado a María como la "Esposa que se engalana para su esposo" (cf. Ap Ap 21,1-5), la "Mujer" de la que ha nacido el Hijo de Dios (cf. Gál Ga 4,4-7) y, finalmente, la Madre del "Hijo del Altísimo" (cf. Lc Lc 1,26-38). Como veis, la Virgen está unida a Jesús; es para Jesús; es Madre de Jesús; introduce a Jesús en el mundo: Ella está, pues, en la cumbre de los destinos de la humanidad. Es Ella, quien por virtud del Espíritu Santo, esto es, del Divino Amor, hace a Cristo hermano nuestro con su maternidad divina, y como es Madre de Cristo en la carne, así lo es, por solidaridad espiritual, del Cuerpo místico de Cristo, que somos todos nosotros; es Madre de la Iglesia. Por esto, mientras sube al Padre celeste el sacrificio de alabanza, elevemos a nuestra dulcísima Madre, delante de su santuario, una plegaria que brote de nuestro corazón de hijos devotos: Salve, oh Madre, Reina del mundo. / Tú eres la Madre del Amor Hermoso, / Tú eres la Madre de Jesús, fuente de toda gracia, / el perfume de toda virtud, / el espejo de toda pureza. / Tú eres alegría en el llanto, victoria en la batalla, esperanza en la muerte. / ¡Como dulce sabor tu nombre en nuestra boca, / como suave armonía en nuestros oídos, / como embriaguez en nuestro corazón! / Tú eres la felicidad de los que sufren, / la corona de los mártires, / la belleza de las vírgenes. / Te suplicamos que nos guíes, después de este destierro, / a la posesión de tu Hijo, Jesús. / Amén.

VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA DE SAN ANTONIO



86

Domingo 6 de mayo de 1979



Queridísimos hermanos y hermanas:

Hoy se celebra, en toda la Iglesia católica, la Jornada de las Vocaciones sacerdotales y religiosas, y yo estoy contento de celebrarla con vosotros, aquí en Roma, en el centro de la cristiandad, y en vuestra parroquia, confiada a los sacerdotes de la congregación de los "Rogacionistas", a quienes saludo cordialmente.

El domingo de hoy está dedicado a esta suprema y esencial necesidad, precisamente porque la liturgia nos presenta la figura de Jesús "Buen Pastor".

Ya el Antiguo Testamento habla comúnmente de Dios corno Pastor de Israel, del pueblo de la alianza, elegido por El para realizar el proyecto de salvación. El Salmo 22 es un himno maravilloso al Señor, Pastor de nuestras almas: "El Señor es mi Pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo... Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo..." (Ps 22,1-3).

Los Profetas Isaías, Jeremías y Ezequiel, vuelven a menudo sobre el tema del pueblo "grey del Señor": "He aquí a vuestro Dios... El apacentará su rebano como pastor, El le reunirá con su brazo..." (Is 40,11) y sobre todo anuncian al Mesías como Pastor que apacentará verdaderamente a sus ovejas y no las dejará más dispersarse: "Suscitaré para ellas un pastor único, que las apacentará. Mi siervo David, él las apacentará, él será su pastor..." (Ez 34,23).

En el Evangelio es familiar esta dulce y conmovedora figura del pastor, la cual, aun cuando los tiempos han cambiado a causa de la industrialización y del urbanismo, mantiene siempre su fascinación y eficacia; y todos recordamos la parábola tan conmovedora y sugestiva del Buen Pastor que va en busca de la oveja perdida (cf. Lc Lc 15,3-7).

Después, en los primeros tiempos de la Iglesia la iconografía cristiana se sirvió grandemente y desarrolló este terna del Buen Pastor, cuya imagen aparece frecuentemente, pintada o esculpida, en las catacumbas, en los sarcófagos, en los baptisterios. Esta iconografía, tan interesante y devota, nos atestigua que, desde los primeros tiempos de la Iglesia, Jesús "Buen Pastor" impresionó y conmovió los ánimos de los creyentes y de los no creyentes, y fue motivo de conversión, de compromiso espiritual y de consuelo. Pues bien, Jesús "Buen Pastor" está vivo y real todavía hoy en medio de nosotros, en medio de toda la humanidad, y quiere hacer sentir a cada uno su voz y su amor.

1. ¿Qué significa ser el Buen Pastor?

Jesús nos lo explica con claridad convincente:

— el pastor conoce a sus ovejas y las ovejas le conocen a él: ¡qué hermoso y consolador es saber que Jesús nos conoce uno por uno, que no somos anónimos para El, que nuestro nombre —el nombre que fue concordado por el amor de los padres y de los amigos— lo conoce El! ¡No somos "masa", "multitud", para Jesús! ¡Somos personas individuales con un valor eterno, tanto como criaturas cuanto como personas redimidas! ¡E1 nos conoce! ¡El me conoce y me ama y se ha entregado a Sí mismo por mí! (cf. Gál Ga 2,20);

87 — el pastor apacienta a sus ovejas y las conduce a pastos frescos y abundantes: Jesús ha venido para traer la vida a las almas, y darla en medida sobreabundante. Y la vida de las almas consiste esencialmente en tres realidades supremas: la verdad, la gracia, la gloria. Jesús es la verdad, porque es el Verbo encarnado, es, como decía San Pedro a los jefes del pueblo y a los ancianos, la "piedra angular", la única sobre la que es posible construir el edificio familiar, social, político. "En ningún otro hay salvación, pues ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos" (Ac 4,11-12). Jesús nos da la "gracia", o sea, la vida divina, por medio del bautismo y de los otros sacramentos. ¡Mediante la "gracia" nos hacemos partícipes de la misma naturaleza trinitaria de Dios! ¡Misterio inmenso, pero de inefable alegría y consuelo!

Finalmente, Jesús nos dará la gloria del paraíso, gloria total y eterna, donde seremos amados y amaremos, ¡partícipes de la misma felicidad de Dios, que es Infinito también en alegría! "Aún no se ha manifestado lo que hemos de ser —comenta San Juan—. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es" (1Jn 3,2);

— el pastor defiende a sus ovejas; no es como el mercenario que, cuando llega el lobo, huye, porque no le importan nada sus ovejas. Por desgracia sabemos bien que en el mundo siempre hay mercenarios que siembran el odio, la malicia, la duda, la confusión de las ideas y de los sentimientos. En cambio, Jesús, con la luz de su palabra divina y con la fuerza de su presencia sacramental y eclesial, forma nuestra mente, fortalece nuestra voluntad, purifica los sentimientos y así defiende y salva de tantas experiencias dolorosas y dramáticas;

— el pastor, incluso da la vida por las ovejas: ¡Jesús ha realizado el proyecto del amor divino mediante su muerte en cruz! ¡El se ha ofrecido en cruz para redimir al hombre, a cada uno de los hombres, creados por el amor para la eternidad del Amor!;

— finalmente, el pastor siente el deseo de ampliar su grey: Jesús afirma claramente su ansia universal: "Tengo otras ovejas que no son de este aprisco, y es preciso que yo las traiga, y oirán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor" (Jn 10,16). Jesús quiere que todos los hombres lo conozcan, lo amen, lo sigan.

2. Jesús ha querido en la Iglesia al sacerdote como "Buen Pastor".

La parroquia es la comunidad cristiana, iluminada por el ejemplo del Buen Pastor, en torno al propio párroco y los sacerdotes colaboradores.

En la parroquia el sacerdote continúa la misión y la tarea de Jesús; y por esto debe "apacentar la grey", debe enseñar, instruir, dar la gracia, defender a las almas del error y del mal, consolar, ayudar, convertir, y sobre todo amar.

Por esto, con toda el ansia de mi corazón de Pastor de la Iglesia universal os digo: ¡Amad a vuestros sacerdotes! Estimadlos, escuchadlos, seguidlos! Orad cada día por ellos. ¡No los dejéis solos ni en el altar ni en la vida cotidiana!

Y nunca ceséis de rezar por las vocaciones sacerdotales y por la perseverancia en el compromiso de la consagración al Señor y a las almas. Pero sobre todo cread en vuestras familias una atmósfera adecuada para que nazcan vocaciones. Y vosotros, padres, sed generosos en corresponder a los designios de Dios sobre vuestros hijos.

3. Finalmente, Jesús quiere que cada uno sea "buen pastor".

88 Cada cristiano, en virtud del bautismo, esta llamado a ser él mismo un "buen pastor" en el ambiente en que vive. Vosotros, padres, debéis ejercitar las funciones del buen pastor hacia vuestros hijos; y también vosotros, hijos, debéis servir de edificación con vuestro amor, vuestra obediencia y sobre todo con vuestra fe animosa y coherente. Incluso las recíprocas relaciones entre los cónyuges deben llevar la impronta del Buen Pastor, para que la vida familiar esté siempre a la altura de sentimientos e ideales queridos por el Creador, por lo cual la familia ha sido definida "Iglesia doméstica". Así también en la escuela, en el trabajo, en los lugares de juego y de tiempo libre, en los hospitales y donde se sufre, trate siempre cada uno de ser "buen pastor" como Jesús. Pero sobre todo sean "buenos pastores" en la sociedad las personas consagradas a Dios: los religiosos, las religiosas, los que pertenecen a los institutos seculares. Hoy y siempre debemos orar por todas las vocaciones religiosas, masculinas y femeninas, para que este testimonio de la vida religiosa sea cada vez más numeroso, más vivo, más intenso y cada vez más eficaz en la Iglesia ¡El mundo tiene necesidad, hoy más que nunca, de testigos convencidos y totalmente consagrados!

Queridísimos fieles, termino recordando la apremiante invocación de Jesús, Buen Pastor: "La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (
Mt 9,37 Lc 10,2).

Quiera el cielo que mi visita pastoral suscite en vuestra parroquia alguna vocación sacerdotal entre vosotros, jóvenes y niños, inocentes y piadosos; alguna vocación religiosa y misionera entre vosotras, niñas y muchachas que os abrís a la vida, llenas de entusiasmo.

¡Encomendemos este deseo a Maria Santísima, Madre de Jesús, Buen Pastor, Madre nuestra e inspiradora de toda vocación sagrada!

Invoquemos también la intercesión del Siervo de Dios, el canónigo Anibale di Francia, fundador de la congregación de los "Rogacionistas" que, con el centro vocacional "Rogate", dedica su actividad principalmente a la promoción de las vocaciones sacerdotales y religiosas.





B. Juan Pablo II Homilías 80