B. Juan Pablo II Homilías 94


CONCELEBRACIÓN SOLEMNE CON LOS OBISPOS DE POLONIA



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Basílica de San Pedro

Domingo 20 de mayo de 1979



1. La alegría del tiempo pascual sugiere a la Iglesia palabras de viva gratitud en la liturgia de hoy. He aquí: "Se ha manifestado el amor de Dios hacia nosotros" (1Jn 4,9); se ha manifestado en esto, "en que Dios envió al mundo a su Hijo unigénito" (1Jn 4,9); lo envió "para que nosotros vivamos por El" (1Jn 4,9); lo envió "como propiciación por nuestros pecados" (1Jn 4,10).

Este sacrificio ofrecido en el Calvario el Viernes Santo fue aceptado. Y he aquí que el Domingo de Pascua nos trajo la certeza de la Vida. El que rompió los sellos del sepulcro, ha manifestado la victoria sobre la muerte, y con esto ha revelado la Vida que tenemos "por El" (1Jn 4,9).

Todos los hombres son llamados a esta Vida: "No hay en Dios acepción de personas" (Ac 10,34 cf. Gál Ga 2,6). Y el Espíritu Santo, como lo atestigua San Pedro en la liturgia de hoy, "descendió sobre todos los que oían la palabra" (Ac 10,44).

La obra de la redención realizada por Cristo no tiene límite alguno en el espacio ni en el tiempo. Abraza a cada uno y a todos. Cristo murió en la cruz por todos y ganó para todos esta Vida divina, cuya potencia se ha manifestado en la Resurrección.

A esta grande y universal alegría pascual de la Iglesia deseo asociar hoy, de modo particular, la alegría de mis compatriotas, la alegría de la Iglesia en Polonia, que manifiesta la presencia de tantos peregrinos de todo el mundo con el ilustre y amadísimo Primado de Polonia, cardenal Stefan Wyszynski, con los arzobispos y metropolitanos de Cracovia y Wroclaw, y con tantos representantes del Episcopado polaco. Celebrando este santísimo Sacrificio queremos expresar a Dios, que es "Amor", nuestra gratitud por el milenio de la fe y de la permanencia en la unión con la Iglesia de Cristo. Por el milenio de la presencia de Polonia, siempre fiel, en este centro espiritual de la catolicidad y de la universalidad, que es la tumba de San Pedro en Roma, como también esta espléndida Basílica, construida sobre ella.

2. El motivo de nuestra especial alegría es, este año, el jubileo de San Estanislao, obispo de Cracovia y mártir. Han pasado, pues, 900 años desde que este obispo sufrió el martirio de manos del rey Boleslao. Se expuso a la muerte llamando al rey y pidiéndole que cambiara de actitud. La espada real no perdonó al obispo; lo alcanzó durante la celebración del santísimo Sacrificio, y de golpe lo privó de su vida. Testigo de este momento ha quedado la preciosísima reliquia del cráneo del obispo, en el que están visibles todavía hoy las señales de los golpes mortales. Esta reliquia, custodiada en un precioso relicario, es llevada cada año, desde hace muchos siglos, de la catedral de Wavel a la iglesia de San Miguel en Skalka (Rupella) en el mes de mayo, cuando se celebran en Polonia las solemnidades de San Estanislao. En esta procesión, a través de los siglos, participan los reyes polacos, los sucesores de ese Boleslao, que causó la muerte al obispo, y que, según la tradición, acabó la vida como penitente convertido.

El himno litúrgico en honor de San Estanislao resonaba como canto solemne de la nación, que acogió al mártir como a propio patrono. He aquí las primeras palabras de este himno: "Gaude mater Polonia / Prole fecunda nobili / Summi Regis magnalia. / Laude frecuenta vígili".

3. Hoy yo, en la historia de la Iglesia, primer Papa de la estirpe de los polacos y de los pueblos eslavos, celebro con gratitud la memoria de San Estanislao, porque hasta hace algunos meses era su sucesor en la sede episcopal de Cracovia. Y junto con mis compatriotas reunidos aquí, expreso la más viva gratitud a todos los que participan en esta solemnidad. Dentro de dos semanas tendré la suerte de ir en peregrinación a Polonia, para dar gracias a Dios por el milenio de la fe y de la Iglesia, que se funda sobre San Estanislao como sobre una piedra angular. Y aunque este acontecimiento es sobre todo el jubileo de la Iglesia en Polonia, lo expresamos también en la dimensión de la Iglesia universal, porque la Iglesia es una gran familia de pueblos y naciones, que, en el momento preciso, han contribuido todos a hacer una comunidad, mediante el propio testimonio y el propio don, y han puesto así de relieve su participación en la unidad universal.

Este don, hace 900 años, fue el sacrificio de San Estanislao.

96 4. Podemos recordar después de 900 años, el gran misterio de San Estanislao uniéndolo al mismo misterio pascual de Cristo. Así lo ha hecho el Episcopado polaco en su Carta pastoral a todos los . polacos de dentro y fuera de las fronteras de la patria, para prepararlos al jubileo de este año.

Este es el párrafo de la Carta:

«Meditando en la oración sobre este martirio, perdura todavía en nosotros el recuerdo cuaresmal de la pasión de nuestro Salvador Jesucristo. El llamó a sus discípulos a participar en esta pasión: "el que quiera ser mi discípulo, tome su cruz... y sígame". Si a partir de su muerte y resurrección los discípulos del Señor dieron su sangre durante siglos en testimonio de fe y amor, esto se hizo siempre con El y en El. Cristo les atrae hacia su Corazón traspasado y quedan unidos a El. Todo martirio religioso sólo en la muerte de Cristo encuentra su sentido y valor, y llega a ser plenamente comprendido y fructífero. La cruz de la vida y el martirio de San Estanislao en su esencia estaban muy cercanas a la cruz y muerte de Jesucristo en el Calvario. Tenían el mismo significado. Cristo defendía la verdad de su Padre, Dios eterno: defendía la verdad de Sí mismo, Hijo de Dios; defendía también la verdad del hombre, de su vocación y destino, de su dignidad de hijo de Dios. Defendía al hombre que en la verdad vive bajo el poder terreno, pero de modo más incomparable vive bajo la potestad divina. Que el fruto de este santo jubileo sea la fidelidad a la sangre que Cristo derramó en el Calvario para salvar al hombre, para salvar a cada uno de nosotros: la fidelidad a la Madre Dolorosa de Cristo; la fidelidad al martirio y sacrificio de San Estanislao».

¡Con cuánto regocijo leo estas palabras! Pues nos permiten comprender mejor lo que proclama la liturgia de San Estanislao: vivit victor sub glaudio.En efecto, sobre la cabeza del obispo de Cracovia, Estanislao de Szczepanow, en el año 1079, cayó la espada que le quitó la vida; y bajo aquella espada fue vencido el obispo. Boleslao eliminó de su camino a su adversario. El gran drama se cerró en las fronteras limitadas del tiempo. Pero sin embargo, si la fuerza de la espada consiguió terminar el drama en el momento del sacrificio y de la muerte, en el mismo instante la fuerza del Espíritu que es Vida y Amor, comenzó a revelarse y a crecer. Ha irradiado de sus reliquias y alcanzado a los pueblos de las tierras de los Piastas y los ha unido. La fuerza material de la espada puede matar y destruir; en cambio, reavivar y unir de modo estable sólo pueden hacerlo el amor y la fuerza espiritual. El amor se manifiesta en la muerte cuando "alguno da la vida por sus amigos" (
Jn 15,13).

Alegrémonos de poder alabar a Dios hoy por la revelación de su amor en la muerte de San Estanislao, servidor de la Eucaristía y servidor del Pueblo ele Dios en la sede de Cracovia.

La Iglesia en Polonia está agradecida a la Sede de Pedro, porque acogió mediante el bautismo, en 996, a la nación en la gran comunidad de la familia de los pueblos.

La Iglesia en Polonia está agradecida a la Sede de San Pedro, porque el obispo y mártir San Estanislao de Szczepanow fue elevado a los altares y proclamado Patrono de los polacos.

La Iglesia en Polonia, mediante la memoria de su Patrono, confiesa la fuerza del Espíritu Santo, la fuerza del Amor, que es más fuerte que la muerte.

Y con esta confesión desea servir a los hombres de nuestro tiempo. Desea servir a la Iglesia en su misión universal en el mundo contemporáneo. Desea contribuir al robustecimiento de la fe, de la esperanza y de la caridad, no sólo en su pueblo, sino también en las otras naciones y pueblos de Europa y de todo el mundo.

Junto a la tumba de San Pedro oremos con la humildad más profunda, para que este testimonio y esta prontitud de servir sean aceptados mediante la Iglesia de Dios que está "en toda la tierra". Oremos con humildad, con amor y con la veneración más profunda, para que los acepte Dios omnipotente, Escudriñador de nuestros corazones y Padre del siglo futuro.

MISA EN LA IGLESIA ROMANA DE SAN ANTONIO DE LOS PORTUGUESES



Miércoles 23 de mayo de 1979



97 Señor cardenal patriarca y venerables hermanos en el Episcopado;
Excelentísimos señores;
queridísimos hijos e hijas de Portugal "fidelísimo":

¡La gracia del Señor Jesús esté con todos vosotros!

Os saludo cordialmente con aprecio y agradecimiento por la alegría de este encuentro. Y por medio de vosotros, sobre todo por medio de los amados obispos, mis hermanos, y de los señores Embajadores, saludo al querido pueblo portugués.

Nos congregó aquí el amor de Cristo con el fin de alabar y dar gracias a Dios. El motivo es una llamada y una respuesta que nos llegan a lo largo de ocho siglos. La llamada hecha por mi predecesor Alejandro III en la Bula Manifestis probatum, a vuestro primer rey Don Alfonso Henriques, se dirigía a Portugal, y decía: "Sumiso y devoto a la Santa Iglesia Romana, ejercitándote... en la dilatación de los confines de la fe cristiana: que la Sede Apostólica se alegre siempre por tan devoto y glorioso hijo y descanse en tu amor" (Bula Manifestis probatum, 23 mayo 1179; Lisboa, Torre do Tombo, Códices de Bulas, m. 16, doc. 20). Y la respuesta dada por el pueblo de Portugal a lo largo de su historia.

En esta fecha significativa, aquí en la iglesia de San Antonio de los Portugueses de Roma, muy próxima a la tumba de San Pedro, entre los motivos de gozo común en nuestra alabanza a Dios —como ha afirmado en su discurso el señor cardenal patriarca— sobresalen las relaciones entre Portugal y la Sede Apostólica en ocho siglos de historia recorridos juntos.

Lo que caracterizó este camino en su conjunto quizá se pueda sintetizar en esto: fidelidad a la Iglesia, Madre y Maestra de los pueblos, por parte de Portugal, desde que su primer rey por medio de su carta Claves regni (Carta al Papa Lucio II, 13 diciembre 1143) ofreció a la Iglesia romana la tierra portuguesa; y buena voluntad de parte de la Santa Sede que llegó a conceder a Portugal el título de "fidelísimo" en la persona de sus Soberanos (Benedicto XIV, Bula Charissime in Christo al rey de Portugal Don Juan V, 17 diciembre 1748. Bullarium Romanum, Venetiis 1778, t. II, pág. 1)

En la representación selecta que contemplo aquí hoy orando con el Papa, veo la herencia e identidad del Portugal cristiano, con fidelidades antiguas y renovadas, con aspiraciones pasadas y presentes. Son conocidas de Dios y en este momento dejo en el corazón, las evocaciones respetuosas y menciones debidas de personas y hechos que marcaron en vuestra patria la vida de la Iglesia una y única, solícita siempre y en todas partes de la vocación del hombre en Cristo (cf. Redemptor hominis
RH 18).

En nuestra liturgia de acción de gracias al Señor, quisiera mencionar brevemente tres coordenadas de la trayectoria de fidelidad a Dios y a la Iglesia de la vida cristiana y la piedad del querido pueblo portugués, como otros tantos motivos de regocijo en el Señor y de estímulo para el futuro. Estas coordenadas son:

— Cristo, Redentor y Salvador, no por azar figura cual símbolo expresivo en los ángulos de la bandera patria, cuya cruz distinguía a las carabelas del siglo XVI lanzadas a aventuras gloriosas por motivos también de "atrevimientos cristianos" (Luís de Camões, Lusíadas, canto VII, 14).

98 — La Virgen Santísima, Madre de Dios y Madre de la Iglesia, Nuestra Señora, como preferís llamarla, que en la "casa lusitana" y "tierra de Santa María", en un momento determinado de la historia pasó de ser "Señora" a ser "Reina de Portugal" (cf. Acta de proclamación de Nuestra Señora de la Concepción, como Patrona de Portugal, en las Cortes de Lisboa, de 1646. Citada por el p. Miguel Oliveira en su Historia eclesiástica de Portugal, Lisboa 1958; págs. 333 y ss.).

— La vivencia de una dimensión esencial de la Iglesia que es la de ser por naturaleza misionera (Ad gentes
AGD 1): la obra de evangelización llevada a cabo constituye una de las glorias religiosas más genuinas de Portugal (cf. Pío XII, Encíclica Saeculo exeunte octavo al Episcopado portugués EN 1966).

A la luz del pasado, este grato encuentro de hoy —Portugal del presente o presente de la Iglesia en vuestra patria con el Sucesor de San Pedro— entraña voluntad de continuidad en la línea de vuestras fidelidades. Ojalá que buscando el bien común —ley suprema de la sociedad, según Dios— todos los portugueses se afanen por cultivar los valores espirituales en clima social de moralidad, justicia, paz y amor fraterno.

Sí, amados portugueses: cultivad la dignidad personal, conservad el buen espíritu de familia y respetad la vida y al Señor de la vida y Señor de la historia; que al vivir y testimoniar vuestra opción por Cristo, continuéis escuchando a vuestro escritor épico y "hagáis mucho en la santa cristiandad" (Luís de Camões, Lusíadas, canto VII, 3).

En vosotros aquí presentes bendigo vuestra tierra y vuestro pueblo —personas, familias y comunidades— y a sus responsables, pensando asimismo en vuestros emigrantes y con particular afecto en mis hermanos los obispos. El Papa os ama a todos y confía en vosotros.

Y concentrando la mente y el corazón en Cristo "para quien y por quien son todas las cosas" (He 2,10) en esta Eucaristía y por mediación de Nuestra Señora y de todos los santos de vuestra tierra, vamos a continuar alabando, agradeciendo y pidiendo por Portugal a Dios Padre, unidos en el Espíritu Santo. Amén.

SANTA MISA PARA LOS SUPERIORES Y ALUMNOS

DEL VENERABLE COLEGIO INGLÉS DE ROMA



Solemnidad de la Ascensión

Gruta de Nuestra Señora de Lourdes en los jardines vaticanos

Jueves 24 de mayo de 1979



Queridos hijos, hermanos y amigos en Jesucristo:

En esta solemnidad de la Ascensión de Nuestro Señor, el Papa se complace en ofrecer el Sacrificio eucarístico con vosotros y por vosotros. Me siento feliz de hallarme con los estudiantes y todo el personal del Venerable Colegio Inglés, en este año en que conmemoráis el IV centenario. Y hoy me siento especialmente cercano a vosotros, a vuestros padres y familias, y a todos los fieles de Inglaterra y Gales que están unidos en la fe de Pedro y Pablo, en la fe de Jesucristo. Las tradiciones de generosidad y fidelidad que han sido una constante de vuestro Colegio durante 400 años, están presentes en mi corazón esta mañana. Habéis venido a agradecer y alabar a Dios por lo que su gracia ha hecho en el pasado, y a recibir fuerzas para seguir caminando —bajo la protección de Nuestra Señora bendita—con el mismo fervor de vuestros antepasados, de los muchos que dieron la vida por la fe católica.

99 Una palabra cordial de bienvenida dirijo asimismo a los nuevos sacerdotes del Pontificio Colegio Beda. También para vosotros es éste un momento de desafío especial a mantener vivos los ideales que resplandecen en vuestro Patrono, San Beda el Venerable, a quien conmemoráis mañana. Bienvenidos igualmente todo el personal y vuestros compañeros de estudios.

Con gozo, por tanto, y con propósitos recién estrenados para el futuro, reflexionemos brevemente sobre el gran misterio de la liturgia de hoy. En las lecturas de la Escritura se nos resume todo el significado de la Ascensión de Cristo. La riqueza de este misterio se descubre en dos afirmaciones: "Jesús les dio instrucciones" y después "Jesús ocupó su puesto".

En la providencia de Dios —en el eterno designio del Padre— había llegado para Cristo la hora de partir. Iba a dejar a sus Apóstoles con su Madre, María, pero sólo después de haberles dado instrucciones. Ahora los Apóstoles tienen una misión que cumplir siguiendo las instrucciones que les dejó Jesús, instrucciones que eran a su vez expresión de la voluntad del Padre.

Las instrucciones indicaban ante todo que los Apóstoles debían esperar al Espíritu Santo, que era don del Padre. Desde el principio estaba claro como el cristal que la fuente de la fuerza de los Apóstoles. es el Espíritu Santo. Es el Espíritu Santo quien guía a la Iglesia por el camino de la verdad; se ha de extender el Evangelio por el poder de Dios; y no por medio de la sabiduría y fuerza humanas.

Además, a los Apóstoles se les instruyó para enseñar y proclamar la Buena Nueva en el mundo entero. Y tenían que bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Al igual que Jesús, debían hablar explícitamente del Reino de Dios y de la salvación. Los Apóstoles tenían que dar testimonio de Cristo "hasta los confines de la tierra". La. Iglesia naciente entendió claramente estas instrucciones y comenzó la era misionera. Y todos supieron que la era misionera no terminaría antes de que volviera de nuevo el mismo Jesús que había ascendido al cielo.

Las palabras de Jesús se convirtieron para la Iglesia en un tesoro que custodiar, proclamar, meditar y vivir. Al mismo tiempo, el Espíritu Santo implantó en la Iglesia un carisma apostólico a fin de mantener intacta esta revelación. A través de sus palabras Jesús iba a vivir en su Iglesia: "Yo . estaré siempre con vosotros". De este modo la comunidad eclesial tuvo conciencia de la necesidad de ser fieles a las instrucciones de Jesús, al depósito de la fe. Esa solicitud se transmitiría de generación en generación hasta nuestros días. Basándome en este principio hablé recientemente a vuestros rectores afirmando que «la primera prioridad de los seminarios hoy en día es la enseñanza de la Palabra de Dios en toda su pureza e integridad, con todas sus exigencias y todo su poder. La Palabra de Dios y sólo la Palabra de Dios, es el fundamento de todo ministerio, de toda actividad pastoral, de toda acción sacerdotal. El poder de la Palabra de Dios fue la base dinámica del Concilio Vaticano II, y Juan XXIII lo puso de manifiesto claramente el día de la inauguración: “Lo que principalmente atañe al Concilio es esto: que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado en forma cada vez más eficaz” (Discurso del 11 de octubre de 1962). Y si los seminaristas de esta generación han de estar adecuadamente preparados a asumir la herencia y el reto de este Concilio, deben estar formados sobre todo en la Palabra de Dios, en el “sagrado depósito de la doctrina cristiana”» (Discurso del 3 de marzo de 1979; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 1 de abril de 1979, pág. 6). Sí, queridos hijos, nuestro gran desafío es el de ser fieles a las instrucciones del Señor Jesús.

Y la segunda reflexión sobre el significado de la Ascensión se halla en esta frase: "Jesús ocupó su puesto". Después de haber pasado por la humillación de su pasión y muerte, Jesús ocupa su puesto a la diestra de Dios, ocupa su puesto junto a su eterno Padre. Pero también entró en el cielo como Cabeza nuestra. Según las palabras de San León Magno, "la gloria de la Cabeza" se convirtió en "la esperanza del cuerpo" (cf. Sermón sobre la Ascensión del Señor). Para toda la eternidad Jesús ocupa su puesto de "primogénito entre muchos hermanos" (
Rm 8,29): nuestra naturaleza está con Dios en Cristo. Y en cuanto hombre el Señor Jesús vive para siempre intercediendo por nosotros ente su Padre (cf. Heb He 7,25). Al mismo tiempo, desde su trono de gloria Jesús envía a toda la Iglesia un mensaje de esperanza y una llamada a la santidad.

Por los méritos de Cristo, a causa de su intercesión ante el Padre, somos capaces de alcanzar en él justicia y santidad de vida. Claro está que la Iglesia puede experimentar dificultades, el Evangelio puede encontrar obstáculos, pero puesto que Jesús está a la derecha del Padre, la Iglesia jamás conocerá el fracaso. La victoria de Cristo es la nuestra. El poder de Cristo glorificado, Hijo amado del Padre eterno, es superabundante para mantenernos a cada uno y a todos en la fidelidad de nuestra dedicación al Reino de Dios y en la generosidad de nuestro celibato. La eficacia de la Ascensión de Cristo nos alcanza a todos en la realidad concreta de la vida diaria. Por razón de este misterio la vocación de toda la Iglesia está en "esperar con alegre esperanza la venida de Nuestro Salvador Jesucristo".

Queridos hijos: Vivid imbuidos de la esperanza que es parte tan grande del misterio de la Ascensión de Jesús. Tened conciencia honda de la victoria v triunfo de Cristo sobre el pecado y la muerte. Estad convencidos de que la fuerza de Cristo es mayor que nuestra debilidad, mayor que la debilidad del mundo entero. Procurad entender y tomar parte en el gozo que experimentó María al conocer que su Hijo había ocupado su lugar junto al Padre, a quien amaba infinitamente. Y renovad hoy vuestra fe en la promesa de Nuestro Señor Jesucristo que se fue a prepararnos un lugar, para venir de nuevo y llevarnos con El.

Este es el misterio de la Ascensión de nuestra Cabeza. Recordémoslo siempre: "Jesús les dio instrucciones", y después “Jesús ocupó su puesto”. Amén.

CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN SANTA MARÍA IN VALLICELLA

EN LA FESTIVIDAD DE SAN FELIPE NERI



Sábado 26 de mayo de 1979



100 Queridísimos hermanos y hermanas:

No podía faltar mi visita a este lugar santo y amado por los romanos, para venerar a quien fue llamado "el apóstol de la Urbe", San Felipe Neri, compatrono de esta alma ciudad.

¡Mi venida era un deber, era una necesidad del alma y era también una ansiosa espera! En esta iglesia donde reposa el cuerpo de San Felipe Neri, presento ante todo mi saludo más cordial a los sacerdotes, hermanos suyos.

Pero después saludo con particular amor a vosotros, fieles, y a través de vosotros a todos los fieles de Roma, ciudad de San Felipe Neri, tan querida y beneficiada por él, cuyo recuerdo vivo y santificante está presente todavía.

Sabéis que en el tiempo de su estancia en Roma, desde 1534, cuando llegó desconocido y pobre peregrino, hasta 1595, año de su venturosa muerte, San Felipe Neri tuvo un amor vivísimo a Roma. ¡Para Roma vivió, trabajó, estudió, sufrió, oró, amó, murió! ¡Tuvo a Roma en la mente y en su corazón, en sus preocupaciones, en sus proyectos, en sus instituciones, en sus alegrías y también en sus dolores! Para Roma San Felipe fue hombre de cultura y de caridad, de estudio y de organización, de enseñanza y de oración; para Roma fue sacerdote santo, confesor infatigable, educador ingenioso y amigo de todos, y de modo especial fue consejero experto y delicado director de conciencias. A él recurrieron Papas y cardenales, obispos y sacerdotes; príncipes y políticos, religiosos y artistas: en su corazón de padre y de amigo confiaron personas ilustres, como el histórico Cesare Baronio y el célebre compositor Palestrina, San Carlos Borromeo, San Ignacio de Loyola y el cardenal Federigo Borromeo.

Pero aquella pequeña y pobre estancia de su apartamento fue sobre todo meta de una multitud inmensa de personas humildes del pueblo, de personas que sufrían, de desheredados, de marginados de la sociedad, de jóvenes, de niños, que acudían a él para recibir consejo, perdón, paz, ánimo, ayuda material y espiritual. La actividad benéfica de San Felipe fue tal, y tanta, que la magistratura de Roma decretó regalar cada año un cáliz a su iglesia en el día del aniversario de su muerte, como signo de veneración y gratitud.

Viviendo en un siglo dramático, embriagado por los descubrimientos del ingenio humano y de las artes clásicas y paganas, pero en crisis radical por el cambio de mentalidad, San Felipe, hombre de profunda fe y sacerdote fervoroso, genial y clarividente, dotado también de carismas especiales, supo mantener indemne el depósito de la verdad recibida y lo transmitió íntegro y puro, viviéndolo enteramente y anunciándolo sin compromisos.

Por este motivo su mensaje es siempre actual y debernos escucharlo y seguir su ejemplo.

En la preciosa mina de sus enseñanzas y del anecdotario de su vida, siempre tan interesante y cautivadora, algunas perspectivas pueden considerarse particularmente actuales para el mundo de hoy.

1. La humildad de la inteligencia

Es la primera llamada de San Felipe.

101 En efecto, la soberbia de la inteligencia es un peligro fundamental. San Felipe la veía pavorosamente exuberante en el siglo autónomo y rebelde, y por esto insistía especialmente en la humildad de la razón y en la penitencia interior. La inteligencia es don de Dios que hace al hombre semejante a El; pero la inteligencia debe aceptar sus límites.

La inteligencia debe llegar al Principio necesario y absoluto que rige el universo; reconocer las pruebas históricas que demuestran la divinidad de Jesucristo y la misión divina de la Iglesia; y luego detenerse frente al misterio de Dios, que, siendo infinito, permanece siempre oscuro en su naturaleza y en sus operaciones; la inteligencia debe aceptar su ley, que es ley de amor y de salvación y abandonarse con confianza a su plan, que, siendo eterno, supera ontológicamente toda perspectiva humana.

San Felipe insistía en este sentido de humildad frente a Dios. Llevando la mano a la frente, solía afirmar: "¡La santidad cabe en tres dedos!", queriendo significar que depende esencialmente de la humildad de la inteligencia.

2. Coherencia cristiana

Es la segunda enseñanza de San Felipe, muy válida y siempre actual.

Con sabiduría cristiana supo sacar de los principios de la fe las razones profundas de su actividad y de toda su vida. Y de esta lógica de la fe nace espontáneo un estilo de vida, caracterizado por la alegría, la confianza, la serenidad, el sano optimismo, que no es facilonería banal e insensible, sino visión trascendente de la historia, visión escatológica de la realidad humana. De esta alegría interior nacía su extraordinaria fuerza de apostolado y su fino y proverbial humorismo, por el que fue llamado "el santo de la alegría" y su casa fue llamada "casa de la alegría". Sobre este estilo de vida dulce y austero, alegre y comprometido, fundó el "Oratorio", que se difundió por el mundo entero y que entre tantos méritos tuvo también el del desarrollo de la música y del canto sagrado.

Escribía San Pablo: "Alegraos siempre en el Señor; de nuevo os digo: alegraos. Vuestra amabilidad sea notoria a todos los hombres" ( Flp
Ph 4,4-5).

Así fue San Felipe: hombre de alegría y afabilidad. Quiera el cielo que también cada uno de nosotros pueda gozar esta alegría que nace de la fe cristiana convencida y vivida.

3. La pedagogía de la gracia

Es una tercera enseñanza de nuestro santo, muy actual y necesaria.

San Felipe, con respeto pleno a la personalidad de cada uno, planteó el "proyecto educativo" apoyándose en la realidad de la "gracia" y lo desarrolló en cinco directrices principales: el conocimiento delicado de cada uno de les niños y jóvenes mediante la escucha paciente y afectuosa, —la iluminación de la mente con las verdades de la fe mediante lecturas y meditaciones, —la devoción eucarística y mariana, —la caridad para con el prójimo, —el juego en sus más variadas manifestaciones.

102 El mundo de hoy tiene necesidad extrema de educadores sensibles y preparados, que enseñen a vencer la tristeza y el afán de soledad y de incomunicación que atormenta a muchos jóvenes y a veces incluso los abate.

Como San Felipe enseñad vosotros, padres y educadores, "cuanto hay de verdadero, de honorable, de justo, de puro, de amable, de saludable, de virtuoso y de digno de alabanza" (
Ph 4,8).

Queridos fieles de Roma:

¡Cuántas cosas podemos y debemos aprender de nuestro gran santo! El nos habla a cada uno de nosotros: Cor ad cor loquitur, como decía el cardenal Newman, convertido del anglicanismo. El, cuando después de largas y meticulosas investigaciones históricas y después de sufrimientos interiores, se vio apremiado por la evidencia de las pruebas a abrazar el catolicismo y entrar en la Iglesia de Roma, al conocer la vida y la espiritualidad de San Felipe, por su profundidad, equilibrio y discreción, se enamoró tanto de él, que quiso ser sacerdote oratoriano. Fundó el primer "Oratorio" en Inglaterra, siguió siempre sus ejemplos, como atestiguan sus admirables discursos, y lo llamó "mi personal padre y patrono", y en el nombre de San Felipe terminó su obra más famosa Apologia pro vita sua.

También para nosotros San Felipe continúa siendo "padre". ¡Invoquémosle! ¡Escuchémosle! Una de las características más amables fue el tierno amor a María Santísima, a la que llamaba frecuentemente Mater gratiae con confianza total y filial.

Afirmaba, lleno de ternura hacia la Madre del cielo: "Esta sola razón debería bastar para tener alegre a un fiel, saber que tiene a María Virgen junto a Dios, que reza por él" (Vita di San Filippo Neri Fiorentino, escrita por el p. Pietro Giacomo Bacci).

Escuchemos a San Felipe Neri, convencidos de que él, que amó tanto a Roma en vida, continúa protegiendo y ayudando a sus hijos.

Y ahora, antes de comenzar la liturgia del Sacrificio, pensemos un momento en lo que ha sucedido hace algunos días en nuestra querida ciudad de Roma: la muerte atroz de un joven somalí, emigrado aquí, víctima anónima de un gesto absurdo, ha levantado un movimiento de indignación y protesta en todo el mundo y ha desgarrado también mi corazón de Padre.

Y, además, elevemos una oración por el pobre difunto y por todas las víctimas de la crueldad y de la violencia humana, y sobre todo prometamos, cada uno personalmente en su ámbito y en su responsabilidad, vivir el Evangelio con fidelidad absoluta siguiendo las huellas de San Felipe Neri.

ORDENACIÓN EPISCOPAL DE 26 PRESBÍTEROS



Basílica de San Pedro

Domingo 27 de mayo de 1979



103 1. "Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muestra a cuáles escoges" (Ac 1,24).

Así oraron los Apóstoles reunidos en el Cenáculo de Jerusalén, cuando por vez primera tuvieron que cubrir el puesto que quedó vacío en su comunidad. En efecto, era necesario que los Doce continuaran dando testimonio del Señor y de su resurrección. Cristo había constituido en su momento a los Doce. Y he aquí que ahora, después de la pérdida de Judas, era necesario afrontar por vez primera el deber de decidir en nombre del Señor quién habría de ocupar el puesto vacante.

Entonces los reunidos oraron precisamente así: "Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muestra a cuál de estos dos escoges, para ocupar el lugar de este ministerio y el apostolado..." (Ac 1,24-25).

Lo que hace tanto tiempo tuvo lugar en la Iglesia primitiva, se repite también hoy. He aquí que han sido elegidos los que deben ocupar los diversos puestos "en el ministerio y en el apostolado". Han sido elegidos después de una ferviente oración de toda la Iglesia y de cada una de las comunidades que tiene necesidad de ellos y a la que servirán.

Así habéis sido escogidos vosotros, queridos hermanos. Hoy os encontráis aquí junto a la tumba de San Pedro para recibir la consagración episcopal.Sin duda también hoy, como durante todo el período precedente de preparación a la ordenación episcopal, cada uno de vosotros repite en esta Basílica: «Señor, Tú conoces los corazones de todos. Tú conoces también mi corazón. Señor, Tú mismo te has complacido en elegirme. Tú mismo dijiste una vez a los Apóstoles, después de haberles llamado: "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca" » (Jn 15,16).

2. "Como dista el oriente del occidente..." (Ps 102 [103], 12).

Verdaderamente, venerables y queridos hermanos, habéis venido aquí de diversas partes del mundo, del oriente y del occidente, del sur y del norte. Vuestra presencia manifiesta la alegría pascual de la Iglesia, que ya puede atestiguar en las distintas partes de la tierra "que el Padre envió a su Hijo por salvador del mundo" (1Jn 4,14).

A este propósito, en lenguaje bello y sugestivo y a la vez sencillo, me gustaría describir y como reunir a los países, de los que provenís vosotros ordenandos, comenzando por el Oriente más lejano, Filipinas, India, y luego, a través de África (Sudán y Etiopía), pasar por América del Sur (Brasil, Nicaragua y Chile) y del Norte (Estados Unidos y Canadá), y después llegar también a Europa (Italia, Bulgaria, España y Noruega).

El tiempo, por desgracia, no me lo permite. Sin embargo, la presencia entre los ordenandos de un obispo de Bulgaria, me ofrece la ocasión de dirigir un pensamiento particular a esa noble nación, cristiana desde hace tantos siglos. Aprovecho esta alegre circunstancia para enviar un saludo afectuoso a todos mis hermanos y hermanas católicos, de rito latino y bizantino que, aunque su número no sea grande, dan testimonio de la vitalidad de su fe en el amor hacia la patria y en el servicio a las comunidades a las que pertenecen. Un respetuoso saludo además a la venerable Iglesia ortodoxa búlgara y a todos sus hijos.

Entre los ordenandos hay también tres arzobispos, llamados a servir, de modo especial, la misión universal de la Sede Apostólica: el Secretario del Consejo para los Asuntos Públicos de la Iglesia y dos Representantes Pontificios. Su mandato brota, como una exigencia natural y necesaria, de la función específica confiada a Pedro en el seno del Colegio Apostólico y de toda la comunidad eclesial. Su tarea es, pues, ser ministros de la unidad "católica", como "siervos de los siervos de Dios", junto con aquel a quien representan.

3. Dentro de poco, pues, mediante la consagración episcopal, recibiréis una singular participación del sacerdocio de Cristo, la participación más plena. De este modo os convertiréis en pastores del Pueblo de Dios en diversos lugares de la tierra, cada uno con su propia función al servicio de la Iglesia.

104 Y Cristo mismo, como ha recordado el Concilio Vaticano II, quiso que "los sucesores de los Apóstoles, es decir, los obispos, fueran Pastores en la Iglesia hasta el fin de los siglos" (cf. Lumen gentium LG 18). Obedientes a esta voluntad de su Maestro, los Apóstoles "no sólo tuvieron diversos colaboradores en el ministerio, sino que (...) les dieron la orden de que, al morir ellos, otros varones probados se hicieran cargo de su ministerio (...). Así, como atestigua San Ireneo, por medio de aquellos que fueron instituidos por los Apóstoles obispos y sucesores suyos hasta nosotros, se manifiesta y se conserva la tradición apostólica en todo el mundo (ib. 20).

El Concilio ha ilustrado ampliamente la función esencial que los obispos desarrollan en la vida de la Iglesia. Entre los muchos textos que se refieren a este tema, baste citar la síntesis vigorosa contenida en ese pasaje de la Lumen gentium, donde sobre la base del dato de fe, según el cual "en la persona de los obispos (...) está presente en medio de los fieles el Señor Jesucristo" mismo, se deduce con coherencia lógica: Cristo "a través de su servicio eximio, predica la palabra de Dios a todas las gentes y administra continuamente los sacramentos de la fe a los creyentes, y por medio de su oficio paterno (cf. 1Co 4,15) va incorporando nuevos miembros a su Cuerpo con la regeneración sobrenatural; finalmente, por medio de su sabiduría y prudencia, dirige y ordena al Pueblo del Nuevo Testamento en su peregrinar hacia la felicidad eterna" (ib. 21).

A la luz de estas límpidas y ricas afirmaciones conciliares, expreso la alegría viva que me proporciona el conferiros hoy, queridos hermanos, la consagración episcopal y el introduciros de este modo en el Colegio de los Obispos de la Iglesia de Cristo: efectivamente, con este gesto puedo demostrar particular estima y amor a vuestros compatriotas, a vuestras naciones, a las Iglesias locales de las que habéis sido escogidos y para cuyo bien sois constituidos pastores (cf. Heb He 5,1).

Medito junto con vosotros las palabras del Evangelio de hoy: "Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os llamo amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn 15,15). Y deseo con todo el corazón congratularme con vosotros por esta amistad. ¿Qué podría haber más grande para vosotros? Y por eso no os deseo más que esto: ¡permaneced en su amistad! Permaneced en El como El permanece en el amor del Padre.

Este amor y esta amistad llenen totalmente vuestra vida y se conviertan en la fuente inspiradora de vuestras obras en el servicio que hoy asumís. Os deseo frutos abundantes y felices en este ministerio vuestro: "que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca" (Jn 15,16), que el Padre os dé todo lo que le pidáis en el nombre de Cristo (cf. Jn Jn 15,16), su Hijo eterno.

Vuestra misión y vuestro ministerio conduzcan al reforzamiento del amor recíproco, del amor común, de la unión del Pueblo de Dios en la Iglesia de Cristo, porque a través del amor y de la unión se revela el rostro de Dios en toda su luminosa sencillez: Padre, Hijo y Espíritu Santo, Dios que es amor (cf. 1Jn 4,16).

¡Y de lo que el mundo, el mundo al que somos enviados, tiene gran necesidad es precisamente del amor!



B. Juan Pablo II Homilías 94