B. Juan Pablo II Homilías 104


ACTO FINAL DEL MES DE MARÍA



Gruta de Lourdes de los jardines vaticanos

Jueves 31 de mayo de 1979



"Dichosa la que ha creído que se cumplirá lo que se le ha dicho de parte del Señor" (Lc 1,45).

1. Con este saludo la anciana Isabel alaba a su joven pariente María, que ha venido, humilde y poderosa, a prestarle sus servicios. Bajo el impulso del Espíritu Santo la madre del Bautista, antes que nadie, comienza a proclamar, en la historia de la Iglesia, las maravillas que Dios ha hecho en la muchacha de Nazaret, y ve realizada plenamente en María la bienaventuranza de la fe, porque ha creído en el cumplimiento de la palabra de Dios.

105 Al finalizar el mes mariano, en esta espléndida tarde romana, junto a este lugar que nos evoca la gruta de Lourdes, debemos reflexionar, hermanas y hermanos queridísimos, en la actitud interior fundamental de la Virgen Santísima en su relación con Dios: su fe. ¡María ha creído! Ha creído en las palabras del Señor, transmitidas por el Arcángel Gabriel; su corazón purísimo, ya entregado totalmente a Dios desde la infancia, se dilató en la Anunciación por el Fiat generoso, incondicional, con el que aceptó convertirse en la Madre del Mesías e Hijo de Dios: desde ese momento Ella, introduciéndose aún más profundamente en el plan de Dios, se dejará llevar de la mano por la misteriosa Providencia y por toda la vida, arraigada en la fe, seguirá espiritualmente, a su Hijo, convirtiéndose en su primera y perfecta "discípula" y realizando cotidianamente las exigencias de este seguimiento, según las palabras de Jesús: "El que no toma su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo" (Lc 14,27).

Así María avanzará durante toda la vida en la "peregrinación de la fe" (cf Const. Dogm. Lumen gentium LG 58), mientras su queridísimo Hijo, incomprendido, calumniado, condenado, crucificado. le señalará, día tras día, un camino doloroso, premisa necesaria para esa glorificación cantada en el Magnificat: "todas las generaciones me llamarán bienaventurada" (Lc 1,48). Pero antes, María deberá subir también al Calvario para asistir dolorosa, a la muerte de su Jesús.

La fiesta de hoy, la Visitación, nos presenta otro aspecto de la vida interior de María: su actitud de servicio humilde y de amor desinteresado para quien se encuentra en necesidad. Apenas ha sabido por el Arcángel Gabriel el estado de su pariente Isabel, se pone inmediatamente en camino hacia la montaña, para llegar "con prisa" a su ciudad de Judea, la actual "Ain Karim". El encuentro de las dos Madres es también el encuentro entre el Precursor y el Mesías que, por la mediación de su Madre, comienza a obrar la salvación haciendo exultar de alegría a Juan el Bautista todavía en el seno de la madre.

"A Dios nunca le vio nadie; si nosotros nos amamos mutuamente, Dios permanece en nosotros... Y nosotros tenemos de El este precepto: que quien ama a Dios, ame también a su hermano" (1Jn 4,12 1Jn 4,21), dirá San Juan Evangelista. Pero ¿quién mejor que María había realizado este mensaje? ¿Y quién, sino Jesús, a quien Ella llevaba en el seno, la apremiaba, la incitaba, la inspiraba esta continua actitud de servicio generoso y de amor desinteresado hacia los otros? "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir" (Mt 20,28), dirá Jesús a sus discípulos; pero su Madre ya habrá realizado perfectamente esta actitud del Hijo. Volvamos a escuchar el célebre comentario, lleno de unción espiritual, que San Ambrosio hace del viaje de María: "Alegre de cumplir su deseo, delicada en su deber, diligente en su alegría, se apresuró hacia la montaña. ¿Adónde, sino hacia las cimas, debía tender con prisa la que ya estaba llena de Dios? La gracia del Espíritu Santo no conoce obstáculos que retrasen el paso" (Expositio Evangelii secundum Lucas, II, 19; CCL 14, pág. 39).

Y si reflexionamos con particular atención sobre el pasaje de la Carta a los romanos, escuchado hace un poco, nos damos cuenta de que brota de él una imagen eficaz del comportamiento de María Santísima, para nuestra edificación: su caridad no tuvo ficciones; amaba profundamente a los otros; ferviente de espíritu, servía al Señor; alegre en la esperanza; fuerte en la tribulación; perseverante en la oración; solícita para las necesidades de los hermanos (cf. Rom Rm 12,9-13).

3. "Alegre en la esperanza": la atmósfera que empapa el episodio evangélico de la Visitación es la alegría: el misterio de la Visitación es un misterio de gozo. Juan el Bautista exulta de alegría en el seno de Santa Isabel; ésta, llena de alegría por el don de la maternidad, prorrumpe en bendiciones al Señor; María eleva el Magníficat, un himno todo desbordante de la alegría mesiánica.

Pero ¿cuál es la misteriosa fuente oculta de esta alegría? Es Jesús, a quien María ya ha concebido por obra del Espíritu Santo, y que comienza ya a derrotar lo que es la raíz del miedo, de la angustia, de la tristeza: el pecado, la esclavitud más humillante para el hombre.

Esta tarde celebramos juntos el final del mes mariano de 1979. Pero el mes de mayo no puede terminar; debe continuar en nuestra vida, porque la veneración, el amor, la devoción a la Virgen no pueden desaparecer de nuestro corazón, más aún deben crecer y manifestarse en un testimonio de vida cristiana, modelada según el ejemplo de María, "el nombre de la hermosa flor que siempre invoco / mañana y tarde", como canta el poeta Dante Alighieri (Paradiso, XXIII, 88).

¡Oh Virgen Santísima, Madre de Dios, Madre de Cristo, Madre de la Iglesia, míranos clemente en esta hora!

¡Virgo Fidelis, Virgen Fiel, ruega por nosotros! ¡Enséñanos a creer como Tú has creído! Haz que nuestra fe en Dios, en Cristo, en la Iglesia, sea siempre límpida, serena, valiente, fuerte, generosa.

¡Mater Amabilis, Madre digna de amor! ¡Mater Pulchrae Dilectionis, Madre del Amor Hermoso, ruega por nosotros! Enséñanos a amar a Dios y a nuestros hermanos como Tú los has amado: haz que nuestro amor hacia los demás sea siempre paciente, benigno, respetuoso.

106 ¡Causa nostrae letitiae, Causa de nuestra alegría, ruega por nosotros! Enséñanos a saber recoger, en la fe, la paradoja de la alegría cristiana, que nace y florece del dolor, de la renuncia, de la unión con tu Hijo crucificado: haz que nuestra alegría sea siempre auténtica y plena, para poderla comunicar a todos.

Amén

PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA

SANTA MISA




Varsovia, plaza de la Victoria

Sábado 2 de junio de 1979



Queridos connacionales,
amadísimos hermanos y hermanas participantes en el Sacrificio eucarístico que se celebra hoy en Varsovia, en la plaza de la Victoria:

Junto con vosotros deseo cantar un himno de alabanza a la Divina Providencia que me permite encontrarme aquí como peregrino.

Sabemos que Pablo VI, recientemente fallecido, —primer Papa peregrino, después de tantos siglos— deseó ardientemente pisar la tierra polaca, y en concreto Jasna Góra (Monte Claro). Hasta el final de su vida mantuvo en su corazón este deseo y con él bajó a la tumba. Y ahora sentimos que este deseo —tan fuerte y tan profundamente fundado, tanto que supera todo un pontificado— se realiza hoy y de un modo difícilmente previsible. Damos gracias por ello a la Divina Providencia por haber dado a Pablo VI un deseo tan fuerte. Le agradecemos ese estilo de Papa-peregrino que él instauró con el Concilio Vaticano II. En efecto, cuando toda la Iglesia ha tomado conciencia renovada de ser Pueblo de Dios, Pueblo que participa en la misión de Cristo, Pueblo que con esta misión atraviesa la historia, Pueblo "peregrinante", el Papa no podía ya permanecer "prisionero del Vaticano". Debía volver a ser nuevamente el Pedro peregrino, como aquel primer Pedro que desde Jerusalén, atravesando Antioquía, llegó a Roma para dar allí testimonio de Cristo, y sellarlo con su propia sangre.

Hoy me es dado realizar entre vosotros este deseo del difunto Papa Pablo VI, amadísimos hijos e hijas de mi patria. Pues cuando —por inescrutables designios de la Divina Providencia, después de la muerte de Pablo VI y después del breve pontificado que duró apenas algunas semanas de mi inmediato predecesor luan Pablo I— fui llamado, con los votos de los cardenales, de la cátedra de San Estanislao en Cracovia a la de San Pedro en Roma, comprendí inmediatamente que era mi obligación realizar aquel deseo que Pablo VI no había podido realizar en cl milenio del bautismo de Polonia.

Mi peregrinación a la patria, en el año en que la Iglesia en Polonia celebra el IX centenario de la muerte de San Estanislao, ¿no es quizá un signo concreto de nuestra peregrinación polaca a través de la historia de la Iglesia: no sólo a través de los caminos de nuestra patria, sino también a través de los de Europa y del mundo? Dejo ahora aparte mi persona, pero no obstante debo junto con todos vosotros hacerme la pregunta sobre el motivo por el cual precisamente en el año 1978 (después de tantos siglos de una tradición muy estable en este campo) ha sido llamado a la Cátedra de San Pedro un hijo de la nación polaca, de la tierra polaca. De Pedro, corno de los demás Apóstoles, Cristo exigía que fueran sus "testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta el extremo de la tierra" (Ac 1 Ac 8). Con referencia, pues, a estas palabras de Cristo, ¿no tenemos quizá el derecho de pensar que Polonia ha llegado a ser, en nuestros tiempos, tierra de un testimonio especialmente responsable? ¿Que precisamente de aquí —de Varsovia y también de Gniezno, de Jasna Góra, de Cracovia, de todo este itinerario histórico que tantas veces he recorrido en mi vida, y que en estos días aprovecho la ocasión para recorrerlo de nuevo— hay que anunciar a Cristo con gran humildad, pero también con convicción? ¿Que precisamente es necesario venir aquí, a esta tierra, siguiendo este itinerario, para captar de nuevo el testimonio de su cruz y de su resurrección? Pero, si aceptamos todo lo que en este momento me he atrevido a afirmar, ¡qué grandes deberes y obligaciones nacen de ello! ¿Seremos capaces?

2. Me es dado hoy, en la primera etapa de mi peregrinación papal a Polonia, celebrar el Sacrificio Eucarístico en Varsovia, en la plaza de la Victoria. La liturgia de la tarde del sábado, vigilia de Pentecostés, nos lleva al Cenáculo de Jerusalén en el que los Apóstoles —reunidos en torno a María, Madre de Cristo— recibieron, al día siguiente, el Espíritu Santo. Recibieron el Espíritu que Cristo, por medio de la cruz, obtuvo para ellos, a fin de que con la fuerza de este Espíritu pudieran cumplir su mandato. "Id, pues; enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado" (Mt 28,19-20). Con estas palabras Cristo el Señor, antes de dejar el mundo, transmitió a los Apóstoles su último encargo, su "mandato misionero". Y añadió: "Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo" (Mt 28,20).

107 Es providencial que mi peregrinación a Polonia, con ocasión del IX centenario del martirio de San Estanislao, coincida con el período de Pentecostés, y con la solemnidad de la Santísima Trinidad. De este modo puedo, realizando el deseo póstumo de Pablo VI, vivir una vez más el milenio del bautismo en tierra polaca, y encuadrar el jubileo de San Estanislao de este año en este milenio, con el que empezó la historia de la nación y de la Iglesia. Precisamente la solemnidad de Pentecostés y de la Santísima Trinidad nos acercan a este comienzo. En los Apóstoles, que reciben el Espíritu Santo el día de Pentecostés, están ya de alguna manera espiritualmente presentes todos sus Sucesores, todos los obispos. también aquellos a quienes tocaría, mil años después, anunciar el Evangelio en tierra polaca. También este Estanislao de Szczepanów, el cual pagó con la sangre su misión en la cátedra de Cracovia hace nueve siglos.

Y entre estos Apóstoles —y alrededor de ellos— el día de Pentecostés, están reunidos no sólo los representantes de aquellos pueblos y lenguas, que enumera el libro de los Hechos de los Apóstoles. Ya entonces estaban reunidos a su alrededor diversos pueblos y naciones que, mediante la luz del Evangelio y la fuerza del Espíritu Santo, entrarán en la Iglesia en distintas épocas y siglos. El día de Pentecostés es el día del nacimiento de la fe y de la Iglesia también en nuestra tierra polaca. Es el comienzo del anuncio de grandes cosas del Señor, también en nuestra lengua polaca. Es el comienzo del cristianismo también en la vida de nuestra nación: en su historia, en su cultura, en sus pruebas.

3. a) La Iglesia llevó a Polonia Cristo, es decir, la clave para comprender esa gran y fundamental realidad que es el hombre. No se puede de hecho comprender al hombre hasta el fondo sin Cristo. O más bien, el hombre no es capaz de comprenderse a sí mismo hasta el fondo sin Cristo. No puede entender quién es, ni cuál es su verdadera dignidad, ni cuál es su vocación, ni su destino final. No puede entender todo esto sin Cristo.

Y por esto no se puede excluir a Cristo de la historia del hombre en ninguna parte del globo, y en ninguna longitud y latitud geográfica. Excluir a Cristo de la historia del hombre es un acto contra el hombre. Sin El no es posible entender la historia de Polonia, y sobre todo la historia de los hombres que han pasado o pasan por esta tierra. Historia de los hombres. La historia de la nación es sobre todo historia de los hombres. Y la historia de cada hombre se desarrolla en Jesucristo. En El se hace historia de la salvación.

La historia de la nación merece una adecuada valoración según la aportación que ella ha dado al desarrollo del hombre y de la humanidad, a la inteligencia, al corazón y a la conciencia. Esta es la corriente de cultura más profunda. Y es su apoyo más sólido. Su médula, su fuerza. Sin Cristo no es posible entender y valorar la aportación de la nación polaca al desarrollo del hombre y de su humanidad en el pasado y su aportación también hoy: "Esta vieja encina ha crecido asf y no la ha abatido viento alguno, porque su raíz es Cristo" (Piotr Skarga, Kazania sejmowe IV, Biblioteca Narodowa, I, 70, pág. 92). Es necesario caminar siguiendo las huellas de lo que (o más bien, quien) fue Cristo. a través de las generaciones, para los hijos e hijas de esta tierra. Y esto no solamente para aquellos que creyeron abiertamente en El y lo han profesado con la fe de la Iglesia, sino también para aquellos que aparentemente estaban alejados, fuera de la iglesia. Para aquellos que dudaban o se oponían.

3. b) Si es justo entender la historia de la nación a través del hombre, cada hombre de esta nación, entonces simultáneamente no se puede comprendes al hombre fuera de esta comunidad que es la nación. Es natural que ésta no sea la única comunidad, pero es una comunidad especial, quizá la más íntimamente ligada a la familia, la más importante para la historia espiritual del hombre. Por lo tanto no es posible entender sin Cristo la historia de la nación polaca —de esta gran comunidad milenaria— que tan profundamente incide sobre mí y sobre cada uno de nosotros. Si rehusamos esta clave para la comprensión de nuestra nación, nos exponemos a un equívoco sustancial. No nos comprendemos entonces a nosotros mismos. Es imposible entender sin Cristo a esta nación con un pasado tan espléndido y al mismo tiempo tan terriblemente difícil. No es posible comprender esta ciudad, Varsovia, capital de Polonia, que en 1944 se decidió a una batalla desigual con el agresor, a una batalla en la que fue abandonada por las potencias aliadas, a una batalla en la que quedó sepultada bajo sus propios escombros; si no se recuerda que bajo los mismos escombros estaba también Cristo Salvador con su cruz, que se encuentra ante la iglesia en Krakowskie Przedmiescie. Es imposible comprender la historia de Polonia desde Estanislao en Skalka, a Maximiliano Kolbe en Oswiecim, si no se aplica a ellos también ese único y fundamental criterio que lleva el nombre de Jesucristo.

El milenio del bautismo de Polonia, del que San Estanislao es el primer fruto maduro —el milenio de Cristo en nuestro ayer y hoy—, constituye el motivo principal de mi peregrinación, de mi oración de acción de gracias junto con todos vosotros, amadísimos connacionales, a quienes Jesucristo no cesa de enseñar la gran causa del hombre: junto con vosotros, para quienes Jesucristo no cesa de ser un libro siempre abierto sobre el hombre, sobre su dignidad, sobre sus derechos y también un libro de ciencia sobre la dignidad y los derechos de la nación.

Hoy, en esta plaza de la Victoria, en la capital de Polonia, pido, por medio de la gran plegaria eucarística con todos vosotros, que Cristo no cese de ser para nosotros libro abierto de la vida para el futuro. Para nuestro mañana polaco.

4. Nos encontramos ante la tumba del Soldado Desconocido. En la historia de Polonia —antigua y contemporánea—esta tumba tiene un fundamento y una razón de ser particulares. ¡En cuántos lugares de la tierra nativa ha caído ese soldado! ¡En cuántos lugares de Europa y del mundo gritaba él con su muerte que no puede haber una Europa justa sin la independencia de Polonia, señalada sobre su mapa! ¡En cuántos campos de batalla ese soldado ha dado testimonio de los derechos del hombre, grabados profundamente en los inviolables derechos del pueblo, cayendo por "nuestra y vuestra libertad"! "¿Dónde están las queridas tumbas, oh Polonia? ¿Y dónde no están? Tú lo sabes mejor que nadie y Dios lo sabe desde el cielo" (Artur Oppman, Pacierz za zmalych).

¡La historia de la patria escrita a través de la tumba de un Soldado Desconocido!

Deseo arrodillarme ante esta tumba para venerar cada semilla que cayendo en la tierra y muriendo produce fruto en sí misma. Será ésta la semilla de la sangre del soldado derramada sobre el campo de batalla o el sacrificio del martirio en los campos de concentración o en las cárceles. Será la semilla del duro trabajo diario, con el sudor de la frente, en el campo, en el taller, en la mina, en las fundiciones y en las fábricas. Será la semilla de amor de los padres que no rehúsan dar la vida a un nuevo ser humano y que aceptan toda la responsabilidad educativa. Será ésta la semilla del trabajo creativo en las universidades, en los institutos superiores, en las bibliotecas, en los centros de cultura nacional. Será la semilla de la oración, del servicio a los enfermos, a los que sufren, a los abandonados: "todo lo que constituye Polonia".

108 ¡Todo esto en las manos de la Madre de Dios, a los pies de la cruz en el Calvario, y en el Cenáculo de Pentecostés!

Todo esto: la historia de la patria plasmada durante un milenio en el sucederse de las generaciones —también la presente y la futura— por cada hijo e hija, aunque anónimos y desconocidos, como ese soldado, ante cuya tumba nos encontramos ahora...

Todo esto: también la historia de los pueblos que han vivido con nosotros y entre nosotros, como aquellos que a cientos de miles han muerto entre los muros del gueto de Varsovia.

Todo esto lo abrazo con el recuerdo y con el corazón en esta Eucaristía y lo incluyo en este único santísimo Sacrificio de Cristo, en la plaza de la Victoria.

Y grito, yo, hijo de tierra polaca, y al mismo tiempo yo: Juan Pablo II Papa, grito desde lo más profundo de este milenio, grito en la vigilia de Pentecostés:

¡Descienda tu Espíritu!

¡Descienda tu Espíritu!

¡Y renueve la faz de la tierra!

¡De esta tierra!

Amén.





PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA

SANTA MISA PARA LA JUVENTUD UNIVERSITARIA




Varsovia, plaza de la iglesia de Santa Ana

109

Domingo 3 de junio de 1979



Queridísimos míos:

1. Deseo ardientemente que nuestro encuentro de hoy, marcado por la presencia de la juventud universitaria, esté en consonancia con la grandeza del día y de su liturgia.

La juventud universitaria de Varsovia y la de otras ciudades universitarias de esta región central y metropolitana es la heredera de tradiciones específicas que, a través de las generaciones, se remontan hasta los "escolares" medievales vinculados sobre todo a la Universidad Jagellónica, la más antigua de Polonia. Hoy cada una de las grandes ciudades de Polonia tiene su ateneo. Y Varsovia tiene muchos. Reúnen cientos de millares de estudiantes, que se forman en varias ramas de la ciencia y se preparan para profesiones intelectuales y para tareas particularmente importantes en la vida de la nación.

Deseo saludaros a todos vosotros los reunidos aquí. Deseo, a la vez, saludar en vosotros y por medio de vosotros, a todo el mundo universitario y académico polaco: a todos los institutos superiores, a los profesores, a los investigadores, a los alumnos... Veo en vosotros, en cierto sentido, a mis colegas más jóvenes, porque también yo debo a la universidad polaca las bases de mi formación intelectual. Sistemáticamente estuve vinculado a los bancos de trabajo universitario de la facultad de filosofía y de teología en Cracovia y en Lublín. La pastoral de los universitarios ha sido para mí objeto de predilección particular. Deseo, pues, aprovechando esta ocasión, saludar también a todos los que se dedican a esta pastoral, a los grupos de los consiliarios espirituales de la juventud académica, y a la comisión del Episcopado polaco para la pastoral universitaria.

2. Nos encontramos hoy en la festividad de Pentecostés. Ante los ojos de nuestra fe se abre el Cenáculo de Jerusalén, del que salió la Iglesia y en el que la Iglesia permanece siempre. Allí precisamente nació la Iglesia como comunidad viva del Pueblo de Dios, como comunidad consciente de la propia misión en la historia del hombre.

La Iglesia reza en este día: "¡Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor!" (Liturgia de Pentecostés); palabras tantas veces repetidas. pero que hoy resuenan particularmente fervientes.

¡Llena los corazones! ¡Reflexionad, 1óyenes amigos, cuál sea la medida del corazón humano, si sólo Dios puede llenarlo mediante el Espíritu Santo!

A través de los estudios universitarios se abre ante vosotros el maravilloso mundo de la ciencia humana en sus múltiples ramas. A la vez con esta ciencia del mundo se desarrolla ciertamente también vuestro autoconocimiento. Vosotros os planteáis seguramente ya desde hace mucho tiempo este interrogante: "¿Quién soy?". Esta es la pregunta, diría, más interesante. El interrogante fundamental. ¿Con qué medida medir al hombre? ¿Medirlo con la medida de las fuerzas físicas de que dispone? ¿O medirlo con la medida de los sentidos que le permiten el contacto con el mundo exterior? O bien, ¿medirlo con la medida de la inteligencia que se comprueba a través de diversos tests o exámenes?

La respuesta de hoy, la respuesta de la liturgia de Pentecostés señala dos medidas: es necesario medir al hombre con la medida del "corazón"... El corazón, en el lenguaje bíblico, significa la interioridad espiritual del hombre, significa en particular la conciencia... Es necesario, pues, medir al hombre con la medida de la conciencia, con la medida del espíritu abierto hacia Dios. Sólo el Espíritu Santo puede "llenar" este corazón, esto es, conducirlo a realizarse a través del amor y la sabiduría.

3. Por esto, permitidme que este encuentro con vosotros, hoy, frente al cenáculo de nuestra historia, historia de la Iglesia y de la nación, sea sobre todo una oración para obtener los dones del Espíritu Santo.

110 Como en un tiempo mi padre me puso en la mano un librito, indicándome la oración para recibir los dones del Espíritu Santo, así hoy yo. a quien vosotros llamáis también "Padre", deseo orar con la juventud universitaria de Varsovia y de Polonia: por el don de sabiduría, de entendimiento, de consejo, de fortaleza, de ciencia, de piedad, es decir, del sentido del valor sagrado de la vida, de la dignidad humana, de la santidad del alma y del cuerpo humano, y, en fin, por el don de temor de Dios, del que dice el Salmista que es el principio de la sabiduría (cf. Sal Ps 111,10).

Recibid de mí esta oración que mi padre me enseñó y permaneced fieles a ella. Así permaneceréis en el cenáculo de la Iglesia, unidos a la corriente más profunda de su historia.

4. Dependerá muchísimo de la medida que cada uno de vosotros elija para la propia vida y para la propia humanidad. Sabed bien que hay diversas medidas. Sabed que hay muchos criterios para valorar al hombre, calificándole ya durante los estudios, después en el trabajo profesional, en los varios contactos personales, etc.

Tened la valentía de aceptar la medida que nos ha dado Cristo en el Cenáculo de Pentecostés, como también en el cenáculo de nuestra historia. Tened la valentía de mirar vuestra vida en una perspectiva cercana y distante a la vez, aceptando como verdad lo que San Pablo ha escrito en su Carta a los romanos: "Sabemos que la creación entera hasta ahora gime y siente dolores de parto" (Rm 8,22). ¿Acaso no somos testigos de este dolor? De hecho "la expectación ansiosa de la creación está esperando la manifestación de los hijos de Dios" (Rm 8,19).

Ella espera no sólo que la universidad y los diversos institutos superiores preparen ingenieros, médicos, juristas, filósofos, historiadores, hombres de letras, matemáticos y técnicos, sino que espera la manifestación de los hijos de Dios. Espera de vosotros esta manifestación, de vosotros que en el futuro seréis médicos, técnicos, juristas, profesores...

Procurad entender que el hombre creado por Dios a su imagen y semejanza, está llamado al mismo tiempo en Cristo, para que se manifieste en él lo que es de Dios; para que en cada uno de nosotros se manifieste en alguna medida Dios mismo.

5. ¡Reflexionad sobre esto! Recorriendo el camino de mi peregrinación a lo largo de Polonia, hacia la tumba de San Wojciech (San Adalberto) en Gniezno, de San Estanislao en Cracovia, en Jasna Góra, por dondequiera, pediré con todo el corazón al Espíritu Santo que os conceda:

una sabiduría así,

una conciencia así del valor v del sentido de la vida,

un futuro así para vosotros,

un futuro así para Polonia.

111 ¡Y orad por mí, para que el Espíritu Santo venga en ayuda de nuestra debilidad!

PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA

SANTA MISA




Catedral de Gniezno

Domingo 3 de junio de 1979



¡Eminentísimo y queridísimo primado de Polonia!

¡Queridos hermanos arzobispos y obispos polacos!

1. Saludo en vosotros a todo el Pueblo de Dios que vive en mi tierra natal: ¡sacerdotes, familias religiosas, laicos! Saludo a Polonia, bautizada hace ya más de mil años. Saludo a Polonia, inserta en los misterios de la vida divina mediante los sacramentos del bautismo y la confirmación. Saludo a la Iglesia de la tierra de mis antepasados, en su comunión y unidad jerárquica con el Sucesor de San Pedro. Saludo a la Iglesia en Polonia que, desde sus comienzos, estuvo guiada por los santos obispos y mártires Wojciech (Adalberto) y Estanislao, unidos a la Reina de Polonia, Nuestra Señora de Jasna Góra (Claro Monte-Czestochowa). Habiendo venido a mezclarme con vosotros, como peregrino del gran jubileo, os saludo a todos, carísimos hermanos y hermanas, con el beso fraterno de la paz.

2. Ya veis: ha llegado nuevamente el día de Pentecostés y nos encontramos espiritualmente en el Cenáculo de Jerusalén, y al mismo tiempo estamos presentes aquí: en este cenáculo de nuestro milenio polaco, que nos recuerda, siempre con la misma fuerza, la misteriosa fecha de aquel comienzo, en que empezamos a contar los años de la historia de la patria y de la Iglesia entrañada en ella. La historia de Polonia siempre fiel. Mirad: el día de Pentecostés, en el Cenáculo de Jerusalén se cumple la promesa sellada con la sangre del Redentor en el Calvario: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonareis los pecados les serán perdonados, y a quienes se los retuviereis, les serán retenidos" (Jn 20,22-23). La Iglesia nace precisamente de la fuerza de estas palabras. Nace de la fuerza de este soplo divino. Preparada por Cristo durante toda su vida, nace definitivamente cuando los Apóstoles reciben de Cristo el don de Pentecostés, cuando reciben de El al Espíritu Santo. Su venida señala el comienzo de la Iglesia, que a través de todas las generaciones deberá introducir a la humanidad —individuos y naciones— en la unidad del Cuerpo místico de Cristo. La venida del Espíritu Santo significa el comienzo y la continuidad de este misterio. La continuidad es de hecho el constante retorno a los comienzos.

Y así vemos que, en el Cenáculo de Jerusalén, los Apóstoles, llenos del Espíritu Santo, "comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según que el Espíritu les otorgaba expresarse" (Ac 2,4). Las diversas lenguas se convirtieron en las suyas propias, gracias a la misteriosa acción del Espíritu Santo, que "sopla donde quiere" (Jn 3,8) y renueva "la faz de la tierra" (Ps 103,30). Y aunque el Autor de los Hechos no incluye nuestra lengua en la lista de las que aquel día comenzaron a hablar los Apóstoles, llegaría un tiempo en que los sucesores de los Apóstoles del Cenáculo comenzarían a hablar también la lengua de nuestros abuelos y a anunciar el Evangelio al pueblo, que solamente en esa lengua podía entenderlo y aceptarlo.

3. Significativos son los nombres de los castillos de los Piast, en los que se verificó esa histórica traslación del Espíritu y al mismo tiempo se encendió la llama del Evangelio sobre la tierra de nuestros abuelos. La lengua de los Apóstoles resonó por primera vez, como una versión nueva, en nuestro lenguaje, que el pueblo que habitaba en las regiones de Warta y el Vístula comprendió y nosotros seguimos comprendiendo todavía hoy. En efecto, los castillos a que está ligado el comienzo de la fe en la tierra de nuestros antepasados polacos son el de Poznan —donde, desde los más antiguos tiempos, o sea, dos años después del bautizo de Mieszko, residía el obispo— y el de Gniezno, donde el año 1000 tuvo lugar el gran acto de carácter eclesiástico y estatal. Junto a las reliquias de San Wojciech (San Adalberto), los enviados del Papa Silvestre II, de Roma, se encontraron con el Emperador romano Otón III y con el primer Rey polaco (entonces todavía sólo príncipe) Boleslaw Chrobry (el Bueno), hijo y sucesor de Mieszki, constituyendo la primera metrópoli polaca y estableciendo así las bases del orden jerárquico para toda la historia de Polonia. En el cuadro de esta metrópoli, nos encontramos el año 1000 las sedes episcopales de Cracovia, Wroclaw y Kolobrzeg, enlazadas en una única organización eclesiástica. Siempre que venimos aquí, a este lugar. debemos ver el Cenáculo de Pentecostés nuevamente abierto. Y debemos escuchar el lenguaje de nuestros abuelos en el que comenzó a resonar el anuncio de "las grandezas de Dios" (Ac 2,11). Y fue también aquí donde la Iglesia de Polonia entonó, en 1966, su primer Te Deum de acción de gracias por el milenio de su bautismo, acto en el que tuve la suerte de intervenir como metropolitano de Cracovia. Permitid que hoy, como primer Papa de estirpe polaca, cante una vez más con vosotros ese Te Deum del milenio. Inescrutables y admirables son las disposiciones del Señor que trazan los caminos que conducen a este lugar desde Silvestre II a Juan Pablo II.

4. Después de tantos siglos se ha abierto de nuevo el Cenáculo de Jerusalén y ya no se maravillan sólo los pueblos de Mesopotamia y Judea, de Egipto y de Asia, o los que vienen de Roma, sino también los pueblos eslavos y demás pueblos habitantes de esta parte de Europa, los cuales han oído a los Apóstoles de Jesucristo hablar sus lenguas y contar en ellas "las grandezas de Dios". Cuando históricamente el primer Soberano de Polonia quiso introducir en la nación el cristianismo y unirse a la Sede de San Pedro, se dirigió sobre todo a los pueblos afines y se casó con Dobrawa, hija del Príncipe checo Boleslaw, la cual, siendo cristiana, se hizo madrina del propio marido y de todos sus súbditos. Con ella vinieron a Polonia misioneros procedentes de varias naciones de Europa —Irlanda, Italia, Alemania—, como el santo obispo y mártir Bruno de Querfurt. En el recuerdo de la Iglesia, sobre las tierras de Boleslaw, quedó profundamente impreso San Wojciech (San Adalberto), hijo y Pastor de la vecina nación checa. Conocida es su historia durante el período en que fue obispo de Praga, conocidas sus peregrinaciones a Roma y, sobre todo, su estancia en la corte de Gniezno, donde debía prepararse para su último viaje misionero hacia el Norte. A las orillas del Báltico, ese obispo forastero, ese incansable misionero, se convirtió en la semilla que, caída sobre la tierra, debe morir para dar mucho fruto (cf. Jn Jn 12,24). El testimonio de su martirio, el testimonio de su sangre selló de modo especial el bautismo que hace mil años recibieron nuestros antepasados. Los restos martirizados del apóstol Wojciech (Adalberto) forman parte del fundamento del cristianismo en toda la tierra polaca. Y por eso, muy oportunamente, tengo ante los ojos esa inscripción, esa inscripción en la lengua fraterna, en la lengua de San Adalberto: "Recuerda, Santo Padre, a tus hijos checos". En tiempos pasados, estas lenguas eslavas, tan cercanas una a otra, resonaban de modo todavía más parecido. La lingüística muestra cómo nacían de la misma raíz eslava, de la raíz común del cristianismo, de la raíz de San Adalberto. "Recuerda, Santo Padre, a tus hijos checos" No puede este Papa, portador de la herencia de Adalberto, olvidar a estos hijos. ¡Y nosotros todos, queridos hermanos y hermanas, que somos portadores de la misma herencia de Adalberto, no podemos olvidar a estos hermanos nuestros!

5. Cuando hoy, al conmemorar la venida del Espíritu Santo este año del Señor 1979, recordamos aquellos momentos iniciales, no podemos dejar de oír también —junto a la lengua de nuestros abuelos— otras lenguas eslavas afines, con las que entonces comenzó a hablar el Cenáculo ampliamente abierto sobre la historia. Sobre todo, no puede dejar de oír esas lenguas el primer Papa eslavo de la historia de la Iglesia Quizá precisamente para esto lo eligió Cristo, quizá para esto lo trajo el Espíritu Santo; para que introdujese en la comunión de la Iglesia la comprensión de las palabras y lenguas que todavía resuenan como extranjeras en los oídos habituados a los sonidos romanos, germánicos, anglosajones, celtas, etc. ¿No es quizá que Cristo y el Espíritu Santo quieren que la Iglesia Madre, al finalizar el segundo milenio del cristianismo, se incline con amorosa comprensión, con singular sensibilidad, hacia los acentos de aquel lenguaje humano, que se mezclan entre sí en la raíz común, en la común etimología y que —pese a las conocidas diferencias. incluso ortográficas— suenan recíprocamente cercanas y familiares? ¿No quiere quizá Cristo, no dispone quizá el Espíritu Santo que este Papa —el cual lleva profundamente impresa en su alma la historia de la propia nación desde sus mismos comienzos y también la historia de los pueblos hermanos y limítrofes— manifieste y confirme, de modo especial. en nuestra época su presencia en la Iglesia y su peculiar contribución a la historia de la cristiandad? ¿No es quizá designio providencial que ese Papa desvele el desarrollo que, precisamente aquí, en esta parte de Europa, conoció la rica arquitectura del templo del Espíritu Santo?


B. Juan Pablo II Homilías 104