B. Juan Pablo II Homilías 201

201 Queridos hijos e hijas de Irlanda, rezad, rezad para no caer en la tentación. En mi primera Encíclica pedía una "grande, intensa y creciente plegaria por toda la Iglesia". Hoy os pido una grande, intensa y creciente plegaria por todo el pueblo de Irlanda, por la Iglesia de Irlanda, por toda la Iglesia, que tanto debe a Irlanda. Rogad para que Irlanda no sucumba en la prueba. Rezad como Jesús nos enseñó a hacerlo: "No nos dejes caer en la tentación, más líbranos riel mal".

Ante todo, tened una inmensa confianza en los méritos de nuestro Señor Jesucristo y en el poder de su muerte y resurrección. Precisamente por la fuerza de su misterio pascual es por lo que cada uno de nosotros y toda Irlanda podemos decir: "Todo lo puedo hacer en aquél que me fortalece" (
Ph 4,13).

4. En el pasado, Irlanda desplegó un notable esfuerzo por hacer que las cosas de Dios y la vida de la gracia penetrase en toda su cultura, su lenguaje y su estilo de vida. En cierto sentido, la vida se organizó en torno a acontecimientos religiosos. La tarea de esta generación de hombres y mujeres irlandeses es la de transformar este mundo más complejo de la industria moderna y la vida urbana mediante el mismo espíritu evangélico. Hoy, debéis conservar para Dios la ciudad y la empresa, al igual que siempre hicisteis en el pasado con la granja y la comunidad rural. En muchos lugares, el progreso material ha llevado a un descenso de la fe y del crecimiento en Cristo, a un descenso del crecimiento en el amor y en la justicia.

Para llevar a cabo esto debéis procurar, como dije en Phoenix Park, mantener en consonancia vuestra fe y vuestra vida diaria. No podéis ser genuinos cristianos los domingos, a menos que tratéis de ser fieles al espíritu de Cristo también en vuestro trabajo, en vuestras relaciones comerciales, en vuestro sindicato o el de vuestros empleados, o en las reuniones profesionales. ¿Cómo podéis ser una auténtica comunidad en Cristo durante la Misa si no tratáis de pensar en el bienestar de toda la comunidad nacional, cuando vuestro sector o grupo particular está tomando decisiones? ¿Cómo podéis disponeros a un encuentro con Cristo juez si no tenéis en cuenta que los pobres son dañados por la conducta de vuestro grupo o por vuestro personal estilo de vida? En nombre de Cristo os digo a todos: "Lo que hagáis con uno de mis hermanos más pequeños, conmigo lo hacéis" (Mt 25,40).

Con enorme alegría y gratitud me he enterado del maravilloso espíritu de trabajo y cooperación en el que os habéis unido para las preparaciones espirituales y materiales de mi visita. ¡Cuánto más maravilloso podría todavía ser si pudierais manifestar idéntico espíritu de trabajo y cooperación siempre "por la gloría de Dios y el honor de Irlanda"!

5. Aquí en Limerick me encuentro en un área ampliamente rural, y muchos de vosotros sois gente del campo. Con vosotros me siento en mi casa, al igual que me sentía con la gente rural y los habitantes de las montañas de mi Polonia natal, y os repito aquí lo que les decía a ellos: Amad la tierra; amad el trabajo del campo porque os mantiene cerca de Dios, el Creador, de manera muy especial.

A los que se han ido a las ciudades, bien de aquí o del extrajero, les digo: Manteneos en contacto con vuestras raíces de la tierra de Irlanda, con vuestras familias y vuestra cultura. Manteneos fieles a la fe, las oraciones y valores que aprendisteis aquí; y transmitid a vuestros hijos esta herencia, porque es rica y buena.

A todos os digo, respetad y proteged vuestra familia y vuestra vida familiar, porque la familia constituye el principal terreno de la acción cristiana para los seglares irlandeses, el lugar donde se ejercita principalmente vuestro "sacerdocio real". La familia cristiana ha sido en el pasado el más grande recurso espiritual de Irlanda. Las condiciones modernas y los cambios sociales han creado nuevos modelos y nuevas dificultades para la vida familiar y para el matrimonio cristiano. Deseo deciros: no os desaniméis, no sigáis la tendencia a considerar pasada de moda a una familia perfectamente unida; hoy más que nunca, la familia cristiana es enormemente importante para la Iglesia y para la sociedad.

Verdad es que la estabilidad y la santidad del matrimonio han sido amenazadas por nuevas ideas y por las aspiraciones de algunos. El divorcio, sean cuales fueren las razones por la que es introducido, es inevitablemente cada vez más fácil de conseguir, y gradualmente tiende a ser aceptado como algo normal de la vida. La misma posibilidad del divorcio en la esfera de la legislación civil dificulta la estabilidad y permanencia del matrimonio. Ojalá continúe siempre Irlanda dando testimonio ante el mundo moderno de su tradicional empeño por la santidad e indisolubilidad del vínculo matrimonial. Ojalá los irlandeses mantengan siempre el matrimonio a través de un compromiso personal y de una positiva acción social y legal.

Ante todo, tened en alta estima la maravillosa dignidad y gracia del sacramento del matrimonio. Preparaos encarecidamente a él. Creed en el poder espiritual que aporta este sacramento de Jesucristo en orden a fortalecer la unión matrimonial y a vencer todas las crisis y problemas de la vida en común. Las personas casadas deben creer en el poder de este sacramento para santificarlos; deben creer en su vocación de testigos, mediante su matrimonio, del poder del amor de Cristo. El verdadero amor y la gracia de Dios nunca pueden permitir que el matrimonio se convierta en una relación centrada en sí misma de dos individuos, que viven el uno junto al otro buscando su propia interés.

6. Y aquí, desearía dirigir una palabra especial a todos los padres irlandeses. El matrimonio debe incluir una apertura hacia el don de los hijos. La señal característica de la pareja cristiana es su generosa apertura a aceptar de Dios los hijos como regalo de su amor. Respetad el ciclo de la vida establecido por Dios, porque este respeto forma parte de nuestro respeto a Dios mismo, que creó macho y hembra, que los creó a su propia imagen, que reflejó su propio amor donador de vida en los diseños de su ser sexuado.

202 Por eso digo a todos que tengáis un absoluto y sagrado respeto a la sacralidad de la vida humana ya desde el primer momento de su concepción. El aborto, como declara el Concilio Vaticano, es un "crimen abominable" (Gaudium et spes GS 51). Atacar una vida que todavía no ha visto la luz en cualquier momento de su concepción es minar la totalidad del orden moral, auténtico guardián del bienestar humano. La defensa de la absoluta inviolabilidad de la vida todavía no nacida forma parte de la defensa de los derechos y de la dignidad humanos. Ojalá Irlanda no flaquee en su testimonio, ante Europa y el mundo entero, de la dignidad y sacralidad de toda vida humana, desde la concepción hasta la muerte.

Queridos padres y madres de Irlanda, creed en vuestra vocación, en esa hermosa vocación al matrimonio y a la paternidad que Dios os ha dado. Creed que Dios está con vosotros, porque toda paternidad en los cielos y en la tierra recibe su nombre de El. No penséis que hay algo que podáis hacer en vuestra vida que sea más importante que ser un padre y una madre verdaderamente cristianos. Que las madres, las jóvenes y las muchachas irlandesas no escuchen a quienes les dicen que trabajar en una tarea secular, que tener éxito en una profesión secular es más importante que la vocación de crear vida y de preocuparse de esta vida como madres. El futuro de la Iglesia, el futuro de la humanidad depende en gran parte de los padres y de la vida familiar que construyen en sus hogares. La familia es la verdadera medida de la grandeza de una nación, del mismo modo que la dignidad del hombre es la auténtica medida de la civilización.

Vuestros hogares deben seguir siendo siempre hogares de oración. Al dejar hoy esta isla, tan querida para mi corazón, esta tierra y su gente, motivo de consuelo y fortaleza para el Papa, quisiera manifestar un deseo: que cada hogar de Irlanda continúe siendo, o empiece otra vez a serlo, un hogar de diaria oración en familia. Si me prometieseis hacerlo, sería el mayor regalo que podríais hacerme cuando abandone vuestras acogedoras costas.

Sé que vuestros obispos están confeccionando un programa pastoral dirigido a animar a los padres a una mayor participación en la educación religiosa de sus hijos, bajo el lema "Transmisión de la fe en el hogar". Confío en que os uniréis todos a este programa con entusiasmo y generosidad. Vuestro primer deber y vuestro mayor privilegio como padres es el de transmitir a vuestros hijos la fe que vosotros recibisteis de vuestros padres. El hogar debería ser la primera escuela de religión, así como la primera escuela de oración. La gran influencia espiritual de Irlanda en la historia del mundo se debió en gran parte a la religión de los hogares de Irlanda, porque aquí es donde comienza la evangelización, aquí es donde se nutren las vocaciones. Dirijo, por tanto, un llamamiento a los padres irlandeses para que continúen fomentando vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa en sus hogares, entre sus hijos e hijas. A lo largo de muchas generaciones, el mayor deseo de todo padre irlandés era el de tener un hijo sacerdote o una hija consagrada a Dios. Que continúe siendo éste vuestro deseo y vuestra plegaria. Que aumenten las oportunidades para los muchachos y muchachas de que nunca aminore en ellos la estima por el privilegio de tener un hijo o una hija elegidos por Cristo y llamados por El a dejar todo y a seguirle.

Confío todo esto a María, brillante "Sol de la raza irlandesa". Que sus plegarias ayuden a que todos los hogares irlandeses sean como la santa casa de Nazaret. Que de ellos salgan jóvenes cristianos, como salió Jesús de Nazaret. Que salgan en el poder del Espíritu para continuar la obra de Cristo y seguir sus pasos hacia el fin del milenio, al interior del siglo veintiuno. María os mantendrá cerca de El, que es «"Dios fuerte, Padre sempiterno" (Is 9,6).

¡Dia agus Muire libh!

!Que Dios y María estén siempre con vosotros y con las familias de Irlanda!



VIAJE APOSTÓLICO A LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA

SANTA MISA EN EL «BOSTON COMMON»



Lunes 1 de octubre de 1979



Queridos hermanos y hermanas,
queridos jóvenes de América:

1. Esta mañana, temprano, he pisado el territorio de los Estados Unidos de América. En nombre de Cristo doy comienzo a un viaje pastoral que me llevará a bastantes de vuestras ciudades. Al comienzo de este año tuve ocasión de saludar a este continente desde el lugar donde Cristóbal Colón tomó tierra; hoy me encuentro a las puertas de los Estados Unidos, y de nuevo saludo a toda América. Porque este pueblo, dondequiera se encuentre, ocupa un puesto especial en el amor del Papa.

203 Vengo a los Estados Unidos de América como Sucesor de Pedro y peregrino de la fe. Es para mí una gran alegría realizar esta visita. Por esto mi estima y mi afecto se dirigen a todos los habitantes de esta tierra. Saludo a todos los americanos, sin distinción; deseo encontraros y deciros a todos —hombres y mujeres de cualquier fe religiosa y origen étnico, niños y jóvenes, padres y madres, enfermos y ancianos— que Dios os ama, que, en cuanto seres humanos, os ha conferido una dignidad incomparable. Deseo decir a cada uno que el Papa es vuestro amigo y siervo de vuestra humanidad. En este primer día de mi visita deseo expresar mi estima y mi amor a América, por el experimento comenzado hace dos siglos y que lleva el nombre de Estados Unidos de América; por las realizaciones pretéritas de esta tierra y por su compromiso para un futuro más justo y humano; por la generosidad con que este país ha ofrecido asilo, libertad y posibilidad de mejoramiento a cuantos han arribado a sus playas; por la solidaridad humana que os impulsa a colaborar con todas las demás naciones para que la libertad se ponga a salvo y se haga posible el pleno desarrollo humano. ¡Yo te saludo, América bella!

2. Estoy aquí porque he querido responder a la invitación que me dirigió en primer lugar el Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas. Mañana tendré el honor, como invitado de las Naciones Unidas, de trasladarme a este supremo foro internacional de naciones y dirigir un mensaje a la Asamblea General: una llamada al mundo en favor de la justicia y de la paz, una llamada en defensa de la dignidad única de todo ser humano. Me siento muy honrado por la invitación del Secretario General de las Naciones Unidas. Al mismo tiempo soy consciente de la grandeza e importancia del desafío que esta invitación comporta. Desde el primer momento estuve persuadido de que debía aceptar esta invitación de las Naciones Unidas como Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal de Cristo. Por esto, expreso mi gratitud profunda también a la jerarquía eclesiástica de los Estados Unidos, que se asoció a la iniciativa de las Naciones Unidas. He recibido muchas invitaciones de cada una de las diócesis y de diversas regiones de este país, como también de Canadá. Lamento mucho no poder aceptar todas ellas; si fuese posible, querría realizar por todas partes una visita pastoral. Mi peregrinación a Irlanda, con ocasión del centenario del santuario de Nuestra Señora de Knock, ha sido una introducción oportuna para mi visita a vosotros. Espero sinceramente que toda esta visita mía a los Estados Unidos será interpretada a la luz de la Constitución sobre la Iglesia en el mundo de hoy, emanada del Concilio Vaticano II.

Y esta tarde estoy profundamente contento de encontrarme con vosotros aquí, en «Boston Common». En vosotros saludo a la ciudad de Boston y a todos sus habitantes, como también al Commonwealth de Massachusetts y a todas sus autoridades civiles. Con especial afecto saludo aquí al cardenal Medeiros y a toda la archidiócesis de Boston. Un recuerdo particular me une a esta ciudad, ya que, hace ahora tres años, por invitación de la Escuela de teología, tuve la oportunidad de hablar en la Universidad de Harvard. Al recordar este memorable acontecimiento, deseo expresar una vez más mi gratitud a las autoridades de Harvard y al decano de la Escuela de teología, por esa excepcional y preciosa oportunidad.

3. Durante mi primera visita a los Estados Unidos, como Papa, en la víspera de mi visita a la Organización de las Naciones Unidas, deseo dirigir ahora una palabra especial a los jóvenes aquí reunidos.

Esta tarde, de manera realmente especial, extiendo mis manos a la juventud de América. En la ciudad de México y en Guadalajara me encontré con la juventud de América Latina. En Varsovia y Cracovia, con la juventud polaca. En Roma me encuentro frecuentemente con grupos de jóvenes provenientes de Italia y de todas las partes del mundo. Ayer, en Galway, me encontré con la juventud irlandesa. Y ahora, con gran alegría, me encuentro con vosotros. Para mí cada uno de estos encuentros supone un nuevo descubrimiento. Cada vez hallo en los jóvenes la alegría y el entusiasmo de la vida, la búsqueda de la verdad y de un significado más profundo de la existencia que se abre ante ellos con todo su encanto y potencialidad.

4. Esta tarde quiero repetiros cuanto creo debo decir a los jóvenes: vosotros sois el futuro del mundo, y "el mañana os pertenece". Deseo traer a vuestra memoria los encuentros del mismo Jesús con los jóvenes de su tiempo. Los Evangelios nos conservan el interesante relato de la conversación que mantuvo Jesús con un joven. Leemos que el joven propuso a Cristo uno de los problemas fundamentales que la juventud se propone en todas partes: ¿Qué he de hacer...?" (
Mc 10,17), recibiendo de El una respuesta precisa y penetrante: "Jesús, poniendo en él los ojos, le amó y dijo...: ven y sígueme" (Mc 10,21). Pero mirad lo que ocurre: el joven, que había mostrado tanto interés por el problema fundamental, "se fue triste, porque tenía mucha hacienda" (Mc 10,22). Sí, se fue y —como puede deducirse del contexto—rehusó aceptar la llamada de Cristo.

En su concisa elocuencia, este acontecimiento profundamente penetrante expresa una gran lección en pocas palabras: toca problemas sustanciales y cuestiones de fondo que no han perdido, en modo alguno, su importancia. En todas partes los jóvenes se plantean problemas importantes: problemas sobre el significado de la vida, sobre el modo recto de vivir, sobre la verdadera escala de valores: "¿Qué he de hacer? ¿Qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?". Estas preguntas dan testimonio de vuestros pensamientos, de vuestras conciencias, de vuestros corazones, y de vuestras voluntades. Dicen al mundo que vosotros, vosotros los jóvenes, lleváis en vosotros mismos una apertura especial a todo cuanto es bueno y verdadero. Esta apertura, en cierto sentido, constituye una "revelación" del espíritu humano. Y en esta apertura a la verdad, a la bondad y a la belleza, cada uno de vosotros puede encontrarse a sí mismo; por este motivo en esta apertura todos vosotros podéis experimentar de alguna manera lo que experimentó el joven del Evangelio: "Jesús, poniendo en él los ojos, le amó" (Mc 10,21).

5. Por esto os digo a cada uno de vosotros: escuchad la llamada de Cristo, cuando sentís que os dice: "Sígueme". Camina sobre mis pasos. ¡Ven a mi lado! ¡Permanece en mi amor! Es una opción que se hace: ¡la opción por Cristo y por su modelo de vida, por su mandamiento de amor!

El mensaje de amor que trae Cristo es siempre importante, siempre interesante. No es difícil ver cómo el mundo de hoy, a pesar de su belleza y grandeza, a pesar de las conquistas de la ciencia y de la tecnología, a pesar de los apetecidos y abundantes bienes materiales que ofrece, está ávido de más verdad, de más amor, de más alegría. Y todo esto se encuentra en Cristo y en su modelo de vida.

¿Me equivoco acaso cuando os digo a vosotros, jóvenes católicos, que forma parte de vuestra tarea en el mundo y en la Iglesia revelar el verdadero significado de la vida allí donde el odio, la indiferencia, o el egoísmo amenazan con trastornar al mundo? Frente a estos problemas y a estas desilusiones, muchos tratarán de huir de las propias responsabilidades, refugiándose en el egoísmo, en los placeres sexuales, en la droga, en la violencia, en el indiferentismo o en una actitud de cinismo. Pero hoy yo os propongo la opción del amor, que es lo contrario de la huida. Si vosotros aceptáis realmente este amor que viene de Cristo, éste os conducirá a Dios. Quizá en el sacerdocio o en la vida religiosa; quizá en algún servicio especial que prestéis a vuestros hermanos y hermanas, especialmente a los necesitados, a los pobres, a quien se siente solo, a los marginados, a aquellos cuyos derechos han sido conculcados, a aquellos cuyas exigencias fundamentales no han sido satisfechas. Cualquier cosa que hagáis de vuestra vida, haced que sea un reflejo del amor de Cristo. Todo el Pueblo de Dios se enriquecerá con la diversidad de vuestros compromisos.

En todo lo que hagáis, recordad que Cristo os llama, de una u otra manera, a un servicio de amor: amor de Dios y del prójimo.

204 6. Y ahora, volviendo a la narración del joven del Evangelio, vemos que oye la llamada: "Sígueme", pero "se fue triste, porque tenía mucha hacienda".

La tristeza de este joven nos lleva a reflexionar. Podremos tener la tentación de pensar que poseer muchas cosas, muchos bienes de este mundo, puede hacernos felices. En cambio, vemos en el caso del joven del Evangelio que las muchas riquezas se convirtieron en obstáculo para aceptar la llamada de Jesús a seguirlo. ¡No estaba dispuesto a decir sí a Jesús, y no a sí mismo, a decir sí al amor, y no a la huida!

El amor verdadero es exigente. No cumpliría mi misión si no os lo hubiera dicho con toda claridad. Porque fue Jesús —-nuestro mismo Jesús— quien dijo: "Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando" (
Jn 15,14). El amor exige esfuerzo y compromiso personal para cumplir la voluntad de Dios. Significa disciplina y sacrificio, pero significa también alegría y realización humana.

Queridos jóvenes, no tengáis miedo a un esfuerzo honesto y a un trabajo honesto; no tengáis miedo a la verdad. Con la ayuda de Cristo y a través de la oración, vosotros podéis responder a su llamada, resistiendo a las tentaciones, a los entusiasmos pasajeros y a toda forma de manipulación de masas. Abrid vuestros corazones a este Cristo del Evangelio, a su amor, a su verdad, a su alegría. ¡No os vayáis tristes!

Y como última palabra, a todos vosotros que me escucháis esta tarde, querría deciros esto: el motivo de mi misión, de mi viaje por los Estados Unidos, es deciros a vosotros, decir a cada uno —jóvenes y ancianos—, decir a cada uno en nombre de Cristo: "¡Ven y sígueme!".

¡Seguid a Cristo! Vosotros, esposos, haceos partícipes recíprocamente de vuestro amor y de vuestras cargas, respetad la dignidad humana de vuestra esposa; aceptad con alegría la vida que Dios os confía; haced estable y seguro vuestro matrimonio por amor a vuestros hijos.

¡Seguid a Cristo: vosotros todavía célibes, o que os estáis preparando para el matrimonio! ¡Seguid a Cristo! Vosotros, jóvenes o viejos. ¡Seguid a Cristo! Vosotros enfermos o ancianos; vosotros, los que sufrís o estáis afligidos; los que notáis la necesidad de cuidados, la necesidad de amor, la necesidad de un amigo: ¡seguid a Cristo!

En nombre de Cristo extiendo a todos vosotros la llamada, la invitación, la vocación: ¡Ven y sígueme! Para esto he llegado a América y para esto estoy en Boston esta tarde: para llamaros a Cristo, para llamar a todos y a cada uno de vosotros a vivir en su amor, hoy y siempre. Amén.





VIAJE APOSTÓLICO A LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA

SANTA MISA EN EL «YANKEE STADIUM»



Nueva York

Martes 2 de octubre de 1979

1. ¡La paz sea con vosotros!

205 Fueron estas las primeras palabras que habló Jesús a los Apóstoles después de su resurrección. Cristo resucitado con estas palabras devolvió la paz a sus corazones en un momento en que todavía estaban en estado de shock después de la terrible experiencia precedente del Viernes Santo. En el nombre de nuestro Señor Jesucristo, en el poder de su Espíritu y en medio de un mundo preocupado por su propia existencia, esta noche os repito estas palabras, pues son palabras de vida: "¡La paz sea con vosotros!".

Jesús no nos da simplemente la paz. Nos da su paz acompañada de su justicia. El es paz y justicia. Se hace nuestra paz y nuestra justicia.

¿Qué significa esto? Significa que Jesucristo —el Hijo de Dios hecho hombre, el hombre perfecto— perfecciona, restaura y manifiesta en sí mismo la insuperable dignidad que Dios desea dar al hombre desde el principio. El es el único que realiza en sí lo que el hombre debe ser por vocación: el único que está plenamente reconciliado con el Padre, plenamente uno en sí mismo, plenamente entregado a los demás. Jesucristo es la paz viviente y la justicia viviente.

Jesucristo nos hace partícipes de lo que El es. Por su Encarnación el Hijo de Dios se unió en cierta manera con cada ser humano. En lo más profundo de nuestro ser nos ha vuelto a crear; en lo más íntimo nos ha reconciliado con Dios, nos ha reconciliado con nosotros mismos, nos ha reconciliado con nuestros hermanos y hermanas. El es nuestra paz.

2. ¡Qué insondables riquezas poseemos en nosotros y en nuestras comunidades cristianas! ¡Somos portadores de la justicia y de la paz de Dios! No somos primordialmente constructores meticulosos de una justicia y una paz meramente humanas, perecederas siempre y siempre frágiles. Somos antes que nada humildes beneficiarios de la vida misma de Dios que es justicia y paz en el vínculo de la caridad. Cuando en la Misa el sacerdote nos saluda con estas palabras "La paz del Señor sea siempre con vosotros", pensemos en primer lugar en la paz que es clon de Dios, en Jesucristo nuestra paz. Y cuando antes de la comunión el sacerdote nos invita a darnos unos a otros un gesto de paz, pensemos sobre todo en el hecho de que se nos invita a intercambiamos la paz de Cristo que habita entre nosotros y a participar en su Cuerpo y Sangre, para gozo nuestro y servicio de toda la humanidad.

Es que la justicia y la paz de Dios ansían dar frutos de acciones humanas de justicia y paz en todas las esferas de la vida de hoy. Cuando los cristianos hacemos de Jesucristo el centro de los sentimientos y pensamientos, ni nos alejamos de la gente y de sus necesidades. Por el contrario, nos encontramos envueltos en el movimiento eterno del amor de Dios que vino a nuestro encuentro; nos encontramos envueltos en el movimiento del Hijo que vino a nosotros y se hizo uno de nosotros; nos encontramos envueltos en el movimiento del Espíritu Santo que visita a los pobres, sosiega los corazones turbados, cauteriza los corazones heridos, calienta los corazones fríos y nos da la plenitud de sus dones. La razón por la que el hombre es el camino primario y fundamental de la Iglesia es que la Iglesia camina en las mismas huellas de Jesús; Jesús es quien le ha enseñando este camino. Este camino pasa irremisiblemente por el misterio de la Encarnación y Redención; y va de Cristo al hombre. La Iglesia mira el mundo con los ojos mismos de Cristo; Jesús es el principio de su solicitud por el hombre (cf. Redemptor hominis
RH 13-18).

3. La tarea es inmensa. Es tarea absorbente. Acabo de acentuar varios de sus aspectos ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, y tocaré otras facetas durante mi viaje apostólico a vuestro país. Permitidme hoy que me detenga en el espíritu y naturaleza de la aportación de la Iglesia a la causa de la justicia y la paz, y señale algunas prioridades urgentes en las que deberá concentrarse vuestro servicio a la humanidad.

El pensamiento y la praxis social que se inspiran en el Evangelio deben tener especial sensibilidad hacia los más desventurados, los que son extremadamente pobres, los que padecen los males físicos, mentales y morales que afligen a la humanidad incluidos el hambre, abandono, desempleo y desesperación. Hay muchas personas que padecen esta clase de pobreza en todo el mundo. Hay muchas en vuestro propio ambiente. En muchas ocasiones vuestra nación se ha ganado reputación bien merecida de generosidad tanto pública como privada. Sed fieles a ésta tradición de acuerdo con vuestras grandes posibilidades y vuestras responsabilidades actuales. La red de obras caritativas de toda clase que la Iglesia ha llegado a crear aquí es medio valioso para movilizar eficazmente empresas generosas encaminadas a remediar calamidades que surgen continuamente tanto en la patria como en el resto del mundo. Esforzaos para que esta forma de ayuda mantenga su carácter insustituible de encuentro fraternal y personal con los que padecen desgracias; si fuera necesario, reafirmad este carácter contra los elementos que actúan en dirección opuesta. Que esta clase de ayuda sea respetuosa de la libertad y dignidad de aquellos a quienes se ayuda, y sea éste un modo de formar la conciencia de los donantes.

4. Pero esto no es bastante. Dentro del cuadro de vuestras instituciones nacionales y en colaboración con vuestros compatriotas, no hay duda de que querréis también descubrir las razones estructurales que alimentan o provocan las formas varias de pobreza en el mundo y en vuestro propio país, para que luego podáis aplicar remedios adecuados. No os dejaréis intimidar o desanimar por explicaciones simplistas que son explicaciones ideológicas más bien que científicas, encaminadas a motivar un mal complejo en una sola causa. Pero tampoco retrocederéis ante reformas, incluso profundas, de actitudes y estructuras que pueden resultar necesarias para volver a crear una y otra vez las condiciones necesarias en las que los desvalidos gocen de oportunidades nuevas en la dura batalla de la vida. Los pobres de Estados Unidos y del mundo son vuestros hermanos y hermanas en Cristo. No podéis contentaros nunca con dejarles sólo las migajas de la fiesta. Tenéis que tomar de vuestras posesiones —y no de lo que os sobre— para ayudarles. Y debéis tratarlos como invitados de vuestra mesa familiar.

5. Católicos de Estados Unidos: A la vez que desarrolláis vuestras instituciones legales, participáis asimismo en los asuntos de la nación a través de instituciones y organizaciones nacidas de la historia del país y de vuestros intereses comunes. Esto lo hacéis en apretada unión con vuestros ciudadanos de todo credo y confesión. La unión entre vosotros en dicha empresa es esencial bajo la guía de vuestros obispos, para ahondar, proclamar y promover en el terreno de la práctica, la verdad sobre el hombre, su dignidad y derechos inalienables; la verdad tal y como la recibe la Iglesia en 1aRevelación y tal como la desarrolla continuamente en sus enseñanzas sociales a la luz del Evangelio. Pero estas convicciones compartidas no son un modelo ya hecho en la sociedad (cf. Octogesima adveniens, 42). Es tarea de los laicos principalmente el llevarlas a la práctica en proyectos concretos, definir prioridades y desarrollar modelos adecuados para promover el verdadero bien del hombre. La Constitución pastoral del Concilio Vaticano II Gaudium et spes nos dice: "De los sacerdotes, los laicos pueden esperar orientación e impulso espiritual. Pero no piensen que sus pastores están siempre en condiciones de poderles dar inmediatamente solución concreta en todas las cuestiones, aun graves, que surjan. No es ésta su misión. Cumplan más bien los laicos su propia función con la luz de la sabiduría cristiana y con la observancia atenta de la doctrina del Magisterio" (Gaudium et spes GS 43).

6. A fin de llevar esta empresa a resultados certeros, se necesitan energías espirituales y morales nuevas, sacadas de la fuente divina inagotable. Estas energías no se desarrollan fácilmente. El estilo de vida de muchos de los miembros de nuestra sociedad rica y permisiva, es un, estilo fácil; y lo es asimismo el estilo de vida de grupos cada vez más numerosos de países más pobres. Como dije el año pasado en la Asamblea plenaria de la Pontificia Comisión lustitia et Pax, "los cristianos han de procurar estar a la vanguardia en suscitar convicciones y modos de vida que rompan decisivamente el frenesí del consumo, agotador y falto de alegría" (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 26 de noviembre de 1978, pág. 11). No se trata de retardar el progreso, puesto que no existe progreso humano cuando todo conspira a dar suelta absoluta a los instintos del interés propio, el sexo y el poder. Tenemos que encontrar un modo sencillo de vivir. Porque no está bien que el nivel de vida de los países ricos se haya de mantener a base de apropiarse de gran parte de la reserva de energía y materias primas destinadas a toda la humanidad. Por tanto, la disponibilidad a crear mayor y más justa solidaridad entre los pueblos es la primera condición de la paz. Católicos de Estados Unidos y todos vosotros ciudadanos de Estados Unidos: Tenéis tal tradición de generosidad espiritual, laboriosidad, sencillez y sacrificio, que no podéis desoír este llamamiento de hoy a un entusiasmo nuevo y a pronta determinación. En la sencillez y gozo de una vida inspirada en el Evangelio y en el espíritu evangélico del compartir fraterno, encontraréis el mejor remedie de las críticas amargas, y paralizaréis la duda y la tentación de hacer del dinero el medio principal e incluso le medida del progreso humano.

206 7. En varias ocasiones he aludido la parábola del Evangelio del rico y Lázaro. "Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino y celebraba cada día espléndidos banquetes. Un pobre, de nombre Lázaro, estaba echado en su portal cubierto de úlceras, y deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico" (Lc 16,19 ss.). Murieron los dos, el rico y el mendigo, y fueron llevados ante Abrahán y se hizo el juicio de su conducta. Y la Escritura nos dice que Lázaro recibió consuelo y, en cambio, al rico se le dieron tormentos. ¿Es que el rico fue condenado porque tenía riquezas, porque abundaba en bienes de la tierra, porque "vestía de púrpura y lino y celebraba cada día espléndidos banquetes"? No, quiero decir que no fue por esta razón. El rico fue condenado porque no ayudó al otro hombre. Porque ni siquiera cayó en la cuenta de Lázaro, de la persona que se sentaba en su portal y ansiaba las migajas de su mesa. En ningún sitio condena Cristo la mera posesión de bienes terrenos en cuanto tal. En cambio pronuncia palabras muy duras contra los que utilizan los bienes egoístamente, sin fijarse en las necesidades de los demás. El Sermón de la Montaña comienza con estas palabras: "Bienaventurados los pobres de espíritu". Y al final de la narración del juicio final tal como lo hallamos en el Evangelio de San Mateo, Jesús dice estas palabras que todos conocemos muy bien: "Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui peregrino, y no me alojasteis; estuve desnudo, y no me vestisteis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis"(Mt 25,42-43).

La parábola del rico y Lázaro debe estar siempre presente en nuestra memoria; debe formarnos la conciencia. Cristo pide apertura hacia los hermanos y hermanas necesitados; apertura de parte del rico, del opulento, del que está sobrado económicamente; apertura hacia el pobre, el subdesarrollado, el desvalido. Cristo pide una apertura que es más que atención benigna, o muestras de atención o medio-esfuerzos, que dejan al pobre tan desvalido como antes o incluso más.

Toda la humanidad debe pensar en la parábola del rico y el mendigo. La humanidad debe traducirla en términos contemporáneos, en términos de economía y política, en términos de plenitud de derechos humanos, en términos de relaciones entre el "primero", "segundo" y "tercer mundo". No podemos permanecer ociosos cuando miles de seres humanos están muriendo de hambre. Ni podemos quedarnos indiferentes cuando se conculcan los derechos del espíritu humano, cuando se violenta la conciencia humana en materia de verdad, religión y creatividad cultural.

No podemos permanecer ociosos disfrutando de nuestras riquezas y libertad si en algún lugar el Lázaro del siglo XX está a nuestra puerta. A la luz do la parábola de Cristo, las riquezas y la libertad entrañan responsabilidades especiales. Las riquezas y la libertad crean una obligación especial. Y por ello, en nombre de la solidaridad que nos vincula a todos en una única humanidad, proclamo de nuevo la dignidad de toda persona humana; el rico y Lázaro, los dos, son seres humanos, creados los dos a imagen y semejanza de Dios, redimidos los dos por Cristo a gran precio, al precio de la "preciosa Sangre de Cristo" (1P 1,19).

Hermanos y hermanas en Cristo: Con plena convicción y afecto os repito las palabras que dirigí al mundo cuando inicié mi ministerio apostólico al servicio de todos los hombres y mujeres: "¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvífica los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y el desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo conoce lo que hay dentro del hombre. Sólo El lo conoce". (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 29 de octubre de 1978, pág. 4).

Como os dije al principio, Cristo es nuestra justicia y nuestra paz, y todas nuestras acciones de justicia y paz brotan de esta fuente de energía insustituible que es luz para la gran tarea que tenemos ante nosotros. Al comprometernos resueltamente a estar al servicio de las necesidades de los individuos y los pueblos —porque Cristo nos urge a hacerlo— no debemos olvidar, sin embargo, que la misión de la Iglesia no se limita a este testimonio de frutos sociales del Evangelio. A lo largo de este camino que lleva a la Iglesia hacia el hombre, ésta no sólo ofrece al tratarse de justicia y paz los frutos terrenos del Evangelio; trae al hombre, a cada persona humana, la fuente auténtica de aquellas; Jesucristo mismo, nuestra justicia y nuestra paz.





B. Juan Pablo II Homilías 201