B. Juan Pablo II Homilías 218


CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA

PARA LOS ALUMNOS DEL PONTIFICIO SEMINARIO ROMANO


Capilla Paulina

Sábado 13 de octubre de 1979



219 Queridísimos alumnos del Seminario Romano:

Podéis imaginar con cuánto afecto y emoción celebro la Santa Misa con vosotros y para vosotros, esta mañana, al final de vuestros ejercicios espirituales y al comienzo del nuevo año académico.

En efecto, vosotros sois mis seminaristas, los alumnos del seminario de mi diócesis de Roma, que el Señor me ha confiado al disponer mi elección como Sumo Pontífice, y yo, como antes en Cracovia y como cualquier otro obispo, os considero el tesoro más precioso que tiene su puesto en lo íntimo de mi corazón y de mis solicitudes. Y aun cuando, a causa de la atención y servicio a la Iglesia universal, debo, como siempre hicieron mis predecesores, delegar gran parte del ministerio directo al cardenal Vicario, al vicegerente y a los obispos auxiliares, sin embargo, vosotros estáis especialmente presentes en mi oración cotidiana y en mi inquietud paterna.

Estamos aquí reunidos en torno al altar para ofrecer al Señor el Sacrificio eucarístico y para sellar de modo concreto los propósitos de vida, santa y comprometida, que sin duda habéis formulado en estos días de silencio y reflexión.

Mientras os agradezco de corazón vuestra buena voluntad y os expreso mi profunda alegría por este encuentro tan significativo, deseo también sugeriros algunas indicaciones apropiadas a este momento especial.

1. Mantened en vosotros constante y ferviente el sentido de la alegría por la verdad que conocéis.

Es realmente impresionante pensar que se posee la verdad, es decir, conocer el sentido de la vida humana, el significado de la historia y de todo el universo, el motivo de la existencia que se desarrolla entre cumbres de conquistas científicas y abismos de miserias y dolores.

¡Y la verdad es Dios, Creador, Redentor y Remunerador; la verdad es Cristo, que precisamente se ha definido como "camino, verdad, vida, luz, amor, salvación"; la verdad es la Iglesia que El ha querido y fundado para transmitir íntegra su Palabra y los medios de salvación! ¡Y vosotros poseéis, gustáis todo este patrimonio admirable!

¡Cuántos jóvenes no poseen la verdad y arrastran su existencia sin un "porqué"; cuántos, por desgracia, después de vanas y extenuantes búsquedas, desilusionados y amargados, se han abandonado y se abandonan todavía a la desesperación! ¡Y cuántos han logrado alcanzar la verdad sólo después de años de angustiosos interrogantes y experiencias penosas!

¡Pensad, por ejemplo, en el itinerario dramático de San Agustín para llegar a la luz de la verdad y a la paz de la inocencia reconquistada! ¡Y qué suspiro dio cuando finalmente llegó a la luz! ¡Y exclamó con nostalgia: "Sero Te amavi"!

¡Pensad en la fatiga que debió soportar el célebre cardenal Newman para llegar al catolicismo con la fuerza de la lógica! ¡Qué larga y dolorosa agonía espiritual!

220 Y así podríamos recordar a tantas otras figuras eminentes, pasadas y recientes, que han tenido que luchar duramente para conseguir la verdad.

Pues bien, ellos llegaron adonde vosotros ya estáis. Efectivamente, vosotros poseéis la verdad, entera, luminosa, consoladora. ¡Cuántos envidian vuestra situación!

Sabed, pues, gozar de la verdad, como dice Santo Tomás; sabed vivir de la verdad y en la verdad; sabed profundizar y dilucidar siempre más y mejor la verdad en todos sus aspectos y en todas sus exigencias filosóficas, teológicas, bíblicas, históricas, sicológicas, científicas, jurídicas, sociales, por íntima exigencia vuestra y para ser en todas partes "testigos de la verdad".

Tenéis tiempo, libros y profesores calificados para apasionaros cada vez más por la verdad y luego poderla comunicar un día con seguridad y competencia: no perdáis el tiempo. Y sobre todo no os arriesguéis a campos minados y peligrosos, no seáis jactanciosos y presuntuosos, porque es fácil caer en la confusión y ser vencidos por el orgullo; sabed ser sensibles y dóciles, para no desaprovechar ni estropear el don inmensamente precioso que poseéis.

2. Tened sentido de vuestra responsabilidad.

Reflexionad sobre vuestra "identidad": sois de los llamados, elegidos por el mismo Jesús, el divino Maestro, el Pastor y Salvador de nuestras almas, ¡el Redentor del hombre! El os ha elegido, de modo misterioso pero real, para haceros con El y como El salvadores; quiere transformaros en El, confiaros sus mismos poderes divinos... ¡Vosotros debéis un día actuar "in persona Christi"!

Por esto no sois como los otros jóvenes, que tienen delante sólo las metas normales de la carrera, de la posición social, del matrimonio, de las satisfacciones terrenas, aunque sea con ideales cristianos y aun apostólicos.

Vosotros sois distintos, porque estáis llamados al sacerdocio.

Y entonces debéis plantear vuestra vida sobre un tipo de formación y de responsabilidad eminentemente de apostolado y de testimonio.

A los jóvenes reunidos en Galway, Irlanda, les decía recientemente: `"Cristo os llama pero El os llama de verdad., Su llamada es exigente, porque os invita a dejaros 'capturar' completamente por El, de modo que veréis toda vuestra vida bajo una luz nueva" (30 de septiembre de 1979).

¡Si esto vale para los jóvenes, mucho más debe valer para vosotros, queridísimos seminaristas! ¡Dejaos capturar por Jesús y tratad de vivir sólo para El!

221 También os quiero confiar lo que dije a los seminaristas irlandeses en Maynooth: "La Palabra de Dios es el gran tesoro de vuestras vidas... Dios cuenta con vosotros y hace sus planes, en cierto modo, dependiendo de vuestra libre colaboración, de la oblación de vuestras vidas y de la generosidad con que sigáis las inspiraciones que el Espíritu Santo os hace en el fondo de vuestros corazones". Y también: "Vosotros os preparáis para el don total de vosotros mismos a Cristo y al servicio de su Reino. Lleváis a Cristo el don de vuestro entusiasmo y vitalidad juvenil. En vosotros Cristo es eternamente joven, y a través de vosotros rejuvenece a la Iglesia. No le defraudéis. No defraudéis al pueblo que está esperando que le llevéis a Cristo... Cristo os mira y os ama" (1 de octubre de 1979).

3. Finalmente, mantened vivo el sentido del compromiso.

Vosotros deseáis llegar a ser sacerdotes, o al menos deseáis descubrir si realmente estáis llamados. Y entonces la cuestión es seria, porque es necesario prepararse bien, con claridad de intenciones y con una formación severa. ¡El mundo mira al sacerdote, porque mira a Jesús! ¡Nadie puede ver a Cristo; pero todos ven al sacerdote, y por medio de él quieren entrever al Señor! ¡Inmensa grandeza y dignidad la del sacerdote, que ha sido llamado justamente "alter Christus"!

¡Por esto no debéis perder el tiempo! Efectivamente, es necesario un compromiso constante y apremiante en vuestra formación:

— empeño en la formación espiritual;

— empeño en la formación intelectual y cultural;

— empeño en la formación ascética, mediante el hábito del orden, de la pobreza, sacrificio, mortificación, control de los propios deseos, recordando la advertencia siempre válida de la "Imitación de Cristo": "Tantum proficies quantum tibi ipsi vim intuleris" (Lb. 1, cap. XXIV,
Nb 11).

A los seminaristas de Filadelfia, después de haber citado la Optatam totius (Nb 11), les dije que el seminario debe proporcionar una sana disciplina para preparar al servicio consagrado: "Cuando la disciplina se ejercita adecuadamente, crea una atmósfera de recogimiento que capacita al seminarista para desarrollar interiormente esas actitudes que son tan deseables en un sacerdote, tales como la obediencia alegre. la generosidad y el sacrificio de sí mismo" (3 de octubre de 1979);

— empeño en la formación del propio carácter. Un buen carácter es un verdadero tesoro en la vida. A veces sacerdotes estupendos por su virtud y su celo merman la eficacia del ministerio por su temperamento impaciente, antipático, no equilibrado. Por eso es necesario formarse un buen carácter, abierto, comprensivo, paciente, y a esto ayuda ciertamente la dirección espiritual sincera, metódica;

— empeño en la formación social, conociendo la sicología de las diversas clases y sus exigencias, adquiriendo diversas posibilidades de atracción, aprendiendo también a ser autosuficientes para tantas necesidades de la vida.

Queridísimos seminaristas: El Señor os ayude y os acompañe cada día de este nuevo año de estudio y formación.

222 También os digo, como en el encuentro de Maynooth: "Este es un tiempo maravilloso para la historia de la Iglesia. Este es un tiempo maravilloso para ser sacerdote, para ser religioso, para ser misionero de Cristo. Alegraos siempre en el Señor. Alegraos en vuestra vocación" (1 de octubre de 1979).

Para lograr vuestro propósito, confiaos a María Santísima siempre, pero especialmente en los momentos de dificultad y de oscuridad: "De María aprendemos a rendirnos a la voluntad de Dios en todas las cosas. De María aprendemos a confiar también cuando parece haberse eclipsado toda esperanza. De María aprendemos a amar a Cristo, Hijo suyo e Hijo de Dios... Aprended de Ella a ser fieles siempre, a confiar en que la Palabra que Dios os da será cumplida, y que nada es imposible para Dios" (Homilía en la catedral de San Mateo en Washington, 6 de octubre de 1979).

Y también os sea propicia mi bendición que con afecto profundo os imparto a vosotros, a vuestros superiores y profesores y a todas las personas queridas.



BEATIFICACIÓN DE ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ


Domingo 14 de octubre 1979



¡Alabado sea Jesucristo!
Venerables Hermanos y amados hijos e hijas

1. Esta mañana la Iglesia entona un canto de júbilo y de alabanza al Señor. Es el canto de la Madre que celebra la bondad y la misericordia divinas, al proclamar Beato a un hijo insigne, que se ha distinguido por el cultivo eminente de las virtudes cristianas: el sacerdote Enrique de Ossó y Cervelló, gloria de la amada España, tierra de Santos.

Para asistir a la glorificación del nuevo Beato, os habéis congregado en esta Basílica de San Pedro numerosos compatriotas suyos. Bienvenidos seáis todos, obispos, sacerdotes, religiosos y fieles españoles aquí presentes, así como los que procedéis de todos aquellos lugares a donde se ha irradiado el bien sembrado por el Beato Enrique de Ossó y donde ha brotado con pujanza el justo reconocimiento y el aprecio a su persona y a su obra.

Pero sobre todo bienvenidas seáis vosotras, Religiosas de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, que habéis llegado con vuestras actuales y antiguas alumnas, provenientes de diversos lugares y Países de Europa, de África, de América, para ofrecer un cálido homenaje de devoción y renovada fidelidad a vuestro Padre Fundador.

Permitidme, sin embargo, que reserve una palabra de particular saludo a los representantes de la diócesis de Tortosa, y más concretamente a los del pequeño pueblo de Vinebre, cuna natal de esa admirable figura de hombre y de sacerdote, que la Iglesia propone hoy a nuestra imitación.

2. Sí, el Beato Enrique de Ossó nos ofrece una imagen viva del sacerdote fiel, perseverante, humilde y animoso ante las contradicciones, desprendido de todo interés humano, lleno de celo apostólico por la gloria de Dios y la salvación de las almas, activo en el apostolado y contemplativo en su extraordinaria vida de oración.

223 Y no era fácil la época que a él le tocó vivir, en una España dividida por las guerras civiles del siglo XIX y alterada por movimientos laicistas y anticlericales que pretendían la transformación política y social, dando incluso origen a sangrientos episodios revolucionarios. El, sin embargo, supo mantenerse firme e intrépido en su fe, en la que halló inspiración y fuerza para proyectar la luz de su sacerdocio sobre la sociedad de su tiempo. Con clara conciencia de lo que era su misión propia como hombre de Iglesia, a la que amaba entrañablemente, sin buscar nunca protagonismos humanos en campos que eran ajenos a su condición, en una apertura a todos sin distinción, para mejorarlos y llevarlos a Cristo. Cumplió su propósito: “ Seré siempre de Jesús, su ministro, su apóstol, su misionero de paz y de amor ”.

Los treinta años escasos de su vida sacerdotal dieron lugar a un continuo desarrollo de impresas apostólicas bien meditadas y abnegadamente ejecutadas, con una impresionante confianza en Dios.

La suya fue una existencia hecha oración continua que nutría su vida interior y que informaba todas sus obras. En la escuela de la gran Santa abulense aprende que la oración, ese “ trato de amistad ” con Dios, es medio necesario para conocerse y vivir en verdad, para crecer en la conciencia de ser hijos de Dios, para crecer en el amor. Es además un medio eficaz de transformar el mundo. Por ello será también un apóstol y pedagogo de la oración. ¡A cuántas almas enseñó a orar con su obra el Cuarto de hora de oración!

Este fue el secreto de su gran vida sacerdotal, lo que le dio alegría, equilibrio y fortaleza; lo que hizo que él, sacerdote, servidor y ministro de todos, sufriendo con todos, amando y respetando a todos, se sintiera dichoso de ser lo que era, consciente de que tenía en sus manos dones recibidos del Señor para la redención del mundo, dones que, aunque pequeño e indigno, ofrecía desde la infinita superioridad del misterio de Cristo y que llenaban su alma de un gozo inefable. Un testimonio y una lección de vida eclesial con plena validez para el sacerdote de hoy, que sólo en el Evangelio, en el ejemplo de los Santos y en las enseñanzas o normas de la Iglesia, no en sugerencias o teorías extrañas, puede encontrar orientación segura para conservar su identidad, para realizarse con plenitud.

Una vez más quiero exhortar, en esta espléndida ocasión, a mis amados hermanos sacerdotes, a la entrega total a Cristo, gozosamente vivida en el celibato por el Reino de los Cielos y en el servicio generoso a los hermanos, sobre todo a los más pobres, a través de una vida centrada en el propio ministerio pastoral, esto es, en la misión específica de la Iglesia, y caracterizada por ese estilo evangélico que expuse en mi Carta del Jueves Santo y del que he hablado nuevamente en mis gratísimos encuentros con los presbíteros durante mi reciente viaje apostólico.

3. Si queremos señalar ahora uno de los rasgos más característicos de la fisonomía apostólica del nuevo Beato, podríamos decir que fue uno de los más grandes catequistas del siglo XIX, lo que le hace muy actual en este momento en que toda la Iglesia reflexiona –como lo hizo también en la última sesión del Sínodo de los Obispos – sobre el deber de catequizar que incumbe a todos sus hijos.

Como catequista genial, él se distinguió por sus escritos y por su labor práctica; atento a dar a conocer, adecuadamente y en sintonía con el Magisterio de la Iglesia, el contenido de la fe, y ayudar a vivirlo. Sus métodos activos le hicieron anticiparse a conquistas pedagógicas posteriores. Pero sobre todo, el objetivo que se propuso fue dar a conocer y despertar el amor a Dios, a Cristo, y a la Iglesia, que es el centro de la misión del verdadero catequista.

En esa misión todos los campos: el de la niñez, con sus inolvidables catequesis en Tortosa (“ por los niños al corazón de los hombres ”); el del mundo juvenil, con las Asociaciones des jóvenes, que llegaron a tener muy amplia difusión; el de la familia, con sus escritos de propaganda religiosa, particularmente la Revista Teresiana; el de los obreros, tratando de dar a conocer la doctrina social de la Iglesia; el de le instrucción y la cultura en el que, con arreglo a la mentalidad de la época, luchó para asegurar la presencia del ideal católico en la escuela, a todos los niveles, incluso en el universitario. Se dedicó incansablemente al ministerio de la palabra hablada, a través de la predicación, y de la palabra escrita, a través de la prensa como medio de apostolado.

4. Pero en su afán catequizador, su obra predilecta, la que consumió la mayor parte de sus energías, fue la fundación de la Compañía de Santa Teresa de Jesús.

Para extender el radio de su acción en el tiempo y en el espacio; para penetrar en el corazón de la familia; para servir a la sociedad en una época en que la capacitación cultural empezaba a ser indispensable, llamó junto a sí a mujeres que podían ayudarle en tal misión, y se entregó a la tarea de formarlas con esmero. Con ellas dio comienzo el nuevo Instituto, que habría de distinguirse por estos rasgos: como hijas de su tiempo, la estima de los valores de la cultura; como consagradas a Dios, su entrega total al servicio de la Iglesia; como estilo propio de espiritualidad, la asimilación de la doctrina y ejemplos de Santa Teresa de Jesús.

Podríamos decir que la Compañía de Santa Teresa de Jesús fue y es como la gran catequesis organizada por el Beato Ossó para llegar a la mujer, y a través de ella infundir nueva vitalidad en la sociedad y en la Iglesia.

224 Hijas de la Compañía de Santa Teresa: dejadme decir que me complace ver que os mantenéis fieles a vuestro carisma, dentro de la renovación que demanda el momento actual a la luz de las orientaciones del Concilio Vaticano II y de la Exhortación Apostólica Evangelica testificatio de mi predecesor Pablo VI. De acuerdo con el legado de vuestro Fundador y el espíritu de la gran Santa de Ávila, sed generosas en vuestra donación total a Cristo, para dar mucho fruto en los países de misión. Que vuestra conducta toda refleje la riqueza de una vida interior en la que la renuncia es amor; el sacrificio, eficacia apostólica; la fidelidad, aceptación del misterio que vivís; la obediencia, elevación sobrenatural; la virginidad, donación alegre a los demás por el reino de los cielos. Sed ante el mundo, incluso con los signos externos, un testimonio vivo de ideales grandes hechos realidad, catequizando, evangelizando siempre con la palabra y con la acción apostólica; sed una prueba fehaciente de que, hoy como ayer, vale la pena no recortar las alas del propio espíritu para dar al mundo actual –que tanto lo necesita y que lo busca, a veces aún sin saberlo– la serenidad en la fe, la alegría en la esperanza, la felicidad en el verdadero amor. Vale la pena, sí, vivir para ello; vivir así la propia vocación de mujer y de religiosa. A imitación de la Virgen María, a quien vuestro Fundador profesó tan tierna devoción.

5. Para el cristiano de hoy, sumido en un ambiente de búsqueda acelerada de un ideal nuevo de hombre, el Beato Enrique de Ossó, el educador cristiano, deja asimismo un legado. Ese hombre nuevo que se busca, no podrá ser auténticamente tal sin Cristo, el Redentor del hombre. Habrá que cultivarlo, educarlo, dignificarlo cada vez más en sus polivalentes facetas humanas, pero hay que catequizarlo, abrirlo a horizontes espirituales y religiosos donde encuentre su proyección de eternidad, como hijo de Dios y ciudadano de un mundo que rebasa el presente.

¡Qué amplio campo si abre a la dedicación generosa de los padres y madres de familia; a los responsables y profesores en colegios e instituciones docentes, sobre todo de la Iglesia – que deberán continuar siendo, con el debido respeto a todos, centros de educación cristiana –; a muchas de vosotras antiguas alumnas de colegios de la Compañía de Santa Teresa que seguís al lado de vuestras maestras de un día; a tantas otras almas, que desde diversos puestos, privados o públicos, podéis contribuir a la elevación cultural y humana de los demás y a su formación en la fe! Sed conscientes de vuestra responsabilidad y posibilidades de hacer el bien.

6. Termino estas reflexiones dedicando un cordial saludo a los miembros de la Misión especial enviada a este acto por el Gobierno español. Pido a Dios que la tradición católica de la nación española, de la que tanto habló y escribió el nuevo Beato, sea de estímulo en la actual fase de su historia y pueda ésta alargarse hacia metas superiores, mirando decididamente al futuro, pero sin olvidar, más aún tratando de conservar y vitalizar las esencias cristianas del pasado, para que así el presente sea una época de paz, de prosperidad material y espiritual, de esperanza en Cristo Salvador.



MISA DE INAUGURACIÓN DEL CURSO ACADÉMICO DE LAS UNIVERSIDADES

Y CENTROS DE ESTUDIOS ECLESIÁSTICOS DE ROMA



Basílica de San Pedro

Lunes 15 de octubre de 1979



1. Es para mi motivo de alegría sincera encontrarme aquí hoy presidiendo esta solemne liturgia eucarística que ve reunidos en torno al altar ele Cristo, junto con el señor cardenal Prefecto de la Sagrada Congregación para la Educación Católica y con los rectores de las Pontificias Universidades y Ateneos romanos, a los profesores, alumnos y al personal auxiliar de estos centros de estudio.

Estamos aquí reunidos, hijos queridísimos, por una circunstancia especialmente significativa: quererlos inaugurar oficialmente con esta concelebración el año académico 1979-1980. Queremos inaugurarlo bajo la mirada de Dios. Sentimos que es justo hacerlo así. En efecto, ¿qué es un nuevo año de estudio sino la reanudación de una ascensión ideal que. por senderos frecuentemente empinados y escarpados, lleva al investigador cada vez más alto, a lo largo de las pendientes de esa misteriosa y fascinante montaña, que es la verdad? La fatiga del camino queda ampliamente recompensada por la belleza de los panoramas cada vez más sugestivos, que se abren ante el asombro de la mirada.

Pero la subida no carece de riesgos: hay pasos difíciles y apoyos insidiosos, hay el peligro de neblinas inesperadas. la posibilidad de perspectivas ilusorias y de obstáculos imprevistos. La metáfora es transparente: la conquista de la verdad es empresa ardua, no carente de incógnitas y riesgos. La persona responsable que se aventura no puede menos de sentir la necesidad de invocar en su fatiga la benevolencia de Dios, la ayuda de su luz, la intervención fortificante de su gracia.

Si esto vale para toda clase de investigación científica, mucho más aparece verdadero para la teológica, que se basa en el misterio infinito de Dios, que se nos ha comunicado personalmente mediante la palabra y la obra de la redención: y aparece verdadero, además. para las otras ramas de los estudios eclesiásticos que, si se orientan hacia los diversos campos de la investigación bíblica, de la ciencia filosófica, de la historia, etc., retornan de nuevo a este factor que las unifica a todas, y hace de vosotros "los especialistas" de Dios y de su misterio de salvación, manifestado al hombre. Por esto, el estudiante de las facultades eclesiásticas no se enfrenta con una verdad impersonal y fría. sino con el Yo mismo de Dios, que en la Revelación se ha hecho "Tú" para el hombre y ha abierto un diálogo con él, en el que le manifiesta algún aspecto de la riqueza insondable de su ser.

2. ¿Cuál será, pues. la actitud justa del hombre, llamado a una confidencia inimaginable por el amor preveniente de Dios? No es difícil responder. No puede ser más que una actitud de profunda gratitud, unida a la humildad sincera. Es tan débil nuestra inteligencia, tan limitada la experiencia, tan breve la vida, que cuanto logra decir de Dios tiene más la apariencia de un balbuceo infantil que la dignidad de un discurso exhaustivo y concluyente. Son conocidas las palabras con las que Agustín confesaba su temor al disponerse a hablar de los misterios divinos: suscepi enim tractanda divina homo. espiritalia carnalis, aeterna mortalis; "me he impuesto yo, que soy hombre, la tarea de tratar cosas divinas: yo, que soy carnal, de tratar cosas espirituales, y yo, que soy mortal, de tratar cosas que son eternas" (In Io. Ev. Tr. 18. núm. Nb 1).

225 Este es el convencimiento básico con que el teólogo debe acercarse a su trabajo: debe recordar continuamente que, por mucho que pueda decir sobre. Dios, se tratará siempre de palabras de un hombre, y por lo tanto, de un pequeño ser finito, que se ha aventurado a la exploración del misterio insondable del Dios infinito.

Por lo tanto, nada tiene de sorprendente si los resultados a que han llegado los máximos genios del cristianismo, les hayan parecido como totalmente inadecuados respecto al Término trascendente de sus investigaciones. Confesaba Agustín: Deus ineffabilis est; facilius dicimus quid non sit, quam quid sit (Enarr. In
Ps 85 Ps 12); y explicaba: "Cuando desde este abismo nos elevamos a respirar esas alturas, no es poca ventaja poder saber lo que Dios no es, antes de saber lo que El es" (De Trin. 8, 2, 3). Y cómo no recordar a este propósito, la respuesta de Santo Tomás a su fiel secretario, fray Reginaldo de Piperno, que le exhortaba a proseguir la composición de la Summa, interrumpirla después de una experiencia mística transformante. Refieren los biógrafos que, a las insistencias del amigo, sólo opuso un lacónico: "Hermano, no puedo más; todo lo que he escrito me parece paja". Y la Summa quedó incompleta.

Y la humildad, de que nos dan ejemplo tan espléndido los más grandes maestros de teología, va junta con una profunda gratitud. ¿Cómo no ser agradecidos cuando Dios infinito se ha abajado a hablar con el hombre en su misma lengua humana? Efectivamente, El, que "muchas veces y en muchas maneras habló en otro tiempo a nuestros padres, por ministerio de los profetas, últimamente en estos días, nos habló por su Hijo" (He 1,1-2). ¿Cómo no ser agradecidos cuando, de este modo, la lengua humana y el pensamiento humano han sido visitados por la Palabra de Dios y por la Verdad divina y han sido llamados a participar de ella, y a dar testimonio de ella, a anunciarla e incluso a explicarla y a profundizar en ella de modo correspondiente a las posibilidades y exigencias del conocimiento humano? Esto es precisamente la teología. Esta es precisamente la vocación del teólogo. En nombre de esta vocación nos reunimos hoy aquí para comenzar el nuevo año académico, que se desarrollará en todas esas canteras del trabajo científico y didáctico, que son los Ateneos de Roma.

3. La humildad es la contraseña de todo científico que tiene una relación honesta. con la verdad cognoscitiva. Ella ante todo abrirá el camino para que arraigue en su espíritu la disposición fundamental, necesaria para toda investigación teológica merecedora de este nombre. Esta disposición fundamental es la fe.

Reflexionemos: la Revelación consiste en la iniciativa de Dios, que ha salido personalmente al encuentro del hombre para entablar con él un diálogo de salvación. Es Dios quien comienza la conversación y es Dios quien la prosigue. El hombre escucha y responde. Pero la respuesta que Dios espera del hombre no se reduce a una fría valoración intelectualista de un contenido abstracto de ideas. Dios se encuentra con el hombre y le habla porque lo ama y quiere salvarlo. Por esto, la respuesta del hombre debe ser ante todo aceptación agradecida de la iniciativa divina y abandono confiado en la fuerza preveniente de su amor

Entrar en diálogo con Dios significa dejarse encantar y conquistar por la figura luminosa (doxa) de Jesús revelador y por el amor (agape) del que lo ha enviado. Y en esto precisamente consiste la fe. Con ella el hombre, iluminado interiormente y atraído por Dios, trasciende los límites del conocimiento puramente natural y tiene una experiencia de El, que de otro modo le estaría vedada. Ha dicho Jesús: "Nadie puede venir a mí si el Padre, que me ha enviado, no le trae" (Jn 6,44). "Nadie", por esto, tampoco el teólogo.

El hombre, observa Santo Tomás, mientras está in statu viae, puede alcanzar alguna inteligencia de los misterios sobrenaturales, gracias al uso de su razón, pero sólo en cuanto la razón se apoya sobre el fundamento firme de la fe, que es participación del conocimiento mismo de Dios y de los bienaventurados comprensores: "Fides est in nobis ut perveniamus ad intelligendum quae credimus" (In Boeth. de Trin. q. 2. a. 2, ad 7). Es el pensamiento de toda la tradición teológica, y en particular la actitud del gran Agustín: "creyendo llegas a ser capaz de entender; si no crees, nunca conseguirás entender... Por lo tanto, que te purifique la fe, para que te sea concedido llegar al conocimiento pleno" (Im lo. Evan. Tr. 36, Nb 7). En otro lugar observa a este propósito: "Habet namque fides oculos suos, quibus quodammodo videt verum esse quod nondum videt" ( Consentium, Nb 2 Nb 9), y por esto resulta que "intelectui fides aditum aperit, infidelitas claudit" ( Volusianum, Nb 4,15).

La conclusión a que llega el obispo de Hipona se convertirá en clásica: "La inteligencia es el fruto de la fe. Por lo tanto no trates de entender para creer, sino cree para entender" (In Io. Evan. Tr. 29, Nb 6). Es una advertencia sobre la que debe reflexionar el que "hace teología": efectivamente, también hoy existe el peligro de pertenecer a la falange de los garruli ratiocinatores (De Trin. 2, 4), a quienes Agustín invitaba a cogitationes suas carnales non dogmatizare ( Dardanum, Nb 8 Nb 29). Sólo la "obediencia a la fe" (cf. Rom Rm 16,26), con la que el hombre se abandona totalmente a Dios con plena libertad, puede hacer entrar en la comprensión profunda y sabrosa de las verdades divinas.

4. Hay una segunda ventaja que al teólogo le viene de la humildad: ésta constituye el humus en el que arraiga y germina la flor de la oración. En efecto, ¿cómo podría orar con acentos sinceros un espíritu soberbio? Y la oración es indispensable para crecer en la fe ha recordado el Concilio Vaticano II, cuando en la Constitución Dei Verbum, ha puesto de relieve que para prestar el asentimiento de la fe a la Revelación divina «es necesaria la gracia de Dios que se adelanta y nos ayuda», es necesario el auxilio del Espíritu Santo «que mueve el corazón y lo dirige a Díos, abre los ojos del espíritu y concede a todos gusto en aceptar y creer la verdad» (Nb 5).

Un componente esencial de la tarea teológica debe reconocerse en la dedicación a la oración: sólo una oración humilde y asidua puede impetrar la efusión de esas luces interiores que guían la mente al descubrimiento de la verdad. Deus semper idem, noverirn me noverim te, pedía Agustín en los Soliloqui (2. 1, 1), y en sus exposiciones catequéticas no se cansaba de invitar a sus oyentes a orar para obtener luz, y pedía luz él mismo en los momentos de oscuridad: "Dios Padre nuestro, que nos exhortas a pedirte y nos das lo que te pedirnos (..), escúchame a mí que me estremezco de frío en estas tinieblas y ofréceme la diestra. Hazme ver tu luz, retírame de los errores y haz que bajo tu guía vuelva a entrar en mí y en ti. Amén" (Solil. 2. 6, 9; cf. 1, 1. 2-6).

¿Y cómo no mencionar aquí la famosa oración que San Anselmo puso al comienzo de su Proslogio? Es una oración tan sencilla y bella, que puede ser un modelo de invocación para el que se dispone a "estudiar a Dios": "Dios, enséñame a buscarte y muéstrate a mí que te busco, ya que no puedo ni buscarte ni encontrarte si tú mismo no te muestras" (Prosl. 1).

226 Un auténtico trabajo teológico —digámoslo con franqueza— no puede ni comenzar ni concluir si no es de rodillas, al menos en el secreto de la celda interior donde siempre es posible "adorar al Padre en espíritu y verdad" (cf. Jn Jn 4,23).

5. Finalmente, la humildad sugiere al teólogo la justa actitud en relación con la Iglesia. El sabe que a ella le ha sido confiada la "Palabra", para que la anuncie al mundo, aplicándola a cada época y haciéndola así verdaderamente actual. Lo sabe y se alegra de ello.

Por esto, no duda en repetir con Orígenes: "Por mi parte, mi aspiración es ser realmente eclesiástico" (In Lucam, hom. 16), esto es, estar en plena comunión de pensamiento, sentimiento y vida con la Iglesia, en la que Cristo se hace contemporáneo a cada una de las generaciones humanas. De verdad homo ecclesiasticus, por eso ama el pasado de la Iglesia, medita su historia, venera y explora la Tradición. Pero no se deja encerrar en un culto nostálgico de sus particulares y contingentes expresiones históricas, sabiendo bien que la Iglesia es un misterio vivo y en camino, bajo la guía del Espíritu. Igualmente rechaza propuestas de rupturas radicales con lo que ha existido, por el mito deslumbrante de un comienzo nuevo: él cree que Cristo está siempre presente en su Iglesia, hoy como ayer, para continuar su vida, no para empezarla de nuevo.

Además, el sensus Ecclesiae que hay en él vivo y vigilante por la humildad, lo mantiene en constante actitud de escucha ante la palabra del Magisterio. que él acepta de buen grado como garante, por voluntad de Cristo, de la verdad salvífica. Y permanece en esta escucha también ante las voces que le llegan de todo el Pueblo de Dios, dispuesto siempre a recoger en la palabra docta del estudioso, como también en la sencilla, pero quizá no menos profunda, del común de los fieles, un eco iluminador del Verbo eterno que "se hizo carne y habitó entre nosotros" ().

6. He aquí, hermanos e hijos queridísimos, algunos puntos de reflexión para este comienzo del año escolar y académico. Os veo reunidos aquí en torno a las reliquias de San Pedro, a quien Cristo dijo: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré yo mi Iglesia" (Mt 16,18). Como Obispo vuestro, Obispo de Roma y a la vez Sucesor de Pedro, deseo dirigir a todos vosotros una llamada ardiente para que participéis en esta construcción de la Iglesia, que toma origen del mismo Cristo. Dirijo esta llamada tanto a los profesores y maestros, como a los estudiantes de cada uno de los Ateneos romanos. El trabajo que emprendéis juntos constituye como un gran laboratorio de la misión de la Iglesia en nuestra época debe dar frutos no sólo hoy, sino también en el futuro. Depende mucho de los resultados que aquí conseguís. Estos deben convertirse en la levadura de la fe y de la vida cristiana de muchos hombres en los diversos lugares de la tierra. Efectivamente, habéis venido aquí a esta Cátedra, sabiendo bien que su deber especial es unir en la verdad y en el amor sobre la tierra a los hijos de Dios de los diversos lugares, naciones, países y continentes.

Encomiendo vuestro encuentro con la Verdad y el Amor divino a la Patrona del día de hoy, a esa "gran" Teresa de Jesús que mereció, la primera entre las mujeres, el título de Doctor de la Iglesia. Sobre todo invoco para vosotros la continua protección de Aquella a quien la Iglesia honra como Sedes Sapientiae. Su materna solicitud acompañe vuestros pasos y, guiándoos para descubrir nuevos aspectos del misterio apasionante de Cristo, os ayude a crecer en el amor a El. Si cognovimus, amemos, porque —no debemos olvidarlo— cognitio sibe caritate non salvos facit, "un conocimiento sin amor no nos salva" (San Agustín, In 1 Ep. Io. Tr. 2, núm. 8):



B. Juan Pablo II Homilías 218