B. Juan Pablo II Homilías 242

242 Finalmente, mi saludo se extiende a todos los esposos cristianos, comprometidos a vivir y testimoniar frente al mundo las riquezas inherentes al sacramento del matrimonio; a los jóvenes que se lanzan con ánimo atrevido y con esperanza íntegra hacia el mañana; a los niños, en cuyos ojos inocentes se reflejan los mejores deseos escondidos en el espíritu de cada adulto; a los enfermos que con sus sufrimientos dan una aportación insustituible al dinamismo interior y al crecimiento espiritual de toda la comunidad; en una palabra, a todos los que forman parte de esta parroquia y especialmente a cuantos en ella se sienten y son más pobres, más solos, más marginados.

Hoy nosotros todos juntos reunidos en torno al altar, damos gracias al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo por estos 25 años de existencia de la parroquia. Damos gracias por esta pequeña parte de la Iglesia, por esta porción del Pueblo de Dios, que lleva el nombre de "Parroquia de San Rafael en el Trullo". Es un fragmento de la historia de la salvación, delimitado en el tiempo y en el espacio, pero a la vez inconmensurable por lo que se refiere a la presencia del Dios vivo, de la obra salvífica de Cristo, de la efusión del Espíritu Santo en los corazones y en las conciencias humanas.

Por todo esto nosotros queremos dar gracias hoy, juntos. Mi visita quiere ser una visita de acción de gracias. Recogiendo la invitación a "levantar nuestros corazones", decimos hoy con especial convicción las palabras del prefacio:

¡En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias!".

3. Quizá sobre el fondo de este 25 aniversario, adquiere mayor realce en nuestra conciencia la verdad que San Pablo ha expresado en el maravilloso pasaje de la Carta a los Hebreos, que hemos escuchado en la liturgia dominical de hoy. He aquí que Cristo, Sacerdote de la nueva y eterna Alianza, entra en el santuario eterno "para comparecer ahora en la presencia de Dios a favor nuestro" (
He 9,24). Entra para ofrecer continuamente por toda la humanidad el Sacrificio único, que ha ofrecido una sola vez "para destruir el pecado por el sacrificio de sí mismo" (He 9,26).

Todos nosotros participamos en este único Santo Sacrificio. Todos nosotros tenemos parte en el único y eterno sacerdocio de Cristo, Hijo de Dios. Precisamente este templo, que fue construido en esta zona de Roma, poco tiempo después de la erección de la parroquia, es el lugar de esta participación. Efectivamente, la parroquia surge y existe, a fin de que todos nosotros tengamos parte en la misión sacerdotal, profética y real (pastoral) de Cristo, como nos enseña el Concilio Vaticano II; para que, ofreciendo junto con El y por El nuestros dones espirituales, podamos entrar con El y por El en el santuario eterno de la Majestad Divina, el santuario que El ha preparado para nosotros como "casa del Padre" (Jn 14,21).

4. Para llegar a la casa del Padre debemos dejarnos guiar por la verdad, que Jesús ha expresado en su vida y en su doctrina. Es verdad rica y universal. Desvela ante los ojos de nuestra alma los amplios horizontes de las grandes obras de Dios. Y, al mismo tiempo, desciende tan profundamente a los misterios del corazón humano, como sólo la Palabra de Dios puede hacerlo. Uno de los elementos de esta verdad es el que parece recordarnos la liturgia de hoy con un acento especial:

"Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el reino de los cielos" (Mt 5,3).

Se puede decir que la liturgia de este domingo ilustra de manera especialmente sugestiva esta primera bienaventuranza del sermón de la montaña, permitiéndonos penetrar a fondo en la verdad que contiene. Efectivamente, nos habla en la primera lectura de la viuda pobre de los tiempos de Elías, que habitaba en Sarepta de Sidón. Poco después nos habla de otra viuda pobre de los tiempos de Cristo, que ha entrado en el atrio del templo de Jerusalén. Una y otra han dado todo lo que podían. La primera dio a Elías el último puñado de harina para hacer una pequeña torta. La otra echó en el tesoro del templo dos leptos, y estos dos leptos constituían todo "lo que tenía" (Mc 12,44). La primera no queda defraudada porque, conforme a la predicción de Elías, "no faltó la harina de la tinaja, hasta que el Señor hizo caer la lluvia sobre la tierra" (cf. 1R 17,14). La segunda pudo escuchar las alabanzas más grandes de labios de Cristo mismo.

Mediante estas dos figuras se desvela el verdadero significado de esa pobreza de espíritu, que constituye el contenido de la primera bienaventuranza en el sermón de la montaña. Esto puede sonar a paradoja, pero esta pobreza esconde en sí una riqueza especial. Efectivamente, rico no es el que tiene, sino el que da. Y da no tanto lo que posee, cuanto a sí mismo. Entonces, él puede dar aun cuando no posea. Aun cuando no posea, es por lo tanto rico.

El hombre, en cambio, es pobre, no porque no posea, sino porque está apegado —y especialmente cuando está apegado espasmódica y totalmente— a lo que posee. Esto es, está apegado de tal manera que no se halla en disposición de dar nada de sí. Cuando no está en disposición de abrirse a los demás y darse a sí mismo. En el corazón del rico todos los bienes de este mundo están muertos. En el corazón del pobre, en el sentido en que hablo, aun los bienes más pequeños reviven y se hacen grandes.

243 Ciertamente en el mundo mucho ha cambiado desde que Cristo pronunció la bienaventuranza de los pobres de espíritu en el sermón de la montaña. Los tiempos en que vivimos son bien diversos de los de Cristo. Vivimos en otra época de la historia, de la civilización, de la técnica, de la economía. Sin embargo, las Palabras de Cristo nada han perdido de su exactitud, de su profundidad, de su verdad. Más aún, han adquirido un nuevo alcance.

Hoy no sólo es necesario juzgar con la verdad de estas Palabras de Cristo el comportamiento de una viuda pobre y de sus contemporáneos, sino que es necesario juzgar con esta verdad todos los sistemas y regímenes económico-sociales, las conquistas técnicas, la civilización del consumo y al mismo tiempo toda la geografía de la miseria y del hambre, inscrita en la estructura de nuestro mundo.

Y así, como en los tiempos del sermón de la montaña, también hoy cada uno de nosotros debe juzgar con la verdad de las Palabras de Cristo sus obras y su corazón.

¡Qué institución tan estupenda es esta parroquia, que nos permite sentir constantemente las Palabras de Cristo y juzgar nuestros corazones con su verdad!

5. Deseo que hoy se estrechen las manos todos los cónyuges que, en virtud del sacramento, han constituido en esta parroquia otras tantas comunidades familiares. Renueven hoy en sus corazones las sagradas promesas que, ante Dios y la Iglesia, hicieron de ellos un día esposos —marido y mujer—, y después procreadores —padre y madre—. Recen por la gracia de la perseverancia en la fidelidad matrimonial y en la de padres. Recen por obtener el amor necesario para el cumplimiento de la vocación que han recibido de Dios.

Los niños encuentren en esta parroquia una casa familiar más amplia; se empapen de la verdad de la Palabra de Dios en la catequesis; se alimenten con el Cuerpo del Salvador.

Los jóvenes busquen en esta parroquia el apoyo de sus ideales y se comprometan a animarla con su nueva vida, con su testimonio, con la diligencia en servir a Dios y a los hombres.

Los enfermos y los que sufren encuentren aquí consuelo y alivio. Los visite Cristo, mediante el servicio de los sacerdotes y les explique con la palabra interior del Espíritu la dignidad grande y el significado de sus sufrimientos.

Puedan todos, en esta parroquia, tomar conciencia de ser miembros del Cuerpo de Cristo y darse cuenta de que se acerca a ellos el Reino de Dios, más aún, de que ya está presente en ellos.

Yo ruego hoy por todo esto, junto con vosotros, confiando ante todo en la intercesión de María, que es Madre de la Iglesia y causa de nuestra alegría, y luego también en la intercesión de San Rafael Arcángel, a quien habéis elegido como guía de vuestro camino. Con su ayuda y con su protección, vuestra comunidad podrá continuar, con renovado aliento, en el camino de un testimonio cristiano coherente y activo, ofreciendo a cuantos están oprimidos por las dudas, perplejidades y desesperación el mensaje eterno de alegría y esperanza que nos ha dejado Cristo en su Evangelio. Así sea.



CONSAGRACIÓN EPISCOPAL DEL NUEVO ARZOBISPO METROPOLITA

DE FILADELFIA DE LOS UCRANIOS MONSEÑOR MYROSLAW LUBACHIVSKY


Capilla Sixtina

244

Lunes 12 de noviembre de 1979



1. Con gran emoción me encuentro hoy ante el altar para realizar, juntamente con vosotros, venerables hermanos, el acto de la consagración episcopal del nuevo Metropolita de Filadelfia de los Ucranios.

Hace pocas semanas, durante mi viaje a los Estados Unidos, tuve la dicha de visitar su catedral en Filadelfia.

El encuentro con el arzobispo electo y con los obispos de la provincia eclesiástica de Filadelfia, con los sacerdotes, las religiosas y los fieles que se habían congregado en gran número junto con sus Pastores, fue para mí un acontecimiento que viví profundamente. En efecto, conozco de cerca la historia de vuestro pueblo y la historia de la Iglesia que, desde hace siglos, está vinculada a él. De aquí nace mi disposición para imponer hoy las manos, junto con vosotros, venerables hermanos, a aquel a quien el Espíritu Santo llama al ministerio episcopal. Al mismo tiempo lo llama a la unión con el Sucesor de Pedro y con toda la jerarquía de esta Iglesia, cuyo jerarca más eminente es nuestro venerabilísimo hermano el cardenal Josyf Slipyj.

2. Permíteme, pues, eminencia, que me dirija a ti de modo especial. No sólo los hijos e hijas de tu pueblo, sino toda la Iglesia y el mondo contemporáneo conocen tu testimonio nada común que, con tu vida difícil y particularmente con la prisión durante muchos años, has dado de Jesucristo y de la Iglesia, nacida de su cruz y resurrección. Esta prisión te arrancó de la querida sede de Lvov, para la que te había nombrado nuestro venerado predecesor Pío XII. Es consolador hacer resaltar que hoy te encuentras junto a nosotros, liberado hace ya muchos años, por la solicitud de mi venerado predecesor Juan XXIII y creado cardenal por Pablo VI. Por lo tanto, puedes dedicarte a tu pueblo en favor del cual has sido constituido, según las palabras de la Carta a los Hebreos (cf. Heb He 5,1).

Y continuamente eres constituido como el Pastor que da la vida por las ovejas (cf. Jn Jn 10,15), desterrado de esa Iglesia que, desde el año 1596, permanece en la unión con la Sede de San Pedro, manteniendo la propia fidelidad desde hace ya casi 400 años. Esta fidelidad, especialmente durante los últimos siglos, ha sido pagada y continúa siendo pagada con grandes sacrificios. Tu vida de Pastor es un ejemplo particular y una prueba de ello.

3. Deseo aprovechar la ocasión de hoy para manifestar la veneración que la Sede Apostólica y toda la Iglesia católica sienten por vuestra Iglesia. La fidelidad testimoniada a Pedro y a sus Sucesores nos obliga a una gratitud especial y también a una fidelidad recíproca respecto a quienes la conservan con tanta firmeza y nobleza de alma. Deseamos ofrecerles un tributo de verdad y de amor. Deseamos con todas las fuerzas aliviar las pruebas de quienes sufren precisamente a causa de su fidelidad. Deseamos de todo corazón asegurar la unidad interna de vuestra Iglesia y la unidad con la Sede de Pedro.

Permitid, eminencia, que exprese los mismos sentimientos al otro consagrante, el Metropolita Maxim Hermaniuk de Winnipeg, en Canadá, y a los representantes de la jerarquía de vuestra Iglesia aquí presentes, como también que manifieste mi estima y afecto a toda la Iglesia ucrania.

4. Celebramos la liturgia eucarística de la consagración en el día de la memoria de San Josafat, obispo y mártir, a quien vuestra Iglesia venera como Patrono especial. Sus reliquias, que desde el año 1963 están depositadas en la basílica de San Pedro, constituyen una motivación ulterior para este acontecimiento de hoy, en el que un nuevo Pastor es agregado al cuerpo de los obispos de vuestra Iglesia, recibiendo la ordenación en Roma junto a las reliquias de este Santo mártir. Hoy toda la Iglesia católica junto con vosotros venera a San Josafat.

5. Y tú, monseñor Lubachivsky, como nuevo Pastor de la grey, eres llamado a dar también testimonio de esa fidelidad que constituye parte tan grande de la tradición de tu pueblo. Como obispo católico, estás llamado a ser un signo de la fidelidad misma de Dios a su alianza, un signo del amor inmortal de Cristo a su Iglesia. Este es el ministerio que hoy se te confía: ofrecer incesantemente a los fieles el pan de la vida que, según las palabras del Concilio Vaticano II, se toma de la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo (cf. Dei Verbum DV 21).

Sí, mediante la palabra y los sacramentos sostendrás a tu pueblo en su fidelidad al Evangelio, y lo guiarás por el camino de la salvación. La Palabra de Dios será lámpara para sus pasos y luz en su camino (cf. Sal Ps 119,103). Y todos tus esfuerzos pastorales estarán dirigidos a este fin: esto es, a que la Palabra ele Dios sea la norma práctica del vivir cristiano, y dé frutos de justicia y santidad de vida en la comunidad a la que presidirás y servirás. Por medio de la celebración del sacrificio eucarístico, continuarás sosteniendo al pueblo en la alegría, confirmándolo en la paz, en la unidad y en el vínculo de la caridad. Esta, venerable hermano, es una gran misión, en la que serás heredero y custodio de una gran tradición, que es católica y a la vez ucrania. Por esto en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, te exhorto a seguir adelante en la continuidad apostólica y en la fidelidad de proclamar al pueblo el Evangelio de la salvación. Al regresar a Filadelfia, te ruego que transmitas a tus fieles mi saludo cordial y mi bendición.

245 6. Nuestra asamblea hoy ante la Majestad de Dios Omnipotente en la Santísima Trinidad sea confirmación nueva de este camino por el que prosigue vuestra Iglesia y vuestro pueblo en conexión con este gran milésimo aniversario del bautismo, para el que habéis comenzado los preparativos este año.

El amor de Dios Padre, la gracia del Señor Nuestro Jesucristo y la comunión del Espíritu Santo, por intercesión de la Santísima e Inmaculada Madre de Cristo, y de San Josafat y de todos los Santos, esté siempre con todos vosotros. Amén.



MISA DE CLAUSURA DE LA V ASAMBLEA GENERAL

DE LAS UNIÓN INTERNACIONAL DE SUPERIORAS GENERALES (UISG)


Capilla Sixtina

Miércoles 14 de noviembre de 1979



Queridas hermanas en el Señor:

Es para mí una gran alegría reunirme con vosotras, representantes especialmente autorizadas de la gran riqueza que constituye en la Iglesia la vida religiosa. Efectivamente mediante ésta se ofrece un testimonio muy evidente de lo que significa la donación total al amor y al servicio de Dios. Me siento feliz al mismo tiempo al ver y saludar en vosotras como a la imagen de la universalidad de la Iglesia: vosotras representáis aquí a todos los continentes, las diversas culturas; manifestáis, al mismo tiempo, la realización multiforme de la respuesta a la llamada del Señor. Por medio de vosotras deseo confirmar a todas las religiosas el aprecio y la confianza que la Iglesia tiene en ellas, no sólo por el apostolado inteligente, constante, generoso, sino aún más por la vida de consagración y de entrega, muy frecuentemente oculta, de aceptación gozosa y valiente de las inevitables pruebas y dificultades. Os pido que transmitáis mi bendición especialísima a todas las religiosas probadas o fatigadas en el cuerpo o en el espíritu, a las ancianas, a las enfermas, cuya vida de abnegación y sacrificio es un valor preciosísimo, irrenunciable, único, para la Iglesia, para el Papa y para el Pueblo de Dios.

Deseo también que esta celebración eucarística con el Papa constituya para cada una de vosotras un saludable momento de ánimo y consuelo para el cumplimiento de un compromiso siempre exigente, frecuentemente acompañado por el signo de la cruz y de una dolorosa soledad, y que exige, por parte vuestra, un sentido profundo de responsabilidad, una generosidad sin debilidades ni extravíos, un constante olvido de vosotras mismas. En efecto, vosotras debéis sostener y guiar a vuestras hermanas en este período postconciliar, ciertamente rico en experiencias nuevas, pero también tan expuesto a errores y desviaciones, que tratáis de evitar y corregir. Es conocida la evolución positiva de estos últimos años en la vida religiosa, interpretada con espíritu más evangélico, más eclesial y más apostólico; sin embargo, no se puede ignorar que ciertas opciones concretas, aunque sugeridas por buena, pero no siempre iluminada intención, no han ofrecido al mundo la imagen auténtica de Cristo, a quien la religiosa debe hacer presente entre los hombres.

Encontrándoos reunidas en torno al altar para renovar la ofrenda de Cristo al Padre, os sentís íntimamente invitadas a repetir, también en nombre de todas vuestras hermanas, la consagración de vosotras mismas que, iniciada ya con el bautismo, se hizo definitiva y perfecta por medio de los votos religiosos.

1. Acoged, pues, mi primera invitación a la oración ferviente y perseverante, para que resulte cada vez más evidente la importancia de la vocación religiosa y la necesidad de profundizar su valor esencial en la vida de la Iglesia y de la sociedad. La trayectoria personal de cada una de las religiosas, se centra efectivamente en el amor esponsalicio a Cristo, por quien ella, modelada por su espíritu, le entrega toda la vida, apropiándose sus sentimientos, sus ideales y su misión de caridad y de salvación. Como dije a las religiosas de Irlanda: "Ningún movimiento de la vida religiosa tiene valor alguno si no es simultáneamente un movimiento hacia el interior. hacia el 'centro' profundo de vuestra existencia, donde Cristo tiene su morada. No es lo que hacéis lo que más importa, sino lo que sois como mujeres consagradas al Señor" (Discurso a los sacerdotes, religiosos y religiosas de Irlanda, 1 de octubre de 1979; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 14 de octubre, 1979, pág. 7).

— Orad para que cada religiosa, viviendo con alegría su relación única y fiel con Cristo, encuentre en su consagración el culmen de la propia realidad característica de mujer, que tiende totalmente al clon de sí.

— Orad confiadamente para que cada instituto pueda superar fácilmente las propias dificultades de crecimiento y de perseverancia y para que vuestra reunión anual contribuya a perfeccionar cada vez más cada una de las congregaciones a las que pertenecéis.

246 — Orad, finalmente, sin intermisión por las vocaciones religiosas: el ideal de la vida consagrada, don inmenso y gratuito de Dios, ejerza un atractivo cada vez mayor en numerosas jóvenes orientadas hacia las realizaciones más altas y más nobles.

El tema elegido por la Sagrada Congregación para los Religiosos e Institutos Seculares para la próxima reunión plenaria: `"Dimensión contemplativa de la vida religiosa", sea una ocasión privilegiada para profundizar en el valor fundamental de la oración. A este propósito, quiero dirigir un sentido recuerdo, con mi bendición, a las religiosas de vida contemplativa, a las que de todo corazón doy las gracias por su oración intensa y constante, que constituye una ayuda insustituible en la misión evangelizadora de la Iglesia.

2. Mi segunda exhortación quiere ser ahora una invitación a comprometeros en un testimonio religioso apto para nuestro tiempo.

Después de los años de experiencia, encaminados a la puesta al día de la vida religiosa, según el espíritu del propio instituto, ha llegado el momento de evaluar objetiva y humildemente los ensayos realizados, para discernir los elementos positivos, las eventuales desviaciones y, finalmente, para preparar una regla estable de vida, aprobada por la Iglesia, que deberá constituir para todas las religiosas un estímulo en orden a un conocimiento más profundo de sus compromisos y a una fidelidad gozosa en vivirlos.

El primer testimonio sea el de una adhesión filial y de una fidelidad a toda prueba a la Iglesia, Esposa de Cristo. Esta unión con la Iglesia debe manifestarse en el espíritu de vuestro instituto y en sus tareas de apostolado, porque la fidelidad a Cristo no puede separarse jamás de la fidelidad a la Iglesia. "Vuestra adhesión generosa y ferviente al Magisterio auténtico de la Iglesia es garantía sólida de la fecundidad de vuestro apostolado y condición indispensable para la interpretación exacta de los signos de los tiempos" (Discurso a las religiosas de los Estados Unidos, 7 de octubre de 1979; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 4 de noviembre de 1979, pág. 10).

A imitación de María. la Virgen del corazón siempre disponible a la Palabra de Dios, debéis encontrar vuestra serenidad interior, vuestra alegría, en la disponibilidad a la palabra de la Iglesia y de aquel a quien Cristo ha puesto como su Vicario en la tierra.

Un segundo testimonio debe ser el de la vida comunitaria.

Es, en efecto, un elemento importante de la vida religiosa; es una característica que han vivido desde los orígenes las religiosas, porque los vínculos espirituales no pueden crearse, desarrollarse y perpetuarse sí no es mediante relaciones cotidianas y prolongadas. Esta vida comunitaria, en la caridad evangélica, está estrechamente ligada con el misterio de la Iglesia, que es misterio de comunión y de participación, y da prueba de vuestra consagración a Cristo. Poned todo empeño y cuidado para que esta vida comunitaria sea facilitada y amada de tal manera, que se convierta en medio precioso de ayuda recíproca y de realización personal.

Finalmente, como ya he tenido ocasión de decir otras veces, un último, particular testimonio es también el del hábito religioso. Efectivamente, constituye un signo evidente de consagración total a los ideales del Reino de los cielos, teniendo siempre en cuenta todas las circunstancias debidas, como por ejemplo, las de la tradición. de los diversos campos de compromiso apostólico, del ambiente, etc.; es signo, además, de separación definitiva de los meros intereses humanos y terrenos; es signo incluso de pobreza alegremente vivida y amada en abandono confiado a la acción providente de Dios.

Queridísimas superioras generales, vosotras debéis asumir la tarea delicada y a veces difícil, pero siempre tan preciosa, de promover entre las religiosas todo lo que puede contribuir a la unión de los espíritus y de los corazones. Una vida fraterna, fervorosa y auténtica es indispensable para que las religiosas puedan superar de modo permanente las obligaciones, las fatigas y las dificultades que comporta una vida de consagración y de apostolado en el mundo de hoy.

Vuestra tarea en la realización feliz de esta vida profundamente arraigada en los valores evangélicos, reviste una importancia de primer orden. El ejercicio de la autoridad, con espíritu de servicio y de amor a todas las hermanas, es una tanta vital, aun cuando es difícil y exige no poca valentía y entrega. La superiora tiene el deber de ayudar a la religiosa para que realice cada vez más perfectamente su vocación. La superiora no puede sustraerse a esta obligación ciertamente ardua, pero indispensable.

247 El cumplimiento de este deber exige oración constante, reflexión, consulta, pero también decisiones valientes, con conciencia de la propia responsabilidad ante Dios, ante la Iglesia y ante las mismas religiosas que esperan este servicio. La debilidad, como el autoritarismo, constituyen desviaciones igualmente perjudiciales para el bien de las almas y para el anuncio del Reino.

3. Para terminar, os exhorto con afecto: tened confianza. Sed siempre valientes en vuestra entrega religiosa, no os dejéis abatir por las eventuales dificultades, por la disminución de personal, por las incertidumbres que puedan pesar sobre el porvenir. No dudéis de la validez de las formas experimentadas de apostolado en el campo de la educación juvenil, para con los enfermos, los niños. los ancianos y todos los que sufren.

Estad seguras de que si vuestros institutos se comprometen sinceramente a promover entre las religiosas una fidelidad constante, generosa y dinámica a las exigencias de su vida consagrada, el Señor, que no se deja ganar en generosidad, os enviará las deseadas vocaciones, que esperáis para la llegada de su Reino.

Atentas a las sugerencias y a las palabras de la Sabiduría, como corresponde a personas llamadas a desarrollar una alta responsabilidad de gobierno, y agradecidas a Dios, junto con todas vuestras hermanas, por la vocación especial recibida, caminad con serena confianza por la vía de vuestro compromiso de total consagración a Cristo y a las almas. Os conforte y os sostenga María Santísima, Madre y modelo de todas las personas consagradas, y os acompañe con benevolencia especial mi bendición apostólica.



VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA DE SAN JUAN EVANGELISTA




Domingo 18 de noviembre de 1979



Queridísimos hermanos y hermanas:

1. He venido aquí hoy para concluir la vista pastoral de la parroquia que el obispo auxiliar, mons. Clemente Riva, ha realizado al comienzo del pasado mes octubre.

La visita a cada una de las comunidades del Pueblo de Dios pertenece a los deberes fundamentales de cada obispo. Son los deberes que nos han indicado de modo especial los Apóstoles del Señor, los cuales visitaron cada una de las comunidades cristianas, especialmente las que ellos fundaron. Bajo este aspecto resulta particularmente elocuente el testimonio de San Pablo. También San Juan, Patrono de vuestra parroquia, manifiesta de diversos modos su solicitud apostólica por cada una de las Iglesias, tanto en sus Cartas, como de manera especial en el Apocalipsis; cuando al comienzo se dirige a las siete Iglesias de Asia: "A Efeso, a Esmirna, a Pérgamo, a Tiatira, a Sardes, a Filadelfia y a Laodicea" (Ap 1,11).

Como Obispo de Roma y junto con vosotros, hermanos en el Episcopado, cardenal Vicario, arzobispos y obispos auxiliares, deseo mantenerme fiel a esta tradición apostólica.

Con ocasión de la visita de hoy, dirijo un saludo cordial a todos los queridos feligreses de San Juan Evangelista en Spinaceto; en particular quiero mencionar a los beneméritos sacerdotes que se dedican a vuestra atención espiritual, a las Hermanitas de la Asunción y a las Esclavas del Amor Misericordioso. a los miembros del consejo parroquial y a los diversos Movimientos eclesiales representados aquí. A todos vaya mi palabra de vivo estímulo para proseguir en el camino de un auténtico testimonio cristiano.

2. En la liturgia de este domingo, el Señor nos dirige, especialmente una palabra: "Velad". Cristo la ha pronunciado bastantes veces y en circunstancias diversas. Hoy la palabra "velad" se une a la perspectiva escatológica, a la perspectiva de las realidades últimas: "velad y orad en todo tiempo, para que podáis presentaros ante el Hijo del hombre" (Mt 24,42 Mt 24,44).

248 A este ruego corresponden ya las palabras de la primera lectura del libro del profeta Daniel. Pero sobre todo corresponden las palabras del Evangelio según Marcos. Estas palabras afirman que "el cielo y la tierra pasarán" (Mt 13,31) e incluso delinean el cuadro de este pasar, refiriéndose al fin del mundo.

Esta realidad se forja sobre la imagen del cosmos propia de entonces. Desde hace 2.000 años nuestras ciencias naturales y cosmológicas van dando pasos adelante. El hombre de hoy tiene miedo a la destrucción de su planeta; y la vincula principalmente al conjunto de todos esos medios de destrucción que han producido la ciencia y la técnica moderna. Me permito referirme aquí a las siguientes palabras de la Encíclica Redemptor hominis:

"El hombre... vive cada vez más en el miedo. Teme que sus productos, naturalmente no todos y no la mayor parte, sino algunos y precisamente los que contienen una parte especial de su genialidad y de su iniciativa, puedan ser dirigidos de manera radical contra él mismo; teme que puedan convertirse en medios e instrumentos de una autodestrucción inimaginable, frente a la cual todos los cataclismos y las catástrofes de la historia que conocemos parecen palidecer" (Redemptor hominis III, 15).

Esta destrucción, o mejor autodestrucción de nuestro mundo, cuyo peligro acompaña a la conciencia del hombre contemporáneo, se delinea al mismo tiempo como una consecuencia de la prevalencia del odio sobre el amor y sobre la justicia, esto es del mal sobre el bien en el sentido moral. En este contexto el "velad" de Cristo adquiere una claridad especial. Se convierte en un imperativo humano de dimensión nacional y universal. Sentimos un profundo deber de pensar y actuar en el espíritu de este imperativo, repitiendo incesantemente la invocación a la justicia y la paz en el mundo de hoy.

3. Muchas veces se acusa al cristianismo porque, orientando al hombre a las realidades últimas y terrenas, desviaría su atención de las cosas temporales. Este reproche supone una comprensión errónea de la exhortación de Cristo a "velar". El Señor la hace en una perspectiva escatológica, pero al mismo tiempo abierta a toda la plenitud de los problemas y de los deberes del hombre que vive en esta tierra. La existencia temporal engendra una serie de deberes que constituyen precisamente el contenido de ese "velar" según el Evangelio.

El Concilio Vaticano II expresa esta idea de muchos modos (especialmente en la Constitución Gaudium et spes ) recordando que la tarea de los cristianos, en unión con todos los hombres de buena voluntad, es hacer que la vida del hombre sobre la tierra se haga cada vez más "humana": y esto en todas las esferas de la existencia terrena. Este deber de la Iglesia en toda su universalidad debe sentirse vivamente en cada una de las comunidades, en cada parroquia, como en cada partícula o célula de un organismo vivo; efectivamente la Iglesia es el Cuerpo de Cristo.

4. Al mismo tiempo ese "velad" de Cristo, que resuena en la liturgia de hoy con este denso contenido, se dirige a cada uno de nosotros, a cada hombre. Cada uno de nosotros tiene su propia parte en la historia del mundo y en la historia de la salvación, mediante la participación en la vida de la propia sociedad, de la nación, del ambiente de la familia. Podemos y debemos ser conscientes del hecho de que estos círculos de relaciones, en los que cada uno existe, se amplían y se concentran: desde los más amplios, que a veces resulta difícil abarcar, hasta los más restringidos y cercanos. Pero no cabe duda de que del modo según el cual cada uno de nosotros acepte ese "velad" evangélico en el círculo más inmediato, dependen también los círculos más lejanos y toda la imagen de la vida de la humanidad.

Así, pues, mientras oímos esta exhortación hoy, aquí reunidos con ocasión de la visita a la parroquia de San Juan Evangelista, piense cada uno de nosotros en su vida personal. Piense en su vida conyugal y familiar. El marido piense en su comportamiento con la mujer; la mujer en su comportamiento con el marido; los padres para con los hijos, y los hijos para con los padres. Los jóvenes piensen en sus relaciones con los adultos y con toda la sociedad, que tiene derecho de ver en ellos su propio futuro mejor. Los sanos piensen en los enfermos y en los que sufren; los ricos en los necesitados. Los Pastores de almas en estos hermanos y hermanas, que constituyen "el redil del Buen Pastor", etc.

Este modo de pensar, que nace del contenido profundo y universal del "velad" de Cristo, es fuente de la verdadera vida interior. Es la prueba de la madurez de conciencia. Es la manifestación de la responsabilidad para consigo y para con los otros. A través de este modo de pensar y de actuar, cada uno de nosotros como cristiano participa en la misión de la Iglesia.

5. El obispo llega a la parroquia para hacer a todos concientes del hecho de que los bautizados participan en la misión de la Iglesia. Más aún: que participan en la obra de la salvación, que realizó Cristo de una vez para siempre, y que está continuamente en vía de cumplimiento, en el amor más grande a Dios y a los hombres. También habla de esto el autor de la Carta a los Hebreos, afirmando que Jesucristo "con una sola oblación perfeccionó para siempre a los santificados" (He 10,14). Nosotros, mediante la fe, vivimos en la perspectiva de este Sacrificio Único, y lo realizamos constantemente, cada uno por su cuenta y todos en comunidad, con nuestra vida, con nuestra vela.

No podemos, queridos hermanos y hermanas, cerrar los ojos a las realidades últimas. No podemos cerrar los ojos ante el significado definitivo de nuestra existencia terrena.

249 "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mc 13,31), dice el Señor. Debemos vivir con los ojos bien abiertos.

Este abrir los ojos, favorecido por la luz de la fe, trae también la paz y la alegría, como testifican las palabras del salmo responsorial de la liturgia de hoy. La alegría se deriva del hecho que "el Señor es el lote de mi heredad y mi copa" (Ps 16,5). No vivimos en el vacío, y no caminamos hacia el vacío.

"El Señor es el lote de mi heredad y mi copa, / mi suerte está en tu mano. / Tengo siempre presente al Señor, / con El a mi derecha no vacilaré. / Por esto se me alegra el corazón, / se gozan mis entrañas" (Ps 16 Ps 5 Ps 8 Ps 9).

6. Por lo tanto no tengamos miedo de aceptar esta exhortación: "Velad, pues, porque no sabéis cuándo llegará vuestro Señor", velad "porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre" (Mt 24,42 Mt 24,44).

Esta exhortación plasme nuestra vida desde sus fundamentos. Nos permita vivir en la medida plena de la dignidad del hombre, es decir, en la libertad madura. Dé a la vida de cada uno de nosotros esa dimensión espléndida, cuya fuente es Cristo.



B. Juan Pablo II Homilías 242