B. Juan Pablo II Homilías 255


VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA DE SAN CLEMENTE


I Domingo de Adviento, 2 de diciembre de 1979



1. Deseo saludar a toda vuestra parroquia en el nombre de su patrono: San Clemente, uno de los primeros sucesores de San Pedro, Obispo de Roma, que vivió a finales del siglo I después de Cristo, testigo de la fe apostólica, exiliado y mártir. Dirija él nuestros pasos y acompañe esta visita que, después de 19 siglos, realiza, en la parroquia dedicada a él, su Sucesor en Roma. Interceda por nosotros y nos hable con la elocuencia de ese testimonio apostólico en el que vivió esta ciudad en sus tiempos, apenas algunas decenas de años después de San Pedro y San Pablo.

La ciudad de una elección particular por parte de Dios: que podamos merecer siempre, con nuestra vida y nuestra conducta, esta elección única. Que pueda servir a esta finalidad también la visita de hoy a vuestra parroquia.

En conformidad con la tradición apostólica, comienzo esta visita con un saludo dirigido a Dios y a nuestro Señor Jesucristo, "que es, que era y que viene" (Ap 1,8). Y al mismo tiempo con un saludo dirigido a toda vuestra comunidad en Cristo.

Ante todo, un saludo cordial a vuestro celoso párroco, monseñor Vincenzo Pezzella, y a los sacerdotes que colaboran con él en la cura pastoral; a las buenas religiosas de la congregación del "Divino Amor", y a todas las religiosas que viven y trabajan en el ámbito de la parroquia; a las 6.000 familias, a los padres, a las madres, a todos los 24.000 fieles que forman la Iglesia viva en esta zona de Roma, y que desde 1956, es decir, desde hace 23 años, constituyen la parroquia.

Mi saludo paterno se dirige también a los niños, a los adolescentes, a los jóvenes, a las parejas jóvenes, a los ancianos, a los enfermos. Un saludo de complacencia y de aliento a todos los que, sacrificando generosamente su tiempo, se dedican, según las propias posibilidades y capacidad, a estar disponibles para el vario y complejo trabajo que se desarrolla en esta comunidad, tan vivaz, dinámica y activa. Un aplauso, en especial, a cuantos se consagran con empeño a la catequesis parroquial a todos los niveles.

Y añado, también, en esta circunstancia gozosa, el deseo de que se superen pronto todas las dificultades y se encuentren los medios adecuados para que podáis tener un templo, ya no provisional y transitorio, sino hermoso y definitivo como lo soñáis y lo deseáis junto con vuestros sacerdotes, desde hace tantos años.

2. Adviento: primer domingo de Adviento.

"He aquí que vienen días —Palabra de Yavé— en que yo cumpliré las promesas..." (Jr 33,14): leemos hoy estas palabras del libro del Profeta jeremías y sabemos que anuncian el comienzo del nuevo año litúrgico y, al mismo tiempo, anuncian ya en esta liturgia el momento inminente de la venida del Hijo de Dios que nace de la Virgen. Cada año nos preparamos para este momento en el ciclo litúrgico de la Iglesia, para esta solemnidad grande y gozosa. Deseo que también mi visita de hoy a la parroquia de San Clemente sirva para esta preparación. Efectivamente, el día en que nace Cristo debe traernos (como anuncia el mismo Profeta Jeremías) esta alegre certeza: que "el Señor en nuestra justicia" (cf. Jer Jr 33,16).

256 3. La Iglesia se prepara para la Navidad de un modo totalmente particular. Nos recuerda el mismo acontecimiento que ha presentado recientemente al final del año litúrgico. Esto es, nos recuerda el día de la venida última de Cristo. Viviremos de manera justa la Navidad, es decir, la primera venida del Salvador, cuando seamos conscientes de su última venida "con poder y majestad grandes" (Lc 21,27), como declara el Evangelio de hoy. En este pasaje hay una frase sobre la que quiero llamar vuestra atención: "Los hombres exhalarán sus almas por el terror y el ansia de lo que viene sobre la tierra" (Lc 21,26).

Llamo la atención porque también en nuestra época el miedo "de lo que deberá suceder sobre la tierra" se comunica a los hombres.

El tiempo del fin del mundo nadie lo conoce, "sino sólo el Padre" (Mc 13,32); y por esto de ese miedo que se transmite a los hombres de nuestro tiempo, no deduzcamos consecuencia alguna por cuanto se refiere al futuro del mundo. En cambio, está bien detenerse en esta frase del Evangelio de hoy. Para vivir bien el recuerdo del nacimiento de Cristo, es necesario tener muy clara en la mente la verdad sobre la venida última de Cristo; sobre ese adviento último. Y cuando el Señor Jesús dice: "Estad atentos... de repente vendrá aquel día sobre vosotros como un lazo" (Lc 21,34), entonces justamente nos damos cuenta de que El habla aquí no sólo del último día de todo el mundo humano, sino también del último día de cada hombre. Ese día que cierra el tiempo de nuestra vida sobre la tierra y abre ante nosotros la dimensión de la eternidad, es también el Adviento. En ese día vendrá el Señor a nosotros, como redentor y juez.

4. Así, pues, como vemos, es múltiple el significado del Adviento, que, como tiempo litúrgico, comienza con este domingo. Pero parece que sobre todo el primero de los cuatro domingos de este período quiere hablarnos con la verdad del "pasar", a que están sometidos el mundo y el hombre en el mundo. Nuestra vida en el mundo es un pasar, que inevitablemente conduce al término. Sin embargo, la Iglesia quiere decirnos —y lo hace con toda perseverancia—que este pasar y ese término son al mismo tiempo adviento: no sólo pasamos, sino que al mismo tiempo nos preparamos. Nos preparamos al encuentro con El.

La verdad fundamental sobre el Adviento es, al mismo tiempo, seria y gozosa. Es seria: vuelve a sonar en ella el mismo "velad" que hemos escuchado en la liturgia de los últimos domingos del año litúrgico. Y es, al mismo tiempo, gozosa: efectivamente, el hombre no vive "en el vacío" (la finalidad de la vida del hombre no es "el vacío"). La vida del hombre no es sólo un acercarse al término, que junto con la muerte del cuerpo significaría el aniquilamiento de todo el ser humano. El Adviento lleva en sí la certeza de la indestructibilidad de este ser. Si repite: "Velad y orad..." (Lc 21,36), lo hace para que podamos estar preparados a "comparecer ante el Hijo del hombre" (Lc 21,36).

5. De este modo el Adviento es también el primero y fundamental tiempo de elección; aceptándolo, participando en él, elegimos el sentido principal de toda la vida. Todo lo que sucede entre el día del nacimiento y el de la muerte de cada uno de nosotros, constituye, por decirlo así, una gran prueba: el examen de nuestra humanidad. Y por eso la ardiente llamada de San Pablo en la segunda lectura de hoy: la llamada a potenciar el amor, a hacer firmes e irreprensibles nuestros corazones en la santidad; la invitación a toda nuestra manera de comportarnos (en lenguaje de hoy se podría decir "a todo el estilo de vida"), a la observancia de los mandamientos de Cristo. El Apóstol enseña: si debemos agradar a Dios, no podemos permanecer en el estancamiento, debemos ir adelante, esto es, "para adelantar cada vez más" (1Th 4,1). Y efectivamente es así. En el Evangelio hay una invitación al progreso. Hoy todo el mundo está lleno de invitaciones al progreso. Nadie quiere ser un "no-progresista". Sin embargo, se trata de saber de qué modo se debe y se puede "ser progresista", y en qué consiste el verdadero progreso. No podemos pasar tranquilamente por alto estas preguntas. El Adviento comporta el significado más profundo del progreso. El Adviento nos recuerda cada año que la vida humana no puede ser un estancamiento. Debe ser un progreso. El Adviento nos indica en qué consiste este progreso.

6. Y por esto esperamos el momento del nuevo Nacimiento de Cristo en la liturgia. Porque El es quien (como dice el Salmo de hoy) "enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes" (Ps 24 [25], 8-9).

Y por tanto hacia El, que vendrá —hacia Cristo—, nos dirigimos con plena confianza y convicción. Y le decimos: ¡Guía! ¡Guíame en la verdad! ¡Guíanos en la verdad!

Guía, oh Cristo, en la verdad a los padres y a las madres de familia de la parroquia: estimulados y fortificados por la gracia sacramental del matrimonio y conscientes de ser en la tierra el signo visible de tu indefectible amor a la Iglesia, sepan ser serenos y decididos para afrontar con coherencia evangélica las responsabilidades de la vida conyugal y de la educación cristiana de los hijos.

Guía, oh Cristo, en la verdad a los jóvenes de la parroquia: que no se dejen atraer por nuevos ídolos, como el consumismo a ultranza, el bienestar a cualquier costo, el permisivismo moral, la violencia contestataria, sino que vivan con alegría tu mensaje, que es el mensaje de las bienaventuranzas, el mensaje del amor a Dios y al prójimo, el mensaje del compromiso moral para la transformación auténtica de la sociedad.

Guía, oh Cristo, en la verdad a todos los fieles de la parroquia: que la fe cristiana anime toda su vida y los haga convertirse, frente al mundo, en valientes testigos de tu misión de salvación, en miembros conscientes y dinámicos de la Iglesia, contentos de ser hijos de Dios y hermanos contigo de todos los hombres.

257 ¡Guíanos. oh Cristo, en la verdad! ¡Siempre!



VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA

DE LOS SANTOS DOCE APÓSTOLES


III Domingo de Adviento, 16 de diciembre de 1979



"La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sea con todos vosotros" (Ph 1,2).

Con estas palabras de San Pablo a los primeros cristianos de la ciudad de Filipos, dirijo mi saludo afectuoso a la la comunidad parroquial de los Doce Apóstoles.

1. Ante todo, un saludo cordial al cardenal Vicario y a los prelados que han querido participar en esta celebración eucarística.

Un saludo cordial a los miembros de la curia generalicia de los padres Franciscanos Menores Conventuales, quienes desde 1463 tienen la cura pastoral de esta insigne basílica.

Un fraternal saludo al párroco, padre Domenico Camusi, y a los religiosos que dedican sus energías al bien de las almas de esta zona del centro histórico de Roma.

Deseo saludar, además, a los numerosos religiosos que viven en el ámbito de la parroquia: los padres Servitas, los misioneros de San Vicente, los padres jesuitas de la Pontificia Universidad Gregoriana y del Pontificio Instituto Bíblico, que visité ayer por la tarde; y no puedo olvidar a las religiosas: las religiosas de María Reparadora, las religiosas del Sagrado Corazón, las Hijas de San Pablo, las religiosas polacas que están al servicio del Colegio Americano.

Finalmente, un saludo especial a todos los fieles: hombres, mujeres, niños, niñas, muchachos y muchachas, jóvenes, ancianos, que forman las "piedras vivas" (1P 2,5) de esta comunidad parroquial, la cual ciertamente no es muy amplia, cuenta, en efecto, con cerca de 800 almas y con 272 familias, pero no es menos rica de vitalidad y se halla cargada de problemas de carácter pastoral.

2. El tercer domingo de Adviento nos ofrece siempre acentos especiales de alegría, que se manifiestan como colores vivos en su forma litúrgica. La alegría es antítesis de la tristeza y del temor. Y por esto, el profeta Sofonías proclama, invitando a la alegría:

"No temas, Sión. / No se caigan tus manos, / que está en medio de ti Yahvé / como poderoso salvador; / se goza en ti con alegría, / te renovará su amor, / exultará sobre ti con júbilo / como en los días de fiesta" (Sof 3, 16-18).

258 Ahora ya sentimos la cercanía de la Navidad. El Adviento nos acerca a ella a través de sus cuatro domingos, de los cuales hoy es el tercero.

San Pablo en la Carta a los Filipenses repite la misma invitación a la alegría. Mientras el profeta ha anunciado la presencia del Señor en Sión, el apóstol anuncia su cercanía: "Alegraos siempre en el Señor; de nuevo os digo: alegraos. Vuestra modestia sea notoria a todos los hombres. El Señor está próximo" (
Ph 4,4-5).

3. La conciencia de la cercanía de Dios, que viene para "estar con nosotros" (Emmanuel), debe reflejarse en toda nuestra conducta. Y de esto nos habla la liturgia de hoy por boca de San Juan Bautista, que predicaba junto al jordán.

Varios hombres llegaron a él para preguntarle: "¿Qué hemos de hacer"? (Lc 3,10). Las respuestas son diversas.

Una para los publicanos, otra para los soldados: a los primeros los invita a la honestidad profesional, a los otros a respetar al prójimo en los simples problemas humanos. E invita a todos a la misma actitud, a la que habían invitado los Profetas en toda la tradición del Antiguo Testamento: a compartir todo con los otros; a ponerse a su servicio según la propia abundancia; a realizar obras de caridad y de misericordia.

Estas respuestas de Juan junto al Jordán las podríamos ampliar y multiplicar, trasladándolas también a nuestro tiempo, a las condiciones en que viven los hombres de hoy. La sensación de la cercanía de Dios provoca siempre preguntas semejantes a las que se le propusieron a Juan junto al Jordán: "¿Qué debo hacer?" "¿Qué debemos hacer? La Iglesia no cesa de responder a estas preguntas. Basta leer con atención los documentos del Concilio Vaticano II para constatar a cuantas preguntas del hombre actual ha dado el Concilio respuestas adecuadas. Respuestas dirigidas a todos los cristianos y a cada uno de los grupos, a la juventud, a los hombres de cultura y de ciencia, a los hombres de la economía y de la política, a los hombres del trabajo...

4. Sin embargo, es necesario que esa pregunta: "¿Qué debemos hacer?", se dirija no sólo a todos, sino también a cada uno. No sólo a cada uno de los grupos y comunidades según su responsabilidad. social, sino también a lo profundo de la conciencia de cada uno de nosotros. ¿Qué debo hacer? ¿Cuáles son mis deberes concretos? ¿Cómo debo servir el auténtico bien y evitar el mal? ¿Cómo debo realizar las tareas de mi vida?

El Adviento nos conduce a cada uno, por decirlo así, "a la morada interna de su corazón" para vivir allí la cercanía de Dios, respondiendo a la pregunta que este corazón humano debe proponerse en el conjunto de la verdad interior.

Y cuando, así sincera y honestamente, nos planteamos esta pregunta, en la presencia de Dios, entonces se realiza siempre aquello de lo que habla Juan junto al Jordán en su metáfora sugestiva: He aquí el aventador para limpiar la era. El permite al agricultor recoger el grano en el granero, quemar la paja con fuego (inextinguible) (cf. Lc Lc 3,17). Así precisamente es necesario hacer más de una vez. Es necesario concentrarse dentro de sí, con la ayuda de esta luz, que el Espíritu Santo no escatimará, delinear en sí y separar el bien y el mal. Llamar por su nombre al uno y al otro, no engañarse a sí mismos. Entonces esto será un verdadero "bautismo" que renovará el alma. El que viene "está cerca" (Ph 4,5), viene a bautizarnos en Espíritu Santo y fuego (cf. Lc Lc 3,18).

El Adviento —preparación a la gran solemnidad de la Encarnación— debe estar unido a esta purificación. Que se reanime la práctica del sacramento de la penitencia. Si ha de ser auténtica esa alegría de la proximidad del Señor que anuncia el domingo de hoy, debemos purificar nuestros corazones. La liturgia de hoy nos indica la doble fuente de la alegría: la primera es la que se deriva de la realización honesta de nuestras tareas en la vida; la segunda es la que se nos da por la purificación sacramental y por la absolución de los pecados, que gravan sobre nuestra alma.

5. "El Señor está cerca", anuncia San Pablo en la Carta a los Filipenses. Con este hecho se vincula la invitación a la esperanza. Porque, aun cuando nuestra vida puede oprimir a cada uno de nosotros con un múltiple peso, "Dios es mi salvación" (Is 12,2). Si el Señor se acerca a nosotros lo hace para que podamos sacar "con alegría el agua de las fuentes de la salud" (Is 12,3), a fin de que podamos conocer "sus obras", las que ha realizado y realiza continuamente para bien del hombre.

259 La primera de todas estas obras es la creación, el bien natural, material y espiritual, que brota de ella. He aquí que nos acercamos a la nueva obra espléndida del Dios viviente, al nuevo "mirabile Dei": he aquí que viviremos de nuevo en la liturgia de la Iglesia el misterio de la Encarnación de Dios. Dios-Hijo se ha hecho hombre; el Verbo se ha hecho carne para injertar en el corazón del hombre la fuerza y la dignidad sobrenaturales: "Dioles poder de venir a ser hijos de Dios" (Jn 1,12).

Y he aquí, cómo mirando hacia el Jordán, que en la liturgia de cada año constituye el recuerdo de este gran misterio, grita el Apóstol: "¡Por nada os inquietéis!, sino que en todo tiempo, en la oración y en la plegaria, sean presentadas a Dios vuestras peticiones acompañadas de acción de gracias" (Ph 4 Ph 6).

¡No os inquietéis por nada! Nunca. ¿No debemos realizar nuestros deberes y nuestras tareas con tanta escrupulosidad como hemos oído de labios de Juan Bautista? Ciertamente. La cercanía de Dios nos pide todo esto. Pero simultáneamente la misma cercanía de Dios, su Encarnación, su voluntad salvífica para el hombre nos exigen que no nos dejemos absorber completamente por las solicitudes temporales, que no vivamos de tal manera como si sólo fuese importante "este mundo", que no perdamos la perspectiva de la eternidad. La venida de Cristo, la Encarnación del Hijo de Dios, nos pide que abramos nuevamente en nuestros corazones esta perspectiva divina. Esto es precisamente el Adviento. Esto quiere decirnos el "Alegraos" de hoy. La perspectiva divina de la vida, que sobrepasa las fronteras de la temporalidad, es la fuente de nuestra alegría.

6. Esta perspectiva es también la fuente de la paz espiritual. Para el hombre contemporáneo, que tiene diversos motivos para la inquietud y para el miedo, deben tener un significado especial las últimas palabras de 1'a segunda lectura de hoy: "Y la paz de Dios, que sobrepuja todo entendimiento, guarde vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús" (Ph 4,7).

He aquí el deseo de la Iglesia para cada uno de nosotros en la cercanía de Navidad.

En nombre de la Iglesia, deseo esta "paz de Dios" a los padres y a las madres de la parroquia, para que, en la fidelidad plena a su misión conyugal, sepan ayudar. con su vida y con su ejemplo, a sus hijos a madurar y crecer en la fe cristiana.

Deseo esta paz a los jóvenes y a las jóvenes de la parroquia, para que estén siempre convencidos de que la violencia no da alegría, sino que siembra odio, sangre, muerte, desorden, y que la sociedad soñada y entrevista por ellos será fruto de sus sacrificios, de su compromiso. de su trabajo, en el respeto solidario hacia los demás.

Deseo esta paz a los ancianos y a los enfermos de la parroquia, para que sean conscientes de que sus oraciones y sus sufrimientos son muy preciosos para el crecimiento de la Iglesia.

Así sea.



SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN


Basílica de Santa María la Mayor

Sábado 8 de diciembre de 1979



260 1. "Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda bendición espiritual... En El nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante El" (Ep 1,3-4).

En estas palabras de la Carta a los Efesios delinea San Pablo la imagen del Adviento. Y se trata de ese Adviento eterno, cuyo comienzo se encuentra en Dios mismo "antes de la creación del mundo", porque ya la "creación del mundo" fue el primer paso de la venida de Dios al hombre, el primer acto del Adviento. Todo el mundo visible, efectivamente, fue creado para el hombre, como atestigua el libro del Génesis. El comienzo del Adviento en Dios es su eterno proyecto de creación del mundo y del hombre, proyecto nacido del amor. Este amor se manifiesta con la eterna elección del hombre en Cristo. Verbo Encarnado.

"En El nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante El".

En este Adviento eterno está presente María. Entre todos los hombres que el Padre ha elegido en Cristo, Ella lo ha sido de modo especial y excepcional, porque fue elegida en Cristo para ser Madre de Cristo. Y así Ella, mejor que cualquier otro entre los hombres "predestinados por el Padre" a la dignidad de sus hijos e hijas adoptivos, ha sido predestinada de modo especialísimo "para alabanza y gloria de su gracia", que el Padre `"nos ha dado" en El, su Hijo querido (cf. Ef Ep 1,6).

La gloria sublime de su gracia especialísima debía ser la Maternidad del Verbo Eterno. En consideración a esta Maternidad, Ella obtuvo en Cristo también la gracia de la Inmaculada Concepción. De este modo María se inserta en ese primer Adviento de la Palabra, que predispuso el Amor del Padre para la creación y para el hombre.

2. El segundo Adviento tiene carácter histórico. Se realiza en el tiempo entre la caída del primer hombre y la venida del Redentor. La liturgia de hoy nos cuenta también este Adviento, y muestra cómo María está inserta en él desde sus comienzos. Efectivamente, cuando se manifestó el primer pecado, con la inesperada vergüenza de los progenitores, entonces también Dios reveló por vez primera al Redentor del mundo, preanunciando también a su Madre. Esto sucedió mediante las palabras, en las que la tradición ve el "Proto-Evangelio", esto es, como el embrión y el preanuncio del Evangelio mismo, de la Buena Nueva.

He aquí las palabras: "Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y el suyo; Este te aplastará la cabeza, y tú le morderás a él el calcañal" (Gn 3,15).

Son palabras misteriosas. Sin embargo, con su carácter arcaico, revelan el futuro de la humanidad y de la Iglesia. Este futuro se ve en la perspectiva de una lucha entre el espíritu de las tinieblas, el que "es mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8,44), y el Hijo de la Mujer que debe venir a los hombres como "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6).

De este modo, María está presente en ese segundo Adviento histórico desde el comienzo. Nos es prometida junto con su Hijo, Redentor del mundo. Y también es esperada con El. El Mesías-Emmanuel ("Dios con nosotros") es esperado como Hijo de la Mujer, Hijo de la Inmaculada.

3. La venida de Cristo constituye no sólo el cumplimiento del segundo Adviento, sino al mismo tiempo también la revelación del tercero y definitivo Adviento. Ella escucha de la boca del ángel Gabriel, a quien Dios envía a María de Nazaret, las siguientes palabras:

"Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y llamado Hijo del Altísimo... y reinará en la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin" (Lc 1,31-35).

261 María es el comienzo del tercer Adviento, porque por Ella viene al mundo el que realizará esa elección eterna que hemos leído en la Carta a los Efesios. Al realizarla, hará de ella el hecho culminante de la historia de la humanidad. Le dará la forma concreta del Evangelio, de la Eucaristía, de la Palabra y de los Sacramentos. Así esa elección eterna penetrará la vida de las almas humanas y la vida de esta comunidad particular que se llama Iglesia.

La historia de la familia humana y la historia de cada uno de los hombres madurarán según la medida de los hijos y de las hijas de adopción por obra de Jesucristo. “En El en quien hemos sido heredados por la predestinación, según el propósito de aquel que hace todas las cosas conforme al consejo de su voluntad" (
Ep 1,11).

María es el comienzo de este tercer Adviento y permanece continuamente en él siempre presente (como lo ha expresado maravillosamente el Concilio Vaticano II en el capítulo VIII de la Constitución sobre la Iglesia "Lumen gentium"). Como el segundo Adviento nos acerca a Aquella cuyo Hijo debía "aplastar la cabeza de la serpiente", así el tercer Adviento no nos aleja de Ella, sino que nos permite permanecer continuamente en su presencia, acercarnos a Ella. Ese Adviento es sólo la espera del cumplimiento definitivo de los tiempos, y es a la vez el tiempo de la lucha y de los contrastes, continuando la originaria previsión: "pondré enemistades entre ti y la Mujer"... (Gn 3,15).

La diferencia está en el hecho de que ya conocemos a la Mujer por su nombre. Es la Inmaculada Concepción. Es conocida por su virginidad y por su maternidad. Es la Madre de Cristo y de la Iglesia, Madre de Dios y de los hombres: María de nuestro Adviento.

4. Durante la reunión con los cardenales que tuvo lugar a comienzos del pasado noviembre, se manifestó el deseo de confiar a la Madre de Dios el Sacro Colegio y toda la Iglesia, poniéndolos bajo su protección.

Muy gustosamente acojo y sigo el deseo manifestado, interpretando los sentimientos comunes. Yo mismo siento una necesidad profunda de obedecer a la invitación implícita ya desde el principio en el Proto-Evangelio mismo: "Pondré enemistades entre ti y la Mujer". ¿Acaso no somos testigos en nuestra difícil época de esa "enemistad"? ¿Qué otra cosa podemos hacer, qué otra cosa desear sino todo lo que nos une aún más a Cristo, al Hijo de la Mujer?

La Inmaculada es la Madre del Hijo del Hombre. ¡Oh Madre de nuestro Adviento, quédate con nosotros y haz que El permanezca con nosotros en este difícil Adviento de las luchas por la verdad y por la esperanza, por la justicia y por la paz: El solo, el Emmanuel!

Saludo y bendición desde el balcón central de la fachada de la basílica

Carísimos, hemos celebrado y festejado nuestro amor hacia la Virgen Inmaculada y nos sentimos todos felices. Quiero darás las gracias en este día y confiaros al Corazón Inmaculado de María. Esta es la conclusión de una jornada tan solemne que tradicionalmente se desarrolla en esta basílica de Santa María la Mayor, donde todos celebran a la Virgen Salus Populi Romani; que Ella sea siempre la salud de este pueblo. Me encomiendo a vuestras oraciones. ¡Alabado sea Jesucristo!


VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA DE SANTA MARÍA DOLOROSA


II Domingo de Adviento, 9 de diciembre de 1979



Queridísimos fieles:

262 1. Estoy contento de encontrarme en medio de vosotros en este II domingo de Adviento y de poderos manifestar personalmente mi afecto.

Quiero, ante todo, saludar públicamente y dar las gracias al obispo auxiliar de este sector de la diócesis de Roma, mons. Giulio Salimei, al párroco, p. Angelo Emerico Gagliarducci, y a sus colaboradores religiosos de la Orden de los Siervos de María que, desde la constitución de la parroquia, en enero de 1958, cuidan de esta amplia y numerosa comunidad con celo infatigable.

Dirijo después un saludo a cuantos trabajan y se prodigan por el anuncio del Evangelio, por la salvación y santificación de las almas, por la ayuda caritativa a los necesitados de pan o de consuelo: a las reverendas religiosas "Pías Operarias de la Inmaculada Concepción" que, con generosa entrega, atienden a los niños de la escuela de párvulos y a los muchachos de las escuelas elementales; al consejo pastoral; a los numerosos catequistas, jóvenes y adultos; a los diversos grupos de Acción Católica y de otras experiencias eclesiales; a los hombres y damas de "San Vicente"; a los grupos deportivos y a los miembros del Movimiento "Tercera edad", dedicado al cuidado y a la acogida de las personas ancianas.

Extiendo mi saludo afectuoso a toda la gran familia parroquial compuesta por más de 35.000 personas. A todos quiero estrechar en mi corazón, en nombre de Cristo. Deseo que todos sepan que el Papa los ama, especialmente los enfermos, los que sufren, los desocupados, los jóvenes que viven alejados de la Iglesia y de la gracia, los padres preocupados a causa de tantos y tan complicados problemas de la vida moderna, todos los que por cualquier motivo se encuentran marginados de la vida parroquial.

Mi saludo va estrechamente unido a la oración. Al pensar en todos los habitantes de la parroquia, y especialmente en los más comprometidos con el trabajo apostólico, puedo repetir las palabras de San Pablo a los Filipenses: "En todas mis oraciones pido con gozo por vosotros, a causa de vuestra comunión en el Evangelio desde el primer día hasta ahora..." (
Ph 1,4-5).

Efectivamente, el primer deber del obispo es la oración por todos los que Dios le ha confiado en esta iglesia. Por cada una de las parroquias. Antes de venir a visitarla, él está en contacto espiritual con ella mediante la oración. Y después de haber realizado la visita, este contacto continúa de manera aún más cordial.

Y aquí séame permitido remitirme de nuevo a las palabras del Apóstol: "Testigo me es Dios de cuánto os amo a todos en las entrañas de Cristo Jesús" (Ph 1,8). Estas palabras trasladadas al contexto de nuestro encuentro de hoy dan testimonio de que esta visita no es sólo una obligación y un deber del servicio pastoral, sino sobre todo una verdadera necesidad del corazón.

2. En la liturgia del domingo de hoy; que es el II del período de Adviento, se repite muy frecuentemente la misma palabra invitando, por así decirlo, a concentrar sobre ella nuestra atención. Es la palabra: "preparad". "Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas... Y toda carne verá la salud de Dios" (Lc 3,4 Lc 3,6). La hemos escuchado hace poco en el Evangelio según San Lucas, y antes aún en el canto solemne del aleluya.

La Iglesia toma hoy esta palabra de labios de Juan Bautista. El enseñó así, predicó de este modo, cuando la Palabra de Dios descendió sobre él en el desierto (cf. Lc Lc 3,2). El la acogió y "vino por toda la región del Jordán predicando el bautismo de penitencia" (Lc 3,3). La palabra "preparad" es la palabra de la conversión —en griego corresponde la expresión "metánoia"— por lo que se ve que esta expresión va dirigida al hombre interior, al espíritu humano.

Y de este modo es necesario comprender la palabra "preparad". El lenguaje del Precursor de Cristo, es metafórico. Habla de los caminos, de los senderos que es necesario "enderezar", de los montes y collados que deben ser "allanados", de los barrancos que es necesario "rellenar", esto es, colmar para elevarlos a un nivel adecuadamente más alto; finalmente, habla de los lugares intransitables que deben ser allanados.

Se dice todo esto en metáfora —tal como si se tratase de preparar la acogida de un huésped especial al que se le debe facilitar el camino, para quien se debe hacer accesible el país, hacerlo atrayente y digno de ser visitado. Tal, como por ejemplo, los italianos han hecho atrayentes y dignos de ser visitados por los turistas y por los peregrinos de todo el mundo las regiones montañosas y roqueñas de su país.

263 Ahora bien, esta metáfora espléndida de Juan, en la que resuenan las palabras del gran Profeta Isaías que se refería al paisaje de Palestina, expresa lo que es necesario hacer en el alma, en el corazón, en la conciencia, para hacerlos accesibles al Huésped Supremo: a Dios, que debe venir en la noche de Navidad y debe llegar después constantemente al hombre, y por último llegar para cada uno al fin de la vida, y para todos al fin del mundo.

3. Este es el significado de la palabra "preparad" en la liturgia de hoy. El hombre, en su vida, se prepara constantemente para algo. La mamá se prepara a traer al mundo al niño y provee para él las diversas cosas necesarias, desde el cochecito a los pañales; el muchacho y la muchacha, desde que comienzan a frecuentar la escuela, saben que necesitan preparar cada día las lecciones. También los maestros deben prepararse para poder darlas bien. El estudiante se prepara para los exámenes. Los novios se preparan para el matrimonio. El seminarista se prepara para la ordenación sacerdotal. Un deportista se prepara para sus competiciones. Un cirujano para la operación. Y el hombre gravemente enfermo se prepara para la muerte.

Por esto se ve que vivimos siempre preparándonos para algo. Toda nuestra vida es una preparación de etapa en etapa, de día en día, de una tarea a otra.

Cuando la Iglesia: en esta liturgia del Adviento, nos repite hoy la llamada de Juan Bautista pronunciada en el Jordán, quiere que todo este "prepararse" de día en día, de etapa en etapa, que constituye la trama de toda la vida, lo llenemos con el recuerdo de Dios. Porque, en fin de cuentas, nos preparamos para el encuentro con El. Y toda nuestra vida sobre la tierra tiene su definitivo sentido y valor cuando nos preparamos siempre para ese encuentro constante y coherentemente. "Cierto de que el que comenzó en vosotros la buena obra —escribe San Pablo a los Filipenses— la llevará a cabo hasta el día de Cristo Jesús" (
Ph 1 Ph 6). Esta "obra buena" comenzó ya en cada uno de nosotros en el momento de la concepción, en el momento de nacer, porque hemos traído con nosotros al mundo nuestra humanidad y todos los "dones de la naturaleza", que pertenecen a ella. Esta "obra buena" comenzó mucho más en cada uno de nosotros por el bautismo, cuando fuimos convertidos en hijos de Dios y herederos de su Reino. Es necesario desarrollar esta "obra buena" de día en día con constancia y confianza hasta el fin, "hasta el día de Cristo". De este modo toda la vida se convierte en cooperación con la gracia y en maduración de esta plenitud que Dios mismo espera de nosotros.

Efectivamente, cada uno de nosotros se parece al agricultor de que habla el Salmo responsorial de hoy:

"Los que con llanto siembran / en júbilo cosechan. Van y andan llorando / los que llevan y esparcen la semilla, / pero vendrán alegres trayendo sus gavillas" (Ps 125 [126], 5-6).

4. Esforcémonos para ver así toda nuestra vida. Toda ella es un adviento. Y precisamente por esto es "interesante" y merece la pena de ser vivida en plenitud, es digna del ser creado a imagen y semejanza de Dios: en cada una de las vocaciones, en cada situación, en cada experiencia.

Por esto adquieren una particular elocuencia y actualidad las palabras del Apóstol en la segunda lectura de la liturgia de hoy:

"Siempre, en todas mis oraciones, pido con gozo por vosotros, a causa de vuestra comunión en el Evangelio desde el primer día hasta ahora. Cierto de que el que comenzó en vosotros la buena obra la llevará a cabo hasta el día de Cristo Jesús... Y por esto ruego que vuestra caridad crezca más y más en conocimiento y en todo discernimiento, para que sepáis discernir lo mejor y seáis puros e irreprensibles para el día de Cristo, llenos de frutos de justicia por Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios" (F1p 1, 4-6. 9-11).

Así es. Por esto ruego y por esto continuaré rogando, después de la visita, por cada uno de vosotros, queridos hermanos y hermanas, y por todos, por toda la parroquia de Santa María Dolo-rosa "ai Gordiani".

Pero deseo encomendar también a vuestras oraciones tres intenciones en particular:

264 — Os recomiendo la participación en la Santa Misa festiva. Sois cristianos y por esto no dejéis nunca la Santa Misa. El encuentro con Jesús y con la comunidad parroquial es un deber, pero debe ser también una alegría y un verdadero consuelo, y completad esta participación con la santa comunión. Y pidamos también la gracia de tener una iglesia digna y suficiente para las necesidades de la parroquia.

— Os recomiendo la instrucción religiosa. Me complace vivamente que la catequesis esté tan bien organizada, con método y seriedad, y estimulo la obra inteligente e incansable de vuestros sacerdotes para con todas las categorías de personas. Cuidad cada vez mejor la instrucción religiosa.

— Finalmente, os encomiendo a los jóvenes. Actuad de modo que ellos puedan ser atendidos, ayudados, iluminados, animados, amados, lanzados hacia grandes ideales, entre los que también está la vocación sacerdotal, religiosa, misionera. Ofrezcamos nuestras oraciones e intenciones a la Virgen Dolorosa, venerada aquí con tanta devoción, y pidamos a Ella la fuerza, la valentía, la ayuda para ser siempre cristianos convencidos y coherentes.

Os deseo una buena preparación para la fiesta de Navidad.

Deseo todo bien para el alma y para el cuerpo.

Deseo la paz de la conciencia.

Deseo la gracia del Adviento.

El Señor está cerca.



B. Juan Pablo II Homilías 255