B. Juan Pablo II Homilías 264


MISA PARA LOS UNIVERSITARIOS ROMANOS



Basílica de San Pedro

Martes 18 de diciembre de 1979



1. Dentro de una semana será Navidad y seguramente regresaréis a vuestras familias. Se suspenderán las clases y los demás deberes incluso en las escuelas superiores de Roma. La gran familia universitaria cederá el lugar, en vuestra vida. a esa pequeña familia doméstica, que es anterior a ella. La fiesta de Navidad confirma, de manera especial, el primado de la familia en la vida de cada uno de nosotros. En este tiempo, cuando Dios nace como hombre, cada uno de los hombres vuelve al lugar donde nació, junto a los seres humanos que son sus padres, junto al padre y a la madre, junto a los hijos de los mismos padres: los hermanos y las hermanas. Cada uno de nosotros se vuelve a encontrar en ese ambiente fundamental, en esa casa que tiene derecho y deber de llamar su casa: la casa familiar. Precisamente en esa noche, en la que Dios nace como niño sin casa, todos los que, con la fe y el corazón, se dirigen a ese Niño sienten una especial nostalgia de casa.

265 He deseado mucho encontrarme con vosotros precisamente ahora, mientras todavía nos preparamos a esta fiesta grande. He deseado encontrarme con vosotros, con el ambiente universitario de Roma, mientras todavía es tiempo de Adviento. Como hicimos en los días precedentes a la Pascua, así hacemos también hoy. Es hermoso que hayáis venido, que estéis hoy conmigo. Considero un derecho mío encontrarme con vosotros en la proximidad de Navidad, tal como hicimos antes de Pascua. Os saludo muy cordialmente en esta basílica de San Pedro. Saludo a todos: profesores y alumnos. A aquellos con quienes ya me he encontrado. Y a los nuevos, que están hoy aquí por vez primera. Saludo también a quienes, por cualquier motivo, no han venido.

En estos días cíe Adviento, en los que la Iglesia dice a Cristo que está para venir: "Ven, Señor, no tardes" (versículo del Aleluya), quisiera repetir a cada uno la misma invitación: "No tardes".

2. El Evangelio de hoy es muy interesante. Se podría decir que en él se contiene, de algún modo, una lección concisa de caracterología. Se podría decir que este pasaje ha sido escrito por los hombres que quieren mirar con atención dentro de sí mismos. Efectivamente, cuánto hace pensar el comportamiento de estos dos jóvenes a los que, uno después del otro, dice el padre: `"Hijo, ve hoy a trabajar en la viña" (
Mt 21,25 Mt 21, primero se manifiesta inmediatamente dispuesto y no mantiene su palabra. En cambio, el otro, primero dice: "No quiero" (Mt 21, 29); pero después se puso a trabajar. Cuando Cristo pregunta: "¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?" (Mt 21, 31), la respuesta espontánea es: obviamente este "último".

Al escuchar estas palabras, estamos dispuestos a aplicarlas a nosotros mismos. Nos proponemos, pues, la pregunta: ¿a cuál de estos dos hermanos me parezco más? ¿A cuál de su comportamiento se parece mi comportamiento habitual? ¿Pertenezco a esos que se entusiasman fácilmente, prometen en seguida, y luego no hacen nada? Olvidan muy pronto que están obligados. O más bien ¿soy el hombre que primero dice "no"? Quizá en este primer "no" se ha convertido incluso en una costumbre, casi en una regla de mi conducta. Digo que "no", sin darme cuenta de poder agraviar con ello a alguien... Pero... pero... necesito ese "no" para poder reflexionar, meditar sobre todos los "pros" y los "contras". Para tomar una decisión finalmente. Y, como resultado, después de haber dicho primero "no", al final digo que "sí". En este caso, ¿no soy mejor que el que con su inicial "sí" no había ofendido; pero luego, nada ha hecho al fin? A la luz de las palabras de Cristo tengo derecho a pensar que obro mejor. Estas y semejantes meditaciones sobre el comportamiento y el carácter propio puede desarrollar cada uno de nosotros, escuchando el Evangelio de hoy. Son muy útiles. Especialmente son útiles para los jóvenes, que frecuentemente se preguntan: ¿quién soy?, ¿cómo soy?, ¿cuáles son mis predisposiciones?, ¿qué carácter debo formarme? Todo educador diligente, todo pedagogo experto dirá al joven: ¡Haceos estas preguntas! ¡Hacéoslas lo más pronto posible! ¡No tardéis!

3. El contexto completo de la liturgia de hoy indica que este acontecimiento significativo del Evangelio de San Mateo, cuyos protagonistas son los dos jóvenes, revela la dimensión más grande de la vida humana. Precisamente a esta dimensión se la debe llamar "adviento". Permitidme que yo la llame así. Y permitidme que explique por qué he llamado así a esta dimensión de la vida humana, que se revela a través del acontecimiento que narra el Evangelio de hoy.

Ante todo, vosotros sentís ciertamente necesidad de la siguiente explicación introductoria y fundamental: nos hemos acostumbrado a definir con la palabra "adviento" a un cierto período litúrgico que precede a la Navidad y nos prepara a ella. ¿Pero se puede afirmar que el "adviento" es una "dimensión de la misma vida humana"?

Según la liturgia de hoy quisiera probar que es indispensable tal extensión del significado, si no debe resultar vacío el adviento entendido como un período litúrgico. Este "Adviento" litúrgico, efectivamente, lo vivimos sólo en tanto en cuanto seamos capaces de descubrir el "adviento" en nosotros como una dimensión fundamental de nuestra vida, de nuestra existencia terrestre.

Precisamente a esto llama el padre, propietario de la viña, en el Evangelio de hoy, a sus dos hijos.

4. En efecto, ¿qué significa la "viña'?

La viña significa a la vez un conjunto y cada una de las partes de ese conjunto. Significa todo el mundo creado por Dios para el hombre: para cada uno de los hombres y para todos los hombres. Y simultáneamente significa esa partícula del mundo, ese "fragmento" que es un deber concreto para cada hombre concreto.

En este significado segundo la "viña" está a la vez "dentro de nosotros" y "fuera de nosotros". Debemos cultivarla, mejorando el mundo y mejorándonos a nosotros mismos. Más aún, lo uno depende de lo otro: hago al mundo mejor, en tanto en cuanto mejoro yo mismo.De lo contrario soy sólo un "técnico" del desarrollo del mundo y no un "trabajador en la viña".

266 Así pues, esa "viña", a la que he sido enviado como había sido enviado cada uno de los dos hijos del Evangelio de hoy, debe convertirse, al mismo tiempo, en lugar de mi trabajo por el mundo y de mi trabajo en mí mismo. Y eso es así en cuanto tengo una sólida conciencia de que Dios ha creado el mundo para el hombre. En este mundo visible Dios ha venido por vez primera al hombre y viene a él continuamente. Viene mediante todo lo que este mundo es, mediante todo lo que oculta en sí. Cada vez que el hombre avanza en descubrir lo que el mundo creado esconde en sí, se elogia el genio del hombre y la mayoría de las veces se detiene aquí. Mientras —si se reflexiona profundamente sobre el problema— ese mundo que el hombre descubre cada vez mejor, es el adviento cada vez irás pleno del Creador. Si vivimos el período litúrgico del Adviento cada año, lo hacemos para extenderlo también a ese adviento cada vez más pleno del Creador. Cada vez se le amplía más al hombre esa "viña" a la que ha sido llamado.

5. Sin embargo, la "viña" significa también el mundo interior.Este mundo es el hombre mismo. Cada hombre constituye este mundo único e irrepetible. Dios-Creador viene a este mundo interior a través del mundo exterior, pero a la vez viene también directamente. Viene de modo incomparable, diferente de todos los seres creados. Porque el hombre es imagen y semejanza de Dios. Y por esto ese adviento de Dios se realiza también directamente en el hombre. No sólo mediante el mundo que lleva en sí las huellas de la Sabiduría y del Poder creadores, sino directamente. En esta venida directa al hombre, Dios es no sólo Creador, sino sobre todo Padre. Viene, pues, al hombre en su Hijo, en el Verbo eterno. Viene como Padre en el Hijo, de otro modo no sería el adviento del Padre.

Este adviento del Padre en la historia del hombre es tan antiguo como el hombre. Nos hablan de esto los primeros capítulos de la revelación, las primeras páginas del libro del Génesis. Ya el primer lugar de la existencia humana era esta "viña" interior. Esa "viña" interior la recibimos en herencia del primer hombre, tal como heredamos también el mundo exterior, la tierra que el Creador confió al hombre para que la sometiese (cf. Gén
Gn 1,28).

En el mismo lugar, al principio, entra también el pecado en la historia del hombre. El pecado original es una de esas realidades sobre las que la liturgia del Adviento se detiene con atención especial. En este cuadro comprendemos mejor el significado de la fiesta de la Inmaculada Concepción que se celebra en el Adviento. Poniendo de relieve este privilegio excepcional de la Virgen, elegida para convertirse en Madre del Redentor, el Adviento quiere, al mismo tiempo, recordarnos que esta "viña" heredada de nuestros progenitores, produce "espinas y cardos" (Gn 3,18), que encontramos en los campos roturados por el trabajo del agricultor. Los encontramos también en nosotros, en nuestro corazón, También de él se puede decir que produce "espinas y cardos".

Y por esto es difícil el trabajo en la viña interior. Y no hay que maravillarse de que, a veces, un joven llamado a trabajar en ella, diga su "no iré". No obstante, el trabajo en la "viña interior" es indispensable. De otro modo el hombre introduce el pecado, introduce el mal, en este mundo que fue creado para él. Y en la "viña interior" se amplía el círculo del pecado, aumentando en poderío las estructuras del pecado. La atmósfera del mundo en que vivimos se vuelve moralmente cada vez más envenenada. No podemos rendirnos a esta destrucción del ambiente humano por parte del pecado.

Es necesario oponerse a él.

6. ¿Quién es Jesucristo? ¿Aquel a quien nos dirigimos con la ardiente invocación "Ven... no tardes"? ¿Aquel a cuya venida en la noche de Belén nos preparamos y se prepara cada hombre, mediante el período litúrgico de Adviento que precede a la gran fiesta de Navidad? Es la revelación plena y definitiva del adviento de Dios en la historia del hombre. Dios viene al hombre literalmente. No ya mediante las obras de la creación, esto es a través del mundo que habla de El. No ya sólo mediante los hombres que anuncian la verdad divina, como los profetas y los grandes jefes del Pueblo de la Antigua Alianza, Dios viene al hombre de modo mucho más radical y definitivo: viene por el hecho de que El mismo se hace Hombre, Hijo del hombre. "Con la encarnación —leemos en la Constitución del Concilio Gaudium et spes— el Hijo de Dios se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado" (Nb 22).

Jesucristo es la revelación más plena y definitiva del adviento de Dios en la historia de la humanidad y en la historia de cada uno de los hombres. De cada uno de nosotros. Y en El, en su venida, en su Nacimiento en el establo de Belén, luego en toda su vida de enseñanza, finalmente en su cruz y en su resurrección, somos llamados, todos y cada uno de nosotros, de modo definitivo a la "viña". El que es la plenitud del adviento de Dios, es también la plenitud de la llamada divina dirigida al hombre. En El parece que Dios nos dice a cada uno de nosotros: ¡"no tardes"!

7. Debemos admitir que esta "viña" nuestra, exterior e interior, ha cambiado mucho por el hecho de la venida de Cristo. Por obra del Verbo divino se ha encontrado en una luz nueva, totalmente expuesta al sol. Por obra de los santos sacramentos se ha hecho fértil de manera nueva. El trabajo en ella es, al mismo tiempo, más fácil (Cristo mismo dice: "mi yugo es blando y mi carga ligera", Mt 11,30), pero es también más comprometido: efectivamente, Cristo lo llama "yugo" y "carga".

Es preciso mirar a esta viña con un sentido de máximo realismo.Volverla a encontrar en lo concreto de nuestra, de vuestra vida ele estudiantes, de universitarios.

8. ¿En qué sentido vosotros, universitarios, estáis invitados a trabajar en la viña personal de vuestra vida, en este período. tan importante y tan decisivo para vosotros?

267 . A la luz del mensaje de Navidad, esto es de la Encarnación de Dios en la historia humana, quisiera exhortaros a un serio compromiso en el estudio, es decir, en la preparación a la vida profesional que habéis elegido, entendiéndola como un servicio al hombre, como un acto de amor a la humanidad. Esta necesita de profesionales bien preparados, serios, responsables, porque a ellos está confiada la vida de cada uno y de la comunidad del mañana. La humanidad necesita de personalidades equilibradas, maduras, generosas, comprensivas, que hayan superado todo egoísmo. Y éste es precisamente el tiempo precioso de vuestra formación intelectual, Moral, afectiva, para las tareas que os esperan en la sociedad y para las que asumiréis un día en la familia que estaréis llamados. a formar y que desde hoy debe polarizar vuestras energías morales, a fin de que seáis mañana esos padres y esas madres que Dios quiere, que la Iglesia espera.

Comprometeos en la profundización de vuestra fe. El vivo contraste de hoy de las distintas mentalidades derivadas de diversas filosofías y el pluralismo ideológico exigen un conocimiento más profundo y claro de la propia fe, para poderla vivir y testimoniar con más serena convicción. Más allá de las tensiones y de las crisis, provocadas por las ideologías anti- o acristianas, hay hoy gran necesidad de estudio serio y metódico de la revelación, para comprender que no hay contraste entre fe y ciencia. y cómo la ciencia en sus aplicaciones debe estar iluminada también por la fe.

Éste debe ser también vuestro gozoso compromiso de universitarios.

Finalmente, comprometeos a vivir en "gracia". Jesús ha nacido en Belén precisamente para esto: para revelarnos la verdad salvífica y para darnos la vida de la gracia. Comprometeos a ser siempre partícipes de la vida divina injertada en nosotros por el bautismo. Vivir en gracia es dignidad suprema, es alegría inefable, es garantía de paz, es ideal maravilloso y debe ser también preocupación lógica de quien se llama discípulo de Cristo. Por tanto, Navidad. significa la presencia de Cristo en el alma mediante la gracia.'

Y si por debilidad de la naturaleza humana se ha perdido la vida divina a causa del pecado grave, entonces Navidad debe significar el retorno a la gracia. mediante la confesión sacramental, realizada con seriedad de arrepentimiento, de propósitos. Jesús viene también para perdonar; el encuentro personal con Cristo es una conversión, un nuevo nacimiento para asumir totalmente las responsabilidades propias de hombre y de cristiano.

9. "Ven, Señor, no tardes".

Mis queridos amigos, deseo que salgáis de nuestro encuentro de hoy, mejor y más profundamente preparados para la fiesta de Navidad. Deseo que ampliéis en vosotros esa "dimensión interior del Adviento", que es una dimensión esencial de toda la existencia cristiana.

Finalmente, deseo que este encuentro con Cristo, al que se prepara toda la Iglesia, os traiga la alegría. La verdadera alegría, y que vuestra alegría sea plena (cf. Jn
Jn 1 Jn Jn 4).

Ven, Señor, no tardes.

10. Permitidme todavía que formule. algunas intenciones para nuestra oración común.

Los hechos que en los últimos días y semanas han sacudido a la opinión pública, están ciertamente presentes en la conciencia de cada uno de nosotros: No se puede menos de encomendarlos a Dios, no se pueden dejar estos problemas fuera del ámbito de nuestra oración.

268 No podemos menos de recordar, pues, a ese amigo y coetáneo vuestro que, hace unas 24 horas, ha sufrido la muerte en una calle de Roma, como otra víctima más del inquietante proceso de que somos testigos en nuestro país.

Este proceso, que se advierte sobre todo en el norte de Italia, nos exige pensar en los ambientes especialmente probados por las acciones terroristas, y ante todo en Turín, como atestiguan las noticias de los últimos días. Debemos manifestar, de diversos mochos, la solidaridad fraterna con los que mueren asesinados. Con los que —ahora no hace mucho— han sido heridos. Con todos los que sufren. Es necesario también —así como lo hizo Cristo— orar por los que hacen sufrir y provocan la muerte, que difunden la violencia y siembran el terror.

Sin embargo, al. mismo tiempo no podemos dejarnos de preguntar: ¿cuál es la finalidad de estos actos que causan tanto sufrimiento a cada uno de los hombres, a familias enteras y a diversos ambientes? Y no podemos dejar de preguntar de qué fuentes, de qué premisas, de qué concepción del mundo (más bien resultaría difícil hablar en estos casos de una "ideología") toma origen este comportamiento en relación con el hombre, la falta total del respeto a la vida, la tendencia desenfrenada a la violencia, a la destrucción y al homicidio.

Debemos pensar sobre esto. Debemos reflexionar sobre todo esto.

Debernos hacer de estas manifestaciones peligrosas el tema de nuestra oración personal y comunitaria. Y también debemos hacer objeto de nuestra oración la gran amenaza del mundo y en particular de nuestro continente europeo, que se ha manifestado en el curso de las últimas semanas.

Sobre este problema —que justamente inquieta a la opinión de todos— volveré todavía con ocasión de la próxima Jornada mundial de la Paz, a la que se refiere también el mensaje publicado hoy y que se titula: La verdad, fuerza de la paz.

Deseo insertar en nuestra oración de hoy, en nuestra liturgia eucarística, todos estos problemas, cargados de solicitud social. Sí, es necesario orar. Es necesario velar en oración delante de Dios, para que el mal, que está creciendo en los hombres, no se haga más fuerte por nuestra debilidad. Y es necesario gritar juntos en la liturgia de Adviento:

"¡Ven, Señor, no tardes!".





SANTA MISA DE MEDIANOCHE


Lunes 24 de diciembre de 1979



1. He aquí que ha llegado de nuevo la hora de este maravilloso acontecimiento: "se cumplieron para María los días de su parto, y dio a luz su hijo primogénito, y le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre" (Lc 2,6-7). Podemos preguntarnos: ¿Es éste un acontecimiento común o más bien insólito? ¡Cuántos niños nacen en toda la tierra, en el curso de veinticuatro horas, mientras en unas partes del mundo es de día y en otras de noche? Ciertamente, cada uno de estos momentos es algo insólito, algo único para un padre y más para una madre, sobre todo si se trata riel primer niño, del hijo primogénito.

Ese momento es siempre algo grande. No obstante —dado que se realiza continuamente en algún lugar del mundo, en todas las horas del día y de la noche el nacimiento del hombre en su aspecto estadístico es al mismo tiempo algo común y normal.

269 El mismo nacimiento de Jesús parece entrar también en esta dimensión estadística, tanto más cuanto que va acompañado, en la narración de San Lucas, de la mención de un censo, hecho en los territorios gobernados por el emperador romano César Augusto; el Evangelista precisa que, en el pueblo donde vivían María y José, la orden de hacer el censo vino del gobernador de Siria, Cirino.

A este acontecimiento nos referimos todos los años, al igual que hoy, reuniéndonos en esta basílica a medianoche. Pues bien, si en este acontecimiento hay algo insólito consiste quizá en que no se cumple dentro de las normales condiciones humanas, bajo el techo de una casa, sino en un establo, que ordinariamente da cobijo sólo a los animales. La primera cuna del Niño, recién nacido, fue en efecto un pesebre.

Esta noche nos hemos reunido en esta espléndida basílica del renacimiento para hacer compañía al Niño de una Mujer pobre, nacido en un establo y acostado en un pesebre.

2. Ciertamente ninguno de los habitantes, ni ninguno de los forasteros presentes entonces en Belén, podía pensar que en aquellos momentos y en aquel establo, se estaban cumpliendo las palabras del gran profeta, tantas veces leídas y continuamente meditadas por los hijos de Israel.

Isaías, efectivamente, había escrito palabras que constituían el contenido de una gran expectación y de una esperanza inquebrantable: "Multiplicaste la alegría, has hecho grande el júbilo, y se gozan ante ti, como se gozan los que recogen la mies... Porque nos ha nacido un niño, nos ha sido dado un hijo que tiene sobre los hombros la soberanía..., pata dilatar el imperio y para una paz ilimitada sobre el trono de David y su reino, para afirmarlo y consolidarlo en el derecho y en la justicia desde ahora para siempre jamás" (
Is 9,3 Is 9,6-7).

Ninguno de los presentes en Belén podía pensar que precisamente en aquella noche se estaban cumpliendo las palabras del gran profeta, ni que ello se realizaba en un establo, donde generalmente habitan los animales, "por no haber sitio para ellos en el mesón" (Lc 2 Lc 7).

3. No obstante, hay algún elemento, algún detalle en las palabras de Isaías que parecen cumplirse ya esta noche al pie de la letra; Isaías había escrito: "El pueblo que andaba en tinieblas, vio una luz grande. Sobre los que habitan en la tierra de sombras de muerte resplandeció una brillante luz" (Is 9,2).

Ahora bien, Belén y toda Palestina. en aquel momento, es tierra de sombras y sus habitantes yacen en el sueño. Pero fuera de la ciudad —como leíamos en el Evangelio de Lucas— "había en la región unos pastores que pernoctaban al raso, y de noche se turnaban velando sobre su rebaño" (Lc 2,8). Los pastores son hijos de aquel "pueblo que camina en las tinieblas" y al mismo tiempo son sus representantes, elegidos en aquel momento, elegidos "para ver la gran luz". En efecto, así escribe San Lucas a propósito de los pastores de Belén: "Se les presentó un ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz, quedando ellos sobrecogidos de gran temor" (Lc 2,9). Y de lo hondo de aquella luz que les viene de Dios y de lo profundo de aquel tenor que es la respuesta de los corazones sencillos a la Luz Divina, llega una voz: "No temáis, os traigo una buena nueva, una gran alegría... Hoy os ha nacido un Salvador, que es el Mesías Señor" (Lc 2,10-11).

Estas palabras debieron producir una alegría inmensa en los corazones de aquellos hombres sencillos, educados y alimentados como todo el pueblo de Israel por una gran Promesa en la tradición de la espera del Mesías. Con razón dice el Mensajero que esta alegría "es para todo el pueblo" (Lc 2,10); es decir, precisamente para el Pueblo de Dios, que andaba en tinieblas, pero no se cansaba de la Promesa.

4. Con razón era necesario en aquella noche un Mensajero que trajese la "gran luz" de la profecía de Isaías al establo y al pesebre de Belén. Era necesaria esta luz, era necesaria "la manifestación de la gloria" (Tt 2,13) —como escribe San Pablo— para que se pudiese leer bien la señal. "Encontraréis un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre" (Lc 2,12). Los pastores de Belén, hombres sencillos que no sabían leer, han leído bien, de veras, la señal. Fueron los primeros entre quienes lo han leído después y lo leen ahora. Fueron los primeros testigos del misterio. Nosotros, que en esta noche llenamos la basílica de San Pedro, y cuantos en todas partes están presentes en la Misa de medianoche, nos hacemos partícipes de su testimonio. No en vano esta Misa de medianoche es llamada en algunas regiones "Misa de los pastores".

5. Recordemos que es la noche del Misterio, aunque podría valorarse de diversa manera el acontecimiento, en el que apareció la "manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador" (Tt 2,13) con el nacimiento del Niño, cuando Este vino al mundo por la Virgen y cuando en la noche de su nacimiento no pudo disponer de un techo doméstico sobre su cabeza, sino únicamente de un establo y de un pesebre.

270 Ahora bien, ya que estamos reunidos aquí, haciéndonos partícipes del primer testimonio, dado por los pastores de Belén, acerca de este Misterio, tratemos de reflexionar a fondo sobre él.

"Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que él ama" (
Lc 2,14). Estas palabras provienen de la misma luz que resplandeció en aquella noche en el corazón de hombres de buena voluntad.

/Dios se complace en los hombres!

Esta noche constituye un testimonio singular de la complacencia divina para con el hombre. ¿Acaso no lo creó a su imagen y semejanza? Las imágenes y las semejanzas se crean para ver en ellas el reflejo de uno mismo. Por esto se miran con complacencia.

¿Acaso no se ha complacido Dios en el hombre, cuando, después de haberlo creado, "vio que era bueno?" (Gn 1,31).

He aquí que en Belén nos encontramos en el culmen de esta complacencia. ¿Es quizá posible expresar de modo diverso lo que sucedió entonces?

¿Es posible comprender diversamente el Misterio, por el cual el Verbo se hace carne, el Hijo de Dios asume la naturaleza humana y nace como niño del seno de la Virgen? ¿Es posible leer de otra manera esta señal?

6. Por esto precisamente, a medianoche de Navidad, muchos pueblos entonan un gran canto. Este se difunde cada año desde el mismo establo de Belén. Resuena en los labios de los hombres de tantas tierras y razas. Resuena el gran canto del gozo y asume tantas formas. Cantan en Italia, cantan en Polonia, cantan en todas las lenguas y dialectos, en todos los países y continentes. ¡Dios ha manifestado su complacencia en el hombre!

¡Dios se complace en el hombre!

Los hombres entonces se despiertan; se despierta el hombre, "pastor de su destino" (Heidegger).

¡Cuántas veces el hombre es aplastado por este destino, cuántas veces es prisionero suyo, cuántas veces muere de hambre, está próximo a la desesperación, es amenazado en la conciencia del significado de la propia humanidad! ¡Cuántas veces —no obstante todas las apariencias que se crea— el hombre está lejos de complacerse de sí mismo!

271 Pero hoy él se despierta y oye el anuncio: ¡Dios nace en la historia humana!

Dios se complace en el hombre. Dios se ha hecho hombre.

Dios se complace en ti. Amén.





ACCIÓN DE GRACIAS EN LA IGLESIA «DEL GESÙ»



Lunes 31 de diciembre de 1979



1. "Hijitos, esta es la hora postrera", con estas palabras comienza la primera lectura de hoy, tomada de la Carta de San Juan Apóstol (1Jn 2,18). Esta lectura ha sido fijada para el 31 de diciembre, el séptimo día de la octava de Navidad. ¡Qué actuales son estas palabras! ¡Qué eficazmente volvemos a sentir su elocuencia los que estamos reunidos en la iglesia romana de Jesús, en el momento en que suenan las últimas horas de este año que toca a su fin. Cada una de las horas del tiempo humano es en cierto sentido la última, porque es siempre única e irrepetible. Con cada hora pasa una partícula de nuestra vida, una partícula que no volverá más, Y cada una de estas partículas —aunque no siempre nos damos cuenta de ello— nos proyecta hacia la eternidad.

Quizá las últimas horas de este día —cuando el año del Señor 1979, y con él el octavo decenio de nuestro siglo, llegan a su fin— nos hablan de ello mejor que cualquier otra hora ordinaria. Y por esto volvemos a sentir tanto más la necesidad de encontrarnos, en estas últimas horas del año, ante Nuestro Señor, ante Dios que, con su eternidad, abraza y absorbe nuestro tiempo humano; la necesidad de estar ante El, de hablarle con el contenido mismo más profundo de nuestra existencia. Son éstos los momentos a propósito para una meditación profunda sobre nosotros mismos y sobre el mundo; los momentos para "el momento de la verdad" con nosotros mismos y con la generación a la que pertenecemos. Este es el. tiempo propicio para una oración dirigida a obtener el perdón. una oración de agradecimiento y de súplica.

2. "El Verbo estaba en el mundo" (cf. Jn Jn 1,10). Precisamente ahora ha vuelto el período en que la Iglesia se siente consciente de modo especial de la verdad que expresan estas palabras del Evangelio de Juan. El Verbo estaba en el mundo, ese Verbo que "al principio estaba en Dios" y "todas las cosas fueron hechas por El, y sin El nada se hizo de cuanto ha sido hecho" (Jn 1,2-3). Este Verbo "se hizo carne y habitó entre nosotros" (1, 14). Vino a habitar aunque "los suyos no le recibieron" (1, 11).

El cómputo de los años, que utilizamos, quiere testimoniar que han pasado precisamente 1979 desde el momento en que aconteció esto. El tiempo testimonia no sólo el pasar del mundo y el pasar del hombre en el mundo; también da testimonio del Nacimiento del Verbo Eterno de la Virgen María, del Nacimiento que, como cada nacimiento del hombre, está determinado por el tiempo: por el año, por el día y la hora.

Sin embargo, en el momento presente, durante este encuentro, nuestra atención está centrada, sobre todo, en la siguiente frase del Evangelio de Juan:

"De su plenitud recibimos todos gracia sobre gracia" (1, 16). ¿No hay aquí también una clave para comprender el año que está para acabar? ¿No es necesario pensar en él con la perspectiva de cada gracia que hemos recibido de la plenitud de Jesucristo, Dios y hombre? ¿No nos hemos reunido aquí para agradecer cada una de estas gracias y al mismo tiempo todas?

Ciertamente sí.

272 La gracia es una realidad interior. Es una pulsación misteriosa de la vida divina en las almas humanas. Es un ritmo interior de la intimidad de Dios con nosotros, y por lo tanto también de nuestra intimidad con Dios. Es la fuente de todo verdadero bien en nuestra vida. Y es el fundamento del bien que no pasa. Mediante la gracia vivimos ya en Dios, en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, aunque nuestra vida se desarrolle aún en este mundo. La gracia da valor sobrenatural a cada vida, aunque esta vida sea, humanamente y según los criterios de la temporalidad. muy pobre, no llamativa y difícil.

Es necesario, pues, agradecer hoy cada una de las gracias de Dios que ha sido comunicada a cualquier hombre: no sólo a cada uno de nosotros aquí presentes, sino a cada uno de nuestros hermanos y hermanas en todas las partes de la tierra.

De este modo nuestro himno de acción de gracias unido al último día del año, que está para acabar, se convertirá como en una gran síntesis. En esta síntesis estará presente toda la Iglesia, porque ella es, como nos enseña el Concilio, un sacramento de la salvación humana (cf. Constitución dogmática Lumen gentium
LG 1,1).

Cristo, de cuya plenitud recibimos todos gracia sobre gracia, es precisamente el "Cristo de la Iglesia"; y la Iglesia es ese Cuerpo místico que reviste constantemente el Verbo Eterno nacido de la Virgen en el tiempo.

Dirigiendo nuestros corazones hacia este misterio, la liturgia de hoy se convierte en fuente de la oración más profunda de nuestro agradecimiento.

3. Sin embargo, la misma liturgia nos presenta ante los ojos también la existencia del mal en la historia del hombre y de la humanidad. Y si todo bien modela esta historia en la forma del Cuerpo de Cristo, el mal, en cambio, como contradicción del bien, toma en el lenguaje de la Carta de Juan el nombre de "anti-Cristo". En este sentido el Apóstol escribe: "Muchos se han hecho anticristos, por lo cual conocemos que es la hora postrera" (1Jn 2,18).

Por lo tanto, esta hora postrera del año no puede pasar sin una reflexión sobre el tema del mal, sobre el tema del pecado, del que cada uno de nosotros se siente partícipe, puesto que a cada uno le habla de él la propia conciencia.

La última hora se une, de modo especial, con la perspectiva del juicio que vuelve a sonar en la voz de la conciencia humana, y al mismo tiempo, con la perspectiva del juicio de Dios, del Señor que viene a juzgar la tierra, como anuncia el salmo responsorial de la liturgia de hoy (cf. Sal Ps 95 [96], 13). Y añade: "juzgará al orbe con justicia y a los pueblos con fidelidad" (ib.).

La misma reflexión sobre el mal, para la que nos ofrece ocasión la última hora del año, nos exige sobrepasar en cierto sentido los límites de nuestra conciencia, y de la responsabilidad moral personal. El mal que existe en el mundo, que nos circunda y que amenaza al hombre, a las naciones, a la humanidad, parece ser más grande, mucho más grande, que el mal de que se siente responsable personalmente cada uno de nosotros. Es como si el mal creciese según la propia dinámica inmanente y superase las intenciones del hombre; como si saliese de nosotros, pero no fuera nuestro, para utilizar una vez más las expresiones del Apóstol.

¿Acaso nuestra vida no nos manifiesta estas dimensiones del mal? ¿Acaso no nos ha demostrado el último año un grado de amenaza tal, que, pensando en ella, el hombre se siente obligado a preguntarse si es todavía a medida del hombre, a medida de su voluntad y de su conciencia?

¿Qué decir, por lo demás, de todas las manifestaciones de odio y de crueldad que se ocultan bajo el nombre del terrorismo internacional, o bajo la forma del terrorismo, de que es víctima Italia?

273 Y ¿qué decir de los gigantescos y amenazadores arsenales militares que, especialmente en el último período de este año, han reclamado la atención del mundo entero y en particular de Europa, desde el Oriente hasta el Occidente?

Se tendría gana de decir, siguiendo al Apóstol, que ese mal que se perfila sobre el horizonte "ha salido de nosotros, pero no era nuestro", no es nuestro. Y justamente. En la historia del hombre actúa no sólo Cristo, sino también el anticristo. Sin embargo es necesario, sí, es cada vez más necesario que el hombre, cada uno de los hombres, que de algún nodo se siente responsable de esta amenaza sobrehumana que pesa sobre la humanidad, se sitúe ante el juicio de la propia conciencia; se coloque ante el juicio de Dios.

4. En el mundo estaba el Verbo... / "En El estaba la vida, / y la vida era la luz de los hombres, / la luz luce en las tinieblas, / pero las tinieblas no la abrazaron" (
Jn 1,4-5).

Acabamos así nuestra meditación en este final del año con una afirmación del Evangelio de Juan. Esta lleva en sí el mensaje de Navidad; lleva consigo la manifestación de la esperanza, la voz del optimismo cristiano.

El Verbo está en el mundo. La luz brilla en las tinieblas. Sólo es necesario que nosotros prestemos oídos a esta Palabra. Es necesario que nos abracemos a Cristo, que nos adhiramos a El con toda el alma y con toda la vida.

Entonces podemos encaminarnos confiadamente al encuentro de todo tiempo, por muy amenazador que sea. su rostro. "La gracia y la verdad que vinieron por Jesucristo" (cf. Jn Jn 1,17) no cesan de ser la fuente de que el hombre prevalezca sobre el mal. Y aun en nuestra época está creciendo la cantidad de hechos —de hechos concretos— que lo confirman. Hechos que tal vez nos asombran con su elocuencia. Cada año termina con el esplendor de la octava de Navidad y cada año nuevo comienza con este esplendor.

Este es un signo evidente de la inmutable presencia de la gracia y de la verdad en nuestro tiempo humano.






B. Juan Pablo II Homilías 264