B. Juan Pablo II Homilías 273

1980



SOLEMNIDAD DE LA SANTA MADRE DE DIOS

JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ



Basílica de San Pedro

Martes 1 de enero de 1980



1. Hoy ha aparecido sobre el horizonte de la historia de la humanidad una nueva fecha: 1980. Ha aparecido apenas hace pocas horas y nos acompañará todos los días que se sucederán durante este año, hasta el 31 de diciembre próximo, Saludamos a este primer día y a todo el año nuevo en todos los lugares de la tierra. Lo saludamos aquí, en la basílica de San Pedro, en el corazón de la Iglesia, con toda la riqueza del contenido litúrgico, que lleva consigo este primer día del año nuevo.

Hoy es también el último día de la octava de Navidad. La gran fiesta de la Encarnación del Verbo Eterno continúa estando presente en este día y en cierto sentido resuena en él con sus últimos ecos. El nacimiento del hombre encuentra siempre su resonancia más profunda en la madre, y por esto este último día de la octava de Navidad, que es a la vez el primer día del año nuevo, está dedicado a la Madre del Hijo de Dios. En este día veneramos su Maternidad divina, así como la venera toda la Iglesia en Oriente y en Occidente, alegrándose con la certeza de esta verdad, especialmente desde los tiempos del Concilio de Éfeso, en el 431.

274 Y queremos además dedicar este primer día del año nuevo, que para la Iglesia es una fiesta tan grande, a la gran causa de la paz en la tierra. Así permanecemos fieles a la verdad del Nacimiento de Dios, porque, efectivamente, a él pertenece el primer mensaje de paz en la historia de la Iglesia, pronunciado en Belén: "Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad" (Lc 2,14). En la estela de él se sitúa también el mensaje de hoy para la celebración de la Jornada mundial de la Paz, que la Iglesia dirige a todos los hombres de buena voluntad, para demostrar que la verdad es fundamento y fuerza de la paz en el mundo. Junto con este mensaje de paz van también los fervientes deseos, que la Iglesia ofrece a cada hombre, a cada uno y a todos sin excepción, con las palabras de la primera lectura bíblica de la liturgia de hoy.

"Que Yavé te bendiga y te guarde. Que haga resplandecer su faz sobre ti y te otorgue su gracia. Que vuelva a ti su rostro y te de la paz" (Nb 6,24-26).

2. La verdad, a la que nos remitimos en el mensaje de este año para el primero de enero, es ante todo una verdad sobre el hombre. El hombre vive siempre en una comunidad, más aún pertenece a diversas comunidades y sociedades. Es hijo e hija de su nación, heredero de su cultura y representante de sus aspiraciones. De varios modos depende de sistemas económico-sociales y políticos. A veces nos da la impresión de que está implicado en ellos tan profundamente, que parece casi imposible verlo y llegar a él personalmente; tantos son los condicionamientos y los determinismos de su existencia terrestre.

Y sin embargo es necesario hacerlo, es necesario intentarlo incesantemente. Es necesario volver constantemente a las verdades fundamentales sobre el hombre, si queremos servir a la gran causa de la paz en la tierra. La liturgia de hoy alude precisamente a esta verdad fundamental sobre el hombre, especialmente mediante la lectura fuerte y concisa de la Carta a los Gálatas. Cada uno de los hombres nace de una mujer, así como de la Mujer nació también el Hijo de Dios, el hombre Jesucristo.

¡Y el hombre nace para vivir!

La guerra siempre se hace para matar. Es una destrucción de vidas concebidas en el seno de la madre. La guerra va contra la vida y contra el hombre. El primer día del año, que con su contenido litúrgico concentra nuestra atención en la Maternidad de María, es ya por esto mismo un anuncio de paz. La Maternidad, efectivamente, revela el deseo y la presencia de la vida; manifiesta la santidad de la vida. En cambio, la guerra significa destrucción de la vida. La guerra en el futuro podría resultar una obra de destrucción absolutamente inimaginable de la vida humana.

El primer día del año nos recuerda que el hombre nace a la vida en la dignidad que le es propia. Y la primera dignidad es la que se deriva de su misma humanidad. Sobre esta base se apoya también esa dignidad que ha revelado y traído al hombre el Hijo de María: "... al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para que recibiésemos la adopción. Y por ser hijos envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que grita: ¡Abba, Padre! De manera que ya no es siervo, sino hijo, y si hijo, heredero por la gracia de Dios" (Ga 4,4-7).

La gran causa de la paz en el mundo está delineada, en sus fundamentos mismos, mediante estas dos grandezas: el valor de la vida y la dignidad del hombre. A ellas debemos remitirnos incesantemente para servir a esta causa.

3. El año 1980, que comienza hoy, nos recordará la figura de San Benito, a quien Pablo VI proclamó patrono de Europa. Este año se cumplen quince siglos de su nacimiento. ¿Acaso será suficiente un simple recuerdo, tal como se conmemoran diversos aniversarios incluso importantes? Pienso que no basta; esta fecha y esta figura tienen una elocuencia tal, que no bastará una conmemoración ordinaria, sino que será necesario volver a leer e interpretar a su luz el mundo contemporáneo.

En efecto, ¿de qué habla San Benito de Nursia? Habla del comienzo de ese trabajo gigantesco, del que nació Europa. Efectivamente, en cierto sentido, Europa nació después del período del gran imperio romano. Al nacer de sus estructuras culturales, ha sacado de nuevo, gracias al espíritu benedictino, de ese patrimonio y ha encarnado en la herencia de la cultura europea y universal todo lo que de otro modo se hubiera perdido. El espíritu benedictino está en antítesis con cualquier programa de destrucción. Es un espíritu de recuperación y de promoción, nacido de la conciencia del plan divino de salvación y educado en la unión cotidiana de oración y trabajo.

De este modo San Benito, que vivió al fin de la antigüedad, hace de salvaguardia de esa herencia que la antigüedad ha transmitido al hombre europeo y a la humanidad. Simultáneamente está en el umbral de los tiempos nuevos. en los albores de esa Europa que nacía entonces, del crisol de las migraciones de nuevos pueblos. El abraza con su espíritu también a la Europa del futuro. No solo en el silencio de las bibliotecas benedictinas y en los "scriptoria" nacen y se conservan las obras de la cultura espiritual, sino en torno a las abadías se forman también los centros activos del trabajo, en especial el de los campos; así se desarrollan el ingenio y la capacidad humana, que constituyen la levadura del gran proceso de la civilización.

275 4. Al recordar todo esto ya hoy, en el primer día del jubileo benedictino, debemos dirigirnos con un ardiente mensaje a todos los hombres y a todas las naciones, sobre todo a los que habitan en nuestro continente. Los temas que han impresionado a la opinión pública europea en el curso de las últimas semanas del año apenas finalizado, exigen de nosotros que se piense con solicitud en el futuro. Nos apremian a esta solicitud las noticias sobre tantos medios de destrucción, de la que podrían ser víctima los frutos de esta rica civilización, elaborados con la fatiga de tantas generaciones comenzando desde los tiempos de San Benito. Pensamos en las ciudades y en los pueblos —en Occidente y juntamente en Oriente— que con los medios de destrucción ya conocidos podrían ser reducidos completamente a montones de ruinas. En tal caso, ¿quién podría proteger en absoluto esos maravillosos nidos de la historia y centros de la vida y de la cultura de cada nación, que constituyen la fuente y el apoyo para pueblos enteros en su camino tal vez difícil hacia el futuro?

Recientemente he recibido de algunos científicos una previsión sintética de las consecuencias inmediatas y terribles de una guerra nuclear. He aquí las principales:

— La muerte, por acción directa o retardada de las explosiones, de una población que podría oscilar entre 50 y 200 millones de personas.

— Una reducción drástica de recursos alimenticios, causada por la radioactividad residual en una amplia extensión de tierras utilizables para la agricultura.

— Mutaciones genéticas peligrosas, que sobrevendrían a los seres humanos, a la fauna y a la flora.

— Alteraciones considerables en la franja de ozono de la atmósfera, que expondrían al hombre a incógnitas mayores, perjudiciales para su vida.

— En una ciudad embestida por una explosión nuclear la destrucción de todos los servicios urbanos y el terror provocado por el desastre impedirían ofrecer los socorros mínimos a los habitantes, creando una obsesión terrible.

Bastarían sólo 200 de las 50.000 bombas nucleares, que se estima hay ya, para destruir la mayor parte de las ciudades más grandes del mundo. Es urgente, dicen esos científicos, que los pueblos no cierren los ojos sobre lo que puede representar para la humanidad una guerra atómica.

5. Bastan estas pocas reflexiones para hacerse una pregunta: ¿podemos continuar por este camino? La respuesta es clara.

El Papa trata el tema del peligro de la guerra y de la necesidad de salvaguardar la paz, con muchos hombres y en diversas ocasiones. El camino para tutelar la paz pasa a través de los diálogos y negociaciones bilaterales o multilaterales. Sin embargo, en su base debemos encontrar y reconstruir un coeficiente principal,, sin el cual no darán frutos por sí mismos y no asegurarán la paz. ¡Es necesario encontrar y reconstruir la confianza recíproca! Y éste es un problema difícil. La confianza no se adquiere por medio de la fuerza. Ni tampoco se obtiene sólo con declaraciones. La confianza es necesario merecerla con. gestos y hechos concretos.

"Paz a los hombres de buena voluntad". Estas palabras pronunciadas en el momento mismo en que nació Cristo, no cesan de ser la clave de la gran causa de la paz en el mundo. Es necesario que las recuerden sobre todo aquellos de quienes más depende la paz.

276 6. Hoy es día de la gran y universal oración por la paz en el mundo. Nosotros unimos esta oración al misterio de la Maternidad de la Madre de Dios, y la Maternidad es un mensaje incesante en favor de la vida humana, porque se pronuncia, aun sin palabras, contra todo lo que la destruye y amenaza. Nada se puede encontrar que esté en oposición mayor a la guerra y al homicidio, como precisamente la maternidad.

Así, pues, elevemos nuestra gran oración universal por la paz en la tierra inspirándonos en el misterio de la Maternidad de Aquella, que ha dado la vida humana al Hijo de Dios.

Y. finalmente expresemos esta oración sirviéndonos de las palabras de la liturgia, que contienen un deseo de verdad, de bien y de paz para todos los pueblos de la tierra:

"El Señor tenga piedad y nos bendiga, / ilumine su rostro sobre nosotros: / conozca la tierra tus caminos, / todos los pueblos tu salvación. / ¡Oh Dios! que te alaben los pueblos, / que todos los pueblos te alaben. / Que canten de alegría las naciones, / porque riges el mundo con justicia, / riges los pueblos con rectitud, / y gobiernas las naciones de la tierra. / ¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos, / que todos los pueblos te alaben. / La tierra ha dado su fruto. / Que. Dios nos bendiga; que te teman / hasta los confines del orbe" (
Ps 67).







DURANTE LA ORDENACIÓN EPISCOPAL


Solemnidad de la Epifanía del Señor

Domingo 6 de enero de 1980



1. "... ofrecieron sus dones...".

Con este gesto los tres Reyes Magos del Oriente realizaron la finalidad de su viaje. El les condujo por los caminos de esas tierras hacia las que también los acontecimientos actuales llevan frecuentemente nuestra atención. Para los tres Reyes Magos la guía en estos caminos fue la estrella misteriosa "que habían visto en Oriente" (Mt 2,9), y que "les precedía, hasta que llegada encima del lugar en que estaba el Niño, se detuvo" (Mt 2,9). A este Niño precisamente vinieron esos hombres únicos, llamados de fuera del círculo del Pueblo elegido hacia los caminos de la historia de este Pueblo. La historia de Israel les había dado la orden de detenerse en Jerusalén y preguntar ante Herodes: ¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer?" (Mt 2,2). Efectivamente, los caminos de la historia de Israel habían sido marcados por Dios, y por esto era necesario buscarle en los libros de los profetas: esto es, de aquellos que habían hablado en nombre de Dios al Pueblo sobre su vocación especial. Y la vocación del Pueblo de la Alianza fue precisamente Aquel a quien conducía el camino de los Reyes Magos de Oriente. Apenas hubieron preguntado a Herodes, éste no tuvo duda alguna de quién —y de qué rey—se trataba, porque, como leemos, "reuniendo a todos los príncipes de los sacerdotes y a los escribas del pueblo, les preguntó dónde había de nacer el Mesías" (Mt 2,4).

Así, pues, el camino de los Reyes Magos lleva al Mesías, a Aquel a quien el Padre "santificó y envió al mundo" (Jn 10,56). Su camino es también el caminó del Espíritu. Es sobre todo el camino en el Espíritu Santo. Al recorrer este camino —no tanto en las vías de las regiones del Oriente Medio, cuanto más bien a través de los misteriosos caminos del alma— el hombre es conducido por la luz espiritual que proviene de Dios, representada en esa estrella, a la que seguían los tres Reyes Magos.

Los caminos del alma humana, que conducen hacia Dios, hacen ciertamente, que el hombre vuelva a encontrar en sí un tesoro interior. Así leemos también de los tres Reyes Magos, que al llegar a Belén "abrieron sus cofres" (Mt 2,11). El hombre toma conciencia de los dones enormes de naturaleza y de gracia con que Dios lo ha colmado, y entonces nace en él la necesidad de ofrecerse, de devolver a Dios lo que ha recibido, de hacer ofrenda de ello como signo de la dádiva divina. Este don asume una triple forma, como en las manos de los tres Reyes Magos: "abriendo sus cofres, le ofrecieron dones, oro, incienso y mirra" (Mt 2,11).

2. El Episcopado, que hoy, venerados y amadísimos hermanos, recibiréis de mis manos, es un sacramento en el que debe manifestarse de modo especial el clon. Efectivamente, el Episcopado es la plenitud del sacramento del orden, mediante el cual la Iglesia abre siempre ante Dios su tesoro más grande, y le ofrece de este tesoro los dones de todo el Pueblo de Dios. El tesoro mayor de la Iglesia es su Esposo: Cristo. Tanto el Cristo colocado sobre el heno de un pesebre, como también el Cristo que muere en la cruz. Es un tesoro inagotable. La Iglesia tiende continuamente la mano a este tesoro para tomar de El. Y tomando, no lo disminuye, sino que lo aumenta. Estos son los principios de la economía divina. La Iglesia, pues, tiende la mano al tesoro de la Navidad y de la Crucifixión, al tesoro de la Encarnación y de la Redención. Y tomando de él, no empobrece ese tesoro, sino que lo multiplica.

277 El obispo es el administrador, al mismo tiempo, de ese tomar y de ese multiplicar.

Es "dispensador de los misterios de Dios" (
1Co 4,1). No es sólo un mago que camina por las vías impracticables del mundo hacia el umbral del misterio. Está colocado en su mismo corazón. Su deber es abrir este misterio y sacar de él. Cuanto más generosamente saca, tanto más multiplica.

Recordad, queridísimos, que el Espíritu Santo os constituye hoy en medio de la Iglesia para que, sacando abundantemente del tesoro de la Navidad y de la Redención, lo multipliquéis con vuestra vida y vuestro ministerio.

3. De este tesoro se saca siempre, oro, incienso y mirra. Vuestra vida debe revestirse de este triple don, ya que estáis llamados para ofrecer a Dios en Cristo y en la Iglesia vuestro amor, vuestra oración y vuestro sufrimiento. Sin embargo, al ser constituidos en medio del Pueblo de Dios como Pastores y a la vez como siervos, vuestro don personal debe crecer en este Pueblo. "Fecit eum Dominus crescere in plebem suam". Vuestra vocación es el don de todo el Pueblo. Cada uno de vosotros debe ser el Pastor y el siervo de este amor, de la oración y del sufrimiento, que se elevan de todos los corazones a Dios en Cristo, Estos dones no deben ser malgastados ni se deben perder. Al contrario, deben encontrar el camino de Belén como los dones en las manos de los Magos, que siguieron la estrella de Oriente. Cada obispo es el dispensador del misterio y el siervo del don que se prepara incesantemente en los corazones humanos. Este don proviene de las experiencias de la generación a la que el mismo obispo pertenece. Proviene de la vida de centenares, millares y millones de hombres, sus hermanos y hermanas. El mismo, obispo, es el siervo del don, el que lo custodia y lo multiplica. Debéis penetrar profundamente en toda la complejidad de la vida de los hombres contemporáneos, a fin de que lo que la constituye no se descomponga en sus obras, en los corazones, en las relaciones sociales, en las corrientes de civilización, sino que vuelva a encontrar constantemente su sentido como don. Es Cristo mismo, Pastor y Obispo de nuestras almas, de todo lo que es humano, quien quiere hacer de nosotros un sacrificio perenne agradable a Dios (cf. Plegaria Eucarística III), un don al Padre.

El obispo es aquel que custodia el don, y el que despierta el don en los corazones, en las conciencias, en las experiencias difíciles de su época, en sus aspiraciones y en sus extravíos, en su civilización, en la economía y en la cultura.

4. Hoy llegan a Belén los tres Magos de Oriente. Llegan por el camino de la fe. ¿Acaso no puede decirse del Episcopado que es un sacramento del camino? ¡Vosotros recibís este sacramento para encontraros en el camino de tantos hombres a los que os envía el Señor; para emprender junto con ellos esta vía, caminando, como los Magos, detrás de la estrella; y muchas veces para hacerles ver la estrella, que en alguna parte ha cesado de brillar, en alguna parte ha desaparecido..., para mostrársela de nuevo!

Entráis también vosotros, queridos hermanos, en este gran camino de la Iglesia, que ha sido trazado por la sucesión apostólica a cada una de las sedes episcopales.

¿Qué decir de esa maravillosa, rica sucesión en la sede de San Ambrosio, y luego de San Carlos de Milán? Se remonta casi a los primeros decenios del cristianismo y abunda en obispos mártires... y, precisamente en nuestro siglo; ha dado a la Iglesia dosPapas: Pío XI y Pablo VI. Está aquí presente el cardenal Giovanni Colombo, que recibió esta sede de Milán precisamente después de Pablo VI, el entonces cardenal Giovanni Battista Montini, para trasmitirla hoy, cuando se agotan sus fuerzas, a su sucesor. La Iglesia de Milán saluda con alegría a este sucesor, digno hijo de San Ignacio, estimado rector del "Bíblico" y después de la Universidad Gregoriana de Roma. La Iglesia de Milán saluda con alegría y confianza al que debe ser su nuevo obispo y Pastor, al nuevo dispensador del don, de que he hablado, al nuevo testigo de la estrella, de esa estrella que lleva infaliblemente a Belén.

La Santa Sede saluda también con satisfacción a su benemérito hijo, antiguo oficial de la Cancillería Apostólica. y entregado desde hace largos años al servicio de la Secretaría de Estado, como también celoso ministro de Dios en tantas obras de apostolado, que recibe hoy la ordenación episcopal como arzobispo titular de Serta, para desarrollar las funciones de Delegado para las Representaciones Pontificias.

Saludamos finalmente al hijo de África, al nuevo Pastor de la joven y querida Iglesia de Yagua en el Camerún, que hasta hoy ha trabajado intensamente, en su diócesis de origen, como rector del seminario regional mayor de Bambui y como generoso colaborador en distintas actividades pastorales; y en él dirigimos nuestro recuerdo cordial a todo el continente africano.

5. El Episcopado es el sacramento del camino. Es el sacramento de los numerosos caminos que recorre la Iglesia, siguiendo a la estrella de Belén, junto con cada uno de los hombres.

278 Entrad en estos caminos, venerados y queridos hermanos, llevad por ellos oro, incienso y mirra. Llevadlos con humildad y confianza. Llevadlos con valentía y constancia. Mediante vuestro servicio se abra el tesoro inagotable a nuevos hombres, a nuevos ambientes, a nuevos tiempos, con la inefable riqueza del misterio que se ha revelado a los ojos de los tres Magos, que llegaron de Oriente, al umbral del establo de Belén.



VISITA AL PONTIFICIO COLEGIO IRLANDÉS DE ROMA



Domingo 13 de enero de 1980



Muy amados en Cristo:

1. Hoy una vez más, y de un modo especial, el Papa pertenece a Irlanda.

Después de mi visita a vuestra tierra, supone para mí una gran alegría venir al Pontificio Colegio Irlandés y reunirme con todos los que vivís aquí: sacerdotes y seminaristas, y hermanas de San Juan de Dios. Mi visita va destinada también a la comunidad del colegio franciscano de San Isidoro y al colegio agustiniano de San Patricio. Junto con el cardenal primado de Irlanda y algunos hermanos en el Episcopado, incluyendo antiguos rectores del Colegio Irlandés, celebramos juntos nuestra unidad en Jesucristo y en su Iglesia.

El lugar de nuestra celebración es importante por su contribución a la Iglesia, por el impacto que ha tenido en las vidas de los irlandeses, y por su responsabilidad de cara a futuras generaciones. Es igualmente importante por el testimonio de amor cristiano que aquí se ha dado: un ejemplo que conozco bien es la hospitalidad proporcionada por el Colegio Irlandés a refugiados polacos después de la segunda guerra mundial. A este respecto, la presencia en esta Misa de mons. Denis MacDaid constituye un vínculo vivo con las espléndidas realizaciones del pasado.

2. Y así, con nuestra historia y nuestras esperanzas, nos hallamos reunidos aquí para buscar luz y fortaleza en la conmemoración del bautismo del Señor. Tal como lo describen los Evangelios, el bautismo de Jesús señaló el comienzo de su ministerio público. Juan el Bautista proclamó la necesidad de la conversión, y el gran misterio de la comunión divina fue revelado: el Espíritu Santo descendió sobre Cristo, y Dios Padre lo presentó al mundo como su Hijo amado. A partir de este momento, Jesús se dedicó con resolución a su misión salvífica. La celebración de hoy nos invita a reflexionar personalmente sobre estos tres elementos: conversión, comunión y misión.

3. La tarea de Juan fue la de preparar la llegada de Cristo. La comunión existente en la vida de la Santísima Trinidad fue revelada en el contexto de la conversión. El Bautista proclamó una invitación a volver a Dios, a tomar conciencia del pecado, al arrepentimiento, a caminar en la verdad de nuestra propia relación con Dios. Entretanto, Jesús mismo se había sometido al rito penitencial y estaba orando cuando la voz del Padre le proclamó como Hijo: el que es totus ad Patrem, el que se halla totalmente dedicado al Padre y vive para El, el que está totalmente empapado en su amor. También nosotros estamos llamados a incorporar en nuestras vidas la actitud de Jesús hacia su Padre. La condición para esto, sin embargo, es la conversión: una vuelta a Dios diaria, repetida, constante, mantenida. La conversión consiste necesariamente en expresar la verdad de la adopción de hijos que adquirimos en el bautismo. Porque en el bautismo fuimos llamados a la unión con Cristo en su muerte y resurrección, y desde entonces hemos sido llamados a morir al pecado y a vivir para Dios. En el bautismo tuvo lugar en nosotros la acción vivificadora del Espíritu Santo, y el Padre ve en nosotros a su único Hijo, Jesucristo: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco» (Lc 3,22).

4. La comunión de la Santísima Trinidad continúa en nuestras vidas. A través de Jesucristo tiene lugar el misterio de la adopción divina (cf. Ef Ep 1,5 Ga 4,5), cuando el Unigenitus Dei Filius se convierte en Primogenitus in multis fratribus (Rm 8,29). Un antiguo estudiante del Colegio Irlandés, el Siervo de Dios Dom Columba Marmion, os ha legado a vosotros y a toda la Iglesia extensos escritos de profunda percepción y gran valor sobre este misterio de la filiación divina y sobre el carácter central de Jesucristo en el plan divino de santificación.

5. En nuestras vidas diarias, la llamada a la conversión y a la comunión divina presenta exigencias prácticas, si queremos caminar en la profunda verdad de nuestra vocación, en la sinceridad de nuestra relación con el Padre, a través de Jesucristo y en el Espíritu Santo. En la práctica, debe haber una apertura al Padre y una apertura mutua. Recordad que Jesús es totus ad Patrem, y que deseó que el mundo le oyese decir: «Yo amo al Padre» (Jn 14,31). Precisamente esta última semana, en mi audiencia del miércoles, mencioné que el hombre sólo cumple con su naturaleza «existiendo "con alguno'" y aún más profundamente y más completamente: existiendo "para alguno"» (Audiencia del 9 de enero de 1980). A su vez, estas palabras reflejan la enseñanza del Concilio Vaticano II cuando nos habla de la naturaleza social del hombre (cf. Gaudium et spes GS 12,25).

Nosotros, que en nuestro ministerio estamos llamados a formar comunidad sobre la base sobrenatural de la comunión divina, debemos ser los primeros en experimentar la comunidad en la fe y el amor. Esta experiencia de comunidad está enraizada en las más antiguas tradiciones de la Iglesia: tenemos que formar un solo corazón y una sola alma, y vivir unidos en la enseñanza de los Apóstoles, en la hermandad, en la fracción del pan y en la oración (cf. Act Ac 4,32 Ac 2,42).

279 Caminar en nuestra vocación significa esforzarse por agradar a Dios antes que a los hombres, por ser justos a los ojos de Dios. Significa llevar un estilo de vida que corresponda a la realidad de nuestro papel en la Iglesia de hoy, un estilo de vida que tenga en cuenta las necesidades de nuestros hermanos y el ministerio que ejerceremos el día de mañana. Vivir la verdad en el amor es un reto a la simplicidad de nuestras vidas y a una autodisciplina que se manifieste en un trabajo y un estudio diligentes, en una responsable preparación de cara a nuestra misión de servicio al Pueblo de Dios.

De un modo especial, vivir la verdad de nuestras vidas aquí y ahora (en Roma
EN 1980) significa fidelidad a la oración, contacto con Jesús, comunión con la Santísima Trinidad. El Evangelista señala que fue precisamente durante la oración de Jesús cuando se manifestó el misterio del amor del Padre y se reveló la comunión de las Tres Divinas Personas. Es en la oración donde aprendemos el misterio de Cristo y la sabiduría de la cruz. En la oración percibimos, en todas sus dimensiones. las necesidades reales de nuestros hermanos y hermanas de todo el mundo; en la oración nos fortalecemos de cara a las posibilidades que tenemos delante; en la oración cogemos fuerza para la misión que Cristo comparte con nosotros: dar «el derecho a las naciones.., servir a la alianza del pueblo» (Is 42,1 Is 42,6).

Por eso se intenta que esta casa y todas las casas religiosas y seminarios de Roma sean casas de oración, donde Cristo sea formado en cada generación. Debido a que vivís en Roma, en una diócesis de la que debo rendir cuentas personalmente al Señor, os será fácil comprender lo ardientemente que deseo que Cristo se forme en vosotros (cf. Gál Ga 4,19).

Pero no debéis caminar solos hacia esta meta. Podréis hallar fortaleza y apoyo en una comunidad de hermanos que mantienen vivos y puros los mismos altos ideales del sacerdocio de Cristo. En la comunión de la Iglesia encontraréis alegría. Bajo la guía de competentes padres espirituales hallaréis coraje y podréis evitar el desánimo; al dirigiros a ellos rendiréis, sobre todo, homenaje a la humanidad de la Palabra Encarnada de Dios, que continúa manteniendo y guiando a la Iglesia a través de instrumentos humanos.

6. Y, al esforzaros por aceptar plenamente la llamada a la conversión y a la comunión (la llamada a una plena vida en Cristo), el sentido de vuestra misión se hará cada vez más agudo.Con tranquilidad y confianza, debéis empezar a experimentar cada vez más un sentido de urgencia: la urgencia por comunicar a Cristo y su Evangelio salvífico.

Gracias a Dios, continúa ahora en Irlanda un período de intensa renovación espiritual. Todos vosotros debéis veros envueltos en él. Debéis prepararos para esta misión mediante el trabajo y el estudio, y especialmente la oración. A este respecto, os pido que escuchéis una vez más las palabras que preparé para los estudiantes de Maynooth: «Lo que realmente quiero que comprendáis es esto: que Dios cuenta con vosotros: que El hace sus planes, en cierto modo, dependiendo de vuestra libre colaboración, de la oblación de vuestras vidas y de la generosidad con que sigáis las inspiraciones que el Espíritu Santo os hace en el fondo de vuestros corazones. La fe católica de la Irlanda de hoy, está ligada, en el plan de Dios, a la fidelidad de San Patricio. Y mañana. sí, mañana algunos aspectos del plan de Dios estarán ligados a vuestra fidelidad, al fervor con que digáis sí a la Palabra de Dios en vuestras vidas»,

7. La juventud de Irlanda ha entendido y respondido muy bien a mi llamada, la llamada a acercarse a Cristo, que es «el camino, la verdad y la vida».. Pero ellos necesitan vuestra entrega especial, vuestra ayuda, vuestro ministerio, vuestro sacerdocio, en orden a que consigan vivir la verdad de su vocación cristiana. No les desilusionéis. Id donde ellos y sed reconocidos, al igual que los Apóstoles, como hombres que han estado con Jesús (cf. Act Ac 4,13), hombres que se han empapado de su Palabra y están inflamados de su celo: «Es preciso que anuncie también el reino de Dios... para esto he sido enviado» (Lc 4,43). Pero el éxito de esta misión vuestra depende de la autenticidad de vuestra conversión, del grado en que os hagáis conforme a Jesucristo, el Hijo amado del Padre Eterno, el Hijo de María. Dirigíos a Ella y pedidle su ayuda.

En esta Eucaristía que estoy celebrando con vosotros y para vosotros, tengo presente en mi corazón a vuestros familiares y amigos, y a toda la nación irlandesa. De un modo especial pido por la juventud de Irlanda. Y hoy, a vosotros, y a todos ellos a través de vosotros, deseo deciros una vez más: «¡Jóvenes de Irlanda, os quiero! ¡jóvenes de Irlanda, os bendigo! Os bendigo en nombre de Nuestro Señor Jesucristo». Amén-





MISA PARA LOS ALUMNOS DEL SEMINARIO REGIONAL DE MOLFETTA (ITALIA)



Capilla Paulina

Domingo 13 de enero de 1980



Queridísimos superiores y alumnos:

280 Habéis deseado vivamente este encuentro litúrgico con el Papa, y yo con gran alegría os expreso mi agradecimiento al encontrarme con vosotros, esta mañana, para celebrar el Sacrificio Eucarístico. Efectivamente, ¿hay algo más bello y consolador que estar juntos, para conocernos, para entendernos, para amarnos y sobre todo para gozar en común de la presencia y de la amistad de Cristo?

Por esto os saludo uno por uno con afecto paterno, y hago extensiva mi benevolencia a vuestros familiares, a todos los que os aman.

Vuestro seminario regional tiene ya una larga historia, y al pensar en tantos sacerdotes y en los numerosos obispos que ha formado, brota del corazón un vivo agradecimiento a Dios por el intenso trabajo realizado para el bien de la Iglesia y provecho de las almas.

Y ahora, queridísimos seminaristas, sois vosotros quienes os preparáis en ese seminario; sois vosotros los llamados; a vosotros a quienes la Iglesia y la sociedad os esperan con ansia, dada la extrema necesidad de ministros de Dios, que sean clarividentes y rectos, equilibrados y sabios, sacerdotes convencidos y animosos, como fueron precisamente en el pasado, y lo son todavía, tantas luminosas figuras del clero de vuestra región.

En esta época de tribulaciones y angustias, la Iglesia, avalada por la asistencia divina, continúa anunciando y dando testimonio de Jesucristo, luz y salvación de los hombres. Y el Señor os llama también a vosotros a esta misión grande e indefectible; para ella os preparáis.

Quiero sacar de la liturgia de hoy del bautismo de Jesús alguna reflexión útil para esta formación vuestra.

1. En el episodio del bautismo de Jesús, relatado por los cuatro Evangelistas, es evidente el mensaje doctrinal, es decir, teológico-dogmático.

Como sabemos, el bautismo administrado por Juan era solamente un rito de purificación, con miras a la inminente venida del Mesías; también Jesús, quiso someterse a este bautismo, para reconocer públicamente la misión de Juan, último profeta del Antiguo Testamento y Precursor del Mesías, y para significar de manera evidente que, aun no teniendo pecado, se mezclaba entre los pecadores precisamente para redimir a los hombres del pecado.

En este episodio del Evangelio se revela la Santísima Trinidad en una solemne teofanía; se revelan la divinidad de Cristo, Hijo predilecto del Padre, y su misión salvífica, para la que se encarnó.

He aquí revelado en este episodio el fundamento absoluto de nuestra fe y por lo tanto de nuestra consagración: la divinidad de Cristo y su misión.

2. Juan Bautista, al anunciar al Mesías, decía: "El os bautizará en Espíritu Santo y en fuego". En estas palabras se contiene un mensaje que vale para toda la historia de los hombres. El fuego es el símbolo bíblico del amor. de Dios, que quema y purifica de todo pecado; el Espíritu Santo indica la vida divina, que Jesús ha traído mediante la "gracia". Puesto que Jesús es Dios, su Palabra permanece válida para siempre. Y para que la verdad revelada y los medios de salvación permaneciesen íntegros a través de las vicisitudes de loa tiempos, Jesús instituyó la Iglesia sobre los Apóstoles y sus sucesores, y dio a Pedro y a sus sucesores el mandato de confirmar en la fe a los hermanos, dejándoles la seguridad de su oración particular y la asistencia del Espíritu Santo.

281 Esta certeza debe impulsaros, queridísimos seminaristas, a la confianza total y absoluta en Jesús, en su palabra, en la Iglesia querida y fundada por El mismo. Jesús es la verdad; ha venido para dar testimonio de la verdad; nos ha consagrado en la verdad (cf. Jn Jn 14,6-8 Jn Jn 14,12 Jn 8,31-32 Jn 17,17-19 Jn 18,37). No puede, engañarnos; no puede abandonarnos en la niebla de las confusiones, en la espiral de la duda, en el abismo de la angustia; en la ansiedad de la incertidumbre.

Todo pasa, pero la verdad permanece; pasa la figura de este mundo, pero la Iglesia no pasa.

3. Ahora os encontráis en el seminario, atendidos con amor y desvelo por vuestro superiores y profesores, para ser después vosotros mismos los que bauticen "en fuego y en Espíritu Santo". Por esto también se pueden aplicar a vosotros las palabras del Señor referidas por el profeta Isaías: "Te he llamado en la justicia y te he tomado de la mano. Yo te he formado y te he puesto por alianza para mi pueblo y para luz de las gentes, para abrir los ojos de los ciegos, para sacar de la cárcel a los presos, del fondo del calabozo a los que moran en tinieblas" (Is 42,6-7).

Dejaos conducir por la mano del Señor, porque El quiere realizar hoy la Redención por medio de vosotros. La Redención siempre es actual, porque siempre es actual la parábola del trigo y de la cizaña, siempre son actuales las bienaventuranzas. La humanidad siempre tiene necesidad de la Revelación y de la Redención de Cristo, y por esto os espera. Siempre hay almas a las que iluminar; pecadores a quienes perdonar, lágrimas que enjugar, desilusiones que consolar, enfermos a quienes animar, niños y jóvenes a quienes guiar: ¡existe y existirá siempre el hombre a quien amar y salvar en nombre de Cristo! Esta es vuestra vocación, que os debe hacer alegres y animosos.

Pero debéis prepararos con sentido de gran responsabilidad y de profunda y convencida seriedad: seriedad en la formación cultural, particularmente filosófica, bíblica, teológica, así como en la ascética y disciplinar, de manera que os consagréis total y gozosamente sólo a Jesús y a las almas, recordando lo que ya escribía San Juan Crisóstomo: "Es necesario que la belleza del alma del sacerdote brille en todas partes, para que pueda alegrar y, al mismo tiempo, iluminar las almas de quienes lo ven" (Diálogo del Sacerdocio, L. III. III 10,0) y también: "conozco toda la grandeza del ministerio sacerdotal y las graves dificultades inherentes al mismo: el alma del sacerdote está sacudida por olas más impetuosas que las que levantan los vientos en el mar" (ib., L. III, III 5,0).

Queridísimos superiores y alumnos:

El 8 de diciembre de 1942 Pío XII de venerada memoria, como signo de afecto y estima, donaba a vuestro seminario regional un fresco del siglo XIV, colocado en tela, en el que aparece representada la Madre de Dios, a la que vosotros invocáis justamente bajo el título de "Regina 'Apuliae".

A Ella, a vuestra Reina, os confío y os encomiendo: rezadla cada día, amadla, confiad en Ella.

Mientras os aseguro un constante recuerdo en mi oración, con particular afecto os imparto la propiciadora bendición apostólica, que hago extensiva también a todas vuestras familias.



B. Juan Pablo II Homilías 273