B. Juan Pablo II Homilías 290


VISITA A LA PARROQUIA ROMANA DE NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE

Y SAN FELIPE MÁRTIR



Domingo 27 de enero de 1980



1. He deseado mucho visitar, precisamente hoy, vuestra parroquia, cuya patrona es Nuestra Señora de Guadalupe. Efectivamente, en estos días, hace un año, realicé mi primer viaje papal, que tuvo como meta México. El corazón de esta peregrinación fue precisamente el santuario de Guadalupe: un lugar maravilloso, ligado, por siglos enteros, a la historia de la evangelización y de la Iglesia en el continente americano. Es el primer santuario mariano no sólo de México, sino de toda América Latina, y en cierto sentido de toda América. Juzgo como un particular signo de la gracia divina que me haya sido dado comenzar la misión de mi servicio pastoral a la Iglesia universal precisamente con la peregrinación a Guadalupe. Es ciertamente uno de tantos lugares en la Iglesia, en los que se manifiesta de modo especial el misterio de la Madre, en cuanto que es corazón que une.

Esta unión en torno al corazón de la Madre se siente profundamente en México y también en otros países de ese continente. Vuestra parroquia, dedicada a Nuestra Señora de Guadalupe, es como un testimonio viviente del vínculo que aquí en Roma, en el centro de la Iglesia, deseamos mantener siempre vivo con la Iglesia del lejano continente americano, reunido en torno a la Madre. Para mí este vínculo es particularmente querido, sobre todo desde el momento en que me fue dado pisar la tierra mexicana e ir en peregrinación al santuario de la Madre de Dios de Guadalupe, junto con los obispos de toda América Latina, reunidos para su Conferencia de Puebla.

2. Por esto he venido hoy a vuestra parroquia: para que, al recordar los acontecimientos de hace un año, tan importantes para mí, pueda realizar mi servicio pastoral también respecto a esta comunidad parroquial de la Iglesia Romana, que venera como su Patrona a la Madre de Dios del santuario mexicano.

Estoy contento de saludar a todos vosotros aquí presentes, queridos hermanos y hermanas, que formáis la comunidad parroquial. Sabed que os amo a todos y que os recuerdo de corazón en el Señor, sobre todo a los niños, a los enfermos, a los necesitados. Dirijo mi saludo, en particular, al obispo auxiliar, Remigio Ragonesi, que ha preparado diligentemente esta visita, y a los representantes de los numerosos institutos religiosos, masculinos y femeninos, que trabajan generosamente en el ámbito de la parroquia. Mi pensamiento se dirige, después, a las diversas asociaciones católicas qua agrupan a jóvenes y adultos para promover inteligentemente su formación cristiana integral. Deseo saludar además a los representantes de la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe en Monte Mario que han querido asociarse a esta celebración eucarística.

Habiendo venido en visita pastoral a esta parroquia, que con su nombre evoca de modo tan vivo mi viaje de hace un año a México y mi peregrinación al santuario de la Virgen de Guadalupe, saludo cordialmente en su propia lengua al párroco y a los sacerdotes Legionarios de Cristo que se dedican con celo al bien de las almas en esta iglesia parroquial.

Asocio en el saludo a los seminaristas de la misma congregación de los Legionarios de Cristo, deseándoles que se entreguen con alegría a una sólida preparación al sacerdocio, para ser luego buenos dispensadores de los misterios de Dios y servidores de los hombres hermanos. Que la Virgen Santísima os ayude, amados hijos, a corresponder generosamente al don de la vocación y os acompañe hasta el altar y en toda vuestra vida.

Vuestra presencia y la de los otros miembros de la comunidad mexicana de Roma, me hacen pensar una vez más en todos vuestros compatriotas, a los que reitero el saludo dirigido en estos días mediante un mensaje especial por televisión, con motivo del primer aniversario de mi visita. Quiera el Señor y su Santísima Madre que este viaje y su recuerdo produzca renovados frutos de fe y de auténtica vida eclesia1 en México,

291 3. Volviendo, ahora, a las lecturas bíblicas de la liturgia de este domingo, meditemos sobre lo que nos dicen. Todo su rico contenido se podría encerrar en dos expresiones y conceptos principales: «cuerpo» y «palabra».

Debemos a San Pablo la elocuente comparación, según la cual, la Iglesia se define como «Cuerpo de Cristo». Efectivamente, el Apóstol hace una larga digresión sobre el tema del cuerpo humano, para afirmar después que, así como muchos miembros se unen entre sí en la unidad del cuerpo, de la misma manera todos nosotros nos unimos en Cristo mismo porque «hemos sido bautizados en un sólo Espíritu» (
1Co 12,13) y «hemos bebido del mismo Espíritu» (ib.). Así, pues, por obra del Espíritu Santo, que es el Espíritu de Jesucristo, constituimos con Cristo y en Cristo una unión semejante a la de los miembros en el cuerpo humano. El Apóstol habla de miembros, pero se podría pensar también y hablar de los "órganos" del cuerpo e incluso de las "células" del organismo. Es sabido que el cuerpo humano tiene no sólo una estructura externa, en la que se distinguen sus miembros, sino también una estructura interna en cuanto organismo. Su constitución es enormemente rica y preciosa. Precisamente esta constitución interna, más aún que su estructura externa, da testimonio de la recíproca dependencia del sistema físico del hombre.

Y baste esto sobre el tema del «cuerpo».

El segundo concepto central de la liturgia de hoy es la «palabra». El Evangelista Lucas recuerda este aspecto particular al comienzo de la actividad pública de Cristo, cuando El fue a la sinagoga de Nazaret, su ciudad. Allí, el sábado, leyó ante sus paisanos reunidos algunas palabras del libro del profeta Isaías, que se referían al futuro Mesías, y enrollando el volumen dijo a los presentes: «Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír» (Lc 4,21).

De este modo comenzó en Nazaret su enseñanza, esto es, el anuncio de la Palabra, afirmando que era el Mesías anunciado en el libro profético.

4. El Cuerpo de Cristo, esto es la Iglesia, se construye, desde el comienzo, basándose en su Palabra.La palabra es la expresión del pensamiento, es decir, el instrumento del Espíritu (y ante todo del espíritu humano) para estrechar los contactos entre los hombres, para entenderse, para unirse en la construcción de una comunión espiritual.

La palabra de la predicación de Cristo —y luego la palabra de la predicación de los Apóstoles y de la Iglesia— es la expresión y el instrumento con el que el Espíritu Santo habla al espíritu humano, para unirse con los hombres y para que los hombres se unan en Cristo. El Espíritu de Cristo une a los miembros, a los órganos, a las células, y construye así la unidad del cuerpo fundándose en la Palabra de Cristo mismo anunciada en la Iglesia y por la Iglesia.

Vuestra parroquia participa en este proceso.

Precisamente por este motivo es parroquia, esto es, parte orgánica de esa unidad que constituye la Iglesia romana, primero la "local" y después la "universal", participando en ese proceso que comenzó en Nazaret y que perdura ininterrumpidamente. Es un proceso de aceptación de la Palabra y de construcción del Cuerpo de Cristo en la unidad de la vida cristiana.

Por esto la catequesis parroquial tiene un significado tan grande. Es al mismo tiempo familiar y ambiental, pero la parroquia tiene en la mano todos sus hilos, así como después los hilos de la catequesis en toda Roma los tiene en la mano la diócesis de Roma. Esta es la estructura externa de esta unidad, que constituye la Iglesia.

En esta estructura. cada uno de nosotros debe contribuir a la construcción de la unidad, sobre todo por el hecho de que la alcanza, asimilando la Palabra de Dios, tratando de entender cada vez mejor la enseñanza que nos ha traído Cristo, y comprometiéndose, de acuerdo con ella, a formar la propia vida cristiana. Y después, a medida que se convierte en un cristiano maduro, cada uno de los bautizados no sólo alcanza esta unidad a través de la Palabra de Dios y de la fe, con la que vive la Iglesia, sino que trata también de poner en ella algo de sí mismo y de transmitirlo a los otros: ya sea en forma de catequesis familiar, enseñando a los propios hijos las verdades de la fe, ya sea actuando en la parroquia, en relación con los otros. Sabemos que en este campo hay muchos caminos y muchos modos.

292 En todo caso, como he escrito en la Exhortación Apostólica Catechesi tradendae, «la parroquia sigue siendo el lugar privilegiado de la catequesis. Ella debe encontrar su vocación en ser una casa de familia, fraternal y acogedora, donde los bautizados y los confirmados toman conciencia de ser Pueblo de Dios. Allí el pan de la buena doctrina y de la Eucaristía son repartirlos en abundancia en el marco de un sólo acto de culto: desde allí son enviados cada día a su misión apostólica en todas las obras de la vida del mundo» (Nb 67).

5. Al meditar junto con vosotros sobre estos problemas, tan importantes para la construcción de la unidad de la Iglesia en vuestra comunidad parroquial, no puedo olvidar dos circunstancias.

Ante todo, sabéis que la semana pasada, del 16 al 25 de enero, estaba dedicada, como acaece cada año, a la oración por la unidad de los cristianos. Se ha celebrado con el lema de la invocación de la plegaria del Señor: "Venga tu Reino". La cuestión de la unidad de los cristianos corresponde a las primerísimas intenciones de Cristo Señor en relación a su Iglesia y se coloca en el camino que conduce a ese Reino, el Reino de Dios mismo, por cuya venida rezamos constantemente.

En segundo lugar, permitidme volver una vez más a lo que he dicho, al comienzo, sobre el Corazón de la Madre que une. Vuelvo a este tema para encomendaros a todos, en el día de mi visita, a esta Madre, a la que habéis dedicado vuestra parroquia como a su Patrona. Este Corazón que une a todos los pueblos y continentes, os una también a vosotros constantemente en vuestras familias, en los ambientes de trabajo, de enseñanza, de descanso. Os una, a través de esta parroquia, con la Iglesia en la que vive Cristo, Hijo de Dios e Hijo de María, y que actúa por medio de su Espíritu.



MISA DE CLAUSURA DEL SÍNODO PARTICULAR DE LOS OBISPOS DE HOLANDA



Jueves 31 de enero de 1980



Venerables y queridos hermanos:

1. En este instante todos nosotros albergarnos un mismo deseo. Queremos dar gracias a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, por este ministerio en que hemos participado a lo largo de más de dos semanas. En efecto, estos días, durante los cuales hemos trabajado en común en el marco del Sínodo particular de los Obispos de los Países Bajos, tan sólo podemos contemplarlos dejándonos guiar por la verdad de estas palabras del Concilio Vaticano II en el primer capítulo de la Constitución Lumen gentium: «Y así toda la Iglesia aparece como "un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo"».

Partiendo de aquí, nuestra gratitud se dirige a esta Unidad en tres Personas, en la que la unidad de la Iglesia, del Pueblo de Dios, encuentra su origen. Deseamos dar gracias porque hemos podido confesar esta Unidad, y servirla, a la vez, en cada día y cada hora de nuestro trabajo común. Al mismo tiempo damos gracias porque al buscar nuestra unidad recíproca, hemos podido servir a la unidad de la Iglesia —del Pueblo de Dios— al nivel de la provincia que constituye la Iglesia de vuestra patria, y a un nivel mucho más extenso. Sí, venerables y queridos hermanos, estoy profundamente convencido de que nuestro trabajo ha servido también a la Iglesia de Cristo en toda su universalidad.

Deseo dar las gracias muy cordialmente a todos y a cada uno de vosotros por este trabajo que hemos hecho juntos con tenacidad. En primer lugar quiero manifestar a los dos Presidentes delegados, Su Eminencia el cardenal Johannes Willebrands y Su Excelencia mons. Godfried Danneels, cómo he apreciado en su justo valor su modo de dirigir los trabajos de esta Asamblea. A los obispos de los Países Bajos les expreso mi profunda gratitud por su disponibilidad generosa y su amor profundo hacia sus fieles y hacia la Iglesia universal. A los dos superiores religiosos quiero expresarles mi reconocimiento por la contribución original que han aportado al Sínodo. Agradezco de todo corazón a los Eminentísimos cardenales Prefectos de las Congregaciones, mis colaboradores cercanos, su contribución a estos trabajos, a los cuales han aportado la experiencia adquirida en su cargo. Al Secretario General, Su Excelencia mons. Jozef Tomko, a su asistente, Su Excelencia mons. Albert Descamps y al Secretario especial, el reverendo padre Joseph Lescrauwaet, les manifiesto mi profunda gratitud por los competentes servicios que han aportado unos y otros. No quisiera silenciar la dedicación del personal de la Secretaría del Sínodo, del servicio de prensa, así como de todo el personal adjunto. Séame permitido asimismo dirigir una palabra de agradecimiento a todos los representantes de los medios de comunicación social que, respetando la reserva que ha debido rodear necesariamente las deliberaciones, se han preocupado por mantener el contacto con el conjunto de la Iglesia.

A lo largo de todas estas jornadas he podido estar con vosotros y participar en la mayor parte de las asambleas de la mañana y de la tarde. He podido ser testigo de la honestidad, la atención y la objetividad con que habéis abordado cada problema. Una atención y un cuidado tales manifiestan hasta qué punto os preocupan los problemas que hemos abordado juntos, y vuestro ardiente deseo de consagrar todas vuestras fuerzas a encontrarles solución. Doy gracias de ello a Cristo y a vosotros también, venerables y queridos hermanos. Este clima tranquilo, concreto y sincero de intercambio de ideas sobre cada uno de los temas estudiados, ha puesto de manifiesto que el Espíritu de nuestro Señor y Maestro estaba con nosotros, y que hemos recibido también el auxilio de su Santa Madre, a quien cada día dirigíamos nuestra plegaria, de un modo particular en el rezo del Ángelus.

2. El problema estudiado por el Sínodo y que ha ocupado completamente las semanas de estas discusiones en Roma, se halla recogido en el título de su orden del día: "El ejercicio de la acción pastoral de la Iglesia en los Países Bajos en la situación actual, de modo que la Iglesia aparezca ante todo como comunión".

293 Para abordar este importante tema hemos tenido que revisar todas las múltiples experiencias realizadas por la Iglesia que está en los Países Bajos llevándolas al terreno de la respuesta dada —hace algunos años por el Episcopado del mundo entero, reunido durante cuatro años en el Concilio Vaticano II— a la cuestión que éste se planteó a sí mismo: "Ecclesia, quid dicis de teipsa?". Esta respuesta cuidadosamente expresada por el Magisterio conciliar, se ha convertido para vosotros actualmente, venerables y queridos hermanos, en el punto de referencia sistemático, y a la vez en el fundamento que permite resolver cada uno de los problemas planteados diariamente a vuestra experiencia de Pastores y a vuestra conciencia de obispos.

Una cosa ha quedado siempre clara en el curso de nuestras discusiones y de nuestras reflexiones: sólo podemos desear —y en realidad deseamos de todo corazón— una Iglesia que corresponda totalmente a las intenciones de Cristo, el Señor, tal como han sido expresadas y confirmadas por el Concilio. En efecto, creemos que el Concilio Vaticano II se ha convertido para nuestra época en el tema y el lugar privilegiados gracias a los cuales el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesucristo, "ha hablado" a toda la Iglesia (cf. Ap
Ap 2,7) y la ha guiado hacia la verdad plena (cf. Jn Jn 16,13), y por tanto también hacia la verdad de la existencia "en el mundo contemporáneo", de la existencia tal como se nos manifiesta a través de los "signos de los tiempos". Al hablar a toda la Iglesia, el Espíritu de nuestro Señor y Redentor "ha hablado" a cada una de las Iglesias que permanecen en comunión con esta Iglesia una y universal. Por esta razón la preocupación fundamental de todos los que hemos estado reunidos en el Sínodo, ha sido también el cuidado de hacer que la existencia de la Iglesia en los Países Bajos, su existencia concreta, en todos los sectores de su vida, pudiera poseer y manifestar plenamente los signos de esta identidad que el Concilio Vaticano II ha expresado de nuevo, de acuerdo con toda la Tradición.

3. También por esta razón este esfuerzo cotidiano del Sínodo, a través del análisis de los diferentes sectores de la vida de la Iglesia en vuestra patria, ha tratado ante todo de tomar una conciencia más clara de cuanto constituye, por así decirlo, la vida cotidiana de la Iglesia en sus diferentes aspectos. Luego, ha intentando establecer las orientaciones para el futuro. En efecto, la identidad de la Iglesia se manifiesta precisamente a través de esta forma concreta de su existencia; se manifiesta a través de su manera de vivir cada día, y a través del modo de llevar a cabo su obra en los diferentes sectores de la vida y de la actividad.

En el análisis que hemos realizado según estas premisas, hemos abordado, venerables y queridos hermanos, todos los aspectos esenciales e importantes desde el punto de vista de la identidad de la Iglesia en los Países Bajos en el momento presente y de cara al futuro. Pues está fuera de duda que, en las actividades actuales de la Iglesia, se gesta al mismo tiempo el estilo futuro de su vida y de su apostolado.

Así pues, hemos tomado como punto de partida de nuestras deliberaciones la realidad y las exigencias fundamentales de la comunión de la Iglesia, comunión a la vez local y universal, tanto referida a lo espiritual como a lo institucional, conscientes de que la comunidad de fe, de esperanza y de caridad une a todos los creyentes con Cristo y su Padre, y les une los unos a los otros. Con el deseo y la voluntad unánimes de manifestar esta comunión, hemos reafirmado nuestro acuerdo en el contenido de la fe católica según la enseñanza del Magisterio de la Iglesia, y hemos sacado las conclusiones que se imponen en lo referente a la función del obispo como doctor de la fe y como Pastor, de cada obispo en su diócesis y de todos los obispos juntos en el seno de la Conferencia Episcopal.

El Sínodo ha adoptado también resoluciones referentes al sacerdocio ministerial, a la vida de los religiosos y de las religiosas, y a la participación de los laicos en la misión evangelizadora de la Iglesia. Ha examinado el modo de promover la vida sacramental, y sobre todo la celebración y la veneración de la Eucaristía, fuente de vida y crecimiento, y el sacramento de la reconciliación. Finalmente el Sínodo ha insistido en el valor de la liturgia celebrada según las normas de la Iglesia, en la importancia del contenido doctrinal y de los métodos pastorales en la catequesis, y en la promoción de un ecumenismo fiel a las orientaciones del Concilio.

4. Esta somera referencia al tema y a las conclusiones del Sínodo es suficiente para poner de relieve la riqueza de sus debates y la amplitud del análisis realizado sobre la labor pastoral de la Iglesia en los Países Bajos. Nadie ignora la importancia de todos los asuntos abordados para el futuro desarrollo de los esfuerzos pastorales de todo el Pueblo de Dios. Pero séame permitido subrayar aquí un punto particular que ha aparecido como centro de las demás cuestiones abordadas y que causará un gran impacto en el futuro de la Iglesia. Me refiero aquí al sacerdocio ministerial auténtico de los sacerdotes, tanto en su naturaleza como en sus relaciones con el obispo y en su referencia al compromiso de los laicos en la misión de la. Iglesia.

La edificación de la comunidad eclesial y la puesta en práctica de su misión se confían a toda la comunidad, pero, como dice la Constitución dogmática Lumen gentium (cf. núms. Nb 30-38), esta responsabilidad se ejerce de acuerdo con el carisma y el lugar de cada uno en el Cuerpo de Cristo. Todas las vocaciones, todos los servicios, y todos los carismas están ordenados a manifestar en su variedad la riqueza de la Iglesia y a servir a su unidad. La Iglesia debe poder expresar la plenitud de su vida en la riqueza de sus vocaciones y carismas, tanto a través del sacerdocio ministerial como del apostolado de los laicos, y también a través de la consagración religiosa según el espíritu y la finalidad específica de cada instituto.

Sin embargo, cada uno de estos ministerios y de estos servicios, posee un carácter específico propio, y todos se complementan mutuamente sin confundirse.

Con toda razón, queridos hermanos, habéis insistido en la importancia y la necesidad de la participación de los laicos en la tarea pastoral de la Iglesia. También habéis encomiado la colaboración activa que os prestan los laicos en todas las diócesis holandesas, y el hecho de que sobre todo están llamados a intensificarla más aún, pues sin el trabajo de los laicos, la Iglesia difícilmente podría estar presente y actuar en el mundo de hoy (cf. Apostolicam actuositatem AA 1). Sin embargo, en la atribución de las tareas y en la distribución de las responsabilidades, hay que salvaguardar, como vosotros habéis subrayado, la distinción entre la contribución de los laicos y las tareas encomendadas a los sacerdotes y a los diáconos. Esto demuestra la gran importancia de las conclusiones a que ha llegado este Sínodo en el campo de la colaboración de los laicos en las tareas pastorales así como también en lo referente a la formación de los futuros sacerdotes.

Unánimes en profesar la distinción esencial entre el sacerdocio sacramental y el sacerdocio común de los fieles, así como el carácter permanente del sacerdocio sacramental, los obispos de los Países Bajos han expresado también su afán y su voluntad de ser secundados por un clero célibe y de hacer todo lo posible por promover las vocaciones al sacerdocio. Experimentan la misma inquietud en lo que concierne a la vocación religiosa, a través de la cual hombres y mujeres responden a la llamada de Dios en la vida consagrada. Os habéis propuesto asegurar la formación de los candidatos al sacerdocio en verdaderos seminarios, sea en seminarios que proporcionen íntegramente la formación, sea en otras instituciones que posean todas las características de un seminario, aunque una parte de la enseñanza se imparta en Escuelas superiores de teología reconocidas por la Santa Sede.

294 Igualmente estáis decididos a subrayar la oportunidad de un compromiso en lo que respecta al diaconado, vista la tarea específica y la importancia de este ministerio permanente tal como ha sido restaurado por el Concilio Vaticano II. Habéis reafirmado luego la importancia de la contribución propia del laicado en la Iglesia y estáis resueltos a hacer un llamamiento a la colaboración de los laicos en las tareas pastorales que pueden serles confiadas según las indicaciones de la Santa Sede.

He aquí unas resoluciones que constituyen sin duda un buen signo para el futuro de la Iglesia en los Países Bajos. El Papa está convencido de que todos responderán a esta llamada, confiriendo así a esta Iglesia su plena dimensión de comunidad cristiana, que se manifiesta igualmente a través de su obra misionera, ligada de este modo a toda su tradición.

5. A lo largo de todo el trabajo que hemos realizado en el Sínodo —y del que os espera después de la clausura de éste— nuestra defensa y nuestra fuerza, ha sido, es, y seguirá siendo la constante referencia á nuestra fe, a nuestra esperanza y a nuestro amor a Cristo, nuestro Maestro y Señor, a Cristo Redentor del hombre, a Cristo que en su misterio pascual se ha convertido en el esposo de su Iglesia

En el curso de nuestras reuniones en Roma, en nuestra reflexión cotidiana y en nuestros intercambios de ideas, hemos tratado de mantener nuestra fidelidad a El. Su verdad y su amor han sido fuente de luz para nuestras consideraciones, nuestras resoluciones y nuestras decisiones. Al hacer todo esto hemos tenido siempre una conciencia más clara de la necesidad de una gran valentía y a la vez de una gran prudencia para nuestro servicio a la Iglesia. Esta valentía y esta prudencia deben derivarse de nuestra confianza absoluta en este amor que El dona en todo lugar a su Iglesia, en esta fidelidad que El concede a todos los que tratan de mantenerle constantemente su fidelidad. Esta convicción nos obliga a mirar hacia el futuro con la esperanza evangélica: "Tened confianza, yo he vencido al mundo" (
Jn 16,33). De este modo. seremos capaces de realizar nuestra misión de obispos y de Pastores en relación con la Iglesia que se encuentra en tierra holandesa, y a la vez en relación con la Iglesia universal. Seremos capaces de servir al Pueblo de Dios tal como nos exige el Espíritu de Jesucristo.

Sobre él edificamos también nuestra voluntad y a la vez nuestra esperanza de la unidad recíproca, de la "communio" entre vosotros mismos, Obispos y Pastores de la Iglesia en los Países Bajos, esa comunión que es indispensable para realizar este ministerio pastoral. El Sínodo ha sido para vosotros, queridos hermanos, un tiempo de unión feliz y de intercambio profundo de vuestras ideas; ha sido un tiempo de auténtico diálogo de salvación. Este diálogo, como enseñó Pablo VI, es y debe seguir siendo un intercambio de ideas en el que se manifiesten el respeto y el amor, orientado, al mismo tiempo, a la verdad, al bien del Evangelio y a la unidad de la Iglesia. En el momento en que este afortunado tiempo toca a su fin, sólo nos resta pedir al Espíritu de verdad y al Señor de la mies que continúen existiendo entre vosotros siempre el mismo estilo de diálogo y el mismo clima saludable de unión para el bien de toda la Iglesia, y en particular para el de las diócesis en que el Espíritu Santo os ha constituido como obispos.

6. Ahora que los obispos holandeses se disponen a volver a sus diócesis respectivas, mi pensamiento y mi afecto se dirigen hacia toda la Iglesia que está en los Países Bajos, y hacia todos y cada uno de los que la constituyen. Sabed, queridos hermanos y hermanas, que el Sínodo os agradece todo aquello que habéis hecho para contribuir al éxito de sus deliberaciones. En nombre del Sínodo os agradezco muy particularmente vuestras oraciones que nos han acompañado durante este período de gracia.

He recibido numerosos ecos de iniciativas que dan testimonio de vuestra respuesta ferviente a la llamada que os dirigí en vísperas del Sínodo: para sus participantes ha significado un verdadero aliento y una inspiración, el saber que la Iglesia en los Países Bajos estaba unida a ellos a través de la plegaria hecha en las parroquias y las escuelas, en las casas de religiosos, en los grupos de jóvenes y en las residencias de ancianos.

De un modo especial expreso también mi agradecimiento a los hermanos y hermanas de las Iglesias y Comunidades cristianas que se han unido a los católicos para implorar la luz del Espíritu sobre nuestros trabajos. Con emoción y agradecimiento quiero recordar aquí que un grupo de Pastores protestantes envió un telegrama al comienzo del Sínodo para prometernos sus oraciones. La unión espiritual manifestada de este nodo es una prueba de la bendición de Dios para una unión creciente entre todos aquellos que profesan la misma fe y la misma esperanza en Jesucristo. ¡Que nuestra espera, nuestro deseo y nuestro compromiso correspondan a la voluntad del Señor! Así podremos promover un ecumenismo sin timidez porque será auténtico, un ecumenismo dinámico que suponga un crecimiento en la fe, un ecumenismo, en resumen, que sea plenamente fiel al Espíritu Santo.

Ahora que comienza la puesta en práctica de las decisiones de este Sínodo, encomiendo de nuevo a vuestras oraciones, queridos hermanos y hermanas de los Países Bajos, el camino que hay que recorrer, pues en el futuro la vida y la pastoral de la Iglesia holandesa dependerán más de la oración que de las deliberaciones y las consultas. Reuníos en torno a vuestros obispos tanto en la oración como en la acción. Ellos cuentan con vosotros más que nunca. La unión en la oración y la conciencia de que "todo bien y toda dádiva perfecta viene de arriba y desciende del Padre de las luces (Sant 1, 17) os ayudarán a poner en práctica esta renovación y conversión que cada uno de nosotros debe realizar continuamente. La oración ayuda a creer, a esperar y a amar, incluso aunque la debilidad humana nos coloque ante situaciones de tensión o nos depare dificultades. La plegaria ferviente de toda la comunidad cristiana, tanto en los Países Bajos como fuera de ellos, hace esperar que todos, sacerdotes y laicos, religiosos y religiosas, aceptarán con espíritu de fe y con una convicción sincera las conclusiones del Sínodo. Se acerca el tiempo de la Cuaresma que nos prepara a la celebración de la Resurrección del Señor Jesús: no dudamos en pediros vuestra oración y vuestros sacrificios para que la simiente del Sínodo caiga en tierra buena y dé fruto abundante (cf. Mc Mc 4,8).

Con una confianza muy especial, quiero dirigirme a la juventud de la Iglesia en los Países Bajos. Cuando se preparaba el Sínodo, un grupo de jóvenes de vuestra capital se reunió para orar alrededor de un cirio, símbolo de la luz que es Cristo, y me hicieron llegar después este cirio como señal de su compromiso y su unión con el Sínodo. Queridos jóvenes, ¡que la luz de Cristo ilumine vuestro camino de cristianos y vuestras aspiraciones que ciertamente tienen su lugar en la Iglesia! Estad convencidos de que vuestra generosidad y vuestro sentido de la autenticidad ayudarán a toda la comunidad a hacer las opciones que se imponen y a asumir las consecuencias que comportan la fe en Jesucristo y la pertenencia a la Iglesia.

Venerables y queridos hermanos: en el momento de nuestra despedida, os invito a colocar los frutos de este Sínodo y el porvenir la Iglesia que está en los Países Bajos en las manos de María, Madre del Señor y Madre de la Iglesia. El último capítulo de la Constitución dogmática Lumen gentium ha esclarecido las consecuencias espirituales que se derivan, para la Iglesia y para cada cristiano, de nuestra situación respecto del Hijo de Dios encarnado y de su Madre Santísima. Por ser "nacido de mujer" (Ga 4 Ga 4), Nuestro Señor Jesucristo hizo de nosotros verdaderos "hijos adoptivos" (cf. Lumen gentium LG 52). La bienaventurada Virgen posee un papel único en el misterio del Verbo encarnado y en el del Cuerpo místico porque acogió al Verbo de Dios en su corazón y en su cuerpo a la vez. Ella se encuentra íntimamente unida a la Iglesia, de la que es modelo en el orden de la fe, de la caridad y de la unión perfecta con Cristo. Como respuesta a nuestra devoción y a nuestra plegaria, María, que reúne y refleja de un cierto modo en Ella misma las más altas aspiraciones de la fe, llama por este camino a los fieles hacia su Hijo y hacia el sacrificio de Este, así como hacia el amor del Padre. "Por eso, dice el Concilio, también la Iglesia, en su labor apostólica, se fija con razón en Aquella que engendró a Cristo, concebido del Espíritu Santo y nacido de la Virgen, para que también nazca y crezca por medio de la Iglesia en las almas de los fieles" (ib., 65). Con la Virgen, la Iglesia emprendió su camino a lo largo de la historia de este mundo, hace dos mil años, en el Cenáculo de Pentecostés. Desde entonces, la Iglesia ha recorrido cada etapa de este camino con Ella, que es el signo luminoso de la esperanza y del consuelo del Pueblo de Dios (ib., 68). También debemos recorrer con Ella la etapa que comenzamos hoy a partir de este Sínodo. Hay tantos lugares en la tierra holandesa donde la Madre de Dios es venerada con un fervor particular por los fieles. Baste con evocar, entre tantos santuarios que dan testimonio de su piedad mariana, el nombre del santuario "Ster der Zee" en Maastricht, el de la "Zoete Lieve Vrouw den Bosch", y el de "Onze Lieve Vrouw ter Nood" en Heiloo, tan queridos a vuestro corazón y al mío. ¡Que estos lugares sean siempre, ante todo, lugares de encuentro, desde donde María guíe al Pueblo de Dios hacia una fe y una esperanza renovadas en la comunión del amor!

295 A toda la Iglesia en los Países Bajos envío, junto con todos los participantes del Sínodo particular, mis mejores deseos y mi bendición.

Que el Señor perfeccione en vosotros todo lo que ha iniciado durante estos días de oración y reflexión.

La unidad en la fe y en el amor permanezcan como signo característico del Pueblo de Dios en los Países Bajos.

Alabado sea Jesucristo. Amén.





B. Juan Pablo II Homilías 290