B. Juan Pablo II Homilías 310

1981



SANTA MISA EN EL 450° ANIVERSARIO DE LAS APARICIONES

DE NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE




Sábado 12 de diciembre de 1981



Señores Cardenales,
311 queridos Hermanos en el Episcopado,
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Con la celebración de esta Eucaristía he querido participar con vosotros, junto al altar del Señor, en un acto de homenaje filial a la Madre de Cristo y de la Iglesia, a la que el pueblo mexicano se acerca especialmente en estos días, al conmemorar los 450 años de la presencia de María Santísima de Guadalupe en el Tepeyac.

Vuelvo así, peregrino de fe, como aquella mañana del 27 de enero de 1979, a continuar el acto mariano que tuve en el Santuario del pueblo de México y de toda América Latina, en el que desde hace siglos se ha mostrado la maternidad de María. Por ello, siento que este lugar sagrado donde nos encontramos, la Basílica de San Pedro, se alarga con la ayuda de la imagen televisada hasta la Basílica guadalupana, siempre corazón espiritual de México y de modo particular en esta singular circunstancia.

Pero no sólo allí, y ni siquiera en toda la Nación mexicana, resuena este latido de fe cristiana, mariana y eclesial, sino que son tantísimos los corazones que, desde todas las Naciones de América, de norte a sur, convergen en peregrinación devota hacia la Madre de Guadalupe.

Muestra de ello es la significativa participación en este acto, al unísono con las gentes de sus respectivos pueblos, de los representantes de los países latinoamericanos y de la Península Ibérica, unidos por comunes lazos de cultura y devoción mariana.

Bien querría que mi presencia entre vosotros hubiera sido también física; mas no siendo posible, os he enviado como Legado mío al Cardenal Secretario de Estado Agostino Casaroli, para que sea una prolongación mía durante estas celebraciones y signo de mi particular benevolencia.

2. El mensaje guadalupano y la presencia de la venerada Imagen de Nuestra Señora que preside su nuevo Templo, como lo hiciera por cerca de tres siglos en la anterior basílica, es un hecho religioso de primera magnitud, que ha marcado de manera determinante los caminos de la evangelización en el continente americano y ha sellado la configuración del catolicismo del pueblo mexicano y sus expresiones vitales.

Esa presencia de María en la vida del pueblo ha sido una característica inseparable de la arraigada religiosidad de los mexicanos. Buena prueba de ello han sido las muchedumbres incesantes que, a lo largo de los siglos pasados, se han ido turnando a los pies de la Madre y Señora, y que allí se han renovado en su propósito de fidelidad a la fe cristiana. Prueba evidente son también los casi ocho millones de personas que anualmente peregrinan hacia su Templo, así como la presencia de María en tantos hogares, fábricas, caminos, iglesias y montañas del país.

Ese hecho guadalupano encierra elementos constitutivos y expresivos que contienen profundos valores religiosos y que hay que saber potenciar para que sean, cada vez más, canales de evangelización futura. Me limitaré a pergeñar tres aspectos que revisten un particular significado.

3. En el mensaje guadalupano sobresale con singular fuerza la constante referencia a la maternidad virginal de María. El pueblo fiel, en efecto, ha tenido siempre viva conciencia de que la buena Madre del cielo a la que se acerca implorante es la “perfecta siempre Virgen” de la antigua tradición cristiana, la aeiparthénos de los Padres griegos, la doncella virgen del Evangelio (cf
Mt 1,18-25 Lc 1,26-38), la “llena de gracia” (Lc 1,28), objeto de una singularísima benevolencia divina que la destina a ser la Madre del Dios encarnado, la Theotókos del Concilio de Efeso, la Deípara venerada en la continuidad del Magisterio eclesial hasta nuestros días.

312 Ante esa realidad tan rica y profunda, aun captada a veces de manera sencilla o incompleta, pero en sincero espíritu de fe y obediencia a la Iglesia, ese mismo pueblo, católico en su mayoría y guadalupano en su totalidad, ha reaccionado con una entusiasta manifestación de amor mariano, que lo ha unido en un mismo sentimiento colectivo y ha hecho para él todavía más simbólica la colina del Tepeyac. Porque allí se ha encontrado a sí mismo, en la profesión de su fervorosa religiosidad mariana, la misma de los otros pueblos de América, cultivada también en distintos santuarios, como pude constatar personalmente durante mi visita a Brasil.

4. Otro aspecto fundamental proclamado en el mensaje guadalupano es la maternidad espiritual de María sobre todos los hombres, tan íntimamente unida a la maternidad divina. En efecto, en la devoción guadalupana aparece desde el principio ese rasgo caracterizante, que los Pastores han inculcado siempre y los fieles han vivido con firme confianza. Un rasgo aprendido al contemplar a María en su papel singular dentro del misterio de la Iglesia, derivado de su misión de Madre del Salvador.

Precisamente porque Ella acepta colaborar libremente en el plan salvífico de Dios, participa de manera activa, unida a su Hijo, en la obra de salvación de los hombres. Sobre esta función se expresa de modo luminoso el Concilio Vaticano II: María, “concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó de forma enteramente impar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad, con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por eso es nuestra madre en el orden de la gracia” (Lumen gentium
LG 61).

Es una enseñanza que, al señalar la cooperación de la Virgen Santísima para restaurar la vida sobrenatural de las almas, habla de su misión como Madre espiritual de los hombres. Por ello la Iglesia le tributa su homenaje de amor ardiente “cuando considera la Maternidad espiritual de María para con todos los miembros del Cuerpo Místico” (Pablo VI, Marialis cultus, 22). En esa misma línea de enseñanza, el Papa Pablo VI declarará coherentemente a María como “Madre de la Iglesia”. Por esto mismo he querido yo también confiar a la Madre de Dios todos los pueblos de la tierra (7 de junio y 8 de diciembre 1981 ).

Estos contenidos doctrinales han sido una íntima vivencia, repetida hasta hoy en la historia religiosa latinoamericana, y más en concreto del pueblo mexicano, siempre alentado en esa línea por sus Pastores. Una tarea empezada por la significativa figura episcopal de Fray Juan de Zumárraga y continuada celosamente por todos sus hermanos y sucesores. Se ha tratado de un empeño puesto porfiadamente en todas partes, y realizado de manera singular en el Santuario guadalupano, punto de encuentro común. Así ha sido también en este año centenario, que marca asimismo el 450 aniversario de la arquidiócesis de México. Una vez más, el pueblo fiel ha experimentado la presencia consolante y alentadora de la Madre, como la ha sentido siempre a lo largo de su historia.

5. Guadalupe y su mensaje son, finalmente, el suceso que crea y expresa de manera más cabal los trazos salientes de la cultura propia del pueblo mexicano, no como algo que se impone desde fuera, sino en armonía con sus tradiciones culturales.

En efecto, en la imperante cultura azteca penetra, diez años más tarde de la conquista, el hecho evangelizador de María de Guadalupe, entendida como el nuevo sol, creador de armonía entre los elementos en lucha y que abre otra era. Esa presencia evangelizadora, con la imagen mestiza de María que une en sí dos razas, constituye un hito histórico de creatividad connatural de una nueva cultura cristiana en un País y, paralelamente, en un continente. Por eso podrá decir justamente la Conferencia de Puebla que: “El Evangelio encarnado en nuestros pueblos los congrega en una originalidad histórica cultural que llamamos América Latina. Esa identidad se simboliza muy luminosamente en el rostro mestizo de María de Guadalupe que se yergue al inicio de la Evangelización” (Puebla 446). Por ello, en mi visita al Santuario guadalupano afirmé que “desde que el indio Juan Diego hablara de la dulce Señora del Tepeyac, Tú, Madre de Guadalupe, entras de modo determinante en la vida cristiana del pueblo de México” (Homilía en el Santuario de la Virgen de Guadalupe, 27 de enero de 1979). Y efectivamente, la cohesión en torno a los valores esenciales de la cultura de la Nación mexicana se realiza alrededor de un valor fundamental, que para el mexicano –así como para el latinoamericano– ha sido Cristo, traído de modo apreciable por María de Guadalupe. Por eso Ella, con obvia referencia a su Hijo, ha sido el centro de la religiosidad popular del mexicano y de su cultura, y ha estado presente en los momentos decisivos de su vida individual y colectiva.

6. Esta realidad cultural, con la presencia tan sentida de la Madre y Señora, son un elemento potencial que debe ser aprovechado en todas sus virtualidades evangelizadoras frente al futuro, a fin de conducir al pueblo fiel, de la mano de María, hacia Cristo, centro de toda vida cristiana. De tal manera que la piedad no deje de poner cada vez más de relieve “el vínculo indisoluble y la esencial referencia de la Virgen al Salvador Divino” (Pablo VI, Marialis cultus, 25).

No cabe duda de que desde la raíz religiosa, que inspira todos los otros órdenes de cultura; desde la propia vinculación de fe en Dios y desde la nota mariana, habrá que buscar en México, así como en las otras Naciones, los cauces de comunión y participación que conduzcan a la evangelización de los diversos sectores de la sociedad.

De ahí habrá que sacar inspiración para un urgente compromiso en favor de la justicia, para tratar seriamente de colmar los graves desniveles existentes en campo económico, social, cultural; y para construir esa unidad en la libertad que hagan de México y de cada uno de los países de América, una sociedad solidaria y responsablemente participada, una auténtica e inviolable comunidad de fe, fiel a sus esencias y dinámicamente abierta a la conveniente integración –desde la comunión de credo– a nivel nacional, latinoamericano y universal.

En esa amplia perspectiva, guiado por la Virgen de Guadalupe patrona de América Latina, dirijo mi pensamiento y simpatía a todos los pueblos de la zona, especialmente a los que sufren mayores privaciones, y de manera particular a los de América Central, aquellos sobre todo probados hoy por duras y dolorosas situaciones que tanta preocupación suscitan en mi ánimo y en el mundo, por sus consecuencias negativas para una pacífica convivencia y por el riesgo que comporta para el mismo orden internacional.

313 Es necesario y urgente que la propia fe mariana y cristiana impulse a la acción generalizada en favor de la paz para unos pueblos que tanto están padeciendo; hay que poner en práctica medidas eficaces de justicia que superen la creciente distancia entre quienes viven en la opulencia y quienes carecen de lo más indispensable; ha de superarse, con procedimientos que lo ataquen en su misma raíz, el fenómeno subversión-represión que alimenta la espiral de una funesta violencia; ha de restablecerse en la mente y en las acciones de todos la estima del valor supremo y tutela de la sacralidad de la vida; ha de eliminarse todo tipo de tortura que degrada al hombre, respetando integralmente los derechos humanos y religiosos de la persona; hay que cuidar con diligencia la promoción de las personas, sin imposiciones que impidan su realización libre como ciudadanos, miembros de una familia y comunidad nacional.

No puede omitirse la debida reforma de ciertas estructuras injustas, evitando a la vez métodos de acción que respondan a concepciones de lucha de clases; se ha de promover la educación cultural de todos, dejando en salvo la dimensión humana y religiosa de cada ciudadano o padre de familia.

Un compromiso de moralidad pública ha de ser el primer requisito en la implantación de una sólida moralidad privada; y si es cierto que deben salvaguardarse las exigencias de una ordenada convivencia, nunca la persona humana y sus valores han de quedar supeditados a otras instancias o finalidades, ni ser tampoco víctimas de ideologías materialistas –sean de cualquier tipo– que sofocan en el ser humano su dimensión trascendente.

El amor al hombre imagen de Dios, la opción preferencial por el más pobre –sin exclusividades ni odios–, el respeto a su dignidad y vocación terrestre y eterna, deben ser el parámetro que guíe a quien diga inspirarse en los valores de la fe.

En ese espíritu de servicio al hombre, incluida su vertiente nacional e internacional, acepté –pocos días antes de mi visita al santuario guadalupano– la obra de mediación entre las Naciones hermanas de Argentina y Chile.

Se trataba de evitar de inmediato y se evitó un conflicto bélico que parecía inminente, y que habría tenido funestas consecuencias. Hace casi tres años que se está trabajando en esa obra, sin ahorrar esfuerzos ni tiempo.

Invito a todos a pedir a la Madre de Guadalupe, para que se resuelva pronto esa larga y penosa controversia. Las ventajas serán grandísimas para los dos pueblos interesados – así como para toda América Latina y aun para el mundo – que desean ardientemente ese resultado. Una prueba de ello son las numerosas firmas recogidas entre los jóvenes y que van a ser depositadas ante este altar. Puedan ser estos jóvenes los heraldos de la paz.

Sean sopesados serenamente los sacrificios que implica la concordia. Se verá entonces que vale la pena afrontarlos, en vistas de bienes superiores.

7. A los pies de la Virgen de Guadalupe deposito estas intenciones, junto con las riquezas y dificultades de América Latina entera.

Sé tú, Madre, la que guardes a los Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas para que, imbuidos de un profundo amor a la Iglesia y generosamente fieles a su misión, procedan con el debido discernimiento en su servicio eclesial, y edifiquen en la verdad y la caridad al pueblo de Dios. Sé tú la que inspires a los gobernantes, para que, respetando escrupulosamente los derechos de cada ciudadano y en espíritu de servicio a su pueblo, busquen siempre la paz, la justicia, la concordia, el verdadero progreso, la moralidad en toda la vida pública. Sé tú la que ilumines con propósitos de equidad y rectitud a cuantos tienen en sus manos el poder económico y social, para que no olviden las exigencias de la justicia en las relaciones comunitarias, sobre todo con los menos favorecidos.

Ayuda a los jóvenes y estudiantes, para que se preparen bien a infundir nuevas fuerzas de honestidad, competencia y generosidad en las relaciones sociales. Mira con bondad a los campesinos, para que se les procure un nivel de vida más justo y decoroso. Proteye a los hermanos de Juan Diego, los indígenas, para que se les conceda un puesto digno en la sociedad, sin marginaciones ni discriminaciones. Cuida a los niños, para que tengan siempre el buen ejemplo y amor de sus padres. Guarda en la unidad a las familias, para que sean fuertes y perseverantes en el amor cristiano. Y puesto que eres Emperatriz de las Américas, tiende tu protección sobre todas las Naciones del Continente americano y sobre las que allí llevaron la fe y el amor a ti.

314 Haz finalmente, Madre, que esta celebración centenaria del pueblo mexicano que marca su fidelidad mariana en los pasados 450 años, sea, en ti, principio de una renovada fidelidad a Cristo y a su Iglesia. Así sea.





1982



MISA EN EL PONTIFICIO COLEGIO PÍO LATINO AMERICANO


10 de enero de 1982



Amadísimos hermanos,
superiores y alumnos del Pontificio Colegio Pío Latino Americano de Roma:

1. Aceptando la invitación que me hicieron hace algún tiempo los Superiores, con sumo gusto comparto con vosotros la Eucaristía de esta tarde, que nos convida a adentrarnos en el misterio de Cristo, hoy festividad del bautismo del Señor.

He querido hacer una visita al Colegio, que sigue a la realizada hace 19 años por mi Predecesor el Papa Pablo VI, para mostrar así toda la estima que nutro hacia los centros eclesiales de Roma, en los que reciben un complemento de formación intelectual y espiritual tantos sacerdotes llegados hasta aquí, como vosotros, desde muy diversos y lejanos Países de todo el mundo.

Concretamente, al venir a esta casa me parece que vuelvo a pisar de nuevo, como en una visita a cada País, las tierras del continente americano, cuya vida religiosa sigo con especial solicitud por su gran importancia para la Iglesia. Tierras a las que mi misión apostólica me ha llevado físicamente en tres ocasiones, en mis visitas a la República Dominicana, a México y Brasil, y a las que en tantas otras circunstancias me ha acercado mi ministerio de Sucesor de Pedro y Pastor de toda la grey de Cristo.

Hace apenas un mes, celebrábamos juntos, en la basílica de San Pedro, el 450 aniversario de la presencia materna de Nuestra Señora de Guadalupe en el Tepeyac. Ella que es la Patrona de América Latina, me ha abierto el camino del encuentro con los pueblos de ese continente y me ha guiado también hasta vosotros, que procedéis de aquellas naciones de profunda raigambre cristiana y mariana.

2. Sé bien que la historia del Colegio, una obra querida por el Papa Pío IX en 1858, ha estado ligada muy íntimamente, durante sus casi ciento veinticinco años de existencia, a la historia de unos pueblos que van escribiendo, entre el dolor, el gozo y la esperanza, su propio camino de salvación.

Desde que recibieron la fe hace varios siglos, hasta el momento actual.

En ese sendero de salvación en Cristo Redentor, han dejado su huella imperecedera los 18 Cardenales y 298 Obispos que se formaron en este Colegio y que como Pastores de tantas Iglesias locales han continuado su obra de maestros de la Verdad, ministros del amor salvador y defensores del hombre. A ellos se ha unido una verdadera pléyade de sacerdotes, también alumnos de este Centro, que se han diseminado luego por toda la extensión del continente. Como portadores del mensaje evangelizador, sostenedores en la fe de los testigos del Cristo vivo, creadores de esperanza, predicadores de la dignidad de cada hombre, hermano y amado individualmente por Dios.

315 Esta breve mirada al pasado de vuestro Colegio, ha de ser para vosotros un compromiso frente al futuro, para continuar e intensificar una línea de generosa y fiel entrega a la Iglesia, a la que os empeña vuestra condición de almas consagradas y vuestra libre elección. Son muchas las personas que así lo esperan y que tienen derecho a recurrir a vosotros en demanda de las ayudas que el poder de Cristo pone en vuestras manos por medio de la Iglesia.

3. Para mejor prepararos a esa misión que os aguarda, podéis disponer ahora, liberados momentáneamente de las tareas de un apostolado directo que consumirán luego vuestras energías de cada día, de un tiempo precioso.

Vuestra presencia como estudiantes en este centro de la Iglesia, junto al Sucesor de Pedro, a donde llegan los latidos de todo el orbe católico os ofrece posibilidades insospechadas de abrir vuestras mentes y corazones a esa dimensión de universalidad eclesial que ha de ser una característica en vuestra vida de sacerdotes.

Al mismo tiempo, la mayor cercanía, incluso física, al Papa, que es la vez Obispo de la diócesis que os hospeda durante estos años de vuestra permanencia romana, ha de daros ese más profundo sensus Ecclesiae, ese constante hábito de tomar como punto de referencia, en vuestra vida personal y en vuestro ministerio, las indicaciones del Magisterio de la Iglesia.

Ello contribuirá a mantener en vosotros la conexión íntima con Cristo, centro del misterio eclesial de salvación, y afianzará la base segura de la guía espiritual de los demás, que como pastores de almas estáis llamados a ejercer en vuestros respectivos ministerios.

Ese amplio sentido de Iglesia, en fidelidad a las enseñanzas magisteriales, os confirmará en la imprescindible vinculación con vuestros respectivos Pastores, dentro de la porción eclesial en la que viviréis vuestra concreta inserción en el designio salvador de Dios. En esa delicada y altísima misión como “piezas centrales en la tarea eclesial, como principales colaboradores de los Obispos, como participantes de los poderes salvadores de Cristo, testigos, anunciadores de su Evangelio, alentadores de la fe y vocación apostólica del Pueblo de Dios”.

Este es el fruto que de los años pasados en Roma, en la meditación y el estudio, esperan vuestros Obispos. Así me lo han dicho en la reciente visita que el 7 de noviembre último me hicieran los miembros de la Comisión Episcopal para el Colegio. Y esta es también la confianza del Papa respecto de vosotros, para que así toméis después, con alegre y esperanzadora actitud, vuestra parte de responsabilidad en la guía de un continente de jóvenes, en el que hay que afrontar tantos y urgentes retos.

4. En la línea de esta vasta visión de vuestro futuro ministerio, querría insistiros en algo que es esencial en el mismo: la sólida preparación espiritual, en la que ha de basarse todo lo demás.

En efecto, estos años que ensanchan horizontes culturales en vuestro contacto con las Universidades romanas, ha de dar a la vez un fuerte impulso a vuestro acercamiento a las grandes fuentes de la espiritualidad. Ante todo a la Palabra revelada, fuente directa de luz y de guía divinas; también a los documentos del Magisterio, a la vivencia eucarística y sacramental, a los seguros veneros de los Padres, de la liturgia, de los grandes maestros de la espiritualidad, a los modelos eclesiales de la rica tradición hagiográfica de la Iglesia.

Todo ello en vistas a crear esa actitud existencial que dé una fuerte orientación de fe a la propia vida y al ministerio pastoral. Para valorar justamente las diversas opciones prácticas y saber dar la debida prioridad, desde una clara identidad sacerdotal y evangélica, a la opción por los más necesitados, los obreros, campesinos, indígenas, marginados y grupos afro-americanos.

Comprometiéndose asimismo en la verdadera promoción y defensa de la dignidad de cada hombre y en el empeño por una mayor justicia en una sociedad que tanto la necesita, como bien os enseña vuestra propia experiencia.

316 5. La palabra de Dios que acabamos de escuchar en el pasaje evangélico de esta Misa del bautismo del Señor, encierra todo un programa y actitud de vida: “Tú eres mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias”. Es la voz del Padre que, en presencia del Espíritu, manifiesta su amor por el Hijo. Ese misterio revelado de amor divino extendido a todo hombre en Cristo, a la escucha del cual debemos permanecer continuamente, para hacerlo vida en nuestra realidad cotidiana y en la de los hombres de nuestro tiempo.

De ese amor del Padre en Cristo Salvador habréis de ser los testigos creíbles en medio de vuestras comunidades. Y esto lo lograréis en la medida en que asumáis con gozo y generosidad vuestra misión sacerdotal. Con una clara visión de la misma en cuanto continuadores de la obra salvadora de Jesús, amados por el Padre, dóciles a la fuerza vivificadora del Espíritu Santo, fieles a la Iglesia que os ha confiado la tarea de servicio en la fe a los hombres, para conducirlos a la liberación integral en Cristo.

6. No puedo concluir estas breves reflexiones sin dirigir una palabra de aliento a los miembros de la comunidad de Jesuitas a los que está confiada la dirección del Colegio y la guía espiritual de los alumnos. Con mi vivo agradecimiento en nombre de la Iglesia por sus desvelos y sacrificios, va también mi cordial exhortación a no desfallecer en su propósito, a fin de que las metas a las que he aludido antes sean una realidad cada vez más consoladora en la vida del Colegio y de sus alumnos.

Ni quiero omitir la expresión de mi sincera gratitud a las Hermanas de la Doctrina Cristiana aquí presentes, quienes con su trabajo oculto y esforzado tanto contribuyen a la buena marcha de esta comunidad presbiteral. Que el Señor las recompense largamente por este meritorio servicio eclesial que prestan. Igualmente manifiesto mi aprecio y saludo en el amor de Cristo a los colaboradores laicos, acompañados en este acto por sus familiares. A todos bendigo de corazón.

Vamos a proseguir la Eucaristía, presentando sobre el altar, por manos de la Madre de Jesús y Madre nuestra la Virgen Santísima de Guadalupe, todas estas intenciones, a fin de que El las acoja, las bendiga, las haga fructificar en abundantes gracias que acompañen en todo momento nuestra vida. Así sea.





VIAJE APOSTÓLICO

A NIGERIA, BENÍN, GABÓN Y GUINEA ECUATORIAL

SANTA MISA


Bata (Guinea Ecuatorial), 18 de febrero de 1982





Amadísimos hermanos y hermanas:

1. En esta Plaza de la Libertad nos hallamos congregados en el nombre de Jesús, para escuchar su palabra, que sigue trayéndonos la Buena Nueva de salvación, para confesar nuestra fe común en El y celebrar su presencia renovada en la Eucaristía, que se hace alimento en nuestro peregrinar hacia la patria definitiva.

Es consolador pensar que aquí, en medio de nosotros, está el Maestro, Cristo. Con el Papa que gustosamente viene a vosotros por vez primera; con vuestro querido Pastor Monseñor Rafael María Nzé, que tanto ha sufrido por la Iglesia; con los sacerdotes, religiosos y religiosas nativos de Guinea Ecuatorial; con los misioneros que han venido a ayudaros fraternalmente en la causa del Evangelio; con todos vosotros, amadísimos hermanos y hermanas ecuatoguineanos, tanto del continente como de las islas. Los que estáis aquí o los que se unen a nosotros a través de los medios de comunicación social. A todos saludo con el Apóstol San Pablo, deseándoos “la gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo”.

2. Sí, aquí está el Señor con nosotros, unidos en el amor al Padre común y movidos por la gracia de su Espíritu. El nos acompaña a cuantos somos miembros de la Iglesia universal de Cristo, ya que “el único Pueblo de Dios está presente en todas las razas de la tierra, pues de todas ellas reúne sus ciudadanos y éstos lo son de un reino no terrestre, sino celestial”.

Es un primer sentimiento que a todos nos alegra profundamente y nos da una nueva confianza.

317 Porque esta comunidad eclesial tiene en sí una dimensión de catolicidad que le es esencial, que nunca puede olvidarse y que trasciende los confines geográficos en los que se manifiesta visiblemente. Por esto mismo, si vivís en esa actitud eclesial, nunca vuestro horizonte espiritual podrá reducirse a límites de grupo, de diócesis o de territorio, sino que habrá de estar abierto a esa gran amplitud fraterna en Cristo “cabeza de todas las cosas en la Iglesia, que es su cuerpo, la plenitud del que lo acaba todo en todos”.

3. El Papa ha querido venir hasta vosotros, para promover la empresa de evangelización también en vuestras tierras. Esa evangelización que quiere decir crecimiento en la fe, entrega generosa a la mayor dignificación de todo hombre y fidelidad a Cristo y a su Iglesia.

Vengo a visitaros como hermano y amigo, como representante de Cristo en quien ya creéis, como pregonero de su mensaje de salvación y sembrador de aliento para vuestra comunidad cristiana.

Apremiado por el deber evangelizador que me incumbe a mí mismo, llego a esta Iglesia que es parte de la grey de Cristo, a mí confiada como Sucesor de Pedro. Por ello deseo imitar al Apóstol Pablo y tener el gozo de vuestra perseverancia en el Evangelio “que habéis recibido, en el que os mantenéis firmes, y por el cual sois salvos, si lo retenéis tal como yo os lo anuncié”.

4. Hoy queremos dar gracias a Dios, porque la semilla que los primeros misioneros sembraron en 1645, y que sólo bastante más tarde fue esparcida de manera más continua y amplia, ha dato frutos abundantes. Estos se reflejan en la composición mayoritariamente católica de los miembros de las diócesis de Bata y Malabo.

Nuestra mente puede imaginar cuántas fatigas y sacrificios han ido afrontando los sucesivos misioneros capuchinos, sacerdotes diocesanos, jesuitas y sobre todo claretianos, que fieles al mandato del Maestro de enseñar a todas las gentes, se han esforzado por mostrar a los hermanos el camino de salvación. Justo es, pues, que rindamos aquí un tributo de gratitud y aprecio a esa larga labor evangelizadora, que poco a poco ha ido implantando la Iglesia entre vosotros.

5. Pero en este momento debemos dar doblemente gracias al Señor, porque no sólo el número de los creyentes en Jesucristo ha logrado las metas actuales, sino porque esta Iglesia local está regida por un Pastor nativo de vuestra tierra, que goza de mi confianza y de vuestro afecto, y porque las diócesis de Malabo y Bata cuentan ya con catorce sacerdotes y ocho religiosos ecuatoguineanos, además de numerosas religiosas.

Mas esto no llega a cubrir las necesidades que la situación entraña, y por eso se unen a ellos casi una veintena de misioneros claretianos y más de un centenar de religiosos y religiosas enviados por las Federaciones de religiosos españoles de la enseñanza y de la sanidad, los cuales prestan su válida ayuda en servicios educativos y asistenciales.

A todos vosotros, queridos hermanos de Guinea Ecuatorial o venidos de fuera, quiero daros las más profundas gracias por el empeño puesto en vuestra tarea evangelizadora. Pido al Señor fervientemente que ilumine vuestro corazón “para que entendáis cuál es la esperanza a que os ha llamado, cuáles las riquezas y la gloria de su herencia otorgada a los santos”.

6. Estáis comprometidos, guineanos de origen o de adopción, en una empresa a la que Dios os llama indistintamente. En efecto, esa Iglesia a la que dedicáis generosamente vuestra vida, es el redil cuya puerta es Cristo, es la labranza de Dios, es la edificación de Dios, es la esposa de Cristo, es su cuerpo místico, es el Pueblo de Dios.

Esta consideración debe suscitar el entusiasmo y entrega de que sois capaces, seguros de servir a Dios y no a los hombres. Unidos, por ello, en la tarea que es de todos y que a nadie excluye, buscad por encima de todo el mayor bien de la Iglesia, y el mejor servicio a los demás. Estoy seguro, por mi parte, de que, obedientes al “mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros” (como nos recuerda San Juan en la primera lectura de esta Misa), recibiréis con generosidad a los colaboradores en la misión evangelizadora que viene de fuera, y de que éstos ofrecerán su ayuda con disponibilidad, en espíritu de servicio y promoción de los genuinos valores autóctonos.

318 La labor de evangelización tiende por sí misma a capacitar cada Iglesia a valerse por sus propias fuerzas. No para cerrarse luego, sino para llegar a ser ella misma evangelizadora de las demás Iglesias. Así, cada una demuestra su plena madurez en la fe, devolviendo lo que recibió durante la fase de su crecimiento. Quiera Dios que pronto llegue ese día para la Iglesia en Guinea Ecuatorial.

7. Pero en espera de llegar a una mayor consolidación en sus agentes evangelizadores, vuestra Iglesia ha dado ya pruebas consoladoras de madurez y fidelidad al Señor. No son pocos los hermanos vuestros que han sabido testimoniar valientemente, aun en medio de la persecución, su fe cristiana. Y si ha habido casos de debilidad, han prevalecido con mucho los ejemplos admirables de constancia en sus íntimas convicciones religiosas.

Estos ejemplos han de serviros de aliento y estimularos a seguir con renovado vigor las enseñanzas del Evangelio: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada?... todas estas cosas vencemos por aquel que nos amó”.

Con la ayuda pues del Señor, en quien todo lo podéis, dad nuevo impulso a la vida cristiana integral. Como nos recuerda San Pablo en la epístola leída hace unos momentos, no viváis en la fornicación, el libertinaje, la idolatría, los rencores o rivalidades, las envidias o partidismos, sino caminad dando frutos del Espíritu, en el amor, en la concordia, la servicialidad recíproca.

Y puesto que sois cristianos, sed los primeros en vivir el sentido de las bienaventuranzas, haciéndoos en vuestra vida promotores decididos de misericordia, de justicia, de moralidad, de obras en favor de la paz.

Que nadie os pueda recriminar por vuestra conducta, por falta de honestidad, por abuso de los demás, por despreocupación en vuestros deberes individuales, familiares o sociales; pero si se os calumnia mientras obráis el bien, por encima de la defensa de vuestros legítimos derechos con todo medio honesto, estad seguros de que grande será vuestra recompensa en el cielo. Es la palabra de Cristo que hemos escuchado en el evangelio de hoy la que nos da la certeza.

8. No quiero concluir esta homilía sin invitar a cada sector eclesial a una renovada fidelidad en el empeño evangelizador.

Vosotros, sacerdotes y religiosos, sed cada vez más conscientes de vuestra responsabilidad y alta misión en la Iglesia, que depende en gran parte de vuestra actuación y celo. Resucitad por ello cada día la gracia que está en vosotros por la imposición de las manos y por la entrega generosa que hicisteis de vosotros mismos a un ideal, que vale la pena seguir viviendo. Convencidos, pues, de vuestra propia identidad y de los motivos en que se funda, no dudéis en consagrar una parte preferencial de vuestro empeño a fomentar, con todos los medios, vocaciones de seminaristas y almas de especial consagración que puedan tomar vuestro relevo en la obra salvadora.

Vosotros, religiosos no sacerdotes, podéis prestar igualmente una ayuda preciosa a la Iglesia, a través de la multiforme inserción en tantos campos de apostolado y testimonio, a los que debe llegar la meritoria aportación vuestra.

Vosotras, religiosas, tenéis un campo vasto en el que desplegar las mejores energías y capacidades de vuestra condición femenina. Muchas realizaciones pueden depender de vosotras. Por eso, con nueve amor a Cristo, renovad vuestro propósito de entrega fiel a la Iglesia, a esta Iglesia en vuestro País. Obedeciendo siempre a las indicaciones de vuestro Pastor, a quien he encomendado que siga con particular interés lo que se refiere a vuestra vida e inserción en la Iglesia local.

Vosotros, seglares todos comprometidos en los movimientos apostólicos, particularmente en el de Cursillos de Cristiandad, ofreced una contribución cada vez más decidida a la vida eclesial, sin desalentaros ante las dificultades que se interponen en vuestro camino.

319 Vosotros, catequistas y animadores de comunidades o sectores eclesiales, seguid colaborando al bien de la Iglesia, que tanto beneficio recibe de vuestra responsabilidad y deseo de ayuda a la fe de vuestros hermanos. Esa es la mejor manera de ahondar el sentido de vuestra vocación cristiana, al comprometeros en sostener o alimentar la vida religiosa de los demás.

Vosotros, padres y madres de familia, que vivís con alegría la vocación de colaboradores de Dios en la transmisión de la vida, dad ejemplo, ante vuestros hijos y ante la sociedad, de estima hacia los valores religiosos y humanos que han de manifestarse con particular nitidez en vuestro ambiente. Cultivad una moralidad acrisolada, dentro y fuera del hogar, guardando fielmente la unidad permanente del matrimonio, tal como el Señor lo proclamó. Sea cada una de vuestras casas una verdadera Iglesia doméstica, donde brillen los valores y actitudes que he indicado en la Exhortación Apostólica “Familiaris Consortio”.

Queridos hermanos y hermanas todos en el amor de Cristo: Desechando temores e incertidumbres, construid cada vez más sólidamente, en vuestra tierra y en vuestros corazones, la Iglesia de la fidelidad, la Iglesia de la concordia, la Iglesia de la esperanza. María Santísima, Madre nuestra, os ayude siempre en ese propósito. Así sea.



B. Juan Pablo II Homilías 310