B. Juan Pablo II Homilías 343


VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

CELEBRACIÓN DE LA PALABRA

EN EL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE


Guadalupe, 4 de noviembre de 1982



Queridos hermanos en el Episcopado,
queridos hermanos y hermanas:

344 1. Acabamos de escuchar la palabra de Yahvé dirigida a Abraham: “Sal de tu tierra, de tu parentela, de la casa de tu padre, para la tierra que yo te indicaré. Yo te haré un gran pueblo”.

Abraham respondió a esta llamada divina y afrontó las incertidumbres de un largo viaje que iba a convertirse en signo característico del Pueblo de Dios.

La promesa mesiánica hecha a Abraham va unida al mandato de abandonar su país natal. En su camino hacia la tierra prometida, comienza también el inmenso cortejo histórico de la humanidad entera hacia la meta mesiánica. La promesa se cumplirá precisamente entre los descendientes de Abraham, y por eso a ellos correspondió la misión de preparar, dentro del género humano, el lugar para el Ungido de Dios, Jesucristo. Haciéndose eco de estas imágenes bíblicas, el Concilio Vaticano II explica que “la comunidad cristiana se compone de hombres que, reunidos en torno a Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en peregrinación hacia el reino del Padre”.

Escuchada aquí, junto al santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, esta lectura del Antiguo Testamento evoca la imagen de tantos hijos de Extremadura y de España entera salidos como emigrantes desde su lugar de origen hacia otras regiones y países.

2. En la Encíclica “Laborem Exercens” he subrayado que “este fenómeno antiguo” de los movimientos migratorios ha continuado a lo largo de los siglos y ha adquirido en los últimos tiempos mayores dimensiones a causa de las “grandes implicaciones en la vida contemporánea”.

El trabajador tiene derecho a abandonar el propio país en búsqueda de mejores condiciones de vida, como también a volver a él. Pero la emigración comporta aspectos dolorosos. Por eso la he llamado “un mal necesario”, pues constituye una pérdida para el país que ve marchar hombres y mujeres en la plenitud de su vida.

Ellos abandonan su comunidad cultural y se ven trasplantados a un ambiente nuevo con tradiciones diferentes y a veces lengua distinta. Y a sus espaldas, dejan quizá lugares condenados a un envejecimiento rápido de la población, como sucede en algunas de las provincias españolas.

Sería tantas veces más humano que los responsables del orden económico, como indicaba mi predecesor el Papa Juan XXIII, procuraran que el capital buscara al trabajador, y no viceversa, “para ofrecer a muchas personas la posibilidad concreta de crearse un porvenir mejor, sin verse obligadas a pasar de su ambiente propio a otro distinto, mediante un trasplante que es casi imposible se realice sin rupturas dolorosas y sin períodos difíciles de acoplamiento humano y de integración social”.

Tal objetivo representa un verdadero desafío a la inteligencia y eficacia de los gobernantes, para tratar de evitar graves sacrificios a tantas familias, obligadas “a una separación forzosa que pone a veces en peligro la estabilidad y cohesión de la familia, y con frecuencia las coloca frente a situaciones de injusticia”. Un desafío para los responsables del orden nacional o internacional, que han de acometer programas de equilibrio entre regiones ricas y pobres.

3. Hay que tener en cuenta que el sacrificio de los emigrantes representa también una contribución positiva para los lugares receptores y aun para la pacífica convivencia internacional, pues abre posibilidades económicas a grupos sociales deprimidos y descarga la presión social que el paro produce, cuando alcanza cotas elevadas.

Desgraciadamente, los reajustes de mano de obra no se ven muchas veces impulsados por propósitos noblemente humanos, ni buscan el bien de la comunidad nacional e internacional; sólo responden con frecuencia a movimientos incontrolados según la ley de la oferta y la demanda.

345 Las regiones o países receptores olvidan con demasiada frecuencia que los trabajadores inmigrantes son seres que vienen arrancados, por las necesidades, de su tierra natal. No les ha movido el mero derecho a emigrar, sino el juego de unos factores económicos ajenos al propio emigrante. En muchas ocasiones se trata de personas culturalmente desvalidas, que han de pasar graves dificultades antes de acomodarse al nuevo ambiente, donde quizá ignoran hasta el idioma. Si se les somete a discriminaciones o vejaciones, caerán víctimas de peligrosas situaciones morales.

Por otra parte, las autoridades políticas y los mismos empresarios tienen la obligación de no colocar a los emigrantes en un nivel humano y laboral inferior a los trabajadores del lugar o país receptor. Y la población general ha de evitar muestras de hostilidad o rechazo, respetando las peculiaridades culturales y religiosas del emigrante. A veces éste es forzado a ocupar viviendas indignas, a recibir retribuciones salariales discriminatorias o a soportar una segregación social y afectiva penosa, que le hace sentirse ciudadano de segunda categoría. De modo que pasan meses, incluso años, antes de que la nueva sociedad le muestre un rostro verdaderamente humano. Esta crisis existencial incide fuertemente sobre la religiosidad de los emigrantes, cuya fe cristiana disponía quizá de apoyos sólo sentimentales, que fácilmente se desmoronan en un clima adverso.

4. Ante estos peligros y amenazas, la Iglesia debe tratar de ofrecer su colaboración para que se halle una respuesta eficaz.

Las soluciones no dependen principalmente de ella. Pero puede y debe ayudar mediante el trabajo coordinado de la comunidad eclesial del lugar de destino. Yo mismo, en años anteriores, tuve la oportunidad de encontrarme con muchos compatriotas míos emigrados a varios países del mundo; y pude comprobar cuánto les ayuda y consuela una asistencia religiosa venida con el calor de la patria lejana.

Considero por ello fundamental que los emigrantes se vean acompañados por capellanes, a ser posible de su propio lugar o país, sobre todo en los sitios donde existe la barrera lingüística: El sacerdote constituye para los inmigrantes, sobre todo los recién llegados, una referencia confortante y además puede prestarles orientaciones valiosas en los inevitables conflictos iniciales.

A este propósito, quiero alentar asimismo el esfuerzo que la Iglesia en España realiza, por medio de los secretariados de pastoral especializada, para integrar la comunidad gitana y eliminar cualquier huella de discriminación.

A las autoridades de la nación o lugar de origen, corresponde prestar el apoyo posible a los ciudadanos emigrados, especialmente si han ido a países extranjeros. Un porcentaje grande de los emigrados al extranjero, tarde o temprano regresarán a la patria, y nunca deben sentirse desamparados por la nación a la que pertenecen y a la cual proyectan volver. Entre los medios imprescindibles para el cultivo de este contacto patrio destacan las remesas de material informativo, el sistema de enseñanza bilingüe para los niños, la facilidad en el ejercicio del voto, las visitas bien organizadas de grupos culturales o artísticos y otras iniciativas semejantes.

Pero, más que nadie, los responsables del país receptor han de volcar generosamente sus iniciativas en favor de los emigrantes, con auxilios laborales, económicos y culturales; evitando que se conviertan en simples ruedas del engranaje industrial, sin referencia a valores humanos. Apenas hay una señal más eficaz para medir la verdadera estatura democrática de una nación moderna que ver su comportamiento con los inmigrados.

5. Desde luego, también al emigrante le toca poner por su parte un esfuerzo leal para la convivencia en el nuevo ambiente, en el que se le ofrezca la posibilidad de trabajo estable y justamente retribuido. Muchas veces, de su comportamiento depende disipar recelos y tender puentes de diálogo y simpatía.

Con un cuidado particular deben coordinar su conducta, el emigrante y las autoridades locales, en el caso de familias que, llegadas de otra región española, tengan el propósito de quedar definitivamente asentadas en su territorio. Las dificultades pueden aparecer cuando entre el lugar de origen y el receptor existe diferencia de lengua.

Al emigrante corresponde aceptar con lealtad su situación real, exponer su voluntad de permanencia, y procurar insertarse en los modos culturales del lugar o región que le acoge. Por su parte, a las autoridades incumbe no forzar el ritmo de inserción de estas familias, ofrecer la posibilidad de una entrada gradual y serena en la nueva atmósfera, mostrar voluntad pública de no discriminar por motivos de idioma, prestar las facilidades escolares precisas para que los niños no se sientan desamparados o humillados en la escuela, ofreciéndoles enseñanza bilingüe, sin imposiciones; y respaldar iniciativas que permitan a los emigrados conservar la savia cultural de su región de origen. De este modo, en vez de enfrentamientos penosos e inútiles, el acervo cultural de la zona receptora, a la vez que da, se enriquecerá silenciosamente con matices aportados desde otros ambientes.

346 Una especial palabra merece el nuevo drama que plantea a los emigrantes la crisis económica mundial, forzándoles a regresar despedidos antes de tiempo. Las naciones poderosas deben un justo trato a estos trabajadores, que con gran sacrificio han contribuido al desarrollo común. Han sido especialmente útiles, más allá de lo que pueda pagarse con un simple salario. Ellos, que son los más débiles, merecen una atención particular que evite cerrar un capítulo de su vida con un fracaso.

Al pensar en tantas personas lejanas de su hogar, me viene al recuerdo la situación de los detenidos en centros penitenciarios. Muchos de ellos me escribieron antes de mi viaje a España.

Deseo enviarles mi cordial saludo y asegurarles mi oración por ellos, sus intenciones y necesidades.

6. La liturgia de la Palabra - como hemos escuchado antes - nos coloca delante de la figura de Abraham, nuestro padre en la fe. Y también a María, que se pone en camino desde Nazaret a Galilea, a “una ciudad de Juda” llamada Ain Karin, según la tradición. Allí, entrada “en casa de Zacarías, saludó a Isabel”, que pronunció las palabras de la conocida bendición.

Junto con los hombres, junto con las generaciones de esta tierra extremeña y de España, caminaba también María, la Madre de Cristo. En los nuevos lugares de habitación Ella saludaba, en el poder del Espíritu Santo, a los nuevos pueblos, que respondían con la fe y la veneración a la Madre de Dios.

De esta manera, la promesa mesiánica hecha a Abraham se difundía en el Nuevo Mundo y en Filipinas. ¿No es significativo que hoy nos encontremos en el santuario mariano de Guadalupe de la tierra española, y que contemporáneamente el santuario homónimo de México se haya convertido en el lugar de peregrinación para toda Hispanoamérica? También yo he tenido la dicha de ir como peregrino al Guadalupe mexicano al principio de mi servicio en la Sede de Pedro.

Y he aquí que, como en otras lenguas, pero sobre todo en español - ya que en esta lengua se expresa la gran familia de los pueblos hispánicos - resuenan constantemente las palabras con las que un día Isabel saludó a María:

“¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque así que sonó la voz de tu salutación en mis oídos, exultó el niño en mi seno. Dichosa la que ha creído que se cumplirá lo que se le ha dicho de parte del Señor”.

¡Bendita tú! Este saludo une a millones de corazones; de estas tierras, de España, de otros continentes, acomunados en torno a María, a Guadalupe, en tantas partes del mundo.

Y así María no es sólo la Madre solícita de los hombres, de los pueblos, de los emigrantes. Es también el modelo en la fe y en la virtudes que hemos de imitar durante nuestra peregrinación terrena. Que así sea, con mi bendición apostólica para todos.



VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

MISA PARA LOS LAICOS


Toledo, 4 de noviembre de 1982



Señor cardenal,
347 queridos hermanos y hermanas:

1. En las Palabras del Evangelio que hemos proclamado, Cristo mismo pone en evidencia a la vez la dignidad y la responsabilidad del cristiano. Cuando el Señor exclama: “Vosotros sois la sal de la tierra”, subraya al mismo tiempo que la sal no debe perder su sabor si tiene que ser útil para el hombre. Y cuando afirma: “Vosotros sois la luz del mundo”, plantea como consecuencia la necesidad de que esta luz “alumbre a todos los de casa”. Y todavía insiste a continuación: “Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que, viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos”.

Es difícil encontrar una metáfora evangélica más adecuada y bella para expresar la dignidad del discípulo de Cristo y su consecuente responsabilidad. El mismo Concilio Vaticano II se ha inspirado en este texto evangélico, al hablar del apostolado de los seglares; es decir, de su misión con la que participan en la vida de la Iglesia y en el servicio a la sociedad.

¡Vosotros sois la sal de la tierra!

¡Vosotros sois la luz del mundo!

“La vocación cristiana es, por su naturaleza misma vocación al apostolado”.

2. A la luz de esta dignidad y responsabilidad, proclamada por el Evangelio y el Magisterio de la Iglesia, deseo saludar a todos los representantes del laicado de España y dirigirles desde esta histórica sede primada de Toledo un mensaje que ilumines los caminos del apostolado seglar en esta hora de gracia.

Saludo, ante todo, al señor cardenal arzobispo de esta diócesis, así como a los Pastores y a todo el Pueblo de Dios de Toledo y de su provincia eclesiástica aquí presentes.

La sede de Toledo es lugar propicio para este encuentro, por estar íntimamente vinculada a momentos importantes de la fe y de la cultura de la Iglesia en España. No podemos olvidar los Concilios Toledanos que supieron encontrar fórmulas adecuadas para la profesión de la fe cristiana en sus fundamentales contenidos trinitarios y cristológicos.

Toledo fue un centro de diálogo y de convivencia entre gentes de raza y religión distintas. Fue también encrucijada de culturas que desbordaron las fronteras de España, para influir poderosamente en la cultura del Occidente europeo. Es ciudad de gran tradición cristiana, reflejada en sus monumentos artísticos y en la expresión pictórica de artistas de talla universal como el Greco.

Estos valores tradicionales siguen influyendo positivamente en la vida del pueblo toledano, que mantiene el recuerdo de sus grandes pastores medievales como San Eugenio y San Ildefonso. Es la memoria de una tradición que se alarga a través de muchas generaciones de cristianos que se han extendido por todo el país, y han participado en generosos movimientos misioneros en otros continentes.

348 Al respecto, no puedo dejar de saludar aquí, en esta ciudad imperial, a su ilustre comunidad mozárabe, heredera de los heroicos cristianos de hace siglos y cuyos feligreses mantienen vivo, bajo la directa responsabilidad del señor cardenal primado, el patrimonio espiritual de su venerable liturgia, de gran riqueza teológica y pastoral, sin olvidar que en la liturgia posconciliar el canto del Padrenuestro en toda España es precisamente el de la liturgia mozárabe.

3. Desde esa viva tradición que alimenta vuestra fe e impulsa vuestra responsabilidad de cristianos, volvemos a las fuentes de la Palabra proclamada en esta celebración. Es el mismo Apóstol de las gentes quien nos habla para enseñarnos lo que significa ser apóstoles de Cristo; nos interpela para indicarnos lo que exige la participación en la misión de la Iglesia.

Pablo enseña con un vigor especial que somos testigos de Dios en Jesucristo, y éste “crucificado”.

Quien lo reconoce y confiesa como Señor está bajo la manifestación y el poder del Espíritu.

Todos los cristianos están llamados a renovar constantemente su profesión de fe, con la palabra y con la vida, como una adhesión plena a Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, crucificado para nuestra salvación y resucitado por el poder de Dios.

Tal es la “sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria”. Este es el núcleo fundamental del Evangelio que Cristo ha confiado a su Iglesia y que ésta transmite en la viva tradición y enseña en el magisterio de la sucesión apostólica, enriqueciendo así el patrimonio del Pueblo de Dios que posee el “sentido de la fe”, bajo la asistencia solícita del Espíritu Santo.

Aquí radica el centro del anuncio y testimonio de la fe cristiana. Por eso, la primera actitud del testigo de la fe es profesar esa misma fe que predica, dejándose convertir dócilmente por el Espíritu de Dios y conformando su vida a esa Sabiduría divina.

4. En cuanto testigos de Dios, no somos propietarios discrecionales del anuncio que recibimos; somos responsables de un don que hay que transmitir con fidelidad. Con el temor y temblor de la propia fragilidad, el apóstol confía en “la manifestación del Espíritu”, en la fuerza persuasiva del “poder de Dios”.

No se trata de amoldar el Evangelio a la sabiduría del mundo. Con palabras que podrían traducir la experiencia de Pablo, hoy se podría afirmar: no son los análisis de la realidad, o el uso de las ciencias sociales, o el manejo de la estadística, o la perfección de métodos y técnicas organizativas —medios útiles e instrumentos valiosos a veces— los que determinarán los contenidos del Evangelio recibido y profesado. Y tanto menos será la connivencia con ideologías seculares la que abra los corazones al anuncio de la salvación. Como tampoco deberá dejarse seducir el apóstol por la pretendida sabiduría de “los príncipes de este siglo”, cifrada en el poder, en la riqueza y en el placer, que al proponer el espejismo de una felicidad humana, de hecho aboca, a los que sucumben a su culto, a una total destrucción.

¡Sólo Cristo! Lo proclamamos agradecidos y maravillados. En El está ya la plenitud de lo que “Dios ha preparado para los que le aman”. Es el anuncio que la Iglesia confía a todos los que están llamados a proclamar, celebrar, comunicar y vivir el Amor infinito de la Sabiduría divina. Es ésta la ciencia sublime que preserva el sabor de la sal para que no se vuelva insípida, que alimenta la luz de la lámpara para que alumbre lo más profundo del corazón humano y guíe sus secretas aspiraciones, sus búsquedas y esperanzas.

5. El Papa exhorta a todos los seglares a asumir con coherencia y vigor su dignidad y responsabilidad. ¡El Papa confía en los seglares españoles y espera grandes cosas de todos ellos para gloria de Dios y para el servicio del hombre! Sí, como he recordado ya, la vocación cristiana es esencialmente apostólica; sólo en esta dimensión de servicio al Evangelio, el cristiano encontrará la plenitud de su dignidad y responsabilidad.

349 En efecto, los laicos “incorporados a Cristo por el bautismo, integrados en el Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo” están llamados a la santidad y son enviados a anunciar y realizar el reino de Cristo hasta que El vuelva.

Si queréis ser fieles a esa dignidad, no es suficiente acoger pasivamente las riquezas de fe que os han legado vuestra tradición y vuestra cultura. Se os confía un tesoro, se os otorgan talentos que han de ser asumidos con responsabilidad para que fructifiquen con abundancia.

La gracia del bautismo y de la confirmación que la Eucaristía renueva y la penitencia restaura, posee vivas energías para revitalizar la fe y para orientar, con el dinamismo creador del Espíritu Santo, la actividad de los miembros del Cuerpo místico. También los seglares están llamados a ese crecimiento espiritual interior que conduce a la santidad, y a esa entrega apostólica creadora, que los hace colaboradores del Espíritu Santo, el cual con sus dones renueva, rejuvenece y leva a perfección la obra de Cristo.

6. ¿Será necesario confirmar, una vez más, que el crecimiento en la afirmación de la identidad cristiana del seglar no menoscaba o limita sus posibilidades; antes bien define, alimenta y potencia esa presencia y esa actividad específica y original que la Iglesia confía a sus hijos en los diversos campos de la actividad personal, profesional, social?

El mismo Evangelio nos apremia a compartir toda situación y condición del hombre, con un amor apasionado por todo lo que concierne a su dignidad y sus derechos, fundados en su condición de criatura de Dios, “hecho a su imagen y semejanza”, partícipe por la gracia de Cristo de la filiación divina.

El Concilio Vaticano II subrayó justamente que la tarea primordial de los seglares católicos es la de impregnar y transformar todo el tejido de la convivencia humana con los valores del Evangelio, con el anuncio de una antropología cristiana que de estos valores deriva.

Pablo VI, en su exhortación apostólica “Evangelii Nuntiandi”, especifica así los campos del apostolado seglar: “El camino propio de su actividad evangelizadora es el mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la economía, pero también de la cultura, de las ciencias, de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación social, así como otras realidades abiertas a la evangelización, como el amor, la familia, la educación de los niños y jóvenes, el trabajo profesional, el sufrimiento...”. No hay actividad humana alguna que sea ajena a la solidaria tarea evangelizadora de los laicos.

7. De entre los cometidos más apremiantes del apostolado de los seglares quiero resaltar algunos de mayor importancia.

Pienso concretamente en el testimonio de vida y en el esfuerzo evangelizador que requiere la familia cristiana; que los cónyuges cristianos vivan el sacramento del matrimonio como una participación de la unión fecunda e indisoluble entre Cristo y la Iglesia; que sean los fundadores y animadores de la iglesia doméstica, la familia, con el compromiso de una educación integral ética y religiosa de sus hijos; que abran a los jóvenes los horizontes de las diversas vocaciones cristianas, como un desafío de plenitud a las alternativas del consumismo hedonista o del materialismo ateo.

Dirijo mi mirada al vasto campo del apostolado laical en el mundo del trabajo, sacudido por fuertes crisis y movido noblemente por aspiraciones de dignidad, de solidaridad, de fraternidad, que están llamadas, desde sus innegables y tal vez inconscientes raíces cristianas, a dar frutos de justicia y de desarrollo auténticamente humanos.

Veo también abierto al laico católico el campo de la política, en el que con frecuencia se toman las decisiones más delicadas que afectan a los problemas de la vida, de la educación, de la economía; y por lo tanto, de la dignidad y de los derechos del hombre, de la justicia y de la convivencia pacífica en la sociedad. El cristiano sabe que desde las enseñanzas luminosas de la Iglesia, y sin necesidad de seguir una fórmula política unívoca o partidista, debe contribuir a la formación de una sociedad más digna y respetuosa de los derechos humanos, asentada en los principios de justicia y de paz.

350 Pienso, finalmente, en el mundo de la cultura. Los laicos católicos, en sus tareas de intelectuales y de científicos, de educadores y de artistas, están llamados a crear de nuevo, desde la inmensa riqueza cultural de los pueblos de España, una auténtica cultura de la verdad y del bien, de la belleza y del progreso, que pueda contribuir al diálogo fecundo entre ciencia y fe, cultura cristiana y civilización universal.

8. Ningún cristiano está exento de su responsabilidad evangelizadora. Ninguno puede ser sustituido en las exigencias de su apostolado personal. Cada laico tiene un campo de apostolado en su experiencia personal.

El Concilio Vaticano II ha recomendado vivamente las formas asociadas del apostolado seglar.
El apostolado asociado resulta fundamental para coagular y desplegar todas las energías insitas en la vocación cristiana, para despertar y fortalecer la presencia y el testimonio de la vida cristiana en los diversos espacios y ambientes de la sociedad. A este apostolado asociado le incumbe la sensibilización y educación de todas esas energías vitales, ricas de fe y religiosidad, que están en el alma y en la cultura de vuestro pueblo.

Sé que se han ido superando entre vosotros situaciones críticas de identidad asociativa. Ha llegado la hora de superar definitivamente esas situaciones con un análisis lúcido que permita conocer las causas, y sobre todo rechazar los errores que se hayan podido infiltrar entre nosotros. Pienso, sin embargo, que son mucho más fuertes las fidelidades y renovados entusiasmos cristianos de vuestras asociaciones, que el Papa quiere alentar hoy con su presencia, con su afecto y con su oración.

9. Numerosos y varios son los grupos que hoy estáis aquí presentes, signo de la vitalidad y fecundidad de la fe de esta tierra de España. Está presente la Acción Católica en sus varias expresiones; están representados los movimientos de espiritualidad, las agrupaciones familiares, los grupos juveniles... Un vasto panorama que enriquece la vitalidad del Cuerpo de Cristo. Saludo a todos y a cada uno de los movimientos y asociaciones aquí representados. Y ante la imposibilidad de decir una palabra específica para cada uno, quiero ofreceros unas reflexiones centradas sobre lo que os caracteriza y a la vez os une: vuestra eclesialidad.

¡Sois Iglesia! De esa nota fundamental brotan las características de una vida, de un amor, de un servicio y de una presencia que tienen que ser auténticamente eclesiales. De ahí la necesidad de una comunión sin fisuras con la de la Iglesia, de una vida nutrida en las fuentes de los sacramentos, de una obediencia impregnada de amor y responsabilidad hacia los pastores de la Iglesia.

¡Sois Iglesia! Debéis demostrarlo también en una abierta comunión y colaboración entre vuestros diversos carismas, apostolados y servicios, promoviendo vuestra integración en las Iglesias particulares y en las comunidades parroquiales, donde se reúne y congrega visiblemente la familia de Dios.

Los sacerdotes a quienes se encomienda la tarea de animación espiritual de los grupos y movimientos, deben ser en medio de vosotros esa garantía de eclesialidad y de comunión. A vosotros, consiliarios y asistentes del apostolado laical, queridísimos sacerdotes que trabajáis en fraterna comunión con los seglares, os digo: Sentíos plenamente identificados con la asociación o grupo que se os ha encomendado; participad en sus afanes y preocupaciones; sed signo de unidad y de comunión eclesial, educadores de la fe, animadores del auténtico espíritu apostólico y misionero de la Iglesia.

10. Quiero terminar con una recomendación especial que confío al corazón cristiano de todos los seglares de España.

No existe, no puede existir apostolado alguno (tanto para los sacerdotes como para los seglares) sin la vida interior, sin la oración, sin una perseverante aspiración a la santidad. Esta santidad, en las palabras que hemos proclamado en esta celebración, es el don de la Sabiduría, que para el cristiano es una particular actuación del Espíritu Santo recibido en el bautismo y en la confirmación: “Concédame Dios hablar juiciosamente y pensar dignamente de los dones recibidos, porque El es el guía de la sabiduría y el que corrige a los sabios. Porque en sus manos estamos nosotros y nuestras palabras y toda la prudencia y la pericia de nuestras obras”.

351 ¡Estáis llamados todos a la santidad! Así como florecieron magníficos testimonios de santidad en la España del Siglo de Oro por la reforma católica y el Concilio de Trento, florezcan ahora, en la época de la renovación eclesial del Vaticano II, nuevos testimonios de santidad, especialmente entre los seglares de España.

¡Necesitáis la abundancia del Espíritu Santo para realizar con su sabiduría la tarea nueva y original del apostolado laical! Por eso, debéis estar unidos a Cristo, para participar de su función sacerdotal, profética y real, en las difíciles y maravillosas circunstancias de la Iglesia y del mundo de hoy.

11. Sí. ¡Debemos estar en sus manos, para poder realizar la propia vocación cristiana!

¡En sus manos para llevar a todos a Dios!

¡En manos de la Sabiduría eterna para participar fructuosamente de la misión del mismo Cristo!

¡En las manos de Dios para construir su reino en las realidades temporales de este mundo!

Queridos hermanos y hermanas:

Pido hoy al Señor, para todos vosotros, para todos los seglares, una santidad que florezca en un apostolado original y creador, impregnado de sabiduría divina.

Lo imploro por la intercesión de la Virgen, Nuestra Señora, que aquí en Toledo tiene, entre otras advocaciones, el hermoso título evangélico de la Paz, para que seáis en el mundo constructores de la paz de Cristo.

Con El os recuerdo vuestra dignidad y responsabilidad:
¡Vosotros sois la sal de la tierra!

352 ¡Vosotros sois la luz del mundo!

Antes de terminar mis palabras, quiero invitaros a elevar nuestra oración por la última víctima y por todas las víctimas del terrorismo en España, para que la nación, que se siente herida en sus profundas aspiraciones de paz y concordia, obtenga del Señor verse libre del doloroso fenómeno del terrorismo, y todos comprendan que la violencia no es camino de solución a los problemas humanos, además de ser siempre anticristiana. Amén.





VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

CELEBRACIÓN DE LA PALABRA EN HONOR DE SAN JUAN DE LA CRUZ


Segovia, 4 de noviembre de 1982



1. “En la grandeza y hermosura de las criaturas, proporcionalmente se puede contemplar a su Hacedor original . . . Y si se admiraron del poder y de la fuerza, debieron deducir de aquí cuánto más poderoso es su plasmador...; si fueron seducidos por su hermosura, ... debieron conocer cuánto mejor es el Señor de ellos, pues es el autor de la belleza quien hizo todas estas cosas”.

Hemos proclamado estas palabras del libro de la Sabiduría, queridos hermanos y hermanas, en el curso de esta celebración en honor de San Juan de la Cruz, junto a su sepulcro. El libro de la Sabiduría habla del conocimiento de Dios por medio de las criaturas; del conocimiento de los bienes visibles que muestran a su Artífice; de la noticia que lleva hasta el Creador a partir de sus obras.

Bien podemos poner estas palabras en labios de Juan de la Cruz y comprender el sentido profundo que les ha dado el autor sagrado. Son palabras de sabio y de poeta que ha conocido, amado y cantado la hermosura de las obras de Dios; pero sobre todo, palabras de teólogo y de místico que ha conocido a su Hacedor; y que apunta con sorprendente radicalidad a la fuente de la bondad y de la hermosura, dolido por el espectáculo del pecado que rompe el equilibrio primitivo, ofusca la razón, paraliza la voluntad, impide la contemplación y el amor al Artífice de la creación.

2. Doy gracias a la Providencia que me ha concedido venir a venerar las reliquias, y a evocar la figura y doctrina de San Juan de la Cruz, a quien tanto debo en mi formación espiritual. Aprendí a conocerlo en mi juventud y pude entrar en un diálogo íntimo con este maestro de la fe, con su lenguaje y su pensamiento, hasta culminar con la elaboración de mi tesis doctoral sobre La fe en San Juan de la Cruz. Desde entonces he encontrado en él un amigo y maestro, que me ha indicado la luz que brilla en la oscuridad, para caminar siempre hacia Dios, “sin otra luz ni guía / que la que en el corazón ardía. / Acuesta me guiaba / más cierto que la luz del mediodía”.

En esta ocasión saludo cordialmente a los miembros de la provincia y diócesis de Segovia, a su Pastor, a los sacerdotes, religiosos y religiosas, a las autoridades y a todo el Pueblo de Dios que vive aquí, bajo el cielo limpio de Castilla, así como a los venidos de las zonas cercanas y de otras partes de España.

3. El Santo de Fontiveros es el gran maestro de los senderos que conducen a la unión con Dios. Sus escritos siguen siendo actuales, y en cierto modo explican y complementan los libros de Santa Teresa de Jesús. El indica los caminos del conocimiento mediante la fe, porque sólo tal conocimiento en la fe dispone el entendimiento a la unión con el Dios vivo.

¡Cuántas veces, con una convicción que brota de la experiencia, nos dice que la fe es el medio propio y acomodado para la unión con Dios! Es suficiente citar un célebre texto del libro segundo de la “Subida del Monte Carmelo”: “La fe es sola el próximo y proporcionado medio para que el alma se una con Dios... Porque así como Dios es infinito, así ella nos lo propone infinito; y así como es Trino y Uno, nos le propone Trino y Uno... Y así, por este solo medio, se manifiesta Dios al alma en divina luz, que excede todo entendimiento. Y por tanto cuanto más fe tiene el alma, más unida está con Dios”.

Con esta insistencia en la pureza de la fe, Juan de la Cruz no quiere negar que el conocimiento de Dios se alcance gradualmente desde el de las criaturas; como enseña el libro de la Sabiduría y repite San Pablo en la Carta a los Romanos. El Doctor Místico enseña que en la fe es también necesario desasirse de las criaturas, tanto de las que se perciben por los sentidos como de las que se alcanzan con el entendimiento, para unirse de una manera cognoscitiva con el mismo Dios. Ese camino que conduce a la unión, pasa a través de la noche oscura de la fe.


B. Juan Pablo II Homilías 343