B. Juan Pablo II Homilías 353

353 4. El acto de fe se concentra, según el Santo, en Jesucristo; el cual, como ha afirmado el Vaticano II, a es a la vez el mediador y la plenitud de toda la revelación”. Todos conocen la maravillosa página del Doctor Místico acerca de Cristo como Palabra definitiva del Padre y totalidad de la revelación, en ese diálogo entre Dios y los hombres: “El es toda mi locución y respuesta, y es toda mi visión y toda mi revelación. Lo cual os he ya hablado, respondido, manifestado y revelado, dándoosle por hermano, compañero y maestro, precio y premio”.

Y así, recogiendo conocidos textos bíblicos, resume: “Porque en darnos como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola palabra, y no tiene más que hablar”. Por eso la fe es la búsqueda amorosa del Dios escondido que se revela en Cristo, el Amado.

Sin embargo, el Doctor de la fe no se olvida de puntualizar que a Cristo lo encontramos en la Iglesia, Esposa y Madre; y que en su magisterio encontramos la norma próxima y segura de la fe, la medicina de nuestras heridas, la fuente de la gracia: “Y así, escribe el Santo, en todo nos habemos de guiar por la ley de Cristo hombre y de la Iglesia y sus ministros, humana y visiblemente, y por esa vía remediar nuestras ignorancias y flaquezas espirituales; que para todo hallaremos abundante medicina por esta vía”.

5. En estas palabras del Doctor Místico encontramos una doctrina de absoluta coherencia y modernidad.

Al hombre de hoy angustiado por el sentido de la existencia, indiferente a veces ante la predicación de la Iglesia, escéptico quizá ante las mediaciones de la revelación de Dios, Juan de la Cruz invita a una búsqueda honesta, que lo conduzca hasta la fuente misma de la revelación que es Cristo, la Palabra y el Don del Padre. Lo persuade a prescindir de todo aquello que podría ser un obstáculo para la fe, y lo coloca ante Cristo. Ante El que revela y ofrece la verdad y la vida divinas en la Iglesia, que en su visibilidad y en su humanidad es siempre Esposa de Cristo, su Cuerpo Místico, garantía absoluta de la verdad de la fe.

Por eso exhorta a emprender una búsqueda de Dios en la oración, para que el hombre caiga en la cuenta de su finitud temporal y de su vocación de eternidad. En el silencio de la oración se realiza el encuentro con Dios y se escucha esa Palabra que Dios dice en eterno silencio y en silencio tiene que ser oída. Un grande recogimiento y un desasimiento interior, unidos al fervor de la oración, abren las profundidades del alma al poder purificador del amor divino.

6. Juan de la Cruz siguió las huellas del Maestro, que se retiraba a orar en parajes solitarios. Amó la soledad sonora donde se escucha la música callada, el rumor de la fuente que mana y corre aunque es de noche. Lo hizo en largas vigilias de oración al pie de la Eucaristía, ese “vivo pan” que da la vida, y que lleva hasta el manantial primero del amor trinitario.

No se pueden olvidar las inmensas soledades de Duruelo, la oscuridad y desnudez de la cárcel de Toledo, los paisajes andaluces de la Peñuela, del Calvario, de los Mártires, en Granada. Hermosa y sonora soledad segoviana la de la ermita-cueva, en las peñas grajeras de este convento fundado por el Santo. Aquí se han consumado diálogos de amor y de fe; hasta ese último, conmovedor, que el Santo confiaba con estas palabras dichas al Señor que le ofrecía el premio de sus trabajos: “Señor, lo que quiero que me deis es trabajos que padecer por vos, y que sea yo menospreciado y tenido en poco”. Así hasta la consumación de su identificación con Cristo Crucificado y su pascua gozosa en Úbeda, cuando anunció que iba a cantar maitines al cielo.

7. Una de las cosas que más llaman la atención en los escritos de San Juan de la Cruz es la lucidez con que ha descrito el sufrimiento humano, cuando el alma es embestida por la tiniebla luminosa y purificadora de la fe.

Sus análisis asombran al filósofo, al teólogo y hasta al psicólogo. El Doctor Místico nos enseña la necesidad de una purificación pasiva, de una noche oscura que Dios provoca en el creyente, para que más pura sea su adhesión en fe, esperanza y amor. Sí, así es. La fuerza purificadora del alma humana viene de Dios mismo. Y Juan de la Cruz fue consciente, como pocos, de esta fuerza purificadora. Dios mismo purifica el alma hasta en los más profundos abismos de su ser, encendiendo en el hombre la llama de amor viva: su Espíritu.

El ha contemplado con una admirable hondura de fe, y desde su propia experiencia de la purificación de la fe, el misterio de Cristo Crucificado; hasta el vértice de su desamparo en la cruz, donde se nos ofrece, como él dice, como ejemplo y luz del hombre espiritual. Allí, el Hijo amado del Padre “fue necesitado de clamar diciendo: ¡Dios mío, Dios mío! por qué me has desamparado?

354 Lo cual fue el mayor desamparo sensitivamente que había tenido en su vida. Y así en él hizo la mayor obra que en toda su vida con milagros y obras había hecho, ni en la tierra ni en el cielo, que fue reconciliar y unir al género humano por gracia con Dios”.

8. El hombre moderno, no obstante sus conquistas, roza también en su experiencia personal y colectiva el abismo del abandono, la tentación del nihilismo, lo absurdo de tantos sufrimientos físicos, morales y espirituales. La noche oscura, la prueba que hace tocar el misterio del mal y exige la apertura de la fe, adquiere a veces dimensiones de época y proporciones colectivas.

También el cristiano y la misma Iglesia pueden sentirse identificados con el Cristo de San Juan de la Cruz, en el culmen de su dolor y de su abandono. Todos estos sufrimientos han sido asumidos por Cristo en su grito de dolor y en su confiada entrega al Padre. En la fe, la esperanza y el amor, la noche se convierte en día, el sufrimiento en gozo, la muerte en vida.

Juan de la Cruz, con su propia experiencia, nos invita a la confianza, a dejarnos purificar por Dios; en la fe esperanzada y amorosa, la noche empieza a conocer “los levantes de la aurora”; se hace luminosa como una noche de Pascua —“O vere beata nox!”, “¡Oh noche amable más que la alborada!”— y anuncia la resurrección y la victoria, la venida del Esposo que junta consigo y transforma al cristiano: “Amada en el Amado transformada”.

¡Ojalá las noches oscuras que se ciernen sobre las conciencias individuales y sobre las colectividades de nuestro tiempo, sean vividas en fe pura; en esperanza “que tanto alcanza cuanto espera”; en amor llameante de la fuerza del Espíritu, para que se conviertan en jornadas luminosas para nuestra humanidad dolorida, en victoria del Resucitado que libera con el poder de su cruz!

9. Hemos recordado en la lectura del Evangelio las palabras del profeta Isaías, asumidas por Cristo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres; me envió a predicar a los cautivos la libertad, a los ciegos la recuperación de la vista; para poner en libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor”.

También el “santico de Fray Juan” —como decía la madre Teresa— fue, como Cristo, un pobre que evangelizó con inmenso gozo y amor a los pobres; y su doctrina es como una explicación de ese evangelio de la liberación de esclavitudes y opresiones del pecado, de la luminosidad de la fe que cura toda ceguera. Si la Iglesia lo venera como Doctor Místico desde el año 1926, es porque reconoce en él al gran maestro de la verdad viva acerca de Dios y del hombre.

La Subida del Monte y la Noche oscura culminan en la gozosa libertad de los hijos de Dios en la participación en la vida de Dios y en la comunión con la vida trinitaria. Sólo Dios puede liberar al hombre; éste sólo adquiere totalmente su dignidad y libertad, cuando experimenta en profundidad, como Juan de la Cruz indica, la gracia redentora y transformante de Cristo. La verdadera libertad del hombre es la comunión con Dios.

10. El texto del libro de la Sabiduría nos advertía: “Si pueden alcanzar tanta ciencia y son capaces de investigar el universo, ¿cómo no conocen más fácilmente al Señor de él?”. He aquí un noble desafío para el hombre contemporáneo que ha explorado los caminos del universo. Y he aquí la respuesta del místico, que desde la altura de Dios descubre la huella amorosa del Creador en sus criaturas y contempla anticipada la liberación de la creación.

Toda la creación, dice San Juan de la Cruz, está como bañada por la luz de la encarnación y de la resurrección: “En este levantamiento de la Encarnación de su Hijo y de la gloria de su Resurrección según la carne no solamente hermoseó el Padre las criaturas en parte, mas podremos decir que del todo las dejó vestidas de hermosura y dignidad”. El Dios que es “Hermosura” se refleja en sus criaturas.

En un abrazo cósmico que en Cristo une el cielo y la tierra, Juan de la Cruz ha podido expresar la plenitud de la vida cristiana: “No me quitarás, Dios mío, lo que una vez me diste en tu único Hijo Jesucristo en quien me diste todo lo que quiero... Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las gentes; los justos son míos, y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías, y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí”.

355 11. Hermanos y hermanas: He querido rendir con mis palabras un homenaje de gratitud a San Juan de la Cruz, teólogo y místico, poeta y artista, “hombre celestial y divino” —como lo llamó Santa Teresa de Jesús—, amigo de los pobres y sabio director espiritual de las almas. El es el padre y maestro espiritual de todo el Carmelo Teresiano, el forjador de esa fe viva que brilla en los hijos más eximios del Carmelo: Teresa de Lisieux, Isabel de la Trinidad, Rafael Kalinowski, Edith Stein.

Pido a las hijas de Juan de la Cruz, las carmelitas descalzas, que sepan vivir las esencias contemplativas de ese amor puro que es eminentemente fecundo para la Iglesia. Recomiendo a sus hijos, los carmelitas descalzos, fieles custodios de este convento y animadores del Centro de Espiritualidad dedicado al Santo, la fidelidad a su doctrina y la dedicación a la dirección espiritual de las almas, así como al estudio y profundización de la teología espiritual.

Para todos los hijos de España y de esta noble tierra segoviana, como garantía de revitalización eclesial, dejo estas hermosas consignas de San Juan de la Cruz que tienen alcance universal: clarividencia en la inteligencia para vivir la fe: “Un solo pensamiento del hombre vale más que todo el mundo; por tanto sólo Dios es digno de él”. Valentía en la voluntad para ejercitar la caridad: “Donde no hay amor, ponga amor y sacará amor”. Una fe sólida e ilusionada, que mueva constantemente a amar de veras a Dios y al hombre; porque al final de la vida, “a la tarde te examinarán en el amor”. Con mi Bendición Apostólica para todos.



VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

CELEBRACIÓN DE LA PALABRA CON LOS EDUCADORES EN LA FE


Granada, 5 de noviembre de 1982

“Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y discretos y las revelaste a los pequeñuelos. Sí, Padre, porque así te plugo”.


1. Deseo, queridos hermanos y hermanas, pronunciar con vosotros estas palabras de bendición que Cristo Jesús dirige al Padre.

Lo bendice porque el Padre es “Señor del cielo y de la tierra”. Y lo bendice por el don de la revelación. En cierto sentido, la revelación es el primer fruto de la complacencia de Dios sobre los hombres. Dios se ha complacido desde la eternidad en el hombre, y por eso se ha revelado en el tiempo a sí mismo y los planes misericordiosos de su voluntad: “Dispuso Dios en su sabiduría —dicen las palabras del Concilio Vaticano II — revelarse a sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres por medio de Cristo, Verbo Encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina ”.

Vosotros, “educadores en la fe”, cumplís un servicio especial a la revelación divina, sacando inspiración de esa eterna complacencia que reside en Dios mismo.

Sois a un tiempo discípulos y apóstoles de Cristo. A El, a El precisamente “ha sido entregado todo” por el Padre. En El ha manifestado el Padre todo cuanto debía ser revelado a la humanidad desde el tesoro de su divina complacencia: “Y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiere revelárselo”.

Queridos hermanos y hermanas: el Hijo desea revelaros toda la verdad del amor de Dios, para que vosotros la anunciéis a los demás hombres, puesto que sois educadores en la fe.

2. Unidos en ese amor del Padre, me encuentro hoy con los Pastores de esta región, con todos los que tenéis en España la misión importantísima de educar en la fe, y con vosotros los aquí presentes, que venís sobre todo de las diócesis de Andalucía Oriental y de Murcia.

356 Un marco estupendo para este encuentro nos lo ofrece la bella ciudad de Granada, una de las joyas artísticas de España, que evoca acontecimientos trascendentales en la historia de la nación y de su unidad.

Conozco la antiquísima tradición de la fe cristiana de estas Iglesias, el testimonio admirable de vuestros mártires, la vitalidad reflejada ya en el Concilio de Elvira, en los albores del siglo IV.

Aquella fe recibida en los primeros tiempos del cristianismo, sigue arraigada en la vida personal y familiar y en la religiosidad popular de vuestras gentes, expresada sobre todo en la devoción a los misterios de la Pasión del Señor, de la Eucaristía y en el amor filial a la Virgen Maria.

Para ayudar a mantener y fortificar esa fe, estas tierras han tenido la fortuna de disponer de ejemplares educadores cristianos. Entre ellos, fray Hernando de Talavera, el célebre arzobispo catequista que tan bien supo exponer los misterios cristianos a judíos y musulmanes. Y en tiempos recientes habéis dado a la educación en la fe maestros de gran talla como el obispo de Málaga, don Manuel González, el estupendo pedagogo don Andrés Manjón, fundador de las escuelas y seminario de Maestros del Ave María, y el insigne padre Poveda, fundador de la benemérita Institución Teresiana.

Ellos se unieron a otros admirables educadores cristianos procedentes de otras partes de España; entre ellos San Antonio María Claret y don Daniel Llorente. Figuras, todas ellas, luminosas y señeras, que se adelantaron a la renovación catequética de tiempos posteriores culminados en el último Concilio Ecuménico. Figuras que siguen siendo un ejemplo elocuente para todos los que hoy han de continuar la misión de educar en la fe a las nuevas generaciones.

3. Esa misión que es un deber eclesial: “Ay de mí si no evangelizare”, sigue teniendo en nuestros días una importancia trascendental, para poder conducir a los fieles —niños, jóvenes y adultos—, a través de las diversas formas de catequesis y educación cristiana, al centro de la revelación: Cristo. Por eso escribí en mi primera Encíclica: “El cometido fundamental de la Iglesia en todas las épocas, y particularmente en la nuestra, es dirigir la mirada del hombre, orientar la conciencia y la experiencia de toda la humanidad hacia el misterio de Cristo, ayudar a todos los hombres a tener familiaridad con el hecho profundo de la Redención cumplida en Cristo Jesús”.

Tal misión no es privativa de los ministros sagrados o del mundo religioso, sino que debe abarcar los ámbitos de los seglares, de la familia, de la escuela. Todo cristiano ha de participar en la tarea de formación cristiana. Ha de sentir la urgencia de evangelizar “que no es para mí motivo de gloria, sino que se me impone”.

Hoy sobre todo es necesaria y urgente dicha tarea, que ayude a cada cristiano a mantener y desarrollar su fe en la coyuntura de rápidas transformaciones sociales y culturales que la sociedad española está experimentando.

Para ello hay que potenciar la educación en la fe, impartiendo una formación religiosa a fondo; estableciendo la orgánica concatenación entre la catequesis infantil, juvenil y de adultos, y acompañando y promoviendo el crecimiento en la fe del cristiano durante toda la vida. Porque una “minoría de edad” cristiana y eclesial, no puede soportar las embestidas de una sociedad crecientemente secularizada.

Por estas razones, la catequesis de jóvenes y adultos debe ayudar a convertir en convicciones profundas y personales los sentimientos y vivencias quizá no suficientemente arraigados en la niñez.

Así halla la tarea educadora toda su panorámica y amplitud para llevar a todos a la novedad de la vida en Cristo. La fe cristiana, en efecto, comporta para el creyente una búsqueda y aceptación personal de la verdad, superando la tentación de vivir en la duda sistemática, y sabiendo que su fe “lejos de partir de la nada, de meras ilusiones, de opiniones falibles y de incertidumbre, se funda en la palabra de Dios, que ni engaña ni se engaña”. Por ello, la catequesis debe dar también “aquellas certezas, sencillas pero sólidas, que ayudan a buscar cada vez más y mejor, el conocimiento del Señor”.

357 Desde ahí ha de abrirse al cristiano la perspectiva nueva que abarque y oriente toda su existencia, ofreciéndole con el programa cristiano “razones para vivir y razones para esperar”. En esa línea puede encontrar su puesto de honor, en el momento presente, el educador católico, orientando su esfuerzo hacia una formación integral que dé las respuestas válidas que ofrece la Revelación sobre el sentido del hombre, de la historia y del mundo.

4. Aunque la educación en la fe es una tarea que abarca toda la vida, hay momentos del proceso cristiano que necesitan una particular atención, como los de la iniciación cristiana, la adolescencia, elección de estado y otras circunstancias de mayor relieve en la vida personal; tras una crisis religiosa o cuando se han vivido experiencias dolorosas. Son momentos que deberán seguirse con mayor cuidado para hacer oír oportunamente a cada uno la llamada de Dios.

Para poder ofrecer esa ayuda eficaz en la educación en la fe, es necesario e imprescindible que se forme sólidamente a los catequistas y educadores, dándoles una adecuada preparación bíblica, teológica, antropológica y que se les enseñe a vivir ante todo ellos mismos esa fe, para catequizar a los demás con la palabra y sobre todo con la profesión íntegra de la fe, asumida como estilo de vida.

Esta actitud exige, da una parte, la entrega total a la vivencia de la fe; y de otra, al servicio de la misma y de los demás. El Apóstol así lo subraya en la lectura que hemos escuchado: “Siendo del todo libre, me hago siervo de todos para ganarlos a todos”. Utilizando la palabra “siervo”, San Pablo destaca la entrega total al servicio de la fe y de aquellos a quienes sirve.

Aún son más elocuentes sus palabras: “Me hago flaco con los flacos para ganar a los flacos, todo para todos para salvarlos a todos”. El Apóstol es un hombre realista; comprende que su fatiga sólo produce frutos parciales. Sin embargo, se da enteramente: “Todo lo hago por el Evangelio, para participar en él”.

Sí, el Evangelio no sólo se transmite, sino que se participa en él. Quien más participa, transmite de manera más madura; y quien más generosamente transmite, más profundamente participa. En definitiva, el anuncio del Evangelio, el servicio a la fe, es acercar Cristo a los hombres y acercar los hombres a Cristo. Entonces se cumplen sus palabras: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré”.

5. Dentro del vasto campo de la educación en la fe, los obispos españoles, en su última asamblea plenaria han elegido como tarea prioritaria el servicio a la fe, y han llamado la atención sobre la importancia de la transmisión del mensaje cristiano a través de la catequesis y de la educación religiosa escolar.

Es un campo que merece mucha solicitud pastoral. No cabe duda de que la parroquia debe continuar su misión privilegiada de formadora en la fe: no cabe duda de que los padres deben ser los primeros catequistas de sus hijos. Sin embargo, no puede dejar de tenerse en cuenta la transmisión del mensaje de salvación con la enseñanza religiosa en la escuela, privada y pública.

Sobre todo en un país, en el que la gran mayoría de los padres pide la enseñanza religiosa para sus hijos en el período escolar. Habrá de impartirse esa enseñanza con la debida discreción, con pleno respeto a la justa libertad de conciencia, pero respetando a la vez el derecho primordial de los padres, primeros responsables de la educación de sus hijos.

Por su parte, los maestros y educadores católicos pueden tener, también en el campo religioso, un papel de primera importancia. En ellos confían tantos padres y confía la Iglesia para lograr esa formación integral de la niñez y juventud, de lo que en definitiva depende que el mundo futuro esté más cerca o más lejos de Jesucristo.

6. “Yo te alabo, Padre, porque ocultaste estas cosas a los sabios y las revelaste a los pequeñuelos”. Estas palabras han abierto nuestro encuentro. A lo largo de él estaba siempre presente en nuestra mente la figura de un vasto e importantísimo sector de los educandos en la fe: los niños. A ellos quiero referirme ahora de modo directo.

358 Vosotros, queridos niños y niñas de España, sois los primeros en conocer tantas cosas de la Revelación que se ocultan a los mayores. Sois por ello los predilectos de Jesús. En vosotros, los pequeños, alabó El al Padre, porque os ha hecho partícipes de verdades y vivencias que están ocultas a los sabios. Ante vuestra bondad, sencillez, sinceridad y amor a todos, proclamaba El: “Dejad a los niños y no les impidáis acercarse a mí, porque de ellos es el reino de los cielos”.

Vuestra inocencia y ausencia de mal hizo también decir a Jesús que “si no os hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”.

Al hablaros desde Granada, dentro de este acto dedicado a la educación en la fe, el Papa quiere deciros que os tiene muy presentes en su mente y en su corazón; y desea recomendaros que toméis con mucho empeño vuestra formación en la catequesis, tanto en la parroquia, como en la escuela o colegio y en la instrucción religiosa recibida de vuestros padres. Así, poco a poco, aprenderéis a conocer y amar a Jesús, a dirigiros cada día a El con las oraciones, a invocar a nuestra Madre del cielo la Virgen María, a comportaros bien en cada momento y agradar a Dios, que nos contempla siempre con mirada de Padre.

Yo rezo por vosotros, os mando un abrazo y bendición como amigo de los niños y os pido que recéis también por mí. ¿Verdad que lo haréis?

7. Queridos educadores en la fe: Ante este estupendo panorama de un mundo a catequizar, para acercarlo a Cristo. Ante tantos adultos, jóvenes y niños, que reclaman un entrega fiel a la causa del Evangelio, con qué vigor y convicción resuenan en este encuentro las palabras del Apóstol: “Si evangelizo, no es para mí motivo de gloria, sino que se me impone como necesidad. ¡Ay de mí si no evangelizare!”. Ojalá estas palabras se graben profundamente en vuestros corazones, queridos hermanos y hermanas.

El Apóstol continúa: “Si de mi voluntad lo hiciera, tendría recompensa; pero si lo hago por fuerza, es como si ejerciera una administración que me ha sido confiada”.

Sí, se trata de un encargo, confiado a administradores. Recordad esta expresión: “Dispensadores de la Revelación divina”. Y dado que esa Revelación arranca de la complacencia de Dios hacia los hombres, entonces, indirectamente, sois también dispensadores de aquella complacencia, de aquel amor eterno. Habréis de orar y esforzaros para que vuestros educandos en la fe acepten de vosotros no sólo la palabra de la verdad revelada, sino también ese amor del cual nace la Revelación y que en ella se expresa y realiza.

Por eso el Apóstol escribe luego a quienes cumplen el servicio de dispensadores: “¿En qué está, pues, mi mérito? En que al evangelizar lo hago gratuitamente, sin hacer valer mis derechos por la evangelización”. Porque el Evangelio les atribuye el derecho al sustento, si el servicio espiritual ocupa todo su tiempo y absorbe todas sus fuerzas. Sin embargo, la recompensa mayor, según el Apóstol, reside en poder anunciar el Evangelio. Poder ser dispensadores de las Palabras y del Amor de Dios, ser colaboradores y apóstoles de Jesucristo.

“¡Ay de mí si no evangelizare!”.

Queridos educadores en la fe: Sea Cristo la recompensa por vuestras fatigas, cumplidas con desinterés y magnanimidad en todas las Iglesias de España. Que esta fatiga produzca cosechas de ciento por uno. Así lo pido a la Virgen de las Angustias, Patrona de Granada.



VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

MISA DE BEATIFICACIÓN DE SOR ÁNGELA DE LA CRUZ


Sevilla, 5 de noviembre de 1982



Señor Cardenal,
359 Hermanos en el Episcopado,
queridos hermanos y hermanas:

1. Hoy tengo la dicha de encontrarme por vez primera bajo el cielo de Andalucía; esta región hermosa, la más extensa y poblada de España, centro de una de las más antiguas culturas de Europa. Aquí se dieron cita múltiples civilizaciones que configuraron las peculiares notas características del hombre andaluz.

Vosotros disteis al Imperio romano emperadores, filósofos y poetas; ocho siglos de presencia árabe os afinaron la sensibilidad poética y artística; aquí se forjó la unidad nacional; de las costas cercanas a este “Guadalquivir sonoro” partió la formidable hazaña del descubrimiento del Nuevo Mundo y la expedición de Magallanes y Encano hasta Filipinas.

Conozco el origen apostólico del cristianismo de la Bética, fecundado por vuestros Santos: Isidoro y Leandro, Fernando y Juan de Ribera, Juan de Dios y el beato Juan Grande, Juan de Ávila y Diego José de Cádiz, Francisco Solano, Rafaela María, el venerable Miguel de Mañara y otras muchas figuras insignes.

El recuerdo cariñoso de tanta riqueza histórica y espiritual, es mi mejor saludo a vuestro pueblo, a vuestro nuevo arzobispo, a los Pastores presentes y a todos los españoles, especialmente a los venidos de Canarias; pero, son sobre todo la voz prestada a quien tanto ha dado a vuestras gentes: a mi queridísimo hermano y vuestro amado cardenal que nos acompaña.

2. En este marco sevillano, envuelto como vuestros patios por la “fragancia rural” de Andalucía, vengo a encontrar a las gentes del campo de España. Y lo hago poniendo ante su vista una humilde hija del pueblo, tan cercana a este ambiente por su origen y su obra. Por eso he querido dejaros un regalo precioso, glorificando aquí a sor Ángela de la Cruz.

Hemos oído las palabras del Profeta Isaías que invita a partir el pan con el hambriento, albergar al pobre, vestir al desnudo, y no volver el rostro ante el hermano, porque “cuando des tu pan al hambriento y sacies el alma indigente, brillará tu luz en la oscuridad, y tus tinieblas serán cual mediodía”.

Parecería que las palabras del Profeta se refieren directamente a sor Ángela de la Cruz: cuando ejercita heroicamente la caridad con los necesitados de pan, de vestido, de amor; y cuando, como sucede hoy, ese ejercicio heroico de la caridad hace brillar su luz en los altares, como ejemplo para todos los cristianos.

Sé que la nueva Beata es considerada un tesoro común de todos los andaluces, por encima de cualquier división social, económica, política. Su secreto, la raíz de donde nacen sus ejemplares actos de amor, está expresado en las palabras del Evangelio que acabamos de escuchar: “El que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la hallará”.

Ella se llamaba Ángela de la Cruz. Como si quisiera decir que, según las palabras de Cristo, ha tomado su cruz para seguirlo. La nueva Beata entendió perfectamente esta ciencia de la cruz, y la expuso a sus hijas con una imagen de gran fuerza plástica. Imagina que sobre el monte Calvario existe, junto al Señor clavado en la cruz, otra cruz “a la misma altura, no a la mano derecha ni a la izquierda, sino enfrente y muy cerca”. Esta cruz vacía la quieren ocupar sor Ángela y sus hermanas, que desean “verse crucificadas frente al Señor”, con “pobreza, desprendimiento y santa humildad”.

360 Unidas al sacrificio de Cristo, sor Ángela y sus hermanas podrán realizar el testimonio del amor a los necesitados.

En efecto, la renuncia de los bienes terrenos y la distancia de cualquier interés personal, colocó a sor Ángela en aquella actitud ideal de servicio que gráficamente define llamándose “expropiada para utilidad pública”. De algún modo pertenece ya a los demás, como Cristo nuestro Hermano.

La existencia austera, crucificada, de las Hermanas de la Cruz, nace también de su unión al misterio redentor de Jesucristo. No pretenden dejarse morir variamente de hambre o de frío; son testigos del Señor, por nosotros muerto y resucitado. Así el misterio cristiano se cumple perfectamente en sor Ángela de la Cruz, que aparece “inmersa en alegría pascual”. Esa alegría dejada como testamento a sus hijas y que todos admiráis en ellas. Porque la penitencia es ejercida como renuncia del propio placer, para estar disponibles al servicio del prójimo; ello supone una gran reserva de fe, para inmolarse sonriendo, sin pasar factura, quitando importancia al sacrificio propio.

3. Sor Ángela de la Cruz, fiel al ejemplo de pobreza de Cristo, puso su instituto al servicio de los pobres más pobres, los desheredados, los marginados. Quiso que la Compañía de la Cruz estuviera instalada “dentro de la pobreza”, no ayudando desde fuera, sino viviendo las condiciones existenciales propias de los pobres. Sor Ángela piensa que ella y sus hijas pertenecen a la clase de los trabajadores, de los humildes, de los necesitados, “son mendigas que todo lo reciben de limosna”.

La pobreza de la Compañía de la Cruz no es puramente contemplativa, les sirve a las hermanas de plataforma dinámica para un trabajo asistencial con trabajadores, familias sin techo, enfermos, pobres de solemnidad, pobres vergonzantes, niñas huérfanas o sin escuela, adultas analfabetas. A cada persona intentan proporcionarle lo que necesite: dinero, casa, instrucción, vestidos, medicinas; y todo, siempre, servido con amor. Los medios que utilizan son un trabajo personal, y pedir limosna a quienes puedan darla.

De este modo, sor Ángela estableció un vínculo, un puente desde los necesitados a los poderosos, de los pobres a los ricos. Evidentemente, ella no puede resolver los conflictos políticos ni los desequilibrios económicos. Su tarea significa una “caridad de urgencia”, por encima de toda división, llevando ayuda a quien la necesite. Pide en nombre de Cristo, y da en nombre de Cristo.

La suya es aquella caridad cantada por el Apóstol Pablo en su primera Carta a los Corintios: “Paciente, benigna..., no busca lo suyo, no se irrita, no piensa mal...; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera”.

4. Esta acción testimonial y caritativa de sor Ángela ejerció una influencia benéfica más allá de la periferia de las grandes capitales, y se difundió inmediatamente por el ámbito rural. No podía ser menos, ya que a lo largo del último tercio del siglo XIX, cuando sor Ángela funda su instituto, la región andaluza ha visto fracasar sus conatos de industrialización y queda sujeta a modos de vida mayoritariamente rurales.

Muchos hombres y mujeres del campo acuden sin éxito a la ciudad, buscando un puesto de trabajo estable y bien remunerado. La misma sor Ángela es hija de padre y madre venidos a Sevilla desde pueblos pequeños, para establecerse en la ciudad. Aquí trabajará durante unos años en un taller de zapatería.

También la Compañía de la Cruz se nutre mayoritariamente de mujeres vinculadas a familias campesinas, en sintonía perfecta con la sencilla gente del pueblo, y conserva los rasgos característicos de origen. Sus conventos son pobrecitos, pero muy limpios; y están amueblados con los útiles característicos de las viviendas humildes de los labriegos.

En vida de la Fundadora, las Hermanas abren casa en nueve pueblos de la provincia de Sevilla, cuatro en la de Huelva, tres en Jaén, dos en Málaga y una en Cádiz. Y su acción en la periferia de las capitales se despliega entre familias campesinas frecuentemente recién venidas del campo y asentadas en habitaciones miserables, sin los imprescindibles medios para afrontar una enfermedad, el paro, o la escasez de alimentos y de ropa.

361 5. Hoy, el mundo rural de sor Ángela de la Cruz ha presenciado la transformación de las sociedades agrarias en sociedades industriales, a veces con un éxito impresionante. Pero este atractivo del horizonte industrial, ha provocado de rechazo un cierto desprecio hacia el campo, “hasta el punto de crear entre los hombres de la agricultura el sentimiento de ser socialmente unos marginados, y acelerar en ellos el fenómeno de la fuga masiva del campo a la ciudad, desgraciadamente hacia condiciones de vida todavía más deshumanizadoras”.

Tal menosprecio parte de presupuestos falsos, ya que tantos engranajes de la economía mundial continúan pendientes del sector agrario, “que ofrece a la sociedad los bienes necesarios para el sustento diario”.

En esa línea de defensa del hombre del campo, la Iglesia contemporánea anuncia a los hombres de hoy las exigencias de la doctrina sobre la justicia social, tanto en lo referente a los problemas del campo como al trabajo de la tierra: el mensaje de justicia del Evangelio que arranca de los Profetas del Antiguo Testamento. El Profeta Isaías nos lo recordaba hace algunos momentos: si partes tu pan con el hambriento, “entonces brotará tu luz como la aurora ... e irá delante de ti tu justicia”.

Llamada actual entonces y hoy, porque la justicia y el amor al prójimo son siempre actuales.

A lo largo del siglo XX, el campo ha cambiado, por fortuna, algunas condiciones que lo hacían inhumano: salarios bajísimos, viviendas míseras, niños sin escuela, propiedad consolidada en pocas manos, extensiones poco o mal explotadas, falta de seguros que ofrecieran un mínimo de serenidad frente al futuro.

La evolución social y laboral ha mejorado sin duda este panorama tristísimo, en el mundo entero y en España. Pero el campo continúa siendo la cenicienta del desarrollo económico. Por eso los poderes públicos deben afrontar los urgentes problemas del sector agrario. Reajustando debidamente costos y precios que lo hagan rentable; dotándolo de industrias subsidiarias y de transformación que lo liberen de la angustiosa plaga del paro y de la forzosa emigración que afecta a tantos queridos hijos de esta y de otras tierras de España; racionalizando la comercialización de los productos agrarios, y procurando a las familias campesinas, sobre todo a los jóvenes, condiciones de vida que los estimulen a considerarse trabajadores tan dignos como los integrados en la industria.

Ojalá las próximas etapas de vuestra vida pública logren avanzar en esa dirección, alejándose de fáciles demagogias que aturden al pueblo sin resolver sus problemas, y convocando a todos los hombres de buena voluntad para coordinar esfuerzos en programas técnicos y eficaces.

6. Para progresar en ese camino es necesario que la fuerza espiritual y amor al hombre que animó a sor Ángela de la Cruz; que esa caridad que nunca tendrá fin, informe la vida humana y religiosa de todo cristiano.

Sé que Andalucía nutre las raíces culturales y religiosas de su pueblo, gracias a un depósito tradicional pasado de padres a hijos. Todo el mundo admira las hermosas expresiones piadosas o festivas que el pueblo andaluz ha creado para vestir plásticamente sus sentimientos religiosos. Por otra parte, las cofradías y hermandades creadas a lo largo de siglos, han obtenido influencia en el cuerpo social.

Esa religiosidad popular debe ser respetada y cultivada, como una forma de compromiso cristiano con las exigencias fundamentales del mensaje evangélico; integrando la acción de las hermandades en la pastoral renovada del Concilio Vaticano II, purificándolas de reservas ante el ministerio sacerdotal y alejándolas de cualquier tensión interesada o partidista. De este modo, esa religiosidad purificada podrá ser un válido camino hacia la plenitud de salvación en Cristo, como dije a vuestros Pastores.

7. Queridos andaluces y españoles todos: La figura de la nueva Beata se alza ante nosotros con toda su ejemplaridad y cercanía al hombre, sobre todo al humilde y del mundo rural. Su ejemplo es una prueba permanente de esa caridad que no pasa.

362 Ella sigue presente entre sus gentes con el testimonio de su amor. De ese amor que es su tesoro en la eterna comunión de los Santos, que se realiza por el amor y en el amor.

El Papa que ha beatificado hoy a sor Ángela de la Cruz, confirma en nombre de la Iglesia la respuesta de amor fiel que ella dio a Cristo. Y a la vez se hace eco de la respuesta que Cristo mismo da a la vida de su sierva: “El Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces dará a cada uno según sus obras”.

Hoy veneramos este misterio de la venida de Cristo, que premia a sor Ángela “según sus obras”.



B. Juan Pablo II Homilías 353