B. Juan Pablo II Homilías 697


VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

MISA EN EL 450 ANIVERSARIO DEL INICIO

DE LA EVANGELIZACIÓN DE BOLIVIA




Sucre, Bolivia

Jueves 12 de mayo de 1988



Queridos hermanos en el Episcopado,
queridos sacerdotes, religiosos, religiosas, almas consagradas,
amadísimos hermanos y hermanas:

698 1. ¡Qué hermoso es reunirse para celebrar la misma fe y la misma vida en Cristo! Estamos aquí, porque hemos sido convocados en Jesús resucitado, vivo y presente, que, hoy como ayer, sigue hablando al corazón de los hombres, de las familias y de los pueblos. Vosotros y yo somos no sólo fruto, sino también sembradores de las palabras del mismo Hijo de Dios sobre la misión: “Id y haced discípulos a todas las gentes” Mt 28, 19).

Mi saludo quiere estar en sintonía con vuestro gozo por la fe recibida, germen de una nueva vida que transforma toda la existencia según los designios providenciales de Dios. Por esto mis palabras van a ser un eco del canto al Señor, que brota conjuntamente de vuestros corazones y del mío:

“¡Oh Dios, que te den gracias los pueblos, que todos los pueblos te den gracias!... La tierra ha dado su cosecha, nos bendice el Señor, nuestro Dios” (
Ps 67 [66], 4. 7).

Este es el saludo del Papa, que con gran gozo y esperanza viene a visitar esta hermosa tierra favorecida por Dios. Mi saludo va dirigido a todos y cada uno de los presentes y a cuantos están unidos espiritualmente a nosotros a lo largo y ancho de todo el país.

De modo especial saludo con todo cariño y afecto a este noble pueblo de Sucre, ciudad que en sus hombres –en vosotros, hermanos queridos–, en sus templos y demás monumentos evoca para Bolivia y para la Iglesia entera, toda una etapa histórica de evangelización. Aquí, en la antigua arquidiócesis de Charcas, que cumple ahora 450 años de existencia, tuvo origen la evangelización de Bolivia. Aquí se prepararon espiritualmente evangelizadores de muchas órdenes religiosas, entre los cuales destaca la figura de Fray Vicente Bernedo, como símbolo de tantos otros que, a millares, gastaron sus vidas para dejar sembrada en el corazón de los fieles, de las familias y de los pueblos, una catequesis cristiana capaz de animar a los hombres y a la sociedad entera.

A los Pastores que nos acompañan doy el abrazo de paz: al señor cardenal José Clemente Maurer, arzobispo emérito de Sucre, encomiable por su larga y fecunda labor en favor de la Iglesia y del pueblo de Bolivia; al Pastor de la arquidiócesis y a sus obispos auxiliares, a todos los hermanos en el Episcopado aquí presentes y, en modo particular, a monseñor Edmundo Abastoflor, a sus obispos auxiliares, así como al noble pueblo fiel de Potosí, quien con enorme sacrificio ha venido a estar con el Papa y a participar en esta Eucaristía, como aportando a ella el fruto de su trabajo y de su misma vida personal, familiar y social. ¡Gracias por estar aquí querido pueblo de Potosí!

2. Escuchemos nuevamente todos juntos, conscientes de profesar la misma fe y celebrándola con gozo, las palabras de Jesús que son fundamento de la misión de la Iglesia:

“Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,18-19).

Estas palabras fueron dichas por Cristo a sus discípulos, después de resucitar. Jesús da a conocer con ellas que el Padre le había comunicado ya desde el principio, como Hijo de Dios hecho hombre, “todo poder en el cielo y en la tierra”. Este poder dado a Jesús se despliega en toda su eficacia después de haber sufrido la muerte de cruz y mediante la fuerza de la resurrección, indicando de este modo el camino de salvación para todo el género humano.

A Jesús le ha sido dado el poder de salvar a todos, porque “se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz” (Ph 2,8). Jesús “se despojó de sí mismo, tomando condición de siervo” (Ibíd.). Esta obediencia pone un sello peculiar a su vida escondida en Nazaret, a sus años de ministerio público, que culminará con el acatamiento de la voluntad del Padre cuando le llegó la hora de aceptar su muerte sacrificial en el Calvario. Jesús, haciendo de su vida una oblación, vence el mal en todas sus consecuencias de sufrimiento, de injusticia, de muerte.

3. Ahora ya podemos entender mejor por qué Jesús, antes de su partida de este mundo hacia el Padre, reúne por última vez a los Apóstoles para encomendarles la misión de evangelizar: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes” (Mt 28,19), es decir, a todos los hombres, culturas y pueblos. Quien acepta la fe en Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado y decide injertarse en su vida por el bautismo y los demás sacramentos, queda perdonado de sus pecados y recibe la vida nueva en el Espíritu Santo.

699 Cada vez que nos reunimos para celebrar la Eucaristía, como estamos haciendo ahora, proclamamos esta fe en Jesús, “pan de vida” (Jn 6,35 Jn 6,48). Pero hay millones de hombres que todavía no conocen este misterio de amor del Hijo de Dios, hecho hombre e inmolado por nosotros. Nos acercamos ya a una fecha que marcará un hito para toda América Latina, para Bolivia: los 500 años de evangelización, de fe cristiana, de celebración eucarística, de oración confiada a María Madre de Dios y Madre nuestra; 500 años de ser Iglesia, Pueblo de Dios y Cuerpo místico. ¿Cómo no recordar este acontecimiento con gratitud y también con la decisión y la disponibilidad de compartir esta misma fe con todos nuestros hermanos?

4. Con las naves españolas, que descubrieron el “Nuevo Mundo” en 1492, el Evangelio llegó a “la otra orilla” del océano o de la “grande agua”, que separaba estas tierras de las del viejo continente. La Iglesia del Nuevo Mundo, y especialmente América Latina, se está preparando con una novena de años, para celebrar esta fecha providencial. Yo mismo tuve el gozo de inaugurar las celebraciones de esta novena en Santo Domingo, queriendo testimoniar así que “esta fecha – una de las más importantes de la historia de la humanidad – marca también la del comienzo de la fe y de la Iglesia en este continente” (Homilía en la misa para la evangelización de los pueblos, Santo Domingo, 11 de octubre de 1984).

Todos los Episcopados con sus Iglesias particulares, como ha hecho también Bolivia, han comenzado los preparativos de esa gran celebración, que debe dejar una huella y un estímulo para la evangelización en el futuro. La Iglesia en Bolivia, unida al Pueblo de Dios que peregrina en todo el continente, desea entonar un Magníficat misionero que brote espontáneo de todos los santuarios marianos y de todos los corazones. Ya desde ahora nuestro agradecimiento por la fe y por el bautismo se expresa cantando a Dios en unión con todos los pueblos de la tierra: “¡Oh Dios, que te den gracias los pueblos, que todos los pueblos te den gracias!... La tierra ha dado su cosecha, nos bendice el Señor, nuestro Dios!” (Ps 67 [66] 4. 7).

En este día singular alabamos a Dios que se manifestó a vuestros antepasados como Señor de la vida. Lo alabamos también porque se fue revelado poco a poco a la humanidad, tal como leemos en las Escrituras Sagradas, Señor de la vida y de la historia, Salvador de todos los pueblos, rico en misericordia, fiel a su Alianza de amor con el pueblo elegido, de cuyo seno había de nacer en la plenitud de los tiempos el Mesías prometido. Pero alabamos a Dios sobre todo porque se nos ha revelado definitivamente en su Hijo Jesucristo, muerto y resucitado por nuestra salvación. Nuestra salvación nos viene, pues, de la fe en Jesús, que fecunda nuestras obras y que supera con creces las esperanzas humanas de liberación.

5. Dios nuestro Señor dispuso en sus designios la llegada del Evangelio a vuestras tierras preparando con anterioridad el corazón de los hombres, de las culturas y de los pueblos, con la semilla de unos valores religiosos y humanos que bien pueden calificarse de “preparación evangélica” (Eusebio de Cesarea, Preparatio evangelica, I, 1: AB; cf. Lumen gentium LG 16 Ad gentes AGD 11).

Dios nuestro Padre, a través de la historia, ha dejado sentir su presencia siempre bondadosa en numerosas manifestaciones de vuestra vida y costumbres. Vosotros, queridos hermanos, sois herederos de idiomas milenarios, de tradiciones llenas de valor humano, como el ayllu y el ayni. Y he sabido que cultiváis aún con entusiasmo ejemplar expresiones artísticas muy ricas, como las leyendas, el folklore y las artesanías de las diferentes provincias. Podríamos seguir enumerando otros ejemplos de la riqueza cultural de esta tierra. Dios, Señor de la vida, ha velado cuidadosamente sobre este pueblo a través de tantos y tantos siglos, preparándolo para recibir el Evangelio con un corazón abierto a todas sus exigencias personales y sociales. En vuestras costumbres y sabias tradiciones se manifiesta la grandeza y la presencia de Dios para servir a la vida y al bienestar de todos los habitantes de esta querida y bendita tierra boliviana.

Los misioneros que, desde hace cinco siglos, colaboraron con grandes sacrificios en la evangelización de Bolivia, llegaron al corazón del pueblo por medio de la catequesis, de los sacramentos, de la piedad popular y de los servicios de caridad. En esta actuación no dudaron en adoptar elementos culturales locales. Ellos, pues, sentaron firmemente las bases de vuestra identidad cultural orientada hacia la madurez en Cristo. Fue un proceso de “inculturación” en vuestra realidad social e histórica durante el cual el Evangelio fue siempre el punto de referencia hasta conseguir moldear la identidad cristiana de vuestro pueblo.

6. Cristo, Señor, que junto con la humanidad redimió también todas las culturas y todos los pueblos, sigue siendo “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6) para su ulterior desarrollo. “El es nuestra paz” (Ep 2,14) y, por esto, no serán posibles la paz y el entendimiento entre los hombres si éstos no se acercan cada vez más a Cristo. El es la verdad.

Cuando nos reunimos los cristianos, principalmente para escuchar la Palabra de Dios y para celebrar el misterio eucarístico, experimentamos por dentro el gozo de una fraternidad universal que supera el tiempo y el espacio. Así lo percibía ya San Pablo cuando escribía a los cristianos de Roma: “No hay distinción entre judío y griego, pues uno mismo es el Señor de todos, rico para todos los que le invocan” (Rm 10,13).

Como Obispo de Roma y Sucesor de San Pedro me alegro de poder participar en los preparativos de los 500 años de evangelización. Juntamente con toda la Iglesia en Bolivia agradezco y alabo a Dios Uno y Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo, porque desde los días de la primera evangelización, no ha cesado bendeciros con frutos salvíficos, madurados en vuestra tierra, en el corazón de sus hijos y hijas durante el transcurso de tantas generaciones.

Al compartir, como Pastor de la Iglesia, este gozo de la fe cristiana vivida y sentida, no puedo por menos de hacer propias las necesidades del rebaño de Cristo en esta querida tierra. ¿Cómo no sentirme unido a vosotros en los acuciantes problemas que os afligen y que esperáis sean iluminados desde el Evangelio?

700 7. Amados hermanos y hermanas: Aquí en Bolivia como en toda América Latina y en el mundo entero, puede también presentarse la tentación que experimentó el Pueblo de Dios cuando caminaba por el desierto, como nos narra la Biblia (cf. Dt Dt 30,17-18). Es la tentación de andar en pos de dioses falsos, que no llevan a la vida, sino a la muerte. Por ello también en nuestro tiempo hemos de aprender a identificar claramente estos dioses falsos o nuevos ídolos que básicamente son los mismos de siempre y que pueden llamarse “dinero”, “prestigio”, “poder”, “placer desenfrenado...”. En mi última Encíclica quise hacer referencia a dos: “El afán de ganancia exclusiva y la sed de poder, con el propósito de imponer a los demás la propia voluntad” (Sollicitudo rei socialis SRS 37).

El resultado de esta idolatría ideológica y práctica fue descrito con trazos impresionantes por los obispos de América Latina reunidos en Puebla de los Ángeles (México): “Comprobamos, pues, como el más devastador y humillante flagelo, la situación de inhumana pobreza en que viven millones de latinoamericanos expresada, por ejemplo, en mortalidad infantil, falta de vivienda adecuada, problemas de salud, salarios de hambre, desempleo y subempleo, desnutrición, inestabilidad laboral, migraciones masivas, forzadas y desamparadas, etc. Al analizar a fondo tal situación, descubrimos que esta pobreza no es una etapa casual, sino el producto de situaciones y estructuras económicas, sociales y políticas, aunque haya también otras causas de la miseria... La situación de extrema pobreza generalizada adquiere en la vida real rostros muy concretos en los que deberíamos reconocer los rasgos sufrientes de Cristo, el Señor, que nos cuestiona e interpela” (Puebla, 29-31).

8. Jesús nos está pidiendo que seamos portadores de la Buena Nueva para los pobres de hoy y para todos los hombres de buena voluntad. “Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad” (Evangelii nuntiandi EN 18). Esta misión exige también una conversión por nuestra parte. No podremos ser genuinos portadores del mensaje evangélico de conversión, si antes no nos convertimos nosotros mismos, aspirando a que nuestras vidas se configuren más profundamente con la persona de Cristo, con sus criterios y sus actitudes. Ello equivale a purificar el corazón del hombre boliviano de todo sincretismo religioso, de todo materialismo práctico y de todo espiritualismo desencarnado y sin compromiso. Se trata de evangelizar dando testimonio de caridad cristiana.

Ahí tenéis, amados hermanos y hermanas, una señal para conocer el grado de evangelización en que se encuentra una comunidad. “La opción o amor preferencial por los pobres... es una forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia” (Sollicitudo rei socialis SRS 42). Este amor y esta opción por los que sufren y por los necesitados son fruto y señal de una vida auténticamente cristiana, y no pueden llevarse a cabo sin una actitud contemplativa de necesidad de la Palabra de Dios, aceptándola tal como es, y sin una actitud de pobreza real, en personal y instituciones, que llegue hasta compartir los bienes con los hermanos de este pueblo y de todos los pueblos.

Sabréis responder adecuadamente a las situaciones humanas y eclesiales de hoy, si sois fieles a las pautas trazadas por los obispos de Bolivia durante los últimos años, acerca de la “evangelización integral” del pueblo y de la realidad boliviana, “para construir juntos el reino de Dios, como Iglesia de Cristo, en comunión con Dios y con los hermanos, desde la opción evangélica por los pobres” (Conferencia Episcopal de Bolivia, Enfoque pastoral).

9. Al reflexionar sobre estas realidades que diariamente nos asaltan, no podemos menos de escuchar en el silencio de nuestro corazón el eco de las palabras de Jesús: “Id..., haced discípulos a todas las gentes” (Mt 28,19). La urgencia de este mandato misionero de Jesús late con insistencia bajo la pregunta del Apóstol San Pablo, cuando se plantea la necesidad de difundir la Buena Nueva a los hermanos que todavía no la han recibido: “¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Y, ¿cómo predicarán si no son enviados?” (Rm 10,14-15).

En esta celebración litúrgica damos gracias al Señor por todos aquellos que, en el decurso de los siglos, han traído la Palabra evangélica a vuestro pueblo y por los que todavía siguen anunciándola entre vosotros. Con alegría unimos nuestras voces a la exclamación del Apóstol quien hace suyas las palabras del Salmo: “¡Cuán hermosos los pies de los que anuncian el bien!... Por toda la tierra se ha difundido su voz” (Ibíd.10, 15. 18). Aquí, en esta bendita y querida tierra, ha llegado ya el mensaje evangélico y ha suscitado y seguirá suscitando nuevos evangelizadores.

La evangelización está marcada por el signo de la cruz. En efecto, la cruz es el secreto de la evangelización, en cuanto que señala el camino para transformar la creación y la historia humana según el mandato del amor y las bienaventuranzas. Para todo evangelizador, como para el Apóstol San Pablo, la cruz es la señal de garantía y de eficacia evangélica (cf. Ga Ga 2,19 Ga 6,14 1Co 1,17 1Co 2,2).

El 12 de octubre de 1984 los obispos de toda América Latina, reunidos en Santo Domingo, dieron comienzo a la novena de años para preparar el V centenario de la evangelización del continente que tendrá lugar en el año 1992 y recibieron todos ellos, como signo visible y destinado a la propia Iglesia una cruz conmemorativa. Entonces les confié un mensaje que confío hoy también a vosotros: “Con la fuerza de la cruz que hoy es entregada a los obispos de cada nación; con la antorcha de Cristo en tus manos llenas de amor al hombre, parte la Iglesia de la nueva evangelización. Así podrás crear una nueva alborada eclesial” (Homilía en Santo Domingo, 12 de octubre de 1984).

Esta es la “cruz misionera”, signo de evangelización, que recibe todo misionero –sacerdote, religioso o laico– cuando se pone en camino para anunciar a Cristo crucificado y resucitado, “luz del mundo” (Jn 8,12 Jn 9,5). y ésta es la cruz que reciben hoy los representantes de todas las diócesis bolivianas, como Iglesias particulares corresponsables de la misión universal.

Deseo que estas cruces os hablen a todos y a cada uno en particular, con toda la verdad del misterio de Cristo y con toda la verdad de vuestra misión.

701 10. “Id”... dice el Señor, dirigiéndose a cada uno de vosotros.

Se dirige a los jóvenes, invitándoles a compartir la vida con El y a entregarse a todas las exigencias de su vocación misionera. Se dirige a los padres y madres de familia, llamándoles a hacer de su casa un hogar cristiano evangelizado y evangelizador a ejemplo del hogar de Nazaret. Se dirige a los trabajadores y campesinos, para que transformen el propio trabajo en un testimonio de donación, que sea inicio de la “civilización del amor” y de solidaridad cristiana como “camino hacia la paz y hacia el desarrollo” (Sollicitudo rei socialis
SRS 39), Se dirige a los profesionales y a los hombres de cultura, para que impregnen las realidades temporales del espíritu evangélico, que es espíritu de verdad y espíritu de amor.

La mirada de Jesús, que os confía una misión sin fronteras, se dirige a todos los catequistas, educadores, misioneros laicos, religiosas, religiosos, sacerdotes y demás agentes de pastoral, que buscan construir la Iglesia como misterio de comunión y como “sacramento universal de salvación”. Os invita a su vez a volver la mirada hacia la intrépida labor de los misioneros y santos del pasado, para que, imitando sus actitudes evangélicas, sepáis afrontar las situaciones nuevas de la sociedad de hoy. Os invita de modo particular a entregaros al servicio de los hermanos más humildes a ejemplo de la Sierva de Dios Madre Nazaria Ignacia y del celoso misionero fray Vicente Bernedo.

El Señor nos ha prometido que estará con nosotros “todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Prenda de esta presencia de Jesús es también la “presencia materna” de la Santísima Virgen María, que se hace “presente en la misión y en la obra de la Iglesia que introduce en el mundo el reino de su Hijo” (Redemptoris Mater RMA 24 y 28). María, la Virgen de Guadalupe, Patrona de Sucre y de todas las Américas, Madre de Dios y Madre nuestra, nos mira y nos invita a continuar cantando su “Magníficat”, como himno misionero de una nueva vida y de una nueva etapa de evangelización.

¡Hermanos y hermanas! “¡Id!”..., llevando en el corazón la alegría de ser testigos del Señor resucitado vivo y presente. Que Cristo, con la fuerza del Espíritu de la verdad, mediante vuestro ministerio y servicio apostólico, comunique abundantemente su gracia de salvación a todos cuantos lo buscan, lo invocan y creen en El. “Por toda la tierra se ha difundido su voz” (Rm 10,18 Ps 19 [18], Ps 5).

“¡Id!”. El Señor está con vosotros, vive y camina con vosotros.

VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN EL AEROPUERTO «EL TROMPILLO»



Santa Cruz (Bolivia)

Viernes 13 de mayo de 1988




Queridos hermanos y hermanas:

1. Cruceños y gente de otras tierras, que habéis hecho de Santa Cruz vuestro hogar aportando nuevos valores para forjar entre todos una nueva generación para Bolivia. A todos vosotros, los nacidos en esta tierra y a los gozosamente adoptados por ella, hago llegar mi afectuoso saludo y mi bendición. En particular saludo con fraterno afecto a Monseñor Luis Rodríguez, Pastor de esta querida arquidiócesis, que pasado mañana celebrará el cincuenta aniversario de su ordenación sacerdotal, saludo a sus obispos auxiliares y a todos los amadísimos hermanos en el Episcopado aquí presentes.

Me dirijo a todos con sentimientos de aprecio y estima, pues lleváis en vosotros, impresa por la mano de Dios, la suprema nobleza de su imagen y semejanza; veo a seres humanos impregnados, según el designio divino, de una dignidad intransferible y radical, de la cual derivan, junto a deberes, derechos fundamentales que deben ser respetados en todo tiempo y lugar. Mi palabra se dirige hoy a todos los cruceños, de la ciudad o del campo, de origen camba o kolla, rescatados del poder del mal por la sangre de Cristo, llamados por El a “revestiros del hombre nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad” (Ep 4,24).

702 Hemos escuchado las palabras del Profeta Isaías: “Abrir las prisiones injustas,... dejar libres a los oprimidos... partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo... Entonces nacerá una luz como la aurora... Entonces clamarás al Señor y te responderá; gritarás y te dirá: Aquí estoy” (Is 56,6-9). El Señor está siempre dispuesto a escuchar el grito del hombre, a mantener con él la alianza sellada en su Hijo, asociando a todos de este modo a la actuación de sus designios, que son de construir el orden de la verdad y del bien, renovando la vida de las comunidades y de toda la sociedad humana.

A los hombres y a las sociedades corresponde asumir la tarea de conversión y de transformación. Ellos están llamados a rehacer con la ayuda de Dios los caminos que conducen al bien, a la justicia, a la paz. Esta es la enseñanza que encontramos en el libro del Profeta Isaías: el eterno grito de Dios, que quiere sacar de su precaria situación, de cara a la salvación definitiva, al hombre, a los pueblos, a las naciones, y restaurar a la vez la justicia y honestidad de costumbres en los campos de la vida social, económica y política.

Todos vosotros estáis llamados a construir esa sociedad nueva. Pero “no se edifica una sociedad sin Dios, sin la ayuda de Dios; sería una contradicción. Es Dios la garantía de una sociedad a medida del hombre” (Discurso a las autoridades y a los habitantes de Salvador de Bahía, 6 de julio de 1980). Sólo cuando Dios se haya convertido de veras en el centro de la vida del hombre, de su historia y de toda la creación, será posible realizar esta tarea. No es otra cosa lo que Jesús ha anunciado como reino de Dios, inminente y ya presente (cf. Mc Mc 1,15 Mt 4,17). Es una nueva forma de vida, en cuya contextura los hombres son, se sienten y se comportan como hermanos.

2. “Aquí estoy” (Is 58,9), dice el Señor, según leemos en el Profeta Isaías.¡ El Señor que se compromete a estar presente entre nosotros! El Verbo de Dios se hace hombre para poder sentir con corazón de hombre, hablar con palabras de hombre y ser, verdaderamente, uno de nosotros. Como Sabiduría del Padre, que vino a enseñarnos la Verdad, Cristo pronunció el sermón de la montaña, esto es, las bienaventuranzas que hemos recordado hoy en la liturgia. En ellas nos ha revelado el reino de Dios, que es el cumplimiento definitivo de todos los deseos y aspiraciones, así como el fin de todas las luchas y sufrimientos de la humanidad.

Con las bienaventuranzas abre un diálogo al que son convocados precisamente los pobres de espíritu, los que lloran, los mansos, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que buscan la paz, los perseguidos por causa de la justicia (cf. Mt Mt 5,3-10).

Como os han indicado vuestros obispos, “construir este reino significa un desafío concreto para nuestra Iglesia en Bolivia, por la hora particular que vivimos y las características mismas que tiene el reino. Es un reino de verdad... Es un reino de libertad... Es un reino de fraternidad... Es un reino de justicia... Es un reino que se manifiesta como reino de vida y de amor” (Conferencia episcopal boliviana, Enfoque pastoral, 1, 6).

Cristo, en el sermón de la montaña, se estaba dirigiendo non sólo a sus oyentes de entonces, sino también a los hombres y mujeres de todos los tiempos, incluidos nosotros. Por eso cabe preguntarnos aquí: ¿Quiénes somos nosotros? ¿Cuál es nuestra realidad? Todos formamos parte del Pueblo de Dios que sobre la tierra camina hacia el reino de los cielos, hacia el destino definitivo del hombre en Dios; hacia esa paz que el mundo no puede dar y que sólo de Cristo puede esperar; hacia esa justicia que sólo Dios puede actuar en el corazón del hombre y entre los hombres, entre los diversos estratos de la sociedad, como también entre los pueblos y las naciones.

3. Queridos hermanos y hermanas, hijos y hijas de esta tierra boliviana: Permitidme que os haga unas preguntas que, confío, sean el comienzo de una seria reflexión, de un verdadero discernimiento: ¿Sentís de verdad hambre y sed de justicia? ¿Cómo buscáis la paz?

Estas preguntas deben llevarnos a reflexionar seriamente ante Dios, sobre algunos de los problemas que afectan a países como el vuestro. Uno de estos graves problemas es “la situación de inhumana pobreza” a que se referían los obispos latinoamericanos reunidos en Puebla (Puebla, 29). Por desgracia es una situación que afecta a tantas personas y familias bolivianas, y cuyos índices son la alta mortalidad infantil, la desnutrición, los bajos salarios, la elevada tasa de desempleo, la escasez de vivienda, las deficiencias en el campo de la sanidad y la educación, el contrabando, el narcotráfico y sus secuelas internas y externas, que tienden a generalizarse en diversas formas de corrupción; tantos signos, en fin, de marginación, desigual distribución de la riqueza, desnivel cultural, discriminación de la mujer.

Estos y otros índices del conjunto de problemas que os toca sufrir tienen raíces muy profundas, como son el hecho de una excesiva dependencia económica, tecnológica, política y cultural; la vigencia de sistemas económicos que no consideran al hombre como portador de valores primordiales; los desequilibrios en la distribución del presupuesto estatal; la crisis de valores morales, manifestada en el afán de lucro, la flojera, la falta de esfuerzo, la carencia de sentido social y de solidaridad. Finalmente, vemos que, por debajo de todas estas manifestaciones, existe siempre el misterioso fondo del pecado, pues la persona humana, olvidando los mandamientos de Dios, corrompe los mecanismos de la sociedad con falsos valores materiales (cf. Ibíd. 63, 70).

4. En medio de este sombrío panorama de la realidad no hemos de dejarnos invadir por el desánimo. A1 contrario, tenéis motivos de gran esperanza. Basta contemplar la enorme riqueza de valores culturales, sociales y religiosos, que os distinguen entre todos los pueblos de América, ya que contáis con el porcentaje más alto de población autóctona, ligada a las culturas ancestrales americanas. Me complace subrayar una vez más vuestro espíritu de hospitalidad y acogida; la innata delicadeza y bondad que os caracteriza; el fuerte apego a la familia, abierta a las relaciones de parentesco y vínculos profundos de compadrazgo; el amor y el respeto a la madre; la paciencia y la capacidad de sufrimiento; el trato respetuoso y cordial; el sentido festivo de la vida, que se manifiesta en alegría y optimismo, que se vuelve auténtica celebración popular en las ricas y entusiastas expresiones de música y folklore. Por último, es necesario resaltar vuestro sentido de la presencia de Dios, experimentada de manera íntima y natural, confiando en su Providencia, aceptando su divina voluntad, en una continua y vital relación con El. En estrecha conexión con el sentido de Dios está la rica y variada religiosidad popular, fuertemente enraizada en la conciencia de vuestro pueblo y que se expresa de manera constante en los acontecimientos religiosos, sociales y civiles de vuestro diario vivir; la tradicional y sentida devoción a los Santos y en especial a la Virgen María, bajo diversas advocaciones: la Mamita de Cotoca, da Chaguaya, de Urkupiña, de Copacabana, de Guadalupe, del Socavón, del Carmen; el afecto filial al Papa y el aprecio a vuestros obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas.

703 5. Estos valores más relevantes, entre otros que hubiéramos podido enumerar, tienen una connotación profundamente humana, además de cristiana. Ellos seguirán siendo pues la base de esta nueva sociedad que estáis llamados a construir. A este respecto, la Iglesia reconoce la justa autonomía de lo temporal (cf. Gaudium et spes GS 36), es decir, corresponde a la sociedad civil encontrar las formas y medios más adecuados para perseguir sus propios fines. Sin embargo, puesto que la misión salvífica y liberadora de la Iglesia se lleva a cabo en el contexto de la historia humana y de las relaciones sociales, ella ofrece y sostiene su propia visión del hombre y de la sociedad y invita a aceptar sus orientaciones que debieran considerarse esenciales por quienes están empeñados de veras en la construcción de un orden social más justo y humano. Asimismo, es parte de su misión profética el denunciar lo que se opone al proyecto de Dios en la historia, ya sea de orden personal, familiar o social.

En el cumplimiento de esta misión, la Iglesia, como madre y maestra de los pueblos, ha mostrado su preocupación por estos problemas y con su doctrina social trata de iluminarlos buscando soluciones acertadas. De estas enseñanzas –que algunos han llamado el “evangelio social”– quisiera recordar ciertos principios fundamentales, esperando que sean tomados como un llamado a la conciencia de todos y de cada uno, y se traduzcan en hechos de vida.

6. Ante todo, hay que destacar el principio básico de la primacía de la persona sobre las cosas, principio que constituye el fundamento necesario para superar no pocos errores ideológicos, cuyas consecuencias prácticas repercuten principalmente sobre los pobres en los diversos tipos de sociedad existentes en el mundo de hoy (cf. Laborem exercens LE 13).

En la persona humana, es decir, en el hombre considerado en todas sus dimensiones, especialmente como creatura de Dios redimida por Cristo (cf. Gaudium et spes GS 22), se encuentra la clave de interpretación del gran misterio de toda la vida humana. “Esta verdad completa sobre el ser humano constituye el fundamento de la enseñanza social de la Iglesia, así como la base de la verdadera liberación. A la luz de esta verdad, no es el hombre un ser sometido a los procesos económicos o políticos, sino que esos procesos están ordenados al hombre y sometidos a él” (Discurso a la III Conferencia general del episcopado latinoamericano, Puebla, México, 28 de enero de 1979). De esta consideración fundamental, surge la concepción del orden social, político, económico y cultural, así como todo principio relacionado con ellos; de esta manera el hombre, considerado como fundamento, causa y finalidad de todas las instituciones sociales, se convierte en el criterio para valorar les formas concretas que asume la convivencia humana y el progreso de la sociedad (cf. Mater et magistra MM 231 y 259).

De la consideración de este principio central de la doctrina social de la Iglesia se deriva otro no menos importante: toda la organización de la sociedad tiene como fin el bien común entendido como “todo un conjunto de condiciones sociales que permitan a los ciudadanos el desarrollo expedito y pleno de su propia perfección” ( Mater et magistra MM 70). Por tanto, la justicia de los sistemas sociales, políticos y económicos, se valorará según la medida en que permitan eficazmente a todos los miembros de la sociedad lograr esta meta. Y esto, no de una manera que podríamos decir automática, sino con la real participación de todos los ciudadanos. El bien común no es, por tanto, función exclusiva de los poderes públicos, que deben tener un papel relevante, sino de todos los miembros de la sociedad, cada uno según su propia capacidad y función (cf. Sollicitudo rei socialis SRS 15 Pablo VI, Octogesima adveniens, 47; Gaudium et spes GS 75).

7. En la búsqueda del bien común, la doctrina de la Iglesia adopta como criterio prioritario la preocupación por los más desposeídos y necesitados: aquellas personas que se encuentran en medio de dificultades insuperables, por lo cual se les cierra el acceso a los bienes más elementales y necesarios para una vida digna de quien ha sido creado a imagen y semejanza de Dios.

Como bien puede deducirse de lo anterior, el progreso de la sociedad tiende a procurar que todos los ciudadanos puedan disfrutar de los bienes y servicios por ser patrimonio común; pero no podemos olvidar que la visión humanista cristiana implica además reconocer que todas las cosas están subordinadas “a la semejanza divina del hombre y a su vocación a la inmortalidad” (Sollicitudo rei socialis SRS 29) . Es decir, que en toda la ordenación de la actividad social se debe tener presente la dimensión moral. Sólo así se podrá llegar a una sociedad justa, fundamento de la verdadera paz, y se evitará que la misma actividad humana se vuelva contra el hombre bajo nuevas formas de dominación.

El derecho a una participación responsable implica entre otras cosas el respeto a la iniciativa económica a nivel personal, nacional e internacional. El ejercicio de este derecho por encima de cualquier individualismo es garantía de superación de formas de dependencia que llevan a la pasividad y atentan contra la subjetividad, contra la identidad de ciudadanos y países, y al mismo tiempo es obstáculo a la formación de estructuras totalitarias a nivel político-social, económico y aun cultural (cf. Sollicitudo rei socialis SRS 15).

La creciente toma de conciencia sobre el conjunto de problemas que se plantean al país, y de la distancia existente entre esta situación y los ideales propuestos por la doctrina social, podría suscitar en algunos la tentación de la violencia como medio para romper las estructuras consideradas injustas. Tales estructuras están relacionadas frecuentemente con el proceso de expansión capitalista liberal, mientras en otras partes se presentan como formas opresoras inspiradas por el colectivismo marxista. De uno o de otro modo tiene su origen en ideologías de culturas dominantes y son incoherentes con vuestra fe y vuestra cultura propias. Es necesario, pues, estar alerta porque en la práctica estas ideologías han sacrificado muchos valores cristianos y, por ende, humanos, o han caído en irrealismos utópicos, inspirándose en políticas que, al utilizar la fuerza como instrumento fundamental, incrementan en última instancia la espiral de la violencia.

8. La injusticia es ciertamente generadora de divisiones entre los hombres y mujeres llamados por Dios a vivir como hermanos y a luchar contra todo lo que atente a esta vocación. Es aquí donde se hace más acuciante la necesidad de vivir profundamente la virtud cristiana de la solidaridad, que llevará a cada uno a mirar a su prójimo no solamente como un ser humano, sino como “imagen viva de Dios Padre, rescatada por la sangre de Jesucristo y puesta bajo la acción permanente del Espíritu Santo” (Ibíd. 40).

Quisiera subrayar igualmente cómo la solidaridad carecerá realmente de significado mientras no tenga como fundamento el amor. Esto es lo propio de la solidaridad como virtud y en lo que los cristianos nos diferenciamos radicalmente de cualquier otra persona inspirada en ideologías pasajeras. Solamente una solidaridad basada en el amor y fruto del mismo ofrecerá esperanzas de constituir un fundamento estable a la construcción de una sociedad justa y fraterna. Esta es la virtud que puede y debe proporcionar las bases sólidas para la paz estable y duradera, en Bolivia, en América Latina y en el mundo entero.

704 Vuestra propia fe cristiana y los desafíos de la realidad os invitan a todos vosotros, habitantes de esta tierra, a encarar con valentía y creatividad la necesidad de introducir cambios profundos en las estructuras sociales.

9. Queridos hermanos cruceños y de todo el país: Vosotros os encontráis en un período de cambio, caracterizado por fenómenos y problemas de suma importancia. Además de los ya mencionados anteriormente, es necesario llamar la atención sobre la migración, la urbanización creciente, la proletarización, la discriminación de la mujer que exige su justa promoción, el fenómeno del desmedido proselitismo de las sectas. El proceso de secularización, que se va extendiendo cada vez más, lleva consigo el peligro de absolutizar los valores mundanos como el poder, el placer o el dinero. Es de lamentar el deterioro de valores éticos básicos, como el de la honradez pública y privada, que ha llevado a numerosas expresiones de corrupción, que minan las bases de la organización de la sociedad. El comercio de la droga se ha convertido en un auténtico tráfico de la libertad por cuanto lleva a la más terrible forma de esclavitud y siembra vuestro suelo de corrupción y de muerte. Por ello, es urgente no sólo proteger a los jóvenes del consumo de la droga, sino combatir el tráfico mismo, por tratarse de una actividad a todas luces infame. Urge al mismo tiempo discernir las causas o raíces profundas de este fenómeno para definir líneas de acción que sean eficaces. Os enfrentáis, pues, a una ardua tarea: transformar esta sociedad boliviana en una sociedad nueva, en una sociedad profundamente cristiana en sus fundamentos y en sus expresiones.

10. Jesucristo, que en su sermón de la montaña nos ofrece el mensaje de las bienaventuranzas, conduce al hombre hacia el reino. El reino de Dios es esta “nueva tierra donde habita la justicia y cuya bienaventuranza es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el corazón humano” (Gaudium et spes
GS 39). Esta es la enseñanza del último Concilio.

En esta perspectiva se puede cumplir de manera definitiva aquello de que nos habla el Salmo de la liturgia de hoy: “La lealtad y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan” (Ps 85 [84], 11)

11. ¡Santa Cruz!

Ciudad que llevas este nombre en la tierra boliviana, el Sucesor del Apóstol Pedro te agradece hoy tu hospitalidad. Agradece este encuentro con el Pueblo de Dios que hoy se ha reunido aquí y lo encomienda a la protección maternal de la Virgen de Cotoca.

Que a todas las hijas e hijos de esta tierra lleguen las palabras del mensaje de Cristo que descubren continuamente la “novedad de la vida”: sociedad nueva, moral renovada. Es necesaria una renovación continua. Es necesaria la conversión de los corazones y la transformación de las relaciones sociales.

Y si las mismas palabras del sermón de la montaña, si el mensaje salvífico del Evangelio no bastaren, que hable, entonces, la cruz de Cristo.

¡La Cruz de Cristo! La última palabra de la sabiduría divina. La fuente última del poder divino de la historia del hombre y del mundo.

¡Santa Cruz!



B. Juan Pablo II Homilías 697