B. Juan Pablo II Homilías 716


VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

SANTA MISA PARA LOS AGRICULTORES



Villarrica, Paraguay

Martes 17 de mayo de 1988




717 “El reino de Dios es como un hombre que echa simiente en la tierra” (Mc 4,26).

1. Después de escuchar estas palabras de la parábola de Cristo, tan evocadoras para todos los presentes, saludo cordialmente y doy la bienvenida a todos los que participáis hoy en esta Eucaristía: al obispo de esta diócesis, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, a autoridades y a todas las familias; a los pobladores de estas tierras y a los habitantes de esta hermosa ciudad de Villarrica; así como a los venidos de lugares tan lejanos como Concepción, a quienes saludo con particular afecto, de Pedro Juan Caballero, San Pedro, Hernandarias, Puerto Presidente Stroessner; o de sitios más cercanos, como Caaguazú, Arroyos y Esteros, Caazapá y San Juan Bautista de las Misiones. Dirijo un saludo particular al Pastor, clero y fieles de la diócesis Coronel Oviedo. Pero, sobre todo, deseo dirigirme a vosotros, queridos hermanos y hermanas agricultores:

Che corazóité güivé, po mo maitei opaité chokokué mba’apó hara pe (De todo corazón os saludo a todos vosotros campesinos, trabajadores de la tierra).

2. Vosotros y vuestras familias sabéis lo que significa sembrar la semilla en la tierra. Intuís quizá mejor que nadie, gracias a la propia experiencia, lo que Cristo quiere decir con la parábola del sembrador. Sabéis también que, “de noche y de día, la semilla germina y va creciendo”(Mc 4,27) , mientras el hombre que la ha sembrado duerme o vela. La semilla crece y él mismo no sabe cómo. Es la tierra la que “va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano” (Ibíd. 4, 28).

Cristo habla de la tierra que produce el fruto por si sola; pero al mismo tiempo se refiere al trabajo desarrollado por el hombre. En efecto, el campesino después de haber realizado su trabajo como sembrador de la semilla, queda a la espera de poder continuarlo recogiendo la cosecha. “Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega” (Ibíd.4, 29).

3. Las palabras de Jesús indican la semejanza entre vuestro trabajo en los campos y el misterio del reino de Dios.Por eso se os invita a que, mientras estáis trabajando, os esforcéis en encontrar este reino al cual todos somos llamados por Dios en Jesucristo. Pues dice el Profeta: “Buscad al Señor mientras está cerca”(Is 55,6). El trabajo en los campos y el contacto con la naturaleza crean unas condiciones favorables para que el hombre pueda acercarse mejor a su Creador.

El hombre, desde el principio, fue llamado por Dios para “someter la tierra y dominarla” (Gn 1,28). Por eso el trabajo del campo es el primero que se le encomienda, como leemos en el Génesis: “Tomó Yavhé al hombre y le dejó en el jardín del Edén para que lo labrase y cuidase” (Ibíd. 2, 15). Era un trabajo sencillo y placentero, ya que el Creador había confiado al cuidado de hombre “toda hierba de semilla que existe sobre la faz de la tierra y todo árbol que lleva fruto de semilla” (Ibíd. 1, 29), y en el jardín del Edén, el mismo Dios había hecho “brotar del suelo toda clase de árboles deleitosos a la vista y buenos para comer, y en medio del jardín, el árbol de la vida” (Ibíd. 2, 9).

En este relato “aparece ya inscrita esta verdad fundamental: el hombre, creado a imagen de Dios, participa en la obra del Creador mediante su trabajo: es colaborador de su Creador” (Laborem exercens LE 25). Y esta verdad, que se refiere a cualquier trabajo humano, por insignificante que parezca, se aplica de una manera especial en los trabajos del campo.

4. ¡Cómo no recordar aquí tantas expresiones salidas de los labios de Cristo! ¡La frecuencia con que compara el reino de los cielos a fenómenos hechos o labores que podemos contemplar casi a diario en la naturaleza! ¡El conocimiento de las faenas agrícolas que revelan sus ejemplos!

Jesús habla del labrador, de la siembra y la siega (cf. Mc Mc 4,26-29), de los lirios del campos y de los pájaros (cf. Ibíd. 6, 25-34), de la cizaña y el trigo (cf. Mt Mt 13,24-30), del vino y del aceite (cf. Lc Lc 16,1-12). Se compara a Sí mismo con la vid verdadera y a su Padre con el viñador (Jn 15,1). Y, sin embargo, ¡qué lejos quedan para algunos todas sus enseñanzas! Se diría que, a medida que progresan en el sometimiento y dominio de la tierra, se van olvidando cada vez más de Dios, Creador de ella y de cuanto contiene.

“El reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras la gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue” (Mt 13,24-25).

718 En este campo sembrado, que se refiere a la vida, don de Dios para cada uno de nosotros, aparece con frecuencia la cizaña, esparcida aquí y allá por el enemigo. En efecto, vosotros sabéis bien cuáles son las consecuencias del pecado original. Habéis experimentado la profunda verdad que encierran aquellas palabras del Génesis: “Con fatiga sacarás... el alimento, todos los días de tu vida. Espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan” (Gn 3,17-19) ¡Cuánto trabajo para que la simiente echada en tierra fructifique abundantemente! Limpiar la maleza, desmontar, encauzar las aguas, luchar contra las plagas, todas esas tareas exigen vuestra dedicación antes de la cosecha. ¡Cuánta fatiga! ¡Cuántas preocupaciones y incertidumbres ante el presente y ante el futuro!

Porque, si bien es cierto que esta fertilísima tierra que Dios os ha dado premia abundantemente vuestros esfuerzos, cuántas veces los que trabajan no pueden gozar de sus frutos. La falta de paz y tranquilidad ante la incertidumbre por el futuro familiar o el carecer de un adecuado sistema de previsión social; la intransigencia en cuanto a salarios y contrataciones injustas se refiere y hasta los escollos que hay que superar para acceder a la propiedad, son algunas de las modernas espinas y abrojos que aumentan las ya difíciles condiciones de vuestro trabajo. A todo esto se añaden, después, nuevos problemas: la comercialización de vuestros productos, los precios regulados desde las ciudades, las cuestiones de política comercial a nivel nacional y internacional; en resumen: los intereses de tantos que, no teniendo en cuenta las exigencias del bien común ni las necesidades cada día más insoslayables de los campesinos, ponen ante sí como única meta la ganancia a toda costa.

Muchos centran todo su afán en acumular el mayor número de bienes y consideran el derecho a la propiedad como algo absoluto, olvidando que está “subordinado al derecho de uso común, al destino universal de los bienes” (Laborem exercens LE 14), A este respecto olvidan aquella advertencia del Apóstol Santiago: “El salario que no habéis pagado a los obreros que laboraron vuestros campos está gritando; y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos” (Jc 5,4); pues se comportan como si nunca tuvieran que dar cuenta a Dios de su administración (cf. Lc Lc 16,2).

5. La solución de tan numerosos problemas del campo requiere la colaboración solidaria de todos los sectores de la sociedad. Hoy día el trabajo agrícola moderno está vinculado también a las ciudades, donde pueden entorpecer o, al contrario, perfeccionarse los mecanismos económicos y jurídicos sin los cuales la producción del campo, por abundante que sea, seguirá beneficiando principalmente a unos pocos.

Por un sentimiento de solidaridad y más aún por un deber de justicia, las autoridades públicas y todos aquellos cuya actividad empresarial o profesional se relaciona directa o indirectamente con el campo, deben sentirse obligadas a buscar una solución a los conflictos que la sociedad campesina de vuestra tierra presenta en la actualidad. El desarrollo progresivo de la industria, el comercio y los servicios no deben gravar indebidamente sobre el mundo agrícola. A su vez, los incrementos de productividad conseguidos en la agricultura, la ganadería y los bosques deben revertir en retribuciones justas y en la mejora de la calidad de vida de todos los trabajadores y de sus familias.

Los pequeños productores independientes debieran contar sin contrastes de ninguna índole con la posibilidad de acceder libremente a sistemas de comercialización y transformación que no les perjudiquen. Por último, es de desear que se arbitren las medidas oportunas para que cada vez sean más los que tengan acceso a la propiedad de la tierra que trabajan: esto será sin duda alguna una garantía de desarrollo y estabilidad social.

Los valores propios de vuestro carácter paraguayo –amistad generosa, prontitud para compartir, solidaridad con los necesitados, amor a la familia y sentido trascendente de la existencia– están hondamente enraizados en la vida y en el trabajo agrícola. Esto debe llevar a todos los habitantes de este país a sentir personalmente los problemas y necesidades de los hombres del campo.

Chokokué mba’apo hara rupí, imbaretévaerá opa ara ko pe ne retá Paraguay.(Gracias a los campesinos se hará grande y fuerte esta patria vuestra que es el Paraguay).

6. “Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros” (Is 55,9).

Dios sigue confiando en el hombre; por eso el pecado y sus consecuencias no anulan el mandato del Creador: “Someted la tierra y dominadla” (Gn 1,28). Cristo anuncia y realiza mediante toda su vida un auténtico “Evangelio del trabajo”. El trabajo físico, además de ser un modo directo aunque no el único, de participar en la obra creadora de Dios-Padre, está llamado a ser una forma de colaboración con Dios-Hijo en la redención de la humanidad. Pues vuestra fatiga, queridos campesinos, vuestros sudores, vuestras inquietudes, no son algo inútil. Son la cruz de cada día para vosotros: Cristo quiere que le ayudéis a llevar la cruz, que seáis para El como otro cirineo, “que venía del campo” (Mc 15,21) y cargó sobre sus hombros la cruz que llevaba Cristo.

Pero no penséis que ayudar a Cristo a llevar la cruz a través del trabajo significa simplemente aceptar con resignación las dificultades con que os encontráis. Sabéis por experiencia que el cultivo de la tierra es un continuo desafío, pues hay que considerar y sortear un conjunto de elementos naturales a la vez que superar tantos obstáculos. Igualmente no es del todo equivocado pensar que la solución al menos parcial de muchos problemas que os aquejan, depende también de vosotros. Debéis vivir la solidaridad entre vosotros, porque la solidaridad es una virtud cristiana que dimana de la caridad, signo distintivo de los discípulos de Cristo (cf. Jn Jn 13,35) y, por tanto, signo de unión con su cruz (Sollicitudo rei socialis SRS 40).

719 Al mismo tiempo los horizontes de una efectiva solidaridad entre vosotros son inmensos, como son ilimitadas las exigencias del amor. Pues la colaboración consciente y sumisa con Dios a través de vuestro trabajo implica no sólo poner todo el empeño en cultivar vuestras chacras y parcelas, sino también aportar toda vuestra imaginación, inteligencia y esfuerzo para una fecunda labor en común. Dios quiere ayudaros, pero espera vuestra decidida correspondencia a su iniciativa. Si no la dierais, no estaríais viviendo plenamente como hijos suyos y, sin daros cuenta, estaríais cediendo a la pereza y al conformismo. Muchas veces el anhelo de soluciones absolutas realizadas por otros puede ocultar la huida del esfuerzo diario y inteligente.

Ayeruré ñandeyára ha tupasyme to me’e peéme fe, esperanza y caridad pe mba’apó haguá hekope, ñepytyvó yoaitépe, ha pe moi hagua pende atiyre, Jesucristo kurhzuicha, opaité pe ne quebranto ha pe ne mba’e rembipotá. (Pido a Dios y a la Virgen María que os otorgue fe, esperanza y caridad para que trabajéis con acuerdo, en estrecha solidaridad, como cristianos, unos con otros, y para que pongáis sobre los hombros, como la cruz de Cristo, todos vuestros quebrantos y todos vuestros grandes deseos).

7. “Buscad a Dios mientras se le encuentra, invocadlo mientras esté cerca” (
Is 55,6)

Buscad a Dios en vuestro trabajo, en las circunstancias de la vida diaria. Buscadlo desde que os levantéis –muchas veces antes de que aparezcan los primeros rayos de sol– hasta que, quizá rendidos por el trabajo, os concedáis el merecido descanso. Buscad a Dios en el trabajo bien hecho, para poder ofrecerle algo que sea digno de El: lo mejor de vuestras energías.

En la celebración de la Misa el sacerdote ofrece el pan, “fruto de la tierra y del trabajo del hombre”, y el vino, “fruto de la vid y del trabajo del hombre”. Junto a ese pan y ese vino podéis ofrecer todo vuestro día y vuestras vidas: el trabajo y el descanso, el sueño y la vigilia, las tristezas y las alegrías. Todo esto, unido al sacrificio de Cristo en la cruz, adquiere su valor más profundo, un valor corredentor.

“Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos” (Is 55,8), dice Dios por boca del Profeta Isaías. Cuando se pierde la visión cristiana del trabajo, los planes del hombre ya no son conformes a los planes de Dios; los caminos del hombre no son los caminos de Dios.

Pero, sigue diciendo el Profeta: “Que el malvado abandone su camino y el criminal sus planes, que regrese al Señor, y El tendrá piedad, a nuestro Dios, que es rico en misericordia” (Ibíd. 55, 7).

El Señor os está esperando siempre. Dios, “rico en misericordia” está siempre dispuesto a ayudarnos. Pero, para que esta “piedad divina” sea de veras fuente de paz para los espíritus, hay que regresar “al Señor”: el hombre ha de abandonar “su camino” y entrar por “los caminos” de Dios. El alma de toda persona, al igual que la “tierra buena” (Mt 13,8) necesita continuos cuidados para dar fruto. Hay que sembrar en ella la simiente de la Palabra de Dios; hay que regarla frecuentemente con los sacramentos que infunden la gracia –especialmente con la penitencia y la Eucaristía–; hay que quitar la maleza de las pasiones desviadas. Habéis de cultivar vuestra alma –y las almas de vuestros hijos– incluso con más cariño que el que ponéis en cultivar la tierra: es vuestra alabanza más importante y la que os dará más fruto. No podéis estar nunca “caigüe” –flojos ni perezosos– para las cosas de Dios.

8. “El reino de Dios es como... un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después, brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas” (Mc 4,26 Mc 4,31-32).

Todo cristiano está llamado a contribuir con su vida y con su trabajo al crecimiento del reino de Dios sobre la tierra. En el Evangelio de hoy también se compara el reino con el grano de mostaza. En esta parábola podemos ver también una semejanza con el crecimiento de la Iglesia, la cual, desde sus modestos comienzos, se fue extendiendo por tantos pueblos, naciones y países. En vuestra patria este proceso, iniciado hace ya casi cinco siglos, tuvo características tan singulares como la misma fecundidad de vuestros campos y bosques.

El Señor quiso que los pueblos guaraníes fueses la “tierra buena” para la “semilla” de la Palabra divina. Desde el comienzo mismo de la fundación de Nuestra Señora de la Asunción, en 1537, los misioneros pudieron realizar una extensa y intensa labor gracias a la buena disposición de los nativos para aprender las cosas divinas y humanas. El Paraguay llegó a ser un foco importante de evangelización y civilización, que ganó merecidamente para vuestra ciudad el título de “Madre de ciudades”. Antes de que transcurriera un siglo desde aquella fundación, los asunceños criollos y guaraníes habían llevado la fe y el desarrollo desde los lejanos ríos amazónicos hasta los Andes en el sur. En esos primeros siglos, sacerdotes, religiosos y catequistas mostraron al mundo el poder del Evangelio cuando su semilla cae en “tierra buena”. Vuestra fe creció y se hizo robusta como vuestros tayis y ibirápytás, y dio ya frutos de santidad como San Roque González de Santa Cruz, manteniéndose firme a pesar de las adversidades que tuvo que sufrir vuestro pueblo.

720 9. Ahora os corresponde a vosotros continuar esa labor hasta conseguir que aquella pequeña semilla (cf. Mc Mc 4,31), produzca “ramas tan grandes que las aves del cielo puedan anidar en su sombra” (Ibíd 4, 32). Esto es misión de toda la Iglesia, dentro de la cual la tarea de los laicos ocupa un puesto destacado. Sois vosotros, queridos seglares, quienes habéis de llenar de sentido cristiano toda actividad temporal: el campo y la ciudad, la industria y el comercio, la política, la cultura y toda la vida social. Esa es vuestra misión: “impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con el espíritu evangélico” (Apostolicam actuositatem AA 5). Al laico que siente vivamente en su interior la necesidad del apostolado se le pueden aplicar las palabras del Profeta: “A él lo hice testigo para los pueblos” (Is 55,4). Vosotros laicos, debéis ejercer esta hermosa tarea, en primer lugar, con la coherencia de vuestra vidatestimonio de la presencia de Cristo entre los hombres–, de modo que viendo “vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 55,10-11).

10. La Palabra de Dios en la liturgia de hoy se refiere de modo particular a cuantos trabajáis en el campo. Así leemos en el libro del Profeta Isaías:

“Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra... así será mi Palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía” (Is 55,10-11).

Isaías habla de la fertilidad de la tierra, que depende incluso de las lluvias. La gente que trabaja en el campo sabe cuán importante es lo que nos ha dicho el Profeta. Además de la fertilidad de la tierra, la liturgia de hoy nos hace pensar en la fertilidad de las almas. Cuando desciende sobre ellas la Palabra de Dios, igual que cae la lluvia sobre la tierra, es de esperar que esta Palabra produzca los frutos adecuados.

¡Queridos hermanos y hermanas! ¡Todos vosotros, que hoy escucháis al Sucesor del Apóstol Pedro y, particularmente vosotros, que trabajáis en los campos! Ruego fervientemente a Cristo, Buen Pastor, para que esta palabra que he podido pronunciar ante vosotros no quede “infructuosa”, sino que produzca mucho fruto en vuestra vida y en toda la sociedad paraguaya.

“Buscad al Señor..., invocadlo mientras está cerca.... Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes, que vuestros planes” (Ibíd.55, 6-9). Amén.





VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

CELEBRACIÓN DE LA PALABRA EN EL «PARQUE QUITERIA»



Encarnación, Paraguay

Miércoles 18 de mayo de 1988





“Aquel día salió Jesús de casa y se sentó a la orilla del mar. Y se reunió tanta gente junto a él, que hubo de subir a sentarse en una barca; toda la gente quedaba en la ribera. Y les habló muchas cosas en parábolas” (Mt 13,1-3).

Queridos hermanos y hermanas:

1. He aquí una de las escenas mas emotivas del Evangelio. Jesús, sentado en la barca, ante una multitud inmensa, les expuso la parábola del sembrador. Todavía hoy nos parece oír su voz que se dirige a cada uno de nosotros: “Una vez salió un sembrador a sembrar...” (Mt 13,3). La semilla de la Palabra de Dios, que Jesús sembró hace veinte siglos, es aún hoy una realidad prometedora en vuestros corazones. Desde hace casi quinientos años, la semilla de la Palabra divina fue sembrada en estas benditas tierras. Actualmente los creyentes, fruto de aquella semilla, son “una muchedumbre inmensa que nadie podría contar” (Ap 7,9) y que agradece a Dios el don de la fe y la salvación.

721 Me uno a todos vosotros en la acción de gracias por la llegada del Evangelio al Paraguay y por esta celebración de amor y esperanza con los amadísimos fieles de esta tierra tan hermosa del sur paraguayo, donde se han fundido los aportes de diversas razas culturales.

Mi saludo lleno de afecto se dirige al Pastor de esta prelatura de Encarnación, así como al de la diócesis de San Juan Bautista de las Misiones y al de la prelatura del Alto Paraná, junto con sus sacerdotes, religiosos, religiosas y agentes de pastoral. A los demás hermanos en el Episcopado aquí presentes, a los de la tierra argentina y también brasileña, después a las autoridades civiles y militares y a todos los queridos hijos del Paraguay que están espiritualmente unidos a nosotros mediante la radio y la televisión, les hago llegar mi entrañable saludo en el Señor.

Quiero hablaros en esta mañana con todo mi afecto de Pastor, como se habla a los seres queridos. Porque efectivamente vosotros estáis muy dentro de mi corazón. Por mi parte yo me siento entre vosotros como en familia, porque conozco el amor que profesáis al Papa, sé de vuestra hospitalidad tan conforme con la arraigada fe cristiana heredada de vuestros padres.

2. La semilla sembrada por Jesucristo en vuestros corazones, ha dado ya mucho fruto durante los siglos pasados para bien de la nación paraguaya. Esta ha sabido conservar vigorosamente la fe, a pesar de las dificultades de diversa índole, surgidas aquí y allá en momentos azarosos de vuestra historia patria. Verdaderamente la semilla de la Palabra de Dios ha caído “en tierra buena” (
Mt 13,8).

Sé que el centro de vuestra religiosidad lo ocupa Jesucristo crucificado o, como vosotros decís cariñosamente, Ñandeyara Jesucristo. A El reserváis un puesto preferencial en vuestros hogares y en vuestro amor. Ante esta imagen adorable del Señor, que ha dado la vida en sacrificio por nuestra redención, os sentís llamados a participar en el “sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida cristiana” (Lumen gentium LG 11). A la luz de Jesús crucificado habéis aprendido el significado profundo de todos sus misterios de encarnación, pasión, muerte y resurrección, principalmente en la celebración de la Semana Santa y en otras loables manifestaciones de la religiosidad popular.

Esta Palabra divina ha encontrado en vosotros una actitud mariana de “meditar en el corazón” (cf. Lc Lc 2,19 Lc Lc 2,51), por medio del rezo del Rosario, que acostumbráis a recitar como quien habla con su madrecita querida, confiándole vuestros gozos y penas. ¿No es verdad que, gracias a esta profunda devoción mariana, habéis sabido defenderos contra las espinas y las piedras de que nos habla la parábola del sembrador, y que no hubieran dejado fructificar la Palabra de Dios? Os invito pues a perseverar en esta práctica mariana tan querida por la Iglesia y por el Papa.

3. La semilla sembrada por Jesús necesita encontrar hoy como ayer corazones y hogares que se abran generosamente al mensaje evangélico de las bienaventuranzas y del mandamiento del amor. Vosotros sois “como una muchedumbre inmensa... de toda nación, razas, pueblos y lenguas” (Ap 7,9). Gracias a vuestra fidelidad a la Palabra de Dios, a las exigencias del bautismo y al amor que se aprende en la celebración eucarística, sois como aquella muchedumbre descrita por San Juan en el Apocalipsis: «Vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos... gritan con fuerte voz: “La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero”» (Ibíd. 7, 9-10).

Por este tesoro de vuestra fe, que guardáis celosamente como una herencia incomparable que no queréis cambiar por bienes efímeros y engañosos, y que valientemente defendéis ante el proselitismo de las sectas, quiero dar gracias a Dios con vosotros, recordando brevemente la historia de vuestra evangelización e instándoos a proseguirla con entusiasmo, hasta transformaros vosotros mismos en misioneros de vuestros hermanos que pueblan el Paraguay de hoy.

Dios ha sido bueno con vuestro pueblo, guiándolo con una providencia especial, que ha marcado vuestra historia con el signo de la cruz salvífica de Cristo. Para agradecer al Señor el don de la fe, hay que reconocer también esta historia de gracia, pues si un pueblo perdiera sus raíces culturales y religiosas, perdería también su propia identidad. Reconocer y agradecer los comienzos de la evangelización de vuestro pueblo es el mejor modo de prepararse para una nueva evangelización.

4. La Iglesia, como bien sabéis, se está preparando para celebrar el V centenario de la evangelización de América Latina. Estos cinco siglos de presencia de la Buena Nueva en este continente de la esperanza, ha de ser un potente llamado a todos, Pastores y fieles, a asumir con responsabilidad la misión de difundir la luz de Cristo para que brille cada vez con mayor intensidad en las conciencias y en los corazones de todos los habitantes de estas tierras.

El pueblo paraguayo es un pueblo constituido en su inmensa mayoría por fieles católicos, que sienten con sano orgullo su condición de hijos de la Iglesia y de hijos de Dios. Vosotros sois los dignos herederos de aquellos hombres y mujeres que os trajeron la semilla de la fe.

722 Ndaiporiko, a yby’ari, mba’evé tuichavéva pe Ñandeyara Jesucristo ñe’ engüégüi. Pe ñangarekókena pe fe cristiana pe rekóva rehe. Pe ñangarekó, pe mo mbareté ha pe mo mba’ apó mboraybundive, tekoyoyá, ñepytyvó ha yekopytype. (No hay en este mundo nada que sea más valioso que la Palabra de Nuestro Señor Jesucristo. Debéis conservar vuestra fe con gran cuidado. Debéis conservarla y hacerla cada vez más firme en la práctica del amor, la justicia, la solidaridad y la concordia).

La implantación de la Iglesia en el Paraguay ha quedado vinculada a la incansable y sacrificada labor apostólica de los grandes evangelizadores de los siglos XVI y XVII, quienes llegaron a la que en otro tiempo se llamaba Provincia Gigante de las Indias, y que se extendía mucho más allá de las actuales fronteras del Paraguay.

Figuras como las de San Roque González de Santa Cruz y compañeros mártires, a quienes he tenido el gozo de canonizar en la misma tierra por la que entregaron sus vidas, fray Luis Bolaños, fray Alonso de San Buenaventura, fray Juan de San Bernardo y tantos otros, sembraron la semilla evangélica que a lo largo del tiempo iría echando raíces hasta penetrar en el alma de la sociedad paraguaya.

La primera evangelización del Paraguay corrió a cargo de padres mercedarios, dominicos, jesuitas, franciscanos y de sacerdotes seculares, venidos de España, los cuales esparcieron a manos llenas la buena semilla del Evangelio. A aquella labor inicial vino a sumarse el trabajo apostólico de tantos catequistas laicos, hombres y mujeres, que colaboraron con los párrocos en el campo de la catequesis mayor, llamada también “conferencias”. La obra evangelizadora se fue desarrollando dentro de un ambiente en el que fueron conservados y promovidos los valores de las culturas autóctonas. Los nuevos pueblos que nacían a la fe fueron dejándose penetrar, generación tras generación, por la doctrina de salvación, bajo la guía de los abnegados misioneros, los cuales convivían con el hombre paraguayo en los bosques y en las encomiendas, en las situaciones de libertad y en las de explotación, participando de su estilo de vida, de sus usos y costumbres, y hablando su propio idioma.

5. Fray Luis Bolaños, el gran misionero que recorrió pueblos y reducciones a lo largo y ancho del Paraguay, tradujo al guaraní el catecismo mínimo del Concilio de Lima del año 1583, que había presidido Santo Toribio de Mogrovejo. Durante mucho tiempo este catecismo fue el gran instrumento de evangelización del Paraguay. El obispo franciscano fray Martín Ignacio de Loyola – sobrino del fundador de la compañía de Jesús– convocó el Sínodo de Asunción de 1603, donde se decidió que la evangelización de los indios debía hacerse en lengua guaraní, adoptando además como catecismo oficial el “Catecismo limense” que había traducido fray Luis Bolaños. Los primeros misioneros comprendieron muy bien que toda evangelización debía efectuarse en el contexto cultural de los pueblos evangelizados, si de veras se quería llegar a su mente y a su corazón.

Es digno de ser notado que los primeros evangelizadores se preocuparon por responsabilizar también a los laicos en la misión de la Iglesia favoreciendo las asociaciones piadosas, caritativas y catequísticas, que daban marco comunitario y público a las expresiones de la fe. La Tercera Orden Franciscana y otras asociaciones desarrollaron, al respecto, una relevante labor en el terreno de la formación cristiana de la familia y de la catequesis.

Junto a esta constante solicitud por encarnar en las nuevas culturas el mensaje salvador de Cristo, mediante la palabra y los sacramentos, hay que destacar también la actitud de aquellos celosos misioneros en lo que se refiere a la defensa de los indígenas frente a los abusos a que, a veces, se veían sometidos.

El camino de la evangelización continuó abriéndose paso con empuje en los siglos venideros a pesar de que no faltaron situaciones difíciles, contra las cuales tuvo que enfrentarse la Iglesia, y que constituyen páginas gloriosas de la historia de la cristianización del Paraguay.

6. A la vista de este breve panorama de la evangelización de vuestro país, el Sucesor de Pedro, compartiendo vuestro mismo sentir, da fervientes gracias a Dios porque la semilla de los primeros sembradores que llegaron a vuestra tierra ha dado el fruto prometido por Jesús.

Mas las glorias del pasado no han de ser sino estimulo para acometer nuevas empresas. Y hoy como ayer el mensaje cristiano ha de continuar suscitando nuevos apóstoles que hagan presente en la sociedad el amor multiforme de Cristo, que salva y llama a una mayor fraternidad a cuantos forman parte de la gran familia paraguaya.

Queridos hermanos y hermanas: El mejor modo de agradecer el don de la evangelización consiste en colaborar activa y responsablemente en la acción evangelizadora actual. La semilla de la Palabra de Dios sigue cayendo en vuestros corazones. ¿Cómo lograr hoy que esta semilla siga encontrando una “tierra buena” que produzca el ciento por uno? Hay que disponerse, pues, para emprender una nueva evangelización que salve los valores recibidos del pasado y que los sepa insertar, adaptándolos, con fidelidad y generosidad, a las nuevas circunstancias.

723 También a vuestro pueblo han llegado las repercusiones de una concepción de la vida que coloca el poseer por encima del ser; la ganancia y el afán de dominio por encima de la persona humana y sus necesidades. No faltan tampoco ideas y prácticas materialistas que imponen nuevos modos de comportamiento y que relativizan principios fundamentales de la moral cristiana, como si estuvieran a merced de los cambios de cada época.

Como consecuencia de ello surgen las dudas sobre la fe. Hay personas que se sienten turbadas y confusas, casi amedrentadas, con el riesgo de encerrarse todavía más en un cristianismo sin influencia en la vida social, económica y política. Como ya indicó mi venerado predecesor el Papa Pablo VI, se necesita una nueva evangelización “a causa de las situaciones de descristianización frecuentes en nuestros días, para gran número de personas que recibieron el bautismo, pero viven al margen de toda vida cristiana; para las gentes sencillas que tienen una cierta fe, pero conocen poco los fundamentos de la misma; para los intelectuales que sienten necesidad de conocer a Jesucristo bajo una luz distinta de la enseñanza que recibieron en su infancia, y para otros muchos” (Evangelii nuntiandi
EN 52).

7. ¡Amadísimos hijos y hijas del Paraguay! El divino Sembrador, por medio del Sucesor de Pedro, os llama de nuevo a recibir la semilla evangélica para hacerla fructificar en vuestros corazones, en vuestras familias, en vuestros pueblos y en toda la vida social. Estoy seguro de que esta semilla evangélica, que os convierte en otros tantos sembradores y apóstoles, va a encontrar una tierra abonada, sin espinas ni abrojos. Deseo que “la Palabra de Cristo habite en vosotros en toda su riqueza” (Col 3,16), “para que la Palabra del Señor siga propagándose” (2Th 3,1).

A vosotros os llamo a construir la sociedad en el amor y en la solidaridad cristiana. Como escribí en mi reciente Encíclica sobre la preocupación social de la Iglesia, “la solidaridad nos ayuda a ver al “otro” –persona, pueblo o nación–, no como un instrumento cualquiera para explotar a poco costo su capacidad de trabajo y resistencia física, abandonándolo cuando ya no sirve, sino como un “semejante” nuestro, una “ayuda” (cf. Gen Gn 2,18 Gen Gn 2,20), para hacerlo partícipe como nosotros del banquete de la vida al que todos los hombres son igualmente invitados por Dios. De aquí la importancia de despertar la conciencia religiosa de los hombres y de los pueblos” (Sollicitudo rei socialis SRS 39).

A todos, os llamo, pues, a colaborar en la nueva evangelización, que debe “alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación” (Evangelii nuntiandi EN 19).

8. ¿Cómo conseguir, pues, que vuestra fe no solamente resista las embestidas de ideologías y praxis que atentan a los principios cristianos, sino que se convierta en transformadora de vuestras vidas, evangelizadora de la sociedad entera?

Lo primero que se necesita para que vuestra fe cristiana se haga evangelizadora es una “profunda renovación interior” (Ad gentes AGD 35). A partir de esta renovación, sabréis hacer llegar el anuncio evangélico a todos los rincones de vuestra tierra, hasta la raíz de las nuevas situaciones sociales e incluso más allá de vuestras fronteras.

Vuestros obispos os han trazado un Plan de pastoral de la Iglesia en el Paraguay, a fin de “evangelizar el hombre paraguayo en su cultura”. Se trata de una cultura básicamente cristiana, de un substrato católico que se debe revitalizar dándole simultáneamente expansión y dimensiones acordes con las exigencias del mundo moderno. El pueblo cristiano del Paraguay saldrá airoso de las pruebas y desafíos si sabe actualizar su fe con la luz del Evangelio en la animación integral de la vida individual, familiar y ciudadana.

Sabéis muy bien que la evangelización es tarea de todos: Pastores y fieles, sacerdotes y laicos.

El Concilio Vaticano II ha puesto suficientemente de relieve el papel que corresponde al laico católico en la misión de la Iglesia. Su primer deber, nos dice, es el de ser verdaderos apóstoles, porque el apostolado que se realiza personalmente “es el principio y la condición de todo apostolado seglar, incluso del asociado, y nada puede sustituirlo” (Apostolicam Actuositatem AA 16).

Pero ¿cómo podrá el cristiano ser apóstol, cómo podrá transmitir a los demás la verdad de Cristo, si él mismo no lo ha puesto en el centro de su vida?

724 9. Por esto precisamente quiero recordaros que “la consigna principal que el Vaticano II ha dado a todos los hijos y hijas de la Iglesia es la santidad... La tensión a la santidad es el punto clave de la renovación delineada por el Concilio” (Ángelus del 29 de marzo de 1987).

Esta es, fundamentalmente, la obra evangelizadora que necesita nuestro tiempo. Comprendéis que no se trata de un programa circunstancial; antes bien, la santidad es la plenitud de la vocación cristiana, que debe ser vivida por todos los miembros de la Iglesia y anunciada con nuevo ardor al mundo entero. En cada hombre o mujer redimido por Cristo debe encontrar un eco vital este mandato del Maestro, que es la síntesis de su enseñanza: “Sed perfectos, como es perfecto vuestro Padre celestial” (
Mt 5,48).

Aní kena ikangyti, aní kena ipiruti pe nde apytepe ko Ñandeyara teeté ha Ta’yra Jesucristo rehe perekova yeroviá ha mborayhú. (Que no se debilite ni se agoste entre vosotros la fe en Dios y en Jesucristo, así como su amor).

El Concilio Vaticano II proclamó solemnemente la vocación universal a la santidad (cf. Lumen gentium, cap. V), e hizo ver que ella “constituye un título del honor del laicado católico y el secreto para realizar totalmente el propio papel en la Iglesia y en la sociedad” (Ángelus del 29 de marzo de 1987). Los obispos de todo el mundo, al finalizar el último Sínodo, han vuelto también a enseñarlo: “Es en el puesto que (los laicos) ocupan en la vida donde tienen que buscar la santidad: en la familia, la profesión, la cultura, las responsabilidades sociales y políticas” (Sínodo de los Obispos 1987, Propositiones finales, 29 de octubre de 1987),

La razón última de la evangelización es, por tanto, ir a las raíces de nuestro ser de hijos de Dios para tender decididamente a la santidad. Si esta tensión es auténtica, sus frutos no tardarán en aparecer: habrá una solícita preocupación por los más pobres y necesitados; por los que sufren y padecen enfermedad; por los que no tienen techo ni alimento; por los que desconocen la paz de Dios. La práctica de la justicia y de la misericordia serán las reglas de la conducta privada y pública; las preocupaciones ajenas se harán propias. En una palabra: la “civilización del amor” será una realidad; por lo menos alzará los pasos para ser una realidad.

10. Y, podemos preguntarnos: ¿Cuál es el papel de los sacerdotes, de los religiosos y religiosas en esta nueva evangelización a la que nos convoca la proximidad del V centenario de la llegada de la fe a este continente? Ayer, en la catedral de Asunción, reflexionábamos sobre los criterios que han de orientar al Pastor de almas, al agente pastoral en su tarea evangelizadora.

Dejadme ahora añadir esto en Encarnación: ¿Cómo se renovaría el sacrificio de la Cruz si no hubiera sacerdotes? ¿Cómo se alimentarían las almas con el pan eucarístico, cómo renovarían sus fuerzas en la reconciliación si no hubiera sacerdotes? Si ellos faltaran, ¿a dónde irían los fieles laicos a buscar la Palabra de Dios, el consejo prudente, la sabiduría de la verdad revelada?

¿Quiénes atenderían tantas labores imprescindibles de promoción social, de educación y de asistencia, si faltaran los sacerdotes, las religiosas y los religiosos, que por la salvación de los hombres han ofrecido a Cristo su vida entera? ¿Cómo respiraría el cuerpo de la Iglesia sin la oración incesante de las almas consagradas a Dios?

¡Hermanos y hermanas paraguayos! ¡Rezad por vuestros sacerdotes y pedid a Dios que envíe más vocaciones al sacerdocio! ¡Invocad a la Santísima Virgen, sobre todo con el rezo del Santo Rosario, para pedirle que suscite más decisiones de entrega a Dios! Sin vocaciones sacerdotales y religiosas, la nueva evangelización sería una ilusión imposible. Con ellas, en cambio, está asegurado el ardor apostólico de todo el Pueblo de Dios.

11. ¡Cómo me gustaría, amados hijos y hijas del Paraguay, continuar esta conversación con cada uno de vosotros! Mirando a los jóvenes quisiera transmitirles el “sígueme” del Señor (cf. Mc Mc 10,21). Entrando en cada uno de vuestros hogares, quisiera sentirme envuelto por vuestra religiosidad y, al mismo tiempo, llamaros a seguir con fidelidad y generosidad las enseñanzas evangélicas. Quisiera hablar de tú a tú con todos los que buscáis la verdad, la luz, el bien. Quisiera comunicarme con todos los que sufrís la soledad, el dolor o la marginación, para anunciaros que podéis “completar los sufrimientos de Cristo por el bien de su cuerpo que es la Iglesia”(Col 1,24). Quisiera sembrar en el corazón de cada católico paraguayo todo el Evangelio, para que fructifique el ciento por uno, hasta el punto de que cada bautizado se convierta en un santo y en un apóstol.

Estos son mis deseos, en este momento en que agradezco con vosotros el don de la fe recibida hace ya casi cinco siglos, en este bendito pueblo que posee un corazón y un lenguaje lleno de armonía y abierto al universo.

725 Que la Virgen María, la Pura y Limpia Concepción, os conserve y aumente vuestro amor a Jesús crucificado, para que vuestras vidas se orienten hacia la Eucaristía y hacia el mandamiento del amor.

Ta imbareté ha to mimbí kena opa ara ko mborayhú ha yeroviá pe recova Tupasý Caacupé, Virgen María rehe. (Que se fortalezca y que irradie siempre este amor y confianza que tenéis en la Virgen María de Caacupé).

A todos os bendigo de corazón.



B. Juan Pablo II Homilías 716