B. Juan Pablo II Homilías 725


VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

SANTA MISA EN LA EXPLANADA DEL SANTUARIO MARIANO DE CAACUPÉ



Miércoles 18 de mayo de 1988



“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1,28).

1. ¡Cuántas personas han saludado a María con estas venturosas palabras, pronunciadas par primera vez en Nazaret! ¡En cuántas lenguas y escritos de la gran familia humana!

“Llena de gracia”. Así se dirige el mensajero divino a la Virgen María.

Estas palabras son un eco de la eterna bendición con que Dios ha vinculado la humanidad redimida a su Eterno Hijo: “El nos eligió en la persona de Cristo antes de crear el mondo..., predestinándonos a ser sus hijos adoptivos” (Ep 1,4-5).

Al aceptar la Virgen el mensaje traído por el ángel, la eterna bendición divina descendió con la virtud del Altísimo sobre Ella y la cubrió con su sombra: “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús.. María respondió: Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,31 Lc 1,38).

Estamos viviendo en toda la Iglesia, amadísimos hermanos y hermanas, el Año Mariano. En este año dedicado a María, me es grato poder visitar el Pueblo de Dios que vive en esta tierra del Paraguay: un país, podríamos decir, eminentemente mariano, ya que en su geografía ha quedado claramente inscrito, en hermosa secuencia de nombres, el Evangelio de los misterios de María: Concepción, Encarnación, Asunción.

Che corazoité güivé, po ma maiteí; ha hianteté cheve Ñandeyara ta pende rovasá ha to hykuavó pende apytepe i mborayhú ha i ñe’e marangatú (De todo corazón os saludo y deseo que Dios os bendiga y derrame entre vosotros su amor y su palabra santa)

726 2. En este santuario nacional de Nuestra Señora de los Milagros de Caacupé quiero abrazar, en mi saludo de fe y amor a la Virgen, al Pastor de la diócesis, junto con todos los hermanos en el Episcopado que nos acompañan; asimismo saludo con afecto a los sacerdotes y seminaristas, a los religiosos y religiosas y a toda la Iglesia en el Paraguay que viene a este santuario como a su propio hogar, porque es la casa de la Madre común.

Contemplando la imagen bendita de Nuestra Señora de Caacupé, parece como si se rehiciera la misteriosa trama de una historia secular, en la que coincide felizmente para esta nación la llegada del mensaje cristiano de salvación y la presencia maternal de María en estas tierras.

Se ha cumplido también aquí lo que tantas veces hemos visto en otros lugares: con la llegada del Evangelio, anunciando a Cristo, se hace a la vez presente su Madre, que es también Madre de los discípulos de Jesús y que congrega a todos sus hijos en la Iglesia, que es la familia de Dios. De este modo se realiza sin cesar el misterio de la comunidad eclesial, reunida en torno a María, como en el Cenáculo.

Caacupé es el lugar que María misma quiso elegir –como atestiguan los sencillos signos y testimonios que nos ha transmitido la historia de este santuario– para quedarse en medio de vosotros, para fijar en medio de estas montañas su morada, con un gesto exquisito de amor maternal y de fidelidad a su misión universal.

Este santuario nacional, con su fuerza “atractiva y irradiadora”, es lugar bendito donde encontraréis siempre a la Madre que Cristo nos ha entregado en el testamento de amor de la cruz (cf
Jn 19,27) .

Peregrinar a Caacupé, como soléis hacer con tanto fervor en torno al 8 de diciembre, cuando desde los cuatro puntos cardinales del Paraguay venís para congregaros aquí, es ir a ese encuentro con la Madre de Dios para consolidar la fe y la gracia de Dios en vosotros, y poder abrir de par en par los espacios de vuestro corazón a Cristo, el Redentor (cf. Redemptoris Mater RMA 28)

Caacupé es el núcleo de esa geografía mariana, tan plásticamente expresada en los nombres de vuestras ciudades, que perpetúan la memoria de los principales misterios de María.

3. “Alégrate, llena de gracia”.

Cuando escuchamos estas palabras, nuestro pensamiento se vuelve hacia ese misterio en el que la Iglesia venera a Aquella que fue predestinada a ser, por su Inmaculada Concepción, la Madre del Verbo Eterno de Dios.

¡Concepción!

La Iglesia confiesa que este misterio se ha llevado a cabo en previsión de los méritos de Cristo. Aquella que iba a ser la Madre del Redentor, fue la primera en ser redimida. Fue redimida en el momento de su Concepción, ya que la herencia del pecado original no afectó para nada su ser humano.

727 Por obra de su Hijo, María era ya santa y inmaculada ante Dios desde el primer momento de su concepción.

¡Concepción!

Nuestros corazones van, al mismo tiempo, hacia la ciudad que en vuestra tierra lleva precisamente este mismo nombre, mientras mi voz quiere hacerse cercana de modo particular a todos y cada uno de los hijos de aquella amada diócesis.

El misterio de la Concepción Inmaculada de la Virgen María expresa de manera plena la fidelidad de Dios a su plan de salvación. María, la llena de gracia, la mujer nueva, ha sido “como plasmada y hecha una nueva criatura por el Espíritu Santo” (Lumen gentium
LG 56). En Ella, Dios ha querido dejar bien grabadas las huellas del amor con que ha rodeado desde el primer instante a la que iba a ser la Madre del Verbo Encarnado.

Ante nuestros ojos María da testimonio del amor infinito de Dios, de la gratuidad con que nos elige, de la santidad con que quiere adornar a todos sus hijos adoptivos, los que recibirán, por medio de su Hijo, Jesús, la bendición de lo alto para ser “santos y irreprochables ante él por el amor” (Ep 1,4).

De esta forma, como afirma el Concilio Vaticano II, la Virgen María es Estrella de la Evangelización, presencia evangelizadora con todos sus misterios, ya que “por su íntima participación en la historia de la salvación reúne en sí y refleja en cierto modo las supremas verdades de la fe, cuando es anunciada y venerada” (Lumen gentium LG 65).

4. “Alégrate, llena de gracia”.

En nuestro mundo y en nuestro tiempo, cuando tanto se insiste en el poder de la fuerza, del saber y de la técnica, parece como si no quedara lugar para los pobres, para los sencillos. Mas la Virgen María, en el misterio de su Concepción Inmaculada, proclama que el poder viene de Dios, que la sabiduría verdadera tiene en El su origen.

Así lo entienden también los sencillos, los limpios de corazón (cf. Mt Mt 5,8), a quienes el Padre revela sus secretos (cf. Ibíd., 11, 25). Así lo entendéis vosotros, paraguayos, que, generación tras generación, peregrináis a este santuario donde la Madre de Dios ha querido visitaros y quedarse entre vosotros para compartir vuestros sufrimientos y alegrías, vuestras dificultades y esperanzas.

De un modo particular se encomiendan a su protección las familias campesinas del Paraguay que, guiadas por su fe sencilla, visitan llenas de confianza este santuario.

A vosotros, queridos campesinos, que a base de sudor y esfuerzo cultiváis la tierra, se dirige también mi palabra de aliento y esperanza.

728 Vosotros, con vuestro trabajo, ofrecéis a la sociedad unos bienes que son necesarios para su sustento.

Apelo, por ello, al sentido de justicia y solidaridad de las personas responsables para que vuestros legítimos derechos sean convenientemente tutelados, y que sean garantizadas las formas legales de acceso a la propiedad de la tierra, revisando aquellas situaciones objetivamente injustas a las que el campesino más pobre puede verse sometido (cf. Laborem Execerns, 21).

Sed, amados campesinos, mediante vuestro trabajo honrado y apoyándoos en adecuadas formas de asociación para la defensa de vuestros derechos, los artífices de vuestro propio desarrollo integral, marcándolo con el sello de vuestra connatural humanidad y de vuestra concepción cristiana de la vida.

En María se cifran las esperanzas de los más pobres y olvidados. Ella, que es como la síntesis del Evangelio, “nos muestra que es por la fe y en la fe, según su ejemplo, como el Pueblo de Dios llega a ser capaz de expresar en palabras y de traducir en su vida el misterio del deseo de salvación y sus dimensiones liberadoras en el plano de la existencia individual y social” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Libertatis Conscientia, 97).

María es signo inconfundible de que Dios se adelanta siempre a nosotros con su amor. Ella canta con todo su ser que es gracias cuanto recibimos de Dios. La Virgen es también nuestra verdadera educadora en el camino de la fe. En efecto, el que cree acoge la Palabra de Dios, la verdad y la vida en plenitud que nos ofrece por mediación de su Hijo Jesucristo, en quien “nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales” (
Ep 1,3). El hombre de fe se abandona completamente a Dios, que es Amor y que nos ha dejado en María el signo de su victoria sobre el pecado (Redemptoris Mater RMA 11).

5. “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo”, dice a María el ángel. “No temas... porque has encontrado gracia ante Dios” (Lc 31,30).

¿Es posible pensar en algo más grande? ¿Puede haber una gracia, un don más excelso que éste: ser Madre de Dios? ¿Puede existir una dignidad más grande?

¡El Verbo de Dios se encarnó en las entrañas de la Virgen María!

¡Encarnación!

¡El misterio de la Encarnación! Mi recuerdo va también en estos momentos a la ciudad que lleva este nombre de entrañable evocación, con cuyos hijos tuve la dicha de encontrarme esta mañana en una inolvidable celebración de fe y amor. Desde este centro mariano insisto en el mensaje que tiene cumplimiento en el hecho histórico de la Encarnación. ¡Que Dios habite constantemente en medio de vosotros! ¡Que sea el Emmanuel de las generaciones que se sucederán a través de los tiempos en vuestra tierra! Desde este santuario María, la Madre de Jesús, sigue proclamando el misterio del Verbo hecho carne que ha puesto su tienda en medio de nosotros y por medio de su Espíritu nos ha hecho capaces de ser hijos de Dios (cf. Jn Jn 1,14).

María ha sido esa tierra virgen en la que el Espíritu ha hecho germinar el Verbo de vida para nuestra naturaleza humana. Ella nos anuncia y garantiza la verdad de la Encarnación.

¡Encarnación!

729 María, la Virgen de Nazaret, al habla con el mensajero de Dios que pide su consentimiento para entrar en la historia de los hombres, continúa en la Iglesia de todos los tiempos esta misión singular: ofrecernos a Cristo, manifestarlo, indicarlo como único Salvador. Como hizo en Belén con los pastores, y más tarde con los Magos venidos de Oriente.

Además, precisamente porque Ella ha experimentado dentro de sí, como ninguna otra criatura, el amor de Dios hacia la humanidad, nos está diciendo con su nombre dulce y suave, con su presencia solícita en medio del Pueblo de Dios, también en el Paraguay, que Jesús es para siempre el Emmanuel, el Dios con nosotros; que el Evangelio se inserta felizmente en cada cultura y en cada nación, purificando y elevando todo lo que es auténticamente humano.

6. Modelos eximios, que han sabido encarnar el mensaje cristiano en las culturas, siguen siendo San Roque González de Santa Cruz y compañeros mártires, a quienes he tenido el gozo de canonizar en Asunción, en nombre de toda la Iglesia.

Al igual que aquellos evangelizadores del pueblo guaraní, también el Papa, postrado a los pies de la Santísima Virgen de los Milagros, aquí en Caacupé, desea expresar el respeto y aprecio que le merecen los valores que informan y dan vigor a vuestras culturas autóctonas.

Por ello, os aliento a conservar con sano orgullo las mejores tradiciones y costumbres de vuestro pueblo, a cultivar el idioma, las expresiones artísticas y, sobre todo, a afianzar más y más el profundo sentimiento religioso. Defendiendo vuestra identidad, además de prestar un servicio, cumplís un deber: el deber de transmitir vuestra cultura y vuestros valores a las generaciones venideras. De este modo, la nación entera se sentirá enriquecida, al mismo tiempo que la común fe católica impulsará a todos a abrir el corazón a los hermanos, sin excluir a nadie, en un esfuerzo solidario por trabajar con tesón en favor de la patria y del bien común.

Es bien sabido, amados hermanos y hermanas, que tanto en la vida de los nativos como de los campesinos no faltan dificultades y problemas. No pocas veces han sido objeto de marginación y olvido. La Iglesia de hoy, como hizo la Iglesia del pasado con figuras como San Roque González, fray Luis Bolaños y tantos otros misioneros, quiere apoyar decididamente las demandas de respeto a sus legítimos derechos, sin por ello dejar de recordarles sus deberes.

Este caminar solidario con los hermanos, potenciando sus valores y animando desde dentro su cultura, ocupa una parte sustancial en la perspectiva y en la realidad cumplida por el misterio de la Encarnación. Misterio de una presencia de Dios entre nosotros, de una comunión de Dios con nosotros, de la unidad indisoluble entre el amor a Dios y el amor a los hermanos, porque con su Encarnación el Hijo de Dios “se ha unido en cierto modo con cada hombre” (Gaudium et spes
GS 22).

¿No proclama la Virgen con su cántico del Magníficat que la verdad sobre Dios que salva no puede separarse de la manifestación de su amor por los pobres y humildes? Esta es la verdad salvadora que nos propone María con el misterio de la Encarnación.

7. Como podéis ver, la misma geografía de vuestra patria nos orienta hacia la peregrinación de fe en la que María, presente en el misterio de Cristo y de la Iglesia, precede al Pueblo de Dios, lo evangeliza y lo alienta en sus dificultades.

Los paraguayos han experimentado en lo íntimo la presencia continua de la Madre de Dios en este paraje, sereno y de singular belleza, casi oculto entre montes y cerros. Y han comprobado la eficacia de su mediación por los frutos de gracia y de santidad que desde aquí ha derramado sin cesar sobre su pueblo querido. En las horas difíciles de la historia de la nación, en los momentos de tribulación y de dolor, los paraguayos han dirigido su mirada hacia Caacupé, faro luminoso de su fe, en el cual han encontrado energías suficientes para motivar el heroísmo, la generosidad, la esperanza.

La mirada retrospectiva hacia el pasado de una maravillosa historia de fe, no nos exime del deber de una confrontación con los problemas presentes y con el futuro de la Iglesia y de la nación.

730 María, la mujer nueva, desde Caacupé, con su presencia eclesial, con su mediación materna, a la que con tanta hondura religiosa se encomiendan todos los paraguayos, os está diciendo que no se puede construir el futuro sin la luz del Evangelio.

8. La Virgen Madre, tras su Asunción a los cielos, vive en la gloria de la Majestad de Dios para dar testimonio del destino de todos los hombres.

Vive en presencia de Dios para interceder por nosotros. Su misión es, en efecto, la de hacer presente y acercar cada vez más los misterios de Cristo, el Emmanuel: Acercar Dios a los hombres y acercar los hombres a Dios.

Sí. Los hombres... y todas las naciones.

Que Dios realice esto en vuestra tierra paraguaya; en medio de todos los ciudadanos y de todos los grupos sociales. Que sea una realidad en vuestro país la justicia de Dios en favor de los pobres, como cantamos en el Magníficat de María; entre pobres y ricos, entre los que gobiernan y los que son gobernados. Que madure en todas estas dimensiones la justicia divina y al mismo tiempo la justicia humana.

Tupasý Caacupé, remimbíva ko cerro pâ’umé, ayeruré ndeve che corazôite guivé, re hovasá haguá ha reñangarekó haguá opa ara ko Paraguay retâ rehe.(Virgen de Caacupé, que irradias luz desde esta serranía, te pido de todo corazón que bendigas y que cuides en todo tiempo a esta nación paraguaya).

Madre de Dios, Tú que eres la “figura” de la Iglesia, haz que ella, siempre fiel a su divino Fundador, cumpla su misión evangelizadora en esta tierra, en donde los mismos nombres de las ciudades proclaman “las grandes obras de Dios” (Cf. Hch
Ac 2,11), los acontecimientos de la salvación que Dios mismo ha vinculado a Ti en la historia de la humanidad: Concepción - Encarnación -Asunción.

“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”.

Amén.





1989



IV JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD



Domingo de Ramos 19 de marzo de 1989



1. «Os digo que, si éstos callan, gritarán las piedras» (Lc 19,40).

731 Así respondió Jesús cuando se le pidió que hiciera callar a sus discípulos, que habían ido con El a Jerusalén: “Reprende a tus discípulos” (Lc 19,39).

Jesús no los reprendió.

Jesús, mientras bajaba del Monte de los Olivos, no impide a la multitud que lo salude aclamando: “¡Hosanna!”.

¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto” (Lc 19,28).

En otra ocasión Jesús se había alejado entre la multitud, que quería proclamarlo rey. Esto sucedió después de la milagrosa multiplicación de los panes, cerca de Cafarnaún. Esta vez los peregrinos pascuales “se pusieron a alabar a Dios a gritos por todos los milagros que habían visto” (cf. Lc Lc 19,37).

Ahora Jesús no se aleja de ellos. No hace prohibiciones. No hace callar a los que gritan. No impide que alfombren el camino con sus mantos. Más aún, replica a los fariseos: “Si éstos callan, gritarán las piedras”.

Jesús sabe que ha llegado el momento de que se deje oír este grito ante las puertas de Jerusalén. Sabe que ya ha “llegado su hora”.

2. Esta hora —su hora— está inscrita eternamente en la historia de Israel. Y está también inscrita en la historia de la humanidad, así como Israel está inscrito en esta historia: ¡El pueblo elegido!

“Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor”.

Este pueblo ha fijado en su memoria el paso de Dios. Dios ha entrado en su historia, comenzando por los patriarcas, por Abraham. Y después a través de Moisés.

Dios ha entrado en la historia de Israel corno Aquel que “Es” (cf. Ex Ex 3,14).

732 “Es” en medio de todo lo que pasa. Y “Es” con el hombre. “Es” con el pueblo que ha elegido.

Yahvé —Aquel que “Es”— hizo salir a su pueblo de Egipto, de la casa de esclavitud y de opresión. Mostró de forma visible el invisible “poder de su derecha”.

No es sólo el Dios lejano de majestad infinita, Creador y Señor de todas las cosas. Se ha convertido en el Dios de la Alianza.

Los peregrinos que se dirigen a Jerusalén —y entre ellos Jesús de Nazaret— van allí para las fiestas pascuales. Para alabar a Dios por el milagro de la noche pascual en Egipto. Por la noche del éxodo.

El Señor pasó por Egipto e Israel salió de la casa de la esclavitud. Este es el Dios que libera, el Dios-Salvador.

3. “Bendito el rey que viene en el nombre del Señor”.

¡Estas palabras las pronuncian los labios de los hijos y de las hijas de Israel! Este pueblo espera una nueva venida de Dios, una nueva liberación. Este pueblo espera al Mesías, al Ungido de Dios, en quien está la plenitud del reino de Dios entre los hombres. Este reino lo habían representado en la historia los reyes terrenos de Israel y de Judá, el mayor de los cuales fue David: el rey-profeta.

El Mesías tenía que significar la plenitud del reino de Dios entre los hombres.

¿Y acaso también el reino terreno? ¿Y acaso también la liberación de la esclavitud de Roma?

Los hombres que cantan: “Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor”, dan testimonio de la verdad. ¿Acaso no viene de Dios Aquel que ha manifestado en medio de ellos tantos signos del poder de Dios? ¿Aquel que tinos días antes resucité a Lázaro?

¡Bendito!

733 Dan testimonio de la verdad. No podía faltar este testimonio. Si éstos callasen, entonces gritarían las piedras.

4. Jesús entra en Jerusalén al son de este testimonio. Va hacia su “hora”, en la que se revela la plenitud del reino de Dios en la historia del hombre.

El mismo lleva dentro de Sí esta plenitud. Es comienzo del reino de Dios en la tierra. El mismo Padre le dio este signo. Ese reino debe crecer por El y para El entre los hombres, debe permanecer y crecer en toda la familia humana.

Jesús conoce bien el camino que conduce a El.

El sabe que, “a pesar de su condición divina” (
Ph 2,6), tenía que “despojarse de su rango, tomando la condición de esclavo, pasando por uno de tantos” (cf. Flp Ph 2,7).

Sabe que El —Hijo de la misma substancia del Padre, “Dios de Dios, Luz de Luz”, y al mismo tiempo verdadero hombre “y actuando como un hombre cualquiera” (Ph 2,7)— debe “rebajarse hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz” (cf. Flp Ph 2,8).

Jesús sabe que ésta es precisamente su “hora”. Que esta “hora” ya está cerca. En efecto, precisamente para ella —para esa “hora”— El ha “venido al mundo” (cf. Jn Jn 12,27).

En su humillación, en su cruz, en su muerte oprobiosa, Dios, —“Aquel que es”— pasará por la historia del hombre. Pasará mucho más de cuanto haya pasado la noche del éxodo de la esclavitud de Egipto.

Y, mejor aún: liberará.

Precisamente por medio de esa obediencia filial hasta la muerte: liberará.

Esta será la liberación del mal fundamental que, a partir de la “desobediencia” originaria, pesa sobre el hombre como pecado y como muerte.

734 5. Por lo tanto, los labios de los hombres anuncian la verdad; las voces de los jóvenes dan testimonio de la verdad.

“Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor”.

Esto sucederá —dentro de unos días— cuando el Rey será coronado de espinas y lo verán agonizando en la cruz, que lleva la inscripción: “Este es Jesús, el rey de los judíos” (cf. Mt
Mt 27,37).

Precisamente a través de este escarnio, a través de este oprobio, pasará Aquel que es.

Pasará mucho más, de modo aún más definitivo que la noche de la primera pascua en Egipto.

Pasará por la tumba, en la que depositarán al Crucificado. Y se revelará en el signo más grande: en el signo de la muerte vencida por la Vida.

Realmente en este signo se encierra la misma plenitud divina de su reinado. Cristo sigue su “hora”. Es la hora de la exaltación:

«Por eso Dios lo levantó... y le concedió el “Nombre-sobre-todo-nombre”» (Ph 2,9).

“Bendito el que viene... en nombre del Señor”.

6. Desde entonces, desde su Resurrección Cristo vive.

Y, con su misterio pascual, “viene en el nombre del Señor” a las generaciones humanas siempre nuevas.

735 En El permanece, hasta el fin del mundo, la venida de Dios: de Aquel que es.

Todos vosotros que estáis reunidos en la Pascua de la Nueva y Eterna Alianza —sobre todo vosotros, jóvenes— estad junto a Jesucristo a lo largo de la Semana Santa. A lo largo de estos próximos días que contienen dentro de sí una especial memoria de “su hora”.

Es bueno que estéis aquí para “alabar a Dios” en el misterio de su paso pascual a través de la historia del hombre.

Es bueno que se deje oír vuestra voz.

¡Realmente, si vosotros calláis, gritarán las piedras!

Vuestra voz, hoy, aquí en Roma, será también un anuncio de la que queréis oír —estoy seguro— el próximo mes de agosto, con ocasión de la Jornada mundial de la Juventud, en el santuario de Santiago de Compostela, donde nos volveremos a encontrar juntos para ese importante acontecimiento eclesial. Así, hoy empezará, en cierto modo, ese “camino de Santiago” que habrá de convertiros a vosotros, queridos jóvenes, en otros peregrinos de la fe cristiana.

¡Aquel que Es, Dios, el Dios Vivo, espera vuestra voz, la voz de los hombres vivos, la voz de los jóvenes!



VIAJE PASTORAL A SANTIAGO DE COMPOSTELA Y ASTURIAS


CON MOTIVO DE LA IV JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD


SANTA MISA EN EL MONTE DEL GOZO




Domingo 20 de agosto de 1989



1. «Vendrán pueblos y habitantes de grandes ciudades, y los de una ciudad irán a otra, diciendo: Vayamos a implorar al Señor, a consultar al Señor de los ejércitos» (Za 8,20-21).

¡Saludo cordialmente a todos los presentes!

¡Habitantes de numerosas ciudades! ¡Representantes de muchos pueblos y naciones! Llegados aquí no sólo de Galicia, de España entera, de toda Europa, desde el Atlántico hasta los Urales, sino también de América del Norte y de América Latina, del Oriente Medio, de África, de Asia y de Oceanía.

736 Asimismo me es grato saladar a los jóvenes que han venido de tantas comunidades parroquiales y diocesanas, movimientos y grupos de la Iglesia de Dios.

Saludo a los jóvenes presentes en esta celebración eucarística y a todos vuestros coetáneos, dondequiera que se encuentren.

Os he invitado a esta peregrinación con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud del Año del Señor 1989. Os agradezco vivamente vuestra presencia.

2. Este lagar está unido a la memoria del Apóstol de Jesucristo. Uno de los dos hermanos Zebedeos: Santiago, hermano de Juan. Por el Evangelio conocemos el nombre de su padre y conocemos también a su madre. Sabemos que ella intervino ante Jesús en favor de sus hijos: «que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda» (
Mt 20,21).

La madre se preocupó por asegurar el futuro de sus hijos. Observaba todo lo que Jesús hacía: había visto el poder divino que acompañaba a su misión. Creía ciertamente que El era el Mesías anunciado por los profetas. El Mesías que iba a restablecer el reino de Israel (cf. Hch Ac 1,6).

No hay que maravillarse de la actitud de esta madre. No hay que maravillarse de una hija de Israel que amaba a su pueblo. Y amaba a sus hijos. Deseaba para ellos lo que consideraba un bien.

3. He aquí a Santiago, hijo de Zebedeo, pescador como su padre y su hermano; hijo de una madre decidida.

Santiago siguió a Jesús de Nazaret cuando el Maestro, respondiendo a la pregunta de su madre, les dijo: «¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?» (Mt 20,22). Santiago y su hermano Juan responden sin dudar: «Lo somos» (ib.).

Esta no es una respuesta calculada, sino llena de confianza.

Santiago no sabía aún, y en todo caso no lo sabía totalmente, qué significaba este «cáliz». Cristo hablaba del cáliz que El mismo había de beber: el cáliz que había recibido del Padre.

Llegó el momento en que Cristo llevó a cabo lo que había anunciado antes: bebió hasta la última gota el cáliz que el Padre le habla dado.

737 Verdaderamente, en el Gólgota Santiago no estaba con su Maestro. Tampoco estaban Pedro ni los demás Apóstoles. Junto a la Madre de Cristo permaneció únicamente Juan; solamente él.

Sin embargo, más tarde todos comprendieron ?y Santiago comprendió? la verdad sobre el «cáliz». Comprendió que Cristo había de beberlo hasta la última gota. Comprendió que era necesario que sufriera todo eso; que sufriera la muerte de cruz...

Cristo, en efecto, el Hijo de Dios, «no ha venido para que le sirvan, sino para dar su vida en rescate por muchos» (
Mt 20,28).

¡Cristo es el servidor de la Redención humana!

Por esto: «el que quiera ser grande de entre vosotros, que sea vuestro servidor» (Mt 20,26).

4. A través de los siglos gente de muchas ciudades y de muchas naciones ha venido en peregrinación hasta aquí; hasta el Apóstol al que Cristo había dicho: «mi cáliz lo beberás».

Han peregrinado los jóvenes para aprender junto a la tumba del Apóstol aquella verdad evangélica: «el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor».

En estas palabras se encuentra el criterio esencial de la grandeza del hombre. Este criterio es nuevo Así fue en tiempos de Cristo y lo sigue siendo después de dos mil años.

Este criterio es nuevo. Supone una transformación, una renovación de los criterios con que se guía el mundo. «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros» (Mt 20,25-26).

El criterio con el que se guía el mundo es el criterio del éxito. Tener el poder... Tener el poder económico para hacer ver la dependencia de los demás. Tener el poder cultural para manipular las conciencias. ¡Usar... y abusar!

Tal es el «espíritu de este mundo».

738 ¿Quiere esto decir acaso que el poder en sí mismo es malo? ¿Quiere esto decir que la economía ?la iniciativa económica? es en sí misma mala?

¡No! De ninguna manera. Una y otra cosa pueden ser también un modo de servir. Este es el espíritu de Cristo, la verdad del Evangelio. Esta verdad y este espíritu están expresados en la Catedral de Santiago de Compostela por el Apóstol, que ?según el deseo de su madre? debía ser el primero, pero ?siguiendo a Cristo? se convirtió en servidor.

5. ¿Por qué estáis aquí vosotros jóvenes de los años noventa y del siglo veinte? ¿No sentís acaso también dentro de vosotros «el espíritu de este mundo», en la medida en que esta época, rica en medios del uso y del abuso, lucha contra el espíritu del Evangelio?

¿No venís aquí tal vez para convenceros definitivamente de que «ser grandes» quiere decir «servir»? Pero. . . ¿estáis dispuestos a beber aquel cáliz? ¿Estáis dispuestos a dejaros penetrar por el cuerpo y sangre de Cristo, para morir al hombre viejo que hay en nosotros y resucitar con El? ¿Sentís la fuerza del Señor para haceros cargo de vuestros sacrificios, sufrimientos y «cruces» que pesan sobre los jóvenes desorientados acerca del sentido de la vida, manipulados por el poder, desocupados, hambrientos, sumergidos en la droga y la violencia, esclavos del erotismo que se propaga por doquier...? Sabed que el yugo de Cristo es suave... Y que sólo en El tendremos el ciento por uno, aquí y ahora, y después la vida eterna.

6. ¿Por qué estáis aquí vosotros, jóvenes de los años noventa y del siglo veinte? ¿No sentís también dentro de vosotros «el espíritu de este mundo»? ¿No venís tal vez ?vuelvo a decirlo? para convenceros definitivamente de que «ser grandes» quiere decir «servir»? Este «servicio» no es ciertamente un mero sentimiento humanitario. Ni la comunidad de los discípulos de Cristo es una agencia de voluntariado y de ayuda social. Un servicio de esta índole quedaría reducido al horizonte de «espíritu de este mundo». ¡No! Se trata de mucho más. La radicalidad, la calidad y el destino del «servicio», al que todos somos llamados, se encuadra en el misterio de la Redención del hombre. Porque hemos sido criados, hemos sido llamados, hemos sido destinados, ante todo y sobre todo, a servir a Dios, a imagen y semejanza de Cristo que, como Señor de todo lo creado, centro del cosmos y de la historia, manifestó su realeza mediante la obediencia hasta la muerte, habiendo sido glorificado en la Resurrección (cf. Lumen gentium
LG 36). El reino de Dios se realiza a través de este «servicio», que es plenitud y medida de todo servicio humano. No actúa con el criterio de los hombres mediante el poder, la fuerza y el dinero. Nos pide a cada uno de nosotros la total disponibilidad de seguir a Cristo, el cual «no vino a ser servido sino a servir».

Os invito, queridos amigos, a descubrir vuestra vocación real para colaborar en la difusión de este Reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, el amor y la paz. Si de veras deseáis servir a vuestros hermanos, dejad que Cristo reine en vuestros corazones, que os ayude a discernir y crecer en el dominio de vosotros mismos, que os fortalezca en las virtudes, que os llene sobre todo de su caridad, que os lleve por el camino que conduce a la «condición del hombre perfecto» ¡No tengáis miedo a ser santos! Esta es la libertad con la que Cristo nos ha liberado (cf. Gál Ga 5,1). No como la prometen con ilusión y engaño los poderes de este mundo: una autonomía total, una ruptura de toda pertenencia en cuanto criaturas e hijos, una afirmación de autosuficiencia, que nos deja indefensos ante nuestros limites y debilidades, solos en la cárcel de nuestro egoísmo, esclavos del «espíritu de este mundo», condenados a la «servidumbre de la corrupción» (Rm 8,21).

Por esto, pido al Señor que os ayude a crecer en esta «libertad real» como criterio básico e iluminador de juicio y de elección en la vida. Esa misma libertad orientará vuestro comportamiento moral en la verdad y en la caridad. Os ayudará a descubrir el amor auténtico, no deteriorado por un permisivismo alienante y deletéreo. Os hará personas abiertas a una eventual llamada a la donación total en el sacerdocio o en la vida consagrada. Os hará crecer en humanidad mediante el estudio y el trabajo. Animará vuestras obras de solidaridad y vuestro servicio a los necesitados en el cuerpo y en el alma. Os convertirá en «señores» para servir mejor y no ser «esclavos», víctimas y seguidores de los modelos dominantes en las actitudes y formas de comportamiento.

7. Servir: ser hombre para los demás.

Esta es también la verdad que el Apóstol Pablo enseña de modo muy elocuente en la segunda lectura de la liturgia de este día.

«No os estiméis en más de lo que conviene, sino estimaos moderadamente, según la medida de la fe que Dios otorgó a cada uno» (Rm 12,3).

Y el Apóstol añade: «los dones que poseemos son diferentes» (Rm 12,6).

739 ¡Sí! Es necesario conocer bien qué dones te ha concedido Dios en Cristo. Es menester conocer bien el don recibido, para saber darlo a los demás. Para contribuir al bien común.

Sí. Es necesario conocer bien qué dones te ha concedido Dios en Cristo. Es necesario conocer bien el don recibido en la propia experiencia de vida familiar y parroquial, en la participación asociativa, en el florecimiento carismático de los movimientos, para saber darlo a los demás. Para enriquecer así la comunión y el impulso misionero de la Iglesia. Para ser testigos de Cristo en el barrio y en la escuela, en la universidad y en la fábrica, en los lugares de trabajo y de diversión... Para contribuir al bien común, como servidores de experiencias de crecimiento en humanidad; experiencias de dignidad y solidaridad, en las que los jóvenes sean auténticos protagonistas de formas de vida más humanas.

8. Así enseña el Apóstol. Y lo que dice no es una mera enseñanza, sino una ferviente llamada.

«Que vuestra caridad no sea una farsa; aborreced lo malo y apegaos a lo bueno; como buenos hermanos, sed cariñosos unos con los otros, estimando a los demás más que a uno mismo. En la actividad, no seáis descuidados; en el espíritu, manteneos ardientes. Servid constantemente al Señor. Que la esperanza os tenga alegres: estad firmes en la tribulación, sed asiduos en la oración, contribuid en las necesidades del Pueblo de Dios; practicad la hospitalidad» (
Rm 12,9-13).

¿No lo dice él tal vez particularmente a vosotros. a los jóvenes?

¿Vuestro ser jóvenes no es sensible precisamente a este programa de vida y de comportamiento, a este mundo de los valores?

¿No se abre hacia este mundo? Y si, por casualidad, siente las resistencias que vienen de dentro, o bien de fuera, ¿no está vuestro ser jóvenes dispuesto a luchar precisamente por semejante «forma» de vida?

Esta forma ha sido dada a la vida humana por Cristo. El sabe lo que hay dentro del hombre (cf. Jn Jn 2,25).

«Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación» (Gaudium et spes GS 22).

¡Queridos jóvenes, dejaos prender por el! Sólo Cristo es el camino, la verdad y la vida como, en la admirable síntesis evangélica, proclama el lema de nuestra Jornada Mundial.

El Monte del Gozo, donde se juntaban los peregrinos, nos hace recordar una de las características más hermosas de Santiago y de su Camino: la universalidad.

740 Os invito a que os sigáis manteniendo, como siempre lo hicisteis, en los vínculos de la catolicidad.

9. Habéis venido en peregrinación hasta aquí, a la tumba del Apóstol, el cual puede confirmar de primera mano, por decirlo así, la verdad sobre la vocación del hombre, cuyo punto de referencia es Cristo. Venís para encontrar vuestra propia vocación.

Os acercáis al altar para ofrecer, con el pan y el vino, vuestra juventud, la búsqueda de la verdad, así como lo bueno y lo bello que hay en vosotros.

Toda esta inquietud creativa.

Todos los sufrimientos de vuestros corazones jóvenes.

10. Estando en medio de vosotros, quiero decir con el Salmista: He aquí que «la tierra ha dado su cosecha» (Sal 66/67, 7), el fruto más precioso: el hombre, la juventud humana.

Resplandezca ante vosotros el rostro de Dios, que se refleja en el rostro humano de Cristo, Redentor del hombre.

«Alégrense y exulten las gentes» (Sal 67/66, 5).

Que vuestros coetáneos, al contemplar vuestra peregrinación, puedan exclamar:

«Queremos ir con vosotros, pues hemos oído que Dios está con vosotros» (
Za 8,23).

Esto os desea el Papa, el Obispo de Roma, que ha participado con vosotros en esta peregrinación a Santiago de Compostela.




B. Juan Pablo II Homilías 725