B. Juan Pablo II Homilías 740

VIAJE PASTORAL A SANTIAGO DE COMPOSTELA Y ASTURIAS


CON MOTIVO DE LA IV JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD




PARA LOS FIELES DE ASTURIAS


741

Aeroclub de Llanera - Principado de Asturias

Domingo 20 de agosto de 1989



1. “Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad...”.

La Iglesia repite cada día estas palabras en la celebración de la Santísima Eucaristía, en la ofrenda del pan.

Amadísimos hermanos y hermanas aquí presentes:

Deseo meditar con vosotros esta bendición litúrgica. La verdad sobre la santificación del trabajo humano halla en esta bendición su expresión más sencilla y, a la vez, mas plena.

Sí, “el trabajo del hombre” forma parte del Sacrificio de Cristo. Encuentra su lugar allí donde está la “fuente de vida y de santidad”.

En esta Santa Misa que estoy celebrando en medio de vosotros, que sois Iglesia viva, santuario de Dios, no podía faltar mi saludo fraterno y afectuoso, que va dirigido cordialmente a todos y cada uno de los asturianos. Asimismo, correspondo a la visita que me hicisteis en Roma un grupo numeroso de fieles, acompañados por vuestros Obispos y Autoridades del Principado, con motivo de la canonización de vuestro primer santo, San Melchor de Quirós, lo cual ha constituido un momento de legítimo gozo para esta Comunidad eclesial de Oviedo.

Como Sucesor de Pedro, llego con la esperanza de ejercer entre vosotros la misión que Cristo me ha confiado de confirmar en la fe a los hermanos. Vengo deseoso de alentar vuestras tareas evangelizadoras y animar vuestra copiosa y fecunda labor misionera que ha impulsado a tantos hermanos y hermanas vuestros a proclamar la Buena Nueva de la salvación en otros continentes, particularmente en África y América. Deseo citar, a modo de ejemplo, la cooperación generosa que dais a otras Iglesias hermanas necesitadas en Burundi, Guatemala, y desde hace poco tiempo en Benín. Todo esto habla en favor de la catolicidad de la Iglesia de Dios en Oviedo.

Me es grato saludar asimismo a los Pastores y fieles de las diócesis de Astorga, León y Santander, que forman parte de esta provincia eclesiástica, así como a cuantos siguen esta liturgia a través de la radio o la televisión.

2. ¡Señor, Dios del universo! Ante todo queremos meditar el misterio de la creación, o sea, la verdad sobre tu paternal generosidad. Pues la creación es el don primero y fundamental. Todo cuanto existe, existe gracias a Ti que, por ser Único, “eres la Existencia”. Gracias a Ti, cuyo nombre (como sabemos por el libro del Éxodo y el testimonio de Moisés) es: “El que es”.

742 Por tanto, sólo Tú, “El que es”, eres principio y fin.

En Ti “vivimos, nos movemos y existimos” (
Ac 17,28).

La creación del hombre es una dádiva singular, ya que el ser humano –el hombre y la mujer– ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, su Creador.

“Y los bendijo Dios y les dijo:
Creced, multiplicaos,
llenad la tierra y sometedla...
Y vio Dios todo lo que había hecho:
y era muy bueno”.

3. Así pues, el comienzo del trabajo humano está dentro del misterio de la creación, aquel admirable “trabajo” del mismo Creador.

La narración del Libro del Génesis nos hace ver a Dios creador que, a semejanza del hombre, trabaja durante seis días para descansar el séptimo.

El trabajo humano conlleva dos elementos. El primero es el talento; el segundo, la fatiga. El talento es lo que cada hombre recibe del Creador por medio de sus padres; y también directamente, por medio de los demás, del medio ambiente, de los educadores y los maestros.

743 La parábola de los talentos, que acabamos de leer, nos está indicando que el talento debe ser bien utilizado; no puede ser desperdiciado (“escondido en tierra”). Para utilizar los talentos el hombre debe afrontar la fatiga del trabajo.

Esta “fatiga” no es otra cosa que el esfuerzo de la inteligencia y de la voluntad de cada hombre para dominar el don que le es ofrecido gratuitamente por el Creador y el patrimonio transmitido por la cultura a la que pertenece.

De este modo desarrolla los “talentos” recibidos merced a su laboriosidad; los hace crecer; hace que correspondan cada vez más a las necesidades presentes y futuras. La historia del trabajo es, bajo esta perspectiva, el desarrollo creador de esta “fatiga” humana ante la conciencia continuamente renovada de las necesidades, incolmables por su naturaleza; así como el desarrollo de las posibilidades que surgen del patrimonio de los “talentos”, o sea, las cosas y los conocimientos acumulados en el pasado.

Por lo tanto, el trabajo nunca es la aplicación de una fuerza anónima, sino una expresión dinámica de la cultura. Aquí se inserta el sentido primordial y subjetivo de esta “fatiga” para dominar la tierra: es un acto de una persona “imagen de Dios”, es decir, un sujeto “capaz de decidir acerca de sí y que tiende a realizarse a sí mismo” (Laborem Exercens
LE 6). El trabajo no debe limitarse a la producción eficiente de las cosas en el ámbito de la máquina social, sino que debe ser, sobre todo, humanización de la naturaleza y crecimiento del hombre en su humanidad, elemento decisivo de la prueba de la verdad sobre el hombre.

Esta base ética del trabajo –verificable según tenga en cuenta la dignidad de las personas que trabajan y sus relaciones de libertad y solidaridad– juzga toda pretensión de no dar responsabilidad al hombre reducido a simple engranaje de una máquina que se mueve según presuntas leyes inexorables de las cosas. Toda la sabiduría encerrada en la admirable máxima “ora et labora” –reza y trabaja– se basa en la correlación entre “talentos” y “fatiga”, entre iniciativa soberana de Dios y colaboración libre del hombre. Se enriquecen mutuamente la contemplación del don y la laboriosidad responsable. ¡Que el trabajo sea una experiencia de síntesis entre la belleza, la verdad y el bien para una vida cada vez más humana!

4. Esto mismo lo indica también el Salmo de la liturgia de hoy. Mientras la parábola del Evangelio de Mateo habla de la necesidad de la fatiga, para que el trabajo humano pueda dar los frutos adecuados, el Salmo indica la ayuda y la cooperación de Dios mismo, sin las cuales el trabajo puede llegar a ser inútil.

“Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles” (Ps 127 [126], 1).

Todos sabemos bien que una casa no se construye sin el trabajo humano. Sin embargo el Salmista indica, al mismo tiempo, un aspecto fundamental para toda la “espiritualidad” del trabajo humano.

En efecto, mediante el trabajo el hombre construye constantemente sobre lo que ya ha sido creado. La obra del Creador está siempre al principio.

5. Son ciertamente extraordinarios y admirables los progresos científicos y tecnológicos que han disminuido la “fatiga” de los hombres, perfeccionando su trabajo y multiplicando los bienes disponibles para satisfacer sus necesidades. ¿Cómo no ver en ello el cumplimiento, por parte del hombre, del mandato de Dios de someter y dominar la tierra? Y, no obstante, la referencia a Dios como creador y principio ha sido ofuscada en el hombre de nuestra civilización urbano-industrial. Las grandes “conquistas” cegaron a los hombres, sometidos a la tentación del Génesis. La ruptura de su pertenencia como creatura corresponde al desatarse de su voluntad de poder.

De ahí la radical ambivalencia del progreso obtenido, donde el dominio cada vez mayor sobre las cosas va acompañado por la desorientación sobre el sentido de la vida del hombre, donde el gran desarrollo técnico del trabajo no consigue realizar los principios esenciales de dignidad y solidaridad, provocando consecuentemente una mayor masificación, desinterés y explotación; donde el hombre pasa de ser dominador de la naturaleza a ser su destructor. El mandatario libre y responsable en la obra de la creación quiere ser ahora el “dueño”. Se reconoce autosuficiente; no cree tener necesidad de la “hipótesis Dios”. Separa el “ora” y el “labora”. Se abandona a su voluntad de poder. Y termina así por toparse con el hecho de que toda sociedad que se construye sin Dios se vuelve posteriormente contra el mismo hombre, constructor de “torres de Babel”. ¿No está a la vista de todos el fracaso de las sociedades del materialismo ateo con su organización colectivista-burocrática del trabajo humano? Pero no tiene ciertamente menores problemas la sociedad neocapitalista, preocupada a menudo por los beneficios, lo cual puede alterar el justo equilibrio del mundo laboral; sociedad afectada también por una creciente cultura materialista.

744 6. La tarea de los cristianos hoy, para el bien de todos los hombres, es pues testimoniar con las obras de su trabajo una auténtica humanización de la naturaleza, dejando en ella una huella de justicia y belleza, manifestando el verdadero sentido humano del trabajo y rindiendo de este modo obediencia y gloria al Creador. Ante todo, se trata de reconstruir en el mundo del trabajo y de la economía un sujeto nuevo, portador de una nueva cultura del trabajo. No es suficiente que cada uno ejerza bien el papel de empresario, sindicalista o político, consumidor o economista, que le ha sido asignado por la estructura social; es preciso realizar hechos nuevos, intentar obras nuevas, nuevas iniciativas, nuevas formas de solidaridad y organización del trabajo basadas en esta cultura.

El impulso para emprender tales obras puede derivar sólo del sentido de “gratuidad” que nace, antes que cualquier cálculo de conveniencia, de la conciencia de pertenecer a un destino común de liberación inscrito en la economía de la creación y de la redención. Precisamente por esto, las obras del trabajo del hombre serán juzgadas sobre todo por las mismas palabras del evangelio de hoy: “Muy bien... empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu Señor” (
Mt 25,21 Mt 25,23).

7. Dado que el trabajo tiene esta dimensión definitiva, es menester, por consiguiente, practicar lo que dice San Pablo en la Carta a los Colosenses: “Lo que hacéis, hacedlo con toda el alma, como para servir al Señor... en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él” (Col 3,23 Col 3,17).

Y por último:

“Por encima de todo, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada” (ib. 3, 14). Porque la medida fundamental y definitiva del valor del trabajo humano es la caridad.

Trabajad “con amor”, no solamente con las manos y la mente, sino unidos a Cristo.

8. “Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad”.

“Sabiendo que recibiréis del Señor en recompensa la herencia” (Col 3,24). Con esta herencia se mide, definitivamente, el valor, el valor intransferible y eterno de todo trabajo humano.

La caridad es la clave de esta herencia.



VIAJE PASTORAL A SANTIAGO DE COMPOSTELA Y ASTURIAS


CON MOTIVO DE LA IV JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD




Basílica de Covadonga

Lunes 21 de agosto de 1989

745 Amadísimos hermanos en el Episcopado,
queridos hijos e hijas:

1. “¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios!” (
Ps 87 [86], 3).

El salmista se prodiga en expresiones de alabanza a Jerusalén, la ciudad de Dios. Proclama la gloria de Sión, cuyas puertas son las que “prefiere el Señor”.

Sión, la montaña del Señor sobre la cual, como cimiento, está fundada la ciudad del Dios vivo: la ciudad que fue testigo de la Pascua, esto es, del Paso Salvador de Dios.

Y para este Paso de salvación estaba previsto un lugar: el Cenáculo de Jerusalén, donde se reunieron los Apóstoles después de la Ascensión del Señor. Allí permanecieron unidos en oración “Junto con algunas mujeres, entre ellas María, la madre de Jesús, y con sus hermanos” (Ac 1,14).

Allí se prepararon para el acontecimiento de Pentecostés.

2. ¡“Qué pregón tan glorioso para ti”, santuario de Covadonga, Cueva de nuestra Señora!

Desde hace siglos se reúnen aquí asiduamente en oración generaciones de discípulos de Cristo, los hijos y las hijas de esta tierra de Asturias y de España. Se reúnen “con María”. Y la oración “con la Madre de Jesús” prepara, de una manera particular, los caminos de la venida del Espíritu.

Este es el misterio de la Sión jerosolimitana. Este y no otro es el misterio de los santuarios marianos. Este es también el misterio del santuario de la Santina de Covadonga, donde, desde hace siglos, la Esposa del Espíritu Santo, la Virgen María, está rodeada de veneración y amor.

Después de haber estado como peregrino en Compostela, he querido subir hasta aquí, a la montaña santa de Covadonga, tan unida por la historia a la fe de España.

746 Mi más cordial saludo se dirige en primer lugar a Su Alteza Real Don Felipe de Borbón, felizmente vinculado a este lugar Mariano, como Príncipe de Asturias.

Asimismo, pláceme renovar mi fraterno saludo al señor arzobispo de Oviedo, monseñor Gabino Díaz Merchán, y a su auxiliar, así como a los queridísimos asturianos. Este saludo se extiende también a los amadísimos Pastores de las diócesis hermanas de Astorga, León y Santander que, acompañados de numerosos fieles, han venido a esta solemne Eucaristía.

3. Todos juntos ensalzamos en este día a la Esposa del Espíritu Santo. Fue a Ella sola, a quien el Ángel mensajero de Dios anunció en Nazaret: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios” (
Lc 1,35). María dio su consentimiento diciendo: “Hágase en mí según tu palabra” (ib. 1, 38). Y desde entonces quedó convertida en el santuario más santo de la historia de la humanidad.

¡María, Hija admirable de Sión!

He aquí que la vemos en camino hacia la casa de su prima Isabel. Esta, a su vez, iluminada por el Espíritu Santo, reconoció en María este santísimo santuario:

“¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!”.
“¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?” (ib. 1, 42-43).

Con estas palabras inspiradas, ella tributó a María la primera bienaventuranza del Nuevo Testamento: la bienaventuranza de la fe de María:

“Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (ib. 1, 45).

4. El Papa sucesor de Pedro, “que confiesa su fe” en este santuario vivo, que es la Virgen de Nazaret, sube también hoy a la montaña, a Covadonga, la Casa de la Señora, para proclamar a María ¡Bendita, feliz, dichosa! Se cumplirá así la profecía de la Virgen del Magnificat: “Desde ahora me felicitarán todas las generaciones” (cf ib. 1, 38).

María es “la que ha creído”. Es la creyente por excelencia, que ha dado su consentimiento a las palabras del Ángel y a la elección del Señor. En esta narración evangélica se nos desvela el misterio de la fe de María.

747 Para poder anunciar esta verdad acerca de la Madre del Redentor es necesario recorrer el admirable “itinerario de la fe” que conduce de Nazaret a Belén, del templo de Jerusalén –el día de la presentación del Niño Jesús– a Egipto, adonde huye en compañía de su esposo y su hijo, por temor de Herodes; y más tarde, tras la muerte de éste, regresa de nuevo a Nazaret. Así van pasando los años de la vida oculta de Jesús.

Cuando Jesús da comienzo a su misión mesiánica, el itinerario mariano de la fe pasará por Caná de Galilea para llegar después a su revelación culminante en el Gólgota, a los pies de la Cruz.

Y finalmente, la encontramos en el Cenáculo de Jerusalén, en la ciudad santa de Sión, donde la primera comunidad de los discípulos de Jesús, en la espera de Pentecostés, reconoce en María a Aquella “que ha creído”; la que con su fe ha hecho posible lo que ellos han podido contemplar con sus propios ojos.

María, testigo de Jesús que ha subido al cielo, es garantía del Espíritu prometido, a quien los discípulos esperan en oración unánime y perseverante.

5. En el Concilio Vaticano II, la Iglesia ha declarado que la Virgen, Santa Madre de Dios, admirablemente presente en la misión de su Hijo Jesucristo, “precedió” a toda la Iglesia en el camino de la fe, de la esperanza y de la perfecta unión con Cristo (cf. Lumen gentium
LG 58).

Desde el día de Pentecostés se mantiene en el Pueblo de Dios por toda la faz de la tierra, este admirable “preceder” en la fe. Los santuarios marianos dan testimonio eficaz de este hecho.

Y lo da también el santuario de Covadonga.

La Cueva de nuestra Señora y el santuario que el pueblo fiel ha consagrado a esta imagen “pequeñina y galana”, con el Niño en brazos y en su mano derecha una flor de oro, son un monumento de la fe del pueblo de Asturias y de España entera. La presencia de la Madre de Dios, vigilante y solícita en este lugar, realiza idealmente una unión sensible entre la primera comunidad apostólica de Pentecostés y la Iglesia establecida en esta tierra. Allí y aquí la presencia de María sigue siendo garantía de una auténtica fe católica y de una genuina esperanza nunca perdida.

En el Cenáculo los Apóstoles intensifican sin duda su cercanía afectuosa y filial a María, en quien contemplan un testigo singular del misterio de Cristo. Antes habían aprendido a mirarla a través de Jesús. Ahora aprendían a mirar a Jesús a través de la que conservaba en su corazón las primicias del Evangelio, el recuerdo imborrable de los primeros años de la vida de Cristo.

También en Covadonga los cristianos de Asturias veneráis en María a la Santa Madre de Cristo. Y Ella misma os introduce en el conocimiento de su Hijo, el Redentor del hombre.

Aquí y allí, en Covadonga y en el Cenáculo de Jerusalén, la presencia de María es garantía de la autenticidad de una Iglesia en la que no puede estar ausente la Madre de Jesús.

748 6. Así, Covadonga, a través de los siglos, ha sido como el corazón de la Iglesia de Asturias. Cada asturiano siente muy dentro de sí el amor a la Virgen de Covadonga, a la “Madre y Reina de nuestra montaña”, como cantáis en su himno.

Por eso, si queréis construir una Asturias más unida y solidaria no podéis prescindir de esa nueva vida, fuente de espiritual energía, que hace más de doce siglos brotó en estas montañas a impulsos de la Cruz de Cristo y de la presencia materna de María.

¡Cuántas generaciones de hijos e hijas de esta tierra han rezado ante la imagen de la Madre y han experimentado su protección! ¡Cuántos enfermos han subido hasta este santuario para dar gracias a Dios por los favores recibidos mediante la intercesión de la Santina!

La Virgen de Covadonga es como un imán que atrae misteriosamente las miradas y los corazones de tantos emigrantes salidos de esta tierra y esparcidos hoy por lugares lejanos.

La Virgen María, podemos decir, no es sólo la “que ha creído” sino la Madre de los creyentes, la Estrella de la evangelización que se ha irradiado en estas tierras y desde aquí, con sus hijos, misioneros y misioneras, ha llegado al mundo entero.

Covadonga es además una de las primeras piedras de la Europa cuyas raíces cristianas ahondan en su historia y en su cultura. El reino cristiano nacido en estas montañas, puso en movimiento una manera de vivir y de expresar la existencia bajo la inspiración del Evangelio.

Por ello, en el contexto de mi peregrinación jacobea a las raíces de la Europa cristiana, pongo confiadamente a los pies de la Santina de Covadonga el proyecto de una Europa sin fronteras, que no renuncie a las raíces cristianas que la hicieron surgir. ¡Que no renuncie al auténtico humanismo del Evangelio de Cristo!

7. “El la ha cimentado sobre el monte santo... y cantarán mientras danzan: Todas mis fuentes están en ti”. (
Ps 87 [86], 7)

Covadonga es también misteriosa fuente de agua que se remansa, tras brotar de las montañas, como imagen expresiva de las gracias divinas que Dios derrama con abundancia por intercesión de la Virgen María.

La ardua subida a esta montaña que muchos de vosotros seguís haciendo a pie en una noble y vigorosa experiencia de peregrinación, es el símbolo del itinerario de la fe, del recorrido solidario de los caminos del Evangelio, de la subida al monte del Señor que es la vida cristiana. ¡Cuántos peregrinos han encontrado aquí la paz del corazón, la alegría de la reconciliación, el perdón de los pecados y la gracia de la renovación interior! De esta manera la devoción a la Virgen se convierte en auténtica vida cristiana, en experiencia de la Iglesia como sacramento de salvación, en propósitos eficaces de renovación de vida.

¡María es la fuente y Cristo el agua viva!

749 Me complace saber que Covadonga es hoy lugar de peregrinación para tantos buscadores de Dios, que se manifiesta especialmente en la soledad y el silencio y se revela en los santuarios de la Madre. Aquí María, orante y maestra de oración, enseña a escuchar y a mirar al Maestro, a entrar en intimidad con El para aprender a ser discípulos, y ser después testigos del Dios vivo en una sociedad que hay que impregnar de auténtico testimonio de vida.

Aquí, en Covadonga, templó su espíritu un ilustre capellán de la Santina, Don Pedro Poveda y Castroverde, fundador de la Institución Teresiana, dedicada a la formación cristiana y a la renovación pedagógica en la España del primer tercio de este siglo. Una intuición profética, inspirada por María, para la promoción de la mujer, a través de mujeres de una auténtica transparencia mariana y un ardor apostólico típicamente teresiano. ¡Aquí nació esta obra, a los pies de la Santina!

8. Queridos hermanos y hermanas: Hemos escuchado la proclamación del Salmista: “Se dirá de Sión: Uno por uno todos han nacido en ella: el Altísimo en persona la ha fundado” (
Ps 87 [86], 5).

Así es. Cada uno de nosotros ha nacido en Sión el día de la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés. Cuando nace la Iglesia con la presencia de María. «El Señor escribirá en el registro de los pueblos: “ Este ha nacido allí ”» (ib. 6).

Aquí, en el santuario mariano de Covadonga, el pueblo que habita en la península ibérica, y en particular en la tierra de Asturias, percibe de una manera especial su nacimiento por obra del Espíritu Santo.

Porque Covadonga es seno maternal y cuna de la fe y de la vida cristiana para la iglesia que vive en Asturias. Y María es imagen y Madre de la Iglesia y de cada comunidad cristiana que escucha la palabra, celebra los sacramentos y vive en la caridad, construyendo una sociedad más fraternal y solidaria.

Escuchad lo que nos enseña el Concilio Vaticano II:

“La Virgen Santísima... dio a luz al Hijo, a quien Dios constituyó primogénito entre muchos hermanos (cf. Rm Rm 8,29), esto es, los fieles, a cuya generación y educación coopera con amor materno” (Lumen gentium LG 63).

Aquella que ha creído es también la que ha dicho:

“Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador” (Lc 1,46-47).

Ella misma. La que es santísimo santuario del Dios hecho hombre.

750 Ella misma. La que es inspiración para todas las generaciones del Pueblo de Dios en su peregrinación terrena.

María. Ella misma... comienzo de un mundo nuevo –de un mundo mejor– en Cristo Jesús.

Amén.





1990



V JORNADA MUNDIAL E LA JUVENTUD



Plaza de San Pedro

Domingo de Ramos, 8 de abril de 1990




1. “¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!... Viva el Altísimo” (Mt 21,9).

Hoy viene Jesús a Jerusalén.Y hoy es el día que la liturgia recuerda una semana antes de la Pascua.

Hoy es el día en el que las multitudes rodean a Jesús. Entre la muchedumbre están los jóvenes. Este es en especial su día. Este es vuestro día, queridísimos jóvenes —que estáis aquí en la plaza de San Pedro, y al mismo tiempo en tantos otros lugares de la tierra donde la Iglesia celebra la liturgia del Domingo de Ramos— como vuestra fiesta particular.

Este es vuestro día. Como Obispo de Roma salgo junto con vosotros al encuentro de Cristo que viene.“¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”. Junto con vosotros aquí, y junto con todos vuestros coetáneos en todas las partes del mundo. Me uno espiritualmente también a aquellos casos en los que la fiesta de la juventud se celebra en otro día del año litúrgico.

¡He aquí que la gran muchedumbre se extiende a través de las naciones y los continentes! Esta muchedumbre está en torno a Cristo, mientras entra en Jerusalén, mientras va al encuentro de su “hora”. Mientras se acerca a su misterio pascual.

2. Jesús de Nazaret hizo sólo una vez su ingreso solemne en Jerusalén para la Pascua. Y sólo una vez se cumplió lo que los próximos días confirmarán. Pero, al mismo tiempo, El permanece en esta su venida. Y ha escrito en la historia de la humanidad, una vez para siempre, lo que proclama san Pablo en la liturgia de hoy.

751 “A pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo” (Ph 2,6-9).

Jesucristo —el Hijo de Dios de la misma sustancia del Padre— se humilló como hombre..., se despojó de su rango, aceptando la muerte en la cruz, que, humanamente hablando, es el mayor oprobio.

En ese despojo Jesucristo fue exaltado por encima de todo. Dios mismo lo exaltó y unió la exaltación del Hijo a la de la historia del hombre y del mundo.

En El la historia del hombre y del mundo tienen una medida divina. “Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre” (Ph 2,11).

3. Todos nosotros, que estamos aquí presentes en la plaza de San Pedro o en cualquier otro lugar de la tierra, nosotros que entramos con Cristo en Jerusalén, profesamos, anunciamos y proclamamos el misterio pascual de Cristo que perdura. Perdura en la Iglesia y, mediante la Iglesia, en la humanidad y en el mundo.

Profesamos, anunciamos y proclamamos el misterio de esta humillación, que exalta, y de este despojo, que da la vida eterna.

En este misterio —en el misterio pascual de Cristo— Dios se ha revelado plenamente. Dios que es amor.

Y en este misterio —en el misterio pascual de Cristo— el hombre ha sido revelado plenamente. Cristo ha revelado basta el fondo el hombre al hombre, y le ha dado a conocer su altísima vocación (cf. Gaudium et spes GS 22).

Efectivamente, el hombre existe entre el limite de la humillación y del despojo a través de la muerte y el del insuprimible deseo de la exaltación, de la dignidad y de la gloria.

Esa es la medida del ser humano.Esa es la dimensión de sus exigencias terrenas. Ese es el sentido de su irrenunciable dignidad y el fundamento de todos sus derechos.

En el misterio pascual Cristo entra en esta medida del ser humano. Abraza toda esta dimensión de la existencia humana. La toma toda en sí. La confirma. Y al mismo tiempo la supera.

752 Cuando entra en Jerusalén, El va al encuentro del propio sufrimiento —y al mismo tiempo, va al encuentro del sufrimiento de todos los hombres— para revelar no tanto la miseria de ese sufrimiento cuanto más bien su poder redentor.

Cuando entra en Jerusalén, El va al encuentro de la exaltación que, en El, el Padre ofrece a todos los hombres. “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá” (
Jn 11,25).

4. Así, pues, entramos con Cristo, en Jerusalén. “Bendito el que viene en nombre del Señor”.

Caminando junto con El, somos la Iglesia que habla con las lenguas de tantos pueblos, naciones, culturas y generaciones. En efecto, ella anuncia en todas las lenguas el mismo misterio de Jesucristo: el misterio pascual. En este misterio se encierra de modo especial la medida del hombre. En este misterio la medida del hombre resulta penetrada por el poder divino, por el poder más grande que es el amor.

Todos llevamos en nosotros a Cristo, que es “la vid” (cf. Jn Jn 15,5), de la que germina la historia del hombre y del mundo. A Cristo, que es la perenne levadura de la nueva vida en Dios...

Bendito el que viene...

¡Hosanna!
* * *

Anuncio a los jóvenes reunidos en la plaza de San Pedro


Sigue todavía vivo en todos nosotros el recuerdo del gran encuentro en Santiago de Compostela el verano pasado y, mientras hoy se celebra la V Jornada mundial de la Juventud en todas las diócesis del mundo, nuestros ojos miran ya a la próxima etapa de esta peregrinación espiritual hacia el tercer milenio. Por tanto, invito a vosotros, jóvenes de todos los continentes, a reunirnos todos juntos, en agosto del año 1991, en el santuario de la Virgen de Czestochowa, que desde hace más de 600 años constituye el corazón de la historia del pueblo polaco, para celebrar juntos la VI Jornada mundial de la Juventud.

El tema para este encuentro lo constituirán las palabras de san Pablo a los Romanos: "Recibisteis un espíritu de hijos" (Rm 8,15).

753 En la época que estamos viviendo, marcada por profundos cambios sociales, este espíritu de hijos de Dios constituye el verdadero elemento propulsor de la historia de los pueblos y de la vida de las personas, porque revela las raíces profundas de la dignidad del hombre y la grandeza de su vocación.

¡Que os enseñe María a vivir como verdaderos hijos de Dios Padre!


* * *

Saludos al final de la Misa


A los numerosos jóvenes de España y América Latina deseo agradecer su ferviente presencia en esta V Jornada mundial de la Juventud. Como recuerdo de este encuentro, llevad a vuestras familias y a vuestros coetáneos el afectuoso saludo del Papa. Decid sobre todo a los alejados o indiferentes que Cristo, en quien está injertada la nueva humanidad, les invita a seguirlo; El siempre está presente en el camino de la vida.

De corazón os imparto la bendición apostólica, que extiendo complacido a vuestros seres queridos y a todos vuestros compañeros.

Un saludo muy cordial a todos los jóvenes de lengua alemana que han venido a Roma con ocasión de la Jornada mundial de la Juventud. Un saludo particular a los numerosos peregrinos alemanes que se encuentran estos días en la Ciudad Eterna. Que la participación espiritual en la Semana Santa y en la resurrección de nuestro Señor os dé esperanza para la verdadera vida aquí y en la eternidad. ¡Os imparto mi bendición deseándoos una bendita Pascua, llena da gracia!

Queridos jóvenes de lengua francesa, os saludo muy cordialmente. Cada uno de vosotros puede y debe tener su lugar en la Iglesia. Cada uno de vosotros recibe de Dios su vida y puede corresponderle entregándose a El. ¡Que el Señor os acompañe en vuestro camino!

Doy una cordial bienvenida a todos los jóvenes del mundo que se han reunido en Roma para celebrar la Jornada mundial de la Juventud con el Papa. Queridos amigos: os animo a seguir el camino del Señor Jesús con alegría y a compartir su amistad con todos los que os encontráis. ¡Que Dios os bendiga a vosotros y a vuestras familias y os mantenga siempre unidos a El!

Saludo cordialmente a los jóvenes de lengua portuguesa: ¡Os deseo todo bien! Que la venida a Roma os proporcione gran alegría y os haga crecer en la fe, conscientes de vuestra importante misión en la Iglesia. Que cada uno se convierta en mensaje vivo para sus coetáneos y familiares de la satisfacción de ser Iglesia, en la amistad con Cristo, que es la Vida. Con mi bendición.

“Yo soy la vid, vosotros los sarmientos”.

754 Repito estas palabras a todos los jóvenes aquí presentes y a todos los jóvenes polacos que me escuchan a través de la radio y la televisión.

Al concluir esta solemne ceremonia, deseo dirigir a todos los jóvenes de lengua italiana, sobre todo a los de mi diócesis de Roma, un saludo especialmente afectuoso.

Queridos jóvenes, os doy las gracias por vuestra participación, aquí en la plaza de San Pedro, en la V Jornada mundial de la Juventud y os manifiesto mi aprecio por vuestro vivo testimonio de fe. Os digo: estad unidos a Cristo como los sarmientos a la vid. Sólo así daréis frutos abundantes para la expansión del Reino de Dios y para la edificación de un mundo nuevo.

B. Juan Pablo II Homilías 740