B. Juan Pablo II Homilías 449

449 Me alegra, por ello, que en esta fecha que recuerda el encuentro entre dos mundos, entre el continente europeo y americano, pueda el Papa reunirse con los Episcopados de la Iglesia que trajo la evangelización y de aquella que la recibió, realizando así una sola y misma Iglesia: la de Cristo.

¡Con cuánto gozo saludo hoy a esta Iglesia evangelizadora y evangelizada, que en un gran impulso de creatividad y juventud ha logrado que casi la mitad de todos los católicos estén en América Latina! De esa juventud apostólica, llena de esperanza, quiere ser hoy testimonio la multitud de jóvenes que nos acompañan en este estadio. En ellos veo representada a la juventud cristiana del continente: ¡Salve, Iglesia joven, esperanza de América Latina!

I. Tras las huellas de los evangelizadores

1. La Providencia me trae una vez más a tierras de América, a este que fue llamado el Nuevo Mundo.

Ya en el primer viaje apostólico de mi pontificado dije que quería pasar por Santo Domingo, “siguiendo la ruta que, al momento del descubrimiento del continente, trazaron los primeros evangelizadores” (Ioannis Pauli PP. II, Allocutio ad Reipublicae Praesidem et ad civiles et ecclesiasticas Auctoritates in urbe Dominicopoli habita, die 25 ian. 1979: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, II (1979) 124).

Por su parte, el Episcopado latinoamericano, en el Documento de Puebla, tuvo presente el evento de los 500 años de la evangelización y el reto que suponía para la Iglesia en este continente («Evangelización y religiosidad popular», Puebla , II cap. II, 3. 3).

También durante el viaje apostólico a España, indiqué en Zaragoza que el V centenario del descubrimiento y evangelización de América era un acontecimiento al que la Iglesia no podía faltar (Ioannis Pauli PP. II, Caesaraugustae, allocutio in honorem Beatae mariae Virginis habita, 3, die 6 nov. 1982: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, V, 3 (1982) 1179) .

Pero sobre todo, en el encuentro que tuve con el CELAM en la catedral de Puerto Príncipe (Haití), el mes de marzo del pasado año, decía que este centenario debíais celebrarlo con una “mirada de gratitud a Dios, por la vocación cristiana y católica de América Latina, y a cuantos fueron instrumentos vivos y activos de la evangelización. Mirada de fidelidad a vuestro pasado de fe. Mirada hacia los desafíos del presente y a los esfuerzos que se realizan. Mirada hacia el futuro, para ver cómo consolidar la obra iniciada”. Obra que debía ser “una evangelización nueva: nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión” (Ioannis Pauli PP. II, Allocutio in Portu Principis, ad Episcopos Consilii Episcopalis Latino-Americani sodales, habita, III, die 9 mar. 1983: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VI, 1 (1983) 698).

En esa misma línea ha tenido el propósito de moverse el CELAM, al subrayar recientemente que la celebración del centenario “que queremos preparar con años de anticipación, significa tanto el reconocimiento agradecido a quienes implantaron y transmitieron la fe en este continente, como el compromiso de mantener y aumentar esta insigne herencia” (CELAM, Mensaje ante los 500 años del descubrimiento y evangelización de América Latina).

2. Estos son los propósitos que han inspirado la decisión de preparar adecuadamente el medio milenio de la evangelización. Son también los que han movido al Papa a traer la solidaridad de la Iglesia de Roma a estas Iglesias, a impulsar con su presencia dicha preparación, para que los actos iniciados aquí en la República Dominicana constituyan en todo el continente el comienzo de una gran campaña de la fe, articulada en múltiples iniciativas de evangelización nueva, durante la novena de años que hoy inauguramos.

No podía el papa, sobre cuyo ministerio eclesial cae en primer lugar el mandato de Cristo de predicar la fe, dejar de dar su contribución personal a tal tarea, cuando se plantea para tan amplio sector de la Iglesia —toda América Latina— el propósito de una evangelización nueva. Una evangelización que continúe y complete la obra de los primeros evangelizadores.

450 II. Una mirada hacia el pasado

1. Para una mejor autoconciencia. Frente a la problemática y desafíos que la Iglesia tiene planteados para la evangelización en el momento presente, ella necesita una lúcida visión de sus orígenes y actuación.

No por mero interés académico o por nostalgias del pasado, sino para lograr una firme identidad propia, para alimentarse en la corriente viva de misión y santidad que impulsó su camino, para comprender mejor los problemas del presente y proyectarse más realísticamente hacia el futuro.

No cabe duda que esa exacta autoconciencia es prueba de madurez eclesial. Y si es verdad que de ello la Iglesia sacará motivos de conversión y mayor fidelidad al Evangelio, también podrá deducir tantas lecciones y aliento ante los problemas que encuentra su misión salvadora en cada momento de la historia.

2. Carácter providencial del descubrimiento y evangelización de América.La Carta del Papa León XIII, al concluir el IV centenario de la gesta colombina, habla de los designios de la Divina Providencia que han guiado el “hecho de por sí más grande y maravilloso entre los hechos humanos”, y que con la predicación de la fe hicieron pasar una inmensa multitud “a las esperanzas de la vida eterna” (Leonis III, Epist., die 15 iul. 1982).

En el aspecto humano, la llegada de los descubridores a Guanahani significaba una fantástica ampliación de fronteras de la humanidad, el mutuo hallazgo de dos mundos, la aparición de la Ecumene entera ante los ojos del hombre, el principio de la historia universal en su proceso de interacción, con todos sus beneficios y contradicciones, sus luces y sombras.

En el aspecto evangelizador, marcaba la puesta en marcha de un despliegue misionero sin precedentes que, partiendo de la Península Ibérica, daría pronto una nueva configuración al mapa eclesial. Y lo haría en un momento en que las convulsiones religiosas en Europa provocaban luchas y visiones parciales, que necesitaron de nuevas tierras para volcar en ellas la creatividad de la fe.

Era el prorrumpir vigoroso de la universalidad querida por Cristo, como hemos leído en San Mateo, para su mensaje. Este, tras el Concilio de Jerusalén penetra en la Ecumene helenística del Imperio Romano, se confirma en la evangelización de los pueblos germánicos y eslavos (ahí marcan su influjo Agustín, Benito, Cirilo y Metodio) y halla su nueva plenitud en el alumbramiento de la cristiandad del Nuevo Mundo. Con ello “se echan las bases de la cultura latinoamericana y de su real substrato católico” (Puebla, 412).

3. Pecado y gracia. Una cierta “leyenda negra”, que marcó durante un tiempo no pocos estudios historiográficos, concentró prevalentemente la atención sobre aspectos de violencia y explotación que se dieron en la sociedad civil durante la fase sucesiva al descubrimiento. Prejuicios políticos, ideológicos y aun religiosos, han querido también presentar sólo negativamente la historia de la Iglesia en este continente.

La Iglesia, en lo que a ella se refiere, quiere acercarse a celebrar este centenario con la humildad de la verdad, sin triunfalismos ni falsos pudores; solamente mirando a la verdad, para dar gracias a Dios por los aciertos, y sacar del error motivos para proyectarse renovada hacia el futuro.

Ella no quiere desconocer la interdependencia que hubo entre la cruz y la espada en la fase de la primera penetración misionera. Pero tampoco quiere desconocer que la expansión de la cristiandad ibérica trajo a los nuevos pueblos el don que estaba en los orígenes y gestación de Europa —la fe cristiana —con su poder de humanidad y salvación, de dignidad y fraternidad, de justicia y amor para el Nuevo Mundo.

451 Esto provocó el extraordinario despliegue misionero, desde la transparencia e incisividad de la fe cristiana, en los diversos pueblos y etnias, culturas y lenguas indígenas.

Los hombres y pueblos del nuevo mestizaje americano, fueron engendrados también por la novedad de la fe cristiana. Y en el rostro de Nuestra Señora de Guadalupe está simbolizada la potencia y arraigo de esa primera evangelización.

Pero a pesar de la excesiva cercanía o confusión entre las esferas laica y religiosa propias de aquella época, no hubo identificación o sometimiento, y la voz de la Iglesia se elevó desde el primer momento contra el pecado.

En el seno de una sociedad propensa a ver los beneficios materiales que podía lograr con la esclavitud o explotación de los indios, surge la protesta inequívoca desde la conciencia crítica del Evangelio, que denuncia la inobservancia de las exigencias de dignidad y fraternidad humanas, fundadas en la creación y en la filiación divina de todos los hombres. ¡Cuántos no fueron los misioneros y obispos que lucharon por la justicia y contra los abusos de conquistadores y encomenderos! Son bien conocidos los nombres de Antonio Montesinos, Bartolomé de Las Casas, Juan de Zumárraga, Vasco de Quiroga, Juan del Valle, Julián Garcés, José de Anchieta, José de Acosta, Manuel de Nóbrega, Roque González, Toribio de Mogrovejo y tantos otros.

Con ello la Iglesia, frente al pecado de los hombres, incluso de sus hijos, trató de poner entonces —como en las otras épocas— gracia de conversión, esperanza de salvación, solidaridad con el desamparado, esfuerzo de liberación integral.

4. Evangelización y promoción humana. Pero la labor evangelizadora, en su incidencia social, no se limitó a la denuncia del pecado de los hombres.

Ella suscitó asimismo un vasto debate teológico-jurídico, que con Francisco de Vitoria y su escuela de Salamanca analizó a fondo los aspectos éticos de la conquista y colonización. Esto provocó la publicación de leyes de tutela de los indios e hizo nacer los grandes principios del derecho internacional de gentes.

Por su parte, en la labor cotidiana de inmediato contacto con la población evangelizada, los misioneros formaban pueblos, construían casas e iglesias, llevaban el agua, enseñaban a cultivar la tierra, introducían nuevos cultivos, distribuían animales y herramientas de trabajo, abrían hospitales, difundían las artes, como la escultura, pintura, orfebrería, enseñaban nuevos oficios, etc.

Cerca de cada iglesia, como preocupación prioritaria, surgía la escuela para formar a los niños. De esos esfuerzos de elevación humana quedan páginas abundantes en las crónicas de Mendieta, Grijalva, Motolinía, Remesal y otros. ¡Con qué satisfacción consignan que un solo obispo podía ufanarse de tener unas 500 escuelas en su diócesis!

No menor interés por procurar la promoción humana en las tierras evangelizadas se nota en grandes figuras misioneras, como el Padre Kino, Fray Junípero Serra, el Beato Roque González, Antonio Vieira, que tanto hicieron por elevar el nivel humano de sus nuevas comunidades cristianas.

Al mismo tiempo se van iniciando amplias experiencias colectivas de crecimiento en humanidad y de implantación más profunda del cristianismo, en formas nuevas de vida y sociabilidad más dignas del hombre. Tales fueron los “pueblos hospitales” del obispo Vasco de Quiroga, las reducciones o colonias misioneras de los franciscanos, las extraordinarias reducciones de los jesuitas en el Paraguay, y tantas otras obras de caridad y misericordia, de instrucción y cultura.

452 En ese aspecto cultural los evangelizadores hubieron de inventar métodos de catequesis que no existían, tuvieron que crear las “escuelas de la doctrina”, instruir a niños catequistas, para superar las barreras de las lenguas. Sobre todo hubo que preparar catecismos ilustrados que explicaran la fe, componer gramáticas y vocabularios, usar los recursos de la palabra y del testimonio, de las artes, danzas y música, de las representaciones teatrales y escenificaciones de la pasión. En ese campo destacaron figuras de buenos pedagogos como Fray Pedro de Gante y otros.

Testimonio parcial de esa actividad son —en el sólo período de 1524 a 1572— las 109 obras de bibliografía indígena que se conservan, además de otras muchas perdidas o no impresas: se trata de vocabularios, sermones, catecismos, libros de piedad y de otro tipo. Son valiosísimos aportes culturales de los misioneros, que testimonian su dominio de numerosas lenguas indígenas, sus conocimientos etnológicos e históricos, botánicos y geográficos, biológicos y astronómicos, adquiridos en función de su misión. Testimonio también de que, después del choque inicial de culturas, la evangelización supo asumir e inspirar las culturas indígenas.

Los mismos concilios y sínodos locales contienen a veces, junto con sus prescripciones de carácter eclesial, interesantes cláusulas de tipo cultural y de promoción humana.

Una obra evangelizadora y promocional que ha querido continuar hasta nuestros días, a través de la educación en las escuelas y universidades, con tantas iniciativas sociales de hombres y mujeres imbuidos del ideal evangélico. Ellos tuvieron desde el principio una clara conciencia —válida siempre— de su misión: que el evangelizador ha de elevar al hombre, dándole ante todo la fe, la salvación en Cristo, los medios e instrucción para lograrla. Porque pobre es quien carece de recursos materiales, pero más aún quien desconoce el camino que Dios le marca, quien no tiene su filiación adoptiva, quien ignora la senda moral que conduce al feliz destino eterno al que Dios llama al hombre.

5. Un continente marcado por la fe católica. Un dato consignado por la historia es que la primera evangelización marcó esencialmente la identidad histórico-cultural de América Latina (Puebla, 412). Prueba de ello es que la fe católica no fue desarraigada del corazón de sus pueblos, a pesar del vacío pastoral creado en el período de la independencia o del hostigamiento y persecuciones posteriores.

Ese substrato cultural católico se manifiesta en la plena vivencia de la fe, en la sabiduría vital ante los grandes interrogantes de la existencia, en sus formas barrocas de religiosidad, de profundo contenido trinitario, de devoción a la pasión de Cristo y a María. Aspectos a tener muy presentes, también en una evangelización renovada.

Un común substrato de matriz católica, de fe común a los diversos pueblos, que demostró ya su consistencia en la capacidad de asimilar desde dentro la reforma postridentina, la renovación del Concilio Vaticano II y los impulsos madurados en Medellín y Puebla.

Un substrato que alcanzó cotas de santidad admirables en figuras tan ejemplares y cercanas a su pueblo como Toribio de Mogrovejo, Rosa de Lima, Martín de Porres, Juan Macías, Pedro Claver, Francisco Solano, Luis Beltrán, José de Anchieta, Marianita de Quito, Roque González, Pedro de Bethancur, el Hermano Miguel Febres Cordero y otros.

Un substrato con su innegable vitalidad y juventud actual; que busca formas eficaces de inserción en la sociedad de hoy; que aguarda una evangelización renovada y esperanzada, para revitalizar la propia riqueza de fe y suscitar vigorosas energías de profunda raíz cristiana; para que sea capaz de construir una nueva América Latina confirmada en su vocación cristiana, libre y fraterna, justa y pacífica, fiel a Cristo y al hombre latinoamericano.

III. Una mirada hacia el futuro: el continente de la esperanza

1. Los retos del momento: Al contemplar el panorama que se abre a la nueva evangelización, no es posible desconocer los desafíos que esa labor ha de enfrentar.

453 La escasez de ministros cualificados para tal misión, pone el primero y quizá mayor obstáculo.

La secularización de la sociedad, ante la necesidad de vivir los valores radicalmente cristianos, plantea otra seria limitación.

Las cortapisas puestas a veces a la libre profesión de la fe son, por desgracia, hechos comprobables en diversos lugares.

El antitestimonio de ciertos cristianos incoherentes o las divisiones eclesiales crean evidente escándalo en la comunidad cristiana.

El clamor por una urgente justicia, demasiado largamente esperada, se eleva desde una sociedad que busca la debida dignidad.

La corrupción en la vida pública, los conflictos armados, los ingentes gastos para preparar muerte y no progreso, la falta de sentido ético en tantos campos, siembran cansancio y rompen ilusiones de un mejor futuro.

A todo ello se añaden las insolidaridades entre naciones, un comportamiento no correcto en las relaciones internacionales y en los intercambios comerciales, que crean nuevos desequilibrios. Y ahora se presenta el grave problema de la deuda externa de los países del Tercer Mundo, en particular de América Latina.

Este fenómeno puede crear condiciones de indefinida paralización social y puede condenar naciones enteras a una permanente deuda de serias repercusiones, engendradora de estable subdesarrollo. A este propósito vienen a mi mente las palabras que pronuncié durante mi viaje apostólico a Suiza: “También el mundo financiero es un mundo humano, nuestro mundo, que está sujeto a la conciencia de todos nosotros; también aquí valen los principios éticos” (Ioannis Pauli PP. II, Homilia ad Missam in urbe «Flüeli» habita, 6, die 14 iun. 1984: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, Vii, 1 (1984) 1762).

Ante estos retos, hay muchos problemas que escapan a la posibilidad de acción y a la misión de la Iglesia. Es, sin embargo, necesario que ella redoble su esfuerzo, para hacer presente a Cristo Salvador, para cambiar corazones mediante una evangelización renovada, que sea fuente de vitalidad cristiana y de esperanza.

2. América Latina: desde tu fidelidad a Cristo, ¡resiste a quienes quieren ahogar tu vocación de esperanza!;

—la tentación de quienes quieren olvidar tu innegable vocación cristiana y los valores que la plasman, para buscar modelos sociales que prescinden de ella o la contradicen;

454la tentación de lo que puede debilitar la comunión en la Iglesia como sacramento de unidad y salvación; sea de quienes ideologizan la fe o pretenden construir una “Iglesia popular” que no es la de Cristo, sea de quienes promueven la difusión de sectas religiosas que poco tienen que ver con los verdaderos contenidos de la fe;

la tentación anticristiana de los violentos que desesperan del diálogo y de la reconciliación, y que sustituyen las soluciones políticas por el poder de las armas, o de la opresión ideológica;

—la seducción de las ideologías que pretenden sustituir la visión cristiana con los ídolos del poder y la violencia, de la riqueza y del placer;

—la corrupción de la vida pública o de los mercantes de droga y de pornografía, que van carcomiendo la fibra moral, la resistencia y esperanza de los pueblos;

la acción de los agentes del neomaltusianismo que quieren imponer un nuevo colonialismo a los pueblos latinoamericanos; ahogando su potencia de vida con las prácticas contraceptivas, la esterilización, la liberalización del aborto, y disgregando la unidad, estabilidad y fecundidad de la familia;

—el egoísmo de los “satisfechos” que se aferran a un presente privilegiado de minorías opulentas, mientras vastos sectores populares soportan difíciles y hasta dramáticas condiciones de vida, en situaciones de miseria, de marginación, de opresión;

—las interferencias de potencias extranjeras, que siguen sus propios intereses económicos, de bloque o ideológicos, y reducen a los pueblos a campo de maniobras al servicio de sus propias estrategias.

3. América Latina, fiel a Cristo, ¡aumenta y realiza tu esperanza! He aquí algunas metas para este momento tuyo:

—esperanza de una Iglesia, que firmemente unida a sus obispos —con sus sacerdotes, religiosos y religiosas al frente —se concentra intensamente en su misión evangelizadora y que lleva a los fieles a la savia vital de la Palabra de Cristo y a las fuentes de gracia de los sacramentos;

—esperanza de ulterior crecimiento de vocaciones sacerdotales y religiosas, para llevar a cabo la nueva evangelización de los pueblos latinoamericanos, a partir del rico patrimonio de verdades sobre Cristo, sobre la Iglesia y sobre el hombre, que proclamó Puebla;

—esperanza de una Iglesia fuertemente empeñada en una sistemática catequesis, que complete en los fieles la evangelización recibida;

455 —esperanza de los jóvenes, que plenamente acogidos y alimentados en su espíritu, dé a la Iglesia, en un continente de jóvenes, horizontes de vigor nuevo en su fidelidad a Dios y al hombre por El;

—esperanza de un laicado consciente y responsable, comprometido en su misión eclesial y de ordenación del mundo según Dios;

—esperanza de reconciliación entre los pueblos hermanos, desterrando guerras y violencias; para reconocerse en la unidad de una gran patria latinoamericana, libre y próspera, fundada en un común substrato cultural y religioso;

—esperanza de grupos étnicos que quieren mantener su identidad y cultura peculiar, sin renunciar a la común solidaridad y progreso, y que necesitan una más plena evangelización;

—esperanza del movimiento de los trabajadores que luchan por más dignas condiciones de vida y de trabajo; de los sectores intelectuales que reencuentran los valores éticos y culturales de su pueblo para servirlos y promoverlos; de los científicos y tecnólogos que quieren ordenar los recursos del saber a la elevación y progreso de América Latina.

4. Hacia la civilización del amor. El próximo centenario del descubrimiento y de la primera evangelización nos convoca pues a una nueva evangelización de América Latina, que despliegue con más vigor —como la de los orígenes —un potencial de santidad, un gran impulso misionero, una vasta creatividad catequética, una manifestación fecunda de colegialidad y comunión, un combate evangélico de dignificación del hombre, para generar, desde el seno de América Latina, un gran futuro de esperanza.

Este tiene un nombre: “La civilización del amor”. Ese nombre que ya indicara Pablo VI, nombre al que yo mismo he repetidamente aludido y que recogiera el Mensaje de los obispos latinoamericanos en Puebla, es una enorme tarea y responsabilidad.

Una nueva civilización que está ya inscrita en el mismo nacimiento de América Latina; que se va gestando entre lágrimas y sufrimientos; que espera la plena manifestación de la fuerza de libertad y liberación de los hijos de Dios; que realice la vocación originaria de una América Latina llamada a plasmar —como afirmaba Pablo VI ya en 1966 —en una “síntesis nueva y genial lo espiritual y lo temporal, lo antiguo y lo moderno, lo que otros te han dado y tu propia originalidad”. En síntesis: un testimonio de una “novísima civilización cristiana” (Pauli VI, Homilia in Petriana basilica habita, die 3 iul. 1966: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, IV (1966) 351 s.).

IV. Conclusión

Hermanos obispos del CELAM, jóvenes, dominicanos y latinoamericanos todos:

Estas son las metas hacia las que invito a la Iglesia en Latinoamérica como preparación al centenario, que ha de ser el centenario de la fe rejuvenecida.

456 Con la fuerza de la cruz que hoy es entregada a los obispos de cada nación; con la antorcha de Cristo en tus manos llenas de amor al hombre, parte, Iglesia de la nueva evangelización. Así podrás crear una nueva alborada eclesial. Y todos glorificaremos al Señor de la Verdad con la plegaria que recitaban al alba los navegantes de Colón:

“Bendita sea la luz
y la Santa Veracruz
y el Señor de la Verdad
y la Santa Trinidad.

Bendita sea el alba
y el Señor que nos la manda.
Bendito sea el día
y el Señor que nos lo envía”. Amén.



VIAJE APOSTÓLICO A ZARAGOZA,

SANTO DOMINGO Y PUERTO RICO


Plaza de Las Américas de San Juan de Puerto Rico

Viernes 12 de octubre de 1984






457Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer” (Ga 4,6).

1. Queridos hijos e hijas de Puerto Rico: el obispo de Roma y Sucesor de Pedro profesa hoy junto a vosotros la fe que expresan las palabras del Apóstol San Pablo, tomadas de la Carta a los Gálatas: Dios envió a su Hijo nacido de mujer.

Apoyándome en la verdad salvadora contenida en esas palabras, saludo cordialmente y doy la bienvenida a toda la comunidad del Pueblo de Dios que vive en Puerto Rico, así como a todos los miembros de la sociedad de esta isla de “Borinquen bella”, a la que Colón dio el nombre de San Juan Bautista.

¡Que gozo produce en mi ánimo constatar que en esta tierra rodeada por el océano Atlántico, sus gentes han acogido a Cristo, dan testimonio de El y le proclaman como el Hijo de Dios y Salvador, como la Cabeza de la Iglesia y del objeto de su fe!

Por eso doy gracias a Dios por este encuentro, en el que todos nos sentimos unidos en Cristo, alegres por su presencia entre nosotros, reconociéndole como raíz de nuestra hermandad en El.

En esta perspectiva de intenso significado eclesial, doy mi cordial saludo a los Pastores de la Iglesia en Puerto Rico; ante todo al Señor Cardenal Luis Aponte Martínez, arzobispo de San Juan, a los otros obispos presididos por Monseñor Juan Fremiot Torres Oliver, a los sacerdotes, seminaristas, familias religiosas y pueblo fiel. Doy también la bienvenida a nuestros hermanos cristianos representantes de las otras Iglesias y comunidades cristianas de Puerto Rico. Un saludo que se extiende al Señor Secretario de Estado de los Estados Unidos, que ha venido a recibirme al aeropuerto, al Señor Gobernador, a las autoridades y a los representantes del pueblo puertorriqueño en sus diversas expresiones político-sociales.

2. “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo . . . para que recibiéramos la filiación adoptiva” (Ga 4,5).

Tal es el designio eterno de Dios. El plan eterno de la Divina Providencia. Dios así lo ha querido, para que los hijos e hijas del género humano alcancen en su Hijo la dignidad de hijos e hijas de Dios. Para ello, Aquel que es de la misma naturaleza que el Padre —Dios verdadero de Dios verdadero, el Hijo eterno, el Verbo del Padre— se hace hombre.

Y para que esta adopción divina del hombre se realice constantemente, “Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: Abbá, Padre” (Ibíd., 4, 6).

Gracias al poder santificador del Espíritu Santo: la gracia santificante, no sólo somos llamados hijos de Dios, sino que lo somos de verdad (cf. 1Jn 1Jn 3,1), y podemos por ello llamar a Dios “Padre”.

Somos hijos en el Hijo. Y si hijos, también herederos por voluntad de Dios (Ga 4,7).

458 En esta condición de hijos y en esta herencia se manifiesta cuán llena de amor está la Divina Providencia hacia los hijos e hijas del género humano.

3. Dios envió a su Hijo, “nacido de mujer”. El nombre de esa mujer era María.

Toda la Iglesia la saluda con las palabras del arcángel Gabriel: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (
Lc 1,28).

La Iglesia en Puerto Rico venera a María como Madre de la Divina Providencia. En ello se manifiesta la profundidad de vuestra fe. En efecto, la Divina Providencia está vinculada con la Maternidad divina de María. El Hijo de Dios —eternamente de la misma naturaleza que el Padre— mediante María se hizo hombre semejante a nosotros en todo, menos en el pecado (cf He 4,15), porque Ella —en la obediencia más profunda a sus designios divinos— lo concibió virginalmente y lo dio a luz como el Hijo del hombre.

De esta forma María es verdaderamente la Madre de la Divina Providencia, y vosotros la proclamáis con este título particular y la veneráis bajo esta hermosa advocación.

4. Sé bien que en esta tierra borinqueña ha sido siempre muy profunda la devoción a la Madre de Cristo y de la Iglesia. A Ella el puertorriqueño la siente de veras como la propia Madre del cielo.

Ese amor a María os viene desde los primeros misioneros, venidos de tierras de arraigada tradición mariana. Vuestros religiosos, sacerdotes y obispos —ininterrumpidamente desde el primer Pastor de esta sede arzobispal, Alonso Manso, el primer Prelado que pisó tierra americana— os han inculcado esta devoción.

Ese profundo sentimiento de hermanos en la fe e hijos de una Madre común os ha enseñado la mutua comprensión, la hospitalidad, el amor a la convivencia en paz, la capacidad de entendimiento por encima de las diversas opciones sociales. Es algo que debéis preservar en todo momento y circunstancias.

El amor providente del Padre os ha guiado siempre por los caminos de la historia de la mano de María. En momentos históricos difíciles para la fe, el jíbaro bueno de esta tierra llevaba, y lleva aún, colgado de su cuello el rosario de la Virgen María. Era la identificación de su fe.

Y mi Predecesor Pablo VI proclamó Patrona de Puerto Rico a Nuestra Señora de la Divina Providencia.

Sé que ahora tenéis el propósito de edificar a María, Madre de la Divina Providencia, un santuario, donde vosotros y vuestros hijos aprendáis a caminar mejor hacia Jesús por medio de María. Quiero alentar vuestro deseo y pido al Señor que os conceda poder realizarlo. Este santuario mariano deberá recordaros que vosotros sois las piedras vivas del templo espiritual y universal que es la Iglesia. Esa Iglesia que vive también en Latinoamérica, en cuyo contexto estáis situados.

459 En la medida que viváis vuestra fe, daréis vigor y estabilidad a ese templo, llamado a acoger y proteger a todo hombre. Haber recibido el bautismo es una gran gracia. Pero ella constituye sólo el primer capítulo de una historia personal y colectiva que es preciso escribir con constantes ejercicios de fe, capaces de mantener siempre viva la llama del amor y de la esperanza que Cristo encendió al compartir nuestra vida. Nuestra respuesta a su encarnación deberá ser la de seguir fielmente nosotros el programa de vida que El escogió. Porque ser cristiano significa acatamiento de la voluntad salvífica del Padre, imitación de Cristo en su amor al hombre y trato frecuente con el Espíritu Santo.

Pensad en este programa cuando entréis en el futuro templo consagrado a María, Madre de la Divina Providencia, y que Ella os ayude a realizarlo para bien vuestro y de la entera comunidad puertorriqueña.

5. El Evangelio de esta Misa trae a nuestro recuerdo el acontecimiento que tuvo lugar en Caná de Galilea: las Bodas de Caná. Durante las mismas viene a faltar el vino. Entonces María se dirige a Jesús con estas palabras: “No tienen vino” (
Jn 2,3).

A través de este suceso ordinario, la Iglesia quiere enseñarnos que María es la Madre de la Divina Providencia, porque cuida de nuestro acontecer humano.

Ella, en efecto, como Madre de todos (cf. Lumen gentium LG 61), como ejemplo y tipo de la Iglesia (Ibíd., 63), vela sobre sus hijos. Y los alienta a esforzarse por edificar el mundo en el amor, en la comprensión y la justicia, para que la realidad temporal sea más digna del hombre (cf. Gaudium et spes GS 93).

Ella sigue intercediendo por los hombres sus hijos, para que no olviden sus deberes temporales de fidelidad a Dios y al hombre (cf. Ibíd., 43), a la vez que continúa alcanzándoles del Redentor “los dones de la eterna salvación” (Lumen gentium LG 62).

6. Jesús responde a las palabras de su Madre: “¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora” (Jn 2,4) . Sin embargo, a pesar de la respuesta (que parece negativa) la Madre de Jesús dice a los sirvientes: “Haced lo que él os diga” (Ibíd., 2, 5). Y, en efecto, Jesús ordena a los criados llenar las tinajas de agua, que se convierte en vino. Ante ello nota el evangelista: “Así en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos” (Ibíd., 2, 11).

La Madre de la Divina Providencia se revela también en las palabras: “Haced lo que él os diga”. Aquí se desvela la función esencial de María, que es conducir a los hombres hacia la voluntad del Padre manifestada en Cristo. Conducir a sus hijos hacia el centro del misterio salvador del Redentor del hombre.

Ella con su palabra, pero sobre todo con su ejemplo de obediencia perfecta al designio de la Providencia, sigue indicando a cada hombre y sociedad el camino a seguir: Haced lo que El os diga. Como si dijera: escuchad su palabra, porque El es el enviado del Padre (cf. Mt Mt 3,17); seguidle con fidelidad, porque El es el camino, la verdad y la vida (cf. Mt Mt 5,13-16); sed operadores de paz, de justicia, de misericordia, de limpieza de corazón (cf. Ibíd., 5, 1-2); ved en el hambriento, en el enfermo, en el forastero la presencia de Cristo que reclama ayuda (cf. Ibíd., 25, 31-46).

7. Queridos hijos e hijas de Puerto Rico: La Madre de la Divina Providencia está particularmente presente en medio de vuestra comunidad. Indicando a Cristo el Señor, Ella repite las palabras dichas en Caná de Galilea: “Haced lo que él os diga”.

¿Qué tiene que deciros hoy?

460 Uno de los terrenos a los que su solicitud maternal se dirige, es sin duda el de la familia. La estima profunda por la misma es uno de los elementos que componen vuestro patrimonio religioso-cultural. Ella transmite los valores culturales, éticos, cívicos, espirituales y religiosos que desarrollan a sus miembros y a la sociedad. En su seno, las diversas generaciones se ayudan a crecer y a armonizar sus derechos con las exigencias de los demás. Por ello debe ser un ambiente intensamente evangelizado, para que esté impregnado de los valores cristianos y refleje el ejemplo de vida de la Sagrada Familia.

La apertura a otras sociedades debe pues serviros para enriquecer la vuestra. Pero no permitáis que concepciones ajenas a vuestra fe y peculiaridad como pueblo destruyan la familia, atacando la unidad y la indisolubilidad del matrimonio. ¡Salvad el amor fiel y estable!, y superad la concepción divorcista de la sociedad.

Recordar también que —como enseñó el último Concilio— “la vida, desde su concepción, debe ser salvaguardada con el máximo cuidado; el aborto y el infanticidio son crímenes abominables” (Gaudium et spes
GS 51). Ninguna ley humana puede, por ello, justificar moralmente el aborto provocado. Como tampoco son admisibles en el plano moral las actuaciones de las autoridades públicas que intentan limitar la libertad responsable de los padres al decidir sobre los hijos a procrear.

8. Otro campo al que habéis de aplicar la enseñanza del Maestro es el de la juventud. A su formación en la fe habrá de dedicar la Iglesia en Puerto Rico una de sus solicitudes preferenciales, para que Cristo esté presente e inspire la conducta de los jóvenes.

La juventud huye de la mediocridad, vive la esperanza y quiere encontrar su debido puesto en la sociedad de hoy. Por ello su voz debe ser escuchada y debe tener acceso a los bienes espirituales, culturales y materiales de nuestro mundo, para evitar que sea víctima de la frustración, la evasión o la droga.

Pero no olvidéis nunca que para llenar de ideales válidos el alma del joven hay que darle horizontes de sólida educación moral y cultural. Alabo y bendigo, pues, el esfuerzo que la Iglesia hace en Puerto Rico en favor de la juventud, tanto en la escuela o colegio como en la universidad. Y os aliento a proseguir ese camino, para que todos, de cualquier posición social sean, puedan recibir en los centros educativos de la Iglesia y fuera de ellos una educación integral.

Ojalá los padres encuentren plena libertad para elegir el tipo de escuela que prefieran para sus hijos, sin soportar por ello cargas económicas adicionales (cf. Código de Derecho Canónico CIC 797), y que las escuelas provean también a la educación religiosa y moral de los jóvenes, de acuerdo con la conciencia de sus padres (Ibíd., 799).

9. El sector de los laicos es otro al que apunta la necesidad de aplicar lo que Cristo pide hoy a la Iglesia en Puerto Rico.

El Concilio Vaticano II perfiló claramente la figura y misión del laicado cristiano en la Iglesia y en el mundo. Es consolador saber que en este país surgen grupos de jóvenes y adultos que, conscientes de las exigencias del propio bautismo, quieren colaborar con generosidad en el servicio apostólico a la comunidad eclesial, siendo ellos mismos los primeros en vivir íntegramente su fe.

Quiero, por ello, alentar a los laicos en su dinamismo cristiano, exhortándolos a ejercer su misión en íntimo contacto con los obispos y sacerdotes. Piensen los laicos cristianos que a ellos corresponde imbuir la realidad temporal de los valores del Evangelio (cf. Apostolicam actuositatem AA 7), y luchar desde dentro en la transformación de la sociedad según Dios. A ellos se abre un inmenso campo de acción, para contribuir con todas sus fuerzas a la mejora social en la difícil situación económica presente. A su tarea generosa queda abierta la necesaria obra de moralización de la vida pública, el esfuerzo para que el peso mayor de la situación no caiga sobre los más pobres, la lucha contra lo que trastorna la convivencia social, contra la delincuencia, la droga, la corrupción, el alcoholismo. Con ideales de insobornable sentido ético y de amor al hombre imagen de Dios, podrá el laico cristiano cambiar los corazones y elevar así el tono moral de la sociedad.

Hablando del empeño eclesial y humano de los laicos, quiero reservar una especial mención, agradecimiento y aliento a los animadores o presidentes de asamblea, que tanto bien hacen a las comunidades cristianas donde falta el sacerdote. Y lo mismo quiero decir a los numerosos catequistas aquí representados, y que colaboran tan eficazmente en la obra de la evangelización. Estos tienen un eximio modelo en fray Ramón Pané, que catequizó y conoció a fondo la cultura de los taínos. Por ello, queridos catequistas y animadores de asamblea: en esta tierra de fecundas realizaciones catequísticas, proseguid vuestro empeño en favor de la fe de vuestro pueblo.

461 En este contexto de universalidad eclesial, no puedo menos de saludar a los muchos miembros de otras comunidades cristianas, presentes con nosotros, y que en Puerto Rico han encontrado una acogida cordial y su inserción social.

Como Pastor de toda la Iglesia, dirijo pues mi más afectuoso saludo a cuantos viven fuera de su patria. Entre ellos, a los haitianos, a los procedentes de varios países de Europa, a los miembros de los otros grupos lingüísticos o nacionales y en particular a los numerosos fieles de Cuba.

Ese nombre que acabo de pronunciar, Cuba, tan cercana geográficamente, suscita en mí sentimientos de profundo afecto y cercanía de la Iglesia a todos los hijos de ese noble pueblo: sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas, laicos cristianos de la Perla del Caribe.

10. Reunidos en esta comunidad extraordinaria del Pueblo de Dios, después de haber meditado la Palabra revelada que nos presenta la liturgia de hoy, deseamos pronunciar todos, junto con la Madre de Dios, este himno de alabanza a la Divina Providencia en el que Ella ha expresado el “magníficat” de su alma:

“Ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, santo en su nombre, y su misericordia alcanza de generación en generación a los que lo temen” (
Lc 1, 49s.).

Queridos hermanos y hermanas: Esté siempre vivo en vuestros corazones el temor de Dios. Este es el principio de la sabiduría (cf. Sal Ps 110,10). Y de la sabiduría nace el amor.

No dejéis de dar gracias a Dios, porque “envió a su Hijo, nacido de mujer . . ., para que recibiéramos la filiación adoptiva”.

No dejéis de agradecer la herencia de la fe en Cristo y la gracia de la adopción divina.

No dejéis de dar gracias por la Madre de la Divina Providencia. Que sea Ella para todas las generaciones de esta tierra la puerta de la salvación. Amén.










B. Juan Pablo II Homilías 449