B. Juan Pablo II Homilías 469


VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,

ECUADOR, PERÚ Y TRINIDAD Y TOBAGO

SANTA MISA PARA LAS FAMILIAS

EN EL HIPÓDROMO DE MONTERRICO DE LIMA




Domingo 3 de febrero de 1985



1. «Por ellos me consagro a , ti . . .» (Io. 17, 19).

En la lectura del Evangelio de San Juan que hemos escuchado, han sido proclamadas estas palabras que Cristo pronunció en el Cenáculo, poco antes de dirigirse al Getsemaní, donde comenzaría su pasión y sacrificio. Son palabras con las que Jesús se dirige al Padre en su «oración sacerdotal». Cristo ruega por sus discípulos, por la Iglesia, por la humanidad. Ruega para que el amor del Padre esté en nosotros.

470 Con tales palabras que hoy resuenan en medio de esta asamblea del Pueblo de Dios, en la nación centro histórico del antiguo Imperio Inca, viene a vosotros, queridos hermanos y hermanas, el Obispo de Roma. El agradece ala Providencia poder cumplir también aquí su ministerio de Sucesor de Pedro: confirmar a sus hermanos en la fe (Cf. Lc 22,32).

El Papa viene a vosotros cuando la Iglesia se prepara a conmemorar los 500 años de la evangelización de América; y quiere reunirse con el pueblo fiel en este importante lugar, en la capital del Perú, Lima, que fue uno de los focos centrales desde donde se irradió la luz del Evangelio en el Nuevo Mundo.

2. En efecto, el 18 de enero de 1535 es fundada vuestra ciudad, que acaba de conmemorar su 450 aniversario. Pocos años después, el Papa Paulo III la erige en arquidiócesis. Y aunque los habitantes de la ciudad eran pocos, la extensión de la arquidiócesis fue enorme, pues llegaba hasta Nicaragua, Chile y el Río de la Plata. Casi toda América del Sur dependió prácticamente, por algún tiempo, de esta sede metropolitana.

Pastor insigne de la misma fue Santo Toribio de Mogrovejo, segundo arzobispo de Lima, que durante casi 25 años animó con ejemplar celo la vida religiosa de esta vasta sede, recorriendo en admirables viajes toda su extensión. En su tiempo se celebró el III Concilio Límense (1582-1583), cuyas normas de evangelización y organización eclesial han perdurado por siglos.

De aquí partió un admirable esfuerzo misionero que aun hoy causa asombro, al pensar cómo aquellos valerosos heraldos de la Buena Nueva pudieron superar tantaš dificultades.

Aquel esfuerzo y la abnegación de ejemplares obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles hizo posible la floración de vida cristiana, que con el pasar de los años echó raíces hasta madurar en frutos escogidos, como Santa Rosa de Lima, Martín de Porres, Juan Maclas y la nueva Beata Ana de los Ángeles, honor de la Iglesia, de la nación peruana, de esta ciudad de los Santos en el Nuevo Mundo.

Hoy vuestra arquidiócesis abarca casi seis millones de fieles. Una comunidad que experimenta todas las tensiones del mundo moderno, en campo económico-social, político, ideológico. En ese contexto Cristo quiere llevar su mensaje de salvación y esperanza a todos sus habitantes, a todo el Perú, a vosotros que habéis de recoger en vuestras manos la herencia del pasado, para entregarla vigorizada a las futuras generaciones.

En esa perspectiva, presento mi saludo fraterno y afectuoso al Señor Cardenal y pastor de esta histórica sede de Lima, a los obispos auxiliares, así como a todos los hermanos obispos del Perú. Ellos han querido unirse al Papa en la cordial acogida al grupo de diáconos que van a ser ordenados sacerdotes.

Saludo igualmente a los sacerdotes, religiosos y religiosas, que con generosa dedicación prestan su servicio a la Iglesia en los diversos campos de la pastoral, así como a los laicos de los movimientos apostólicos, de las organizaciones católicas, y a todos los fieles presentes.

3. De modo particular dirijo mí saludo a las familias de Lima y a todas las familias del Perú, a las que está dedicada esta Eucaristía. Ellas que son las «iglesias domésticas» (Cfr. Lumen Gentium LG 11), como se lee en los primeros textos cristianos, constituyen un lugar específico de la presencia de Dios, santificado por la gracia de Cristo en el sacramento.

El sacramento del matrimonio nace, como de una fuente, del sacrificio redentor de Cristo, quien con su pasión y muerte comunica la gracia que santifica. Desde la majestad imponente de la cruz, el Señor parece dirigirse a todas las familias, a todos los cónyuges para decirles: «Por ellos me consagro a ti, para que también ellos sean consagrados en la verdad» (Io. 17, 19).

471 Por eso la Iglesia enseña que en el sacramento del matrimonio «los cónyuges son corroborados y como consagrados para cumplir fielmente los propios deberes, delante del mundo» (PAULI VI Humanae Vitae HV 25 cfr. Gaudium et Spes GS 48).

En este contexto van a tener lugar, en la Eucaristía que celebramos, las ordenaciones sacerdotales. Quienes van a ser ordenados sacerdotes, son vuestros hijos, queridas familias del Perú; son el fruto de vuestro amor, fidelidad, honestidad matrimonial. Ellos vieron la luz en esas «iglesias domésticas» que son las familias, y ahora, por el sacramento del orden, se entregan en cuerpo y alma al servicio de la Iglesia. Primero en el Perú, pero también en cualquier otra parte de la Iglesia donde Dios los llame.

4. El Evangelio de la liturgia de hoy, nos transporta con la mente y con el corazón al Cenáculo. Cristo, Sacerdote y Víctima del sacrificio pascual, instituye la Eucaristía y, ala vez, el sacramento del Sacerdocio de la nueva y eterna Alianza. Allí, por vez primera, Jesús tomó el pan en sus manos y lo dio a sus discípulos para que comieran de 61: «Esto es mi cuerpo». E igualmente con el vino: «Este es el cáliz de mi sangre». De este modo instituye el sacramento de la Eucaristía; y concluye: «Haced esto en memoria mía».

Obedeciendo al mandato del Señor, celebramos el sacrificio de la Misa para alabanza de la Santísima Trinidad y salvación del mundo. Fieles también a ese mandato, nosotros los obispos, sucesores de los Apóstoles, conferimos el sacramento del Orden a aquellos hermanos que sienten la voz divina y son llamados para atender las necesidades de la Iglesia.

5. Y ¡son tantas las necesidades de la Iglesia hoy!

Ante el sacerdote se abre una ingente tarea, cuando Jesús dice en su oración sacerdotal al Padre: «He manifestado tu nombre a los hombres que tú me has dado tomándolos del mundo. Tuyos eran y tú me los has dado; y han guardado tu palabra (Io.17, 6). Esas palabras no tienen límite: el Padre ha confiado al Hijo todos los hombres para que «se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1Tm 2,4).

Y la vigilia de su pasión, el Señor se dirige al Padre pensando en sus discípulos: «Yo les he dado tu palabra . . . tu palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo» (Io. 17, 14. 17. 18). Misión sin límites la que se abre ante la Iglesia. Una tarea que se extiende a todos los siglos, que abarca todas las generaciones.

Hoy, mirando a esta generación presente que se acerca al final del segundo milenio, yo, Sucesor de Pedro, junto con mis hermanos obispos, repito a vosotros, sacerdotes que vais a recibir el sacramento del Orden, las palabras del Señor: «Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo» (Ibíd. 17, 18).

Acoged la sublime misión recibida con la fuerza de la Palabra de Dios y del Sacramento de la Iglesia. ¡Que ella dé pleno sentido a vuestra vida! «No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno» (Io. 17, 15).

6. ¡Queridos jóvenes! Habéis sido llamados para servir al Pueblo de Dios, que ya desde antiguo tiene, por instinto de fe, un sentido muy certero de la misión del sacerdote y de su necesidad en la Iglesia. Así lo reconoció en una ejemplar figura sacerdotal, el padre Francisco del Castillo, nacido en esta ciudad.

Por eso, este pueblo pide a sus sacerdotes que sean ante todo auténticos maestros en la fe, en la verdad, en la vida espiritual, y no meros dirigentes humanos; aunque también ha de preocuparles hondamente la promoción humana, cultural y social de sus hermanos, iluminados por el Evangelio. «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros» (Ibíd. 17, 16), os dice el Señor hoy. Vais a ser consagrados para llevar un estilo de vida que os une a Cristo con un vínculo inefable e irrevocable por el carácter sacramental. Acogiendo el mandato de la Iglesia, actuaréis «in persona Christi»: consagrando su Cuerpo y su Sangre, perdonando los pecados, predicando su Palabra, administrando los demás sacramentos. El testimonio de vuestra vida ha de ser, por ello, de amor y de servicio: hombres de Dios, hombres para los demás.

472 En este día de vuestra ordenación sacerdotal, ruego para que el Espíritu Santo grabe a fuego en vuestros corazones aquellas palabras del Apóstol Pablo: «Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios os exhortase por medio de nosotros» (2Co 2,20).

En esa tarea, sostenidos por una oración perseverante, y fieles a vuestra oblación mediante el celibato, sed colaboradores fieles y generosos de vuestros obispos. Ellos, al igual que Moisés, como hemos escuchado en la primera lectura, tienen necesidad de colaboradores que «lleven la carga del pueblo» (Nu. 11, 17).

7. Es necesario, sin embargo, que toda la comunidad diocesana se responsabilice de estas necesidades. De aquí mí deseo de dirigirme hoy a las familias cristianas del Perú, para que se empeñen en esa tarea. Además, sí vuestros hogares no se convierten en verdaderas «iglesias domésticas», en las que los niños reciban desde sus primeros años la fe de sus Padres y aprendan a través de su ejemplo el recto comportamiento moral, difícilmente florecerán las vocaciones sacerdotales que necesita la Iglesia en el Perú, para realizar su obra evangelizadora.

«Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo» (Io. 17, 18). La Iglesia en el Concilio Vaticano II ha visto en estas palabras de su Señor y Maestro no sólo la enseñanza perenne sobre la vocación y misión sacerdotal, sino también la doctrina evangélica sobre la vocación y misión de los laicos, discípulos de Cristo.

Esta misión que nace del sacramento del Bautismo y de la Confirmación, compromete al laico —como tarea propia— a empeñarse en transformar el mundo desde dentro, según el espíritu del Evangelio.

De tal modo, el papel de la familia cristiana se pone en plena evidencia. ¡Esta es vuestra misión, un verdadero desafío para vosotras, familias cristianas del Perú! Conozco las esperanzas y angustias de los hogares peruanos, y por eso vengo como peregrino apostólico para confirmares en vuestros deseos de superación cristiana.

Las palabras de Jesús «lo que Dios ha unido no lo separe el hombre» (Mt 19,6) han de ser ley para todo aquel que se llame cristiano. Recordad por ello que el cristiano auténtico ha de rechazar con energía el divorcio, la unión no santificada por el sacramento, la esterilización, la contracepción y el aborto que eliminan a un ser inocente. Y, por el contrario, el cristiano ha de defender con toda el alma el amor indisoluble en el matrimonio, la protección de la vida humana, aun de la todavía no nacida, y la estabilidad de la familia que favorece la educación equilibrada de los hijos al amparo del amor paterno y materno, que se complementan mutuamente.

Para poder ser fieles a ese programa exigente, que no falte en vuestros hogares la oración familiar según vuestras mejores tradiciones; la piedad hogareña hacia la Virgen María, tan arraigada entre vosotros, la devoción y consagración de la familia al Corazón de Jesús, tan amadas por el pueblo peruano. A este propósito quiero alentar y bendecir a todas aquellas familias que han entronizado en sus hogares la imagen del Corazón de Jesús, como signo de fidelidad a Cristo y como preparación ala venida del Papa.

¡Queridos esposos, esposas e hijos de familia! Renovad en esta Eucaristía vuestra fidelidad y amor mutuo, basándolo en el sincero amor a Cristo.

8. Doy gracias al Dios Uno y Trino por esta gran asamblea orante del Pueblo de Dios de Lima. Vuestra presencia es un signo de la unidad de todas las familias. Son las «iglesias domésticas» de donde surgen, como exigencia de su fe, las vocaciones sacerdotales que hoy he tenido el gozo de acoger en el sacramento del Orden. Deseo repetir aquí las palabras cargadas de emoción que San Pablo dirigía a los «ancianos» de la Iglesia en Mileto: «Tened cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual os ha puesto el Espíritu Santo como responsables para pastorear la Iglesia de Dios, que él adquirió con la sangre de su propio Hijo» (Ac 20,28).

«Por tanto, vigilad» (Ibíd. 20, 31). El Apóstol menciona también en aquella ocasión a los «lobos rapaces» que amenazan el rebaño; y menciona las «doctrinas perversas» que desvían del recto camino. Palabras, éstas, que brotan de su solicitud de pastor y de amante de la cruz de Cristo. Por último, dice: «Ahora os encomiendo a Dios y ala Palabra de su gracia, que tiene poder para construir el edificio y daros la herencia con todos los santificados» (Ibíd. 20, 32).

473 Deseo repetir estas palabras, dirigiéndolas a vosotros, venerables hermanos en el Episcopado; a vosotros, queridos sacerdotes, en particular a los recién ordenados; a vosotros, religiosos y religiosas de las diversas congregaciones; a vosotros, esposos, padres y madres, jóvenes y niños; a todo el Pueblo de Dios de Lima y del Perú.

¡A todos os encomiendo a Dios!

Sí! La Palabra de su gracia tiene poder para edificar la «Iglesia del Pueblo de Dios»; para obteneros «la herencia con todos los santos», en la comunión de los Santos.

¡Vuestra es esa herencia!

¡Guardadla bien!

Vosotros sois la «Iglesia de Dios, que El ha conquistado con su sangre». ¡Permaneced en ella!

Por vosotros, Cristo se «ha consagrado a sí mismo, para que también vosotros seáis consagrados en la verdad».

¡Permaneced fieles a El! ¡Permaneced fieles a El!

¡A Dios os encomiendo!

VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,

ECUADOR, PERÚ Y TRINIDAD Y TOBAGO

LITURGIA DE LA PALABRA EN CUZCO



Domingo 3 de febrero de 1985



Queridos hermanos y hermanas,

474 1 . La palabra de Dios que hemos escuchado nos conduce al campo en el que los segadores recogen las espigas. Esta palabra del Antiguo Testamento está tomada del libro de Rut. El campo pertenece a Booz, procedente de Belén, la ciudad en la que siglos después debía nacer Jesucristo. Booz es el propietario del campo, y en el período de la siega va a ver a los segadores. Entre ellos encuentra a Rut la moabita. Booz pregunta sobre ella, que no le era conocida ni pertenecía a sus trabajadores, sino que se había acercado voluntariamente al campo en el momento de la siega.

Sabiendo ya quién era Rut, Booz acepta con gusto su presencia entre los segadores y le demuestra gran benevolencia y cordialidad. Por el mismo libro sagrado sabemos que Rut se convirtió en la esposa de Booz.

2. La Palabra de Dios leída en esta celebración ha sido elegida para que podamos entrar en lo que constituye el contenido de vuestra vida de cada día, mis queridos campesinos y pobladores de los Andes peruanos.

A todos vosotros y a los que no han podido venir, aun deseándolo, os saludo con un abrazo fraterno; a los llegados de los departamentos del Cuzco, de Puno o Apurímac, así como a los procedentes de otras regiones del Perú o que en ellas se dedican a las tareas agrícolas.

Con esta visita hasta las alturas andinas, el Papa desea manifestaras el amor profundo que siente por vosotros, su vivo respeto ante vuestras condiciones culturales y sociales, el aliento que querría daros para que vuestra vida sea cada vez más digna de hombres y de cristianos.

Saludo también con gran estima al arzobispo y pastor de esta sede, antigua capital del Imperio Incaico, al que dentro de poco voy a imponer el palio, símbolo de su dignidad de metropolitano y de su especial vinculación al Sucesor de Pedro. Con él saludo cordialmente a los obispos de las cercanas diócesis y prelaturas, que con tanto celo y sacrificio se esfuerzan por ayudaras en vuestra vida de fe y en vuestras necesidades culturales y materiales.

No olvido tampoco a los sacerdotes, religiosos y religiosas presentes, a los que expreso mi profunda y afectuosa cercanía en su abnegada y dura labor. Sé que no pocos de ellos proceden de otras naciones y han venido a colaborar generosamente con esta Iglesia en el Perú, que sienten plenamente suya. Gracias en nombre de Cristo por vuestra valiosa entrega, a vosotros y a cuantos ofrecen su obra eclesial en otras partes de este querido país.

Un saludo afectuoso, lleno de particular agradecimiento, a los hermanos y hermanas campesinos que, como «animadores cristianos», «animadores de la fe», «catequistas», «promotores de salud», o a través de los clubes de madres, tanto bien hacen a los demás. Sé que vosotros, guiados por sacerdotes y religiosas, dedicáis preciosas energías en favor de los necesitados en el cuerpo y en el alma, y suplís tantas veces la escasez de sacerdotes. Mi viva gratitud por vuestra tarea, es la de la Iglesia y la de todos los campesinos del Perú.

3. El pasaje bíblico antes leído nos presenta a Rut, la extranjera, que va a espigar, porque no tenía qué comer; los campesinos del lugar le dejan recoger las espigas, para que se alimente ella y los suyos. El dueño del campo, le ofrece incluso parte de su propia comida: «Quédate junto a mis criados». «Acércate, puedes comer» (Ru. 2, 8).

Es una hermosa enseñanza que la Sagrada Escritura da a los hombres de todos los tiempos y naciones. Lección de solidaridad de unos con otros. Sentirse hermano de cuantos sufren, ayudarse mutuamente, como aquellos campesinos de Belén dieron de su cosecha a una pobre viuda que venía en busca de sustento.

He oído hablar tanto de vuestro sentido de hospitalidad, de vuestra prontitud en socorrer a los huérfanos, de vuestra generosidad en compartir —aun lo poco que muchas veces tenéis— con quien posee menos todavía, de vuestra piedad con todo necesitado. Deseo alentares en estas envidiables virtudes humanas y cristianas que ya poseéis y de las que podéis sentiros orgullosos. Sabed que cualquier adelanto en este sentido de cooperación, organizado mejor y ampliado a todo vuestro trabajo agrícola, os servirá de no pequeño avance en vuestra condición social; podréis así ayudares a mejorar las difíciles situaciones de inseguridad, penuria, escasa alimentación, falta de medíos para atender a vuestra salud y la de vuestros hijos, para defender vuestro derecho a la necesaria y urgente promoción humana. Al buscarla con todas vuestras fuerzas, no permitáis que se degrade vuestra dignidad moral y religiosa cediendo a sentimientos de odio o de violencia, sino amad siempre la paz.

475 La solidaridad que el libro de Rut nos presenta, es la fuerte llamada que el Papa quiere hacer a los hombres de las ciudades y a los cultivadores de la tierra, para que sean ejemplo de colaboración justa entre el campo y la ciudad, en todo el Perú y en el mundo. No se puede hacer patria sólo con la ciudad ni sólo con el agro. Es necesario ser solidarios unos de otros, estimarse y ayudarse, sin que nadie explote a nadie, porque todos somos hermanos, hijos del mismo Padre, Dios, aunque tengamos distintos servicios en la comunidad.

Esta gigantesca fortaleza de Sacsayhuamán ante la que nos encontramos, es símbolo de colaboración mutua. No pudo ser edificada sin la labor conjunta de vuestros antecesores, sin la acoplada unión de tantas piedras. Tampoco podrá construirse una patria grande sin fraternidad y ayuda mutua, sin justicia entre el poblador del campo y el habitante de la ciudad, sin equilibrio entre el crecimiento técnico e industrial, sin el cuidado esmerado por los problemas agrícolas. Es un terreno que reclama la obligada atención de las autoridades públicas, con medidas adecuadas y urgentes que incluyan, cuando sea necesario, las debidas reformas en la propiedad y su explotación. Es un problema de justicia y humanidad.

4. Esa solidaridad excluye todas las formas de egoísmo, que siembran cizaña en la convivencia. Es lo más opuesto a las ideologías que dividen a los hombres en grupos enemigos e irreconciliables y que propugnan una lucha fanática hasta el exterminio del adversario. También en vuestra amada patria sufrís esta plaga, bajo la forma de violencia inhumana. Como sufrís otras plagas, menos espectaculares, pero no menos dañinas.

Una de ellas es la extremada diferencia de clases sociales. El ostentoso bienestar y derroche de unos, frente a la pobreza de muchos campesinos y habitantes de los pueblos jóvenes de vuestras ciudades, que carecen del mínimo imprescindible para llevar una vida digna. Situación que deja el campo abierto a inconsideradas iniciativas, inspiradas en el resentimiento y la violencia.

Lo mismo ocurre con todas aquellas prácticas en las que los intereses particulares e injustos se imponen sobre el bien de la comunidad. Tal es el caso del soborno en los distintos niveles de la administración pública o privada; el fraude para eludir la justa contribución a las necesidades de la colectividad; la eventual utilización indebida de los fondos públicos para el enriquecimiento personal.

El egoísmo es también la causa del negocio corruptor que se ha creado en torno a los cultivos de coca. Un producto que los nativos usaban a veces de modo natural como estimulante de la actividad humana, y que al convertirse en droga se ha transformado un funesto veneno, que algunos explotan sin el menor escrúpulo. Importándoles bien poco la gravísima responsabilidad moral de que los beneficios económicos que obtienen algunos, sean a costa de la salud física y mental de muchas personas —sobre todo, adolescentes y jóvenes—, que en tantos casos quedarán inutilizados para una vida digna.

Frente a todas esas raíces de egoísmo insolidario que anidan en el corazón humano, la Iglesia se esfuerza en proclamar la apremiante necesidad de renovar moralmente los espíritus, de cambiar a los hombres desde dentro, de hacerles volver a las raíces más hondas de su humanidad. Sigue luchando también en la causa de la justicia mediante su doctrina social y la acción promocional de tantos hombres y mujeres. Y quiere sobre todo estar presente y ser solidaria con los más pobres. Como en sus orígenes surgió con gente humilde y necesitada —con los pobres de Yavé—, la Iglesia quiere también hoy trabajar con amor preferencial por esta porción predilecta del Señor. Porque si no lo hiciera así, no sería fiel a su Fundador, Jesucristo. Pero quiere hacerlo no por inspiración política, sino desde el Evangelio; no con métodos de lucha de clases, no con miras a aparentes liberaciones parciales que no consideran, o no suficientemente, la dimensión espiritual del hombre, o le conducen a nuevas y no menores esclavitudes al quitarle su libertad (Cfr. IOANNIS PAULI PP. II Allocutio ad Patres Cardinales et Romance Curiae Sodales, 10, 21 dec. 1984: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VII, 2 (1984) 1621 ss.).

Es necesario e imprescindible comprometerse en la causa de los pobres y de su promoción. Es la causa de todos: de vosotros, miembros de la Iglesia, de la jerarquía, de sacerdotes y familias religiosas. Una causa en la que recomiendo gran atención a las oportunas directrices dadas hace poco por vuestros obispos (Cfr. S. CONGR. PRO DOCTRINA FIDEI Instructio de quibusdam aspectibus «Theologiae Liberationis»).

5. El libro de Rut, que con su enseñanza inspira nuestro encuentro, nos muestra la dimensión religiosa de aquellos trabajadores del campo. Al saludo espontáneo de Booz: «Yavé con vosotros», responden: «Que Yavé te bendiga» (Ru. 2, 4).

En vosotros, amadísimos hijos campesinos, la fe y religiosidad cristiana que profesáis os han hecho sentir hondamente a Jesucristo en lo íntimo de vuestro ser; y se han plasmado —a través de los siglos— en las manifestaciones de devoción que celebráis a lo largo del año. Son vuestras procesiones —con las que exteriorizáis de modo comunitario y público vuestra vivencia cristiana— y vuestras peregrinaciones a los grandes santuarios del Señor de Huanca, del Señor de Koylloriti, de la Virgen de Cocharcas, vuestra devoción profunda y sentida al Señor de los Temblores, vuestra piedad eucarística expresada en las fiestas del Corpus, vuestro sentimiento filial hacía María, la Virgen Santísima Madre de Dios y nuestra, bajo múltiples advocaciones.

Esa religiosidad popular que ha sellado vuestra alma, como la de América Latina, marcando su identidad histórica. Purificad y aumentad cada vez más vuestro conocimiento y amor a Cristo, siguiendo las enseñanzas de vuestros obispos y sacerdotes. Y que esa fe os ayude a lograr además la šabiduría de «un humanismo cristiano», al afirmar radicalmente la dignidad de toda persona humana como hijo de Dios, y establecer una fraternidad fundamental. Así, esa religiosidad popular encarnada en vuestra cultura, por este esencial contenido fraterno, puede y debe ser el más formidable resorte liberador de las estructuras injustas que oprimen a vuestros pueblos.

476 6. Los primeros evangelizadores sembraron generosamente la fe cristiana en el corazón de vuestros pueblos andinos. Fe que debe desarrollarse cada día, para dar frutos más maduros, mis queridos campesinos.

También el alma, como la tierra buena, necesita un cuidado vigilante para dar fruto. Hay que acoger en ella la semilla de la Palabra de Dios, enseñada por la Iglesia: hay que regarla frecuentemente con los sacramentos que nos infunden la gracia; hay que abonarla con el esfuerzo por practicar las virtudes cristianas; hay que quitar las malas hierbas de las pasiones desviadas; y hay que compartir sus frutos por el buen ejemplo y la propagación de la fe. No hay cultivo más importante que éste ni que ofrezca fruto más seguro, un fruto que va hasta la vida eterna.

Para vivir como hermanos hemos de comportarnos primero como buenos hijos de Dios, mediante el cumplimiento fiel de los deberes religiosos. Dar culto a Dios, participando en la Santa Misa los domingos y días de fiesta, será una muestra sincera del sentido religioso de vuestra vida. Recibir con frecuencia al Señor realmente presente en la Eucaristía y acoger el perdón divino en el Sacramento de la Penitencia, os ayudará a mantener una recta conducta cristiana. Oír la Palabra de Dios y recibir los sacramentos instituidos por Cristo son medíos indispensables para todos, hombres y mujeres, jóvenes y mayores.

7. Al pasar por la histórica capital de los Incas, para llegar a esta impresionante fortaleza, he podido admirar fugazmente algunas de las grandezas de vuestra historia.

En esta misma explanada vuestros antepasados rindieron culto al Sol, como fuente de vida. Hoy habéis venido aquí para escuchar las palabras del Papa, representante de quien es el verdadero «sol de justicia y amor, Cristo nuestro Salvador», el cual no sólo da la vida en este mundo, sino la vida que perdura más allá de la muerte, la vida que nunca termina, la vida eterna.

En este lugar os manifiesto sinceramente mi profundo respeto por vuestra cultura ancestral de siglos, por vuestra piedad y religiosidad que, al recibir la luz de Jesucristo, se vertió en el arte y belleza de las basílicas y templos de vuestras ciudades a lo largo de todos los Andes.

La Iglesia, en efecto, acoge las culturas de todos los pueblos. En ellas siempre se encuentran las huellas y semillas del Verbo de Dios. Así vuestros antepasados, al pagar el tributo a la tierra (Mama Pacha), no hacían sino reconocer la bondad de Dios y su presencia benefactora, que les concedía los alimentos por medio del terreno que cultivaban. O cuando resumían los mandatos de moral en el triple precepto ama sua, ama quella y ama llulla (no seas ladrón, no seas perezoso, no mientas) - donde se exige el respeto al prójimo en su dignidad y en sus propiedades (= ama sua); la obligación de buscar el perfeccionamiento de sí mismo y su contribución al bien de la comunidad (= ama quella); y la conformidad de su actuar y hablar con el propio corazón (= ama llulla) - no hacían sino concretar la ley natural a sus temperamentos.

Conservad, pues, vuestros genuinos valores humanos, que son también cristianos. Y sin olvidar vuestras raíces históricas, fortificadlas ala luz de Cristo, siguiendo la enseñanza de vuestros obispos y sacerdotes. Vosotros, agentes de la pastoral, respetando la cultura de vuestras gentes y promoviendo todo lo bueno que tienen, procurad completarlo con la luz del Evangelio. Con ello no destruís su cultura, sino que la lleváis ala perfección, como Jesucristo perfeccionó la antigua ley en el sermón del monte, en los bien conocidos párrafos en que repite: Se os ha dicho antes . . ., pero Yo os digo . . . Hay que presentar, pues, a los fieles toda la novedad cristiana en campo doctrinal y moral. Que esa respetuosa evangelización eleve cada vez más la vida humana, cristiana, familiar y social de vuestros fieles, del mundo campesino del Perú.

8. Volvamos una vez más al campo de Booz, del que nos habla el texto bíblico de esta paraliturgia.

El Antiguo Testamento nos enseña que Rut fue la esposa de Booz y, a través de su hijo Jesé, la abuela del rey David. De la estirpe de éste ha nacido el Mesías, Jesús de Nazaret.

Así, pues, el campo de segadores en que trabaja Rut la moabita, ha entrado en la larga genealogía de la espera del Mesías, del Salvador, a cuya venida se preparaban todas las generaciones del antiguo Israel.

477 Apoyándome en esa Palabra de Dios, deseo a todos vosotros, agricultores y campesinos, que el trabajo del campo se convierta para cada uno de vosotros en una participación en la obra redentora de Jesucristo, el Salvador del mundo.

Vosotros podéis comprender mejor el mensaje de Jesús, que hablaba con frecuencia de la hierba del campo, del lirio, de los pájaros, del sembrador que lanza la semilla, del pastor que cuida el rebaño, del agricultor que poda las plantas.

Tratad, por ello, de sentir la presencia de Dios en la naturaleza, en la Providencia que con la luz, la lluvia o el calor nutre y hace crecer los sembríos. Poned en vuestros surcos o campos una mirada a Dios y una oración por vosotros y por los demás.

Unidos a Jesús, que trabajó como vosotros con sus manos, sentid la dignidad de vuestra condición de campesinos. Poned en ella el espíritu de servicio, precioso, de quien procura alimentos para la sociedad y colabora en los planes de Dios. Así podréis sentiros plenamente orgullosos de vuestra contribución al bien de todos.

Para concluir, con profundo respeto y estima por vosotros, dejo a cada campesino del Perú un abrazo de padre y amigo; a cada hogar vuestro, una cordial bendición; una plegaria por vuestras esposas y seres queridos; una caricia, para que a llevéis vosotros a cada uno de vuestros hijos. La Madre Santísima del Carmen, cuya imagen de Paucartambo voy a coronar canónicamente, os acompañe y proteja.

Ancha cuyasqay Qosqo runakuna, anti orqokunaq Patampi Tiyaq Wawallaykuna:

Jatum kusikuywanmi, sonqoy llanllarinankama, kunam punchau qankunata imaynam kuyasqayta reqsechinaypaq llaqtqykichisman chayamuni, taytaykichis jina, michiqniykíchís jina.

Dios Yayaq, Dios Churiq, Dios Espíritu Santoq Sutimpi.

(Amados hijos campesinos del Cuzco y de todo el Ande Peruano: Con gran ilusión y alegría llego hoy hasta vosotros para expresaros mi sincero y paternal afecto. Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo estén con vosotros).





VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,

ECUADOR, PERÚ Y TRINIDAD Y TOBAGO

SANTA MISA PARA LOS JÓVENES EN EL HIPÓDROMO DE MONTERRICO



Sábado 2 de febrero de 1985



Amadísimos jóvenes:


B. Juan Pablo II Homilías 469