B. Juan Pablo II Homilías 478

478 1. En este encuentro, que tanto he deseado y al que vosotros os habéis preparado gozosamente con numerosas iniciativas, nos ha hablado Jesús. Acabamos de escuchar uno de los pasajes del Evangelio que más ha conmovido al mundo a lo largo de los siglos: las ocho bienaventuranzas del sermón de la montaña.

Con expresivas palabras se refirió el Papa Pablo VI a este pasaje, presentándolo como «uno de los textos más sorprendentes y más positivamente revolucionarios: ¿Quién se habría atrevido en el curso de la historia a proclamar “felices” a los pobres de espíritu, a los afligidos, a los mansos, a los hambrientos, a los sedientos de justicia, a los misericordiosos, a los puros de corazón, a los artífices de la paz, a los perseguidos, a los insultados…? Aquellas palabras, sembradas en una sociedad basada en la fuerza, en el poder, en la riqueza, en la violencia, en el atropello, podían interpretarse como un programa de vileza y abulia indignas del hombre; y en cambio, eran proclamas de una nueva “civilización del amor”» (PAULI VI Homilia, die 29 ian. 1978: Insegnamenti di Paolo VI, XVI (1978) 82 ss.).

2. Queridos amigos: El programa evangélico de las bienaventuranzas es trascendental para la vida del cristiano y para la trayectoria de todos los hombres. Para los jóvenes y para las jóvenes es sencillamente un programa fascinante. Bien se puede decir que quien ha comprendido y se propone practicar las ocho bienaventuranzas propuestas por Jesús, ha comprendido y puede hacer realidad todo el Evangelio. En efecto, para sintonizar plena y certeramente con las bienaventuranzas, hay que captar en profundidad y en todas sus dimensiones las esencias del mensaje de Cristo, hay que aceptar sin reserva alguna el Evangelio entero.

Ciertamente el ideal que el Señor propone en las bienaventuranzas es elevado y exigente. Pero por eso mismo resulta un programa de vida hecho a la medida de los jóvenes, ya que la característica fundamental de la juventud es la generosidad, la abertura a lo sublime y a lo arduo, el compromiso concreto y decidido en cosas que valgan la pena, humana y sobrenaturalmente. La juventud está siempre en actitud de búsqueda, en marcha hacía las cumbres, hacia los ideales nobles, tratando de encontrar respuestas a los interrogantes que continuamente plantea la existencia humana y la vida espiritual. Pues bien, ¿hay acaso ideal más alto que el que nos propone Jesucristo?

Por eso yo, Peregrino de la Evangelización, siento el deber de proclamar esta tarde ante vosotros, jóvenes del Perú, que sólo en Cristo está la respuesta a las ansias más profundas de vuestro corazón, a la plenitud de todas vuestras aspiraciones; sólo en el Evangelio de las bienaventuranzas encontraréis el sentido de la vida y la luz plena sobre la dignidad y el misterio del hombre (Cfr. Gaudium et Spes
GS 22).

3. Jesús de Nazaret comenzó su misión mesiánica predicando la conversión en el nombre del reino de Dios.Las bienaventuranzas son precisamente el programa concreto de esa conversión. Con la venida de Cristo, Hijo de Dios, el reino se hace presente en medio de nosotros: «Está dentro de nosotros», y al mismo tiempo ese reino constituye la escatología, es decir, la meta definitiva de la existencia humana.Pues bien, cada una de las ocho bienaventuranzas señala esa meta ultratemporal. Pero al mismo tiempo cada una de las bienaventuranzas afecta directa y plenamente al hombre en su existencia terrena y temporal. Todas las situaciones que forman el conjunto del destino humano y del comportamiento del hombre están comprendidas de forma concreta, con su propio nombre, en las bienaventuranzas. Estas señalan y orientan en particular el comportamiento de los discípulos de Cristo, de sus testigos. Por eso las ocho bienaventuranzas constituyen el código más conciso de la moral evangélica, del estilo de vida del cristiano.

Las palabras que Jesús pronunció hace dos mil años en el sermón de la montaña, son siempre de vital actualidad. Iluminando la historia han llegado hasta nosotros. La Iglesia las ha repetido siempre y lo hace también ahora, dirigiéndolas sobre todo a los jóvenes de corazón generoso y abiertos al bien. Escuchad.

4. Jesús proclama: Bienaventurados los que lloran: es decir, los afligidos, los que sienten sufrimiento físico o pesadumbre moral; porque ellos serán consolados (Mt 5,5).

El sufrimiento es en cierto modo el destino del hombre, que nace sufriendo, pasa su vida en aflicciones y llega a su fin, a la eternidad, a través de la muerte, que es una gran purificación por la que todos hemos de pasar. De ahí la importancia de descubrir el sentido cristiano del sufrimiento humano. Es éste el tema de mi Carta Apostólica «Salvifici Doloris» que, va a hacer pronto un año, dirigí a todo el Pueblo de Dios. En ella traté de describir lo que es el mundo del sufrimiento humano con sus mil rostros y sus terribles consecuencias; y en ella, a la luz del Evangelio, traté de dar respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento. Con la mirada fija «en todas las cruces del hombre de hoy» (IOANNIS PAULI PP. II Salvifici Doloris, 31), afirmé que «en el sufrimiento se esconde una particular fuerza que acerca interiormente el hombre a Cristo» (Ibíd. 26). Este es el consuelo de los que lloran.

Los jóvenes, poniendo en juego su generosidad, no han de tener nunca miedo al sufrimiento visto ala luz de las bienaventuranzas. Han de estar siempre cerca de los que sufren y han de saber descubrir en las propias aflicciones y en las de los hermanos el valor salvífico del dolor, la fuerza evangelizadora de todo sufrimiento.

5. Bienaventurados los limpios de corazón. Jesús asegura que los que practican esta bienaventuranza verán a Dios (Cf. . Matth Mt 5,81). Los hombres de alma limpia y transparente, ya en esta vida, ven en Dios, ven a la luz del Evangelio todos los problemas que exigen una pureza especial: así, el amor y el matrimonio. Sobre estos temas la Iglesia ha hablado siempre, y sobre todo en nuestro tiempo, con mucha claridad e insistencia, proyectando la luz de su doctrina particularmente sobre la juventud.

479 Qué importante es educar a los jóvenes y a las jóvenes para el «amor hermoso», con el fin de alejarles de todas las asechanzas que tratan de destruir el tesoro de su juventud: de la droga, la violencia, el pecado en general; y orientarles por el camino que lleva a Dios: en el matrimonio cristiano, camino real para la realización humana y santificación de la mayoría de las mujeres y hombres; y también, cuando Cristo llama, en la entrega radical exigida por la vocación sacerdotal o religiosa. La Iglesia necesita hoy muchos apóstoles para evangelizar el mundo del nuevo milenio que se acerca, y espera encontrar esos evangelizadores entre vosotros, hombres y mujeres jóvenes del Perú.

6. Bienaventurados los misericordiosos (Ibíd.. 5, 7). La misericordia constituye el centro mismo de la Revelación y de la Alianza. La misericordia, tal como la explicó y practicó Jesús, «rico en misericordia» (Dives in misericordia ), es la cara más auténtica del amor, es la plenitud de la justicia. Por lo demás, el amor de misericordia no es una mera compasión con el que sufre, sino una efectiva y afectiva solidaridad con todos los afligidos.

El joven noble, generoso y bueno debe distinguirse por su sensibilidad hacia los sufrimientos de los otros, hacia toda desgracia, hacia cualquier mal que afecte al hombre. La misericordia no es pasividad, sino decidida acción en favor del prójimo, desde la fe.

¡Cuántas falanges de jóvenes se ven h?y dedicadas con inmensa alegría al servicio de los hermanos en todas las partes y en las circunstancias más difíciles de la vida! La juventud es servicio. Y el testimonio de servicio y fraternidad que da la juventud de hoy es una de las cosas más consoladoras y maravillosas de nuestro mundo.

El Señor da en premio a los misericordiosos la misericordia misma, la alegría, la paz.

7. Los pacíficos, los artífices de la paz: he aquí una categoría excepcional de hombres a los que Jesús proclama bienaventurados. Esta felicitación que nuestro Señor dirige a los que buscan la paz en el ámbito familiar, social, laboral y político, a nivel nacional e internacional, tiene una actualidad sorprendente.

Vosotros sentís justamente —debéis sentirlo siempre— el anhelo de una sociedad más justa y solidaria; pero no sigáis a quienes afirman que las injusticias sociales sólo pueden desaparecer mediante el odio entre clases o el recurso a la violencia u otros medios anticristianos. Sólo la conversión del corazón puede asegurar un cambio de estructuras en orden a la construcción de un mundo nuevo, un mundo mejor. «El tener confianza en los medios violentos, con la esperanza de instaurar más justicia, es ser víctima de una ilusión mortal. La violencia engendra violencia y degrada al hombre. Ultraja la dignidad del hombre en la persona de las víctimas y envilece esta misma dignidad en quienes la practican» (S. CONGR. PRO DOCTRINA FIDEI Instructio de quibusdam aspectibus «Theologiae Liberationis», XI, 7). «Solamente recurriendo a las capacidades éticas de la persona y a la perpetua necesidad de conversión interior se obtendrán los cambios sociales que estarán verdaderamente al servicio del hombre» (Puebla, IV, 3, 3. 3).

Construir la paz de hoy y la paz del mañana, la paz del año 2000: ésta es vuestra tarea, si queréis ser llamados «hijos de Dios». No olvidéis nunca que, como dije en mi Mensaje de primero de año, «la paz y los jóvenes caminan juntos».

8. Bienaventurados los mansos (
Mt 5,4). Se expresa así el maestro bondadoso, que predicando el reino de Dios dijo también a sus discípulos: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón» (Ibíd. 11, 29).

Es manso aquel que vive en Dios. No se trata de cobardía, sino del auténtico valor espiritual de quien sabe enfrentarse al mundo hostil no con ira, no con violencia, sino con benignidad y amabilidad; venciendo el mal con el bien, buscando lo que une y no lo que divide, lo positivo y no lo negativo, para «poseer así la tierra» y construir en ella la «civilización del amor». He aquí una tarea entusiasmante para vosotros.

9. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia (Ibíd.. 5, 6). Con estas palabras Jesús nos convoca a la santidad, a la justicia o perfección que surge de la escucha de la Palabra de Dios hecha estilo de vida, conducta social, existencia cotidiana. De esa justicia que la Iglesia quiere promover eficazmente entre los hombres mediante su doctrina social, que vosotros, jóvenes, debéis estudiar con interés y aplicar con tesón.

480 El cristiano auténtico ha de asumir responsablemente las exigencias sociales que nacen de su fe. La visión del mundo y de la vida que nos da el Evangelio y que nos explica la doctrina social católica, impulsa ala acción constructiva mucho más que cualquier ideología, por muy atrayente que parezca.

Así, pues, jóvenes, ¡ánimo! La Iglesia os guía por los derroteros que llevan a los «nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia» (2 Petr. 3, 13). No desoigáis su voz. Aceptad plenamente sus enseñanzas.

10. Bienaventurados los pobres de espíritu (
Mt 5,3). Esta es precisamente la primera de las ocho bienaventuranzas que proclamó Jesús en el sermón de la montaña.

«Los pobres de espíritu son aquellos que están más abiertos a Dios y a las “maravillas de Dios” (Ac 2,11). Pobres, porque están siempre dispuestos a aceptar ese don de lo alto, que proviene del mismo Dios. Pobres de espíritu son los que viven conscientes de haberlo recibido todo de las manos de Dios como un don gratuito y que valoran cada uno de los bienes recibidos. Constantemente agradecidos, repiten sin cesar: “Todo es gracia”, “demos gracias al Señor nuestro Dios”… Los corazones abiertos a Dios están, por eso mismo, más abiertos a los hombres. Están dispuestos a ayudar desinteresadamente. Dispuestos a compartir lo que tienen. Dispuestos a acoger en su casa a una viuda o a un huérfano abandonados. Siempre encuentran un lugar disponible dentro de las estrecheces en que viven. Y encuentran también siempre un poco de alimento, un pedazo de pan en su pobre mesa. Pobres pero generosos.Pobres, pero magnánimos» (IOANNIS PAULI PP. II Allocutio in loco vulg? «Favela Vidigal» in urbe e Rio de Janeiro» habita, 2, die 2 iul. 1980: Insegnamenti di Giovanni Paolo II , III, III 2,0 III 25,0).

Así, pues, pobres de espíritu son aquellos que, careciendo de bienes terrenales, saben vivir con dignidad humana los valores de una pobreza espiritual rica de Dios; y aquellos que, poseyendo los bienes materiales, viven el desprendimiento interior y la comunicación de bienes con los que sufren necesidad.

De los pobres de espíritu es el reino de los cielos. Esta es la recompensa que Jesús les promete. No se puede prometer más. Esta bienaventuranza que, en cierto sentido, comprende todas las demás, hemos de proyectarla sobre los pobres reales, teniendo en cuenta todas las clases y formas de pobreza que existen en nuestro mundo y mirando también a tantos hombres ricos que son terriblemente pobres (Cfr. ?IUSDEM Nuntius radiophonicus in Nativitate Domini missus, die 25 dec. 1984: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VII, 2 (1984) 1664 ss.).

Mirando así a todos los que sufren por carencias materiales o espirituales, la Iglesia ha hecho su opción preferencial, no exclusiva ni excluyente, por los pobres. En esta opción que el Episcopado Latinoamericano hizo ya en Medellín y Puebla y que yo he proclamado de nuevo en mí último Mensaje de Navidad, vosotros, los jóvenes del Perú, tenéis que estar, y yo sé que lo estáis, muy unidos a la Iglesia y a sus Pastores.

11. Junto a la primera quiero citar ahora la última bienaventuranza, la referente a los que sufren persecución por causa de la justicia, los que son perseguidos por dar testimonio de la fe: son auténticos pobres de espíritu y por eso Jesús dice también que de ellos es el reino de los cielos (Cf. . Matth Mt 5,10).

Yo os invito a una solidaridad especial con estos pobres, que son tantos en nuestro mundo de hoy: víctimas de esas pobrezas que afectan a los valores espirituales y sociales de la persona. Los jóvenes, que tanto aprecian el valor de la libertad, pueden comprender muy bien lo que es sufrir por falta de libertad, sobre todo por falta de libertad religiosa. No olvidemos nunca a estos hermanos nuestros a quienes Cristo felicita en su octava bienaventuranza. Son los preferidos del Señor y por eso han de ser también los preferidos de los amigos de Jesús, los preferidos de la Iglesia.

12. Queridos jóvenes: Si queréis ser de verdad felices, buscad la identificación con Cristo. «El es el verdadero protagonista de las ocho bienaventuranzas: no es sólo el que las ha enseñado o enunciado, sino que es, sobre todo, el que las ha realizado del modo más perfecto durante y con toda su vida» (IOANNIS PAULO PP. II Homilia in paroecia «S. Marci Evangelistae» habita, 3, die 29 ian. 1984: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VII, 1 (1984) 193).

Es verdad que las bienaventuranzas no son mandamientos. Pero ciertamente están comprendidas todas ellas en el mandamiento del amor, que es el «primero» y el «más grande». Las bienaventuranzas son como el retrato de Cristo, un resumen de su vida y «por eso se presentan también como un “programa de vida” para sus discípulos, confesores, seguidores. Toda la vida terrena del cristiano, fiel a Cristo, puede encerrarse en este programa, en la perspectiva del reino de Dios» (Cf.. ibid.).

481 Jóvenes, vosotros estáis en condiciones de entusiasmares con ese programa. Pero para poder realizarlo necesitáis recurrir ala oración, acudir con humildad, confianza y sinceridad al sacramento de la reconciliación y participar con fervor en la Eucaristía.

Necesitáis también mirar ala Santísima Virgen, a quien la tradición de la Iglesia ha llamado siempre bienaventurada. Que María sea vuestra Madre. Procurad descubrir, a través de la meditación frecuente, la fidelidad con que Ella vivió el espíritu de las bienaventuranzas.Que Santa María os guíe siempre por el camino de la verdad, del bien, del amor y de la generosidad.

No es éste el momento para indecisiones, ausencias o faltas de compromiso. Es la hora de los audaces, de los que tienen esperanza, de los que aspiran a vivir en plenitud el Evangelio y de los que quieren realizarlo en el mundo actual y en la historia que se avecina.

A ejemplo de la joven Santa Rosa de Lima, empeñad vuestras energías en construir un Perú donde brille la santidad, donde se plasmen las bienaventuranzas del reino.

Construid un Perú más fraterno y reconciliado.

Construid un Perú mucho más justo.

Construid un Perú sin violencia, siempre anticristiana.

Construid un Perú donde reinen la honestidad, la verdad, la paz.

Construid un Perú más humano, donde el misterio de cada hombre se viva ala luz del misterio de Dios.

Especialmente este Año de la Juventud, construid un Perú donde resuenen, hechas ánimo y esperanza, las palabras del Apóstol: «Os saludo, jóvenes, que sois fuertes, que el mensaje de Dios está en vosotros y que habéis vencido al maligno» (1 Io. 2, 14). Vuestra victoria no será la de las armas, sino la del espíritu de las bienaventuranzas, hechas vida propia y proclamadas al mundo.

Para que así sea, os ofrezco mi aliento, mi plegaría, mi Bendición.
* * *

482

Consagración de la juventud peruana a la Santísima Virgen

María, Madre de Jesús y Madre nuestra, hoy la juventud peruana reunida junto al Vicario de Cristo, para proclamar su fe, su incondicional entrega a Jesucristo y su disponibilidad para construir un mundo más justo, más fraterno y más cristiano, quiere consagrarse a Ti.

Conscientes de nuestra debilidad, nos acercamos con la confianza del hijo que busca la protección de su Madre. Ponemos en tus manos nuestros anhelos, nuestras inquietudes, nuestras esperanzas. Queremos construir un mundo mejor, donde reine el amor, la justicia y la paz. Te ofrecemos todas nuestras fuerzas jóvenes con la decisión de seguir la enseñanza de Cristo, no buscando ser servidos sino servir, servir a nuestros hermanos, y cuanto más necesitados, más. Servir a la Iglesia, sacramento universal dé salvación, servir al Perú, nuestra patria, para que tu Hijo, Jesús, sea amado y acogido por los jóvenes.

Te ofrecemos nuestros años de juventud para que, bendecidos con tu amor maternal, seamos capaces de cumplir nuestro deber por encima de todo provecho propio.

Intercede en nuestro favor, a fin de que en este período de nuestra existencia penetremos y asimilemos el mensaje que Cristo trajo al mundo, sin paliarlo ni tergiversarlo, sino aceptándolo en toda su plenitud y exigencia. Consíguenos la nobleza de reconocer nuestras fallas y debilidades, y la fuerza de convertirnos constantemente a Cristo Salvador.

Alcánzanos la gracia de que nuestra vida no sea vacía, sino que logre ser, en el estado de vida que Dios quiera para cada uno de nosotros, un testimonio vivo, un aliciente para que los hombres se acerquen y encuentren la acción transformadora de Dios. María, Madre de la Iglesia y Madre nuestra, acepta nuestra ofrenda y acompáñanos en nuestro caminar por el mundo. Amén.



VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,

ECUADOR, PERÚ Y TRINIDAD Y TOBAGO

BEATIFICACIÓN DE ANA DE LOS ÁNGELES



Arequipa (Perú) - Sábado 2 de febrero de 1985



1. «Lumen ad revelationem gentium!».
¡Luz para iluminar a las gentes! (Lc 2,32).

Hoy la Iglesia en toda la tierra celebra la Presentación del Señor en el templo de Jerusalén, cuarenta días después de su nacimiento en Belén.

Allí, en el templo de Jerusalén, fueron pronunciadas las palabras proféticas que la Iglesia repite cada día en su liturgia y hoy proclama con una especial solemnidad.

483 He aquí que el anciano Simeón toma al Niño de los brazos de la Madre e iluminado por el Espíritu Santo, pronuncia las palabras proféticas:

«Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, / dejar que tu siervo se vaya en paz, porque han visto mis ojos tu salvación, / la que has preparado a la vista de todos los pueblos, / luz para iluminar a las gentes / y gloría de tu pueblo Israel» (Ibíd. 2, 29-32).

2. Hoy repetimos estas palabras aquí en Arequipa, en tierra peruana. Juntos profesamos con ellas la fe en Jesucristo; esa fe que ha iluminado el pueblo de esta tierra desde hace ya casi cinco siglos.

En este nombre y en esta luz nos unimos hoy recíprocamente nos saludamos. Y tengo el gozo de poder participar con vosotros, como Obispo de Roma, en esta fiesta grande de la Iglesia en vuestra patria.

Una fiesta que tiene un doble motivo de alegría: la beatificación de Sor Ana de los Ángeles Monteagudo, y la coronación pontificia de la imagen de la Virgen de Chapi, Madre y Reina de Arequipa, que preside nuestra celebración.

En esta fiesta de la Iglesia en el Perú, en presencia de todos sus Pastores, quiero saludar a todo el pueblo fiel peruano que he venido a visitar, aunque no podré llegar, como desearía, a cada persona y lugar del país. Pero a todos los semejantes me dirigiré intencionalmente, cada vez que en estos días encuentre a algún grupo o sector del pueblo de Dios. Así pues:

Que Cristo, luz de las gentes, ilumine a los miembros de esta Iglesia de Dios en Arequipa que h?y me acoge, a su Pastor y auxiliares, así como a las Iglesias de Punto, Tacna, Ayaviri, Chuquibamba y Juli con sus Pastores.

Que la luz de Cristo guíe a la Iglesia en Lima con su cardenal arzobispo y auxiliares, a los Pastores y fieles del Callao, Huacho, Ica y Yauyos.

Que Cristo, luz del mundo, esclarezca el camino de los Pastores y fieles de Ayacucho, Huancavelica y Caravelí.

Que Cristo sea siempre la luz de las Iglesias en el Cuzco, Abancay, Chuquibambilla y Sicuani y de sus obispos.

Que la luz de Cristo resplandezca en el pueblo fiel de Huancayo, Huánuco, Tarma y en sus Padres en la fe.

484 Que Cristo acompañe con su luz al Pueblo santo de Dios en Piura, Chachapoyas, Chiclayo, Chota, Chulucanas y a sus prelados.

Que la luz de Cristo brille en los Pastores y comunidades eclesiales de Trujillo, Cajamarca, Huaraz, Chimbote, Huarí, Huamachuco y Moyobamba.

Que Cristo marque con su luz el camino de la fe para los Ordinarios e Iglesias de Iquitos, Jaén, Pucallpa, Puerto Maldonado, Requena, San José del Amazonas, San Ramón y Yurimaguas, y para el Ordinario y miembros del Vicariato Castrense del Perú.

Finalmente, que Cristo sea luz para todos los aquí presentes, los venidos de cerca o de lejos, y de modo particular para la gran Familia dominicana, que ve en su hermana, la Beata Ana de los Ángeles, una nueva gloría para los hijos e hijas de Santo Domingo, y un fiel reflejo de la luz de Jesucristo.

3. Este Jesús de Nazaret sobre el cual, cuarenta días después de su nacimiento, el anciano Simeón pronunció las palabras proféticas, está delante de nosotros como Luz.

Escuchemos lo que nos dice en el Evangelio de la liturgia de hoy:

«Todo me ha sido entregado por mi Padre; y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ní al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (
Mt 11,27).

Cristo es la luz de los hombres, porque les revela a Dios. Sólo El conoce a Dios: conoce al Padre y es conocido por El. También El, únicamente El, lleva la luz de la revelación divina a los corazones humanos. Gracias a El hemos conocido al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, al Dios Unico en la Trinidad que es «el principio y fin» de todo lo que existe. En El está nuestra salvación eterna.

4. En efecto, este Dios —como proclama Juan en la segunda lectura de hoy— es el que «nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados» (1 Io. 4, 10). Así es. «En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo su Hijo único para que vivamos por medio de él» (Ibíd. 4, 9).

El Hijo es la luz del mundo porque nos da la vida de Dios.Esta vida divina es para nosotros un don, es decir, la gracia. Y la gracia deriva del Amor e injerta en nosotros el Amor. De este modo nosotros los hombres, nacidos de los hombres, de nuestros padres, a la vez hemos nacido de Dios:

«Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios» (Ibíd. 4, 7).

485 Cristo es la luz de los hombres, porque gracias a El hemos sido engendrados por Dios, y cuando somos engendrados por Dios en Cristo, entonces también nosotros «conocemos a Dios»: conocemos al Padre, como también el Hijo conoce al Padre.

En cambio, «Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor» (1 Io. 4, 7).

5. He aquí el espléndido mensaje de la fiesta de hoy. El mensaje de la luz y de la vida, el mensaje de la verdad y del amor.

En el contenido de este mensaje reconocemos también a esta hija elegida de vuestra tierra que hoy puedo proclamar Beata de la Iglesia: Sor Ana de los Ángeles Monteagudo.

El señor Arzobispo de Arequipa, al pedir oficialmente la beatificación de Sor Ana, ha trazado en síntesis su biografía y ha indicado los rasgos de su vida santa, y los méritos y gracias celestiales que han conducido a su elevación a los altares, para ejemplo y veneración de toda la Iglesia, especialmente de la Iglesia en el Perú.

En ella admiramos sobre todo a la cristiana ejemplar, la contemplativa, monja dominica del célebre monasterio de Santa Catalina, monumento de arte y de piedad del que los arequipeños se sienten con razón orgullosos. Ella realizó en su vida el programa dominicano de la luz, de la verdad, del amor y de la vida, concentrado en la conocida frase: «contemplar y transmitir lo contemplado».

Sor Ana de los Ángeles realizó este programa con una intensa, austera, radical entrega a la vida monástica, según el estilo de la orden de Santo Domingo, en la contemplación del misterio de Cristo, Verdad y Sabiduría de Dios. Pero a la vez su vida tuvo una singular irradiación apostólica. Fue maestra espiritual y fiel ejecutora de las normas de la Iglesia que urgían la reforma de los monasterios. Sabía acoger a todos los que dependían de ella, encaminándolos por los senderos del perdón y de la vida de gracia. Se hizo notar su presencia escondida, más allá de los muros de su convento, con la fama de su santidad. A los obispos y sacerdotes ayudó con su oración y su consejo; a los caminantes y peregrinos que venían a ella, los acompañaba con su plegaria.

Su larga vida se consumó casi por entero dentro de los muros del monasterio de Santa Catalina; desde su tierna edad como educanda, y más tarde como religiosa y superiora. En sus últimos años se consumó en una dolorosa identificación con el misterio de Cristo Crucificado.

Sor Ana de los Ángeles confirma con su vida la fecundidad apostólica de la vida contemplativa en el Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia. Vida contemplativa que arraigó muy pronto también aquí, desde los albores mismos de la evangelización, y sigue siendo riqueza misteriosa de la Iglesia en el Perú y de toda la Iglesia de Cristo.

6. Ciertamente Sor Ana se ha guiado en su vida con esta máxima de San Juan Evangelista:

«Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros» (1 ??. 4, 11).

486 En la escuela del Divino Maestro se fue modelando su corazón hasta aprender la mansedumbre y humildad de Cristo, según las palabras del Evangelio: «Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón... Porque mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11,29-30).

Imitando la caridad y el sentido eclesial de su Patrona, Catalina de Siena, tuvo un corazón manso y humilde abierto a las necesidades de todos, especialmente de los más pobres.

Todos encontraron en ella un amor verdadero. Los pobres y humildes hallaron acogida eficaz; los ricos, comprensión que no escatimaba la exigencia de conversión; los Pastores encontraron oración y consejo; los enfermos, alivio; los tristes, consuelo; los viajeros, hospitalidad; los perseguidos, perdón; los moribundos, la oración ardiente.

En la caridad orante y efectiva de Sor Ana estuvieron presentes de una manera especial los difuntos, las almas del Purgatorio que ella llamaba «sus amigas». De esta forma, iluminando la piedad ancestral por los difuntos con la doctrina de la Iglesia, siguiendo el ejemplo de San Nicolás de Tolentino, de quien era devota, extendió su caridad a los difuntos con la plegaria y los sufragios.

Por eso, recordando estos detalles entrañables de la vida de la nueva Beata, su penitencia y su limosna, su oración continua y ardiente por todos, hemos recordado las palabras del libro de Tobías:

«Buena es la oración con ayuno; y mejor es la limosna con justicia que la riqueza con iniquidad. Mejor es hacer limosna que atesorar oro... Los que hacen limosna tendrán larga vida» (??b. 12, 8-9). Como ella, que murió en edad avanzada, cargada de virtudes y méritos.

7. Hoy la Iglesia en Arequipa y en todo el Perú desea adorar a Dios de una manera especial por los beneficios que El ha concedido al Pueblo de Dios mediante el servicio de una humilde religiosa: Sor Ana de los Ángeles.

Obrando así, la Iglesia cumple la invitación del libro de Tobías, proclamada en la liturgia de hoy:

«Manifestad a todos los hombres las acciones de Dios, dignas de honra, y no seáis remisos en confesarle. Bueno es mantener oculto el secreto del Rey, y también es bueno proclamar y publicar las obras gloriosas de Dios» (Ibíd..12, 6-7).

De esta manera, aquel misterio de la Gracia de Dios, escondido en el seno de la Iglesia de vuestra tierra, se hace manifiesto y se revela: ¡es Sor Ana de los Ángeles, la Beata de la Iglesia!

La santidad del hombre es obra de Dios. Nunca será suficiente manifestarle gratitud por esta obra. Cuando veneramos sus obras, las obras de Dios, veneramos y adoramos sobre todo a El mismo, el Dios Santísimo. Y entre todas las obras de Dios, la más grande es la santidad de una criatura: la santidad del hombre.

487 Pero he aquí que en la fiesta de hoy, en presencia de toda la Iglesia, está aquella que es la más Santa: la Madre de Cristo, María.

La contemplamos, cuarenta días después del nacimiento de su Hijo, llevando a Jesús al templo de Jerusalén, acompañada por José. El anciano Simeón adora en el Niño la luz de Dios: «Luz para iluminar a las gentes» (
Lc 2,32). Y a María dirige estas palabras: «Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción, a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones. ¡Y a ti misma una espada te atravesará el alma!» (Ibíd. 2, 34-35).

Teniendo presentes las palabras de Simeón, deseamos poner hoy sobre la cabeza de la imagen de la Madre de Dios de Chapi, la corona pontificia.

Este gesto que realizamos en la tierra, responde a la exaltación que la Virgen ha recibido en el cielo: la exaltación de los pobres y humildes, proclamada por ella en el Magníficat (Cfr. ibid.1, 52).

Con tal gesto, el Papa quiere sellar la vinculación que ya existe y que se consolidará más, entre la ciudad de Arequipa, entre la Iglesia en el Perú y la Virgen Santísima. En efecto, esta «ciudad blanca», eminentemente mariana, que nació bajo el amparo de Nuestra Señora, el día de la Asunción de 1540, ha profesado siempre gran devoción a la Madre de Dios. Lo atestiguan los tres hermosos y conocidos santuarios marianos de la ciudad: el de Cayma, el de Characato y especialmente el de Chapi.

La coronación es también un recuerdo del amor que tuvo ala Virgen Santísima la Beata Ana de los Ángeles.

9. Ante la imagen de Nuestra Señora pongo las intenciones de toda la Iglesia, especialmente de la Iglesia en el Perú y en Arequipa:

«Oh Madre de Cristo, Santa Madre de Dios, venerada con amor tan entrañable por el Pueblo de Dios en toda la tierra peruana.

Madre y Reina de todos los Santos que ha dado esta tierra: Toribio de Mogrovejo, Rosa de Lima, Martín de Porres, Juan Macías, Ana de los Ángeles, proclamada Beata en el día de hoy.

No dejes de llevar a Jesús en tus manos; llévalo a los corazones de todos los que, en esta tierra, tan amorosamente confían en ti.

Llévalo siempre, como lo llevaste al templo de Jerusalén; que los ojos de nuestra fe se abran en todo momento como se abrieron los ojos de Simeón.

488 Junto con él profesamos:

¡«Luz para iluminar a las gentes»!

Que en El los ojos de nuestra le vean siempre la salvación que viene de Dios... ¡Del mismo Dios!

Amén.



B. Juan Pablo II Homilías 478