B. Juan Pablo II Homilías 488


VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,

ECUADOR, PERÚ Y TRINIDAD Y TOBAGO

SANTA MISA EN LA PLAZA DE ARMAS



Viernes 1 de febrero de 1985



Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros (Cf.. Io. 15, 1-17).

1. El pasaje evangélico que acabamos de proclamar en esta Plaza de Armas de una ciudad que hace 450 años escuchó por primera vez las enseñanzas del Evangelio, nos invita a una opción libre e irrevocable de fidelidad y amor total a Jesucristo. El es el centro vital de vuestra existencia, el origen de vuestra llamada a la santidad, el objeto de vuestros proyectos apostólicos, mis queridos sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas, miembros de los diversos movimientos apostólicos, hermandades, cofradías, grupos de plegaria y reflexión bíblica, neocatecumenales, apostolado de la oración y otros aquí reunidos.

Sois las fuerzas vivas de la Iglesia en Perú. La primera de esas fuerzas es Aquel que se llamó «la vid verdadera»: Jesucristo. A todos nos dice: «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. Permaneced en mí..., porque separados de mí no pedéis hacer nada» (Ibíd. 15, 4-5). Es una invitación a nosotros que estamos injertados en El por el bautismo y luego mediante los otros sacramentos y los respectivos carismas, a buscar la intimidad de su gracia vivificante. Es la invitación a vivir el carisma más grande, que es la caridad (Cf. 1Co 13,13). Es la invitación amorosa a estar siempre unidos a El como garantía de fecundidad personal y apostólica. Y es a la vez un llamado a la unidad eclesial, ya que la gracia de Cristo nos llega sin cesar a través de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, signo que hace visible y realiza la comunicación con El.

Esa unidad eclesial se efectúa en cada diócesis en torno al obispo. En efecto, a los obispos —bien unidos cum y sub Petro— (Cfr. Christus Dominus CD 2) corresponde garantizar la eclesialidad de las enseñanzas, del culto, de la comunión en la caridad dentro de cada Iglesia local. Por eso vuestra tarea eclesial - sacerdotal, religiosa, laical - sólo será fecunda si se realiza en unión estrecha con el legítimo Pastor.

Por ello, en vuestro ser y actuar, sentid el gozo y optimismo de estar unidos a Jesucristo en su Iglesia, ese gran árbol en que se injertan muchas ramas. Y como la rama no puede vivir separada del tronco, ni el sarmiento de la vid, uníos vitalmente a Cristo, porque cada miembro y cada Iglesia local se unen a El en la medida en que participan de la corriente vital que vivifica a todo el árbol. Esa unión con el tronco se garantiza y manifiesta en la unión con el Pastor universal, con el Obispo de Roma y Sucesor de Pedro, que hoy os visita. Por ello, este viaje pastoral ha de significar para vosotros un reforzamiento de vuestra inserción en la única vid, Cristo, y en su Iglesia. Sin ello correríais la suerte del sarmiento separado de la vid, que se seca sin dar fruto (Cf.. Io. 15, 6).

2. Queridos sacerdotes diocesanos y religiosos, que desde todas las regiones del país os habéis dado cita para estar hoy con el Papa. Cristo os repite con acento de inmensa confianza y cariño: «Vosotros sois mis amigos . . . porque todo lo que he oído a mí Padre os lo he dado a conocer» (Ibíd. 15, 12 s.). ¡Cómo han de alentares esas palabras en vuestra soledad en pueblos apartados, a los que difícilmente llega el consuelo fraterno! ¡Cómo han de alentares en vuestra angustia ante «la tragedia del hombre concreto de vuestros campos y ciudades, amenazado a diario en su misma subsistencia, agobiado por la miseria, el hambre, la enfermedad, el desempleo»! (IOANNIS PAULI PP. II Allocutio ad quosdam Peruviae Episcopos occasione oblata eorum visitationis «ad Limina», 4, die 4 oct. 1984: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VII, 2 (1984) 740) ¡Cómo han de reconfortar vuestro corazón sacerdotal ante toda forma de injusticia, de abuso de los poderosos, de violencia que maltrata a los débiles y a los pequeños, de pérdida (en ciertos sectores) de los valores morales!

489 Sé del rechazo que sacude vuestros corazones al ver entronizada en el mundo un ansía inmoderada y cruel de tener, de poder y de placer. Pero Cristo está con vosotros como amigo; El conoce lo que significáis para la Iglesia y los sacrificios de vuestra misión como testigos de la fe y servidores de los hermanos. Por ello el Papa os dice: Renovad vuestro optimismo. Vuestra esperanza no quedará defraudada. ¡Cristo os acompaña y ha vencido al mundo!

Amigos de Jesús, destinados a dar fruto que permanezca (Cf.. Io. 15, 16). Grande es vuestro compromiso sacerdotal. No os desaniméis en él. No tengáis miedo de anunciar el mensaje de fe, de justicia y amor. Estad siempre unidos entre vosotros con la amistad y la ayuda mutua. Pero, sobre todo, tened una constante unión con Cristo en la oración y en los sacramentos, «de modo que todo lo que pidáis al Padre en mí nombre os lo conceda» (Ibíd.). En este sentido recordad que la Sagrada Eucaristía es la razón de ser de vuestro sacerdocio, hasta el punto de que el sacerdote nunca podría realizarse plenamente sí la Eucaristía no llega a ser el centro y raíz de su vida.

Sois los amigos de Jesús, que le habéis consagrado vuestra existencia. Renovad pues continua y gozosamente vuestra entrega en el celibato por el que «los presbíteros se consagran a Cristo de una forma nueva y exquisita, se unen a El más fácilmente con un corazón indiviso, se dedican más libremente en El y por El al servicio de Dios y de los hombres» (Presbyterorum Ordinis
PO 16). Meditad cada día el amor infinito de Cristo, que se ha dirigido a cada uno de vosotros y os ha dicho: ¡Sígueme! Esa llamada tiene su fuente última en el amor con el que el Padre ama al Hijo: «como el Padre me amó, y? también os he amado a vosotros» (Io. 15, 9). Esa es la verdadera vocación divina que debéis cultivar en su auténtica grandeza.

3. A todos, pero de modo especial al sacerdote, se dirigen las palabras del Señor: «os he destinado para que vayáis y deis fruto» (Ibíd. 15, 16).

A través de vuestra predicación, de la administración de los sacramentos, de las obras de caridad, Cristo continúa la redención. A través de vosotros se muestra su misericordia que perdona en el sacramento de la penitencia. Ejerced, pues, con generosidad vuestro ministerio, que la gracia de Cristo hará fecundo.

En la reciente Exhortación Apostólica «Reconciliatio et Paenitentia» he señalado cómo la administración del sacramento del perdón es «sin duda el más difícil y delicado, el más fatigoso y exigente, pero también uno de los más hermosos y consoladores ministerios del sacerdote» (IOANNIS PAULI PP. II Reconciliatio et Paenitentia RP 29). Sed por ello vosotros que me escucháis - sacerdotes, religiosos, laicos - los primeros en recibir con frecuencia este sacramento, con auténtica fe y devoción (Ibid. 31, VI); y en vuestras tareas apostólicas no olvidéis la catequesis sobre todas las realidades que se relacionan con este sacramento.

Sacerdotes amigos de Jesús, ministros de su Redención: estáis llamados a suscitar frutos de santidad y también, desde el Evangelio, frutos de justicia, de acuerdo con la enseñanza social de la Iglesia. Por eso, como dije hace poco a vuestros obispos, «es necesario que todos... trabajen seriamente —y donde lo requiera en el caso con aun mayor empeño— en la causa de la justicia y de la defensa del pobre» (EIUSDEM Allocutio ad quosdam Peruviae Episcopos occasione oblata eorum visitationis «ad Limina», 4, die 4 oct. 1984: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VII, 2 (1984) 740). Pero recordad que la misión propia de la Iglesia es «revelar a Cristo al mundo, ayudar a todo hombre para que se encuentre a sí mismo en El» (IOANNIS PAULI PP. II Redemptor Hominis RH 11).

4. Cristo os llama también a su amistad, a la intimidad con El, mis queridos seminaristas aquí presentes. Muchas de las cosas que he dicho para los sacerdotes tienen valor para quienes os preparáis a serlo. También para vosotros Jesús es la vida, la savia, la fuerza y el ejemplo. Por eso habéis de aprender de El, familiarizares con su persona y proyecto de salvación, para hacerlo vuestro ideal de vida y la inspiración de todo vuestro juvenil entusiasmo. Pensad, a este propósito, cuanto dije a vuestros obispos en su última visita ad Limina» (Cfr. EIUSDEM Allocutio ad quosdam Peruviae Episcopos occasione oblata eorum visitationis «ad Limina», die 24 maii 1984: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VII, 1 (1984) 1490 ss.).

Entre tanto os aliento a adquirir un gran sentido sobrenatural en vuestra existencia. Sed fieles a la oración diaria, tratad con piedad filial a María Santísima y acudid con confianza ala ayuda de vuestros superiores y educadores.

Recordad que vuestra formación requiere un estudio profundo, serio y sacrificado. Parte de ese sacrificio será la renuncia a otras dedicaciones que menguarían tiempo y energías a vuestra preparación específicamente sacerdotal.

«No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros» (Io. 15, 16). El eco de esa llamada personal de Jesús ha configurado vuestra vocación, queridos religiosos y religiosas, que cargáis con alegría una buena parte del trabajo apostólico en el Perú. Esa iniciativa divina en la llamada es fruto del amor: «Yo os he amado a vosotros» (Ibíd. 15, 9), «vosotros sois mis amigos» (Ibíd. 15, 14). Y la voz de Cristo se ha hecho entrega vuestra, total y definitiva, mediante los votos de pobreza, castidad y obediencia. Ha sido vuestra respuesta, alegre y generosa, eclesial y sobrenatural en sus motivaciones.

490 No permitáis, pues, cualquier intento de secularizar vuestra vida religiosa, ni de embarcarla en proyectos socio-políticos que le deben ser ajenos, ni de olvidar la responsabilidad de testimoniar la vigencia del proyecto íntegramente cristiano ante la sociedad y el mundo de hoy. Sed fieles a vuestra misión y al carisma de vuestros fundadores, en obediencia a la Iglesia.

«Muchas familias religiosas nacieron para la educación cristiana de los niños y de los jóvenes, especialmente los más abandonados» (IOANNIS PAULI PP. II Catechesi Tradendae
CTR 65). Que la preocupación por el servicio en otros campos apostólicos no os aparte de esa misión que la Iglesia os ha confiado. Sé que hacéis mucho en ese terreno; continuad entregándoos con generosidad.

«Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor» (Io. 15, 10).

La fidelidad es la prueba del amor. Además, los cristianos tienen derecho a exigir al consagrado una sincera adhesión y obediencia a los mandatos de Cristo y de su Iglesia. Por tanto, tenéis que evitar todo lo que hiciera pensar que existe en la Iglesia una doble jerarquía o doble magisterio. Vivid e inculcad siempre un profundo amor a la Iglesia, y una leal adhesión a toda su enseñanza. Nunca seáis portadores de incertidumbres, sino de certezas de fe. Transmitid siempre la verdades que proclama el Magisterio; no ideologías que pasan. Para edificar la Iglesia, vivid la santidad. Ella os llevará, sí es necesario, a la prueba suprema de amor a los demás, porque «nadie tiene mayor amor, que el que da su vida por sus amigos» (Ibíd. 15, 13).

En esa línea quiero expresar toda mí estima y aliento a los miembros de los Institutos seculares o de las Sociedades de vida apostólica que trabajan afanosamente y dan testimonio de Cristo, con su presencia específica, en todos los campos de la vida de la Iglesia.

6. A vosotros, laicos de los diversos movimientos eclesiales, os invito a acoger también la voz de Cristo en este encuentro: «La gloría de mi Padre está en que deis mucho fruto y seáis mis discípulos» (Io. 15, 8). Meditad bien esas palabras, amados diáconos permanentes.

Cristo sigue esperando muchos frutos de vuestra actividad, catequistas laicos, que con entrega tan digna de agradecimiento ejercéis una preciosa misión de apostolado seglar. Continuad con entusiasmo vuestra tarea, formaos cada vez mejor según las indicaciones de vuestros Pastores y vivid ejemplarmente la Palabra que enseñáis.

Alrededor de los misterios de la Vida, Pasión y Muerte del Redentor, de su Madre Santísima y de los Santos, gira la vida de las hermandades y cofradías. ¿Cómo olvidar a la Hermandad de Cargadores del Señor de los Milagros o esas otras diversas cofradías en las que tantos otros recuerdan a sus Santos Patronos? Cristo espera como fruto de esas devociones que sean para todos una continua llamada a la conversión, a un cumplimiento fiel de los mandamientos de Dios, a una vida familiar cada vez más cristiana, a una frecuencia en la recepción de los sacramentos de la Penitencia y Eucaristía y a una asistencia fiel y constante a la Santa Misa dominical.

La Iglesia de Cristo, para asegurar su fecundidad, es siempre una Iglesia orante. También entre los seglares. Hoy existe una poderosa corriente de oración dentro de la Iglesia. En este terreno es necesario un cuidadoso discernimiento de los espíritus bajo la autoridad de la Iglesia. Siendo, además, esta corriente de oración un movimiento que afecta a tantas confesiones cristianas, debéis cuidar mucho la identidad genuina de vuestra fe.

Finalmente, por la estrecha vinculación que tiene con el Papa y por la profunda raigambre en vuestro pueblo, quiero alentar a producir nuevos frutos eclesiales a los miembros del Apostolado de la Oración, que unen sus plegarias a las mías como Pastor de la Iglesia universal.

Son muchos los campos en los que Cristo y la Iglesia esperan una renovada floración de fecundidad, tanto de cada laico como de los movimientos apostólicos comprometidos en hacer presentes los valores del Evangelio en el mundo. Señalo a vuestra atención los de la familia, de la educación, las comunicaciones sociales, la actividad política, la defensa de la dignidad del hombre y de sus derechos inalienables, la protección de los más débiles y necesitados, la moralización de la vida pública, la promoción de la justicia y la paz (Cf.. Puebla, 790-792). En todo ello es sumamente importante que el Pueblo de Dios se sienta siempre unido a Cristo y no pierda su identidad, ni subordine los contenidos del Evangelio a categorías políticas o sociológicas. Es responsabilidad de todos, principalmente de los Pastores, velar para que la Iglesia no pierda su rostro auténtico.

491 7. Queridos hermanos y hermanas: Frente a los momentos difíciles que vivís en vuestra vida comunitaria; frente a las crisis de vuestra sociedad, es necesario proceder a un rejuvenecimiento de los espíritus con la fuerza del amor que viene de Cristo. Un amor total y abnegado al hombre por El, porque «nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos» (Io. 15, 13). Ese amor nos hace posible vivir la vida con la mayor dignidad, y ponerla a disposición de los otros, para ayudarles a dignificarse más; él nos hace capaces de afrontar sin temor el futuro, empeñados en construir un hombre y un mundo nuevos, más justos y humanos, abiertos a Dios y no encerrados en falaces soluciones materialistas. Porque «Un humanismo cerrado, impenetrable a los valores del espíritu y a Dios, que es fuente de ellos, podría aparentemente triunfar. Ciertamente el hombre puede organizar la tierra sin Dios pero, al fin y al cabo, sin Dios no puede menos de organizarla contra el hombre» (PAULI VI Populorum Progressio, 42).

Os invito, pues, a todos vosotros, fuerzas vivas de la Iglesia en Perú, a renovar vuestra entrega a Cristo, y por El a trabajar sin desmayo en la elevación del hombre y en su liberación del pecado y de la injusticia. Seguid en ello las válidas orientaciones marcadas por vuestros obispos en su reciente documento sobre la teología de la liberación.

Recordad siempre que Cristo es el Hombre nuevo: sólo a imitación suya pueden surgir los hombres nuevos. El es la piedra fundamental para construir un mundo nuevo. Solamente en El encontraremos la verdad total sobre el hombre, que le hará libre interna y externamente en una comunidad libre. Sólo El es la vid, cuyos sarmientos vivos y fecundos hemos de ser nosotros.

Injertados en El, alimentados por su savia, guiados por la Madre de la esperanza, dad al hombre de h?y, sacerdotes, almas consagradas, laicos cristianos, un testimonio fecundo del amor del Padre. Contáis en ello con mí aliento y mí cordial Bendición.



VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,

ECUADOR, PERÚ Y TRINIDAD Y TOBAGO

BEATIFICACIÓN DE MERCEDES DE JESÚS MOLINA



Guayaquil, viernes 1 de febrero de 1985



1. «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito» (Mt 11,25-26).

Un día, en medio de la Tierra Santa, Jesucristo pronunció estas palabras en las que se desvela el misterio de su Padre.

Que h?y estas mismas palabras resuenen en el lejano Ecuador, en medio de la ciudad de Guayaquil, junto al Océano Pacífico. Porque desde los tiempos en que fueron pronunciadas por primera vez, el destino de estas palabras del Hijo de Dios fue universal: todas las naciones y la creación entera debían escucharlas; son palabras en las cuales culmina la Buena Nueva de la salvación.

Todos nosotros que h?y escuchamos estas palabras del Salvador, escritas en el Evangelio de San Mateo, nos hemos reunido aquí para una solemnidad extraordinaria. El Obispo de Roma y Sucesor de Pedro ha venido hasta vosotros, para realizar el acto de la beatificación y elevación al honor de los altares de la humilde hija del Ecuador, la Madre Mercedes de Jesús Molina y Ayala, fundadora de las Religiosas Marianitas.

2. Con el corazón rebosante de gozo, mis queridos hermanos y hermanas, quiero dirigiros un saludo de paz y de comunión en la misma fe y esperanza.

Saludo en primer lugar al Pastor de esta arquidiócesis de Guayaquil, a los obispos auxiliares y a los obispos del Ecuador aquí presentes, a los sacerdotes y seminaristas, a los religiosos y religiosas, a las Autoridades, a todo el Pueblo santo de Dios reunido en torno al altar, en esta fiesta del espíritu que hace vibrar los sentimientos más nobles de la piedad cristiana.

492 Saludo también a los universitarios que me han invitado a visitarlos. No pudiendo ir a verlos, envío a todos los universitarios del Ecuador mí cordial recuerdo. Saludo asimismo a los niños del Ecuador que me han enviado sus hermosos dibujos, un verdadero cántico a la bondad. A todos los niños mando mí agradecido abrazo de padre, especialmente a los niños enfermos.

Saludo con afecto particular a todas las religiosas marianitas que hoy se alegran con la beatificación de su madre fundadora.

El Señor Obispo de Riobamba, Monseñor Leonidas Proaño, ha presentado la figura de la nueva Beata y los motivos para elevarla al honor de los altares. Con el acto de beatificación que acabo de ratificar he querido poner simbólicamente en medio de toda la Iglesia a esta mujer del Ecuador, Mercedes de Jesús. En ella reconocemos la obra del Espíritu santificador que llevó sus virtudes hasta el vértice de una heroicidad ejemplar. Y con este acto queremos que en la comunión de los santos podamos encontrar todos, pero especialmente la Iglesia del Ecuador y la familia que ella ha fundado, ejemplo de vida, ayuda de intercesión, presencia alentadora en el camino hacia la patria, como nos dice la liturgia de la Iglesia.

Una humilde hija de esta tierra, la Beata Mercedes de Jesús Molina, recibe hoy aquí, no lejos de su aldea natal de Baba, entonces cantón de Guayaquil, hoy provincia de Los Ríos, el reconocimiento de sus virtudes. En ella veneramos una cristiana ejemplar, una educadora y misionera, la primera fundadora de una congregación religiosa ecuatoriana que como un inmenso rosal, según el sueño y la inspiración de la Madre, se extiende ya por diversas naciones, perfumando con su apostolado la Iglesia en América Latina.

Y es una alegría para todo el pueblo cristiano del Ecuador que desde hoy pueda venerar, junto a la «azucena de Quito», Santa Mariana de Jesús, a la «rosa de Baba y Guayaquil», la Beata Mercedes de Jesús. Ellas son perfume de santidad y poderosa intercesión celestial, ejemplo y estímulo de una auténtica vida cristiana para todos los hijos de esta tierra.

3. Jesucristo, en el Evangelio de hoy, se dirige al Padre celestial con palabras singulares: «Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (
Mt 11,27). Y al mismo tiempo, el Hijo «bendice al Padre», «porque estas cosas ha revelado a los pequeños» (Ibíd. 11, 25).

La Madre Mercedes de Jesús ha recibido a manos llenas esta revelación. En ella estuvo aquel amor de la Sabiduría del que nos habla la primera lectura de la liturgia de hoy.

Bien podría repetir con el autor del libro del Eclesiástico:

«Me di a buscar abiertamente la sabiduría en mi oración, / a la puerta, delante del templo la pedí / y hasta mi último día la andaré buscando...» (Sir. 51, 13-14).

«Desde mí juventud he seguido sus huellas... / Gracias a ella he hecho progresos, / a quien me dio sabiduría daré gloria» (Ibíd.. 51, 15-17).

Mercedes Molina buscó la sabiduría desde su juventud. Los primeros dolores que trocaron su adolescencia en un encuentro profundo con Dios, fueron un primer rayo de la sabiduría divina. Puso en la balanza los placeres que ofrecía el mundo y la entrega que exigía el Evangelio. Y eligió con decisión a Cristo crucificado como Esposo de su alma. Sabiduría de Dios.

493 Vivió primero consagrada a Dios en medio del mundo, bajo la guía de sacerdotes insignes y siguiendo las huellas de la entonces Beata Mariana de Jesús. De esta manera buscaba identificarse por la oración y la penitencia con Cristo crucificado, a quien había elegido por encima de cualquier otro amor humano.

4. Era la lenta preparación con la que se disponía a dar gloria a Aquel que le había dado la sabiduría.

Muy pronto podrá realizar el programa trazado en esas palabras del libro del Eclesiástico que hemos proclamado: la sabiduría hecha vida: «Pues decidí ponerla en práctica tuve celo por el bien y no quedaré confundido. Mi alma ha luchado por ella, ala práctica del bien ha estado atenta. Hacía ella enderecé mi alma y en la pureza la he encontrado» (Sir. 51, 18-20).

Esta ardiente enamorada del Amor divino, de la Buena Noticia de la salvación y del mismo Verbo encarnado, desea compartir con los demás estos tesoros que el Padre «ha revelado a los pequeños»:

«Acercaos a mí, ignorantes, / instalaos en la casa de instrucción. / ¿Por qué habéis de decir que estáis privados de ella, / cuando vuestras almas tienen tanta sed?» (Ibíd..51, 23-24).

Siguiendo el camino del amor, muy pronto Mercedes Molina, que asumió el título «de Jesús» para indicar su exclusiva entrega a Cristo, empezó a realizar las obras de gloria para su Esposo.

Primero como madre y maestra de huérfanas en Guayaquil; más tarde, siguiendo las huellas de su confesor, como intrépida y amorosa misionera entre los indios jíbaros de Gualaquiza; de nuevo como educadora y protectora de la niñez abandonada en Cuenca. Todo era una preparación providencial en la que se iba templando su carisma de fundadora que finalmente recibe la aprobación del Obispo de Riobamba el lunes de Pascua de 1873, cuando nace oficialmente la congregación de las Religiosas de Mariana de Jesús, las marianitas.

5. El Espíritu de la Sabiduría había acrisolado en el amor y en el dolor el carisma de una fecundidad espiritual transmitido a sus hijas con el ejemplo de la vida, con la atención directa de las primeras religiosas, cuidando personalmente el «rosal» de Cristo crucificado y de la Virgen María, Sede de la Sabiduría.

He aquí como se cumplen las palabras de Jesús en los corazones de los pequeños, de los que El nos habla en el Evangelio de hoy; son aquellos que abriéndose de par en par para acoger la Sabiduría divina, viven, como proclama el Apóstol en la Carta a los Corintios, «la fe, la esperanza y la caridad»... «Pero la mayor de todas ellas es la caridad» (
1Co 13,13).

«Aunque conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque poseyera plenitud de fe como para trasladar montañas... si no tengo caridad nada me aprovecha» (Ibíd.. 13, 2).

Con las palabras más bellas que jamás hayan sido pronunciadas, el Apóstol Pablo proclama las alabanzas del amor.

494 Pues la santidad consiste en el amor. Esta fue en realidad la santidad de esta mujer de la costa ecuatoriana: vivir el amor de Jesús en el amor del prójimo. La mirada contemplativa de la Madre Mercedes había quedado fascinada por la pobreza del Niño de Belén, por el dolor del rostro paciente del Crucificado. Quiso ser sencilla y limpiamente amor para el dolor, según el lema recogido en los primeros apuntes biográficos: «Amor por tantos cuantos dolores en el mundo los hay»; encarnar en obras la caridad para todos aquellos que en la pobreza, el dolor, el abandono reflejaban el misterio del Niño pobre de Belén o del Cristo doliente del Calvario.

Fue madre y educadora de huérfanas, misionera pobre y pacificadora entre los indios, fundadora de una familia religiosa. A sus hijas legó su mismo espíritu, que condensa la santidad en un amor apostólico hacia los más pobres, despreciados, abandonados. Fue su misión «anunciar la salvación a los pobres sin amparo y sin apoyo», enjugar las lágrimas de los corazones arrepentidos, clamar por la liberación de los que sufren prisión o condena, consolar a todos los afligidos. Amor sin fronteras, capaz de llevar ayuda y consuelo, como la Madre resumió en sus constituciones, «a cuantos corazones afligidos en el mundo los hay».

6. De esta forma Jesucristo, mediante su humilde s?erva Mercedes Molina, se ha hecho particularmente cercano a los hombres aquí en el Ecuador; se ha hecho presente de una manera especial.

Mediante su servicio parecía decir: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mí yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mí carga ligera» (
Mt 11,28-30).

El Espíritu Santo ha dibujado en el rostro de Madre Mercedes los rasgos de Cristo manso y humilde, misericordioso y acogedor. En ella resplandece claramente la verdadera opción preferencial por los pobres. Es la opción de Cristo y de la Iglesia a través de todos los tiempos. Es la predilección por los más humildes que el Espíritu Santo suscita en el corazón de los Santos. Y es el programa, opción preferencial ni exclusiva ni excluyente, que en el día de Navidad he querido proclamar solemnemente como compromiso de toda la Iglesia.

La Beata Mercedes nos enseña que en los pobres está Cristo pobre, que en todos los que sufren se refleja el rostro amoroso y paciente de Jesús. El ha querido identificarse con todo hombre y toda mujer de nuestro mundo, para garantizar a todos que allí donde se vive una situación de pobreza y de sufrimiento, allí está la misericordia de Dios Padre, para atraer el amor afectivo y efectivo de los hermanos, porque «cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí lo hicisteis» (Ibíd. 25, 40).

Para la Iglesia en Ecuador, para los responsables de la sociedad de esta nación, la Beata Mercedes no es sólo una gloria, es un modelo de vida. Su ejemplo nos habla de una caridad que ha brotado de la contemplación del Evangelio, de la comunión con la Eucaristía, que se ha traducido en obras de misericordia. Por eso, como presencia de Cristo en esta tierra, nos lanza un desafío a realizar el Evangelio de la caridad, en los mismos campos en que ella pudo realizar inicialmente su compromiso de amor a Cristo.

En la educación y promoción cultural, en la elevación de la mujer, en la afirmación de los derechos de la persona, en la justa distribución de los recursos económicos, en la respetuosa atención a los indígenas, la Iglesia del Ecuador y los responsables de la vida social tienen en la Beata Mercedes de Jesús un modelo de amor y de servicio.

7. En el día de hoy, y desde este momento para siempre, la Beata, hija de vuestra patria, hija de la Iglesia en tierras del Ecuador, permanecerá con vosotros en el misterio de la comunión de los Santos.

Viendo a Dios «cara a cara», en esta caridad «que no acaba nunca», se unirá con sus hermanos y hermanas, escuchará sus oraciones y súplicas. Y junto con ellos bendecirá a Dios así como lo expresa el Salmo de la liturgia de hoy:

«Bendeciré al Señor en todo tiempo / sin cesar en mi boca su alabanza... / Engrandeced conmigo al Señor, / ensalcemos su nombre todos juntos... / Cuando el pobre grita el Señor oye, / y le salva de todas sus angustias... / Gustad y ved qué bueno es el Señor. / Dichoso el hombre que se cobija en El» (Ps 33,1-9).

495 En esta celebración eucarística bendecimos y ensalzamos al Señor por la presencia del misterio de Cristo. Con El y por El se eleva la oración de la Iglesia, oración y súplica de todos los pobres que invocan al Señor. En la gozosa experiencia de la comunión eucarística se participa de la bondad del Señor que quiere ser contagiosa, para que todos participen y demuestren que Dios es bondad infinita.

Por intercesión de la Beata Mercedes de Jesús pido al Padre bueno y misericordioso que se irradie su bondad, especialmente en los más pobres y necesitados, para que todos juntos en el banquete de la reconciliación y de la comunión fraterna podamos de veras cantar, como en este día: «Gustad y ved qué bueno es el Señor».



VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,

ECUADOR, PERÚ Y TRINIDAD Y TOBAGO

SANTA MISA EN EL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE LA ALBORADA



Guayaquil, jueves 31 de enero de 1985



Señor arzobispo,
hermanos obispos,
autoridades,
queridos hermanos y hermanas:

1. Con gozo me uno a vosotros para orar junto ala Madre común en este templo mariano. Con su reciente construcción la diócesis de Guayaquil y su arzobispo, a quien saludo con fraterno afecto, han querido dejar ala posteridad un recuerdo visible del nacimiento de la Virgen María.

Habéis elegido para este santuario el sugestivo título de Nuestra Señora de la Alborada, que nos habla con gran belleza simbólica de la primera luz que anuncia el día. María es, en efecto, la luz que anuncia la proximidad del Sol a punto de nacer, que es Cristo. Donde está María, aparecerá pronto Jesús. Con su presencia luminosa y resplandeciente, la Virgen Santísima inunda de luz que despierta la fe, dispone la esperanza y enciende la caridad. Por su parte, Ella es sólo y nada menos que un reflejo de Jesucristo, «Oriente, esplendor de la luz eterna y sol de justicia (Liturgia Horarum, «Ant. ad Magníficat», die 21 dec.) como la alborada, sin el sol dejaría de ser lo que es.

El Papa Pablo VI nos enseña, queridos hermanos y hermanas, que «en la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de El» (PAULI VI Marialis Cultus, 25). María es la primera criatura iluminada; iluminada antes incluso de la aparición visible del Sol. Porque María procede del sol de santidad: «Quién es ésta que avanza cual aurora, bella como la luna, distinguida como el sol?» (Ct 6,10). No es otra sino la gran señal que apareció en el cielo: «Una mujer revestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre la cabeza» (?p?c.12, 1).

2. En los albores de nuestra esperanza se insinúa ya la figura de María Santísima: «Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer, entre su linaje y el tuyo: él te aplastará la cabeza» (Gn 3,15). Ya desde esas palabras queda de manifiesto la intención divina de elegir a la mujer como aliada en la lucha contra el pecado y sus consecuencias. En efecto, según esa profecía, una mujer señalada estaba destinada a ser el instrumento especialísimo de Dios para luchar contra el demonio. Sería la madre del que aplastaría la cabeza del enemigo. Pero el descendiente de la mujer, que realizará la profecía, no es un simple hombre: es plenamente hombre, sí, gracias a la mujer de la que es hijo; pero es también, a la vez, verdadero Dios. «Sin intervención de varón y por obra del Espíritu Santo» (Lumen Gentium LG 63), María ha dado la naturaleza humana al Hijo eterno del Padre, que se hace así nuestro hermano.


B. Juan Pablo II Homilías 488