B. Juan Pablo II Homilías 510


VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,

ECUADOR, PERÚ Y TRINIDAD Y TOBAGO

ENCUENTRO CON LOS JÓVENES EN EL ESTADIO OLÍMPICO «ATAHUALPA»



Quito, miércoles 30 de enero de 1985



Queridos jóvenes:

1. No puedo ocultar mí alegría al encontrarme con vosotros en este estadio olímpico Atahualpa. Os saludo afectuosamente y agradezco la calurosa acogida que brindáis a quien viene a vosotros como amigo y como Sucesor de San Pedro. El entusiasmo y el intenso vibrar de vuestras voces juveniles despiertan en mí espíritu sentimientos de esperanza. Con vosotros la Iglesia, el Ecuador y el mundo sienten renovar sus energías.

Los majestuosos Andes, cuyos picos nevados nos invitan a glorificar al Creador, nos ofrecen un marco natural incomparable para esta celebración.

511 2. Acabamos de escuchar la Palabra de Dios. En el pasaje del Evangelio apenas leído, un joven hace a Jesús la gran pregunta del ser humano: «Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?» (Lc 18,18).

Es el gran interrogante de cualquier edad, pero en modo particular el de quien se abre a la vida: el vuestro, queridos jóvenes: ¿Cómo alcanzar la felicidad? La respuesta de Jesús no deja lugar a dudas: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya conoces los mandamientos. No cometas adulterio, no mates, no robes, no levantes falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre» (Lc 18,19 s.).

De una manera esquemática, Jesús ha contestado: El camino hacía la vida eterna es el de los mandamientos. El del amor prioritario a Dios, el único bueno en plenitud. El del respeto de las exigencias fundamentales de la moral humana y cristiana.

La respuesta del Maestro está llena de amor hacia el joven que le dice: «Todo eso lo he guardado desde mí juventud» (Ibid. 18, 21). Ante ello, nota el Evangelista Marcos, «Jesús, fijando en él su mirada le amó» (Mc 10,21). Era una mirada que llamaba a la intimidad del joven con Cristo; que pedía dar sentido a sus ansías e inquietudes; que esperaba una correspondencia generosa.

Sin embargo, cuando la voz amiga de Jesús se hace exigencia: «Aún te falta una cosa. Todo cuanto tienes, véndelo y repártelo entre los pobres; luego ven y sígueme» (Lc 18,22), el joven no responde al amor; y se va triste, porque era muy rico (Cf.. ibid.18, 23).

¡Cómo nos impresiona a vosotros y a mí, esa opción del joven por la riqueza y no por Cristo! Esa opción con la que se encierra en su egoísmo, en vez de abrir su espíritu y sus bienes a los demás. Es el drama de tantas personas hoy, que en vez de sentirse «movilizados por la gran tarea de promoción de una mayor justicia: la construcción de una sociedad cada vez más justa y consiguientemente, más humana (IOANNIS PAULI PP. II Allocutio in loco vulgo «Favela dos Alagados» in urbe «Salvador da Bahía» habita, 1, die 7 jul. 1980: Insegnamenti di Giovanni Paolo II , III, III 2,0 III 167,0) se ciegan espiritualmente con su riqueza y se excluyen del reino de Dios (Cfr. ?IUSDEM Allocutio in loco vulgo «Favela Vidigal» in urbe «Rio de Janeiro» habita, 3. 4, die 2 jul. 1980: Insegnamenti di Giovanni Paolo II , III, III 2,0 III 25,0 ss. ).

La subordinación de la riqueza a la causa del reino, está en la base del mensaje de Cristo de las bienaventuranzas. Está también en la base de la opción preferencial en favor de los pobres hecha por la Iglesia.

¿Qué os dice a vosotros? ¿Qué significa para vosotros, jóvenes ecuatorianos, esa opción? ¿Queréis también alejaros tristes de Cristo, para quedaros en un egoísmo estéril de riqueza o de corazón insensible? ¿O queréis amar al hombre hermano, entregándole - aunque os cueste sacrificio - vuestra solidaridad, trabajo y ayuda, para que sea más hombre, más libre, más abierto a Dios, más culto y fraterno? Cristo espera de vosotros esa prueba de amor al hombre, porque El lo quiere cada vez más digno en su dimensión humana y espiritual, en su sed de justicia y de gracia redentora, en su ansia de liberación del pecado y de las opresiones que amenazan su dignidad. Vuestra opción por Cristo, incluirá vuestra opción por la elevación del hombre, imagen de Dios.

3. La ?pci?n por Cristo y por el hombre, visto a la luz de El, ha tenido valientes y esforzados seguidores entre la juventud ecuatoriana. En las breñas del cercano y majestuoso Pichincha, un joven héroe, Abdón Calderón, entregó su vida y conquistó para su pueblo el gran don de la libertad. En estos mismos lares, Mariana de Jesús, una joven santa, ofreció ejemplarmente su vida en plena juventud. El Santo Hermano Miguel, recientemente elevado a la gloria de los altares, entregó sin reservas su vida desde muy joven, para llevar a los niños a Cristo. Mercedes de Jesús Molina, a quien proclamaré Beata de la Iglesia, se dedicó también a las jóvenes pobres y abandonadas. Y así millares y millares de jóvenes, en el Ecuador y en el mundo, no dudaron en entregar su vida, permaneciendo muchas veces en el silencio y el anonimato, por amor a Cristo.

El Papa quisiera encontrar en vosotros, jóvenes ecuatorianos, nuevas almas nobles y generosas de las que hoy nos habla San Juan en su primera Carta, cuando dice: «Jóvenes, os he escrito porque sois fuertes y la Palabra de Dios permanece en vosotros y habéis vencido al maligno» (Io. 2, 14).

Sé que para preparares a la llegada del Papa, algunos de vosotros habéis tenido el I Encuentro nacional de pastoral juvenil. El tema escogido es muy elocuente y de gran alcance: «Cristo en el joven para una nueva sociedad». Voy a referirme brevemente a los puntos de vuestro estudio.

512 4. No ha escapado a vuestra reflexión el análisis de la realidad de vuestro país y el puesto que debe desempeñar la juventud en la sociedad ecuatoriana. Un joven no puede ni debe cerrar los ojos a la problemática del mundo que lo rodea. Cristo le enseña a mirar al mundo con visión crítica, para actuar de manera consecuente. No para amar o quedarse en las cosas terrenas, en las cosas del mundo (Cfr. 1 Io. 2, 15); sino para elevarse por encima de ellas, porque «quien cumple la voluntad de Dios permanece para siempre» (Ibid. 2, 17).

A este respecto recordamos las palabras del «Documento de Puebla», cuando al señalar los rostros concretos en los que debemos reconocer los rasgos de Cristo que sufre, señala los de ciertos «jóvenes desorientados por no encontrar su lugar en la sociedad; frustrados, sobre todo en zonas rurales y urbanas marginales, por falta de oportunidades de capacitación y ocupación» (Puebla, 33).

Durante vuestro encuentro, y en otras jornadas de reflexión, habéis visto que la juventud ecuatoriana no puede convertirse en víctima de la droga, del alcoholismo, del sexo, de la violencia, del alejamiento sistemático de Dios, de un sistema educativo que oficialmente no tiene en cuenta la religión. Habéis constatado también que el joven de hoy vive en un mundo conflictivo y lleno de problemas, como el poder, la competencia, el consumismo. Por eso queréis permanecer justamente críticos ante la carrera armamentista, el racismo, los atropellos de los derechos humanos y de la dignidad del hombre. Por eso sentís como en carne propia los graves problemas de vuestros hermanos marginados, especialmente los indígenas y montubios. Y sufrís, junto a vuestros padres, hermanos y compañeros, los efectos de una precaria situación económica.

Ahí tenéis que demostrar el verdadero amor al mundo; vuestro amor, jóvenes, que queréis vencer al maligno (Cfr. 1 Io. 2, 14).

5. Ante tantos y tan graves problemas, alguno podría sentirse tentado por la fácil solución de la huida, el indiferentismo o el desaliento. Pero el joven cristiano no cae, no puede caer en la desesperanza.

El Apóstol San Juan os repite: «Jóvenes, os he escrito porque sois fuertes y la Palabra de Dios permanece en vosotros» (Ibid.).

Sabed que en vuestra lucha contra el mal y el desaliento no estáis solos. En medio de vosotros está Cristo y Cristo resucitado. El mismo que se convirtió en el ejemplo definitivo de todo joven al crecer en su hogar de Nazaret «en edad, en gracia y en sabiduría delante de Dios y de los hombres» (
Lc 2,52).

Por esta razón me consuela comprobar que vosotros estáis decididos a no seguir caminos torcidos de ideologías y sistemas contrarios a la fe en Cristo. En vuestras pautas de reflexión es visible ese entusiasmo propio de la juventud, para conocer mejor al Señor, para descubrirlo en las frescas páginas del Evangelio, para seguirle con generosidad, hasta llegar a una entrega total por el reino.

Sí, hasta una entrega total a El. Vosotros, en efecto, sabéis bien que la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas de que nos habla San Juan (Cfr. 1 Io. 2, 16), «no viene del Padre» (Ibid.), no pueden llenar vuestra sed de amor «genuino». Cristo os enseña el verdadero amor, abriéndoos la dimensión de la eternidad. El os muestra el misterio de la vocación cristiana. Esa que se abre incluso a la entrega total a El en el sacerdocio o en la vida consagrada a Dios y a los hermanos. ¿Por qué no tú, joven ecuatoriano?

Y si tu llamada es a la vida familiar, al matrimonio, no dejes de aprender de Cristo el amor que no se queda en insatisfactorios sucedáneos del amor: el placer, el sexo, el poder, la riqueza. Aprende de Cristo el amor superior, el amor sacrificado que sabe dar, el amor hermoso. El que nos muestra María, la Madre del Amor Hermoso, la «Mater Pulchrae Dilections».

Si sabéis acoger ese amor en vuestra vida, habréis acogido de verdad la palabra de San Juan: «Os he escrito, jóvenes, porque sois fuertes y la Palabra de Dios permanece en vosotros» (1 Io. 2, 14).

513 6. De entre los temas de vuestro «Encuentro nacional de pastoral juvenil», quiero subrayar el de «El joven en la Iglesia de hoy».

Siguiendo las enseñanzas del Concilio Vaticano II, habéis visto que la Iglesia somos todos los bautizados, que la Iglesia confía en los jóvenes, los cuales son para ella esperanza de futuro fecundo y promesa de renovación.

Sí, como proclamó el Concilio Vaticano II, os repito con gozo, jóvenes, que el Papa y la Iglesia os miran con confianza y con amor: la Iglesia «posee lo que hace la fuerza y el encanto de la juventud: la facultad de alegrarse por lo que comienza, de darse sin recompensa, de renovarse y de partir hacia nuevas conquistas. Mirad y veréis en ella el rostro de Cristo, el verdadero héroe, humilde y sabio, el profeta de la verdad y del amor, el compañero y amigo de los jóvenes» (PATRES CONCILIARES Nuntii quibusdam Hominum ordinibus dati: «Ad iuvenes», 6, die 8 dec. 1965).

7. Al pensar una vez más en el llamado de Cristo al joven del Evangelio: «Ven y sígueme» (
Lc 18,22), vienen a mí mente las palabras de mí predecesor Juan XXIII: «La vida es la realización de un sueño de juventud. Que cada uno de los jóvenes tenga su sueño para c??vertirlo en maravillosa realidad».

A la luz de esas palabras, os pregunto: ¡Jóvenes ecuatorianos!

—¿Queréis comprometeros delante del Papa a ser miembros vivos de la Iglesia de Cristo?

— ¿Os comprometéis a entregar incluso vuestra vida por el bien de los demás, en especial por los más pobres?

— ¿Queréis luchar contra el pecado, llevando siempre el amor de Cristo en vuestro corazón?

— ¿Queréis emplear vuestro vigor juvenil en construir una nueva sociedad según la voluntad de Dios?

— ¿Queréis renunciar a la violencia, construyendo fraternidad y no odio?

— ¿Queréis ser sembradores permanentes de justicia, de verdad, de amor y de paz?

514 — ¿Queréis llevar a Cristo a los demás jóvenes?

- ¿Queréis ser fieles a Cristo, aunque otros no lo sean?

Habéis contestado que sí. Si sois fieles a ese programa, con el Apóstol San Juan os repito: «Vosotros habéis vencido al maligno» (1 Io. 2, 14). Por eso al daros su bendición, el Papa os dice con inmenso afecto: ¡Jóvenes ecuatorianos!, de la mano con Cristo y acompañados por María, ¡marchad siempre adelante!



VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,

ECUADOR, PERÚ Y TRINIDAD Y TOBAGO

LITURGIA EUCARÍSTICA CON LOS TRABAJADORES

EN CIUDAD GUAYANA




Martes 29 de enero de 1985



1. Someted la tierra (Gn 1,28). Con esta palabra de la liturgia de hoy, tomada del libro del Génesis, doy la bienvenida y salud? cordialmente en el Señor a toda la Asamblea eucarística del Pueblo de Dios de Venezuela reunido en esta Ciudad Guayana que crece impetuosamente.

Saludo con afecto al Pastor de esta diócesis, a los hermanos obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles llegados incluso desde otras diócesis y zonas del país. Sed todos bienvenidos.

Saludo especialmente a todo el mundo del trabajo venido no sólo de Venezuela, sino también de otros países de América Latina, debido al desarrollo de la industria del hierro y del acero, del aluminio y de la hidroenergía, que ha hecho de esta ciudad uno de los núcleos industriales más importantes de Venezuela. Por tal motivo, el problema del trabajo, del trabajo humano ocupa el centro de esta liturgia eucarística.

2. Hablar de ese problema obliga a ir hasta el origen de la creación del hombre, tal como lo escuchamos en el libro del Génesis. Dios es el Creador de todas las cosas y del hombre. He aquí el fundamento para llamar persona al hombre: porque es imagen y semejanza de Dios, creado con inteligencia, voluntad y poder de dominar la tierra. Ello le distingue del resto de la creación, ya que además está llamado a la comunión con Dios mediante la gracia de Jesucristo.

El hombre trabaja porque es semejante a Dios. Entre todas las criaturas del mundo sólo el hombre trabaja conscientemente. Los animales son muy activos, pero ninguno trabaja en sentido de trabajo humano. En efecto, trabajar significa someter o dominar la tierra, tal como lo leemos en el libro del Génesis. Todo trabajo, independientemente de su característica, tiene esta finalidad. Se puede decir que en el plan divino el trabajo es un dominio con poder y autoridad recibida de Dios, aunque en su aspecto humano tenga el carácter más servil. El trabajo, todo trabajo, también cuando el hombre administra y dirige el trabajo de los otros; en una palabra, toda actividad del hombre tiene tal carácter: la actividad física como la vuestra en la industria, en el campo y en los servicios, la intelectual, la artística, la de investigación pura y aplicada, etc.

3. El libro del Génesis dice que el Creador ha dado toda la tierra, en cierto sentido todo el mundo visible, al hombre y lo ha puesto bajo su dominio. Como imagen y semejanza de Dios el hombre domestica la tierra, la hace suya humanizándola de modo responsable. Al mismo tiempo, ha dado este mundo al hombre como tarea para su trabajo. Las criaturas inferiores han sido sometidas al hombre, y al mismo tiempo le han sido dados los recursos contenidos en el mundo creado, comenzando por las riquezas visibles que se encuentran, por así decirlo, en la superficie, hasta las escondidas profundamente en la estructura de la materia que el genio humano descubre gradualmente.

El libro del Génesis nos habla del dominio sobre toda la tierra, es decir, de sus riquezas visibles y de las que esconde: «Y dijo Dios: Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra, y mande en los peces del mar y en las aves del cielo, y en las bestias y en toda la tierra» (Gn 1,26).

515 El hombre somete o domina la tierra mediante el trabajo, vocación que Dios le ha dado para colaborar en la obra de la creación. Por esto, para lograr la realización personal en el trabajo, el hombre se sirve de la técnica. Hoy somos testigos de las transformaciones causadas por las ciencias y las tecnologías aplicadas por la inteligencia del hombre. Pero, a la par que el instrumento técnico tiene un valor positivo, porque ayuda a ejercer el dominio inteligente y responsable del hombre sobre la tierra, también surgen serías dudas e interrogantes; porque la técnica puede llegar - y ha llegado a ser - alienante y manipuladora; hasta el punto de deber rechazar moralmente la presencia de una cierta ideología de la técnica, porque ha impuesto la primacía de la materia sobre el espíritu, de las cosas sobre la persona, de la técnica sobre la moral.

Esta tendencia deshumanizante y despersonalizante explica por qué la Iglesia no se cansa de pedir una revisión radical de las nociones de progreso y desarrollo: lo hizo el Papa Pablo VI en su Encíclica «Populorum Progressio» hace que ya casi veinte años; y lo he hecho yo en la Sede de Pedro y en mis peregrinaciones pastorales. ¿Hasta cuándo tendrá que soportar injustamente el hombre, y los hombres del Tercer Mundo, la primacía de los procesos economicistas sobre los inviolables derechos humanos y, en particular, de los derechos de los trabajadores y de sus familias? Es aquí, en los valores y derechos humanos inviolables y sagrados de la persona, donde hay que pensar y definir de nuevo las nociones de desarrollo y de progreso.

4. El libro del Génesis dice que el Creador ha unido el trabajo humano con la necesidad del descanso y de la fiesta. «En el séptimo día Dios dio por concluida la labor que hiciera. Y bendijo Dios el día séptimo y lo santificó (
Gn 2,2-3). En la intención de Dios se ve claramente que el trabajo es para el hombre, y no el hombre para el trabajo; que el trabajo es para la realización de su humanidad, de su vocación de persona e hijo de Dios.

Este principio de la dignidad de la persona del trabajador es el que tiene que determinar las estructuras posibles de los sistemas industriales de producción y de todo proceso económico, político y social; si no se quiere continuar en el espantoso desequilibrio del mínimo porcentaje que goza de los bienes, frente a un alto porcentaje que carece de ellos; sobre todo en los países del Tercer Mundo. Son desproporcionadas las grandes diferencias de posición social y de privilegio salarial entre unos y otros. El trabajo es un bien del hombre, pero un bien para todos, a pesar de la fatiga que conlleva, y no para unos pocos.

Esto se vuelve aún más claro cuando consideramos el hecho de que «Dios creó al hombre . . . macho y hembra los creó» (Gn 1,27), dando así comienzo a la familia.«Sed fecundos y multiplicaos» (Ibid. 1, 28). El trabajo está subordinado a los fines propios del hombre y de la humanidad, estando en primer plano la familia como comunidad ínter-personal de un hombre y de una mujer, llamados a transmitir la vida a los hijos: a las personas nuevas, creadas también ellas a imagen y semejanza de Dios. Por esto la Iglesia no se cansa de afirmar: el trabajo es para la familia, y no la familia para el trabajo.

5. Deseo imprimir esta imagen fundamental y eterna del trabajo humano en la conciencia de todos los que en esta región de Venezuela forman o crean un ambiente nuevo, creciente y próspero del trabajo.

En las condiciones actuales de Ciudad Guayana, desarrollada fundamentalmente alrededor y en función del trabajo industrial, con gentes procedentes de todas las categorías sociales: obreros, técnicos y profesionales, permitidme recordar algunas ideas centrales de mi Encíclica «Laborem Exercens» sobre el trabajo humano.

6. La idea clave de toda la Encíclica es la «problemática fundamental del trabajo» (IOANNIS PAUL? PP. II Laborem Exercens LE 11), la cual conduce a la afirmación de que «en el comienzo mismo del trabajo humano se encuentra el misterio de la creación» (Ibid. 12). En esta perspectiva, y teniendo en cuenta «las diversas experiencias de la historia», el problema del trabajo aparece como «una gran realidad . . . estrechamente ligada al hombre como al propio sujeto y a su obrar racional» (IOANNIS PAULI PP. II Laborem Exercens LE 11).

A pesar de la fatiga y del esfuerzo que requiere, «el trabajo no deja de ser un bien». «Este carácter del trabajo humano, totalmente positivo y creativo, educativo y meritorio, debe constituir el fundamento de las valoraciones y de las decisiones, que hoy se toman al respecto, incluso referidas a los derechos subjetivos del hombre» (Ibíd.). Por lo tanto, es necesario colocar constantemente en primer plano «el principio de la prioridad del trabajo frente al capital» (Ibíd. 12).

A la luz de este principio hay que estudiar el «gran conflicto» que se ha manifestado, y continúa manifestándose entre el «mundo del capital» y el «mundo del trabajo» (Ibíd. 11). Aceptando que el trabajo y el capital son componentes inseparables del proceso de producción, para superar el antagonismo entre uno y otro se impone la necesidad de una permanente concertación de legítimos intereses y aspiraciones; concertación entre aquellos que disponen de los medíos de producción y los trabajadores. Pero, «los justos esfuerzos por asegurar los derechos de los trabajadores, . . . deben tener siempre en cuenta las limitaciones que impone la situación económica general del país. Las exigencias sindicales no pueden transformarse en una especie de "egoísmo" de grupo o de clase, por más que puedan y deban tender también a corregir - con miras al bien común de toda la sociedad - incluso todo lo que es defectuoso en el sistema de propiedad de los medios de producción o en el modo de administrarlos o de disponer de ellos» (Ibíd. 20).

En la época del trabajo mecanizado, el que se hace en esta Ciudad Guayana, el hombre no puede perder su puesto de privilegio dado por el Creador: ser el sujeto del trabajo y n? el esclavo de la máquina, de la técnica. Entendida ésta «como un conjunto de instrumentos de los que el hombre se vale en su trabajo», es «indudablemente una aliada del hombre», porque «le facilita el trabajo, lo perfecciona, lo acelera y lo multiplica». Pero la técnica puede transformarse de aliada en adversaria del hombre, como cuando la mecanización del trabajo, ‘suplanta’ al hombre, quitándole toda satisfacción personal y el estímulo a la creatividad y responsabilidad: cuando quita el puesto de trabajo a muchos trabajadores antes ocupados, o cuando mediante la exaltación de la máquina reduce al hombre a ser su esclavo» (IOANNIS PAULI PP. II Laborem Exercens LE 5).

516 Por esto el «evangelio del trabajo» debe ser llevado a la labor concreta de cada día, viviendo el mensaje de Jesús dentro del trabajo y sabiendo que Cristo está cercano al trabajador en su vida concreta, que El pertenece al mundo del trabajo y que éste lleva también el signo de su Cruz: sufrimiento, fatiga, frustración y dolor. Ese es también el camino de la Iglesia: estar muy cerca del mundo del trabajo hoy.

7. Esta imagen del trabajo que la doctrina social de la Iglesia recibe en herencia en la Palabra del Dios vivo, contando con las experiencias siempre vivas del mundo del trabajo humano, tiene todavía otro punto central de referencia. En el Evangelio de hoy escuchamos las palabras sobre «el hijo del carpintero» (
Mt 13,55). Jesucristo, Hijo del Dios Vivo, de la misma substancia del Padre, se hizo hombre como Verbo Eterno. Y como hombre, durante muchos años de su vida oculta en Nazaret, ha trabajado junto a San José, que para los hombres era su «padre». Por esto fue llamado «el hijo del carpintero», pues José era artesano, carpintero. Jesús de Nazaret durante tantos años de su vida, que fue toda misión mesiánica, realizó el trabajo manual.

De este modo ha unido el trabajo humano con la obra de la Redención del mundo, a la vez que ha confirmado la dignidad del mismo, que tiene su comienzo en Dios. Por lo tanto los hombres del trabajo, y en particular los del trabajo manual, justamente miran a San José y al «hijo del carpintero», buscando en ellos la confirmación de los valores esenciales del trabajos y de esta dignidad que corresponde al hombre que trabaja.

Hablando a los hombres del trabajo industrial en esta región de Venezuela, deseo también abrazar con nuestra comunidad eucarística, y con esta homilía, las vastas multitudes de hombres que trabajan de cualquier modo, pero sobre todo a los que trabajan en los campos: a los campesinos.

Sí, a los campesinos, porque: «Vosotros sois fuerza dinamizadora en la construcción de una sociedad más participada» (Puebla, 1245); y sin embargo no tenéis, muchos de vosotros, «la facultad de participar en las opciones decisorias correspondientes a las prestaciones sociales», o no disponéis de las ventajas prácticas «del derecho a la libre asociación en vista de la justa promoción social, cultural y económica» (IOANNES PAULI PP. II Laborem Exercens LE 21); no obstante, seguís ofreciendo «a la sociedad los bienes necesarios para su sustento diario» (Ibíd.).

Por ello quiero reafirmar la gran dignidad de vuestra misión y de vuestras personas, no inferior a la de cualquier otra categoría social. Vivid, pues, vuestra condición de campesinos con dignidad, con deseo de superación, con sentido solidario entre vosotros mismos, y no dejéis de elevar, desde vuestros campos, la mirada y el corazón hacía Dios. Elevadlo con una plegaría.

He aquí lo que proclama el Salmo de la liturgia de este día: «Antes que naciesen los montes, / o fuera engendrado el orbe de la tierra, / desde siempre y por siempre tú eres Dios. / Tú reduces al hombre a polvo, / diciendo: «retornad, hijos de Adán». / Mil años en tu presencia / son un ayer, que pasó, / una vela nocturna» (Ps 89,2-4).

¡Hermosas palabras! ¡Profundas palabras! Encierran la alabanza al Creador que es eterno y omnipotente. Encierran la verdad sobre el hombre que pasa por esta tierra: están contados sus años y días.

Por esto la oración ferviente del Salmista:

Enséñanos a calcular nuestros años, / para que adquiramos un corazón sensato» (Ps 89,12).

Es la primera cosa.

Y la segunda:

517 Por la mañana sácianos de tu misericordia, / y toda nuestra vida será alegría y júbilo» (Ibid.14).

Y finalmente lo que es más importante:

Que tus siervos vean tu acción / y tus hijos tu gloria» (Ibíd. 16).

Junto con todos los hombres del trabajo, de esta Ciudad Guayana y de toda Venezuela, pido a Dios, como Pastor de la Iglesia, lo mismo que hace siglos pedía el Salmista:

que el trabajo llegue a ser para vosotros, amados hermanos y hermanas, una participación en la obra divina de la Creación y Redención; que llegue a ser para vosotros y para vuestros hijos la garantía de la gloria de Dios.

¡Dios bendiga a vosotros y vuestro trabajo!

¡Y que la Virgen Santa, Nuestra Señora del Valle, os acompañe siempre!



VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,

ECUADOR, PERÚ Y TRINIDAD Y TOBAGO

CELEBRACIÓN DE LA PALABRA CON LOS SACERDOTES

Y LOS RELIGIOSOS EN CARACAS




Lunes 28 de enero de 1985



«Engrandece mi alma al Señor, y mí espíritu se alegra en Dios mi Salvador» (Lc 1,46-47).

1. Estas palabras del cántico de la Virgen Maria que acabamos de proclamar, se hacen en mí acción de gracias al Señor y gozo profundo, al encontrarme con vosotros, mis queridos sacerdotes, seminaristas, religiosos y religiosas, novicios y novicias, miembros de los institutos seculares, que sois porción elegida de la Iglesia en Venezuela.

Estas palabras del Magnificat son asimismo vuestro canto de bendición a Dios en este encuentro, en el que Cristo está presente entre nosotros (Cf. . Matth Mt 18,20), recibiendo vuestro agradecimiento por el don de vuestra vocación en la Iglesia.

518 El Papa engrandece también al Señor y Salvador. Es su gratitud hacía todos vosotros, los más cercanos y comprometidos colaboradores de los obispos, los que con mayor entusiasmo habéis trabajado en la misión preparatoria de este viaje papal.

2. Al ver vuestra presencia numerosa y pensar en todos los hermanos y hermanas que representáis; al considerar tantos frutos de perseverancia en la entrega eclesial, mí alma se goza en el Señor. Porque sois los actuales amigos y confidentes de Jesús Salvador. Sois los testigos de un pasado fecundo de evangelización en Venezuela, donde no han faltado eminentes confesores de la fe en tiempos difíciles: obispos como Ramón Ignacio Méndez, Silvestre Guevara y Lira, Salvador Montes de Oca, que pagaron con el exilio su inquebrantable fidelidad. Sacerdotes y religiosos, promotores de nuevas congregaciones, como los arzobispos Juan Bautista Castro y Antonio Ramón Silva; y fundadoras que han dejado tras de sí el perfume de la virtud exquisitamente cristiana, como la madre Candelaria, la madre Emilia y la madre María de San José.

Sois sobre todo los obreros y obreras de la mies de Cristo en este presente de la vida de la Iglesia, surcado de tantos fermentos de renovación espiritual, y a la vez necesitado de tanta generosidad, de tanta santidad en los sacerdotes y religiosos, en las religiosas y en los miembros de los institutos seculares, para ser sobrenaturalmente eficaces en las amplias y difíciles tareas del apostolado.

Sois también —y lo digo con énfasis especial a los más jóvenes de entre vosotros— el futuro esperanzador de esta Iglesia que ya ha puesto su mirada en el futuro, en una renovada tarea de testimonio evangélico, ahora que nos estamos preparando para celebrar el V centenario de la evangelización de América.

Esta mirada que quiere abarcar el pasado, el presente y el futuro, se insiera también en el cántico del Magnificat que hemos proclamado. Es la Virgen Maria la que nos invita a ver la historia como una aventura de amor en la que Dios mantiene sus promesas y triunfa con su fidelidad. Una historia en la que Dios nos pide, como le pidió a la Virgen, ser aliados, colaboradores suyos, para poder realizar su designio de salvación de generación. Ello exige que respondamos a Dios, como María, con un «Fiat» irrevocable y total.

3. La Virgen fiel os invita hoy a considerar las maravillas que ha hecho en vosotros el Poderoso (Cfr. Luc
Lc 1,49). Una gracia común que florece en cada uno según su propia vocación y carisma os hermana y une. Todos habéis sido llamados por Cristo. La vocación ha florecido en vuestra vida como un gesto de predilección por parte de Dios, como una invitación al amor total a El. Sí, os ha fascinado la persona de Cristo, os ha seducido su «Ven y sígueme» (Mt 19,21). La vocación sacerdotal o a la vida consagrada es una llamada fundamental a seguir a Cristo, a vivir su misterio de gracia, a convivir con El, a ser sus imitadores. Es una invitación a gritar el Evangelio con la vida; cada uno según la especial llamada de Cristo, y todos juntos en la Iglesia. Para que la Esposa de Cristo resplandezca con la belleza del Evangelio hecho Palabra de vida, con el vestido esponsal de la caridad, de los consejos evangélicos, de las bienaventuranzas del Maestro divino. Para que la Iglesia, a través de los consagrados, sea hoy ante el mundo el Cristo vivo que continúa salvando, que proclama la Buena Noticia con sus palabras y gestos, con toda su vida.

Ese vivir y comunicar, con entrega incondicional, la gracia salvadora, es un contemplar cada día las maravillas del amor de Dios en el hoy del mundo, en el misterio de vuestra vida y de la Iglesia.

Vuestra vida es servicio de amor. Sois siervos y siervas del amor por amor a Cristo. Realizáis así esa humanidad madura que ofrece su propia libertad a Dios y la emplea en su servicio. Por ello, meditad y renovad cada día las motivaciones de fe que impulsan y sostienen vuestra vida, vuestra entrega, vuestra fidelidad alegre y fecunda, aunque sacrificada. Y al valorar en el silencio de la oración —siempre indispensable para vosotros—, la plena validez de vuestra vida, dad gracias al Señor por sus maravillas. Proclamad con vuestra santidad que santo es su nombres (Cf. . Luc Lc 1,49).

4. Cristo os llama a ser sus testigos fieles, a ser canales de su amor salvador en el mundo de hoy, a prolongar su misericordia, que alcanza de generación en generación a los que le temen (Cf.. Ibíd. 1, 50). Tarea común y concreta de vuestro servicio es, pues, la realización del designio divino de salvación: hacer presente el reino de Dios, que es la Iglesia, aquí en Venezuela; hacerlo presente en vuestra vida y ambiente, en la escuela, en la familia, en los jóvenes, en el servicio a los enfermos y abandonados, en las instituciones de caridad y asistencia, en las obras de promoción social; sobre todo, en las iniciativas parroquiales y catequéticas, para llevar a todos el amor de Cristo y al hombre por El. Sin olvidar el importante mundo de la cultura, que tanta trascendencia tiene para la evangelización y el justo ordenamiento de la sociedad. Así el Evangelio se encarnará en la vida y cultura de vuestras gentes, marcando los diversos estratos sociales y promoviendo los verdaderos valores humanos y cristianos.

Aquí el proyecto común se encarna en un servicio a vuestro pueblo, hecho Pueblo de Dios. Tarea preciosa para todos vosotros, hijos de la patria venezolana; y también para vosotros, sacerdotes, religiosos y religiosas, miembros de los institutos seculares, que habéis dejado vuestra familia y vuestra patria y os habéis radicado temporal o definitivamente en esta nueva familia y patria espiritual que es la Iglesia en Venezuela.

A los unos y a los otros, en nombre de Cristo y de la Iglesia, el Papa os dice: ¡Gracias! Gracias por vuestra entrega y fidelidad, por lo que sois y lo que hacéis, por lo que habéis sembrado en los surcos de la Iglesia, que es el campo o arada de Dios (Cf. . 1Cor 1Co 3,9) y que en el momento oportuno florecerá con la fecundidad del Espíritu Santo.

519 Con esta esperanza os exhorto a perseverar, a superar las tentaciones del desaliento, a renovar vuestra fidelidad a Cristo y al Evangelio en medio de las dificultades personales y sociales, a ser testigos auténticos de la misericordia divina que dura de generación en generación.

5. Vuestro pueblo espera de vosotros un testimonio convincente de Cristo. Ese pueblo pobre frecuentemente, pero hambriento de bienes que atraen la predilección de Dios proclamada por Maria (Cf. . Luc
Lc 1,53). Son los pobres que reclaman vuestra dedicación preferencial desde el Evangelio y con vistas a una liberación integral. Los pobres vistos sin miradas reductivas, exclusivas o limitadas a la sola pobreza material. Es decir, todos aquellos que necesitan pan y conversión, libertad interior y exterior, ayuda material y purificación del pecado. Ellos esperan que les hagáis presente a Cristo, Redentor y Libertador, camino de dignidad y vocación de destino trascendente (Cfr. IOANNIS PAULI PP. II Allocutio ad Patres Cardinales et sodales Curiae Romanae habita, 10, die 21 dec. 1984: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VII, 2 (1984) 1631 s.).

Venezuela posee, como las otras naciones de América Latina, el patrimonio de la fe católica y de la religiosidad, en el que se identifican la gran mayoría de los venezolanos; y, sin embargo, la fe tiene que penetrar mucho más en el tejido de la sociedad, en la estabilidad y santidad de la familia cristiana, en las estructuras reguladoras de la justicia social. Hay en la Iglesia en Venezuela evidentes signos de renovación espiritual; y a la vez persisten, y a veces se intensifican, las corrientes secularistas que quieren borrar de la conciencia el sentido de Dios y de la sociedad los signos de su presencia. Hay sectores en los que el progreso social y el bienestar se manifiestan en un lujoso egoísmo, mientras otros sectores permanecen en la miseria, en la marginación, en el analfabetismo.

Todos estos fenómenos interpelan a la Iglesia. Cada rostro, cada familia, cada situación está reclamando la presencia viva del Evangelio. La Iglesia, comprometida con el hombre, especialmente con el más pobre y marginado, no puede ignorar estas situaciones. No debe resignarse pasivamente y dejar que las cosas queden así o, como sucede con frecuencia, degeneren en situaciones peores.

En nombre de Cristo y de la Iglesia os pido que, de acuerdo con las orientaciones de vuestros Pastores, intensifiquéis el esfuerzo que requiere una evangelización integral de las personas y de los ambientes.

6. Como sacerdotes y religiosos comprometidos con el Evangelio, estáis llamados a evangelizar ante todo con vuestra vida. La renovación de la fe empieza por la identificación entre el mensaje y el mensajero.

Sed, pues, testigos del Evangelio con vuestra vida sacerdotal íntegra, entregada, ejemplar; que vuestros fieles os reconozcan siempre, queridos sacerdotes, incluso externamente, como ministros de Cristo. Sed vosotros, religiosos y religiosas, transparencia de los Consejos evangélicos, del carisma de vuestros fundadores y fundadoras, de la comunión fraterna en una vida sencilla y ejemplar. Vosotros, miembros de los institutos seculares, llevad a la sociedad, desde vuestra condición laical, la presencia de Cristo en medio de los hombres, con un testimonio que interpele y cuestione a quienes conviven con vosotros.

Dentro de las tareas de evangelización y catequesis que son propias del proyecto eclesial, os pido una dedicación especial a los jóvenes en el ámbito de las comunidades parroquiales, de la escuela católica, de los grupos y asociaciones, de los movimientos eclesiales de espiritualidad. Y no dejéis de empeñares en la formación integral de laicos comprometidos en la Iglesia y en la sociedad.

A vosotros, jóvenes seminaristas, novicios y novicias que constituís la más firme esperanza de renovación de la Iglesia en Venezuela, el Papa os dice también: no tengáis miedo, formaos bien, intelectual y pastoralmente, y animaos mirando alrededor vuestro, porque es mucha la mies y pocos los obreros.

7. «Engrandece mi alma al Señor... porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava...» (Lc 1,47 s.). Las palabras de María nos recuerdan nuestra pequeñez frente a la misión que el Señor nos encomienda. Pero Ella nos recuerda que el Poderoso, que derriba a los poderosos de sus tronos y exalta a los humildes, puede hacer grandes cosas en nosotros, sí nos ponemos incondicionalmente a su servicio.

Ante el primer obstáculo, constituido por la gran escasez de clero, sobre todo local, todos habéis de sentiros urgentemente llamados a promover las vocaciones con todas vuestras fuerzas. Y para que los nuevos llamados puedan dar los frutos que deseamos, favoreced con gran atención —unidos a vuestros obispos y superiores religiosos— la formación esmerada, profunda y actualizada en los seminarios, noviciados e institutos que los preparan. No dudéis en dedicar a esa tarea, en sus aspectos espirituales, culturales y humanos, vuestro tiempo y energías.

520 En la Virgen del Magnificat hay dos fidelidades estupendas que marcan también vuestra vocación: una fidelidad a Dios, a su proyecto de amor misericordioso, y una fidelidad a su pueblo. Sed también vosotros fieles a Dios y a su proyecto. Sed fieles a vuestro pueblo.

Seréis así, como la Virgen de Nazaret, colaboradores de Dios, servidores de vuestros hermanos, con el mejor servicio que es el propio vuestro: llevar a todos el mensaje de Cristo.

Que os sostenga siempre en esa doble fidelidad mi cordial Bendición Apostólica.



B. Juan Pablo II Homilías 510