B. Juan Pablo II Homilías 520


VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,

ECUADOR, PERÚ Y TRINIDAD Y TOBAGO

SANTA MISA EN MÉRIDA



Lunes 28 de enero de 1985



«Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo».

1. Amadísimos hermanos y hermanas:

Doy gracias a la Divina Providencia que me permite visitar estas queridas tierras de los Andes venezolanos. Este encuentro tiene lugar en el marco de la histórica ciudad de Mérida, la de las «cinco águilas blancas», que desde hace dos siglos es la capital espiritual de la región andina. Me es grato rendir homenaje a las nobles tradiciones cristianas de esta comarca, y reconocer los grandes méritos que el clero y los fieles de esta arquidiócesis han adquirido en la difusión de la fe. En efecto, sé que esta Iglesia es fuente de numerosas vocaciones sacerdotales y religiosas, que hoy trabajan incluso en otras partes de Venezuela. De estas comunidades andinas puede decirse con razón que constituyen en cierto modo la «reserva espiritual» de la nación.

Se están cumpliendo doscientos años de la llegada aquí del primer obispo, fray Juan Ramos de L?ra, fundador del seminario del que nace la universidad de los Andes.

Gloría de esta Iglesia emeritense fue también el obispo Rafael Lasso de la Vega que logró la restauración de la jerarquía eclesiástica tras los avatares de la guerra de la independencia. El dio también los primeros pasos para el establecimiento de relaciones entre las nuevas Repúblicas y la Santa Sede.

Saludo con fraterno afecto al señor arzobispo de esta sede, al obispo auxiliar, así como a los otros obispos presentes; saludo a las autoridades, al clero, a los religiosos y religiosas, a los seminaristas y a los laicos comprometidos. Y va también mi saludo a los jóvenes aquí congregados, a los campesinos, a los educadores de la región andina, así como a las autoridades y profesores de la universidad de los Andes, en el bicentenario de su fundación.

2. Como Obispo de Roma y Sucesor de San Pedro siento en mí un gozo profundísimo al poder expresar en este momento, ante vosotros, la fe del Apóstol, al referirme a la Carta que él escribió a la primera comunidad de los testigos de Cristo y que hace poco ha sido proclamada, en una parte significativa, en nuestra asamblea litúrgica. En efecto, fue Pedro el que en un momento decisivo supo decir a Cristo: «¿Señor, a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el Santo de Dios» (Io. 6, 68-69).

521 Que la fe de Pedro hable a la comunidad que se ha reunido aquí para dar, después de veinte siglos, el testimonio de haber perseverado con Cristo, el Santo de Dios.

«Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo» (1Petr. 1, 3) Con estas palabras del apóstol Pedro saludo a todos en la unidad de la fe de la Iglesia.

3. La Iglesia en América Latina, la Iglesia en Venezuela, se remonta con el pensamiento, en el curso de la actual novena de años, a los comienzos mismos de la fe en todo el continente.

Este comienzo - hace medio milenio - tiene su raíz en el acontecimiento recordado por el Evangelio de h?y. Los once apóstoles (después de la apostasía de Judas Iscariote eran once) se fueron «a Galilea, al monte» al encuentro con Cristo Resucitado.Fue el último encuentro antes de que Jesús subiera de la tierra al Padre.

Precisamente entonces Cristo Señor les transmitió la plenitud de la verdad sobre Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y definió la misión de la Iglesia que ellos, Apóstoles, debían implantar como viña del Señor en toda la tierra.

Jesús hablé con estas palabras: «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (
Mt 28,18-20).

4. La fe que, a través de los siglos y de las generaciones, se ha propagado entre los hombres de diversas lenguas, naciones y razas, tiene su comienzo en la enseñanza apostólica.«Y, ¿cómo creerán sin haber oído de El», pregunta San Pablo (Rm 10,14).

También vuestra fe, cristianos de Venezuela, encuentra allí su primer comienzo. Con la misma misión que los Apóstoles recibieron de Cristo en «Galilea, sobre el monte», vinieron hasta vosotros hace cinco siglos, sus sucesores, anunciando la Buena Nueva.

De ellos escucharon vuestros antepasados la Palabra del Dios vivo, aquí, en esta tierra. De la Palabra y de la gracia del Espíritu Santo nacía en sus corazones la fe. Nacía y crecía. Así fue de generación en generación. Así es también en nuestros días.

5. El Salmo de la liturgia de hoy abre ante nuestros ojos un maravilloso escenario. «El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos» (Ps 18,2). Es como un magnífico e incesante «himno cósmico» que, ante el hombre y la mente humana, revela la verdad sobre el Creador invisible.«El día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo murmura» (Ibid.3).

Este «himno cósmico» sobre Dios, el testimonio de la creación, fue ciertamente comprensible para vuestros antepasados en esta tierra, aun antes de que vinieran aquí los testigos del Evangelio de Cristo. Y también después de su llegada, aquel testimonio de lo creado no cesa de hablar al hombre, encontrando en el Evangelio una ratificación y a la vez una nueva manifestación.

522 En efecto, el Salmo proclama:

«Sin que hablen, sin que pronuncien, / sin que resuene su voz, / a toda la tierra alcanza su pregón / y hasta los límites del orbe su lenguaje» (
Ps 18,4-5).

6. En el contexto de este himno cósmico de lo creado sobre el Creador invisible, el Salmista da un lugar particular al sol:

«El sale como el esposo de su alcoba, / contento como un héroe, a recorrer su camino. / Asoma por un extremo del cielo, / y su órbita llega al otro extremo; / nada se libra de su calor» (Ibid. 6-7).

En el trasfondo del testimonio de lo creado aparece el Sol de justicia, el Esposo de la Iglesia y de cada alma inmortal, el Redentor del mundo y del hombre en este mundo: Jesucristo.Nada escapa al calor de su amor.

Los Apóstoles que recibieron de su Maestro la misión de transmitir la fe con la palabra y con el sacramento, fueron los primeros que experimentaron el calor de este amor en la intimidad con Jesús de Nazaret, y sobre todo en la experiencia de su cruz y de su resurrección.

Por ello San Pedro escribe en su primera Carta que Dios «en su gran misericordia, por le resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo» (1Petr. 1, 3-4).

7. Por tanto, ¿qué es la fe? La fe es el comienzo de la vida nueva en Dios. Ya que mediante ella somos en Jesucristo herederos del cielo: coherederos de le vida divina.

Y por esto —sigue escribiendo San Pedro— «la fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final» (1Petr. 1, 5).

De este modo la fe da también un nuevo y definitivo significado a nuestra vida sobre la tierra.Le confiere la dimensión nueva y sobrenatural.

Este sentido, esta dimensión sobrenatural de la fe, nos lleva a ver la vida terrena como una prueba, mediante la cual el hombre entra en la perspectiva de la vida eterna: como el oro que «lo aquilatan al fuego» (Ibíd.. 1, 7). Y por esto la fe nos permite afrontar, incluso con alegría, las diversas pruebas de la vida, en particular los sufrimientos. «Alegraos de ello —escribe el Apóstol— aunque de momento tengáis que sufrir un poco, en pruebas diversas: así la comprobación de vuestra fe —de más precio que el oro, que, aunque perecedero, lo aquilatan a fuego— llegará a ser alabanza...» (Ibíd. 1, 6-).

523 8. San Pedro escribía estas palabras a los primeros cristianos cuya fe sufrió la prueba de las persecuciones, a veces cruentas.

¿A través de qué pruebas pasa la fe de los cristianos contemporáneos? ¿Cuáles son las pruebas en medio de las cuales ella debe madurar y crecer aquí, en Venezuela? ¿Cómo debe ser esta fe, para que la herencia apostólica responda verdaderamente a la herencia de los siglos?

Me complace saber que en los últimos meses habéis realizado una misión nacional con el objeto de renovar y fortalecer la fe; esa fe «que es más preciosa que el oro» y que es la gran herencia de cinco siglos de evangelización.

Esa fe que ha sufrido y sufre los embates del laicismo y secularismo, debe ser renovada. Y renovar la fe es profundizar en el conocimiento de la doctrina católica; es hacer la experiencia vital del amor a Dios y a los hermanos; es anunciar a los demás el Evangelio.

Sólo esa fe renovada será capaz de conducir a la fidelidad: fidelidad a Jesucristo, a la Iglesia y al hombre.

En primer lugar, fidelidad a Jesucristo. Es una justa correspondencia al que es «testigo fiel» (?p?c.1, 5). Fidelidad que ha de ser fruto del amor. Bellamente ha dicho el Apóstol San Pedro en su primera Carta: «A Cristo Jesús no lo habéis visto y sin embargo lo amáis, no lo veis todavía y sin embargo creéis en El» (1Petr. 1, 8). Tal fidelidad a Jesucristo es inseparable de la fidelidad al Evangelio, al Evangelio con todas sus exigencias.

Fidelidad también a la Iglesia. Ser fieles a ella es amarla como a madre nuestra que es.

Que nos da a Cristo, nos da su gracia y su Palabra, nos alienta en nuestro camino, está a nuestro lado en las alegrías y en las penas, nos instruye en sus centros educativos, levanta su voz contra la injusticia y nos abre la perspectiva de una eternidad feliz.

Ser fieles ala Iglesia es también vivir en íntima comunión con los Pastores puestos por el Espíritu Santo para regir al Pueblo de Dios; es aceptar con docilidad su magisterio; es dar a conocer sus enseñanzas. Ser fieles ala Iglesia es no dejarse arrastrar por doctrinas o ideologías contrarías al dogma católico, como querrían ciertos grupos de inspiración materialista o de dudoso contenido religioso.

La fe renovada ha de traer asimismo consigo la fidelidad al hombre. La fe nos enseña que el hombre es imagen y semejanza de Dios, lo cual significa que está dotado de una inmensa dignidad. A este hombre, hijo de Dios, hemos de acogerlo, amarlo y ayudarlo. La fidelidad al hombre nos exige aceptar y respetar sus tradiciones y su cultura, ayudarle a promoverse, defender sus derechos y recordarle sus deberes.

Esta triple fidelidad a Jesucristo, a la Iglesia y al hombre deben ser un verdadero desafío frente al futuro, para hacer crecer en profundidad la fe del pueblo venezolano.

524 Esa obra de crecimiento en la fe reclama el empeño profundo de los Pastores, de los agentes de la pastoral, del laicado comprometido, de la juventud, de los hombres y mujeres cristianos, del mundo de la cultura. Sólo así se logrará un hombre y mujer venezolanos renovados interiormente, llegados a una maduración de plenitud en Cristo.Ahí os queda un programa en la postmisión que ahora inicia.

Quiera Dios que este crecimiento en la fe se traduzca en comunidades cristianas más conscientes y apostólicas, en una catequesis sólida sobre todo de la familia - insistiendo en una buena preparación al matrimonio -, en nueva vitalidad laical, en un despertar de abundantes vocaciones sacerdotales y religiosas.

9. El octavo día después de su Resurrección el Señor Jesús se presentó de nuevo a los Apóstoles reunidos en el cenáculo. Entonces Tomás, que antes no había querido creer a los Apóstoles que daban testimonio del Señor Resucitado, finalmente creyó: y postrándose a los píes de Cristo confesó: «Señor mío y Dios mío». Fue en aquel momento cuando él sintió las palabras significativas del Resucitado: «Porque me has visto has creído, dichosos los que sin ver creyeron» (Io. 20, 28-29).

El apóstol Pedro repetirá esta bienaventuranza en su primera Carta. Esta se refiere a todas las generaciones de los confesores de Cristo, que por medio de la palabra de la Buena Nueva han creído en El; en esta fe han crecido, en ella han consumado su vida terrena, con la esperanza de participar de la eternidad de Dios mismo.

También todos vosotros, amados hermanos y hermanas, pertenecéis a estas generaciones. Vuestra fe la «aquilatan a fuego» las experiencias contemporáneas, para llegar a «ser alabanza y gloría y honor cuando se manifieste Jesucristo».

Y por esto deseo repetir ante vosotros las palabras de la Carta de Pedro a los primeros cristianos:

«No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en El; y os alegráis con gozo inefable y transfigurado, alcanzando la meta de vuestra fe vuestra propia salvación» (1Petr. 1, 8-9).



VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,

ECUADOR, PERÚ Y TRINIDAD Y TOBAGO

SANTA MISA EN MARACAIBO



Domingo 27 de enero de 1985



“Señor, enséñame tus caminos, / instrúyeme en tus sendas: / haz que camine con lealtad; enséñame, / porque tú eres mí Dios y Salvador” (Ps 24,4 s.).

Señor arzobispo, hermanos obispos, autoridades,
queridos hermanos y hermanas de Venezuela:

525 1. Con las palabras del Salmo apenas escuchado, doy profundas gracias a Dios, al Dios uno y trino, porque los habitantes de estas tierras del Zulia y de toda Venezuela han acogido la Palabra de la fe traída hace casi cinco siglos por los mensajeros del Evangelio; porque han seguido los caminos del Señor, y porque reconocen en Cristo a su Dios y Salvador.

Nuestra acción de gracias al Altísimo se renueva por la presencia entrañable entre vosotros de la Madre de Cristo, la Virgen Santa de Chiquinquirá, Patrona del Zulia, a quien los habitantes de esta zona llamáis con gran cariño “la Chinita”. Ella, con los rasgos autóctonos de su imagen venerada, preside nuestro encuentro. Ella nos instruye en las sendas del Señor (Cf.. Ibíd.. 4).

Amaestrados por María, la siempre dócil a la voz del Padre, la Sierva del Señor (Cf. . Luc
Lc 1,38), vamos a escuchar en esta liturgia la Palabra revelada, que nos ayude a caminar con lealtad por los caminos de nuestro Dios (Cf. . Ps Ps 24,5).

En ese espíritu de disponibilidad a la escucha de la enseñanza de lo alto, saludo con afecto al Pastor de esta sede de Maracaibo, arzobispo metropolitano, a los Pastores y fieles de las cercanas diócesis de Cabimas, Machiques y Coro, y a los venidos de Colombia, Honduras, Antillas. Con especial afecto envío mi abrazo de paz, a causa de la situación por la que atraviesan, a las Iglesias de El Salvador y Nicaragua y a sus Pastores aquí presentes. Saludo asimismo a todos vosotros venidos del Zulia y de otras partes de Venezuela. Un saludo que incluye a todas las Autoridades, a los responsables y miembros de la Universidad de Maracaibo, en cuyo “campus” estamos.

2. Hoy, aquí a la orilla del lago de Maracaibo, unidos al Sucesor del Pescador de Galilea, escuchamos la Palabra de Jesús de Nazaret, el maestro del lago de Tiberíades. Son las palabras con las que inaugura su misión mesiánica en Galilea: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15).

Tales palabras encierran en cierto sentido el programa completo “educativo” y “catequético” que el Señor Jesús desarrollará durante su vida pública. El programa que de El recibirá como herencia la Iglesia, y que habrá de continuar hasta el fin de los siglos. A tal efecto, Cristo recurre al ministerio de sus Apóstoles y Sucesores.

Escoge para ello a Doce, que formó con mimo en su escuela a lo largo de un trienio. En la lectura de esta Misa, el Evangelista San Marcos evoca la llamada de los dos primeros, los pescadores Simón y su hermano Andrés que llama al apostolado: “Venid y os haré pescadores de hombres. Al instante dejaron las redes y lo siguieron” (Ibíd..1, 17-18). A renglón seguido figura la vocación de otros dos hermanos, Santiago y Juan: “Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él” (Mc 1,19-20).

Jesús de Nazaret busca desde el principio a los hombres, a los que quiere confiar un día su Evangelio. Ellos entraron poco a poco en el misterio de Cristo, comprendieron que el tiempo se había cumplido, que el reino de Dios estaba cercano, y se entregaron a la gran obra de la evangelización, la obra de la educación y de la catequesis en la fe. Enseñados por Jesús se convierten en maestros al servicio de Cristo Maestro.

3. Esta obra está unida, desde el principio y en su misma base, con la conversión del hombre a su Dios.

El precepto de Cristo: “convertíos”, impone por parte del sujeto una mutación profunda de mente y voluntad, para rechazar el mal cometido y volver sinceramente ala ley del Señor. Dios quiere que los hombres participen en su reino; por eso pone determinadas exigencias.

Un testimonio elocuente de ello lo tenemos en la primera lectura de hoy, tomada del Antiguo Testamento. Nos la ofrece el Profeta Jonás. Dios lo manda a Nínive, la gran ciudad sumida en el pecado. Jonás proclama a gritos, durante todo el día, la amenaza del Señor: “Dentro de cuarenta días Nínive será destruida” (Ion. 3, 4). Esta amenaza de Dios es acogida como una llamada a la conversión. Y la ciudad no fue insensible a la voz de lo alto: “Creyeron en Dios los ninivitas, proclamaron el ayuno y se vistieron de saco grandes y pequeños” (Ibíd.. 3, 5). Ante esa penitencia, el fruto salvífico no se hizo esperar: “Se compadeció y se arrepintió Dios de la catástrofe con que había amenazado a Nínive y no la ejecutó” (Ibíd.. 3, 10).

526 4. Fe y conversión están íntimamente unidas, como lo vemos en el pasaje del Profeta Jonás y como nos indica también el Evangelio de San Marcos que hemos escuchado.

A través de las lecturas de la liturgia de este día, en el marco del Sacrificio eucarístico, queremos fijarnos hoy en el tema tan importante de la educación y la catequesis, que corresponden a necesidades y funciones esenciales de la Iglesia en Venezuela.

En la Palabra revelada está, efectivamente, la vida divina encarnada en el Verbo del Padre, en Cristo. Su mensaje es el objeto de nuestra fe, la razón de nuestra esperanza y la meta de nuestro amor. En esa capacidad y deber de la educación y de la catequesis, para acoger en su centro el mensaje íntegro de Jesús, está la esencia de su misión en campo religioso.

La fe en el Evangelio y, a través de él, en Cristo que lo proclamó, conlleva un conocimiento que trasciende en mucho el horizonte de la ciencia, pero sin romper jamás con ella. De ahí deriva su influjo en campo educativo, hasta el punto de que no sería integral una educación cerrada al Evangelio en sus programas; como tampoco se concibe un Evangelio desprovisto de valor educativo.

Ese reflejo del Evangelio en el proceso educativo no afecta solamente al discípulo, sino que alcanza también al catequista, en cuanto maestro, educador de la fe. En efecto, Marcos, que abre su narración evangélica con el precepto: “Creed en el Evangelio”, cierra su libro con otro imperativo simétrico: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura” (
Mc 16,15).

Por eso, aquí en Maracaibo, queremos reflexionar sobre los compromisos prácticos que llevan consigo esos dos mandamientos del Señor. Ellos nos señalan la gran incidencia de la evangelización en el futuro del proceso educativo en Venezuela, para que los hombres y mujeres de este país puedan de verdad caminar por las sendas del Señor y seguirlas con lealtad (Cf. . Ps Ps 24,4 s.).

5. Hay también una profunda conexión entre educación y Evangelio. Se reclaman e interfieren mutuamente. El Salmista nos lo muestra en el Salmo responsorial al pedir: “Enséñame”, “instrúyeme”, haz que camine en “tus caminos”, en “tus sendas” (Ibíd..). Es una oración que implora la “evangelización educativa” o bien la “educación evangélica”.

Se trata de una realidad que reviste sumo interés, y que en Venezuela, en su contexto latinoamericano, cuenta con un nombre y un programa: la educación evangelizadora (Cfr. Puebla, 1024), en íntima relación con la catequesis educadora de la vida, de todos los aspectos de la vida. Por eso, en la Exhortación Apostólica “Evangelii Nuntiandi”, Pablo VI hizo notar justamente que “entre evangelización y promoción humana - desarrollo y liberación - existen vínculos profundos” (PAULI VI Evangelii Nuntiandi EN 31). Y es que el Evangelio, no obstante su trascendencia, busca la perfección de todas las dimensiones del hombre, sin olvidar su situación concreta en el mundo y en la historia.

La educación evangelizadora, que aplicada concretamente a los jóvenes fue una de las grandes opciones de Puebla, está llamada a renovar, en el ámbito escolar, la enseñanza de la verdad revelada; y en terreno de la catequesis, la experiencia de vida divina, sobre todo sacramental, en la parroquia.Ni que decir tiene que la educación evangelizadora ha de comenzar en la familia, que es escuela básica e iglesia doméstica.

Esa educación evangelizadora halla su ambiente ideal en la escuela católica, donde el maestro puede vivir en fidelidad perfecta su cometido profesional y su vocación apostólica. Ahí tienen un cometido importante los religiosos consagrados a la misión educativa —una misión que no ha perdido su vigencia—; como hallan un espacio providencial los laicos para su testimonio específico de vida evangélica y de formadores en la fe.

Pero la educación evangelizadora no ha de circunscribirse al ámbito de la escuela confesional. Ha de hacerse presente en todas sin distinción. Por ello la “Catechesi Tradendae” expresa la esperanza de que, en base a los derechos inalienables de la persona humana y de las familias, los poderes públicos dejen espacio suficiente, a fin de que “los alumnos católicos puedan progresar en su formación espiritual con la aportación de la enseñanza religiosa que depende de la Iglesia” (IOANNIS PAULI PP. II Catechesi Tradendae CTR 69).

527 Ni que decir tiene que la educación evangelizadora ha de llegar al mundo de la comunicación social, que es una inmensa escuela paralela, tan frecuentada por los jóvenes, y no siempre con suficientes garantías educativas en campo humano y religioso.

El esfuerzo de formación en la fe impone medidas concretas para que no se desvirtúe una decisión que pudiera ser providencial: evangelizar la cultura. Llevar el Evangelio a todas las formas de la educación juvenil significa incrementar cristianamente las células germínales del mundo y de la Iglesia del futuro. Significa también, a todos los niveles, abrir grandes posibilidades de penetración de la Verdad y de poner las fuerzas dirigentes de la sociedad al servicio del Evangelio y de la causa del hombre.

Puedo anunciar esto en un campus de la Universidad, porque también en la Universidad se debe abrir espacio para penetrar el Evangelio. El Señor ha dicho: “Id y predicad a todas las gentes”. Y eso se ha de aplicar también ala Universidad. Esta es un ente muy importante.

Yo quiero una buena relación con todas las ciencias —Universitas scientiarum et nationum—, pero hay que hacerlo a la luz de la fe.

Por eso hay que agotar todas las posibilidades que se ofrecen a la Iglesia en campo de educación y catequesis, que tienen tantos lazos comunes. En efecto, la catequesis misma es una educación “hacia la fe”, para educar luego al hombre “en la fe” y llevarlo a la medida de la plenitud en Cristo; para conducir a ese hombre “por medio de la fe” ala vida cristiana, a la vida “según la fe”, a la vida digna del hombre, en la que camine con lealtad por las sendas del Señor (Cf. . Ps
Ps 24,5).

6. La calidad evangélica de la educación ha de garantizarse mirando al ejemplo supremo, el del Hijo de Dios, que en el seno de la Familia de Nazaret crecía en edad, en sabiduría y en gracia, delante de Dios y de los hombres.

Por otra parte, mis queridos hermanos y hermanas, sabemos que los frutos de la educación evangelizadora dependen en gran medida de la calidad de los educadores.Se impone, por tanto, incrementar el esfuerzo vocacional y cuidar con predilección la formación adecuada de los formadores; para que reciban la fe con humilde docilidad y la transmitan fielmente, como el gran don de la bondad de Dios que llama sin cesar al camino recto: “Acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor. El Señor es bueno y recto, y enseña el camino a los pecadores”( Ps Ps 24,6-8). Esto presupone una constante conversión. Porque la educación comporta la transformación del hombre viejo y el hacer fructificar los talentos que el hombre recibe de la naturaleza y de la gracia. Nos lo recuerda el Salmista en el texto de esta Misa: “Señor, tu ternura y tu misericordia son eternos”, “el Señor enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud” (Ps 26,6 Ps 26,8 Ps 26,9 cfr. S. IOANNIS CHRYSOSTOMI In Matth. hom Mt 14,2).

7. La liturgia de este día, hermanos marabinos y venezolanos, pone oportunamente en nuestros labios la plegaría del Salmista. Es también nuestra oración, que implora de Dios, en primer lugar, la Verdad. “Señor, guíame en tu verdad, enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador” (Ps 24,5).

La liturgia pide asimismo a Dios que ayude al hombre, a nosotros, a superar el pecado por medio de la gracia: “Recuerda, Señor, que tu ternura y misericordia son eternas. De los pecados de mi juventud no te acuerdes; acuérdate de mí con misericordia” (Ibíd.. 6-7).

Dios quiere, pues, educarnos con la bondad, con el amor. Tal aspecto de la educación se revela como un programa para la catequesis. Este programa ha de ser bien enraizado en la misión de la Iglesia en esta tierra venezolana, para que pueda dar sus frutos. Esa es una empresa de toda la Iglesia. Es indispensable contar en ello con la aportación de todos, cada uno según sus posibilidades y responsabilidad eclesial.

8. “El Señor es bueno y es recto / y enseña el camino a los pecadores; / hace caminar a los humildes con rectitud, / enseña su camino a los humildes” (Ps 24,8-9).

528 Jesucristo, Hijo de Dios y Señor de nuestra salvación, desde hace cinco siglos enseña “el camino” a los habitantes de esta tierra. Lo ha hecho por medio de los misioneros, los sacerdotes, los religiosos y religiosas de tantas órdenes y congregaciones; lo ha hecho a través de la familia, que a la luz del Evangelio ha ido haciéndose progresivamente cristiana. En ese cometido, educación y catequesis han ido unidas.

Hoy, en los umbrales del V centenario de la evangelización, la Iglesia en Venezuela quiere empeñarse en esta obra salvadora, como tarea fundamental de su misión.

Quiere hacerlo en sus 29 diócesis y vicariatos, entre los más de 16 millones de venezolanos, en las grandes regiones del centro, de oriente y occidente, con sus 20 Estados —empezando por este del Zulia—, en los dos Territorios Federales, el Distrito Federal y las Dependencias Federales con sus 72 islas del Caribe. Quiere hacerlo en la costa, en los Andes, en esta depresión del Lago de Maracaibo, en los Llanos, en la Gran Sabana, en la Selva; entre los descendientes de los aborígenes aruacos o caribes y del resto de la población, entre los dedicados a la agricultura, a la artesanía, a los servicios, a la industria o a la explotación petrolera.

Quiere hacerlo en el seno de la moderna sociedad, que experimenta grandes transformaciones humanas y profesionales. Las que han llevado de las antiguas actividades agrícolas-recolectoras, de cazadores y pescadores, ala actual actividad de la industria petrolera que por sí sola aporta más del 90 por ciento del presupuesto nacional. Ello plantea no pocos retos, que la Iglesia quiere acoger con la revisión y renovación de sus métodos educativos y catequéticos.

La Iglesia en Venezuela tiene la certeza de que el Señor “es bueno y recto”, por eso “enseña el camino” a los pecadores. Este es el camino del Evangelio de Jesucristo. Por eso toda la Iglesia: obispos, sacerdotes, familias religiosas, laicos, desea convertirse en una gran comunidad que catequiza y a la vez es catequizada (Cfr. IOANNIS PAULI PP. II Catechesi Tradendae
CTR 45). Que educa y es educada.

¡Qué gran misión la de educar al hombre! Hacerle ver los caminos por los que él puede realizarse a sí mismo en la verdad y en el amor, que son los caminos de Cristo.

Por algo decía el Crisóstomo: “No hay arte superior a éste. Porque, ¿qué hay de comparable a formar un alma y plasmar la inteligencia y el espíritu de un joven? El que profesa esta ciencia, con más escrúpulo ha de proceder que cualquier pintor o escultor en su obra” (S. IOANNIS CHR?SOSTOMI In Matth. hom., 59, 7).

Junto con vosotros, queridos hermanos y hermanas, quiero poner esta gran misión, de la que depende el futuro eterno de cada uno y de todos, en las manos de María, la Madre y Señora de Chiquinquirá.

“Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio”.

Creed. Y realizad vuestra fe en la vida de cada día. Amén.



VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,

ECUADOR, PERÚ Y TRINIDAD Y TOBAGO

CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN CARACAS



Caracas 27 de enero de 1985

529 :Señor cardenal, hermanos obispos, autoridades,
queridas familias cristianas,
amados hijos e hijas de Venezuela:

1. Como Obispo de Roma, Sucesor del Apóstol San Pedro y hoy peregrino en vuestra patria, quiero ante todo postrarme en profunda adoración ante el único Dios en el misterio de la Santísima Trinidad.

A los pies de la Madre de Dios, la Santísima Virgen de Coromoto, Patrona de Venezuela que preside este encuentro, y ante tantas familias de los barrios cercanos a nosotros, proclamamos hoy todos juntos, en esta explanada de Montalbán, nuestra humilde alabanza a la Sabiduría y Omnipotencia divina. Y lo hacemos con las palabras de la liturgia, en particular con las que hemos escuchado en la primera lectura, del libro de los Proverbios. Lo hacemos obedeciendo a una necesidad profunda de nuestra fe y en nombre de todas las generaciones que a través de los siglos se han sucedido en esta tierra; desde los primeros pobladores indígenas hasta los últimos inmigrantes.

Me concede Dios la gracia de visitar vuestro noble país al comienzo de esta novena de años con que la Iglesia de toda América Latina se prepara a celebrar solemnemente el V centenario del inicio de la evangelización, los 500 años de presencia y de servicio al Pueblo de Dios en este continente de la esperanza.

2. En la primera lectura hemos oído las alabanzas a la Sabiduría y Omnipotencia que Dios ha manifestado en la creación. ¡Con qué inesperada magnificencia apareció este mundo creado por Dios a los ojos de Cristóbal Colón y sus compañeros, hace 500 años. La tierra nueva! Como sí salieran del abismo, surgen ante sus ojos la tierra y los campos, los montes y las colinas, las fuentes cargada de agua (Cf. . Prov
Pr 8,24-26).

De improviso el globo terrestre se presentó distinto de como hasta entonces lo habían creído. Ahora sí que aparecía el verdadero “globo terrestre” bajo el inmenso firmamento, sin que las aguas rebasaran los límites de las tierras recién descubiertas (Cf.. Ibíd..8, 24-29).

Deseo que desde esta ciudad de Caracas, como desde un pórtico del continente, volvamos la mirada 500 años atrás, para postrarnos, junto con los descubridores, en actitud de alabanza y adoración al Dios creador de las maravillas del Nuevo Mundo.

3. La Iglesia en Venezuela, al igual que toda la Iglesia en América Latina, durante esta novena de años se prepara, guiada por sus Pastores, al gozoso jubileo del V centenario de la llegada del Evangelio; se prepara ala solemne conmemoración de la gran siembra de la fe en este continente.

Ante ello no podemos menos de exclamar con las palabras de la Carta a los Efesios: “Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo” (Eph. 1, 3).

530 Tomando el báculo del peregrino, he venido hasta vosotros, queridos hermanos y hermanas, para que todos juntos, haciendo nuestras las palabras del Apóstol, bendigamos a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo. He venido a dar gracias con vosotros al Dios uno y trino por la gran siembra de la fe, por los frutos abundantes de la evangelización que se ha consolidado entre vosotros, entre los diversos grupos y razas, y dura hasta hoy.

Es para mí deber insoslayable, como Pastor de toda la Iglesia, recordar y rendir homenaje a los pioneros de la evangelización en vuestras tierras y a todos los obreros de la viña del Señor. A este propósito no puedo menos de mencionar a los padres Francisco de Córdoba y Juan de Garcés, al primer obispo de Venezuela Rodrigo de Bastidas, al obispo Pedro de Agreda, que organizó los curas doctrineros, a los padres franciscanos observantes, que realizaron las primeras misiones. En esta labor misionera sobresalen las figuras de fray Francisco de Pamplona y fray Juan de Mendoza. A ellos se unen otros tantos celosos y ejemplares servidores de la Iglesia, que en los cinco siglos pasados le han dado consistencia en vuestra patria.

Y al dar gracias a Dios, imploro de su paternal misericordia que la semilla de la fe continúe madurando y dando frutos abundantes que respondan a los retos y exigencias de nuestro tiempo y de los tiempos que se avecinan.

Sea también expresión de nuestra acción de gracias y de nuestra plegaria común al Padre, el acto solemne de coronación de la venerada imagen de Nuestra Señora de Coromoto, Patrona de todos los venezolanos y de las familias del país.

4. El Evangelio de la liturgia de hoy nos lleva hasta el portal de Belén y, junto con los pastores, nos acercamos al pesebre. Ellos fueron los primeros testigos del gran misterio del nacimiento del Hijo de Dios: “Fueron corriendo y encontraron a María y a José y al Niño acostado en el pesebre” (
Lc 2,16).

Ante los pastores aparece esa imagen que ha permanecido para siempre en la memoria de la Iglesia y de la humanidad: la imagen de la Sagrada Familia.

En su infinita misericordia, el Padre Eterno “nos ha bendecido con toda clase de bendiciones” por el misterio de la Encarnación, en la persona de Jesucristo, el Hijo del Hombre que se hace niño, que viene al mundo como un recién nacido en el seno de una familia. De esta manera, toda familia humana, a ejemplo de la Sagrada Familia de Belén y Nazaret, está llamada por Dios a ser santa e inmaculada en Cristo Jesús (Cf.. ?ph. 1, 4).

5. Mas para que la santidad de la familia sea preservada, la Iglesia ha de continuar predicando la verdad sobre el matrimonio cristiano y la familia, inscrita por Dios en el corazón del hombre y revelada en Cristo en toda su profundidad.

El punto de partida de la doctrina eclesial en este campo está en el concepto del amor conyugal entendido en toda su verdad. Se trata del amor en cuanto comunión interpersonal de los cónyuges, que se entregan mutuamente en cuerpo y alma. Este amor interpersonal auténtico, base de toda la vida conyugal y familiar (Cf. . Gaudium et Spes GS 48), es el que vosotros, queridos esposos, habéis de custodiar e incrementar. Pues el amor conyugal comienza a deteriorarse cuando la entrega entre los esposos se hace más débil, se cierra en el egoísmo.

Por ello escribían justamente vuestros obispos: “Desgraciadamente comprobamos la existencia de uniones que, si bien son legítimas, no forman una comunidad de amor. En efecto, el egoísmo, la falta de madurez, la incomprensión, las actividades profesionales demasiado absorbentes u otros motivos, han socavado la firmeza del amor inicial” (Exhort. past. Familia, Población y Justicia, 18).

6. La realidad estupenda del amor conyugal se manifiesta precisamente en la comunión en el amor. Comunión de los esposos entre sí y de los padres con los hijos. Estos íntimos vínculos que hacen de la familia un hogar, una casa, donde la fusión de los corazones está garantizada por Dios: “Si el Señor no construye la casa, en vano fatigan los obreros” (Ps 126,1).

531 Más aún, la grandeza interior del amor conyugal está en el hecho de ser llamado a colaborar en el amor creador de Dios. Como hemos recordado en el Salmo responsorial: “Los hijos son un regalo del Señor y el fruto del vientre, su recompensa” (Ibíd.. 3). Sí, los hijos son un don del amor creador de Dios hecho al amor de los esposos.

Mas algo de tanta trascendencia como la paternidad y maternidad, ha de realizarse en modo plenamente responsable, para decidir así incluso el número de hijos y su distanciamiento. En ello los esposos han de ser guiados “por la conciencia, la cual ha de ajustarse ala ley divina misma, dóciles al Magisterio de la Iglesia” (Gaudium et Spes
GS 50). Por otra parte, como enseña la Encíclica “Humanae Vitae”: “Todo acto matrimonial debe estar abierto ala transmisión de la vida” (PAULI VI Humanae Vitae HV 11); de ahí que la contracepción y esterilización con fines contraceptivos sean siempre gravemente ilícitas.

Queridos esposos y esposas, venidos de Caracas y de toda Venezuela: Vuestra misión en la sociedad y en la Iglesia es sublime. Sed creadores de verdaderos hogares, de familias unidas y educadas en la fe. Luchad contra la plaga del divorcio que arruina a las familias e incide tan negativamente en la educación de los hijos. No rompáis vosotros lo que Dios ha unido. Respetad siempre la vida que es un espléndido don de Dios (Cf.. IOANNIS PAULI PP. II Familiaris Consortio FC 30). Recordad que nunca es lícito suprimir una vida humana, con el aborto ola eutanasia. Vuestra misma Constitución es bien clara y acertada a este propósito.

7. San Pablo nos decía en la segunda lectura: Dios nos ha elegido para ser sus hijos adoptivos (Cf.. Eph.1, 5). Vuestros hijos, todos los hijos de las familias cristianas, vienen a ser, por el bautismo, hijos adoptivos de Dios.

¡Qué grandeza y responsabilidad a la vez la de los padres cristianos, que como fruto de su amor se convierten en templos en los que Dios realiza su acción creadora! Sed conscientes de esta altísima misión que Dios ha puesto en vuestras manos: y haced de vuestras familias un templo de Dios, una “iglesia doméstica”.

Para lograrlo, cultivad en vuestros hogares la plegaria que une y orienta rectamente la vida, enseñad a orar a vuestros hijos y educadlos en la moral y en las exigencias de la vida cristiana. Una tarea a la que están llamados los padres y las madres, en mutua colaboración.

8. Tras estas reflexiones, dirigimos ahora nuestra mirada de fe hacia la Santa Madre de Dios. Hoy el Papa, Obispo de Roma, rodeado de sus hermanos los obispos de Venezuela, va a llevar a cabo la coronación canónica de la imagen de Nuestra Señora de Coromoto, que será venerada en su nueva basílica. Con este acto queremos rendir un ferviente homenaje de devoción y amor, aquí en la capital de la nación, a la dulce Madre y Patrona de Venezuela, que desde su entrañable santuario de Guanare acompaña a sus hijos. Ante Ella el Papa, los obispos y todos los fieles de Venezuela nos hacemos peregrinos espirituales a su santuario. En una inmensa peregrinación de fe, de amor filial. Para dar gracias a Dios por todo el pasado de la Iglesia en vuestro país.

El Evangelio de hoy nos dice: “Y María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón” (Lc 2,19). Sí, María está constantemente presente en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Como enseña el Concilio Vaticano II, la Virgen está presente en su condición de madre (Cf. . Lumen Gentium LG 61). Ella estuvo presente como Madre durante estos cinco siglos de evangelización que van a cumplirse. Ella conserva, meditándola en su corazón, la historia del Pueblo de Dios en estas tierras, de generación en generación.

Hoy queremos, por así decirlo, “coronar” y alabar esa presencia de María mediante la acción de gracias que brota de nuestros corazones. A la vez pedimos que continúe presente en el Pueblo de Dios de Venezuela: como en Belén, en Nazaret, a los píes de la cruz en el Calvario, en el Cenáculo de Pentecostés con los Apóstoles, cuando nace la Iglesia.

Rogamos a Dios que María continúe estando presente entre vosotros y que, por su intercesión materna, Dios Padre os bendiga de generación en generación “con toda clase de bendiciones espirituales... en Cristo” (Eph. 1, 3), para que seáis, para que seamos, alabanza de su gloria todos los que desde siglos y generaciones “hemos esperado en Cristo” (Ibíd.. 1, 12).



B. Juan Pablo II Homilías 520