B. Juan Pablo II Homilías 543


VIAJE APOSTÓLICO A COLOMBIA

SANTA MISA EN EL PARQUE SIMÓN BOLÍVAR DE BOGOTÁ




Miércoles 2 de julio de 1986



“Los confines de la tierra verán la salvación de nuestro Dios” (Is 52,10)

Queridos hermanos y hermanas:

1. La lectura del profeta Isaías, que hemos escuchado, nos invita a seguir las huellas de Dios que nos salva; de Dios que revela sus designios de salvación hasta los extremos de la tierra; del Señor que derrama a manos llenas sus bendiciones a todos los hombres y a todas las naciones.

Hoy y aquí se está cumpliendo en medio de nosotros esta profecía, que es anuncio de salvación y de paz. Por eso, os invito a participar en la acción litúrgica más santa y solemne que nos ofrece la misericordia del Señor: la celebración de la Eucaristía. Jesús resucitado, Pan de vida y Príncipe de la Paz, se hace presente entre nosotros y hace presente su misterio pascual, para decirnos una vez más, pero siempre con el mismo amor: “La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo” (Jn 14,27).

Las palabras de Jesús, su presencia real en el sacramento eucarístico que estamos celebrando en este altar sobre el que late en estos momentos el corazón de Colombia, inundan de luz nuestros propios corazones para que apreciemos cada vez más y convirtamos en inspiración de nuestras vidas los bienes que Cristo nos dejó: ¡su herencia de paz!

En este día, en que nos hemos congregado en el parque “Simón Bolívar” para celebrar la Eucaristía, doy gracias a Dios, junto con todos vosotros, amados hijos e hijas de Colombia, por el don de la salvación cristiana, que vuestra tierra recibió hace ya casi cinco siglos.

2. Como Peregrino de paz, saludo con especial afecto a mis hermanos en el Episcopado los obispos de Colombia y los obispos representantes de los Episcopados de América Latina, que participan en la reunión de coordinación del CELAM. Saludo igualmente a los amados sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles de las provincias eclesiásticas de Bogotá e Ibagué; a las diócesis de Espinal, Facatativá, Garzón, Girardot, Neiva, Villavicencio y Zipaquirá.

544 Por los caminos de Colombia que ahora comienzo a recorrer, deseo ser para vosotros el mensajero de los bienes mesiánicos de salvación y, concretamente, del don por excelencia: la paz.

La paz que Cristo nos promete (
Jn 14,27) y nos comunica es “la salvación de nuestro Dios” (Is 52,10). La gracia del bautismo nos configura con Cristo, nos hace semejantes a El, nos reviste de El, hasta participar en su misma filiación divina, como nos ha enseñado San Pablo: “Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo” (Ga 3,26-27 Ga 3, si todos somos hijos Dios, hermanos Cristo Jesús, por haber recibido el mismo bautismo y el mismo Espíritu, y por haber participado en el mismo “Pan de vida” (Jn 6, 48), ¿no es verdad que la paz debe ser una realidad en todos los corazones, en todas vuestras familias y en toda vuestra patria?

3. La salvación que Dios mismo, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ofrece a la humanidad en Jesucristo Redentor es una vida nueva, que es la medida y la característica de los hijos adoptivos de Dios. Es la participación, mediante la gracia santificante, en la filiación divina de Cristo, Hijo de Dios hecho hombre por nosotros. En efecto, el Hijo de Dios, encarnándose en el seno de la Virgen María, “se ha unido, en cierto modo, con todo hombre” (Gaudium et Spes GS 22). Con la fuerza del Espíritu, que nos ha comunicado Jesús, muerto y resucitado, después de su vuelta al Padre, desea Jesús mismo extender a todos y cada uno el don de esta filiación divina que es la gracia para nuestra naturaleza humana y el fundamento de la paz personal y social. De este modo participamos en la misión de la Iglesia que es “sacramento universal de salvación” (Lumen gentium LG 48) y “el corazón de la humanidad” (Dominum et Vivificantem DEV 67).

También nosotros estamos “revestidos de Cristo”, puesto que por el bautismo hemos sido transformados en imagen suya y participamos de la filiación divina. Cristo une fraternalmente entre sí a quienes reciben su vida divina. Los dones diferentes, que recibimos de Dios, son para servir mejor a todos los demás hermanos. La economía de la fe implica una liberación contrapuesta a toda forma de discriminación. La imagen, presentada por San Pablo, del nuevo ser cristiano “revestido de Cristo” tiende a superar todo tipo de discriminación humana. En efecto, todo lo que divide y separa artificialmente a los hombres, por ejemplo, la injusta distribución de los bienes o la lucha de clases, no pertenece al nuevo ser cristiano.

Por el bautismo “pertenecemos a Cristo, y, por ello mismo, nos hacemos “herederos de Dios”. Este bien de la herencia divina es el bien de la salvación, actualizado, incesantemente en vosotros por el Espíritu Santo, obrador de la gracia y de la vida eterna. Por esto, Jesucristo llamó al Espíritu Santo “Paráclito”, es decir, “consolador”, “intercesor”, “abogado”. La paz que nos da Jesús está fundamentada en este don que transforma al hombre y a la sociedad desde el corazón del hombre mismo. Es el don que, “mediante el misterio pascual, es dado de un modo nuevo a los Apóstoles y a la Iglesia y, por medio de ellos, a la humanidad y al mundo entero” (Dominum et Vivificantem DEV 23).

4. Durante la última Cena, que nosotros conmemoramos ahora, Jesús, al prometernos como herencia su paz y su salvación, nos indicó el requisito que hemos de poner por parte nuestra: el amor. Este amor es un don suyo y es también colaboración nuestra. En realidad, es el fruto del Espíritu Santo enviado por Jesús de parte del Padre. Oigamos las palabras del Señor, que ahora repite para cada uno de nosotros: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él... El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo” (Jn 14,23-26).

Sí, amadísimos hermanos, el bien de la salvación —que es paz, gracia y perdón— brota, como de un manantial inagotable, de esa inhabitación de Dios en nosotros por el amor. El “Dulce huésped del alma”, inundando los corazones de su gracia y de su amor, anticipa ya en ellos el comienzo de la vida eterna, que consiste en la paz duradera dentro de las personas, de las familias y de los pueblos. La vida eterna, en efecto, es la presencia feliz y la permanencia del hombre en Dios mediante el amor. A esta vida eterna estamos llamados en Jesucristo, a ella nos conduce interiormente el Espíritu Santo Paráclito mediante su acción santificante.

5. En mi reciente Encíclica sobre el Espíritu Santo, invito a todos a orar por la paz y a construir la paz: “La paz es fruto del amor: esa paz interior que el hombre cansado busca en la intimidad de su ser; esa paz que piden la humanidad, la familia humana, los pueblos, las naciones, los continentes, con la ansiosa esperanza de obtenerla en la perspectiva del paso del segundo milenio cristiano” (Dominum et Vivificantem DEV 67). Así, pues, “la salvación de nuestro Dios” en todos los confines de la tierra, entre todos los pueblos y culturas, se despliega mediante el corazón pacificado del hombre. Entonces participa de esta paz y salvación toda la comunidad de los hombres, en primer lugar la familia, la cual tiene un cometido primordial e insustituible en la obra de la salvación ofrecida por Dios en Jesucristo a la humanidad entera. La familia es entonces evangelizada y evangelizadora, recibe la paz y transmite la paz. “Por ello la familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por toda la humanidad y del amor de Cristo Señor a la Iglesia su esposa” (Familiaris Consortio FC 17).

En mi solicitud pastoral por toda la Iglesia no he cesado de poner de relieve el puesto que ocupa la familia como fundamento de la sociedad humana y cristiana, de cuya unidad, fidelidad y fecundidad depende la estabilidad y la paz de los pueblos. Colombia no puede renunciar a su tradición de respeto y de apoyo decidido a los valores que, cultivados en el núcleo familiar, son factor muy significativo en el desarrollo moral de sus relaciones sociales y forman el tejido de una sociedad que pretende ser sólidamente humana y cristiana.

Sé que vuestros Pastores os han puesto repetidas veces en guardia contra los peligros a que hoy está expuesta la familia. Me uno a ellos en esta urgente y noble tarea pastoral de procurar a la familia una formación adecuada para que sea agente insustituible de evangelización y base de la solidaridad y de la paz en la sociedad. Damos gracias a Dios porque “hay familias, verdaderas “iglesias domésticas”, en cuyo seno se vive la fe, se educa a los hijos en la fe y se da buen ejemplo de amor, de mutuo entendimiento y de irradiación de ese amor al prójimo en la parroquia y en la diócesis” (Puebla, 94). ¡Sí!, “la familia cristiana es el primer centro de evangelización” (Ibid., 617), es también la “escuela del más rico humanismo (Gaudium et Spes GS 52), y, como tal, es inagotable cantera de vocaciones cristianas y formadora de hombres y mujeres, constructores de la justicia y de la paz universal en el amor de Cristo.

6. América Latina es amante de la paz. Sabe que este don supremo es condición indispensable para su progreso. Pero, a la vez, es consciente de los múltiples peligros que atentan contra una paz estable: “Baste pensar en la carrera armamentística y en el peligro, que la misma conlleva, de una autodestrucción nuclear. Por otra parte, se hace cada vez más patente a todos la grave situación de extensas regiones del planeta, marcadas por la indigencia y el hambre que llevan a la muerte” (Dominum et Vivificantem DEV 57).

545 Si cada cristiano y cada comunidad eclesial se convirtieran en ardientes mensajeros de paz, ésta sería pronto una realidad en la comunidad humana. Colombianos todos: ¿por qué no hacer de este serio compromiso por la paz un fruto de la visita del Papa a vuestro país? Quisiera poder aplicar a cada uno de los aquí presentes y a todos los que me escuchan, las palabras del profeta Isaías: «Qué hermosos sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia la salvación, que dice a Sión: “ya reina tu Dios”» (Is 52,7).

La Buena Nueva de este reino de Dios es un mensaje de libertad: Dios ha liberado a su pueblo. Y por eso, habrá siempre apóstoles y misioneros, que anuncien al pueblo de la Nueva Alianza la venida y la presencia del Reino. Estos “mensajeros” proclaman la verdad revelada sobre Dios, sobre el mundo y sobre el hombre, a la luz del mensaje de Jesús crucificado y resucitado, por más que su mensaje resulte duro y molesto a los oídos de quienes prefieren los “ídolos” de este mundo. El mensajero de la paz evangélica está dispuesto a dar testimonio con sus palabras y con la ofrenda “martirial” de su propia vida.

7. Al comienzo de mi visita pastoral por tierras colombianas doy gracias a Dios desde lo más hondo de mi corazón, por todos los mensajeros de la Buena Nueva, que a lo largo de casi cinco siglos han injertado en vuestros corazones el Evangelio, como fuente de paz para los individuos, las familias y la sociedad.

Doy también infinitas gracias a Dios por todos los mensajeros que en nuestros días consagran calladamente su vida y sus energías a anunciar el mensaje evangélico de la paz. El mensajero que “anuncia la paz” es el mismo que “trae buenas nuevas, que anuncia la salvación” como dice el profeta Isaías (Is 52,7). Pero esta paz es ahora la paz que Cristo nos prometió y nos dejó en herencia. Es su propia paz, en contraposición a la falsa paz que prometen los ídolos de este mundo (cf. Jn Jn 14,27). ¡Ojalá cada uno de vosotros y cada una de vuestras comunidades y familias goce de la paz que Cristo nos regala! Y que todos seáis sembradores de la paz, sin fronteras de tiempo y lugar.

Esta paz, fruto del amor entre Dios y los hombres, y obra de la justicia, es el bien mesiánico por excelencia; la primicia de la salvación y de la liberación definitiva que todos anhelamos.

La paz de Cristo es diversa de la del mundo, que se desvanece y agota en el bienestar efímero, en alegrías y placeres pasajeros. La paz de Cristo no ahorra en verdad pruebas y tribulaciones, pero es siempre fuente de serenidad y de felicidad, porque lleva consigo la plenitud de vida, que mana a raudales de la presencia del Señor en los corazones. Si el nacimiento de Cristo fue el evento de paz para los hombres (cf. Lc Lc 2,14), su “vuelta” o “paso” hacia el Padre, por la muerte y resurrección, se convirtió en la fuente de este don que es exclusivo de Cristo: “La paz os dejo, mi paz os doy” (Jn 14,27). He ahí el don que el Señor comunica a todos los hombres de buena voluntad.

8. Habéis querido que mi visita pastoral a vosotros esté marcada por el sello de la paz: “Con la paz de Cristo por los caminos de Colombia”. Sé que este lema coincide con la aspiración a la paz, anhelo arraigado en el corazón de este pueblo. Los largos y crueles años de violencia que han afectado a Colombia no han podido destruir el deseo vehemente de alcanzar una paz justa y duradera. Sé que ha habido generosas iniciativas encaminadas a fomentar el diálogo y la concordia para conseguir una paz estable. En este sentido no puedo menos de alentaros, a todos los colombianos sin excepción, a proseguir sin descanso por derroteros de paz, conscientes de que ésta, sin dejar de ser tarea humana, es primordialmente un don de Dios. Reducirse pues a promover sólo proyectos limitados y humanos de paz, equivaldría a ir en pos de fracasos y desilusiones. Para llevar a cabo esta tarea inmensa de lograr la paz —que exige perdón y reconciliación—, el primer paso, que estoy seguro que daréis cada uno de vosotros, es el de desterrar de los corazones cualquier residuo de rencor y de resentimiento. Los años de violencia han producido heridas personales y sociales que es necesario restañar. La violencia que siega tantas vidas inocentes tiene su origen en el corazón de los hombres. Por esto un corazón que reza de verdad el “Padre nuestro” y que se convierte a Dios, rechazando el pecado, no es capaz de sembrar la muerte entre los hermanos.

9. ¿Quién puede negarse a perdonar cuando sabe que él mismo ha sido ya perdonado repetidas veces por la misericordia de Dios? “La paz comienza en el corazón del hombre que acepta la ley divina, que reconoce a Dios como Padre y a los demás hombres como hermanos” (Discurso a los obispos colombianos en visita «ad limina Apostolorum», 22 de febrero de 1985).

“Bienaventurados los constructores de la paz porque se llamarán hijos de Dios” (Mt 5,9). La paz es una obra ingente, que requiere un perpetuo quehacer por parte de todos los colombianos. Y por que supone un perpetuo quehacer, realmente superior a las solas fuerzas humanas, vuestros templos y santuarios, dedicados muchos de ellos a Cristo y a la Santísima Virgen, deben convertirse en centros de oración comunitaria y comprometida por la paz.

10. Por desgracia, muchos hombres en el mundo contemporáneo se han dejado seducir por la tentación de la violencia armada, hasta llegar en muchas partes a los extremos insensatos del terrorismo que sólo deja tras de sí desolación y muerte. Desde esta ciudad de Bogotá hago un llamado vehemente a quienes continúan por el camino de la guerrilla, para que orienten sus energías —inspiradas acaso por ideales de justicia— hacia acciones constructivas y reconciliadoras que contribuyan verdaderamente al progreso del país. Os exhorto a poner fin a la destrucción y a la muerte de tantos inocentes en campos y ciudades.

Hermanos y hermanas queridísimos, gracias a vuestro compromiso de haceros constructores de la paz, la salvación de Cristo ya empieza a ser realidad: “Porque los confines de la tierra verán la salvación de nuestro Dios” (Is 52,10).

546 Doy gracias al Señor, junto con vosotros, por la obra de salvación, que se ha realizado aquí a lo largo de los cinco siglos de evangelización. En el cuarto centenario de la Virgen del Rosario de Chiquinquirá, encomiendo el futuro de la Iglesia y de la sociedad a María, fiel a los designios salvíficos del Padre, Madre virginal de Cristo, instrumento de gozo en el Espíritu Santo y Reina de la Paz. Como Jesús os digo: “La paz os dejo, mi paz os doy... No se turbe vuestro corazón ni se acobarde” (Jn 14,27).

¡Pueblo de Dios! “Ya reina tu Dios” en esta tierra (cf. Is Is 52,7). ¡Tú Dios reina! Así sea.





VIAJE APOSTÓLICO A COLOMBIA

ENCUENTRO CON LOS JÓVENES




Estadio «Nemesio Camacho» de Bogotá

Miércoles 2 de julio de 1986



¡Vosotros sois la sal de la tierra!
¡Vosotros sois la luz del mundo! (Mt 5,13-14)

Queridos jóvenes de Colombia:

1. Os saludo con las palabras que Jesús dirigió a la multitud en el Sermón de la Montaña.

También vosotros sois multitud, una multitud inmensa de discípulos de Jesús a los que el Papa dirige con afecto y con gran confianza su saludo de paz. ¡Sed la sal de la tierra! ¡Sed lo luz del mundo! De esta tierra de Colombia; de este mundo latinoamericano al que pertenecéis.

Contemplando esta inmensa juventud el Papa quisiera fijar la mirada en cada uno de vosotros, dirigiros la palabra a cada uno en particular, porque a todos y cada uno de vosotros os ama Dios inmensamente y espera la respuesta personal e irrepetible que brota de vuestro corazón generoso.

Por ser discípulos de Jesús y por ser jóvenes sois el futuro de la Iglesia, una promesa para el mundo entero.

547 Sois discípulos de Jesús, cristianos unidos vitalmente a El por la fe viva y por la gracia del bautismo, por la coherencia de un comportamiento evangélico. Nadie puede llamarse discípulo de Jesús si no escucha sus palabras, si no sigue sus pasos. Sólo de este modo seréis sal de la tierra y luz del mundo. Sólo así podréis ser de verdad jóvenes, con la perenne juventud del Evangelio.

Sois, con esta juventud evangélica, gozo y esperanza de la Iglesia y del mundo. En vosotros brota el renuevo de la comunidad de los creyentes y representáis el relevo de los que construyen la ciudad temporal. La fe tiene que alentar en vuestros corazones y en vuestras obras, llena de vigor y lozanía.

2. Sois una generación privilegiada. Con vosotros concluye un milenio y empieza otro: el tercer milenio cristiano. También en vosotros culminan quinientos años de evangelización de este Nuevo Mundo que es América Latina, y da comienzo una renovada empresa evangelizadora que proyectará a la Iglesia de Jesucristo hacia el futuro, precisamente desde vosotros, los jóvenes de este continente de la esperanza.

Depende, pues, en buena parte de vosotros que en Colombia y en todo el continente latinoamericano se conserve y se irradie la fe cristiana que hasta ahora lo ha caracterizado. Por eso he querido venir hasta aquí y por eso os hablo en nombre de Cristo, para confirmaros en la fe y para enviaros como discípulos y apóstoles del Evangelio, hacia ese futuro que os pertenece y que os espera para que seáis sus artífices y protagonistas.

Habéis querido prepararos a este encuentro con el Papa mediante jornadas de reflexión y estudio sobre la Carta Apostólica que, con ocasión del Año Internacional de la Juventud, dirigí a los jóvenes y a las jóvenes del mundo; y también sobre el mensaje de la XVIII Jornada Mundial de la Paz, que tenía como lema “La paz y los jóvenes caminan juntos”. Me alegra saber que dichas reuniones, a nivel de grupos, —como me habéis comunicado en la carta que me enviasteis el día de Pentecostés— han contribuido a crear mayor unidad entre los jóvenes colombianos.

Sé que muchos de los aquí presentes habéis crecido en situaciones frente a las cuales no dejáis de manifestar vuestra disconformidad. Sois conscientes de los problemas de vuestra patria y no queréis resignaros ante la corrupción, la injusticia y la violencia. Queréis un cambio radical porque deseáis una sociedad más acogedora, en la que todos los colombianos puedan compartir y disfrutar de los bienes que Dios creó para todos y no sólo para unos pocos. Deseáis la paz y la concordia entre todos para poder afrontar el futuro con menos angustia y con mayor certeza.

Seréis luz en medio de tantas sombras si os dejáis iluminar por Cristo, “Luz que alumbra a todo hombre que viene a este mundo”. Seréis sal en medio de tantos sinsabores, si os dejáis penetrar por la sabiduría del Evangelio.

Vuestra juventud se desenvuelve en un período de cambios acelerados y profundos, que han traído un indiscutible progreso en muchos campos, pero que han acarreado también trastornos y desfases que han originado dolorosos conflictos que aquejan a vuestro país.

Vosotros, queridos jóvenes, sufrís por causa de esos conflictos. Sois víctimas de esos procesos contradictorios, y en todo caso sentís a veces perplejidad y desconcierto frente a tanto desequilibrio económico y tanta injusticia social, frente al desempleo creciente y la pobreza insultante que aflige a no pocos de vuestros hermanos y hermanas en un suelo tal fértil como el de Colombia, y en una patria como la vuestra, tan rica en recursos materiales y humanos.

3. Vosotros mismos sois parte de ese caudal de recursos. Con una juventud estudiosa, trabajadora, esforzada y responsable, la sociedad y la Iglesia en Colombia pueden mirar, con fundada confianza, hacia un futuro mejor.

Pero junto a tantas esperanzas depositadas en vosotros no se pueden ignorar las fuertes tentaciones que os acechan en vuestro camino.

548 Ahí está la atracción que puede ejercer el enriquecimiento fácil y rápido, por caminos que son contrarios a la ley y a la moral cristiana; la tentación de la evasión que puede llegar a hundiros en la alienación de la droga, el alcoholismo, el sexo y otros vicios lamentables.

Hay quienes pretenden seduciros con ciertas actitudes de conformismo, indiferencia pasiva y escepticismo, arrancando de vuestra juventud los más nobles ideales humanos y cristianos. Y no falta quien proclama, como solución última y desesperada, la violencia armada de la guerrilla, en la que ha caído buen número de compañeros vuestros; unas veces contra su propia voluntad; otras, obnubilados por ideologías inspiradas en el principio de la violencia como único remedio a los males sociales. En muchos casos se ha llegado al absurdo de luchar hermanos contra hermanos, jóvenes contra jóvenes, arrastrados por esa violencia ciega que no respeta ni la ley de Dios ni los principios elementales de la convivencia humana.

Estas y otras tentaciones os acechan. Como cristianos, podéis y debéis superar la prueba. Sabed que sois sal de esta tierra, que no se puede desvirtuar (cf. Mt
Mt 5,13). Sois luz que tiene que brillar y ciudad situada en la cima del monte (cf. Ibid.14). La renovación que deseáis tiene que empezar en vuestro corazón y en vuestras vidas mediante una sincera conversión a Cristo y a su Evangelio. La respuesta del cristiano a cualquier reto del mundo, su fuerza ante la tentación, se fundamenta en Cristo y en el ejemplo que El nos dio. En el desierto, ante el tentador, lucha y vence. Con El podéis luchar y vencer.

4. Cristo rechaza la propuesta de conseguir poder y gloria a cambio de la idolatría. Responde al tentador con una frase de la Escritura que hoy sigue conservando todo su significado: “Adorarás al Señor tu Dios y sólo a El darás culto” (cf. Lc Lc 4,8). También vosotros, jóvenes, estáis llamados a mantener vuestra fe en un solo Dios, en medio de tantas propuestas de idolatría. ¡No os entreguéis a los ídolos modernos! ¡No renunciéis a lo más valioso de vuestra existencia, que es vuestra identidad cristiana! ¡Mantened firme vuestra adhesión al Señor Dios, el único adorable, el único dueño de la vida y de la muerte, el que da plenitud de sentido a nuestra peregrinación por la tierra y a nuestra actividad humana!

¡Nada es digno de adoración fuera de Dios, nada es absoluto fuera de El! Ni la riqueza, ni los placeres, ni la ciencia, ni la tecnología, ni la fama, ni el prestigio, ni las utopías políticas pueden convertirse en valor supremo.

Sólo Dios es capaz de saciar la sed de vuestros corazones: “Al Señor tu Dios adorarás y a El solo servirás” (cf. Mt Mt 4,10). Jesús rechazó la tentación para consagrarse por entero al servicio del Padre. Con su victoria dio principio a nuestra victoria. Con El y como El decid sí a Dios, a su reino, e su amor. Sin la fe en Dios, nuestro Padre, caeríais en el materialismo, insidiosa ideología de este mundo, de la cual derivan todas las alienaciones y desviaciones que hacen de la vida un absurdo y desembocan en la desilusión o la violencia.

5. El conocimiento de Dios nos llega por medio de Cristo, su Verbo Eterno, verdadero Dios y verdadero hombre. El es la luz verdadera, la verdad y la vida. El es para vosotros, mis queridos jóvenes, respuesta veraz y exhaustiva a los interrogantes más profundos de la existencia y de la historia humana.

El encuentro personal con Cristo sella profundamente nuestro ser. Cristo da sentido a nuestra humanidad y la abre a la plenitud de la vida divina de los hijos de Dios. El es la esperanza de los pueblos, porque su doctrina es la única capaz de transformar los corazones y las estructuras; la única que puede liberar a los oprimidos y desencadenar una auténtica revolución de amor a nivel planetario, siempre que se sigan sus pasos, se imite su vida, y se pongan en práctica sus palabras.

Mantened viva la fe y la esperanza en Jesús de Nazaret, el que murió, resucitó y, “exaltado por la diestra de Dios, recibió del Padre el Espíritu Santo prometido” (Ac 2,23), derramándolo en nuestros corazones, para que vivamos con El y en El; para que vivamos como El, en total entrega al designio del Padre en favor de todos los hombres.

6. Quien cree en Cristo lo confiesa presente en la Iglesia que es su Cuerpo. No es posible separar de Cristo a la Iglesia; no se puede disociar a Jesús de su Iglesia. La identidad cristiana, que tiene su raíz en el bautismo, que os ha incorporado a la fe de la Iglesia una, santa, católica y apostólica, os hace sentir miembros del mismo Cuerpo, hijos de la misma Madre, la Santa Madre Iglesia.

No seáis indiferentes a la Iglesia, Madre vuestra. Reconoced en ella a Cristo, pues es ella la que lo hace presente, la que os lo ofrece en su palabra, en los sacramentos, en la Eucaristía, la que os ayuda a sentiros miembros de una familia que es a la vez la de esa tierra y la que vive ya en la gloria.

549 Es verdad que, mientras peregrina por la tierra, está sometida a la debilidad del pecado de sus propios hijos; pero, ¿qué hacéis vosotros mismos para que brille mejor la luz de Cristo en el rostro de su Iglesia? Sentíos plenamente responsables de la vida y misión de la Iglesia; sed esa presencia nueva que vosotros mismos deseáis. Sed santos con su santidad para que ella sea santa con vuestra conversión y vuestro testimonio.Sed críticos, pero con ese amor y esa coherencia propia de los hijos que aman de verdad a la Madre.

7. Sea bien visible vuestra identidad cristiana a través de la presencia, el servicio, la comunión, la colaboración dentro de vuestras comunidades eclesiales, en las parroquias, en las veredas, en los grupos y movimientos apostólicos, para que con vosotros sea también visible la presencia de Cristo en medio de los jóvenes. Sed los evangelizadores de Cristo en medio de vuestros compañeros de estudio, de trabajo, de deporte.

Bajo la guía de vuestros Pastores, sois también responsables de la misión que Jesús mismo tiene encomendada a su Iglesia y que es intrínsecamente propia de todo bautizado.

La misión de la Iglesia es asimismo misión de justicia, de compromiso con el hombre, de defensa de sus derechos y de su dignidad, porque el hombre es imagen de Dios. La misión evangelizadora de la Iglesia se proyecta hacia la vida de los hombres en todas sus di mensiones, ya que “el amor que impulsa a la Iglesia a comunicar a todos la participación en la vida divina mediante la gracia, le hace también alcanzar por la acción eficaz de sus miembros el verdadero bien temporal de los hombres, atender a sus necesidades, proveer a su cultura y promover una liberación integral de todo lo que impide el desarrollo de las personas” (Congr. para la Doctrina de la Fe, Libertatis Conscientia, 63).

8. Para realizar plenamente esta tarea, que brota del mandamiento del amor y del mensaje de las bienaventuranzas, la Iglesia tiene necesidad de vosotros, queridos jóvenes de Colombia.

El fruto de la justicia es la paz. El don de Jesucristo resucitado es la paz: “la paz os dejo, mi paz os doy”(
Jn 14,27). Haceos acreedores de la bienaventuranza que el Señor promete a los que trabajan por la paz (cf. Mt Mt 5,9). No os dejéis seducir por la tentación de la violencia, que siempre engendra otra violencia más terrible y jamás logra los resultados que promete sus instigadores. Que la paz y los jóvenes caminen siempre juntos, que los jóvenes sean en Colombia artífices convencidos de una nueva era de paz social en la justicia, en la igualdad, en el amor que vence toda violencia y recompone todas las cosas según el designio de Dios.

Os lo digo a vosotros, jóvenes trabajadores, campesinos, estudiantes: sed artífices de paz.

Os lo grito desde aquí también a vosotros, jóvenes que quizá habéis emprendido el camino de la guerrilla o abrigáis simpatías por ella: apartaos de los caminos del odio y de la muerte y convertíos a la causa de la reconciliación y de la paz.

Os lo pido a vosotros, los que buscáis trabajo y no lo encontráis, los que por un misterioso designio de la Providencia vivís en el dolor de la enfermedad, los que estáis en las cárceles o bien os sentís marginados: trabajad también vosotros por la paz, con vuestro esfuerzo vuestro sufrimiento, vuestra oración.

9. En nombre de Jesucristo, Príncipe de la Paz, os exhorto a que emprendáis una gran cruzada de reconciliación fraterna, de diálogo constructivo, de cooperación social, para que prevalezca el entendimiento entre todos y se instaure una justicia, un progreso digno de los hijos de Dios. ¡Sed constructores de la paz y seréis de veras hijos de Dios!

Queridísimos jóvenes: Antes de terminar este encuentro quisiera, en nombre del Señor, lanzaros un desafío, comprometeros en un pacto de fidelidad al Evangelio, que sea como el eco y la prueba de la adhesión a Jesucristo que hicisteis en el bautismo.

550 El os ha llamado sal de la tierra. Os aliento por ello a darle una respuesta con las obras de una vida nueva.

¿Queréis ser en todas partes testigos de Jesucristo? ¿En vuestra familia, en vuestros lugares de estudio y de trabajo?

¿Queréis ser fieles a Jesús y a su doctrina en vuestra vida personal, en el respeto de vuestro cuerpo, en las relaciones de amistad en vuestros noviazgos?

¿Queréis ser testigos de Cristo respetando la vida humana, que es siempre sagrada, y defendiendo los derechos de toda persona, que es imagen viva de Cristo?

¿Queréis ser testigos de Cristo en vuestros quehaceres y en vuestro descanso, en la solidaridad del trabajo y en el deporte?

10. La gracia de este encuentro, queridos jóvenes, amigos, es precisamente la presencia de Jesús, aquí y ahora, en medio de nosotros, porque estamos reunidos en su nombre (cf. Mt
Mt 18,20). El os mira en los ojos, interpela vuestra generosidad, espera una respuesta que no debéis dejar para mañana. El os mira quizá con ese amor intenso y personal con que miró al joven del Evangelio y os lanza el reto que puede cambiar vuestra vida: “Ven y sígueme” (cf Mc 10,21).

Vale la pena seguir a Cristo. El es el único que no defrauda. A cada uno de vosotros Jesús os dirige una palabra que tenéis que meditar en el corazón para ponerla luego en práctica. El os llama y os envía. Respondedle con entusiasmo y decisión.

¿Aceptáis la misión que os encomienda? ¿Seréis testigos suyos y difusores de su palabra entre los demás jóvenes? ¿Os comprometéis a construir, desde el Evangelio, una sociedad más justa y fraterna? ¿Pondréis todo vuestro empeño en edificar la nueva civilización del amor?

Que en este compromiso de fidelidad a Cristo os acompañe María, nuestra Madre, tan querida por todo el pueblo colombiano. ¡Ella, la joven Virgen de Nazaret, respondió con generosidad y transformó la historia humana en historia de salvación acogiendo y entregando a Cristo, el fruto bendito de su vientre!

El Papa os bendice para que en vosotros se haga realidad el mensaje del Evangelio: “¡Vosotros sois la sal de la tierra! ¡Vosotros sois la luz del mundo! ¡Que brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos!” (Mt 5,13-14 Mt 5,17). Así sea.

B. Juan Pablo II Homilías 543