B. Juan Pablo II Homilías 550


VIAJE APOSTÓLICO A COLOMBIA

MISA EN EL SANTUARIO MARIANO DE CHIQUINQUIRÁ




Jueves 3 de julio de 1986



551 1. ¡Dichosa Tú que has creído! (cf. Lc Lc 1,45)

Como peregrino a tu santuario de Chiquinquirá, me postro ante Ti, oh Madre de Jesús, pronunciando las palabras con las que te saludó Isabel, la esposa de Zacarías, en el umbral de su casa.

¡Dichosa Tú, que has creído!

Dichosa, porque a impulsos de tu fe, en respuesta al anuncio del Angel, acogiste en tu seno la Palabra del Dios vivo.

Dichosa Tú por haber pronunciando aquel bienaventurado “fiat” que te convirtió, por virtud inefable, de Sierva del Señor en la Madre del Verbo Eterno: Dios de Dios, Luz de Luz, hecho hombre en tus entrañas virginales. ¡El Verbo se hizo hombre!(cf. Jn Jn 1,14).

¡Dichosa Tú, porque gracias a tu acatamiento de la Palabra de Dios, se cumplió, ya en la plenitud de los tiempos, el acontecimiento más señalado por los profetas para la vida y para historia de la humanidad: “El pueblo que andaba en tinieblas, vio una luz grande” (Is 9,2): tu Hijo Jesucristo, el Hijo del Dios vivo, el Redentor del hombre, el Redentor del mundo!

2. ¡Dichosa Tú, que has creído!

Son muchos los lugares en la tierra desde los cuales los hijos del Pueblo de Dios, nacidos de la Nueva Alianza, te repiten a porfía las palabras de esta bienaventuranza: “Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre; ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mi?” (Lc 1,42-43)

Y uno de esos lugares, que Tú has querido visitar, como la casa de Isabel, es éste: el santuario mariano del Pueblo de Dios en tierra colombiana.

Aquí en Chiquinquirá quisiste, oh Madre, disponer para siempre tu morada. Durante cuatro siglos, tu presencia vigilante y valerosa ha acompañado ininterrumpidamente a los mensajeros del Evangelio en estas tierras para hacer brotar en ellas, con la luz y la gracia de tu Hijo, la inmensa riqueza de la vida cristiana. Bien podemos repetir hoy, recordando las palabras de mi venerado predecesor el Papa Pío XII, que “Colombia es jardín mariano, entre cuyos santuarios domina, como sol entre las estrellas, Nuestra Señora de Chiquinquirá”.

Amadísimos hermanos y hermanas: Al cumplirse el cuarto centenario de la Renovación de esta venerada imagen, me sumo gozosamente a vosotros en esta peregrinación de fe y de amor. He venido a este lugar a postrarme a los pies de la Virgen, deseoso de confortaros en la fe, esto es, en la verdad de Jesucristo, de la cual forma parte la verdad de María y la verdadera devoción hacia Ella. Quiero también orar con vosotros por la paz y la prosperidad de esta amada nación, ante Aquella que proclamáis Reina de la Paz y que con afecto filial invocáis como Reina de Colombia.

552 3. En mi peregrinación a este santuario, quiero abrazar en mi saludo de fe y de amor a la Virgen, a todos cuantos están viviendo con vuestra presencia o en espíritu estos momentos de gracia: en primer lugar a mis hermanos en el Episcopado, en particular, a los Pastores de la provincia eclesiástica de Tunja: los obispos de Chiquinquirá, Duitama, Garagoa y Casanare. Asimismo a las autoridades, encabezadas por el Señor Presidente de la República; a los Pueblo de Dios que en este santuario de María se encuentra como en su propia casa, por ser casa de la Madre común. Mis manos se alargan, en aras de fervor mariano, para estrechar de modo singular en el mismo abrazo a todos vosotros, los campesinos, quienes a base de esfuerzo y de sudor cultiváis esta tierra, participando en el misterio de Dios, creador y providente: Dios que da la lluvia para que la tierra dé sus frutos (cf. Sal Ps 85 [84], 13).

Este, queridos amigos campesinos de Boyacá, es vuestro santuario. También a vosotros os ha querido visitar la Virgen María: más aún, quiso quedarse entre vosotros y con todo el pueblo colombiano, como Madre llena de ternura, decidida a compartir sin desmayo vuestros sufrimientos y alegrías, dificultades y esperanzas. ¡Cuántas veces Ella, invocada con urgente necesidad ante esta imagen, ha dejado su santuario para ir a remediar calamidades y penas de sus hijos, llevada por la misma solícita caridad con que fue a visitar a Isabel!

Y es así como de generación en generación y desde este santuario, tan esmeradamente custodiado por la Orden Dominicana, sube a diario hasta el cielo su voz, haciéndose eco fiel de la vuestra: “Engrandece mi alma al Señor... porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso” (Lc 1,46-49) .

4. “Yo te bendigo, Padre... porque has revelado estas cosas a los pequeños” (Mt 11,25). Estas palabras de Jesús brotan hoy espontáneamente de mi corazón al escuchar la tradición de la Renovación de esta imagen de Chiquinquirá que, a través de una devoción firme y sencilla, habéis conservado a lo largo de vuestra historia. Vuestra querida imagen, coronada el año 1919, fue proclamada Patrona de Colombia; y el pueblo colombiano quiso consagrarse a María para afianzar los lazos de afecto que lo unen a la Madre de Dios.

5. La devoción mariana, característica de toda la historia de Colombia, forma ya parte de vuestra alma nacional, es tesoro preciado de vuestra cultura. El amor a la Virgen María es a la vez garantía de unidad y de fe católica: “el pueblo sabe que encuentra a María en la Iglesia católica” (Puebla, 283). Sí, Ella nos lleva a Jesús. Nos lo muestra como Maestro y Salvador; nos invita a meditar sus misterios y a vivirlos en nuestra propia experiencia.

Mostrándonos el Rosario, nos está anunciando a Cristo, nos descubre los misterios de su humanidad, la gracia de la Redención, la victoria sobre la muerte y su gloriosa resurrección, el misterio de la Iglesia que hace en Pentecostés, la esperanza de la vida eterna y de la futura resurrección en el misterio de su gloriosa Asunción en cuerpo y alma a los cielos. ¡Qué fuente inagotable de inspiración para la piedad cristiana, la contenida en el santo rosario! No dejéis de alimentar vuestra vida espiritual queridos hermanos, con el rezo de esta oración mariana por excelencia.

María sigue siendo la Madre del Señor, la que leva por los caminos del mundo, irradiando la salvación, a Aquel que es el Emmanuel, el Dios con nosotros, el Dios cercano que ha venido a habitar en medio de los hombres (cf. Jn Jn 1,14).

6. Por eso María es la “Estrella de la evangelización”; la que, con su bondad maternal, acerca a todos —y en especial a los humildes— a los más sublimes misterios de nuestra religión.

Bien lo sabéis vosotros, mis queridos campesinos, para quienes María es como la síntesis del Evangelio, la que ilumina vuestras vidas, da sentido al gozo y al dolor, os infunde esperanza y os alienta en vuestras dificultades, mostrándoos a Cristo, el Salvador.

La sentís cercana porque es Madre, pero también porque Ella “sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que confiadamente esperan y reciben de El la salvación” (Lumen gentium LG 55).

Pero además, con una intuición profunda, sabéis que en Ella se cifran también las esperanzas de los pobres porque el canto de la Virgen es el anuncio profético del misterio de la salvación integral del hombre. “Ella nos muestra que es por la fe y en la fe, según su ejemplo, como el Pueblo de Dios llega a ser capaz de expresar en palabras y de traducir en su vida el misterio del deseo de salvación y sus dimensiones liberadoras en el plano de la existencia individual y social” (cf. Congr. para la Doctrina de la Fe, Libertatis Conscientia, 97).

553El Señor derriba a los potentados de sus tronos y enaltece a los humildes” (cf. Lc Lc 1,52).

7. Guiados por esa fe sencilla y por esa esperanza sin límites, con amor filial, vosotros, mis queridos hermanos y hermanas, visitáis con frecuencia el santuario de vuestra Madre.

Y hoy estáis aquí reunidos conmigo, Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, en esta común peregrinación jubilar.

Sí Estamos. Y juntos gritamos a María: “Bienaventurada Tú, que has creído”.

Tu fe es incesantemente la guía de nuestra fe. El Espíritu Santo se vale de Ti oh Sierva del Señor, para derramar sobre nosotros la gracia de la que fuiste llena con el anuncio del Ángel.

Participamos en tu fe, María.

En el horizonte de nuestra vida —de esta vida nuestra, a veces difícil y llena de oscuridad—aparece una gran luz: Jesucristo tu Hijo, al que nos entregas con amor de madre. El profeta Isaías nos dice del Mesías en la primera lectura de esta celebración litúrgica: “Se llamará su nombre: Maravilla de Consejero, Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de la Paz”(Is 9,5).

8. “Príncipe de la Paz... para dilatar el principado, con una paz sin límites... para sostenerlo y consolidarlo con la justicia y el derecho”(Is 9,5-6).

Con qué ardor deseamos que este poder salvador de Cristo penetre también los problemas de nuestro mundo, que penetre las acciones del hombre, las conciencias y los corazones, toda la vida moral de las personas, de las familias, de los ambientes, de la sociedad entera.

Con cuánto ardor anhelamos que el “derecbo y la justicia” de que Cristo es portador, se conviertan en piedra angular, en sólido principio para afrontar y resolver en paz y concordia las diferencias y los problemas que hoy contraponen a los pueblos, a los grupos, a los individuos.

La misericordia y la fidelidad se encuentran, / la justicia y la paz se besan” (Ps 85 [86], 11).

554 El reinado de Cristo, al que ha abierto el camino el “fiat” de María, es la actuación del plan salvífico del Padre en la justicia y la paz; la paz nace dela justicia, esa justicia que tiene en Dios su principio firme y supremo. En Dios creador, que ha encomendado al hombre el dominio de la tierra y le ha fijado las leyes del respeto a sus hermanos, para que sean valorizados sus esfuerzos y retribuidos sus trabajos.

A este respecto, particular atención debe dispensarse al campesinado. Con su trabajo, hoy como ayer, los agricultores ofrecen a la sociedad unos bienes que son necesarios para su sustento. Por su dignidad como personas y por la labor que desarrollan ellos merecen que sus legítimos derechos sean tutelados, y que sean garantizadas las formas legales de acceso a la propiedad de la tierra, revisando aquellas situaciones objetivamente injustas a las que a veces muchos de ellos son sometidos, sobre todo en el caso de trabajadores agrícolas que “se ven obligados a cultivar la tierra de otros y son explotados por los latifundistas, sin la esperanza de llegar un día a la posesión ni siquiera de un pedazo mínimo de la tierra en propiedad” (Laborem excerns, 21).

9. Sed vosotros, queridos campesinos, por vuestra fe en Dios y por vuestra honradez, por vuestro trabajo y apoyados en adecuadas formas de asociación para defender vuestros derechos, los artífices incansables de un desarrollo integral que tenga el sello de vuestra propia humanidad y de vuestra concepción cristiana de la vida.

La devoción a la Virgen María, tan firmemente arraigada en vuestra genuina religiosidad, tan popular, no puede y no debe ser instrumentalizada, por nadie; ni como freno a las exigencias de justicia y prosperidad que son propias de la dignidad de los hijos de Dios; ni como recurso para un proyecto puramente humano de liberación que muy pronto se revelaría ilusorio. La fe que los pobres ponen en Cristo y la esperanza de su reino tienen como modelo y protectora a la Virgen María.

María, aceptando la voluntad del Padre, abre el camino de la salvación y hace posible que con la presencia del reino de Dios se haga su voluntad en esta tierra así como ya se hace en el cielo. María, proclamando la fidelidad de Dios por todas las generaciones, asegura la victoria de los pobres y de los humildes; esa victoria que ya se refleja en su vida y por la cual todas las generaciones la llamarán bienaventurada (cf. Lc
Lc 1,46-53).

10. Te damos gracias, Santa Madre de Dios, por tu visitación. Hoy te damos gracias por la visitación que desde hace cuatro siglos sigues haciendo a esta tierra colombiana en tu santuario de Chiquinquirá.

Contigo, oh María, cantamos el “Magníficat” con ocasión de este jubileo: “Engrandece mi alma al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador” (Ibid., 1, 46-47).

Te damos gracias por todas las generaciones que han pasado por este santuario y han experimentado el fortalecimiento de su fe, encontrando en él la reconciliación con Dios y el perdón de los pecados.

A Ti, Virgen María, confiamos los anhelos de renovación de nuestra humanidad, porque Tú eres la mujer nueva, la imagen de la nueva creación y de la nueva humanidad.

Al celebrar el cuarto centenario de la renovación milagrosa de la imagen de la Virgen de Chiquinquirá, la Madre de Jesús y Madre de la Iglesia nos invita, queridos hermanos, a una profunda renovación espiritual, a un esfuerzo por vivir con toda integridad los compromisos de fidelidad del bautismo recibido, ahora va a hacer cinco siglos, por esta nación que con razón se precia de llamarse católica.

Es una invitación, con palabras del Apóstol San Pablo, “a renovar el espíritu de vuestra mente y a revestiros del hombre nuevo creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad” (Ep 4,23-24). En la justicia de Dios que renueva con su perdón los corazones para que de un corazón nuevo se irradien las obras nuevas de los hijos de la luz; en la santidad que tiene que ser distintivo de la comunidad eclesial y que se traduce en una vida moral y en un compromiso de servicio fraterno en plena coherencia con la voluntad del Señor; una renovación en la verdad de la conciencia, en la sinceridad de las relaciones sociales, en la transparencia evangélica del modo de ser y de comprometerse.

555 La Virgen María invita hoy a todos sus hijos de Colombia, como en otro tiempo en Caná de Galilea, a escuchar a su Hijo: “Haced lo que él os diga”(Jn 2,5). En el Evangelio de Jesús está el programa de una renovación personal, comunitaria, social que asegura la justicia y la paz entre todos los hermanos de esta noble nación.

11. ¡Renovaos en la verdad de Cristo! ¡Renovaos en el Espíritu de Cristo! ¡Para que podáis reflejar esa imagen de la nueva humanidad que os promete María al ofreceros a Cristo, el Hombre nuevo, el Salvador y Redentor del hombre, el Príncipe de la Paz! Así, el canto de María será también vuestro canto de acción de gracia porque el Poderoso ha hecho maravillas en la Iglesia de Colombia, en toda vuestra patria, proyectándola hacia un nuevo compromiso de evangelización y de testimonio misionero en América Latina y en el mundo entero.

Junto a Ti, oh María, nuestra alma engrandece al Señor que ha hecho grandes cosas en Ti y también en nosotros, por tu mediación, por tu intercesión ante tu Hijo, por tu maternal protección.

Glorifiquemos a Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo: Su salvación está ya cerca de sus fieles / y su gloria habita ya en nuestra tierra (cf. Sal Ps 85 [84], 10) .


VIAJE APOSTÓLICO A COLOMBIA

CELEBRACIÓN DE LA PALABRA EN TUMACO


HOMILÍA EL SANTO PADRE JUAN PABLO II


Viernes 4 de julio de 1986

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Queridos hermanos y hermanas:

1. La alegría que siento al encontrarme hoy en Tumaco la quiero expresar con un saludo afectuoso a todos los aquí presentes y a cuantos espiritualmente nos acompañan.

Saludo, en primer lugar, al Pastor de este vicariato apostólico de Tumaco y a los otros Pastores misioneros, que desde aquí hasta la Guajira, Casanare y la Amazonia edificáis, con celo apostólico y grandes sacrificios, la Iglesia de Cristo.

Saludo a los misioneros y misioneras, sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares, testigos abnegados y sembradores del Evangelio. Todos, queridos misioneros, estáis muy dentro de mi corazón y muy presentes en mis oraciones.

Saludo igualmente a los amados hijos de la comunidad morena, así como a todos los habitantes de Tumaco y de Nariño, del litoral, las islas y las orillas de los ríos. Vosotros, tan probados por la naturaleza con terremotos, marejadas e incendios, tan lejanos en la geografía y, a veces, sumidos en la pobreza, a vosotros os digo que sois muy amados por la Madre Iglesia y, en ella, por mí, que con profundo afecto he querido venir a veros.

En este mi saludo afectuoso quiero abrazar a toda la Colombia misionera, del pasado, del presente y del futuro. Quiero también dejaros un mensaje que sea un programa misionero, como continuación del “sígueme” evangélico, pronunciado por Jesús para todos y cada uno de vosotros, pero especialmente para los que han querido, quieren y querrán dedicar su vida al anuncio del Evangelio.

2. Con cuánta actualidad resuenan las palabras del Maestro en esta hermosa costa colombiana. Jesús, dirigiéndose a los discípulos, como hemos escuchado en el Evangelio de San Juan, les dice: “¿que buscáis?”(
Jn 1,38) .

La humanidad busca, de muchas maneras, a Dios. Tiene sed de salvación. Desea la verdadera felicidad, la verdadera libertad. Como la tierra necesita la lluvia, el mundo tiene necesidad del Evangelio, de la Buena Nueva de Jesús. La historia toda se orienta hacia Cristo, hacia su verdad, que nos hace libres (cf. Ibid., 8, 32). El Espíritu Santo conduce a los pueblos hacia el Señor. «El es la fuente del valor, de la audacia y del heroísmo: "donde está el Espíritu del Señor está la libertad" (2Co 3,17)» (Congr. para la Doctrina de la Fe, Libertatis Conscientia, 4).

Los hombres, a veces entre dudas y sombras, buscan al Mesías, el único capaz de iluminar la vida y la historia porque El es la luz del mundo (cf. Jn Jn 8,12).

La Iglesia fundada por Jesucristo tiene como misión esencial hacer que esa luz llegue hasta los extremos del orbe. Por eso la Iglesia es evangelizadora y misionera: “Id, pues, enseñad a todas las gentes” (Mt 28,19).

3. En este encuentro con la Iglesia misionera de Colombia, ¿cómo no recordar que, dentro de poco, el Nuevo Mundo cumplirá quinientos años de evangelización? La evangelización de este continente constituye el testimonio de una Iglesia universal unida y apostólica, que va agregando al reino de Cristo a todos los pueblos, con su pluralidad de culturas y de valores humanos.

Nos podemos preguntar: ¿de dónde deriva esta preocupación permanente de la Iglesia por una evangelización sin fronteras?

Desde el comienzo de la narración evangélica, constatamos como todos los llamados a seguir a Cristo fueron llamados también a la evangelización: “Llamó a los que él quiso... para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar” (Mc 1,13-14). El “estar con El”, característica del seguimiento vocacional (Jn 1,39 Jn 15,27), se traduce espontáneamente en el anuncio: “hemos encontrado a Jesús de Nazaret” (Ibid. 1, 45).

Este encargo misionero corresponde principalmente a Pedro y a los demás Apóstoles, como principio de unidad y como estímulo de la responsabilidad misionera de todo el Pueblo de Dios: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16,15).

Los Apóstoles cumplieron su tarea misionera con toda fidelidad. A Pedro, el Señor le había confiado la misión de mantener la unidad, confirmando la fe de los demás Apóstoles (cf. Lc Lc 22,32 Jn 21,15-17). Los sucesores del Colegio Apostólico han extendido incansablemente la fe, y los Papas, como Sucesores de Pedro, la han confirmado y animado, defendido y propagado. Y aquí está con vosotros, queridos hermanos y hermanas, el Papa, Sucesor de Pedro, para confirmaros en vuestra fe, en vuestra entrega total y en vuestra misión sin fronteras.

4. Recordar la historia de la evangelización de Colombia es, en nuestros días —ya al final del segundo milenio cristiano—, estímulo a incrementar una labor imprescindible que será índice de vitalidad de la Iglesia en el futuro. Vuestra “hora misionera”, la de Colombia y la de toda América Latina, es el compromiso de una herencia recibida.

Desde hace casi cinco siglos, mis predecesores se han prodigado ininterrumpidamente para que no faltaran misioneros que promovieran la evangelización de estos pueblos. Santa Marta, Cartagena, Popayán y Santa Fe de Bogotá fueron las primeras comunidades diocesanas, pujantes de vitalidad; gracias a sus celosos Pastores y a incansables misioneros, la semilla del Evangelio echó raíces muy pronto por las tierras que entonces se llamaban Nueva Granada. Bien podemos decir que la gracia divina obró aquí maravillas. Todavía hoy causan admiración las iniciativas pastorales emprendidas entonces —“doctrinas”, reducciones y parroquias— para dar consistencia y ulterior aliento a la propagación de la fe. Con razón ha dicho el Concilio Vaticano II que en las Iglesias particulares “se encuentra y opera la verdadera Iglesia de Cristo” (Christus Dominus CD 11).

Demostrando particular atención hacia los lugares más apartados, la Sede Apostólica encargó a Propaganda Fide algunos territorios, siendo el primero Casanare, encomendado al celo pastoral del santo obispo Ezequiel Moreno, el cual vendría después a esta bendita tierra de San Andrés de Tumaco, vicariato apostólico desde hace veinticinco años. Vaya nuestra gratitud eclesial a las órdenes religiosas que misionaron Nueva Granada, así como a las demás congregaciones, institutos y asociaciones que han desarrollado una labor incansable para la implantación y crecimiento de la Iglesia en los territorios misionales.

5. La historia de las misiones en Colombia ha sido grande y gloriosa. Mediante la labor educativa de los misioneros, la Iglesia ha realizado, al mismo tiempo, una inmensa obra cultural y ha llevado el sentido de patria y de nación hasta los límites del territorio colombiano, no siempre fáciles de alcanzar por otros agentes. Y si ha habido circunstancias históricas que más bien han sido obstáculos a la evangelización, la Iglesia ha sabido sufrir amando, avanzando con libertad en el anuncio del Evangelio, como ejemplo de la libertad y de la actitud de martirio que todo evangelizador debe adoptar “No podemos dejar de hablar” (Ac 4,20).

Por esta costa de Nariño y del Cauca, desde la sede de Pasto, el Beato Ezequiel Moreno dedicó lo mejor de sus energías para anunciar el reino de Cristo. Algunos territorios misionales se han convertido, en los últimos años, en Iglesias diocesanas relativamente maduras, y hay misioneros, hijos e hijas de Colombia, que han salido ya para ayudar a otras Iglesias más necesitadas. Cabe esperar que crezca, cada día más, el ímpetu misionero, a lo cual contribuirá sin duda el III Congreso Misionero Latinoamericano que se celebrará en vuestro país el año próximo.

Al recordar la historia de vuestra evangelización y de vuestra responsabilidad misionera, se deja oír de nuevo, en esta costa colombiana, el eco del “sígueme” de Jesús. Y yo vislumbro en vuestros rostros e intuyo en vuestros corazones, la misma respuesta de los primeros Apóstoles: “Siguieron a Jesús... se quedaron con él... Hemos encontrado al Mesías, Jesús de Nazaret” (Jn 1,34-35).

Sólo a la luz de las palabras de Cristo se puede entender y cumplir el compromiso eclesial y misionero que subrayaron audazmente los obispos reunidos en Puebla el año 1979: “Ha llegado para América Latina la hora de intensificar los servicios mutuos entre Iglesias particulares y de proyectarse más allá de sus propias fronteras, ‘ad gentes’. Debemos dar de nuestra pobreza” (Puebla, 368). Yo mismo, en aquella ocasión, les había recordado la naturaleza misionera de la Iglesia: “Evangelizar es la misión esencial, la vocación propia, la identidad más profunda de la Iglesia a su vez evangelizada. Enviada por el Señor, ella envía a su vez a los evangelizadores a predicar... Evangelizar no es para nadie un acto individual y aislado, sino profundamente eclesial” (Discurso a la III Conferencia general del episcopado latinoamericano, 28 de enero de 1979) .

6. Señal de la madurez de una Iglesia es sentirse cada día más misionera. Nosotros todos hemos escuchado el llamado del Señor que nos invita a seguirle para darle a conocer a los hermanos. A veces sentiremos la tentación de encerrarnos en nuestros propios problemas y necesidades, olvidando el campo sin fronteras de la redención y de la misión. “No obstante estas adversidades, la Iglesia reaviva siempre su inspiración más profunda, la que le viene directamente del Maestro: ¡A todo el mundo! ¡A toda criatura! ¡Hasta los confines de la tierra!” (Evangelii Nuntiandi EN 50).

¡Cuántos jóvenes sienten hoy el llamado fascinante de Cristo y se deciden a arriesgarlo todo por El! ¡Cuántas familias se ofrecen a evangelizar plenamente su círculo familiar de “iglesia doméstica” (cf. Lumen gentium LG 11) y todo el ámbito de influencia en la sociedad humana y eclesial! Todos necesitan experimentar vivencialmente que la misión es el dinamismo operante de Cristo presente en la Iglesia. La Iglesia es signo “de una nueva presencia de Jesucristo, de su partida y de su permanencia. Ella lo prolonga y lo continúa. Ahora bien, es ante todo su misión y su condición de evangelizar lo que ella está llamada a continuar” (Evangelii Nuntiandi EN 15).

En efecto, la Iglesia, que se siente unida a Cristo, no puede dejar de ser misionera; pues la vitalidad misionera brota espontáneamente del mismo ser de la Iglesia, como Cuerpo vivo de Cristo que tiende a difundirse a todos los lugares, culturas y tiempos.

7. A este cometido nos impulsa la presencia de Cristo resucitado, especialmente en la Eucaristía, que es “como la fuente y la culminación de toda la evangelización”(Presbyterorum Ordinis PO 5) . Cuando somos y nos sentimos Iglesia contamos con la fuerza del Espíritu Santo, que fue prometido y comunicado a la misma Iglesia, para que ésta se abriera al mundo entero (Cf. Hch Ac 1,8 Ac 13,3 ss.; Ad gentes AGD 4).

Y, ¿cómo no alegrarnos al ver aquí presentes a tantos grupos de cristianos que buscan una auténtica renovación a la luz de la Palabra de Dios y de la acción del Espíritu enviado por Jesús? Hoy todos queremos ver renovada nuestra Iglesia; pero no podemos olvidar que “la gracia de la renovación de las comunidades no puede crecer si no extiende cada uno los campos de la caridad hasta los últimos confines de la tierra, y no tiene por los que están lejos una preocupación semejante a la que siente por sus propios miembros” (Ad gentes AGD 37).

8. La Iglesia ha dedicado siempre sus mejores esfuerzos a la obra evangelizadora entre los “indígenas”, pero hay que recordar que están “habitualmente marginados de los bienes de la sociedad y, en algunos casos, o no evangelizados o evangelizados en forma insuficiente” (Puebla, 365). Personalmente, en mis viajes al continente latinoamericano, he hablado a ellos mismos o sobre su situación. La Iglesia no puede quedar en silencio ni pasiva ante la marginación de muchos de ellos; por esto los acompaña valiente y pacíficamente, como exige el Evangelio, en especial cuando se trata de defender sus legítimos derechos a sus propiedades, al trabajo, a la educación y participación en la vida pública del país. La evangelización de los indígenas enriquece a la Iglesia universal y a toda la humanidad, desde el punto de vista cultural, social y religioso. La obra misionera no es nunca destructora, sino de purificación y de construcción (cf. Redemptor Hominis RH 12 cf. Ad gentes AGD 11)

9. Finalmente, quiero insistir en el deber particular de todo creyente y de toda comunidad eclesial de orar y sacrificarse por la obra misionera. La oración y el sufrimiento cristiano son imprescindibles para la evangelización. “Rogad al Señor de la mies”(Mt 9,37), nos enseñó Cristo.

Orad, pues, todos, a ejemplo de Santa Teresa de Lisieux, Patrona de las misiones, por la labor abnegada, muchas veces difícil, a menudo incomprendida, de los misioneros y de todos los agentes de la evangelización. Orad también por el trabajo de animación misionera en todo el Pueblo de Dios, ya desde la infancia, puesto que de esta animación depende el futuro de la propagación de la fe en todo el mundo. Orad asimismo por aquellas Iglesias que un día, mediante el envío de misioneros y recursos hicieron nacer y ayudaron al crecimiento de las Iglesias del Nuevo Mundo, y hoy necesitan de vuestra oración ante Dios, para consolidar una vez más la esperanza y la caridad, sintiéndose unidas entre sí y plenas de vitalidad, para seguir siendo, con vosotros, la luz del mundo y la sal de la tierra. “La oración es siempre la voz de todos aquellos que aparentemente no tienen voz” (Dominum et Vivificantem DEV 65).

10. Amados misioneros y misioneras: Mis palabras van dirigidas de modo especial a todos vosotros que habéis entregado vuestras vidas para anunciar el Evangelio a todos los pueblos. Os exhorto a ser siempre fieles a vuestra misión, que es religiosa y evangélica. No cedáis a la tentación de una antropología estrecha que no entendiera plenamente la verdad sobre el hombre y que no respetara la prioridad absoluta del anuncio del Evangelio. Continuad vuestra obra educativa y asistencial que es labor de Iglesia y que habéis realizado siempre en espíritu de progreso integral y de civilización plenamente humana, de modo especial con los más pobres y necesitados. Sabéis que contáis con el cariño y el aprecio de vuestras comunidades, servidas por vosotros con sacrificio y constancia estad seguros de que el Papa, los obispos y el pueblo colombiano os profesan profundo aprecio y gratitud.

El IV centenario de la Virgen del Rosario de Chiquinquirá llene a los misioneros de Colombia de prontitud para anunciar el Evangelio de paz, a imitación de Ella que, al concebir el Verbo de Dios en su seno, sale con premura para llevar a Cristo a los demás (cf. Lc Lc 1,39). Confiémosle a la Virgen Madre la labor misionera en Colombia, y de Colombia para el mundo; con Ella nuestra esperanza no desfallecerá y así las generaciones futuras podrán gozar, como todos nosotros, del privilegio de haber sido llamados, por la misericordia de Dios, a recibir la fe y, con ella, la exigencia de compartirla con todos los hermanos.

A todos los aquí presentes, a vuestras familias, en particular a los enfermos, a los niños, a los que sufren, imparto de corazón, en prenda de abundantes gracias divinas, mi Bendición Apostólica.


ENCUENTRO CON LOS INDÍGENAS

Popayán, viernes 4 de julio de 1986

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“Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre y Señor Jesucristo” (
Ga 1,3)

Amados hermanos y hermanas:

1. Venido desde Roma hasta vosotros, como Peregrino y mensajero de Evangelización, quiero en primer lugar saludar fraternalmente al arzobispo de Popayán y a los obispos de esta provincia eclesiástica: de Ipiales y de Pasto así como a los Ordinarios de las diócesis del Sur de Colombia saludo afectuosamente a los sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles aquí congregados. Me uno también a todos para dar gracias a Dios y alabar al Señor con alegría: “A Dios den gracias los pueblos, alaben los pueblos a Dios” (Ps 67,6 [67], 6).

Es hermoso y conmovedor escuchar hoy de vuestros labios este canto que seguramente llenó de fervor a vuestros antepasados. Sois en verdad un pueblo que, desde hace más de cuatro siglos, celebra a Jesucristo, Maestro, Salvador y Redentor, alabándole y dándole gracias.

Sé, hermanos queridísimos, que vosotros los indígenas aquí reunidos, pertenecéis a distintos grupos étnicos esparcidos por el vasto territorio de vuestra patria. A todos os saludo y, desde aquí, envío mi saludo junto con mi bendición a todos los nativos que, en los valles, en las montañas, en las veredas y en las orillas de los ríos colombianos me están escuchando, y les invito a alabar y ensalzar conmigo las grandezas de Dios.

559 De modo especial saludo a los indios paeces y guambianos:

“Kiay cuentate yus tata Jesucristo pa mipakaue ikuesh eufinseya yusiak anya uala uechana ust yatskate luchiak na kiuete ueshyak puchuicha kia luchiak na kiute ueshyak puchuicha kia pacate yusyata uenyicha jicha selpina usa”.

“Kietii ñimún, kuayab, chigebénd inzhimenrrai, ñimúi, tius Masgáwain guentá.

Jesucristo ñimúi puaig, Nai Kasrákebig larr nuiiketán, mei ñimún weterrawá, saludanrrab, ñimúi asig patemisák Kuíngucha, yu Colombia misaamerá razúnbé, mayeelán peemái undakuinzhíb purugúmiiketán; nesia waíiguentá Naá ashíkebpé mundo erebá”.

Mi gozo es inmenso al reunirme hoy con vosotros y poder saludar, en cada una de vuestras personas, a una porción del pueblo colombiano, que es objeto de amor preferencial y de servicio singular por parte de la Iglesia.

2. A la luz de la lectura del Apóstol San Pablo, que hemos escuchado, quisiera, amados hermanos, celebrar hoy con vosotros esta unidad cristiana que tiene su fundamento en el Señor Jesús. Por esto deseo recordar brevemente las gracias que habéis recibido de Dios durante vuestra historia cristiana, lo cual ha de traducirse, por vuestra parte, en compromiso de respuesta generosa al Señor en este momento privilegiado y difícil de vuestro caminar actual como Iglesia, Cuerpo de Cristo y Pueblo de Dios.

En el año 1546 el Papa Pablo III creó ya esta diócesis de Popayán, dando, por así decirlo, forma canónica a la gesta evangelizadora realizada por intrépidos misioneros y celosos obispos en las primeras décadas que siguieron al descubrimiento del Nuevo Mundo. Aquellos insignes evangelizadores sembraron aquí la semilla de la fe, enseñando la doctrina y las costumbres cristianas a un pueblo que se abrió generosamente a la Palabra de Dios y se incorporó a la Iglesia.

Desde el principio, la ciudad fue puesta bajo el patrocinio de Nuestra Señora de la Asunción, y la Virgen ha hecho de este lugar un terreno fértil para el Evangelio. Fértil espiritualmente en los tiempos pasados y fértil también ahora, puesto que en Popayán hay una comunidad eclesial muy viva y prometedora, llena de afanes apostólicos, en el campo de la juventud, de la educación, de la familia y de los servicios de caridad para con los más pobres. ¿No es éste un motivo singular para dar gracias y alabar a Dios?

3. Vuestra raigambre espiritual ha hecho de vosotros un pueblo fuerte, avezado a la prueba y al sufrimiento. ¿Cómo no recordar el último terremoto del 31 de marzo de 1983, día de Jueves Santo, que devastó gran parte de la ciudad y llenó de dolor a los habitantes de toda esta comarca? Entonces, como ahora, quise mostraros mi solidaridad y la fe de la Iglesia entera a fin de que aquel Jueves y Viernes Santo se transformaran por la resurrección en nueva primavera de vida comunitaria sobre la base del mandamiento del amor.

Acabo de visitar la catedral, centro y símbolo de la Iglesia local. He orado en ella por vosotros y por vuestros seres queridos, y he pensado que los majestuosos muros de esa basílica, cuatro veces quebrantados por catástrofes sísmicas, son a la vez signo de la tragedia acaecida y presagio de un pujante resurgir, al que todos estáis generosamente entregados.

Que Dios os dé firme esperanza y que El sea vuestra fortaleza en esta dura tarea, pues “si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los constructores” (
Ps 127 [126], 1). Os acompaño con afecto de padre en vuestros afanes y deseo que mi presencia aquí sea estímulo para vuestra total reconstrucción espiritual, social y material, llevada a cabo con la mirada puesta en nuestro Padre que está en los cielos y que quiere ver vuestra comunidad cristiana como una familia de hermanos que saben convivir y caminar unidos compartiendo generosamente sus bienes.

560 4. En vuestro pueblo y en toda la comarca sudoccidental de Colombia, gracias a la plurisecular evangelización, se encuentra una fe arraigada profundamente, que se expresa de manera eminente en extraordinarias manifestaciones de religiosidad y de piedad popular. También esto es expresión de la fe católica que ha marcado la identidad histórica y cultural de Colombia. Os aliento pues a perseverar en estas manifestaciones, que son una catequesis constante que estimula a una práctica religiosa más intensa y auténtica, reforzando los lazos de unión en el seno de la familia de los hijos de Dios. Una genuina piedad eucarística y mariana es garantía de profunda y sólida vida cristiana, que os defenderá también de ideologías ajenas al Evangelio.

Se puede decir que la piedad popular responde al acervo de valores con que la sabiduría cristiana y el sentido religioso de los fieles, sobre todo de la gente sencilla, afronta los grandes interrogantes de la existencia humana, bajo la luz de Dios Padre, orientándola hacia el reino de los cielos y cooperando al desarrollo de la historia humana, según los designios salvíficos del Señor.

¡Que no disminuya vuestro aprecio por estas prácticas religiosas!

En ellas encontraréis una síntesis vital que fortalece la fe en todas las circunstancias de la vida, en la alegría, como en el dolor; que refleja sed de Dios y comporta una fina sensibilidad ante los atributos divinos, como la paternidad y la providencia; que hace presente en nuestra existencia a Cristo Redentor y a su Santísima Madre; que ilumina el corazón y que robustece la vida nueva en el Espíritu; que da fuerza para la generosidad y el sacrificio; que engendra actitudes interiores de paciencia, amor a la cruz, valoración del sufrimiento, aceptación de los demás y desapego de las cosas terrenas; que confirma los sentimientos cívicos y patrios elevándolos hacia Dios, que une a los diversos sectores de la sociedad a través de las manifestaciones comunitarias y estrecha los vínculos de la comunidad eclesial, convirtiéndolos en una expresión de la catolicidad de la Iglesia.

5. Son éstos algunos de los grandes aspectos positivos de la piedad popular, que mi venerado predecesor el Papa Pablo VI señaló en la Exhortación Apostólica “Evangelii Nuntiandi” (n. 48) y a los que se refiere también la reciente Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe, sobre libertad cristiana y liberación (cf. Congr. para la Doctrina de la Fe, Libertatis Conscientia, 22). Esta fue también la enseñanza del Episcopado Latinoamericano reunido en Puebla (Puebla, 444-459).

La piedad popular debe ser instrumento de evangelización y de liberación cristiana integral; de esa liberación de que están sedientos los pueblos de América Latina, conscientes de que sólo Dios libera plenamente de las esclavitudes y de los signos de muerte presentes en nuestro tiempo (cf. Dominum et Vivificantem
DEV 57).

Pero observamos, por otro lado, que una religiosidad popular mal concebida tiene sus límites y está expuesta a peligros de deformación o desviaciones. En efecto, si esta piedad quedara reducida solamente a meras manifestaciones externas, sin llegar a la profundidad de la fe y a los compromisos de caridad, podría favorecer la entrada de las sectas e incluso llevar a la magia, al fatalismo o a la opresión, con grandes peligros para la misma comunidad eclesial (Evangelii Nuntiandi EN 48).

El llamado “catolicismo popular”, la misma piedad popular, son realmente auténticos cuando reflejan la comunión universal de la Iglesia, con manifestaciones de una misma fe, un mismo Señor, un mismo Espíritu, un mismo Dios y Padre.

Os invito, pues, amados hermanos, sobre todo los que os habéis comprometido en las tareas catequísticas y apostólicas, a no cejar en vuestro empeño por evangelizar las masas, tal vez propensas a conformarse con un catolicismo débil o superficial; trabajad por revitalizar los movimientos apostólicos, renovando su espiritualidad, sus actitudes y sus líneas de acción misionera sin fronteras; por enriquecer las prácticas piadosas infundiéndoles auténtico espíritu bíblico y eclesial; por hacer que la liturgia —realizada siempre según las normas de la Iglesia— sea el centro y culmen de la vida comunitaria.

6. La vida del cristiano, que ha de ser un verdadero e ininterrumpido culto a Dios, tiene su manifestación más profunda y espléndida en la caridad.Nos lo inculca claramente San Pablo quien, al recordarnos que todos “somos un solo cuerpo en Cristo” (Rm 12,5), pone de relieve las relaciones recíprocas que existen entre nosotros, y nos invita a amarnos “con amor fraternal”, de forma que nos honremos “a porfía unos a otros” (cf. ibid., 12, 19).

En este espíritu, mi mensaje de hoy desde Popayán se dirige a todo el Pueblo de Dios de la región sudoccidental, pero de modo particular a los queridos hijos e hijas de las comunidades indígenas aquí presentes, así como a todos los indios esparcidos por la amplia geografía de Colombia. Vosotros sois objeto de un amor preferencial de la Iglesia y ocupáis un puesto de privilegio en el corazón del Papa. Veo en vosotros la presencia de los aborígenes del inmenso continente americano, que hace cinco siglos se encontró con el continente europeo, formando, con la fusión de razas y culturas, el rico panorama étnico del Nuevo Mundo (Puebla, 409). Pero, sobre todo, veo en vosotros un signo especial de la presencia de Cristo, en su misterio de dolor y de resurrección. El Papa ha venido para honrar a Cristo, que vive en vuestros corazones, en vuestras familias y en vuestro pueblo.

561 Con los indígenas del Cauca y de toda Colombia quiero agradecer a Dios el don de la fe, que hace ya casi cinco siglos ha arraigado fuertemente en vuestros corazones y en vuestras comunidades. Los misioneros procedentes de España os trajeron el Mensaje salvador de Cristo y os anunciaron la doctrina de Jesús según vuestros moldes culturales. En medio de grandes vicisitudes y dificultades, a veces también de incomprensiones, limitaciones o fallos, la tarea evangelizadora se llevó adelante con la ayuda de Dios. Siempre ha habido obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, y también laicos catequistas, que llenos de gran sentido eclesial y de afecto hacia vosotros, dedicaron totalmente su vida a estar a vuestro lado, corriendo vuestra misma suerte para así poder atenderos espiritual y materialmente.

7. Con vuestra fidelidad constante a la fe profesada al recibir el bautismo y los demás sacramentos, con vuestra correspondencia a los dones recibidos, vosotros habéis enriquecido a la Iglesia universal. Sé que os mantenéis firmes en esta fe católica, resistiendo los embates de sectas o ideologías extrañas a vuestra idiosincrasia y a vuestra tradición. Sed siempre fieles a la Iglesia de Cristo, al mandamiento del amor fraterno y a la reconciliación. Esta es la consigna que hoy os da el Papa.

Sé también que lucháis por la defensa de vuestra cultura representada en vuestras lenguas, vuestras costumbres y estilo de vida; por la defensa de vuestra dignidad humana y también por la consecución de los derechos que os competen como ciudadanos. Que vuestra lucha esté siempre en la línea evangélica del amor a todos los demás hermanos y de acuerdo con las normas de la moral cristiana.

La Iglesia apoya estas aspiraciones vuestras; por esto quiere, pide y se esfuerza para que vuestras condiciones de vida sean cada vez mejores, de tal manera que podáis gozar de todas las oportunidades en el terreno de la educación, trabajo, salud, vivienda, etc., de las cuales gozan los demás ciudadanos colombianos. Por ello, mi predecesor el Papa Pablo VI, de feliz memoria, quiso que el Fondo “Populorum progressio”, creado a raíz de su visita a Colombia en el año 1968, fuera íntegramente aplicado en favor de los campesinos indígenas, concretamente los del Cauca.

8. Que vuestro ordenamiento social humano y cristiano, se vea fortalecido cada día por vuestro propio empeño, sostenido por vuestros obispos, misioneros y líderes cristianos, que ya están surgiendo numerosos entre vosotros. Especialmente deseo y pido con insistencia al Señor que haga surgir de vuestras comunidades nuevas vocaciones al apostolado, a la vida consagrada, a los diversos ministerios y, de modo particular, al sacerdocio ministerial para que podáis contar con sacerdotes de vuestra misma sangre.

Queridos hermanos y hermanas: Termino exhortándoos con las mismas palabras de San Pablo, que han inspirado este encuentro eclesial de oración, diálogo y amistad: “Vuestra caridad sea sin fingimiento; detestando el mal adhiriéndoos al bien; amándoos cordialmente los unos a los otros” (
Rm 12,9).

Que la Virgen Santísima, que, al comienzo de la evangelización del continente, en Guadalupe, manifestó su predilección por los indios en la persona de Juan Diego, y que la ha manifestado también en Chiquinquirá para los colombianos, os siga ayudando y protegiendo siempre como Madre bondadosa y solícita.

A todos los aquí presentes, a vuestras familias, a vuestros niños, ancianos, enfermos y a todos cuantos sufren, os bendigo de corazón.





B. Juan Pablo II Homilías 550