B. Juan Pablo II Homilías 579

579 “Aunque camine por cañadas oscuras, / nada temo, porque tú vas conmigo” (Ps 23 [22], 4).

4. Con estas palabras pudieron dirigirse al Buen Pastor estas tres hijas del Carmelo, cuando les llegó la hora de dar la vida por la fe en el divino Esposo de sus almas. Sí, “Nada temo”. Ni siquiera la muerte. El amor es más grande que la muerte y “Tú vas conmigo”. ¡Tú, el Esposo crucificado! ¡Tú, Cristo, mi fuerza!

Este seguimiento del Maestro, que nos debe llevar a imitarlo hasta dar la vida por su amor, ha sido casi una constante llamada, para los cristianos de los primeros tiempos y de siempre, a dar este supremo testimonio de amor –el martirio– ante todos, especialmente ante los perseguidores. Así la Iglesia, a través de los siglos, ha conservado como un legado precioso las palabras que Cristo dijo: “el discípulo no es más que el maestro” (Mt 10,24), Y que “si a mí me han perseguido, lo mismo harán con vosotros” (Jn 15,20).

De este modo vemos que el martirio –testimonio limite en defensa de la fe– es considerado por la Iglesia como un don eximio y como la prueba suprema de amor, mediante la cual un cristiano sigue los mismos pasos de Jesús, que aceptó libremente el sufrimiento y la muerte por la salvación del mundo. Y aunque el martirio sea un don concedido por Dios a unos pocos, sin embargo, todos deben –y debemos– estar dispuestos a confesar a Cristo delante de los hombres, sobre todo en los periodos de prueba que nunca –incluso hoy día– faltan a la Iglesia. Al honrar a sus mártires, la Iglesia los reconoce, a la vez, como signo de su fidelidad a Jesucristo hasta la muerte, y como signo preclaro de su inmenso deseo de perdón y de paz, de concordia y de mutua comprensión y respeto.

Las tres mártires carmelitas tuvieron, sin duda, muy presentes, como conocemos por sus testimonios, aquellas palabras que dejó escritas su Santa Madre y Doctora de la Iglesia, Teresa de Jesús: “El verdadero religioso... no ha de volver las espaldas a desear morir por él y pasar martirio” (Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección, 12, 2).

En la vida y martirio de Sor María Pilar de San Francisco de Boria, de Sor María Ángeles de San José, y de Sor Teresa del Niño Jesús, resaltan hoy, ante la Iglesia, unos testimonios que debemos aprovechar:

— el gran valor que tiene el ambiente cristiano de la familia, para la formación y maduración en la fe de sus miembros;

— el tesoro que supone para la Iglesia la vida religiosa contemplativa, que se desarrolla en el seguimiento total del Cristo orante y es un signo preclaro del anuncio de la gloria celestial;

— la herencia que deja a la Iglesia cualquiera de sus hijos que muere por su fe, llevando en sus labios una palabra de perdón y de amor a los que no los comprenden y por eso los persiguen;

— el mensaje de paz y reconciliación de todo martirio cristiano, como semilla de entendimiento mutuo, nunca como siembra de odios ni de rencores;

— y una llamada a la heroicidad constante en la vida cristiana, como testimonio valiente de una fe, sin contemporizaciones pusilánimes, ni relativismos equívocos.

580 La Iglesia honra y venera, a partir de hoy, a estas mártires, agradeciéndoles su testimonio y pidiéndoles que intercedan ante el Señor para que nuestra vida siga cada día más los pasos de Cristo, muerto en la Cruz.

5. Elevamos hoy también a la gloria de los altares el Cardenal Marcelo Spínola y Maestre, que fue obispo de Coria, de Málaga, y luego Arzobispo de Sevilla. Es una ocasión oportuna para agradecer al Señor el testimonio de santidad de los que “puso el Espíritu Santo como guardianes y pastores de la Iglesia de Dios, que El adquirió con su sangre” (
Ac 20,28).

Al contemplar la vida de este Pastor de la Iglesia, deseo destacar, ante todo, su confianza en el Señor, que fue el lema de su episcopado: “Todo lo puedo en El” (Ph 4,13). Apoyado en esta confianza logró brillar en aquellas virtudes que constituyen la gloria y corona de un Obispo:

— la heroicidad en el cumplimiento sacrificado de sus deberes episcopales;

— el amor y entrega a los pobres, desde el desprendimiento y la austeridad;

— la preocupación por la formación de los más humildes, que le llevó a fundar la Congregación de “Esclavas del Divino Corazón”, para el apostolado de la educación de la juventud;

— su independencia eclesial, por encima de divisiones y partidos, siendo portador de paz y comprensión, a la vez que defensor de la libertad de la Iglesia en el cumplimiento de su misión sagrada;

— todo ello alimentado por un amor encendido a Jesucristo, y revestido de una profunda humildad personal.

Los Pastores de la Iglesia debemos ver en el nuevo Beato un ejemplo, un aliento y una esperanza en el ejercicio del ministerio que se nos ha confiado. Por ello el pueblo fiel se alegra al ver hecha una realidad la santidad excelsa de uno de sus abnegados Pastores.

6. Cierra este glorioso grupo de nuevos Beatos el sacerdote de la diócesis de Tortosa, Manuel Domingo y Sol, apellidado con razón por la Iglesia “el santo apóstol de las vocaciones sacerdotales” (Decr. super virtutibus, die 4 maii 1970: AAS 63 (1971) 156). En efecto, al presentarlo hoy a la Iglesia como un modelo sobresale, por encima de todo, su intenso apostolado en favor de las vocaciones consagradas y especialmente las sacerdotales, a las que dedicó los mejores esfuerzos de su vida.

Esta glorificación debe suponer para los sacerdotes un estímulo para tomar conciencia de cuán importante y fundamental sea este objetivo. La Iglesia necesita más sacerdotes. Pero, a su vez, es propio de la misión sacerdotal, –al participar de la solicitud de toda la Iglesia– buscar entre el pueblo fiel a jóvenes y adultos que, respondiendo generosamente a la llamada de Cristo: “ven y sígueme”, sean acompañados y formados como ministros idóneos para enseñar también a otros (2Tm 2,2).

581 Así, la formación de los futuros sacerdotes, que el nuevo Beato llamaba “la llave de la cosecha”, o sea, el fomento, sostenimiento y cuidado de las vocaciones, sigue siendo en nuestros días el campo predilecto y urgente de la Iglesia y de sus Pastores. El mismo Mosén Sol,–como popularmente es conocido en su patria chica el nuevo Beato–, nos decía que “entre todas las obras de celo no hay ninguna tan grande y de tanta gloria de Dios como contribuir a dar muchos y buenos sacerdotes a la Iglesia”. Conviene resaltar también en el nuevo Beato su apostolado juvenil, en el que cifró tantas esperanzas para el futuro cristiano de los pueblos, y que sigue siendo hoy una preocupación intensa de la Iglesia.

Tota la tasca apostòlica de Don Manuel té una arrel i una font, des d’on li brollava la força i el sentit de la seva activitat eficaç: el seu esperit eucarístic i reparador, que palesa la seva espiritualitat. Vet aquí l’herència preciosa que va deixar a la seva Germandat de Sacerdots Operaris Diocesans del Cor de Jesús, fundada com una veritable fraternitat sacerdotal, tant en l’estil de vida, com en la forma de treball, per a la millor santificació dels seus membres i la major glòria de Déu.

7. Al venerar hoy a estos dos Pastores, uno Obispo y Cardenal, y el otro sacerdote, me complace señalar cómo ambos se distinguieron por haber puesto la raíz y el cimiento de su intenso ministerio en una profunda vida interior sacerdotal, que es el alma de todo apostolado. Los dos Beatos se distinguieron por su amor ardiente e íntimo a Jesucristo en la Eucaristía y al Sagrado Corazón de Jesús. ¡Cuánto hemos de agradecer este ejemplo y cómo hemos de imitarlos los sacerdotes de hoy en nuestra vida ministerial!

La Iglesia se alegra al proclamar a estos cinco nuevos Beatos y da gracias al Señor por su testimonio ejemplar. Por eso pedimos a la Virgen Santísima, Madre del Carmelo, Reina de los Apóstoles y Madre de Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote,–a la que tanto amaron y veneraron los nuevos Beatos–, que interceda ante al Señor para que conceda a la Iglesia de nuestros días, y en particular a la Comunidad eclesial española:

— nuevos testimonios de generosidad y de firmeza en la fe;

— unos Pastores que, en comunión con el Sucesor de Pedro, sean auténticos maestros de la fe y guías eficaces del Pueblo de Dios;

— un renacer de vocaciones sacerdotales que, como fruto de una sólida vida cristiana en las familias, sepan responder con generosidad a Cristo;

— una vida interior profunda en todas las almas consagradas y en todos los apóstoles de la Iglesia

A vosotras, religiosas de todo el mundo y especialmente de la querida Orden del Carmelo y de la Congregación de Esclavas del Divino Corazón; a vosotros, Obispos, Pastores de la Iglesia, que compartís la tarea de conducir al Pueblo de Dios; a vosotros, sacerdotes, seminaristas y fieles seglares todos, que habéis recibido la influencia del espíritu de Mosén Sol; especialmente a vosotros, sacerdotes y alumnos de la Hermandad de Operarios Diocesanos; a todos os conceda el Señor saber recoger tan grandes ejemplos de virtudes.

8. Cristo, Pastor eterno, es la luz del mundo. El que lo sigue tiene la luz de la vida. Los que siguen a Cristo quedan ellos mismos convertidos en luz, como proclama la carta a los Efesios en la liturgia de hoy.

“En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz; toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz” (
Ep 5,8-9), Esto dice el Apóstol a todos los que, en el sacramento del bautismo, han recibido la participación en la “luz” que es Cristo.

582 Esto mismo nos repiten también hoy estos nuestros cinco Beatos, hijos e hijas de la Iglesia, que durante tantos siglos, ha producido frutos de fe y santidad en tierras de España. Ellos, que quedaron convertidos, de un modo particular, en “luz en el Señor”, repiten hoy a todos sus hermanos y hermanas de la misma tierra y patria española:

“¡Caminad como hijos de la luz ”

“Bondad, justicia y verdad son frutos de la luz”.

¡Caminad como hijos de la luz!



VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA


Explanada «Tres Cruces» (Montevideo)

Miércoles 1 de abril de 1987



1. “El Señor es mi pastor” (Ps 23 [22], 1).

Estas palabras que la Iglesia proclama en la liturgia de hoy quieto repetirlas de nuevo para saludar cordialmente, en el nombre del Señor Pastor de nuestras almas, a todos los aquí reunidos en la capital del Uruguay.

Cuando en diciembre de 1978 se cernía sobre América del Sur la amenaza de una guerra, un Enviado mío, el Cardenal Antonio Samorè, estuvo precisamente aquí, en vuestra capital, donde gracias al auxilio divino y a la buena voluntad de los hombres, fue posible dar el primer paso de la mediación. Con la firma de aquel Acuerdo de Montevideo, los dos países, Argentina y Chile, se decidieron a caminar juntos por el sendero de la solución pacífica de una cuestión tan controvertida.

Con mi presencia en vuestra ciudad, durante esta visita pastoral al Cono Sur americano he querido, también, conmemorar la feliz conclusión del diferendo sobre la zona austral, y dar gracias, junto con vosotros, a Dios nuestro Señor. El es el Buen Pastor de los pueblos y de las naciones; El es el Buen Pastor de cada hombre

2. En su nombre, en el nombre de Jesucristo, saludo a toda la Iglesia que está en el Uruguay y a la entera sociedad de esta nación. En primer lugar, al Señor Presidente de la República y a las autoridades civiles del país aquí presentes. Saludo igualmente a los venerables y queridos hermanos en el Episcopado, al arzobispo de Montevideo y sus obispos auxiliares, y a los obispos diocesanos de Canelones, Florida, Maldonado-Punta del Este, Melo, Mercedes, Minas, Salto, San José de Mayo y Tacuarembó. Os saludo a todos, amadísimos hermanos y hermanas que, desde los cuatro puntos cardinales del Uruguay, habéis venido esta mañana en forma multitudinaria a esta explanada, denominada “ Tres Cruces ”, que fuera escenario de importantes acontecimientos en la historia de vuestra patria. Sé que muchos de vosotros habéis tenido que hacer un gran sacrificio para acudir a esta cita. Por eso, os digo de corazón: ¡Gracias, muchas gracias por vuestra presencia!

583 Aquí, a la sombra de la cruz imponente que preside este altar, sobre el que vamos a renovar de forma sacramental el Sacrificio redentor de Jesucristo en el Calvario, quiero desear a todos los presentes, y a todos los uruguayos, al norte y al sur del Río Negro, en cada uno de sus diecinueve departamentos, mi afectuoso saludo en el Señor: ¡Gracia y paz a la Iglesia de Dios que está en Uruguay!

3. Estamos celebrando el tiempo litúrgico de la Cuaresma. La Palabra de Dios guía hoy nuestros pensamientos y nuestros corazones hacia el Hijo del hombre que personalmente anuncia, en presencia de los Apóstoles, su pasión, muerte y resurrección.

El dice que el Hijo del hombre debía padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, por los príncipes de los sacerdotes y por los escribas, morir y resucitar después de tres días (
Mc 8,31).

Al decir estas palabras, Jesús asume conscientemente los rasgos del Varón de dolores anunciado por el Profeta Isaías (Is 53,2-3). Sabe con certeza absoluta que las palabras del Profeta se refieren al Mesías, a El mismo.

4. Hoy, en la lectura del Evangelio hemos escuchado a Jesús que pregunta a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que soy yo?”. Le dan diversas respuestas, tras lo cual Jesús les interroga de nuevo: “ Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Respondiendo Pedro, le dice: “Tú eres el Cristo” (Mc 8,27 Mc 8,29).

Seguidamente, Jesús enseña a los Apóstoles que el Mesías es precisamente Aquel en quien se cumplirá la profecía de Isaías sobre el Varón de dolores.

Y cuando el mismo Pedro, que poco antes había dado un espléndido testimonio sobre el Mesías, se resiste a aceptar todo lo que Jesús dice acerca de su humillación y de su pasión, el Maestro le reprende con gran severidad: “¡Apártate de mí, Satanás! Porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres” (Ibíd.. 8, 33).

En efecto, en aquellos momentos para Pedro el Mesías debía ser rey, una autoridad de este mundo. Debía sentarse sobre el trono de David y librar a la nación de sus opresores. Pedro hablaba con categorías humanas; pero los planes de Dios iban en otra dirección. En efecto, este Mesías, anunciado por el Profeta Isaías, había de convertirse en Varón de dolores, en un “ despreciado y abandonado por los hombres ”. El Mesías-Cristo-Redentor del hombre, había de cargar con nuestros sufrimientos; ser traspasado por nuestros sufrimientos; ser traspasado por nuestros delitos y aplastado por nuestras iniquidades (Is 53,3-5).

Queridos hermanos y hermanas, Pueblo de Dios que vive en Uruguay: Meditad atentamente las palabras de la liturgia de hoy. Acoged la verdad divina sobre el Hijo del hombre. Ella tiene un poder salvífico; en ella está contenida la plena verdad sobre la liberación del hombre.

5. “El Señor es mi pastor”. Lo canta hoy la Iglesia en la liturgia aquí en Montevideo, en Uruguay, en todo el mundo... El Señor es nuestro Pastor: precisamente El, Cristo crucificado y resucitado, Redentor del hombre y del mundo.

Y la Iglesia, fundada por el mismo Cristo, continúa a través de la historia su obra redentora. Por eso, no puede contemplar la marcha de la humanidad o el devenir histórico de cada hombre, con indiferencia. Así lo enseña el Concilio Vaticano II, en las palabras iniciales de su Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual: “ El gozo y la esperanza, las lágrimas y angustias del hombre de nuestros días, sobre todo de los pobres y de toda clase de afligidos, son también gozo y esperanza, lágrimas y angustias de los discípulos de Cristo, y nada hay verdaderamente humano que no tenga resonancia en su corazón ” (Gaudium et Spes GS 1).

584 Esto no supone, sin embargo, que la Iglesia tenga ambición alguna terrena, puesto que lo único que pretende es continuar la misma obra salvífica de Cristo, que vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para condenar (Jn 18,37), para servir y no para ser servido (Mt 20,28 Gaudium et Spes GS 3).

Fiel a su misión, la Iglesia debe proyectar, sobre los problemas que aquejan a la humanidad en cada momento de su historia, la luz limpia y pura que brota del Evangelio, siempre actual por ser Palabra de Dios. Y esto es lo que hace y lo que quiere seguir haciendo en cumplimiento del mandato recibido del mismo Cristo. Para ello pide sólo libertad, para que su voz pueda llegar sin obstáculos a todo aquel que quiera escucharla.

6. Queridos uruguayos: Vuestra patria nació católica. Sus próceres se valieron del consejo de preclaros sacerdotes que alentaron los primeros pasos de la nación uruguaya con la enseñanza de Cristo y de su Iglesia, y la encomendaron a la protección de la Virgen que, bajo la advocación de los Treinta y Tres, hoy nos preside junto a la cruz. El Uruguay de hoy encontrará los caminos de la verdadera reconciliación y del desarrollo integral que tanto ansia, si no aparta los ojos de Cristo, Príncipe de la Paz y Rey del universo.

Y para que esta nación –la gran familia del Uruguay– sea siempre fiel al mensaje salvífico de Cristo, es preciso que la comunidad familiar célula básica de vuestra sociedad–no vuelva sus espaldas a Cristo, sino que sean –como se lo recordaba en Roma a vuestros obispos en su última visita “ad limina”– “familias unidas, sanas moralmente, educadoras en la fe, respetuosas de los derechos de cada persona, empezando por el respeto a la vida de cada criatura, desde el momento mismo de su concepción ” (A los obispos uruguayos en visita "ad limina apostolorum", 14 de enero de 1985, n. 6).

Hoy, por desgracia, no faltan quienes pretenden ofrecer a los matrimonios y a las familias una supuesta felicidad a bajo precio. Yo os pediría que no os dejéis engañar. Dejaos, más bien, iluminar por la Palabra de Dios, interpretada auténticamente por el Magisterio de la Iglesia, que posee garantía de veracidad, basada en la asistencia del Espíritu Santo que Cristo le prometió hasta el fin de los tiempos. La Iglesia no os propone una vía fácil: el cristiano, si quiere llegar a la resurrección, no puede desviarse del camino recorrido por el Maestro. Pero os garantiza, a cambio, la seguridad de ir por buen camino, porque nuestro guía es el Señor y El infunde en nuestros corazones la paz y la alegría que el mundo no puede dar.

Ante las dificultades que puedan surgir dentro de la vida conyugal, no os dejéis desorientar por el fácil expediente del divorcio que sólo da apariencias de solución, pues en realidad se limita a trasladar los problemas, agravándolos, hacia otros ámbitos. Los cristianos saben que el matrimonio, indisoluble por naturaleza, ha sido santificado por Cristo, haciéndolo participar del amor fiel e indestructible entre El y su Iglesia (Ep 5,32). Frente a las tensiones y conflictos que puedan parecer, sobre todo cuando la familia está envuelta por un clima impregnado de permisividad y hedonismo, recuerde que “ está llamada por el Dios de la paz a hacer la experiencia gozosa y renovadora de la reconciliación, esto es, de la comunión reconstruida, de la unidad nuevamente encontrada ” (Familiaris Consortio FC 21). De manera especial, mediante la participación en el sacramento de la reconciliación y en la comunión del Cuerpo de Cristo, las familias cristianas encontrarán la fuerza y la gracia necesaria para superar los obstáculos que atentan a su unidad (Ibíd..), , no olvidando además que el verdadero amor se acrisola en el sufrimiento.

7. Vaya también en este día mi palabra de aliento y de esperanza a vosotros, queridísimos jóvenes uruguayos. Es de todos conocido el afecto y el aprecio que nutro dentro de mí por la juventud. Lamento que, en esta visita, no me haya sido posible tener un encuentro especial con vosotros, que sois la esperanza de vuestro país v también de la Iglesia.

Os ha tocado vivir un tiempo difícil, es verdad, pero también no es menos cierto que estamos ante uno de los momentos más apasionantes de la historia, en el que vais a ser testigos y protagonistas de profundas transformaciones. Vosotros, los jóvenes, tenéis una sensibilidad única para intuir el mundo nuevo que se aproxima v que va a necesitar de vuestros brazos jóvenes y generosos.

Para la construcción de ese mundo tendréis que emprender grandes tareas. Si queréis ser consecuentes con vuestros legítimos ideales y no claudicar, no podéis menos de ser ya desde ahora audaces, pacientes y sinceros con vosotros mismos, y tener una fe inquebrantable.

Sabéis que el hombre ha recibido de Dios esa vocación que es única: la del amor, que puede ser realizada en el matrimonio o en la donación total de sí mismo por el reino de los cielos. En ambos casos, la fidelidad es la virtud que ennoblece el amor.

Tendría todavía muchas cosas que deciros... y. sobre todo, me gustaría mucho escucharos; escuchar de vuestros labios cuáles son vuestras ilusiones e inquietudes, vuestros problemas y dificultades. De todos modos espero veros a muchos de vosotros el Domingo de Ramos, en Buenos Aires. Allí celebraremos el Día mundial de la Juventud con jóvenes llegados de los cinco continentes, y en particular de este gran “ continente de la esperanza ”, que es América Latina.

585 8. Queridos hermanos y hermanas: En esta primera etapa de mi viaje apostólico al Cono Sur americano, deseo también yo, como San Pablo, doblar “mis rodillas ante el Padre, de quien procede toda paternidad en los cielos y en la tierra” (Ep 3,14-15), pues mi peregrinación tiene –en este caso– un particular significado de acción de gracias a Dios porque fue posible evitar la guerra y asegurar la paz en el diferendo sobre la zona austral entre Chile y Argentina.

Recuerdo aquellos últimos días del año 1978 y comienzos de 1979, tan cargados de tensión para los ciudadanos de estas dos naciones y en cierto modo, para todos los habitantes de América Latina. Fueron jornadas de gran preocupación. Fue entonces cuando, con la confianza puesta en Dios, sentí el impulso de llevar a cabo aquel gesto de paz, arriesgado y al mismo tiempo esperanzador.

9. En este día venturoso doy gracias al Altísimo, en íntima unión con los Pastores y los fieles de esta querida Iglesia particular, y a la vez os pido que recéis intensamente por la paz de toda América. Recemos por la justicia social e internacional, que son condición de una paz verdadera. Pidamos a Dios que se respeten los derechos de los hombres, de los pueblos y de las naciones de todo el mundo, cada país y cada continente de este nuestro mundo que debe ser verdaderamente un mundo siempre más humano.

Y a vosotros, queridos habitantes de esta capital y de esta tierra, que hoy me acogéis como Sucesor de Pedro, os deseo, con las palabras del Apóstol, que Cristo habite, mediante la fe, en vuestros corazones: que podáis conocer cada vez mejor el amor de Cristo que excede todo conocimiento; que os llenéis de toda plenitud de Dios (Ep 3,17-19).

Y a Aquel que contemplamos, mediante las palabras de la liturgia cuaresmal, como Varón de dolores, nuestro Redentor, Príncipe de la Paz, crucificado y resucitado; a Aquel que, según el poder que ya obra en nosotros, puede hacer mucho más de cuanto podemos pedir y pensar, a El la gloria en la Iglesia y en los corazones de los hombres de buena voluntad, por todas las generaciones (Ibíd.. 3, 20-21). Amén.



VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA

CELEBRACIÓN DE LAS VÍSPERAS CON LOS SACERDOTES,

LOS RELIGIOSOS, LOS DIÁCONOS Y LOS SEMINARISTAS




Catedral de Santiago de Chile

Miércoles 1 de abril de 1987



1. “Considerad, hermanos, vuestra vocación” (1Co 1,26).

Con estas palabras invitaba el Apóstol Pablo a los cristianos de Corinto a una reflexión sobre el significado de la propia vocación. Con estas palabras deseo también comenzar hoy, queridos sacerdotes, religiosos, diáconos y seminaristas, invitándoos a meditar sobre el don que cada uno de vosotros ha recibido al ser llamado por Dios, a fin de que reconozcáis una vez más la grandeza de vuestra vocación, y os llenéis de agradecimiento hacia Aquel que ha hecho en vosotros cosas grandes (Lc 1,49).

“No hay entre vosotros muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles” (1Co 1,26). Ved hermanos míos, el punto de partida que el Apóstol quiere resaltar: la insuficiencia de nuestros recursos humanos, el escaso valor de nuestras facultades, para la misión que Cristo ha confiado a los ministros de su Iglesia. Sin embargo, esta misma realidad –la clara conciencia de la indignidad personal– nos sitúa, con actitud evangélica, “más cerca” de la elección divina, y subraya ulteriormente la índole sobrenatural y gratuita de la llamada de que hemos sido objeto. Sí, amadísimos hermanos, Dios nos ha escogido no por nuestros méritos, sino en virtud de su misericordia.

En efecto, “de El os viene lo que sois vosotros en Cristo Jesús, el cual ha sido constituido para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención, de modo que, según está escrito: el que se gloríe, gloríese en el Señor” (Ibíd. 1, 30-31), El don sobrenatural que hemos recibido debe llevarnos, por tanto, a gloriarnos total y solamente en Cristo. Quien tiene conciencia de no ser nada, puede descubrir que Cristo lo es todo para él (cf. Jn Jn 20,28); que en Cristo está la única fuente de su verdadera existencia; y esta glorificación en Cristo constituye precisamente el rasgo característico que revela la verdadera humildad personal, y la consiguiente entrega, sin reservas, de sí mismo a Dios y a los hermanos. Si, por el contrario, nos creyésemos sabios, autosuficientes, superiores, quedaríamos confundidos y nuestro trabajo sería estéril, porque El se sirve de “lo vil y lo despreciable del mundo, lo que no es nada, para destruir lo que es, para que ninguno se gloríe delante de Dios” (1Co 1,28-29).

586 2. Amados hermanos: Está todavía reciente el momento en que, con profunda emoción, he besado por primera vez esta bendita tierra chilena. Ahora me encuentro reunido con vosotros en la iglesia catedral de Santiago, para dar gracias a Dios nuestro Señor que ha dirigido mis pasos hacia aquí, y también para pedir junto con vosotros, invocando a la Trinidad Beatísima –por la intercesión de Santa María, Patrona de este templo–, que sean muchos los frutos de renovación y de santidad en todos y en cada uno de los miembros de esta Iglesia de Dios que peregrina en Chile, y de la que vosotros representáis una porción escogida. Pensad que habéis sido llamados por Dios en un momento particularmente importante. La Iglesia, en efecto, se dispone a iniciar el tercer milenio de su peregrinación hacia la casa del Padre de los cielos, hacia la Jerusalén celestial. América Latina se prepara además a conmemorar los 500 años del comienzo de la evangelización de los hombres del Nuevo Mundo. Todo ello dará ocasión para que, con la ayuda del Espíritu, se renueve vuestro compromiso y fidelidad a la misión evangelizadora que la Iglesia comenzó aquí hace ya casi cinco siglos.

3. Demos “gracias al Padre, que os ha hecho idóneos para participar en la herencia de los santos en la luz ” (
Col 1,12). Con este agradecimiento al Padre, y con la actitud humilde y sumisa que nos recordaba San Pablo hace unos instantes, contemplad ahora vuestra idoneidad.Ella es consecuencia de haber sido rescatados por Cristo del poder de las tinieblas y de haber sido trasladados al reino del Hijo de su amor, obteniendo así “la redención, el perdón de los pecados” (cf. Ibíd. 1, 13-14), “ya que en El quiso el Padre que habitase toda la plenitud. Y quiso también por medio de El reconciliar consigo todas las cosas, tanto las de la tierra como las del cielo, pacificándolas por la sangre de su cruz” (Ibíd. 1, 19-20).

En Cristo todo el mal ha sido ya vencido; la muerte ha sido derrotada en su misma raíz que es el pecado. Cristo ha bajado hasta la profundidad del corazón del hombre con el arma más poderosa: el amor, que es más fuerte que la muerte (Ct 8,6). De este modo, los cristianos –y más aún los ministros de Dios– no avanzamos en la historia con paso incierto. No podemos hacerlo porque hemos sido rescatados del “poder de las tinieblas” (Col 1,13); avanzamos por el justo camino “en la herencia de los santos en la luz” (Col 1,12). Por tanto, cualquier incertidumbre que nos pueda acechar, cualquier tentación de carácter personal o sobre la eficacia de nuestra misión y ministerio, puede ser superada en esa estupenda perspectiva de unión a Cristo, en quien todo lo podemos, porque El es nuestra victoria definitiva. En El se halla el principio y la raíz de nuestra victoria personal; en El hallamos la fuerza necesaria para superar cualquier dificultad, pues el Señor es para nosotros “sabiduría, justicia, santificación y redención” (1Co 1,30).

4. Queridísimos míos: ¡Cristo vive! Vive hoy y actúa poderosamente en la Iglesia y en el mundo. Y nosotros hemos sido llamados a actuar en su nombre y en su representación: in nomine et in persona Christi (Presbyterorum Ordinis PO 2 Presbyterorum Ordinis PO 13). Anunciamos a los hombres su salvación, celebramos sacramentalmente su propio culto salvífico, enseñamos a cumplir sus mandamientos. Cristo vive hoy, y continúa desplegando incesantemente su obra salvadora en la Iglesia.

Muy elocuentes son, en este sentido, las palabras del Salmista que hace unos momentos hemos pronunciado: “Tú eres sacerdote para siempre” (Ps 110 [109], 5).

¡Oh Cristo! Tú eres el único, eterno y sumo sacerdote. Tú eres el único sacerdote del único sacrificio, del que también eres Víctima (He 5 He 7 He 8 He 9). Tú eres la única fuente del sacerdocio ministerial en la Iglesia.

5. La respuesta que corresponde a este don no puede ser otra que la entrega total: un acto de amor sin reservas. La aceptación voluntaria de la llamada divina al sacerdocio fue, sin duda, un acto de amor que ha hecho de cada uno de nosotros un enamorado. La perseverancia y la fidelidad a la vocación recibida consiste no sólo en impedir que ese amor se debilite o se apague (cf. Ap Ap 2,4), sino principalmente en avivarlo, en hacer que crezca más cada día.

Cristo inmolado en la cruz nos da la medida de esa entrega, ya que nos habla de amor obediente al Padre para la salvación de todos (cf. Flp Ph 2, 6ss.). El sacerdote, tratando de identificarse totalmente con Cristo, sacerdote eterno, debe manifestar en el altar y en la vida este amor y esta obediencia. Como he dicho en otra ocasión, “un sacerdote vale lo que vale su vida eucarística, sobre todo su Misa. Misa sin amor, sacerdote estéril; Misa fervorosa, sacerdote conquistador de almas. Devoción eucarística descuidada y no amada, sacerdocio desfalleciente y en peligr” (Discurso al clero italiano, n. 3, 16 de febrero de 1984: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VII, 1 (1984) 406).).

Hemos de considerar también que nuestro ministerio va dirigido a rescatar a los hombres del “poder de las tinieblas” y trasladarlos al “reino del Hijo de su amor”, mediante “la redención, el perdón de los pecados” (Col 1,13-14).

6. Comprendéis que os estoy invitando a realizar una pastoral, que podríamos llamar de la primacía de Cristo en todo. Hemos de llevar a los hombres hacia Cristo, Redentor del hombre. En El está todo, en El habita la plenitud, en El ya ha sido vencido el mal. Por eso, nuestro anuncio, es siempre de esperanza, de paz, de confianza y de serenidad. Con el ministerio de la Palabra de Dios nos dirigimos a la conciencia de cada uno, para que se abra a Cristo, y la iluminamos con la doctrina del Maestro: la misma que estudiamos, meditamos y aplicamos a nuestras propias vidas.

En nuestras manos sacerdotales, amados hermanos, Cristo ha querido depositar el inmenso tesoro de la redención, de la remisión de los pecados. Quiero exhortaros a que no descuidéis esta realidad salvadora. Mostrad siempre un especial aprecio por el sacramento de la reconciliación, en el cual los cristianos reciben la remisión de sus pecados. Habéis de impulsar una acción pastoral que arrastre a los fieles hacia la conversión personal, para lo cual habéis de dedicar al ministerio del perdón todo el tiempo que sea necesario, con generosidad, con la paciencia de auténticos “pescadores de hombres ”.

587 Por otro lado, si el sacerdote ha de conducir a las almas por este camino de la conversión, él mismo deberá recorrerlo; convirtiéndose a Dios, volviéndose hacia El, cuantas veces sea preciso. Debéis estar permanentemente abiertos a Cristo, fuente de esa redención, de la que sois instrumentos en las manos de Dios.

7. “El que se gloríe, que se gloríe en el Señor” (
1Co 1,31), La Iglesia entera da gloria a Dios. Y una de las manifestaciones más importantes de esa alabanza es ciertamente el testimonio de los religiosos, religiosas y miembros de institutos de vida consagrada. La Iglesia, amados hermanos, necesita de vuestro testimonio y de vuestro servicio. Considerad que para llevar a cabo la misión que Dios os ha confiado, es preciso que vuestra vida sea signo del espíritu fundacional de vuestras respectivas familias religiosas. Rechazad pues cualquier tentación que os pueda llevar a descuidar las exigencias de los consejos evangélicos que habéis profesado. Amad la vida en comunidad; avanzad por el camino suave de la obediencia a vuestros superiores, cooperando de este modo a dar a la vida comunitaria una unidad real y tangible; tened en gran aprecio el signo externo que debe distinguir inconfundiblemente vuestra consagración a Dios.

Meditad frecuentemente la trascendencia eclesial de vuestra consagración, en la perspectiva escatológica del reino. Así, se intensificará vuestra comunión con toda la Iglesia, pondréis de manifiesto el valor absoluto de la entrega a Cristo y seréis portadores de frutos abundantes.

También vosotros, cuantos os habéis consagrado a Dios por la pertenencia a institutos seculares, daréis un edificante testimonio mediante vuestra labor apostólica que quiere llevar a Dios todas las realidades temporales.

8. Me dirijo ahora de modo especial a vosotros, diáconos permanentes y seminaristas. Junto con todos mis hermanos en el Episcopado, os digo que la Iglesia en Chile pone en vosotros una particular esperanza. Quisiera que en esta confianza vierais también un llamado a la responsabilidad. ¡Es Cristo quien os ha llamado! El Papa y los obispos agradecemos a Dios, juntamente con vosotros, el don de vuestra vocación que El hace a su Iglesia y procuramos ayudaros con el fin de que vuestro sí a Cristo sea pleno.

No descuidéis en ningún momento vuestra preparación espiritual; desarrolladla armónicamente junto con los otros aspectos de vuestra formación. Amad el estudio que es un imprescindible instrumento del ministerio pastoral y haced de él, queridos seminaristas, alimento de la meditación personal; practicad una piedad recia y sólida; sed dóciles y sinceros en la dirección espiritual; invocad a Santa María, Madre del sumo y eterno Sacerdote, para que guíe, como Madre, vuestros pasos hacia el sacerdocio.

9. Quisiera ahora recordar a todos, con palabras de San Lucas, que “un día, estando Jesús orando en cierto lugar, acabada la oración, le dijo uno de sus discípulos: Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Habían visto a Jesús recogido en oración y sintieron el profundo deseo de imitarlo. El ejemplo del Maestro despertó en los discípulos la necesidad de hablar con el Padre. También yo, desde esta catedral de Santiago, deseo dirigir mi súplica, en nombre de todos: Señor, ¡enséñanos a orar! ¡Muéstranos la eficacia de la oración! ¡También nosotros queremos seguir tu ejemplo!

Sí, amadísimos hermanos, es preciso que sepamos encontrar cada día un espacio de tiempo para recogernos en diálogo personal con Dios. Este diálogo es imprescindible para nuestro ministerio, porque los presbíteros, como dice el Decreto Presbyterorum Ordinis, buscando el modo de “enseñar más adecuadamente a los otros lo que ellos han contemplado, gustarán más profundamente las inescrutables riquezas de Cristo (Ep 3,8), y la multiforme sabiduría de Dios” (Presbyterorum Ordinis PO 13). Efectivamente, ¿cómo le podremos dar a conocer si no lo tratamos? ¿Cómo encenderemos en los fieles un amor ardiente a Dios si nosotros no estamos unidos a El por un trato continuo, vital?

En la Carta que dirigí a todos los sacerdotes, el año pasado, con motivo de la solemnidad del Jueves Santo, les proponía el ejemplo del Santo Cura de Ars, invitándolos a meditar sobre nuestro sacerdocio a la luz de la vida de ese modelo de Pastores. Quiero ahora recordaros lo que escribí en esa ocasión: “La oración fue el alma de su vida. Una oración silenciosa, contemplativa; las más de las veces en su iglesia, al pie del tabernáculo. Por Cristo, su alma se abría a las tres Personas divinas, a las que en el testamento él entregaría “su pobre alma”. El conservó una unión constante con Dios en medio de una vida sumamente ocupada. Y nunca descuidó ni el Oficio Divino, ni el Rosario. De modo espontáneo se dirigía constantemente a la Virgen” (Carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo 1986, n. 11, 23 de marzo de1986).

10. Al comienzo os he hablado del don maravilloso que hemos recibido, en el llamado divino. No quiero concluir este encuentro sin añadir unas palabras sobre la responsabilidad en fomentar nuevas vocaciones sacerdotales. Esta debe ser una preocupación prioritaria que debe ser una preocupación prioritaria que debe manifestarse en nuestra oración y en nuestro apostolado. Pido a la Virgen del Carmen –a quien Chile venera como Patrona– que con vuestro celo y vuestro ejemplo sean muchas las almas que se entreguen a Cristo en el sacerdocio y en la vida consagrada. La Iglesia en Chile los necesita para continuar, en esta nueva etapa, la inmensa tarea de evangelización. ¡Santa María, Reina de Chile, Reina de América, intercede ante tu Hijo, y escúchanos!

Con gran afecto por todos y cada uno de vosotros os imparto la Bendición Apostólica.



B. Juan Pablo II Homilías 579