B. Juan Pablo II Homilías 587


VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA

CELEBRACIÓN DE LA PALABRA CON LOS

HABITANTES DE LAS "POBLACIONES" DE SANTIAGO




588
Santiago de Chile

Jueves 2 de abril de 1987



Amadísimos hermanos y hermanas en Cristo Jesús:

1. Al verme hoy en medio de vosotros, queridos pobladores de la periferia y de los barrios más pobres de Santiago, no puedo ocultaros que un inmenso gozo invade mi corazón, al meditar en estas palabras del Evangelio: “Nadie conoce al Hijo más que el Padre”; el Padre “lo ha revelado a la gente sencilla”; el Padre ha querido revelaros a vosotros a su Hijo “porque así le ha parecido mejor” (Mt 11,25).

Al igual que los Apóstoles Pedro y Juan cuando subían al templo para orar, así también yo tengo que deciros que no traigo “oro ni plata” (Ac 3,6), pero vengo en nombre de Jesucristo a anunciaros el amor de predilección del Padre, que ha querido revelar la esperanza del reino a los pobres, a los sencillos de corazón, a los sencillos de corazón, a los que abren sus puertas al Señor y no desdeñan su mano misericordiosa.

Conozco vuestros sufrimientos, y vuestro clamor de esperanza ha llegado a mis oídos. Por eso, como mensajero del Evangelio os animo a buscar en Jesucristo la anhelada paz. Jesús mismo nos invita a aprender de El la mansedumbre y la humildad de corazón, y a depositar en El nuestra esperanza. Esa esperanza tan característica de este maravilloso pueblo y de toda América Latina, que os permite mantener la alegría, la paz interior, y celebrar los acontecimientos de la vida aun en medio de tantas y graves dificultades. Pero también aquí, como en otros muchos lugares, he podido ver con dolor la pobreza de muchos en contraste con la opulencia de algunos.

2. He venido hasta esta población vuestra para proclamar nuestra común fe en el Hijo de Dios y en sus enseñanzas. Me encuentro aquí para anunciar, una vez más, las bienaventuranzas del Señor: “Bienaventurados los pobres en el espíritu porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5,3). Bienaventurados vosotros si tenéis un corazón sin apegos terrenos, porque de esa manera el Padre os revelará sus misterios y os ayudará a cargar con el yugo de Jesús, a llevarlo como El hasta encontrar vuestro descanso.

En Cristo encuentra el hombre lo que no podrían procurarle todos los bienes de este mundo. Como el Buen Pastor nos dice: “Venid a mí... yo os aliviaré... encontraréis descanso” (Ibíd.11, 28-29), y nos invita a llevar su yugo, esto es, la ley del amor; una ley que libera y que es descanso para el alma. Cualquier carga es ligera cuando estamos unidos a Cristo, cuando es El quien nos da energía y respiro para seguir caminando. Por el contrario, ¡qué pesado resulta el fardo cuando se lleva sin Cristo! Tal es el fardo del egoísmo, del odio, de la violencia, de la dureza de corazón, que no pocas veces se suman para hacer ingrata y hasta imposible la convivencia humana. Estamos ante el reverso de la ley del amor cuando no se ve en el prójimo a un hico de Dios y hermano en Cristo, sino que se le considera solamente como un instrumento, únicamente útil para satisfacer las propias apetencias. Este individualismo egoísta, que es un desorden fruto del pecado, impide la creación de lazos de humanidad y fraternidad que hagan sentirse al hombre miembro de una comunidad, parte solidaria de un pueblo unido.

3. En esta Zona Sur he querido estar presente, aunque sea por tan breve tiempo, para mostraros visiblemente mi solicitud por cuanto estáis haciendo para formar comunidades de vida y de trabajo en las que solidariamente os esforzáis con empeño en vivir vuestra fe, vuestra esperanza y vuestra caridad cristianas.

Toda la historia de la Revelación es un testimonio del papel que juega la comunidad en la obra de salvación. Dios mismo, por medio de Jesucristo, se ha revelado como una auténtica comunidad: la Trinidad Santa, una maravillosa comunión que es el fundamento v el modelo para toda relación basada en el amor. La Iglesia universal y esta Iglesia en Chile son manifestación de ese espíritu de comunidad, que congrega a los hombres para hacerlos partícipes de la vida divina.

Y precisamente expresión de esa vida son también varias formas de comunidad, que dan consistencia a vuestras poblaciones. Ante todo, la familia, que el Concilio Vaticano II definió como la “escuela del más rico humanismo” (Gaudium et spes GS 52). Ella es la célula fundamental de toda sociedad, primera e insustituible catequista de los hijos. Las verdades, los valores, los comportamientos, los modos de pensar, de relacionarse con las otras personas y con el mundo, se aprenden en el hogar y es ésta una misión y un derecho que hay que ejercer amorosamente, y que hay que defender ante los peligros de un mundo materialista que propone el acumular cosas como el sumo bien del hombre y de la sociedad. “El hombre vale más por lo que es, que por lo que tiene” (Ibíd. 35).

589 Quienes han respirado en el seno de sus propias familias una atmósfera de auténtica comunidad, se sentirán más inclinados a comprometerse con sus hermanos en la tarea de construir una sociedad renovada, más humana y acogedora. Ello supone dar vida a formas de asociación que contribuyan, cada una a su manera, a la consecución del bien común, y que ayuden a satisfacer mejor “muchos derechos de la persona humana, sobre todo los llamados económico-sociales, los cuales miran fundamentalmente a las exigencias de la vida humana” (Mater et Magistra MM 61).

4. Obviamente, se ha de tender a que se vivan en cada familia las virtudes sociales que fomentan el desarrollo pleno de cada uno de sus miembros: el diálogo, la comunicación, la corresponsabilidad y la participación, la capacidad de sacrificio, la fidelidad. Todas ellas deben ser expresión y fruto del amor. Tomad como modelo la Sagrada Familia de Nazaret; en ella habrá de inspirarse todo programa de renovación cristiana y social en la familia y desde la familia.

Son también manifestaciones de la vida y del sentido comunitario aquellas formas de organización popular que buscan mejorar el nivel de vida de los pobladores de los barrios: las asociaciones vecinales, los talleres laborales, los grupos de vivienda, los grupos de salud, de apoyo escolar, las ollas familiares, los comedores infantiles, los clubes juveniles y deportivos, los grupos de folklore y. en fin, tantas manifestaciones de aquella solidaridad que debe caracterizar “el noble empeño por la justicia”.

Estas iniciativas podrán ser, a su vez, semilla de nuevas formas de organización social, que abran el camino a una auténtica y efectiva participación de todos los ciudadanos en las decisiones que afectan a su vida y a su destino. De esta manera los grupos van transformándose poco a poco en auténticas comunidades solidarias y participativas. Si bien, es igualmente necesario que esos grupos no pretendan monopolizar toda la acción ni ahogar la iniciativa y justa autonomía y libertad de los individuos.

5. La Iglesia os acompaña en vuestros esfuerzos y legítimas aspiraciones, consciente de que –como ya señaló mi venerado predecesor el Papa Pablo VI– entre evangelización y promoción humana existen efectivamente lazos muy fuertes (Evangelii Nuntiandi EN 31). Es ésta una parte importante de la labor apostólica que tantos agentes de pastoral desarrollan entre los más necesitados. A vosotros, sacerdotes, religiosos, religiosas, diáconos, catequistas, laicos comprometidos, quiero dirigir mi palabra de aliento para que continuéis ilusionados en vuestras tareas de construir el reino de Dios, mediante la Palabra anunciada en su integridad, mediante los sacramentos celebrados en la fe, con el testimonio de vuestras propias vidas, tomando como modelo a Cristo, pobre y humilde de corazón, “el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que es enriquecierais con su pobreza” (2Co 8,9).

En perfecta sintonía con el Magisterio auténtico de la Iglesia y en intima comunión con los Pastores, sed fieles a vuestra vocación y a la misión que habéis recibido, y no permitáis que intereses de índole ideológica o política, extraños al Evangelio, enturbien la pureza de vuestra labor de asistencia y santificación. Tenéis entre vosotros eximios ejemplos de apóstoles que, a pesar de las dificultades e incluso incomprensiones, supieron desempeñar su ministerio pastoral a costa de los mayores sacrificios.

6. La Iglesia, queridos hermanos y hermanas, ha recibido del mismo Jesucristo la misión de hacer realidad su mandamiento central: “Esto os mando: que os améis unos a otros” (Jn 15,17). La Iglesia tiene, por tanto, la misión de abrazar a todos los hombres en su amor y de abrir a todos el camino de salvación, sin excluir a nadie. Ella proporciona a todos las riquezas espirituales de que es depositaria; a todos alimenta con el Cuerpo del Señor, les administra los sacramentos y les comunica la vida divina. Gracias a esta preocupación suya de engendrar la vida y conservarla, los fieles sienten el impulso interior de llamarla “Madre”. La Iglesia es madre de todos; ella extiende su amor a todos los hombres, sin distinción, y con todos usa de su misericordia. Pero es justo que, como una madre, tenga ella especial solicitud por aquellos hijos suyos que sufren, por los enfermos, por los necesitados, por los indigentes, por los pecadores. La Iglesia tiene que hacer realidad la acción de Dios mismo, que “levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre” (Ps 113 [112], 7-8).

Por tanto, os digo: Contad siempre con esta solicitud maternal de la Iglesia que se conmueve ante vuestras necesidades, por vuestra pobreza, por la falta de trabajo, por las insuficiencias en educación, salud, vivienda, por el desinterés de quienes, pudiendo ayudaros, no lo hacen; ella se solidariza con vosotros cuando os ve padecer hambre, frío, abandono. ¿Qué madre no se conmueve al ver sufrir a sus hijos, sobre todo, cuando la causa es la injusticia? ¿Quién podría criticar esta actitud? ¿Quién podría interpretarla mal?

7. He sabido que entre vosotros, así como en diversos lugares y diócesis del país surgen Comunidades eclesiales de base, las cuales “deben ser destinatarias especiales de la evangelización y al mismo tiempo evangelizadoras” (Evangelii Nuntiandi EN 58). Tales comunidades, para que correspondan a su verdadera identidad, deben ser un lugar de encuentro y fraternidad, y deben nacer del deseo de vivir intensamente la vida misma de la Iglesia en un contexto de relación más humana, más de familia. En su seno debe acogerse la Palabra de Dios tal como la transmite la Iglesia y también en su seno corresponde celebrar, en una perspectiva de fe, los acontecimientos que jalonan la peregrinación hacia la casa del Padre.

Estas Comunidades han nacido, con frecuencia, como fruto de una Misión, de un grupo de catequesis familiar, de la celebración del Mes de María –bella y fecunda tradición de la religiosidad popular chilena–, de círculos bíblicos, de la búsqueda de solución a los problemas de la vida diaria en las poblaciones, y de tantas otras manifestaciones de la auténtica vitalidad propia de la Iglesia.

Como compromiso eclesial concreto, exhorto a todos a una mayor profundización de la vida cristiana, a un conocimiento más hondo de la fe católica, a una vida personal y familiar más coherente con la fe que se profesa, a la participación frecuente y activa en la vida litúrgica de la Iglesia, a un estilo de vida más marcado por la fraternidad y el sentido de comunidad.

590 Para que el surgimiento de las Comunidades eclesiales de base sea una fuerza revitalizadora del auténtico dinamismo de la Iglesia en Chile, es necesario que mantenga siempre una clara identidad eclesial. Esto supone, ante todo, estar en íntima unión con el obispo diocesano y sus colaboradores: supone desarrollar y hacer propias las enseñanzas del Magisterio auténtico de la Iglesia, del Papa y de los obispos; y supone evitar cuidadosamente toda tentación de encerrarse en sí mismas, lo que las llevaría fatalmente a renunciar a algo tan esencial como es la proyección universalista y misionera que debe caracterizar a cualquier iniciativa que se precie de ser católica. Esta identidad eclesial requiere, finalmente, que las Comunidades eclesiales de base eviten la tentación de identificarse con partidos o posiciones políticas que pueden ser muy respetables, pero que no pueden pretender ser la única expresión válida de la proyección evangélica sobre la vida y opciones políticas del país.

Por el contrario, es prenda fehaciente de que dichas Comunidades son auténticamente eclesiales, cuando la Palabra de Dios es la que congrega a los fieles y les impulsa a reflexionar sobre ella para proyectarla; cuando la maduración de la fe se hace partir de una catequesis seria y vivencial; cuando la Eucaristía es el centro de la vida y la comunión de sus miembros; cuando las relaciones interpersonales se dan en la fe, la esperanza y el amor; cuando la comunión con los Pastores es inquebrantable; cuando el compromiso por la justicia está presente en la realidad de sus ambientes; cuando sus miembros son sensibles a la acción del Espíritu que suscita permanentemente carismas y servicios en el interior de la Comunidad y para la Iglesia universal (Evangelii Nuntiandi
EN 58 Puebla, 640-642).

8. A la vista de tantas manifestaciones de vitalidad de vuestras comunidades, deseo exhortaros igualmente a reforzar los lazos de vuestra solidaridad; una solidaridad que tenga su fundamento último en los principios de vuestra fe cristiana. Vienen a mi mente las palabras de los obispos latinoamericanos reunidos en Puebla de los Ángeles: “ Es conmovedor sentir en el alma del pueblo la riqueza espiritual desbordante de fe, esperanza y amor. En este sentido, América Latina es un ejemplo para los demás continentes y mañana podrá extender su sublime vocación misionera, más allá de sus fronteras ” (Nuntius Episcoporum Americae Latinae in urbe «Puebla», 3). Estoy seguro de que será imposible que en vuestros corazones se apague la esperanza. En efecto, la visión optimista de la vida que os hace, aun en medio de la pobreza, capaces de celebrar, de reír, de gozar en las alegrías sencillas de cada día, no proviene de la irresponsabilidad o de la ignorancia. ¡No! Ella tiene una sola explicación: vuestra profunda fe cristiana. Nace de vuestro amor a Cristo y del acatamiento de sus enseñanzas. Es la alegría que Cristo ha comunicado a sus discípulos cuando declaraba: “ Os he dicho estas cosas para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea pleno ” (Jn 15,11).

9. Hace pocos días se cumplieron veinte años de la publicación de la Encíclica del Papa Pablo VI sobre el desarrollo de los pueblos, la Populorum Progressio. No sin dolor tenemos que reconocer que aquella voz profética sigue resonando en el mundo sin que haya encontrado una respuesta adecuada. Por eso, hoy, aquí, en este continente de la esperanza, en medio de vosotros, pobladores de Santiago, quiero repetir a todos los hombres y mujeres de buena voluntad de América Latina y del mundo, las palabras de Pablo VI, con el mismo espíritu con que fueran por él propuestas: “Que los individuos, los grupos sociales y las naciones se den fraternalmente la mano; el fuerte ayudando al débil a levantarse, poniendo en ello toda su competencia, su entusiasmo y su amor desinteresado. Más que nadie, el que está animado de una verdadera caridad es ingenioso para descubrir las causas de la miseria, para encontrar los medios de combatirla, para vencerla con intrepidez” (Populorum Progressio, 75.

La Iglesia, consciente de que todos formamos una familia, la gran familia de los hijos de Dios, repite su llamada para que cada uno desde su posición social, desde su ambiente, utilizando los medios a su alcance, grandes o pequeños, se empeñe en desterrar de vuestra tierra todas las causas de la pobreza injusta. Colaborad en la construcción de un mundo más justo y fraterno que tenga sus fundamentos “en la verdad, establecido de acuerdo con las normas de la justicia, sustentado y henchido por la caridad y. finalmente, realizado bajo los auspicios de la libertad” (Pacem in Terris PT 167).

10. Al concluir este discurso, que me ha permitido compartir con vosotros el gozo de sentir que Dios manifiesta sus misterios a los sencillos de corazón, y en el que hemos meditado también sobre la solicitud materna de la Iglesia hacia todos sus hijos, es justo destacar que, de entre sus miembros, nadie inspira ese amor con mayor intensidad que la Madre de Dios, la Santísima Virgen María. Vosotros esto lo sabéis, pues el amor a la Virgen forma parte de vuestra alma y nadie podrá arrebataros este patrimonio. ¡Que la Virgen del Carmen, Reina de Chile, os haga sentir ahora y siempre su amor maternal! ¡Que Ella vuelva hacia vosotros sus ojos misericordiosos y os dé a Jesús!

A todos bendigo de corazón y en modo particular a los niños, a los ancianos, a los enfermos, a los que sufren.



VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA

MISA PARA LAS FAMILIAS



Aeropuerto de Valparaíso

Jueves 2 de abril de 1987



Amados hermanos en el Episcopado,
autoridades,
591 queridos hermanos y hermanas en Cristo:

«Bendito eres, Dios de nuestros padres,
y bendito por los siglos tu nombre santo y glorioso» (
Tb 8,5).

1. Bajo la mirada bondadosa y propicia de la Sagrada Familia de Nazaret saludo cordialmente, junto con el Pastor de esta Iglesia local, a todas las familias aquí reunidas de Valparaíso, de Viña del Mar, de Santiago y de tantas otras localidades de esta querida tierra chilena. Asimismo doy mi bienvenida a los demás obispos de las diócesis vecinas, a los sacerdotes, religiosos y personas consagradas, laicos, gente del mar, de la ciudad y del campo.

2. Acabamos de escuchar las palabras que Tobías y Sara su esposa dirigieron, en un trance particular de su vida, al Dios de sus padres, alabándolo y adorándolo. Dios quiera que este himno de adoración y de gloria se siga cantando por siempre en vuestra patria y en vuestros hogares.

Hemos escuchado también cómo aquella pareja de recién casados, Tobías y Sara, reconocían gozosamente que Dios ha creado al hombre, varón y mujer, Adán y Eva, para que fueran sustento y ayuda mutua en el amor y para que, gracias a su fecundidad se propagara el género humano (cf Tb 8,6). De este modo, todos los pueblos y naciones de la tierra son deudores a la institución familiar. A la familia debe la sociedad su propia existencia. La familia es el ambiente fundamental del hombre, puesto que ella aparece unida al mismo Creador en el servicio de la vida y del amor. Así podemos comprender que «el futuro de la humanidad se fragua en la familia» (Familiaris consortio FC 86).

De nuevo, pues, y con los ojos puestos en la Sagrada Familia de Jesús, María y José, doy la bienvenida a todas y a cada una de las familias reunidas en esta ciudad de Valparaíso, y a todas las familias de Chile, espiritualmente unidas a nuestra celebración eucarística. Es para mí un motivo de inmensa alegría encontrarme con vosotros como testigo y Vicario de Cristo, para proclamar la extraordinaria y misteriosa riqueza de su gozoso mensaje sobre el matrimonio y la familia.

3. La lectura evangélica nos narra la primera subida de Jesús a Jerusalén cuando tenía doce años, con María y José, para celebrar la fiesta de la Pascua. Tal como nos cuenta San Lucas, los padres de Jesús no se dieron cuenta de que éste se había quedado en Jerusalén, terminada la fiesta; sólo después de una jornada de viaje se percataron de su ausencia; volvieron presurosos a la ciudad y hallaron a Jesús en el templo en medio de los doctores de la ley: «los escuchaba y les preguntaba» (Lc 2,46). Podemos imaginarnos la preocupación de María y de José durante las interminables horas que precedieron al hallazgo de Jesús. ¡No encontraban a su hijo y desconocían las razones profundas de aquel « extravío »!

¿Por qué no pensar que esta preocupación de María y José es semejante a tantas angustias e inquietudes de los padres y madres de todas las épocas? Recordad, queridos padres, cuántas veces vosotros mismos habéis vivido preocupaciones parecidas. Esta preocupación nace del amor entrañable de los padres por sus hijos, y hace madurar este mismo amor uniendo más profundamente a los esposos. En esa misma preocupación se pone de manifiesto una responsabilidad salvífica que confiere a todo amor esponsal y familiar una dignidad y sublimidad particulares.

4. En la celebración eucarística, se renueva el don inefable del amor de Cristo y se hace presente, aquí y ahora, en forma sacramental, el único sacrificio de la Nueva Alianza, desposorio de Cristo con su Iglesia, presentado por San Pablo como fuente inagotable que alimenta el amor conyugal de los cristianos (cf Ep 5,25-32) . Vuestras legítimas preocupaciones por los hijos, las alegrías, dificultades y renuncias anejas a la convivencia, y en general a toda la vida de familia, encuentran en la Eucaristía una fuente de luz.

En efecto, el misterio del amor esponsal de Cristo penetra más y más en cada persona que recibe asiduamente el sacramento de la Eucaristía. Entre vosotros, esposos, y Cristo existe ya la comunión de amor indisoluble por medio del sacramento del matrimonio, con el que ha sido sellado vuestro hogar para convertirse en célula fundamental de la sociedad humana y cristiana. La celebración eucarística, «fuente y cumbre de toda la vida cristiana » (Lumen gentium LG 11), os hace crecer en el amor de Cristo, incorporándoos cada vez más a su Alianza íntima, y os da fuerza para seguir recreando el amor y la vida nueva para la salvación del mundo.

592 El amor en el hogar ha de saber valorar a cada miembro de la familia por lo que es y por lo que hace, más que por lo que tiene. Y es así como de la experiencia de este amor eminentemente personal y comunitario, nace a su vez la conciencia de la dignidad propia de cada persona. Esta misma experiencia, que va adquiriendo densidad en la familia, a medida que se va reforzando el amor mutuo y generoso, viene a ser también punto de partida para reconocer y respetar la dignidad de los demás y, por lo mismo, para ejercitarse en las demás actitudes y virtudes que capacitan al hombre para construir una sociedad solidaria y fraterna. He ahí que la familia se convierte en la « escuela de humanidad más completa y más rica », (Familiaris consortio FC 21) a la vez que «constituye el fundamento de la sociedad» (Gaudium et spes GS 52)

5. Permitidme ahora repetir ese hermoso fragmento de la oración que los jóvenes esposos, Tobías y Sara, elevaron al Señor el mismo día de sus bodas, y que nosotros acabamos de escuchar: «Dios de nuestros padres ... Tú hiciste a Adán del barro de la tierra y le diste a Eva como ayuda. Ahora, Señor, Tú sabes: si yo me caso con esta hija de Israel no es para satisfacer mis pasiones, sino para fundar una familia en la que se bendiga tu nombre por siempre» (Tb 8,5-8).

Esa es la verdadera oración de los esposos: una oración impregnada de la presencia divina, que es tarea indicadora de la vocación del hombre y de la mujer al matrimonio, y constructora de la vida familiar. Una plegaria semejante debería acompañar toda vuestra vida, porque, como dice el Salmo interleccional que hemos cantado: «Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles» (Ps 127,1).

Ese es precisamente vuestro objetivo: construir la casa como hogar de una comunidad humana que es la base y la célula de toda la sociedad. Incluso «la Iglesia encuentra su cuna en la familia, nacida del sacramento» (Familiaris consortio FC 15). Pero se trata de una casa y un hogar verdadero, donde mora el amor recíproco de los esposos y de los hijos. De esta manera vuestra casa será también «la morada de Dios entre los hombres» (Ap 21,3), la Iglesia doméstica (Lumen gentium LG 11).

6. He venido entre vosotros como peregrino y Pastor, para repetir a las familias chilenas un llamado urgente: «¡Familia, sé lo que eres!» (Familiaris consortio FC 17). ¡Familia, descubre tu identidad de ser « íntima comunidad de vida y de amor», con «la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo del amor de Dios y del amor de Cristo por la Iglesia su Esposa» (Familiaris consortio FC 17). He venido para deciros que la familia es el punto de apoyo que la Iglesia necesita hoy, también en Chile, para encaminar el mundo hacia Dios y para devolverle la esperanza que parece haberse difuminado ante sus ojos. En la familia cristiana se muestra claramente cómo «la Iglesia es el corazón de la humanidad» (Dominum et vivificantem DEV 67) ,puesto que «el futuro del mundo y de la Iglesia pasa a través de la familia» (Familiaris consortio FC 75) y se fragua en ella. Bien lo decía San Agustín con su certera intuición: La familia es «el vivero de la ciudad» (San Agustín De Civitate Dei, XV, 15: PL 41, 459), quiere decirse la sociedad.

Es verdad que son muchos los problemas que hoy se plantean a esta institución básica. Algunos son urgentes y muy delicados, ya que comportan la decidida aplicación, en vuestro ambiente cultural y social, de la doctrina cristiana sobre el matrimonio. A este respecto no olvidéis que el punto de referencia ha de ser siempre la verdad revelada tal como la profesa la Iglesia, y su Magisterio la enseña. «Nadie puede edificar la caridad, si no es en la verdad. Este principio vale tanto para la vida de cada familia como para la vida y acción de los Pastores que se propongan servir a las familias ... Las funciones de la familia cristiana, cuya esencia es la caridad, sólo puede realizarse si se vive plenamente la verdad .. Es la verdad la que abre el camino hacia la santidad y la justicia» Homilía de la misa de clausura del V Sínodo de los obispos, 25 de octubre de 1980). De esta verdad sale garante el Magisterio de la Iglesia, consciente de que se trata de un servicio primordial a la familia y a la sociedad misma.

Hemos de descubrir en esa enseñanza de la Iglesia algo más que unas normas externas, puesto que en ella se encierra el misterioso designio de Dios sobre los esposos, llamados a ser colabora-dores de su amor creador, a la vez que recorren un camino de santidad personal, de testimonio y evangelización para el mundo. El Concilio Vaticano II definió a la familia como la «escuela del más rico humanismo» (Gaudium et spes GS 52). La familia es el lugar más sensible donde todos podemos poner el termómetro que nos indique cuáles son los valores y contravalores que animan o corroen la sociedad de un determinado país.

En este contexto se comprende mejor cómo «las familias, tanto solas como asociadas, pueden y deben dedicarse a obras de servicio social, especialmente en favor de los pobres» (Familiaris consortio FC 44). Por esto —como indicaba en la Exhortación Apostólica Familiaris consortio—, «la función social de las familias está llamada a manifestarse también en la forma de "intervención política", es decir, las familias deben ser las primeras en procurar que las leyes y las instituciones del Estado no sólo no ofendan, sino que sostengan y defiendan positivamente los derechos y los deberes de la familia. En este sentido las familias deben crecer en la conciencia de ser "protagonistas" de la llamada "política familiar", y asumirse la responsabilidad de transformar la sociedad» (Familiaris consortio FC 44).

He aquí un motivo ulterior para que la familia adquiera conciencia de estar llamada a salvar y cultivar la esperanza a través del amor, a formar hombres en ese mismo amor, de modo que esté abierto a la comunidad social y movido por un sentido de justicia y de respeto hacia los demás.

8. Queridos esposos y esposas de Chile: Vuestra misión en la sociedad y en la Iglesia es sublime. Por eso habéis de ser creadores de hogares, de familias unidas por el amor y formadas en la fe. No os dejéis invadir por el contagioso cáncer del divorcio que des-troza la familia, esteriliza el amor y destruye la acción educativa ele los padres cristianos. No separéis lo que Dios ha unido. (cf Mt 19,6).

En la unión conyugal el amor debe ser genuino, es decir, «plenamente humano, total, exclusivo y abierto a una vida nueva» (Humanae vitae HV 9,11). En un mundo en que tantas veces vemos un amor falsificado y contrahecho de mil maneras, la Iglesia considera como uno de los deberes más apreciados y urgentes para la salvación del mundo, el « testimonio de inestimable valor de la indisolubilidad y fidelidad matrimonial» (Familiaris consortio FC 20). El amor va unido intrínsecamente a la vida, se orienta hacia la vida. Por esto la familia es « intima comunidad de vida y de amor» (Gaudium et spes GS 48 Familiaris consortio FC 17) .Cuando el amor conyugal es auténtico, se constituye en imitación del amor de Cristo que «amó hasta el extremo» (Jn 13,1).

593 Frente a una «mentalidad contra la vida» (Familiaris consortio FC 30), que quiere conculcarla desde sus albores, en el seno materno, vosotros, esposos y esposas cristianos, promoved siempre la vida, defendedla contra toda insidia, respetadla y hacedla respetar en todo momento. Sólo de este respeto a la vida en la intimidad familiar, se podrá pasar a la construcción de una sociedad inspirada en el amor y basada en la justicia y en la paz entre todos los pueblos.

9. Volvamos nuevamente al texto evangélico que ha sido proclamado durante esta celebración eucarística. En él encontramos unas palabras maravillosas y concisas que resumen la vida de la Sagrada Familia en Nazaret, las cuales indican el estilo de vida escondida que llevaba el Hijo de Dios, como Hijo del hombre, junto a María y a José: «Bajó con ellos y vino a Nazaret, y les estaba sujeto, y su madre conservaba todo esto en su corazón. Jesús crecía en sabiduría y edad y gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2,51-52).

¡Qué denso contenido el de estas breves frases del Evangelio de San Lucas! ¡Sagrada Familia de Nazaret! 'Haz que la vida de todas las familias chilenas se parezca a ti. Que adquiera profunda madurez humana y cristiana; que se deje penetrar por aquella hermosura espiritual que nace del amor y que se expresa en la solicitud, servicio, ayuda al prójimo.

Considerando, pues, la misión de la Iglesia en el mundo de hoy, se percibe la extraordinaria importancia de la familia y la urgencia de actualizar una pastoral familiar que ilumine y acompañe a los jóvenes esposos y también a las novios durante su preparación al matrimonio. Por esto, deseo felicitar al Episcopado chileno, por su fecundo ministerio, particularmente durante los últimos años, en el terreno de la pastoral familiar. Desde la creación de la Comisión nacional de Pastoral familiar en 1979, se ha promovido la creación de comisiones diocesanas en todo el país, y se han organizado numerosos encuentros nacionales, cursos y «Semanas de la Familia». Por otra parte, la familia ha sido colocada entre las principales prioridades de la actividad pastoral en Chile. Quiero también agradecer vivamente a los sacerdotes y a todos los catequistas, formadores v responsables de movimientos dedicados al cultivo de la espiritualidad matrimonial, así como a las llamadas « catequesis familiares », el valioso aporte que prestan en el difundir la gozosa vivencia de las verdades sobre la familia y la vida cristiana en general.

10. Permitidme que resalte todavía un punto básico de la vida familiar, que se refiere a la educación de los hijos para que sepan descubrir su propia vocación. El mismo texto evangélico de San Lucas, que hemos escuchado, nos ayudará a la reflexión. Efectivamente, antes de que María y José regresaran a Nazaret, en el preciso momento del encuentro con Jesús en el templo de Jerusalén, su Madre le preguntó con cierta angustia: «Hijo, ¿por qué has obrado así con nosotros? Mira que tu padre y yo, apenados, andábamos buscándote. Y El les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es preciso que me ocupe de las cosas de mi Padre?» (Lc 2,48-49).

Jesús hablaba de su Padre del cielo. Sólo Jesucristo podía dar una respuesta semejante, puesto que toda su vida estaba marcada icor la conciencia de la misión mesiánica recibida del Padre, que era misión de redimir el mundo, amando a todos los hombres sin excepción hasta dar la vida en sacrificio por cada uno de ellos.

Se puede decir que todo hijo e hija, con el correr del tiempo, llega al discernimiento de su propia vocación, que vendrá a ser el camino de su vida, como encargo o misión recibida de Dios para transformar la propia existencia en una donación a Dios y a los hermanos. El camino de cada uno es irrepetible. Nadie puede suplir a los demás en la misión que cada uno ha recibido de Dios.

¡Padres y madres! A veces esta vocación es de una total y exclusiva donación al ministerio eclesial o a la consagración en la vida religiosa. Sabed discernir esa vocación, respetadla y colaborad a su realización.

Ojalá que vuestros hogares sean una auténtica escuela de fe, un lugar de oración, una comunidad que participa gozosa en las celebraciones litúrgicas y sacramentales, de suerte que, por el hecho de compartir esas experiencias de Cristo, se convierta en un pequeño Cenáculo con María desde donde parten apóstoles del Evangelio y servidores de las necesidades de los hermanos.

Durante la preparación a esta visita pastoral, centenares de miles de hogares chilenos, acogieron en sus casas el « altar familiar » como un medio para revitalizar la oración en familia. Que esa hermosa práctica continúe y que se recupere el rezo del santo Rosario en familia, como fue costumbre en los hogares de vuestros mayores.

11. Dentro de pocos momentos, vais a renovar vuestras promesas matrimoniales. Seguidamente ofreceréis algunos dones que simbolizan la vida familiar, entre los que no va a faltar una imagen de la Virgen, venerada en el santuario de Lo Vásquez. Y precisamente esa imagen va a ser presentada por dos jóvenes que representan a todos vuestros hijos. Que todo ello sea prenda de una renovación de la vida familiar.

594 «Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles» (Ps 1).

¡Familia chilena!

Gracias porque también tú quieres ser mensajera de vida. Gracias por tu compromiso cristiano manifestado en la «Campaña del altar familiar».

Cree siempre en el amor y defiende la vida.

No cedas a las tentaciones del egoísmo o de la violencia. Abre de par en par las puertas de tu casa a Cristo.

A la Virgen María, presente en todos los corazones y en todos los hogares chilenos, encomiendo vuestros propósitos de fidelidad y de renovación. Ella os acompañará para hacer de cada hogar un templo donde reine Dios Amor.

Con esta esperanza imparto mí Bendición Apostólica a todas las familias de Valparaíso y de Chile, especialmente a los niños, a los ancianos y a los enfermos.



B. Juan Pablo II Homilías 587