B. Juan Pablo II Homilías 614


VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA

CELEBRACIÓN DE LA PALABRA CON LOS CAMPESINOS Y LOS INDÍGENAS



Temuco (Chile) - Domingo 5 de abril de 1987



Alabado sea Jesucristo!

Queridos hermanos y hermanas:

615 1. Mi corazón se siente feliz al encontrarme hoy con los habitantes de La Frontera en esta ciudad de Temuco, y presidir esta celebración de la Palabra junto a vuestros Pastores, el señor obispo de Temuco y el vicario apostólico de la Araucanía, con los otros hermanos en el Episcopado y con tantos sacerdotes que con generosa entrega ejercen su ministerio entre vosotros. En esta tierra de la Araucanía, de la espiga y del copihue, es una gran dicha para mí compartir con los presentes esta celebración de fe y de amor. En modo particular me alegro de saludar al pueblo mapuche, que cuenta con su lengua, su cultura propia y sus tradiciones peculiares como valores característicos dentro de la nación chilena.

Mi afecto y mi palabra quisiera abrazar en este día, de un modo especial, a todos los campesinos de Chile, que con su trabajo abnegado contribuyen al bien común de todos los chilenos y que encarnan en su vida tantos valores humanos y cristianos.

2. El mensaje del Papa se dirige a todos, porque todos, por encima de cualquier diferencia étnica o cultural, sois hijos de Dios; porque, como nos dice San Pablo, todos habéis sido igualmente “elegidos de Dios” (
Col 3,15) llamados a formar un solo Cuerpo, que es la Iglesia (cf. ibíd.). Como afirma el mismo Apóstol, refiriéndose a los pueblos y categorías de su tiempo, en Cristo “no hay griego y judío; circuncisión e incircuncisión; bárbaro, escita, esclavo, libre, sino que Cristo es todo y en todos” (Ibíd. 3, 11).

La fe, queridos hermanos y hermanas, supera las diferencias entre los hombres. La fe da vida a un nuevo pueblo: el pueblo de los hijos de Dios. Sin embargo, aun superando las diferencias, la fe no las destruye sino que las respeta. La unidad de todos nosotros en Cristo no significa, desde el punto de vista humano, uniformidad. Al contrario, la Iglesia, la familia de Dios, de la que todos enriquecida al acoger la múltiple diversidad y variedad de todos sus miembros.

Por eso, el Papa, hoy desde Temuco, alienta a los mapuches a que conserven con sano orgullo la cultura de su pueblo: las tradiciones y costumbres, el idioma y los valores propios. El hombre es imagen y semejanza de Dios: por esto mismo, el amor de Cristo a los hombres alcanza también a todas las múltiples formas en las que el hombre se expresa conforme a esa imagen y semejanza. Al defender vuestra identidad, no sólo ejercéis un derecho, sino que cumplís también un deber: el deber de transmitir vuestra cultura a las generaciones venideras, enriqueciendo, de este modo, a toda la nación chilena, con vuestros valores bien conocidos: el amor a la tierra, el indómito amor a la libertad, la unidad de vuestras familias.

Sed conscientes de las ancestrales riquezas de vuestro pueblo y hacedlas fructificar. Sed conscientes, sobre todo, del gran tesoro que, por la gracia de Dios, habéis recibido: vuestra fe católica.

A la luz de la fe en Cristo, lograréis que vuestro pueblo, fiel a sus legítimas tradiciones, crezca y progrese tanto en lo material como en lo espiritual, difundiendo así los dones que Dios le ha otorgado. Iluminados siempre por la fe en Cristo, veréis en los demás hombres, por encima de cualquier diferencia de raza o cultura, a hermanos vuestros, y los sabréis comprender y querer. La fe agrandará vuestro corazón para que quepan en él todos los hombres, especialmente quienes forman parte con vosotros de la nación chilena; a su lado y en unión con ellos habéis de trabajar sólidamente en favor de la patria y del bien común. Y esa misma fe llevará a todos los chilenos a amaros, a respetar vuestra idiosincrasia y a unirse con vosotros en la construcción de un futuro en el que todos sean parte activa y responsable, como corresponde a la dignidad humana y cristiana.

3. En la lectura de la Carta a los Colosenses que hace poco hemos escuchado, el Apóstol nos pide, en nombre de Cristo: “despojaos del hombre viejo con sus obras” (Col 3,9), a la vez que nos manda: “revestíos del hombre nuevo” (Ibíd. 3, 10).

¿Quiénes son este hombre viejo y este hombre nuevo de los que nos habla San Pablo? Hombre viejo es el hombre que no ha sido renovado por Cristo, el que aún se deja dominar por el pecado, por las pasiones y los vicios; el que vive según la carne, no según el espíritu (cf. Rm Rm 8,8). Hombre nuevo, en cambio, es aquel cuyas obras son agradables al Señor, porque son conformes a la condición de hijo de Dios; es decir, un hombre consciente de que en el bautismo ha nacido a una vida nueva y vive en la amistad con su Padre Dios.

Viejo y nuevo son dos modos de vida que difícilmente pueden convivir en una misma persona. Ya en el bautismo hemos abandonado ese hombre viejo, pero las consecuencias del pecado original y de los pecados personales se dejan sentir en nuestro ser y en nuestro actuar. Por ello, esforzaos por eliminar de vuestras vidas cuanto os aparte de Dios y de los hermanos. Rechazad el odio y el rencor, las divisiones y los enfrentamientos, el alcoholismo, la droga, el ocio, la pereza, los desórdenes familiares, la infidelidad matrimonial, la falta de solidaridad con los problemas de los demás y todo cuanto se opone al gran mandamiento del amor a Dios y al prójimo. Por el contrario, revestíos de Cristo, esto es, “revestíos de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro... y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección” (Col 3,12-14).

4. Amados hermanos y hermanas, sé que en la vida de los campesinos chilenos, y en particular en la del querido pueblo mapuches existen muchas dificultades y problemas. No pocas veces habéis sido objeto de injusticias y marginaciones. Recordad que en los tiempos lejanos de la conquista hubo sacerdotes, entre los que destaca la figura venerable de fray Diego de Medellín, que elevaron su voz para hacer presente ante el Rey de España los atropellos de que eran objeto los indígenas. También hoy la Iglesia os quiere decididamente apoyar en vuestras demandas de respeto a vuestros legítimos derechos, sin dejar por ello de recordaros igualmente vuestros deberes.

616 Por otra parte, no os dejéis seducir por quienes os ofrecen soluciones tentadoras e ilusorias a vuestros problemas, como son las del odio y la violencia, o la del abandono injustificado del campo y de sus valores propios, para encontraros a menudo con una vida aún más precaria y difícil en las ciudades. En ocasiones, vosotros mismos habéis denunciado que se pretende instrumentalizar políticamente vuestra situación, o que personas sin escrúpulos os hacen objeto de su afán de lucro, olvidando vuestra dignidad y vuestros derechos.

No se me ocultan tampoco los problemas relacionados con la tenencia de la tierra, la seguridad social, el derecho de asociación, la capacitación agrícola, la participación de los hombres del campo en los diversos aspectos de la vida nacional, la formación integral de vuestros hijos, la educación, la salud, la vivienda y tantas otras cuestiones que os preocupan.

Algunos de estos problemas se hacen particularmente preocupantes en el pueblo mapuche, sobre todo los relacionados con las tierras de quienes se llaman precisamente “hombres de la tierra”, y con la conservación y promoción de su propio acervo cultural.

Mas, no os dejéis abatir ni os atemoricéis por las dificultades, queridos campesinos y mapuches. En primer lugar, sed realistas. Veréis así los muchos motivos de esperanza que también hay en el área rural chilena. Vuestros valores y actitudes de hombres del campo, como son la sabiduría, característica de los que trabajan la tierra con sus manos y viven en contacto con la naturaleza, la capacidad de ser agradecidos y compartir con los demás, la sencillez de vuestras costumbres, la piedad popular con tantas manifestaciones antiguas y nuevas, el sentido de familia y tantas otras cualidades buenas que tenéis, son un tesoro que habéis de conservar y hacer fructificar en bien de toda la comunidad nacional. Además, no faltan las iniciativas prometedoras que, a todos los niveles, se esfuerzan por mejorar las condiciones de la vida rural.

Sin embargo, más allá de estos motivos que os permiten mirar confiadamente al futuro, llenaos de la esperanza cristiana en Dios, nuestro Padre. No se trata sólo de la esperanza en el cielo, sino también en esta vida, que es camino para la eterna. No dudéis que a todos vosotros se dirigen las palabras de San Pablo: “Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados” (
Col 3,12). No olvidéis, pues, que cada persona, cada hombre y cada mujer, cada joven, cada niño, cada anciano es un elegido de Dios, un ser al que Dios hace objeto de su amor infinito.

“Y que la paz de Cristo presida vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo Cuerpo” (Ibíd., 3, 15). No permitáis que el temor, el desaliento, el rencor, la tristeza, se apoderen de vuestros corazones. “Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros” (Col 3,13), nos exhorta San Pablo. No dejéis que prevalezca en vosotros el hombre viejo; por el contrario, “revestíos del amor” (Ibíd., 3, 14). Ese amor, que os llevará a saber perdonar y que os dará la fuerza para que cada uno se empeñe seriamente en superarse y vencer los obstáculos.

A veces os puede asustar la idea de que el amor no es la solución adecuada a vuestros problemas urgentes, y quizá sintáis la tentación del conformismo pasivo, dejando que otros resuelvan las dificultades que, según os parece, superan vuestras fuerzas; o también del inconformismo violento como vía para oponerse a las injusticias. Ante tales tentaciones, el Papa os repite que el amor vence siempre. Poned como fundamento de vuestras vidas el amor, la paz de Cristo. Un amor y una paz, insisto, que no pueden quedar inoperantes, que no son pasivos, sino que se manifestarán en iniciativas, actividades, obras de solidaridad en favor de vuestro pueblo y de las justas reivindicaciones.

5. “La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría, cantad agradecidos a Dios en vuestros corazones con salmos, himnos y cánticos inspirados” (Ibíd., 3, 16). Estas son las exhortaciones que San Pablo dirigía a los cristianos de Colosas y que sintetizan el programa del cristiano como hombre nuevo. Os invito a cada uno a conservar siempre la Palabra de Cristo, sus enseñanzas y mandamientos, para que guíen vuestras vidas.Que la Palabra de Cristo “habite en vosotros con toda su riqueza” (Ibíd.), de modo que ilumine siempre vuestro actuar, también cuando se trata de buscar solución a las cuestiones laborales y sociales. Descubrid la Palabra de Cristo en toda su riqueza. Para ello, “instruíos y amonestaos con toda sabiduría” (Ibíd.), acudiendo a los medios que la Iglesia y vuestros Pastores ponen a vuestro alcance: la catequesis para jóvenes y adultos, la preparación para la recepción de los sacramentos, las actividades apostólicas, los grupos de oración y tantas otras iniciativas de promoción y vida cristiana.

“Cantad agradecidos a Dios en vuestros corazones con salmos himnos y cánticos inspirados” (Col 3,16). Participad, con ánimo agradecido a Dios, en las celebraciones litúrgicas en vuestras parroquias y capillas, especialmente en el sacrificio de la Misa, para alabar a Dios Uno y Trino y confiarle las necesidades vuestras y de vuestras familias. Acercaos con frecuencia a la confesión, que es el sacramento del perdón y de la misericordia de Dios. “Cantad agradecidos a Dios en vuestros corazones” (Ibíd.), nos repite San Pablo. Practicad, bajo la guía de vuestros Pastores, las devociones cristianas que a lo largo del tiempo han venido a formar parte de la vida espiritual de vuestro pueblo, especialmente el rezo del Santo Rosario; de esta forma, agradaréis a Nuestro Señor, obtendréis mucho bien para vuestras comunidades, y haréis que estén siempre vivas y actuales las manifestaciones de religiosidad popular aprobadas por la Iglesia.

6. Quiero detenerme ahora en algunas consideraciones la actividad que principalmente os ocupa, la misma que realizan millones de hombres de todo el mundo y la mayor parte de los habitantes de la Araucanía: el trabajo del campo. Vuestro trabajo, como he querido poner de relieve en otras ocasiones, es un quehacer noble y que ennoblece, pues os lleva a colaborar con Dios creador y a servir a los demás hombres. En efecto, con vuestra habilidad y esfuerzo continuáis la obra de la creación, haciendo que la tierra produzca los frutos que servirán de alimento a los hombres, a vuestras familias y a la comunidad.

Sin embargo, no es infrecuente que la sociedad no haga patente su reconocimiento a la dignidad de vuestro esfuerzo, ya que, mientras privilegia otros tipos de actividad laboral, no remunera suficientemente la vuestra. Como he afirmado en mi Encíclica sobre el trabajo, es preciso “volver a dar a la agricultura –y a los hombres del campo– el justo valor como base de una sana economía, en el conjunto del desarrollo de la comunidad social” (Laborem Exercens LE 21). Secundad vosotros este deseo del Papa, aunando vuestro esfuerzo solidario y pacífico para que la sociedad reconozca vuestros legítimos derechos. No cedáis ante las dificultades; al contrario, creceos ante ellas, buscando, entre todos, los medios legítimos para vencerlas. Esto ciertamente exigirá de vuestra parte empeño y sacrificio; os llevará a intensificar más vuestra formación humana y profesional; os empujará a trabajar más y mejor; os hará ser cada vez más solidarios entre vosotros y con todos los sectores laborales de la nación. Así lograréis, para vosotros y para vuestros hijos, un futuro más digno, y sobre todo imitaréis la vida de trabajo de Jesús, el “hijo del artesano” (Mt 13,55).

617 Por todo ello, deseo dirigirme a las instancias responsables en el ámbito de la agricultura chilena, para invitarles a poner todos los medios a su alcance en orden a aliviar los problemas que hoy aquejan al sector rural, de tal manera que los hombres y las mujeres del campo y sus familias puedan vivir del modo digno que corresponde a su condición de trabajadores agrícolas y de hijos de Dios.

A los empresarios agrícolas, quiero manifestarles mi aprecio por la tarea que desempeñan y. a la vez, pedirles encarecidamente un renovado esfuerzo, aun a costa de sacrificios, en la promoción humana y cristiana de la vida en el campo chileno. Haced lo posible para que todos los que trabajan con vosotros se sientan “en lo propio”, buscando formas de participación que les abran un futuro mejor, de acceso progresivo a la propiedad, de mayor formación técnica y cultural, y que les permitan transmitir a sus hijos un patrimonio material, y sobre todo espiritual, que sea la base de su futuro mejor según los principios de la justicia.

7. No puedo terminar este encuentro sin antes dirigirme a mis hermanos obispos, sacerdotes, diáconos, religiosas y religiosos, a los fieles laicos, a cuantos colaboráis en la evangelización de la Araucanía y en la pastoral rural. El Papa, en nombre de Cristo y de la Iglesia, quiere agradeceros vuestra labor como sembradores de la buena semilla del Evangelio en el alma noble del campesino, del mapuche. A todos os dirijo la recomendación de San Pablo: “Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección” (
Col 3,14). Que vuestro trabajo apostólico tenga siempre como fundamento a Cristo, fuente del amor que debe llenar nuestra vida. Revestíos de sentimientos de caridad para comunicar a los hombres, vuestros hermanos, el amor. Seguid los ejemplos preclaros de tantos evangelizadores abnegados que os han precedido, en particular en este obispado de Temuco y en el vicariato apostólico de la Araucanía, confiado al celo infatigable y bondadoso de los padres capuchinos.

“Y todo cuanto hagáis, de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre” (Ibíd., 3, 17). En nombre de Jesucristo sabréis perseverar en vuestra labor de llevar el Evangelio a todos los habitantes de esta tierra.

Queridos campesinos y mapuches, también a vosotros os digo: “revestíos del amor” (Ibíd., 3, 14), Que las palabras de San Pablo resuenen siempre en vuestros corazones y se manifiesten en vuestras vidas. Esta es la petición que os invito a dirigir conmigo a Dios, repitiendo la Colecta de la Misa de este V Domingo de Cuaresma: “Señor, Dios nuestro, te pedimos nos concedas vivir el mismo amor que llevó a tu Hijo a entregarse a la muerte por la salvación del mundo”.

Por la intercesión de Nuestra Madre, Santa María – tan querida y venerada por vosotros – ¡quiera Dios que en el campo chileno se abran surcos renovados para sembrar esperanzas de vida eterna!, y ¡que el amor y la paz de Cristo presidan siempre vuestras vidas! Amén.



VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA

CELEBRACIÓN DE LA PALABRA SOBRE EL TEMA DE LA RELIGIOSIDAD POPULAR


Hipódromo Peñuelas - La Serena (Chile)

Domingo 5 de abril de 1987




Queridos hermanos y hermanas:

1. “En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a las turbas, una mujer de entre el gentío levantó la voz diciendo: ¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron! (Lc 11,27)”.

Esta alabanza a Jesús y a María brota de la fe sencilla de una mujer desconocida. Emocionada en lo más profundo del corazón, ante las enseñanzas de Jesús, ante su figura amable, aquella persona no puede contener su admiración. En sus palabras reconocemos una muestra genuina de la religiosidad popular, siempre viva entre los cristianos a lo largo de la historia.

618 Con gran gozo y con gratitud al Señor, por estar hoy entre vosotros, en esta noble y antigua ciudad de La Serena, saludo con afecto a cuantos participáis en esta celebración de la Palabra, y a todos los habitantes del llamado Norte Chico de Chile que, sin embargo, no deja de ser grande por muchos motivos; en primer lugar por su fe cristiana, de la que son testimonio sus santuarios y que se manifiesta en las peregrinaciones, en las fiestas y bailes religiosos, a los que se une el Norte Grande.

En presencia de estas imágenes veneradas de la Virgen de Andacollo, de la Candelaria y del Carmen, y del Niño Dios de Sotaquí, San Pedro de Coquimbo, San Isidro de Illapel, Cruz de Mayo y ante las demás representaciones de la Madre de Dios que habéis traído para su bendición, el Papa quiere repetir junto con vosotros la misma alabanza de la mujer del Evangelio: “¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!” (
Lc 11,27). ¿No percibimos ahora en estas palabras el coro unido de hombres y mujeres chilenos que, desde el comienzo de la evangelización de vuestra patria, han amado y honrado al Señor y a la Virgen, su Madre? ¿No sentimos el fervor espontáneo que suscita la devoción popular a Maria Santísima, Madre nuestra, que no cesa de interceder por sus hijos?

2. Si, la piedad popular es un verdadero tesoro del Pueblo de Dios. Es una demostración continua de la presencia activa del Espíritu Santo en la Iglesia. Es El quien enciende en los corazones la fe, la esperanza y el amor, virtudes excelsas que dan valor a la piedad cristiana. Es el mismo Espíritu el que ennoblece tantas y tan variadas formas de expresar el mensaje cristiano de acuerdo con la cultura y costumbres propias de cada lugar en todos los tiempos.

En efecto, esas mismas costumbres religiosas, transmitidas de generación en generación, son verdaderas lecciones de vida cristiana: desde las oraciones personales, o de familia, que habéis aprendido directamente de vuestros padres, hasta las peregrinaciones que convocan a muchedumbres de fieles en las grandes fiestas de vuestros santuarios.

De ahí que sea muy digna de elogio la firme voluntad de los obispos de Chile, de fomentar todos los valores de la religiosidad conservados por el pueblo. Por mi parte quiero repetir ante vosotros lo que les dije a ellos en Roma, con ocasión de su última visita “ad limina”: “Es pues, necesario valorizar plenamente la piedad popular, purificarla de indebidas incrustaciones del pasado y hacerla plenamente actual. Esto significa evangelizarla, o sea, enriquecerla de contenidos salvíficos portadores del misterio de Cristo y del Evangelio” (Discurso a los obispos chilenos en visita "ad limina Apostolorum", 19 de octubre de 1984, n 4).

Todas las devociones populares genuinamente cristianas han de ser fieles al mensaje de Cristo y a las enseñanzas de la Iglesia. Por eso habéis de comprender cuán bueno sea que vuestros Pastores, en el cumplimiento de la misión que les ha confiado el Señor, os ayuden a rectificar determinadas prácticas o creencias, cuando sea necesario, para que no haya nada en ellas contrario a la recta doctrina evangélica. Siguiendo con docilidad sus indicaciones, agradáis mucho al Señor y a la Virgen, pues quien oye a los Pastores de la Iglesia, oye al mismo Señor que los ha enviado (cf. Lc Lc 10,16).

La piedad popular ha de conducirnos siempre a la piedad litúrgica, esto es, a una participación consciente y activa en la oración común de la Iglesia. Me consta que, como culminación de vuestras peregrinaciones, procuráis recibir con fruto el sacramento de la penitencia, mediante una sincera confesión de vuestros pecados al sacerdote, el cual os perdona en nombre de Dios y de la Iglesia. Luego asistís a la Santa Misa y recibís la comunión, participando así de ese gran misterio de fe y de amor, el Sacrificio de Cristo, que se renueva por nosotros en el altar.

Estas celebraciones de la Iglesia, hacia las cuales ha de encauzarse dócilmente la religiosidad popular son sin duda alguna momentos de gracia. En ellas, habéis notado seguramente cómo vibra vuestro corazón, a compás con los nobles sentimientos que vuestra oración y vuestra vida elevan a Dios. Que esos momentos de conversión profunda y de encuentro gozoso en la Iglesia, sean cada vez más frecuentes, especialmente para celebrar los sacramentos. Las fiestas de los Patronos de cada lugar, los tiempos de misión, las peregrinaciones a los santuarios, son como invitaciones que el Señor dirige a toda la comunidad –y a cada uno–, para avanzar por el camino de la salvación.

Pero no estéis esperando a que vengan esas grandes festividades: acudid a la Misa dominical, santificando así el día del Señor, dedicado al culto divino, al legítimo descanso y a la vida de familia más intensa. Que en ninguna de vuestras jornadas falten momentos de oración personal o familiar dentro de esa iglesia doméstica que es el propio hogar, para que toda vuestra existencia se vea como inundada por la luz y la gracia de Dios.

3. Entre los múltiples signos indicativos de la piedad cristiana, la devoción a la Virgen María ocupa un lugar destacadísimo, el que corresponde a su condición de ser Madre de Dios y Madre nuestra. Como aquella mujer del Evangelio lanzó un grito de admiración y bienaventuranza hacia Jesús y su Madre, así también vosotros, en vuestro afecto y en vuestra devoción soléis unir siempre a María con Jesús.Comprendéis que la Virgen nos conduce a su divino Hijo, y que El escucha siempre las súplicas que le dirige su Madre. Esa unión imperecedera de la Virgen María con su Hijo es la señal más confidencial y fidedigna de su misión maternal, tal como nos lo demuestran las palabras dirigidas en Caná: “Haced lo que él os diga” (Jn 2,5). María nos exhorta siempre a ser fieles al Evangelio, como Ella lo fue, pues su vida es un testimonio de fidelidad a la palabra y a la voluntad del Padre.

¿Veis cómo la devoción a la Virgen María es un rasgo esencial de la fe y de la piedad cristiana? Es pues natural que esta devoción anide en el alma de este país y que por lo mismo invoquéis a María con expresiones llenas de piedad y de confianza filial porque, además, brotan de los hijos predilectos del Señor: los pobres y sencillos, a quienes Dios ha destinado el reino de los cielos (cf Mt 5,3).

619 La Virgen nos enseña con su ejemplo a poner en el Señor nuestra confianza de hijos mediante la alabanza y la acción de gracias.

“Alabad el Señor en su templo, alabadlo en su fuerte firmamento. / Alabadlo por sus obras magníficas, alabadlo por su inmensa grandeza” (
Ps 150,1 Ps 150,2).

¡Oh Señor, Dios nuestro! En este día venturoso queremos aclamarte y cantarte con estas palabras del Salmista por tu bondad infinita para con nosotros. Porque no sólo has querido que seamos llamados hijos tuyos, hermanos de tu Hijo, sino que lo seamos también de verdad (cf 1Jn 3,1).

Gracias sean dadas a Ti también, oh Cristo, porque nos has dado a tu Madre. Con aquellas palabras que pronunciaste en la cruz: “He ahí a tu hijo” (Jn 19,26), nos la confiaste en manos de Juan, para que fuera la Madre de todos los hombres.

Te alabamos, Señor, porque muestras tu inmensa grandeza en la pequeñez de tu esclava (cf. Lc Lc 1,48). Porque Tú la escogiste, la adornaste con todas las gracias y la elevaste por encima de los ángeles y de los santos, para que nuestra Madre Santa María, la llena de gracia fuese la “obra magníficade Dios por excelencia, a la que Chile entero aclama con amor y gratitud filiales.

4. La Virgen del “Magníficat” es el modelo de quienes se alegran en el Dios de la salvación y expresan con sencillez su gozo.

“Alabadlo tocando trompetas, / alabadlo con arpas y cítaras, / alabadlo con tambores y danzas, / alabadlo con trompas y flautas” (Ps 150,3-4).

En la primera lectura hemos recordado el traslado del Arca de la Alianza a Jerusalén, entre los cantos y bailes del rey David y del pueblo de Israel que la acompañaban. Fue ese un momento de júbilo para todos, expresado con alabanzas a Dios y adhesión a su Alianza, simbolizada en el Arca con las tablas de la ley.

También vuestro amor y devoción a la Virgen y al Niño Dios tienen manifestaciones parecidas, afincadas en siglos de tradición. De modo muy humano, con vuestros trajes, instrumentos y ritmos, se expresa visiblemente la fe de los hijos de esta tierra, que con todo su ser y al son de la música tributan honor a Cristo y a María Santísima. Se reproduce en cierto sentido aquella escena del Antiguo Testamento, pero esta vez en honor de María. Arca de la Nueva Alianza. “Bendito el fruto de tu vientre, Jesús”: María ha llevado en su seno al Hijo de Dios encarnado, autor y mediador de la nueva y eterna Alianza. Por esto, tantos cristianos la aclaman a diario con la invocación contenida en las letanías lauretanas: “Arca de la Alianza”.

“Todo ser que alienta alabe al Señor” (Ps 150,6). Queremos, Señor, con la ayuda valiosa de tu Madre, extender por toda la tierra los frutos de tu Alianza de amor con el hombre. Queremos que todos los hombres te reconozcan y te alaben como Creador y Señor: que sepan descubrir tu presencia en sus vidas y el fin para el que fueron creados: que trabajen por hacer resplandecer la imagen que Tú acuñaste en el corazón de cada hombre con admirable benevolencia. Haz que con tu gracia, esa imagen divina grabada en su alma no quede dañada por el odio o la violencia dirigidos contra la misma vida, en especial la ya concebida y aún no nacida: ni por la perversión de las costumbres o las falsas evasiones que proporcionan los señuelos de la droga o del desorden sexual; ni tampoco abandonada a merced de las presiones de ideologías materialistas, sean del signo que fueren, que hieren y ahogan en su fundamento la misma dignidad de la persona humana.

Te pedimos hoy, Señor, que si alguien ha dejado de alabarte y ha preferido caminos desviados del Evangelio, deponga su actitud, y vuelva a Ti de la mano de María.

620 ¡Y tú, Madre buena, que estás siempre cerca de tus hijos, y que aguardas su regreso a la Iglesia, haz que vuelvan! ¡Así lo pedimos a Dios por tu intercesión!

5. Demos gracias a Dios, hermanos, por la presencia maternal de María en la historia de vuestro pueblo.Ella ha guiado a los que os trajeron la fe, a los que os han enseñado a rezar. Ella ha hecho fructificar en los corazones de los chilenos de buena voluntad pensamientos de paz y no de aflicción (cf
Jr 29,11)). Ella os ha sostenido en las dificultades como signo de esperanza, de victoria y de felicidad futuras. Junto con toda la Iglesia en Chile, deseo ponerme bajo la protección de la Santísima Virgen del Carmen, Patrona de vuestra patria, peregrinando espiritualmente a los numerosos santuarios, iglesias y centros marianos del país, desde Tarapacá hasta Magallanes.

¡Ojalá la devoción popular a la Virgen se mantenga siempre viva en Chile, y en todos los chilenos y chilenas! En vuestra función de primeros evangelizadores (cf. Lumen gentium LG 11), vosotros, padres de familia, habéis de enseñar a vuestros hijos a invocar a María con filial confianza, a recurrir a Ella como auxilio seguro y a imitar su vida como camino hacia el cielo.

Quiero recomendaros, de manera particular, el rezo del Rosario, que es fuente de vida cristiana profunda. Procurad rezarlo a diario, solos o en familia, repitiendo con gran fe esas oraciones fundamentales del cristiano, que son el Padrenuestro, el Avemaría y el Gloria. Meditad esas escenas de la vida de Jesús y de María, que nos recuerdan los misterios de gozo, dolor y gloria. Aprenderéis así en los misterios gozosos a pensar en Jesús que se hizo pobre y pequeño: ¡un niño!, por nosotros, para servirnos; y os sentiréis impulsados a servir al prójimo en sus necesidades. En los misterios dolorosos os daréis cuenta de que aceptar con docilidad y amor los sufrimientos de esta vida –como Cristo en su Pasión–, lleva a la felicidad y alegría, que se expresa en los misterios gloriosos de Cristo y de María a la espera de la vida eterna.

Conozco la hermosa costumbre, tan arraigada en Chile, del mes de María, celebrado en el mes de noviembre, el mes de las flores, y que culmina con la fiesta de su Purísima Concepción. Pido al Señor que esta devoción siga dando frutos abundantes de vida cristiana, de penitencia y reconciliación, en muchos, que alejados quizá de la práctica religiosa y tibios en la fe, retornan cada año a Jesús a través del calor y la bondad maternal de María.

6. Volvamos al relato del Evangelio para oír la respuesta de Cristo a la voz de esa mujer que exclamaba: “¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!” (Lc 11,28). El Señor, para que todos aprendiéramos, quiso responder con otra bienaventuranza: “Mejor: ¡Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen!” (Ibíd.).

Así elogió Jesús a su Madre, por el sacrificio silencioso de su vida, llena de inmenso amor, de servicio incondicional a los planes divinos de salvación. Nos la dejó como modelo de aceptación y cumplimiento perfecto de la voluntad de Dios. En la vida de María, de una madre y esposa, aprendemos que en la normalidad cotidiana de nuestros deberes familiares y sociales, cumplidos con mucho amor, podemos y debemos alcanzar la santidad cristiana. El Concilio Vaticano II ha querido recordar este valor santificador que tienen las realidades diarias para todos los cristianos, cada cual en su tarea, al enseñar con respecto a los laicos que “todas sus obras, sus oraciones e iniciativas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso de alma y de cuerpo, si son hechos en el Espíritu, e incluso las mismas pruebas de la vida si se sobrellevan pacientemente, se convierten en sacrificios espirituales, aceptables a Dios, por Jesucristo” (Lumen gentium LG 34).

Pienso ahora especialmente en las mujeres de Chile, que saben imitar tan bien a nuestra Madre la Virgen. Doy gracias al Señor por esas virtudes femeninas con las que contribuyen al bien de todos. Le pido que toda la vida nacional se beneficie de esa ternura y fortaleza del buen sentido humano y cristiano, de la fidelidad v el amor que las distinguen. Para que se alcance un clima de serena y gozosa convivencia entre todos los chilenos, hace falta que os sigáis empeñando siempre en hacer de cada hogar un remanso de paz y una fuente de alegría cristiana. Viviendo como esposas, hijas y hermanas ejemplares, podréis difundir en la sociedad y en la Iglesia el calor del hogar de la Sagrada Familia de Nazaret.

7. Queridos hermanos y hermanas: Acercándoos a la Virgen mediante vuestras devociones populares, obtendréis siempre abundantes gracias, os sentiréis estimulados a la oración, a la penitencia y a la caridad fraterna. Son signos de la verdadera religiosidad popular, que mueve a dirigir la mente y el corazón a Dios, nuestro Padre: que impulsa a la reconciliación sincera con Dios y que os hace sentiros más vinculados a vuestros hermanos, a los que debéis amar y servir como Jesús nos ha enseñado con sus palabras y con su vida entera.

Por la intercesión maternal de María vuestras oraciones y vuestros sacrificios –que son también una meritoria forma de plegaria–, vuestros cantos y bailes, vuestras procesiones y el cuidado que ponéis en el culto, atraerán del Señor abundantes bendiciones de paz y de unión entre los chilenos, de conversión, de vocaciones sacerdotales y religiosas a su servicio.

Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra. Reina de la Paz y Patrona de Chile. Enséñanos a orientar toda nuestra piedad según las enseñanzas de Jesús y el beneplácito del Padre.

621 Y podremos cantar eternamente: “¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!” (Lc 11,28). De este modo, mereceremos, con el auxilio de María, aquella alabanza de Jesús: “¡Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen!” (Ibíd.).



B. Juan Pablo II Homilías 614