B. Juan Pablo II Homilías 621


VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA

CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON LA POBLACIÓN

DEL NORTE GRANDE DE CHILE




Antofagasta, lunes 6 de abril de 1987



«Permaneced en mi amor» (Jn 15,9)

Queridos hermanos y hermanas,

1. Aquí, en el Norte grande de Chile, en la querida ciudad de Antofagasta, tiene lugar la última etapa de mi servicio pastoral en tierra chilena. Y así, es de considerar en cierto modo providencial el hecho de que hayamos oído en esta liturgia las palabras pronunciadas por Jesús en el Cenáculo de Jerusalén, al despedirse de sus discípulos: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor” (Ibíd.).

Está ya cercano el momento de su partida, de su retorno al Padre. Jesús lo sabia y por eso manifiesta abiertamente su vehemente deseo: “Permaneced en el amor, permaneced en mi amor”.

El Hijo de Dios está a punto de sellar su amor por el hombre con el sacrificio, ofreciendo su vida por la humanidad. “Nadie tiene amor más grande que el que de la vida por sus amigos” (Jn 15,13). El sacrificio de la Cruz, la entrega de la propia vida, corresponde también por entero al amor con que el mismo Padre ama desde la eternidad. De este amor encarnado en el Hijo, confirmado plenamente por el sacrificio de la Cruz y por la efusión del Espíritu Santo nace la Iglesia.

2. Queridos hermanos y hermanas: las palabras de Jesús nos hablan de la Iglesia, esto es, de la heredad del Señor nacida del amor misericordioso del Padre manifestado para siempre en su Hijo, el predilecto. Son palabras que nos descubren el misterio de esa realidad de amor de la que la Iglesia es fruto y desea comunicarla en todas partes, en toda época y nación.

¡Sí, permaneced en mi amor! Cuando Jesús nos habla así, nos está diciendo que nos quiere muy cerca de El. Nos quiere obedientes por amor a la voluntad del Padre, es decir, a la vocación divina que da verdadero sentido a la vida cristiana.

Por eso, Jesús nos sigue diciendo a cada uno: “Si guardáis mis mandamientos permaneceréis en mi amor” (Ibíd., 15, 9). Nuestro amor a Dios y al prójimo por Dios, se manifiesta en la perseverancia cotidiana en la difícil tarea de conformar nuestra conducta a los mandatos del Señor, enseñados e interpretados con autoridad por la Iglesia. Sólo así amaremos con obras y de verdad. (cf. 1Jn 1Jn 3,18)

Hoy oramos por la Santa Iglesia; es el deseo de vuestros obispos, que han querido que este último sacrificio eucarístico que celebro en tierra chilena se ofrezca por las necesidades de la Iglesia y de su misión.

622 Cristianos de Chile, no dejéis de amar con todas vuestras fuerzas a la Iglesia, de la que sois hijos por el bautismo. Sabéis que la Iglesia no es una simple organización humana, sino que es el Cuerpo de Cristo, la Esposa del Señor –aunque no falten en ella pecadores–, a la que sus hijos confesamos en el Credo como una, santa, católica y apostólica.

De ahí surgirá también en vosotros una honda adhesión a los Pastores de la Iglesia, que son mediadores y servidores de la verdad y de la acción salvífica de Cristo en los fieles. Corresponded a su abnegado ministerio con vuestra comunión filial, traducida en oración por ellos, en docilidad a sus enseñanzas evangélicas, a sus mandatos y a sus exhortaciones paternas, y en incansable colaboración para que puedan desempeñar mejor la misión apostólica y pastoral –de tanta responsabilidad– que el Señor ha puesto sobre sus hombros.

3. Examinad ahora vuestra propia vida para descubrir en qué medida os habéis comportado hasta el presente como conviene a esa dignidad que nace de vuestro bautismo. Por ese sacramento de la iniciación cristiana habéis sido injertados en Cristo para vivir en gracia y amistad con Dios. Para conservar y aumentar esa vida divina de la que participáis, esforzaos en una conversión permanente de la mente y del corazón, combatiendo decididamente el pecado, que destruye la vida del alma. Y, al tomar conciencia de vuestros pecados, volved confiados a nuestro Padre Dios con el arrepentimiento que nace del amor a quien es la Bondad suprema. El os dispensará su perdón misericordioso, por el ministerio de la Iglesia, en la celebración del sacramento de la penitencia.

De este modo, “en novedad de vida” (cf
Rm 6,4), al recibir al mismo Cristo en la Eucaristía, participaréis, de una manera sublime, en ese Misterio de Amor divino inaugurado en el Cenáculo y consumado en el Gólgota. Alimentados con el Pan de la vida eterna podréis vivir las exigencias de la Ley del amor, que el mismo Cristo nos ha enseñado, y seréis miembros vivos de la Iglesia.

4. Con las palabras de la primera lectura que manifiestan ese profundo amor en San Pablo, también yo os quiero decir: “ Testigo me es Dios de lo entrañablemente que os amo en Cristo Jesús ”.

Queridos chilenos del Norte Grande, del desierto y de la pampa, de las tierras del cobre y del salitre; desde Antofagasta, me dirijo ahora en particular a vosotros, para expresaros el afecto que siento hacia todas las personas que, por providencia de Dios, habitáis esta parte del país.

Lleno de gozo por haber podido venir al Norte Grande de Chile, deseo testimoniar mi profundo aprecio por todos los valores encarnados en la sociedad nortina: su laboriosidad, virtudes humanas, fidelidad a la tierra en medio de una naturaleza áspera y difícil. Mi saludo más entrañable va desde aquí a los trabajadores, técnicos, ejecutivos, así como a sus familias, de la mina de cobre de Chuquicamata, así como a cuantos trabajan en los distintos sectores de la minería chilena. Con vuestro esfuerzo sacrificado, y no exento de riesgos, contribuís de modo relevante al progreso económico y social de vuestra patria, que es parte considerable del bien común de la nación.

Me siento muy unido a vosotros, cristianos del Norte, en el gran desafío por lograr que, con la gracia de Dios, la existencia de cada uno, de cada familia y de toda la comunidad vaya descubriendo cada día más los tesoros de paz y felicidad que se encierran en la persona de Cristo y su mensaje de salvación. Para llevar a cabo esa gran tarea se necesitan en esta tierra más sacerdotes, fieles ministros de Jesucristo, que guíen a vuestras comunidades como buenos pastores. Jóvenes nortinos: ¡Si el Señor os llama a servirle en el sacerdocio o en la vida religiosa, acoged su llamada con generosidad! ¡El Señor os necesita! Y recordad que donde hay un cristiano o una cristiana – aunque viva aislado, en estas inmensidades despobladas – están presentes Cristo y su Iglesia, y por eso debe notarse allí el buen aroma de Cristo, como nos dice San Pablo (cf. 2Co 2Co 2,15).

5. ¡Queridos hermanos y hermanas! Hoy, al término de mi servicio papal en vuestra acogedora tierra, quiero dar gracias a Dios por vuestra colaboración en la obra del Evangelio (cf Ph 1,3 Ph 1,5).

Cada uno de los imborrables momentos de este viaje pastoral por vuestra geografía me ha llenado de gozo y gratitud, porque he experimentado la fe viva de los hijos de esta tierra; porque he comprobado vuestras auténticas ansias de fidelidad a Jesucristo y a su Iglesia.

Al dar gracias por estos casi cinco siglos de historia de la Iglesia en Chile, y por toda la tradición cristiana que impregna las raíces culturales de esta nación, miramos también al futuro con la esperanza de los hijos de Dios, trayendo a este altar nuestros propósitos de colaborar con el Señor en la obra de la evangelización y santificación de Chile y del mundo.

623 Ante nuestra mirada se descubre el horizonte de la nueva evangelización de Chile a la que mi visita pastoral quiere contribuir: con mi oración, con mi mensaje, con mi aliento y el apoyo de la Iglesia universal.

6. A la Iglesia de Dios en Chile dirijo también hoy aquellas palabras de esperanza que pronuncié al inicio de la novena de años preparatoria al V centenario de la evangelización de América: “esperanza de una Iglesia, que firmemente unida a sus obispos –con sus sacerdotes, religiosos y religiosas al frente– se concentra intensamente en su misión evangelizadora y que lleva a los fieles a la savia vital de la Palabra de Cristo y a las fuentes de gracia de los Sacramentos” (Celebración de la Palabra en Santo Domingo , III,
III 3,12 , III, n.3, 12 de octubre de 1984).

Esperanza de una Iglesia que, proyectándose también en la promoción humana y cristiana del hombre y comprometiéndose en el amor de preferencia por los pobres, predique la verdadera liberación, la que ha obrado Cristo con su muerte y resurrección: liberación, en primer lugar, del pecado y de la muerte eterna, y de todo cuanto nos separa de Dios y de nuestros hermanos. Esta libertad da un sentido cristiano, de fe y de amor, a todas las realidades, y. al mismo tiempo, constituye una anticipación de las alegrías imperecederas del reino de los Cielos.

Pido fervientemente al Señor y a su Madre Santísima que se consolide aún más el florecimiento de vocaciones sacerdotales y religiosas en las familias chilenas, para que no falten los buenos pastores, sólidamente formados en la doctrina y en la vida espiritual, y que transmitan fielmente a todos el anuncio evangélico puro y auténtico, así como ese impulso de santificación y esos anhelos apostólicos que nacen de los orígenes de la evangelización de Chile; ruego para que haya religiosos y religiosas que, en su vida consagrada a Dios y a los hermanos, den genuino testimonio de los valores del reino, en espera de la venida del Señor. Orad también vosotros para que se lleve a cabo una inmensa labor de catequesis en la fe, fiel a la doctrina católica, que mantenga vivo y operante el mensaje de salvación que trajeron los primeros evangelizadores.

7. En esta Misa por la Santa Iglesia tengo presentes de una manera particular a los laicos chilenos, a esa inmensa mayoría de los hijos e hijas de la Iglesia en Chile.

Queridísimos laicos: ¡El porvenir de la obra del Evangelio en vuestra patria pasa también a través de vosotros! ¡Ninguno puede sentirse excluido de los designios divinos del amor que salva, del mensaje que predica la fraternidad, porque todos somos hijos del mismo Padre celestial! Mirando a Cristo que os interpela y cuenta con vosotros para hacer verdad y vida su obra redentora en el mundo, no podéis quedaros pasivos o indiferentes. Recordad siempre que también a vosotros van dirigidas las palabras del Señor: “Os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure” (Jn 15,16). Vuestra vocación cristiana tiene un irrenunciable sentido y contenido apostólico, inseparable de la búsqueda de la santidad. Por amor a Dios y al prójimo, debéis asumir vuestra parte propia en la misión redentora de Cristo, en la Iglesia y en el mundo.

Durante mi visita a Chile me he referido a diversos campos y facetas de vuestra misión en la animación cristiana de las realidades temporales: la familia, el trabajo, la cultura, la educación, los medios de comunicación, la política, la economía, el desarrollo regional y los demás sectores de la vida pública y social. En íntima comunión con vuestros obispos y con el Magisterio de la Iglesia, empeñaos en buscar soluciones cristianas a los problemas que os preocupan. Llevad a cabo esa tarea con responsabilidad y libertad, en sintonía con la doctrina que el Concilio Vaticano II ha querido recordar respecto del legítimo pluralismo entre los seglares cristianos en su acción apostólica: “En estos casos de soluciones divergentes, aun al margen de la intención de ambas partes, muchos laicos tienden fácilmente a vincular su solución con el mensaje evangélico. Entiendan todos que en tales casos a nadie le está permitido reivindicar en exclusiva a favor de su parecer la autoridad de la Iglesia. Procuren siempre hacerse luz mutuamente con un diálogo sincero, guardando la mutua caridad y la solicitud primordial por el bien común” (Gaudium et spes GS 43).

Para que sea posible una más profunda cristianización de las realidades temporales y del orden social, los laicos –hombres y mujeres– han de participar activamente en la vida de la Iglesia: unos participarán en las diversas formas de apostolado asociado; otros ofrecerán una colaboración directa con los Pastores en tantos servicios eclesiales y de asistencia; muchos harán su labor dentro de la familia, entre sus compañeros y amigos. Así, como fermento en la masa, transformaréis a Chile desde dentro y cumpliréis la misión que Dios os ha confiado en el mundo, como exigencia de vuestra vocación cristiana. Quiera Dios que el Sínodo de los Obispos que tendrá lugar en Roma durante el mes de octubre próximo, represente un impulso revitalizador de la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo.

8. Queridos chilenos y chilenas, con palabras del apóstol San Pablo manifiesto mi confianza en “que el que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena, la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús” (Ph 1,6).

Ciertamente esta visita del Sucesor de Pedro durante estos seis días del tiempo litúrgico de Cuaresma, compartidos con la Iglesia de Dios que peregrina en Chile, me ha ayudado a llevaros a todos, todavía más, en mi corazón. Han sido jornadas vividas en la fe y en el amor que nos une. Os agradezco de veras el afecto y adhesión que me habéis demostrado durante este viaje inolvidable en el que he podido comprobar vuestra proverbial hospitalidad. A pesar de la distancia que nos separa, tened la seguridad de que desde Roma, os tendré siempre presentes en mi afecto y en mis oraciones. ¡Estamos siempre muy unidos, en el corazón de Cristo y en el corazón de María!

9. «Haya paz dentro de tus muros, Jerusalén, seguridad en tus palacios. Por mis hermanos y compañeros voy a decir: “La paz contigo”» (Ps 122 [121], 7-9).

624 Queridos chilenos: Conozco vuestros sinceros anhelos de paz, de justicia y de todo bien. Sé que, en los más íntimo de cada hombre y de cada mujer de esta tierra, late un hondo deseo de crecer en el amor, de combatir el odio y el sectarismo, el egoísmo y las ansias desordenadas de riquezas.

¡Que triunfe en vuestros corazones la paz de Cristo!

Que su sacrificio redentor, que nos reconcilió con el Padre, reconcilie a la gran familia chilena superando las barreras, soldando fracturas, venciendo la enemistad y la discordia con la fuerza del espíritu cristiano, que es capaz de pedir perdón cuando se tiene conciencia de haber ofendido gravemente al prójimo.

10. Oremos por todos los habitantes de esta tierra noble y sufrida; del norte y del sur, del campo y de la ciudad, del mar y de la montaña. Pidamos a Dios que la Iglesia, movida por el amor de Cristo, de siempre testimonio de servicio a la justicia, a la paz, a la reconciliación de los hermanos. Que conduzca a la Jerusalén eterna a todos los que el Padre ha amado y elegido en Cristo, para que puedan “dar fruto” y que “vuestro fruto dure” (Cf. Jn
Jn 15,16).

“Llenos de la más tierna confianza, como hijos que acuden al corazón de su Madre” confiad en la Santísima Virgen del Carmen, Reina y Patrona de Chile. Ella será vuestra Estrella y vuestro Norte; amparo y seguro consuelo; modelo sublime en el que aprenderéis a imitar a Cristo, Redentor del hombre. Permaneced en su amor. Amén.



VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA

MISA PARA LA EVANGELIZACIÓN DEL MUNDO RURAL



Bahía Blanca (Argentina)

Lunes 6 de abril de 1987



1. “El reino de Dios se parece a un hombre que arroya la semilla en la Tierra” (Mc 4,26).

Iluminados por la Palabra de Dios, proclamada en la liturgia de hoy, deseamos celebrar –por Cristo, con Cristo y en Cristo– este Santísimo Sacrificio eucarístico de toda la Iglesia.

Como Pastor de la Iglesia universal, es para mí motivo de gran gozo ejercer –en este Sacrificio– el ministerio sacerdotal en tierra argentina, aquí en Bahía Blanca, unido a mis hermanos en el Episcopado y en el sacerdocio. Mi alegría queda colmada con vuestra presencia y participación, viendo que venís de diversos lugares de la Pampa Argentina.

¡No sabéis cuánto he deseado este encuentro! Os saludo a todos con inmenso afecto, en especial a cuantos en esta celebración representáis el mundo rural. Los textos bíblicos de la liturgia de hoy son en verdad muy apropiados, ya que la gran mayoría de vosotros, amados hermanos y hermanas, unís vuestra vocación cristiana con el cultivo de la tierra. Pero mis palabras quieren llegar al corazón de todos, porque de todos dice el Apóstol que somos “agricultura de Dios” (1Co 3,9).

625 2. En unión de sentimientos bendigamos al Señor con el Salmista:

“¡Señor, Dios mío, qué grande eres! ... / Haces crecer el pasto para el ganado, / y las plantas que el hombre cultiva, / para sacar de la tierra el pan / y el vino que alegra el corazón del hombre; / para que el aceite haga brillar su rostro / y el alimento conserve su vigor” (
Ps 104 [103], 2. 14-15).

Bendigamos a Dios Creador quien, desde el principio, ha dotado a la tierra de tan variadas e incalculables riquezas.

El hombre “arroja la semilla en la tierra” (Mc 4,26), seguidamente “la tierra –el don de Dios– produce la hierba, luego la espiga y al fin, la espiga se carga de trigo” (Ibíd., 4, 28).

“Y cuando el fruto está maduro... –el hombre, el agricultor– aplica la hoz, porque es el tiempo de la cosecha” (Ibíd., 4, 29).

Estas palabras salen de los labios del mismo Cristo, quien en su Evangelio, se refiere frecuentemente al trabajo de los agricultores.

Cuando “es el tiempo de la cosecha” se cumple también lo que proclama el Salmista: “Todos esperan de ti, que les des la comida a su tiempo. Se la das y ellos la recogen; abres tu mano y quedan saciados” (Ps 104 [103], 27-28). El don de Dios – la tierra – y el trabajo del agricultor se funden íntimamente. Es difícil encontrar una actividad en la que el hombre se sienta tan fuertemente unido a la obra divina del Creador.

3. Las lecturas litúrgicas de la Santa Misa nos lo recuerdan, haciendo referencia en primer lugar a la historia del pueblo de Israel en la Antigua Alianza En efecto, este pueblo peregrinó en el desierto, durante cuarenta años caminando hacia la tierra que Dios le había prometido, “una tierra de trigo y cebada, de viñedos, de higueras y granados, de olivares, de aceite y miel; un país –continúa el Deuteronomio– donde comerás pan en abundancia y donde nada te faltará, donde las piedras son de hierro y de cuyas montañas extraerás cobre” (Dt 8,8-9).

Allí –nos dice el Libro Sagrado– te construirás casas confortables para vivir, se multiplicarán tus vacas y tus ovejas, tendrás plata y oro en abundancia (cf. ibíd., 8, 12-13).

¿No os parece ésta una descripción de vuestra tierra? Queridos hijos de Bahía Blanca: sé que tenéis merecida fama de trabajadores. Basta ver cómo el trabajo de la tierra, realizado con abnegación y sacrificio, se armoniza al mismo tiempo con otras fuentes de producción: la pesca, el comercio y la industria.

Como todo, es importante que, precisamente porque disfrutáis de una generosa fecundidad de la tierra, no olvidéis nunca la exhortación bíblica: cuando “se acrecientan todas tus riquezas, no te vuelvas arrogante, no olvides al Señor, tu Dios,... No olvides al Señor tu Dios, no dejes de cumplir sus mandamientos, sus leyes y sus preceptos” (Ibíd., 8, 14 y 11).

626 4. Como veis, la liturgia de este día resplandece en las lecturas de la verdad sobre el Creador y la verdad sobre el hombre. Es Dios quien da vida a todas las criaturas, las mantiene sin cesar en su existencia, y las pone constantemente en condiciones de obrar.

El hombre, desde el comienzo, ha sido llamado por Dios para “someter la tierra y dominarla” (
Gn 1,28). Ha recibido del Señor esa tierra, como don y corno tarea. Creado a su imagen y semejanza, el hombre tiene una particular dignidad. Es dueño y señor de los bienes depositados por el Creador en sus criaturas. Es colaborador de su Creador.

Por eso mismo no deberá olvidar el hombre que todos los bienes, de los cuales está lleno el mundo creado, son don del Creador. Así se recomienda en el Libro Sagrado: “No pienses entonces: mi propia fuerza y el poder de mi brazo me ha alcanzado esta prosperidad. Acuérdate del Señor, tu Dios, porque El te da la fuerza necesaria para que alcances esa prosperidad, a fin de confirmar la alianza que juró a tus padres” (Dt 8,17-18).

¡Qué oportuna ha sido esta recomendación a lo largo de la historia humana! ¡Qué oportuna resulta especialmente en la época actual a causa del progreso de la ciencia y de la técnica! El hombre, en efecto, fijando la mirada en las obras de su ingenio, de su mente y de sus manos, parece olvidarse cada vez más de Aquél que es el principio de todas esas obras y de todos esos bienes que encierra la tierra y el mundo creado.

Cuanto más somete la tierra y la domina, tanto más parece olvidarse de Aquel que le ha dado la tierra y todos los bienes que contiene.

Uniendo mi voz a la del Salmista, quiero recordar en este día venturoso para Bahía Blanca, que la criatura sin el Creador pierde su sentido; que cuando el hombre intenta elevarse prescindiendo de Dios, cae en los mayores abismos de inhumanidad. Por el contrario, la fidelidad a Dios, la fe, la caridad... son el tesoro que permite alcanzar la verdadera vida (cf 1Tm 6,11 1Tm 6,19): nunca es más grande el hombre que cuando reconoce la plena Soberanía de Dios y trabaja la tierra co-laborando con el Creador.

Por eso, si queréis que vuestros trabajos y tareas, adquieran una dimensión auténticamente humana e incluso trascendente, habréis de realizarlos con la mirada puesta en Dios y viendo en ellos una contribución a la obra creadora, un acto de adoración y de acción de gracias al Todopoderoso. ¿No es significativo que el pan y el vino, “frutos de la tierra y del trabajo del hombre” que ofrecemos en la Eucaristía, se conviertan en el Cuerpo y en la Sangre del Señor?

Ojalá que todas vuestras tareas, se conviertan por medio de Cristo en “hostias vivas”, en trabajo redentor y santificador. De esta manera, daréis una mano también vosotros, los hombres del campo, a consolidar las bases de un auténtico humanismo cristiano y de una liberadora teología del trabajo.

En este sentido, recordad la advertencia de Jesús: “¿De qué sirve al hombre ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo?” (Lc 9,25). He ahí por qué habéis de estar atentos a que vuestros afanes no os lleven a “olvidar al Señor”. Pensad pues en la dignidad que, como hombres y como cristianos merece vuestro trabajo y que deben llevar impresos todos vuestros progresos. No permitáis que ese mismo trabajo os degrade a cambio de sus logros. Buscad, más bien, vivirlo con entereza cristiana, según la palabra de Dios y las enseñanzas de la Iglesia.

Rechazad, por tanto, todo tipo de materialismo que es fuente de esclavitud: esclavitud respecto a los bienes materiales, que impiden al hombre la verdadera libertad de sentirse hijo de Dios y hermano de nuestro prójimo.

5. El hombre será siempre mucho más importante que su trabajo; su dignidad sobrepasa las propias obras, que son sólo fruto de su actividad. Como ya comprenderéis, se hace urgente cada vez más también en el mundo agrícola y ganadero que la primacía de los valores espirituales prevalezca como fermento de salvación y de auténtico progreso humano. Para ello será bueno que quede grabado en lo hondo de la conciencia un decidido propósito a poner todo el empeño para que el peso de la materia no apague la llama del espíritu.

627 En consecuencia, no os dejéis fascinar por esa efigie moderna de la avaricia que es el consumismo, el cual os llevaría a perder vuestras sanas costumbres humanas y familiares, y esa hermosa virtud de los hombres del campo que es la solidaridad.Pienso en las dificultades, a veces imprevisibles, que afectan a las gentes del agro; pienso, sobre todo, en las graves inundaciones que se han abatido sobre vuestros cultivos y viviendas, particularmente en esta provincia. Tales contratiempos han sido sin duda una ocasión propicia para testimoniar vuestra solidaridad con los más afectados, para mostrar vuestro desprendimiento y voluntad de compartir.

6. Queridos hermanos y hermanas del mundo agrícola argentino, vosotros que con dedicación y honestidad cultiváis la tierra, habéis de cultivar con la misma intensidad la vida espiritual. El alma, como la tierra buena, necesita también un vigilante cuidado. Primeramente hay que acoger en ella la semilla de la Palabra de Dios y luego escucharla y seguirla para que produzca una cosecha de vida eterna.Por eso quiero recordaros hoy que, precisamente porque sois imagen de Dios, sois también capaces de amarlo. La apertura al Creador, la relación con El está grabada en lo más íntimo de vuestro ser; ojalá que todos los que trabajan el campo sean conscientes de esa especial vocación, que les lleva a ser colaboradores estrechísimos de la obra creadora. No dejéis que se pierda ese tradicional sentimiento religioso y cristiano, que penetra íntimamente las raíces de vuestra cultura.

La Iglesia necesita, hoy más que nunca, de fieles que experimenten personalmente y transmitan a toda la comunidad, ese mensaje luminoso de la vida de Jesús: la labor diaria debe insertarse en el plan divino de salvación, el trabajo es una bendición de Dios, y forma parte de la vocación inicial del hombre.

Con la mirada puesta en Dios –repito– podéis y debéis santificaros sin apartaros de vuestras ocupaciones diarias, en el campo, en la familia, en el trato de amistad, en las diversiones, en el descanso.

Pero, para que el trabajo humano sea realmente co-laboración con Dios, es preciso también, amados hombres y mujeres de esta noble tierra, que en vuestra vida tengáis trato asiduo con Dios, que cumpláis sus leyes y sus preceptos. Consiguientemente habéis de conceder un espacio de tiempo al culto divino, participando en la Santa Misa los domingos y días de fiesta, como expresión de vuestra vida cristiana y del sentido religioso que os distingue. Acercaos al sacramento de la reconciliación, que os ayudará a mantener limpia y transparente vuestra conducta moral y recibid con frecuencia al Señor Jesús realmente presente en la Eucaristía. Escuchad la palabra de Dios y acudid a los sacramentos instituidos por Cristo, como medio indispensable para todos: hombres y mujeres, jóvenes y adultos.

No podéis conformaros con haber recibido el bautismo y la primera comunión y frecuentar, de tarde en tarde, la iglesia. Sabéis muy bien que al campo, para dar su fruto, no le basta un trabajo descuidado y cansino; hay que remover la tierra con vigor, hay que abonarla y cuidarla para que dé una cosecha abundante. De igual modo, cultivad también vosotros la tierra buena de vuestra alma: leed y meditad asiduamente la Sagrada Escritura, recurrid filialmente a María Santísima, comprometeos activamente en la vida de la Iglesia, secundad las directrices de vuestros Pastores, dedicad tiempo y poned empeño en formaros cristianamente.

De la vida agrícola y ganadera manan, como de una fuente inagotable, costumbres de gran valor humano: la amistad generosa, la prontitud en compartir, la solidaridad con los necesitados, el amor a la familia y a la paz, el sentido trascendente de la vida. Son virtudes humanas y cristianas que debéis mantener y acrecentar, porque son pilares de la vida familiar y social en el presente y en el futuro de la Argentina.

7. Por último, quisiera poner de relieve algunas exigencias de aquella solidaridad a que hemos aludido, que es fundamento de la convivencia pacífica, condición, a su vez, indispensable de todo verdadero progreso.

Ciertamente, hay que superar de una vez para siempre las condiciones de inferioridad que sufren ciertos sectores del mundo rural, lo cual les lleva a la convicción de sentirse socialmente marginados. Al mismo tiempo tienen que desaparecer la discriminación y los desequilibrios entre la ciudad y el campo, causa frecuente de desamor al trabajo de la tierra, y que produce masivas fugas hacia la ciudad donde, muchas veces, las condiciones de vida son aún peores. Y, por supuesto, es urgente que el desarrollo de la industria y el comercio no grave injustamente sobre el mundo agrícola. Urge, sobretodo, formar de un modo pleno a la juventud rural, con una adecuada preparación en el terreno profesional, humano y cristiano para que se pueda dar una válida respuesta a las exigencias de la moderna sociedad argentina.

Recoged el desafío propio de nuestro tiempo, para organizar en el agro una asistencia técnica y cultural que sea eficaz: que la profesionalidad del agricultor le devuelva su amor a la tierra; que pueda disfrutar de una auténtica tutela legal, él y su familia, en caso de enfermedad, vejez o cesantía; que los salarios se rijan por la dignidad del hombre que trabaja y sus necesidades personales y familiares, y no por la fría y. a veces, inhumana ley del mercado. En una palabra: que las condiciones de vida rural sean auténticamente humanas y dignas de los ciudadanos de la misma patria y dignas de los hijos de Dios.

La tierra es un don del Creador a todos los hombres. Sus riquezas – agrícolas, ganaderas, mineras, etc. – no pueden repartirse entre un limitado número de sectores o categorías de personas, mientras otros quedan excluidos de sus beneficios.

628 Vienen a mi mente, queridos argentinos, tantos hombres y mujeres que habiendo nacido en otras tierras, en tiempos aún recientes, han venido a trabajar entre vosotros, considerándose ya hijos de esta noble nación. Como señalaba en mi Encíclica Laborem Exercens: “La emigración por motivos de trabajo no puede convertirse de ninguna manera en ocasión de explotación financiera y social. En lo referente a la relación del trabajo con el trabajador inmigrado deben valer los mismos criterios que sirven para cualquier otro trabajador en aquella sociedad” (Laborem Exercens LE 23).

Ciertamente, en determinadas circunstancias, puede suponer un esfuerzo heroico este modo de comportarse, pero no olvidemos las palabras del Apóstol: “A los ricos de este mundo, recomiéndales... que practiquen el bien, que sean ricos en buenas obras, que den con generosidad y sepan compartir sus riquezas” (1Tm 6,17-18).

Queridos hombres y mujeres que trabajáis en el campo: ¡Tenéis derecho a ser tratados como merece vuestra dignidad de personas e hijos de Dios! Pero, al mismo tiempo, ¡tenéis el deber de tratar a los demás de igual modo!

8. “El reino de Dios se parece al hombre que arroja la semilla en la tierra” (Mc 4,26).

Y si el reino de Dios, en Jesucristo, es entregado como don y como tarea a todos los hombres, a vosotros es entregado en modo particular: a vosotros, hijos e hijas de esta tierra que cultiváis “ con el sudor de la frente ” y con múltiples fatigas.

¡Sed conscientes de esta verdad sobre el reino de Dios! ¡Sed conscientes de vuestra vocación, a la vez humana y cristiana!

Estáis llamados en modo particular a cumplir esa Alianza que Dios –Creador y Padre– ha pactado con el hombre, desde los comienzos, mandándole someter y dominar la tierra.

Hijos e hijas de esta tierra argentina: “Se ha complacido el Padre en daros el reino” (Lc 12,32).

¡No lo olvidéis jamás! Así sea.



VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA

CELEBRACIÓN DE LA PALABRA CON LOS FIELES DE VIEDMA



Aeropuerto Gobernador Castello

Martes 7 de abril de 1987




629 1. “El Espíritu del Señor está sobre mí porque me ha ungido. Me ha enviado para evangelizar a los pobres, para predicar a los cautivos la redención y devolver la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y promulgar un año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19).

Queridísimos hermanos y hermanas,:

con estas palabras del Profeta Isaías, leídas en la sinagoga de Nazaret, Jesús proclama los objetivos que contiene la misión recibida del Padre. “Me ha enviado para evangelizar a los pobres” (Ibíd., 4, 18). Estas mismas palabras quisiera que resonaran hoy también dentro de vosotros, que, por el bautismo, habéis sido hechos partícipes de la misión evangelizadora de Cristo.

Siento una gran alegría por haber podido venir hasta Viedma, centro de irradiación evangélica en la dilatada región patagónica, para manifestar el amor del Papa por todos y cada uno de vosotros. Deseo dirigir mi deferente saludo a las autoridades aquí presentes. Mi saludo, junto con mi fraterno afecto, va igualmente al Pastor de esta diócesis de Viedma, y a los demás queridos hermanos en el Episcopado, que participáis en nuestro encuentro, en ellos quiero saludar también a todos los demás fieles de la Patagonia: sacerdotes, religiosos y religiosas, diáconos, catequistas y laicos.

Esta visita pastoral desea llegar espiritualmente, y a través de los medios de comunicación, a todos los rionegrinos, neuquinos, chubutenses, santacruceños y fueguinos. Mi mensaje de paz y esperanza en Cristo, mi sincero afecto y mis oraciones son igualmente para todos. Me dirijo en particular al noble pueblo mapuche y a todos los antiguos habitantes de esta vasta meseta: el Papa os lleva muy dentro de su corazón.

La Iglesia se está disponiendo a celebrar el V centenario de la evangelización de América Latina. Es, sin duda, el aniversario de un acontecimiento de gran relieve: la llegada de la fe a este continente. El Espíritu Santo nos urge a continuar la tarea evangelizadora, con nuevo ímpetu, en las condiciones del tiempo presente. Para la Iglesia entera en América Latina se abre una nueva etapa en la obra de evangelización. Por esto, como Pastor de la Iglesia universal, exhorto hoy a todos los miembros de la Iglesia que está en el Sur de la Argentina a que, bajo la guía de sus Pastores, asuman con responsabilidad su parte en esta gran misión: lograr que en todos los hijos e hijas de esta tierra brille la luz de Cristo, cada vez con mayor intensidad.

El Espíritu estará sobre cada uno y hará posible esta gran obra, para la cual contáis con la ayuda maternal de María Auxiliadora, Patrona de la Patagonia.

2. Vosotros, amadísimos hermanos, sois los continuadores de una magnífica tradición evangelizadora y misionera, que desde hace poco más de un siglo, se ha ido desarrollando admirablemente en estas tierras, gracias al constante celo apostólico de los salesianos, unido al de las Hijas de María Auxiliadora. La implantación de la Iglesia en Patagonia está ligada a la actividad incansable y a la abnegación de aquellos misioneros, hombres y mujeres, que dejaron su patria para venir a predicar el Evangelio y dar vida a numerosas obras de educación, de asistencia social, de promoción humana y cristiana.

Entre ellos, no puedo menos de recordar a monseñor Juan Cagliero, primer vicario apostólico de la Patagonia Septentrional, y a monseñor José Fagnano, primer prefecto apostólico de la Patagonia Meridional, la Tierra del Fuego y las Islas Malvinas. Doy gracias al Señor, con mucha emoción, por la entrega y dedicación de aquellos hombres y mujeres, que fueron los colaboradores de Dios en hacer realidad la visión profética de San Juan Bosco: la evangelización de la Patagonia.

Viedma fue uno de los centros desde donde se impulsó aquella primera acción misionera. Desde esta misma ciudad os animo a seguir dando cumplimiento al mandato misional, propio de la Iglesia, de propagar la fe y la salvación de Cristo (Ad Gentes AGD 5), con la mirada puesta, en primer lugar, en todos los habitantes de estas tierras, pero sin olvidar al resto de vuestros hermanos argentinos e incluso al mundo entero, tan necesitado de la Buena Nueva.

¡La Iglesia de Dios que está en la Patagonia, heredera de una tan rica tradición evangelizadora, ha de seguir siendo siempre misionera!

630 3. Queridos hermanos y hermanas: No podéis quedaros indiferentes ante la salvación de los hombres.

— Si creéis en Cristo, habréis de creer también en el programa de vida que El nos propone.

— Si amáis a Cristo, habréis de amar a los que El ama y como El los ama.

— Si estáis unidos a Cristo, os sabréis enviados por El y como El a anunciar el Evangelio a toda criatura.

En el Evangelio que acabamos de escuchar, hemos oído cómo Jesús se da a conocer como Mesías, precisamente por la evangelización de los pobres, por el anuncio redentor a los cautivos, ciegos y oprimidos; es decir, por su amor preferencial a los más necesitados. También la Iglesia, a pesar de las debilidades y de los errores en que hayan podido incurrir algunos de sus hijos, ha manifestado siempre esa predilección por los pobres.

La evangelización no sería auténtica si no siguiera las huellas de Cristo, que fue enviado a evangelizar a los pobres. Debéis hacer propia la compasión de Jesús por el hombre y la mujer necesitados. El auténtico discípulo de Cristo se siente siempre solidario con el hermano que sufre, trata de aliviar sus penas –en la medida de sus posibilidades, pero con generosidad–; lucha para que sea respetada en todo instante la dignidad de la persona humana, desde el momento de la concepción hasta la muerte. No olvida nunca que la “misión evangelizadora tiene como parte indispensable la acción por la justicia y las tareas de promoción del hombre” (Discurso a la III Conferencia general del Episcopado latinoamericano , III,
III 2,0, Puebla, 28 de enero de 1979).

Sin embargo, el verdadero celo evangelizador se compadece sobre todo de la situación de necesidad espiritual – a veces extrema – en la que se debaten tantos hombres y mujeres. Pensad en cuantos todavía no conocen a Cristo, o bien tienen una imagen deformada de El, o han abandonado su seguimiento, buscando el propio bienestar en los atractivos de la sociedad secularizada o a través del odioso enfrentamiento de las luchas ideológicas. Ante esa pobreza del espíritu, el cristiano no puede permanecer pasivo: ha de orar, dar testimonio de su fe en todo momento, y hablar de Cristo, su gran amor, con valentía y caridad. Y debe procurar que esos hermanos se acerquen o retornen al Señor y a su Cuerpo místico, que es la Iglesia, mediante una profunda y gozosa conversión de sus vidas, que dé sentido y valor de eternidad a todo su caminar terreno.

La primacía de esta atención a las formas espirituales de la pobreza humana, impedirá que el amor preferencial de Cristo por los pobres – del que participa la Iglesia – sea interpretado con categorías meramente socio-económicas, y alejará todo peligro de injusta discriminación en la acción pastoral.

4. De modo especial deseo dirigir mi saludo en este día a los queridos hermanos y hermanas mapuches y a todos los descendientes de los primitivos habitantes de la Patagonia. Dad gracias al Señor por los valores y tradiciones de vuestra cultura, y esforzaos en promoverla, al mismo tiempo que os empeñáis por avanzar en todos los aspectos de vuestra existencia.

De cara a los problemas que os aquejan, quiero haceros, en nombre de la Iglesia, un firme llamado a la esperanza: nuestro Señor –que siendo rico se hizo pobre para enriquecer a los hombres– es justo en sus designios, y si es grande el sufrimiento que permite a veces, mayor aún es la ayuda que nos otorga para que las lágrimas se conviertan en gracia redentora y evangelizadora.

Mi llamado de esperanza se extiende a todos, y en particular a los que son responsables de la vida económica y política, para que, con empeño y sentido de justicia, aprovechéis todas las riquezas naturales de esta región y dirijáis eficazmente todas las energías al bien común de la Patagonia, de modo que se alcancen condiciones de vida cada vez más humanas, y. a pesar de los rigores de vuestro clima, se pueblen más y más estas dilatadas extensiones. A la vez, os animo a promover generosas y eficaces iniciativas de solidaridad con los más necesitados. Que nadie se sienta tranquilo mientras haya en vuestra patria un hombre, una mujer, un niño, un anciano, un enfermo, ¡un hijo de Dios!, cuya dignidad humana y cristiana no sea respetada y amada.

631 A todos los que padecéis necesidades –mapuches, emigrantes, y tantos otros en el campo y la ciudad– quiero manifestaros mi particular afecto y recordaros que sois vosotros mismos los primeros responsables de vuestra promoción humana. No os dejéis llevar por el desánimo y la pasividad. Trabajad con empeño y constancia por obtener las condiciones del legítimo bienestar para vosotros y vuestras familias, y por participar cada vez más en los bienes de la educación y la cultura. Pero no empleéis, para lograr estos objetivos, las armas del odio y de la violencia, sino las del amor y las del trabajo solidario, que son las únicas que conducen a metas de verdadera justicia y renovación.

No olvidéis que más insidiosa que la pobreza material o las opresiones, es la falta de dignidad humana en el actuar: ¡Y nadie os puede arrebatar esa dignidad! Dignidad significa magnanimidad, apertura de corazón, querer a todos sin discriminación de ningún género, perdonar a quienes os hayan ofendido.

Queridos argentinos: Con motivo de esta visita pastoral, os pido una profunda reconciliación fraterna que hunda sus raíces en la reconciliación de cada uno con Dios, nuestro Padre, que destierre para siempre los odios y rencores en esta hermosa y hospitalaria tierra argentina, de modo que triunfe en todos los corazones la justicia y la paz de Cristo.

5. Para que de veras resulte eficaz la nueva etapa de la evangelización que el Señor espera de vosotros, debéis formar verdaderas comunidades cristianas, como las de nuestros primeros hermanos en la fe (cf. Hch
Ac 2,42-47 Ac 4,32-36). Se conseguirá de este modo una profunda renovación de todas las comunidades parroquiales, tal como queréis poner en marcha entre vosotros. Y si en el cumplimiento de su misión están impregnadas del amor a Dios, serán verdaderamente comunidades misioneras y servidoras de los hombres.

Para continuar y crecer en el estilo de vida evangélico como los primeros cristianos, es necesario que, al igual que ellos, perseveréis en la unión entre vosotros y con vuestros Pastores; en las verdades de nuestra fe meditándolas en vuestro corazón; en la vida sacramental y litúrgica.

Habéis de llevar a cabo vuestra tarea evangelizadora, sintiéndoos miembros vivos de una Iglesia que es comunión.El último Sínodo Extraordinario de los Obispos ha insistido mucho en que “la eclesiología de comunión es una idea central y fundamental en los documentos del Concilio” (Sínodo extraordinario de los Obispos, 1985, Relatio finalis, II, C, 1). Sólo desde el interior de una Iglesia-comunión se puede entender la vocación y misión del cristiano. Tratad de reproducir el magnifico testimonio de la Iglesia primitiva: “La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma” (Ac 4,32).

¡Cuán necesario y urgente es ofrecer al mundo de hoy el testimonio de una Iglesia-comunión, animada por el Espíritu Santo, comprometida toda ella en una nueva evangelización!

Esto supone una relación muy estrecha con los Pastores, los cuales, como primeros colaboradores del Espíritu Santo, son el principio visible de la comunión eclesial; y requiere también unidad, colaboración fraterna y comunión entre los sacerdotes, religiosos y laicos, que buscan –cada uno según su propio carisma– construir el reino de Dios.

6. En este momento, en que el Espíritu Santo impulsa la corresponsabilidad y participación activa de todos los cristianos en la misión evangelizadora de la Iglesia, se percibe cada vez más la necesidad de profundizar en la formación y en la espiritualidad adecuadas a su vocación. Todo cristiano debe escuchar y meditar asiduamente la Palabra de Dios y esforzarse por descubrir la presencia del Señor en los acontecimientos diarios de su vida personal y de toda la sociedad. Hace falta una formación permanente, que lleve a todos los fieles a una continua conversión, hasta reproducir en sus vidas la imagen de Cristo. Toda la persona tiene necesidad de una formación integral e integradora – cultural, profesional, doctrinal, espiritual y apostólica – que le disponga a vivir en una coherente unidad interior, y le permita siempre dar razón de su esperanza a todo aquel que se la pida (cf. 1P 1P 3,15).

La identidad cristiana exige el esfuerzo constante por formarse cada vez mejor, pues la ignorancia es el peor enemigo de nuestra fe. ¿Quién podrá decir que ama de verdad a Cristo, si no pone empeño por conocerlo mejor? Amados hermanos: No abandonéis la lectura asidua de la Sagrada Escritura, profundizad constantemente en las verdades de nuestra fe, acudid con ilusión a la catequesis que, si es imprescindible para los más jóvenes, no es menos necesaria para los mayores. ¿Cómo podréis transmitir la Palabra de Dios si vosotros mismos no la conocéis de un modo profundo y vivo?

¡Formación y espiritualidad! Un binomio inseparable para quien aspire a conducir una vida cristiana verdaderamente comprometida en la edificación y en la construcción de una sociedad más justa y fraterna. Si deseáis ser fieles en vuestra vida cotidiana a las exigencias de Dios y a las expectativas de los hombres y de la historia, debéis alimentaros constantemente de la Palabra de Dios y de los sacramentos: que “la Palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza” (Col 3,16)¡ vivid las exigencias y la gracia sacramental de vuestro bautismo y de vuestra confirmación, del sacramento de la reconciliación y de la eucaristía, del sacramento del matrimonio para quienes habéis sido llamados a este estado de vida que manifiesta y realiza el misterio de la alianza de Jesús con la Iglesia.

632 Sed hombres y mujeres de oración. Preparad, en la intimidad con el Señor, el encuentro salvador con los hombres. En la oración filial, el cristiano tiene la posibilidad de entablar un diálogo con Dios Uno y Trino, que mora en el alma de quien vive en gracia (cf. Jn Jn 14,23), para poder después anunciarlo a los hermanos. Esta es la dignidad filial de los cristianos: invocar a Dios como Padre, y dejarse guiar por el Espíritu para identificarse en plenitud con el Hijo. Por medio de la oración, buscamos, encontramos y tratamos a nuestro Dios, como a un amigo íntimo (cf. Ibíd., 15, 15), a quien contamos nuestras penas y alegrías, nuestras debilidades y problemas, nuestros deseos de ser mejores y de ayudar a que otros también lo sean.

El Evangelio recuerda “la necesidad de orar perseverantemente y no desfallecer jamás” (Lc 18,1). Dedicad, por tanto, todos los días algún tiempo de vuestra jornada a conversar con Dios, como prueba sincera de que lo amáis, pues el amor siempre busca la cercanía del ser amado. Por eso, la oración debe ir antes que todo; quien no lo entienda así, quien no lo practique, no puede excusarse en la falta de tiempo: lo que le falta es amor.

7. Los Apóstoles “perseveraban unánimes en la oración, en compañía de... María, la Madre de Jesús” (Ac 1,14).

Antes de impartiros con afecto mi Bendición Apostólica, pido a María Auxiliadora, Reina de los Apóstoles, que interceda por todos vosotros a fin de que vuestro celo apostólico y misionero aumente más cada día y. con vuestro testimonio cristiano, la claridad de Dios, que resplandece en el rostro de Cristo Jesús, para todos los hombres en el Espíritu Santo. Amén.

Y ahora quiero dirigir un saludo especial a nuestros hermanos mapuches en su propia lengua:

Poyén pu mapúche peñi ka pu déya: marimári, pu wen! Ayüwnkéchi tykúlpanién, déuma rupái kiñe patáka trípántü, féichi ñi llegmúm támyn wéche peñi, Ceferino Namúnkura. Inchetáñi mlen fau fachántü, tfáchi nütrám ayüafún ñi nieál eiwyn mu: féichi Pápa, rumél mleái aiwyn ñi ináu méu; Peumanén, inchíñ táiñ Wénu-Cháu, pile támyn rumél kümélkaleál, mynél pu pyñéñ. Kúmé feleáimn, pu wén!

(Estimados hermanos y hermanas: Hola amigos. Con alegría recuerdo que ya han pasado cien años del nacimiento de vuestro joven hermano Ceferino Namuncura. Mi presencia hoy aquí quisiera que tuviera este sentido para vosotros: el Papa estará siempre a vuestro lado; ojalá nuestro Padre del cielo os conceda un permanente bienestar, en particular a vuestros niños. Felicidades, amigos).



B. Juan Pablo II Homilías 621