B. Juan Pablo II Homilías 646


VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA

SANTA MISA EN CORRIENTES


Jueves 9 de abril de 1987

1. “Dios envió a su Hijo, nacido de mujer” (Ga 4,4).


Dentro de esta peregrinación por tierras argentinas, el Papa celebra hoy el sacrificio eucarístico con los fieles de Corrientes y de las diócesis vecinas, y desea meditar con vosotros, sobre el misterio evocado por el Apóstol de las Gentes en esta concisa frase de su carta a los Gálatas.

El misterio divino de la misión del Hijo, es al mismo tiempo el misterio de la Mujer, elegida y predestinada por el Padre Eterno para ser Madre del Hijo de Dios. Iluminados por la liturgia de la Palabra, deseamos hoy abarcar con la mirada de la fe, aquello que, en los designios eternos del amor de Dios, ha sido puesto para nuestra salvación. Es una mirada llena de agradecimiento a la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y al mismo tiempo, llena de admiración hacia aquella Mujer en la cual el género humano ha recibido tan excelsa elevación: ¡Hijo de Dios nacido de Mujer! ¡Jesucristo, Hijo de María siempre Virgen. Hijo del hombre!

2. En el nombre de este Hijo y de su Madre, deseo saludar de nuevo a la Iglesia, extendida por toda la tierra argentina, en particular en esta región del Nordeste.

Saludo, en primer lugar, al Pastor de esta arquidiócesis de Corrientes, a los demás obispos aquí presentes, a los sacerdotes y seminaristas, a los religiosos y religiosas, a las autoridades; a todo el Pueblo santo de Dios reunido en torno a este altar y a quienes se asocian a nuestra celebración a través de la radio o de la televisión.

Nos encontramos ante la imagen de la Inmaculada Concepción, venerada en el santuario de Itatí, fundado en el año 1615, y centro de la honda tradición mariana de esta región. Desde entonces, muchos miles de peregrinos han acudido ante esta imagen para honrar a María; para poner sus intenciones y sus vidas bajo su protección e intercesión.

Hoy queremos acudir también nosotros a la Virgen María, para atestiguar ese mismo amor y esa misma confianza en la que es Madre de Dios y Madre nuestra. Queremos ser buenos hijos que vienen a saludar a su Madre; hijos que se saben necesitados de su protección maternal; hijos que quieren demostrarle sinceramente su afecto.

3. El Apóstol escribe: “Vino la plenitud del tiempo” (Ga 4,4). Esa plenitud, es, además, el cumplimiento de aquello que ya existía en la Sabiduría de Dios, como plan salvífico para el hombre. Por esto, la liturgia se refiere en la primera lectura a esta Sabiduría que existe en Dios “antes que el mundo empezara a existir ”: antes de que fuera creada cosa alguna: “ cuando aún no existían los océanos ni las fuentes más profundas del mar; antes que las montañas... antes que las colinas... antes que el Señor hiciera la tierra y el conjunto de los elementos del orbe... cuando dio una orden al mar, para que sus aguas no se desborden; cuando estableció los sólidos cimientos de la tierra” (Pr 8,24-29).

¡Esto dice la Sabiduría!

647 La Sabiduría, siempre presente en la obra de Dios-Creador. Esta Sabiduría, en la que participan todas las obras de Dios, encuentra su mayor motivo de gozo en el género humano.

La Antigua Alianza se abre aquí, de modo particular hacia aquella Mujer, en cuyo seno se realiza el encuentro culminante y definitivo de la humanidad con Dios-Sabiduría, precisamente el misterio de la Encarnación del Verbo, en la plenitud de los tiempos.

La Virgen de Nazaret –Madre del Verbo Encarnado– tiene vinculación singular con esta Sabiduría, que está también llena del eterno amor del Padre al hombre.

4. Cuando “ vino la plenitud del tiempo ”, cuando el Mensajero divino transmitió a la Virgen de Nazaret la voluntad del Padre Eterno, cuando María respondió “hágase” (fíat); entonces comenzó aquella particular peregrinación, que nace del corazón de la Mujer, bajo el soplo esponsal del Espíritu Santo.

“María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá... a la casa de Zacarías” (
Lc 1,39). Fue allá para saludar a su prima Isabel, de más edad que Ella, que estaba esperando dar a luz a un hijo: Juan Bautista.

Por su parte, Isabel, al responder al saludo de María con aquellas palabras inspiradas, llenas de veneración hacia la Madre del Señor, alaba la fe de la Virgen de Nazaret: “Dichosa la que ha creído que se cumplirá lo que le ha dicho de parte del Señor” (Ibíd., 1, 45) .

De este modo, la visita de María en Ain-Karim asume un significado realmente profético. En efecto, vislumbramos en ella la primera etapa de esta peregrinación mediante la fe, que tiene su inicio en el momento mismo de la Anunciación.

5. Esta peregrinación mediante la fe constituye la idea guía del Año Mariano, que anuncié el día 1 de enero pasado, y que se inaugurará en la próxima solemnidad de Pentecostés.

Desde el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo vino sobre los Apóstoles en el Cenáculo de Jerusalén, María no sólo participa en la peregrinación mediante la fe de toda la Iglesia, sino que Ella misma “avanza” precediendo y guiando maternalmente a todo el Pueblo de Dios, a lo largo y ancho de la tierra.

“La Madre de Jesús, de la misma manera que, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es imagen y principio de la Iglesia que habrá de tener su cumplimiento en la vida futura, así en la tierra precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta de consuelo” (Lumen gentium LG 68), Son palabras del Concilio Vaticano II que, por aludir a esta verdad, he querido desarrollar en la Encíclica Redemptoris Mater, publicada, con ocasión del Año Mariano, en la reciente solemnidad de la Anunciación.

6. El punto de apoyo, en tierra argentina, de esta peregrinación mediante la fe, lo constituyen todas las generaciones que han fijado y fijan su mirada en la Madre de Dios, como “Madre del Señor” y “modelo de la Iglesia”.

648 La peregrinación de la Iglesia y de cada cristiano hacia la casa del Padre, se manifiesta y realiza, de modo agradable a Dios, en las peregrinaciones de los cristianos a los santuarios marianos. Los santuarios son como hitos que orientan ese caminar de los hijos de Dios sobre la tierra, precedidos y acompañados por la mirada afectuosa y alentadora de la Madre del Redentor.

Durante mi primer viaje a la Argentina tuve la dicha de acudir al santuario nacional de Luján, para encomendaros a María en momentos especialmente difíciles para vuestra querida nación. E1 próximo Domingo de Ramos, en el marco de la Jornada mundial de la Juventud –con la que culminará esta segunda visita–, la misma imagen de la Madre de Dios vendrá, desde Luján, al encuentro de los jóvenes que peregrinan en la fe, en tantos otros lugares de la tierra.

Hoy está también entre nosotros la imagen de María, que ha llegado desde su santuario de Itatí, verdadero centro espiritual de todo el litoral. Mi ánimo se llena de gozo y de agradecimiento al Señor al considerar que, a lo largo de los siglos, los hijos de esta tierra han sabido hallar en la Virgen la guía y el modelo seguro para seguir a Jesús.

7. Vuestra religiosidad popular, tan rica y arraigada, muestra que, en lo más hondo de vuestra conciencia, se asienta la firme convicción de que nuestra vida sólo tiene sentido si se orienta, radical y completamente, hacia Dios. La devoción a la Cruz de los Milagros –Cruz fundacional de Corrientes–, y a la Limpia Concepción de Itatí, ponen de manifiesto cuáles son vuestros grandes amores: el Señor Crucificado y su Madre Inmaculada, la criatura que más y mejor supo unirse al misterio redentor de su Hijo. Debéis, por eso, conservar y fomentar las variadas manifestaciones de vuestra piedad popular, como cauce privilegiado para vuestra unión con Dios y con los demás.

Cuando el Nordeste argentino recibió la luz de la fe, en la primera mitad del siglo XVI, el mensaje del Evangelio vivificó toda vuestra existencia, gracias al celo –tantas veces heroico– de aquellos primeros sacerdotes y religiosos misioneros, entre los que destacaron los franciscanos y los jesuitas, con figuras señeras como las de fray Luis de Bolaños, el Beato Roque González de Santa Cruz y tantos otros.

Las misiones o “doctrinas” de los jesuitas constituyen, sin duda, uno de los logros más acabados del encuentro entre los mundos hispano-lusitano y el autóctono. En ellas se puso en práctica un admirable método evangelizador y humanizador, que supo hacer realidad los fuertes lazos que existen entre evangelización y promoción humana. (Evangelii Nuntiandi
EN 31)

Los emigrantes de los dos últimos siglos, que han venido a sumarse a los “criollos”, han aportado sus propios valores culturales, su trabajo y, en la mayor parte de los casos, su fe católica, contribuyendo así a formar vuestra sociedad, firmemente enraizada en la misma fe que la vio nacer en los orígenes del Nuevo Mundo.

8. La Iglesia atraviesa un momento particularmente prometedor en esta región. Tras la organización diocesana, y con las numerosas y fecundas iniciativas pastorales de las últimas décadas, se abren perspectivas que permiten mirar al futuro con una esperanza renovada.

Pido al Señor que os envíe muchos sacerdotes, llenos de vida interior, e impulso evangelizador, que con gran celo apostólico sean fieles dispensadores de la Palabra divina y de las fuentes de la gracia que son los sacramentos. Miro con particular interés al reciente seminario interdiocesano de Resistencia, del que espero muchos frutos para bien de la Iglesia en esta región pastoral.

Todos los fieles cristianos están llamados a participar en la misión de Cristo, cada uno según la propia vocación en el Pueblo de Dios. La cercanía del próximo Sínodo de los Obispos, dedicado a la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, me lleva a pensar sobre todo en vosotros, queridos laicos del Nordeste argentino.

La Iglesia y la sociedad civil esperan mucho de vuestro compromiso cristiano y de vuestra responsabilidad apostólica, sobre todo en la tarea que es específica de los laicos: impregnar todas las estructuras temporales de sentido cristiano. Al ahondar en las riquezas de esa herencia de fe que habéis recibido, debéis ser cada vez más conscientes de que la fe debe vivirse en todas las circunstancias personales y de trabajo en las que la Providencia divina os haya puesto.

649 De este modo, la profunda transformación económica a la que se encamina la Mesopotamia –sobre todo a través del aprovechamiento de su potencial hidroeléctrico–, irá acompañada por una constante mejora interior, que os conduzca por caminos de auténtico progreso integral: humano y cristiano. En ese desarrollo, con el que Dios os muestra también su amor, no olvidéis nunca a vuestros hermanos más necesitados. La justicia y la caridad cristiana os moverán a procurar que todos participen en los beneficios materiales y espirituales de esa nueva etapa que se vislumbra.

La familia debe seguir siendo la primera escuela de fe y de vida cristiana, la transmisora de esa herencia de religiosidad popular, que es parte del alma de este pueblo. A los padres cristianos compete un grave deber en este sentido: formar hombres y mujeres que aprendan en su familia las virtudes humanas y cristianas; y que vean hecho vida el valor del matrimonio indisoluble y del auténtico amor conyugal que, en medio de las dificultades de esta vida, sale siempre fortalecido y rejuvenecido.

9. Queridos hermanos e hermanas. A todos os quiero recordar que ser miembros vivos del Pueblo de Dios significa, en primer lugar, acoger a Cristo, darle cabida en nuestro corazón, en nuestras vidas. Significa imitar a María en su disponibilidad y en su prontitud para aceptar y poner por obra lo que conoce como voluntad de Dios. Ella, después de haber recibido el anuncio del Ángel, camina apresuradamente hacia la montaña de Judá. Se pone en marcha, llevando en su seno al Hijo de Dios, sin reparar en las dificultades que ese camino pudiera traer consigo. María sabe superar las dificultades de esta peregrinación.

La principal dificultad, el mayor obstáculo que nos impide seguir a nuestra Madre, es el pecado. E1 pecado nos incapacita para recibir al Señor; cuando el alma está en pecado no puede nacer en ella el Hijo de Dios, allí no puede estar Jesús; no hay lugar para El. La peregrinación mediante la fe exige que apartemos el obstáculo del pecado, y acojamos la venida del Hijo de Dios a nuestras almas, haciéndonos partícipes de su filiación divina.

10. “Cuando vino la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer... para hacernos hijos adoptivos” (
Ga 4,4-5).

Esta es la primera dimensión del misterio divino.

La secunda dimensión, estrechamente relacionada con ésta, consiste en la filiación de la adopción divina, de la que participan los hijos de los hombres. Todos nosotros hemos sido concebidos y hemos nacido de nuestras madres; en el Hijo de María recibimos, sin embargo, la filiación adoptiva de Dios. Llegamos a ser hijos en el Hijo de Dios.

“Y si somos hijos ” –dice el Apóstol– “ también somos herederos por la voluntad de Dios” (cf. Ga Ga 4,6-7). Hemos sido llamados a participar en la vida de Dios a semejanza del Hijo. Recibimos, por obra suya, el Espíritu Santo “ que clama: ¡Abbá, Padre!” (Ibíd., 4,6).

Hemos sido llamados a la libertad de los hijos de Dios: “ya no eres más esclavo, sino hijo” (Ibíd., 4,7); es la libertad que Cristo nos ha conseguido mediante su cruz y su resurrección.

En la perspectiva de los próximos días de la Semana Santa y de la Pascua, estas palabras adquieren una intensidad particular. Fijando nuestra mirada en la Madre del Señor, meditamos los inescrutables misterios de la Sabiduría divina, de los que Ella ha sido testimonio en la plenitud de los tiempos. ¡Esta es la plenitud de los tiempos que perdura para siempre!



CELEBRACIÓN DE LA PALABRA SOBRE EL TEMA DE LA INMIGRACIÓN Aeropuerto de Paraná (Argentina) Jueves 9 de abril de 1987

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Nuestros antepasados . . . reconociendo que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra . . . buscaban una patria” (
He 1,13-14).

1. Amados hermanos en el Episcopado,
queridísimos hermanos y hermanas:

Nos encontramos, reunidos en esta ciudad de Paraná, en las márgenes del río del mismo nombre, para escuchar la Palabra de Dios y dejarnos interpelar por ella.

Las palabras que acabamos de escuchar, tomadas de la Carta a los Hebreos, se aplican con particular realismo a esta noble nación argentina, un país de inmigración, hospitalario y amigo para los inmigrantes, en el pasado y en el presente.

Es para mí motivo de gran alegría celebrar, junto a vosotros, esta liturgia de oración por los inmigrantes.Saludo a las autoridades, a mis amados hermanos en el Episcopado, en particular al Pastor de esta arquidiócesis, a los sacerdotes, religiosas y religiosos, y a todos los demás fieles que, con su presencia o a través de los medios de comunicación, desean unirse a nosotros para “dar gracias al Señor porque es bueno . . . y aclamarlo en la asamblea del pueblo” (Ps 107,1-2 [106], 1-2).

La Argentina de hoy, se puede dar, es un país hecho, en buena medida, por inmigrantes; por hombres y mujeres que han venido a “habitar en el suelo argentino” como reza el preámbulo de vuestra Constitución. Vuestra nación ha sabido acoger a los que venían, y éstos, a su vez, han encontrado una nueva patria a la que han aportado la herencia de sus lugares de origen.

Ante esta gozosa realidad, vienen a mis labios las palabras del Salmo:

“Dad gracias al Señor, porque es bueno, / porque es eterno su amor. / Que lo digan los redimidos del Señor ... / los que ha reunido de entre los países, / de oriente y de poniente, del norte y del mediodía ... / El los libró de sus angustias, / los condujo por camino recto / hasta llegar a una ciudad habitable” (Ibíd., Ps 107,1-3 Ps 107,6-7).

2. Se ha proclamado hoy el Evangelio de la huida de la Sagrada Familia a Egipto y de su posterior retorno a Israel. «Un Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma al Niño y a su Madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise”... cuando murió Herodes, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José, que estaba en Egipto y le dijo: “Levántate, toma al Niño y a su Madre, y regresa a la tierra de Israel”» (Mt 2,13 Mt 2,19 Mt 2,20).

El Señor, que por su gran misericordia se hizo semejante en todo a sus hermanos los hombres, menos en el pecado (cf. He 2,17), quiso también asumir, con su Madre Santísima y San José, esa condición de emigrante, ya al principio de su camino en este mundo. Poco después de su nacimiento en Belén, la Sagrada Familia se vio obligada a emprender la vía del exilio. Quizá nos parece que la distancia a Egipto no es demasiado considerable; sin embargo, lo improvisado de la huida, la travesía del desierto con los precarios medios disponibles, y el encuentro con una cultura distinta, ponen de relieve suficientemente hasta qué punto Jesús ha querido compartir esta realidad, que no pocas veces acompaña la vida del hombre.

¡Cuántos emigrantes de hoy y de siempre, pueden ver reflejada su situación en la de Jesús, que debe alejarse de su país para poder sobrevivir! De todos modos, lo que debemos considerar en esta etapa de la vida de Cristo es, sobre todo, el significado que tuvo en el designio salvífico del Padre. Esa huida y permanencia en Egipto durante algún tiempo, contribuyeron a que el Sacrificio de Cristo tuviera lugar a su hora (cf. Jn 13,1), y en Jerusalén (cf. Mt 20,17-19). De modo análogo, toda situación de emigración se halla íntimamente vinculada a los planes de Dios. He ahí, pues, la perspectiva más profunda en que ha de considerarse el fenómeno de la emigración.

3. Los emigrantes venían aquí sobre todo a buscar trabajo, cuando éste escaseaba ya en su tierra de origen. Con la voluntad de trabajar y de contribuir al bien común del país que los recibía generosamente, traían también consigo todo el bagaje histórico, cultural, religioso de sus respectivos países. Para la Argentina hispana de entonces, las corrientes migratorias posteriores de la misma España, de Italia, Alemania, Francia, Suiza, Polonia, Ucrania, Yugoslavia, Armenia, el Líbano, Siria, Turquía y de las comunidades hebreas del Este y Centro de Europa, han sido no sólo una fuente de riqueza, económica y cultural, sino también el componente básico de la población actual.

Muchos de estos inmigrantes han traído consigo, junto con su pobreza, la gran riqueza de la fe católica; otros muchos, han encontrado ese gran tesoro en vuestro país. Quisiera recordar ahora, en esta novena de años que prepara ya de cerca la celebración del V centenario de la evangelización de América, la importancia que en esta evangelización han tenido muchos de los inmigrantes europeos llegados, incluso recientemente, a estas tierras: han aportado una fe sincera y una viva conciencia de su pertenencia a la Iglesia católica, y también su propio tesoro de devociones populares. Ellos han fijado definitivamente la actual fisonomía religiosa de este país –y de tantos otros países hermanos–, en admirable simbiosis con las tradiciones locales.

Otros inmigrantes han venido también, trayendo sus propias tradiciones religiosas. Pienso en primer lugar, en los pertenecientes a las diversas confesiones cristianas de Oriente y de Occidente. También quisiera recordar, especialmente en esta provincia de Entre Ríos, a la inmigración hebrea, tan apreciable en sus aportes culturales.

Si las corrientes migratorias desde Europa ya no tienen la amplitud de otros tiempos, nuevos desplazamientos, de países vecinos esta vez, han venido a reemplazarlas. Ahora son oriundos de regiones limítrofes los que vienen a “habitar este suelo”.

No quisiera olvidar tampoco el fenómeno de las migraciones internas. En Argentina, como en todos los países, hay regiones más o menos favorecidas, y está también la atracción, que es a menudo solamente espejismo, de los grandes centros urbanos.

No obstante tanta diversidad de procedencias, culturas y religiones, es muy honroso comprobar que en la Argentina no se han dado las divisiones o los conflictos raciales o religiosos.

También por esto, proclamamos: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterno su amor” (Ps 107,1 [106], 1). Agradeced a Dios y al país argentino, la generosidad y apertura que manifestó en vuestros padres, comportándoos del mismo modo con vuestros hermanos menos favorecidos.

4. Un país abierto a la inmigración es un país hospitalario y generosos que se mantiene siempre joven porque, sin perder su identidad, es capaz de renovarse al acoger sucesivas migraciones: esa renovación en la tradición es precisamente señal de vigor, de lozanía y de un futuro prometedor. La Argentina no ha sido así solamente en el pasado: lo es todavía, y siempre lo debe ser.

Muy en contraste con estos sentimientos, tan en consonancia con el espíritu cristiano, y a pesar de los muchos signos positivos que se vislumbran por todas partes, en algunos lugares aún se nota la persistencia de un prejuicio ante el inmigrante, de miedo a que el hombre venido de fuera –aunque admitido para determinados tipos de prestaciones laborales–, acabe por introducir un desequilibrio en la sociedad que lo recibe; y esto se traduce, de modo más o menos consciente, en actitudes de falta de afecto o, incluso, de hostilidad. Os dais cuenta de que ese miedo y ese prejuicio no tienen otro fundamento que el propio egoísmo.

Por eso, se hace particularmente importante que fomentéis aún más el espíritu evangélico de caridad y de acogida hacia todos. Os recuerdo las palabras de la Epístola a los Hebreos: “Perseverad en el amor fraterno. No olvidéis la hospitalidad, ya que gracias a ella, algunos, sin saberlo, hospedaron a los ángeles” (He 12,12). Existe un arte y un sentido de la hospitalidad que es imposible codificar en normas y leyes, pero que debe estar escrito en cada corazón cristiano. El corazón de los argentinos no debe cambiar: si antes acogíais emigrantes del Viejo Mundo, recibid ahora, como ya lo hacéis, a vuestros vecinos menos favorecidos, para que encuentren aquí un hogar, al igual que vuestros antepasados lo encontraron en estas riberas. No haya en este país, como nunca lo ha habido, ciudadanos de segunda clase: que sea una tierra abierta a todos los hombres de buena voluntad.

Debéis procurar que los inmigrantes arraiguen vitalmente en la nación que los recibe, en la comunidad eclesial que como hermanos los acoge. Esto supone conjugar, con extrema delicadeza, la valoración del patrimonio espiritual que los inmigrantes traen consigo, con el fomento de su integración en el ambiente al que llegan. Esa solícita actitud evita tensiones y conflictos, y facilita el mutuo enriquecimiento humano y espiritual.

5. Queridos inmigrantes católicos, debéis sentiros –porque lo sois– miembros vivos de la Iglesia, no sólo receptores de ayuda material y espiritual, sino también verdaderos promotores de la evangelización. Dios os ha bendecido con una nueva patria, pero sobre todo os ha bendecido con la fe cristiana, “garantía de los bienes que se esperan, plena certeza de las realidades que no se ven” (He 11,1). Debéis extender esa fe como levadura evangélica en la patria que os ha acogido. No os atrincheréis en vuestra situación, quizá precaria: Dios quiere que seáis colaboradores en la tarea de santificación del hombre y de todas las realidades humanas.

La vocación cristiana, sea cual vuestra peculiar situación, es, por su propia naturaleza, vocación al apostolado (cf. Apostolicam Actuositatem AA 2); la gran misión que hemos recibido en el bautismo es dar testimonio de la nueva vida recibida; no cabe la actitud de permanecer pasivos. La extensión del reino de Dios no es sólo tarea de obispos, sacerdotes y religiosos, porque todos –según vuestras peculiares circunstancias– tenéis el mandato concreto de dar testimonio de vida y de anunciar a Cristo. Vuestra conducta debe ser tal que los demás puedan decir al veros: éste es cristiano, porque no es signo de división, porque sabe comprender, porque no es fanático, porque sabe sobreponerse a los bajos instintos, porque es trabajador y sacrificado, porque manifiesta sentimientos de paz, porque ama, porque reza.

Hemos oído al salmista:

“Sembraron campos y plantaron viñas, / que produjeron frutos en las cosechas; / El los bendijo y se multiplicaron” (Ps 107,37-38 [106], 37-38)

Tratemos de aplicarnos espiritualmente este pasaje: el que no labra los campos de Dios, el que no es fiel a la misión divina de dar a conocer a Cristo, difícilmente recibirá la bendición del Señor, y no podrá llegar él misma a la patria definitiva. El Papa quiere animaros –y dentro de unos momentos lo pediremos a Dios en la oración de los fieles– a que os comprometáis en una nueva evangelización que transcienda las fronteras y se realice en la Argentina y desde la Argentina.

6. El fenómeno de la migración es tan antiguo como el hombre; quizá deba verse en él un signo donde se vislumbra que nuestra vida en este mundo es un camino hacia la morada eterna. Nuestros padres en la fe reconocieron “que eran extranjeros y peregrinos en la tierra” (He 11,3). Los cuarenta años de marcha por el desierto del pueblo elegido, debe considerarse como don de Dios y parte de su pedagogía, para que quedara por siempre grabado en sus vidas “que no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la venidera” (Ibíd., He 13,14). Y San Pedro nos recuerda que somos “forasteros y peregrinos” (1P 2,11) dondequiera que nos hallemos, para así poner la esperanza en Dios y no en las cosas de esta tierra, para que nuestro deseo esté siempre pendiente de los deseos del Señor.

Esto no significa que debáis despreciar el mundo, o desentenderos de las actividades terrenas, o que no debáis amar la patria donde vuestros padres o vosotros habéis encontrado arraigo. Sino que el Señor os llama insistentemente a mirar más allá, hacia el destino definitivo de vuestras vidas, y de la vida de la Iglesia: “la casa del Padre” (Jn 14,2). Debemos permanecer en constante vigilancia, puesto que “no tenemos aquí ciudad permanente” y no sabemos el día ni la hora (cf Mt 25,13) en que seremos llamados a la “ciudad venidera ”.

La Iglesia de Cristo en este mundo es una Iglesia peregrina, una Iglesia en camino hacia la eternidad. Si vivimos, arraigados en el país donde nos encontramos y preocupados por su bien, y a la vez, siempre conscientes de nuestro destino eterno, realizaremos nuestro peregrinar desde esta patria hasta la tierra prometida, y se cumplirán las palabras del salmo:

El Señor “convirtió el desierto en un lago, / y la tierra reseca en un oasis: / allí puso a los hambrientos, / y ellos fundaron una ciudad habitable” (Ps 107,25-36 [106], 25-36.

¡La Ciudad permanente! ¡La Jerusalén celestial! Amén.



MISA PARA LOS CONSAGRADOS Y LOS AGENTES DE PASTORAL Estadio «Vélez Sarsfield» de Buenos Aires Viernes 10 de abril de 1987

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« Familias de los pueblos, aclamad al Señor, / aclamad la gloria y el poder del Señor » (
Ps 96,7 [95], 7.

1. La liturgia que estamos celebrando hoy, amadísimos en el Señor, repite estas hermosas palabras del Salterio, que nos invitan a glorificar a Dios por su acción salvífica en medio de los pueblos y en la creación entera.

Este canto brota ahora de corazones que se han consagrado a Dios para recorrer gozosamente el camino de la perfección y hacerse plenamente disponibles para la acción evangelizadora. Gracias por vuestra presencia y por vuestro entusiasmo, gracias por vuestro testimonio que seguramente se traduce a diario en compromiso de santificación y de apostolado.

Ya en el umbral de la Semana Santa, la Iglesia nos recuerda con las palabras del Salmista que es Cristo quien ora dentro de nosotros, desde nosotros y por nosotros, como queriendo entregar a Dios de nuevo y para siempre toda la creación y toda la humanidad, como ansiando que sea pronto una realidad la restauración de todas las cosas en El, «para que sea Dios en todas las cosas» (1Co 15,28). El Señor anticipa así en nuestra vida «el himno que se canta perpetuamente en el cielo» (Sacrosanctum Concilium SC 83).

Desde el día de 1a Encarnación, Jesús, el Verbo hecho hombre, comenzó su obra de redimir todo cuanto estaba caído a causa del pecado, y entregarlo al Padre como nueva creación. Jesús, «con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre» (Gaudium et spes GS 22 Gaudium et spes ) y lo ha transformado en una nueva creatura por la filiación divina de la que El mismo nos hace partícipes mediante su sacrificio cruento y resurrección gloriosa.

2. Verdaderamente el Padre ha enviado a su Hijo al mundo para que nosotros, unidos a El y transformados en El, podamos restituir a Dios el mismo don de amor que El nos concede: «De tal manera amó Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en El tenga la vida eterna» (Jn 3,16). A partir de esa donación de amor, podemos comprender mejor y hacer realidad en nosotros la vida eterna de Dios, que consiste en participar de la donación total y eterna del Hijo al Padre en el amor del Espíritu Santo. Realidad sublime que San Juan de la Cruz expresaría con las palabras: «dar a Dios el mismo dios en Dios» (S. Juan la Cruz, Llama de amor viva, canción 3ª.

He querido recordares estos ideales cristianos para reavivar en vuestra mente y en vuestro corazón el objetivo final y grandioso de toda evangelización. Sólo el apóstol que esté enamorado de estos ideales de perfección, sabrá afrontar todas las dificultades transformándolas en un seguimiento más radical de Cristo y en una entrega pastoral más decidida. «Dios es glorificado plenamente desde el momento en que los hombres reciben plena y conscientemente la obra salvadora de Dios, que completó en Cristo» (Ad Gentes AGD 7), nos dice el Concilio Vaticano II.

Pero hay un obstáculo en el corazón de cada hombre, que impide este proceso de unidad interior y de armonía con toda la creación: el pecado, la ruptura con Dios, la enemistad con el hermano. Vivimos en una sociedad que, a veces, parece haber perdido la conciencia del pecado, precisamente porque ha perdido el sentido de los valores del espíritu que han de animar cualquier auténtico humanismo. El hombre, salido de las manos del Creador, sólo hallará su realización plena cuando en su mente y en su conducta, a nivel individual y social, se asimile a su condición de « imagen y semejanza de Dios» (cf. Gen Gn 1,26). El pecado, en última instancia, es la destrucción del don de Dios que, mediante Cristo Salvador, se nos entrega en el Espíritu.

654 3. Cristo vence el pecado con el sacrificio de la cruz, «oblación del amor supremo, que supera el mal de todos los pecados de los hombres»(Dominum et Vivificantem DEV 31). Vence, pues, por medio de la obediencia al Padre hasta la muerte, transformada ya en misterio pascual de resurrección (cf. Flp Ph 2,8-11). Esta superación del pecado por medio del amor es un nuevo inicio del «restituir» a Dios todas las cosas y toda la humanidad como cosa suya. Gracias al misterio pascual de Cristo, todo es de Dios en sentido aún más pleno: como universo redimido y restaurado en Cristo (cf. Ef Ep 1,10). El hombre como persona y la humanidad entera pueden en Cristo, hacer de la propia existencia una donación a Dios y a los demás.

Es doloroso reconocer que el propio pecado ha crucificado a Cristo que vive en el hermano; pero es consolador encontrarse con Cristo crucificado que muere amando para destruir el pecado y restaurar al hombre. Ese hombre perdonado y restaurado, como San Pablo o San Agustín es quien mejor puede anunciar a todos el perdón y la reconciliación. ¿No es verdad que en esta perspectiva tan grandiosa del Evangelio, se reaviva la esperanza cristiana, que sabe construir la paz anunciando a todos el perdón y la reconciliación en el gozo de Cristo resucitado?

4. La liturgia nos ha ido acercando poco a poco a la celebración de la Pascua, misterio del Emmanuel, Dios con nosotros. Jesucristo es el Hijo de Dios que ha sellado para siempre una Alianza de amor entre Dios y los hombres. «El puso su morada entre nosotros » (cf. Jn Jn 1,14), y compartió nuestra misma existencia, hasta el punto de hacer de su muerte sacrificial la fuente de una nueva vida para todos los hombres (cf. Ibíd., 7, 38-29). Por Cristo y en la vida nueva del Espíritu, el hombre ya puede ser restituido a la Trinidad Santísima, pues de su cruz viene la fuerza de la redención (Dominum et Vivificantem DEV 14).

El mundo y la humanidad entera, gracias a la muerte redentora de Cristo, el Hijo de Dios, han recuperado aquel equilibrio que habían perdido por el pecado, restableciendo la maravillosa unidad del cosmos y de toda la familia humana. Gracias al misterio pascual, todo el mundo creado participa de la gloría de Cristo resucitado y puede cantar el «cántico nuevo» de los seguidores de Cristo (cf. Ap Ap 5,9), del que se hace eco nuestra celebración litúrgica: «Cantad al Señor un canto nuevo, / cantad al Señor la tierra entera, / cantad al Señor y bendecid su nombre» (Ps 96 [95], 1-2).

5. Nosotros todos, aquí reunidos para participar en esta Eucaristía, en la que se actualiza el misterio pascual por el que Cristo nos restituye al Padre, dirigimos nuestra mirada de fe profunda al Redentor (cf. Hb He 12,2), para reafirmarnos desde lo más hondo de nuestro corazón de que todos somos de Cristo.

Somos totalmente suyos por el bautismo, que nos configura sacramentalmente con la muerte y resurrección del Señor, para dar así comienzo a una vida nueva por la que Cristo recupera y entrega al Padre toda nuestra existencia en novedad de vida. Por el hecho de ser bautizados, somos ya llamados a ser santos, puesto que «todos los fieles», de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad (Lumen gentium LG 40).

Somos totalmente suyos por la misión que El ha confiado a los Apóstoles y a toda la Iglesia. A esta misión «merece que el apóstol le dedique todo su tiempo, todas sus energías y que, sí es necesario, le consagre su propia vida» (Evangelii nuntiandi EN 5).

Somos totalmente suyos por la ordenación sacerdotal que nos capacita sacramentalmente para representar a Cristo, Cabeza de su Cuerpo místico, y servir así a todos los fieles en su nombre y con su autoridad. El hecho de haber recibido el sacramento del orden, requiere por nuestra parte una profunda identificación con Cristo y con los misterios de nuestra fe, de los cuales somos dispensadores.

Somos totalmente suyos por la consagración religiosa y por la práctica permanente de los consejos evangélicos, que radicando en aquella recuperación y entrega al Padre que el sacramento del bautismo plasmó en cada uno de nosotros, imprime en nuestro ser una semejanza y configuración con Cristo muerto y resucitado. Esta consagración a Cristo es «señal y estímulo de la caridad y como un manantial extraordinario de espiritual fecundidad en el mundo» (Lumen gentium LG 42).

Todos nosotros, pues, sacerdotes, personas consagradas, agentes de pastoral, somos totalmente suyos, con la alegría pascual de prolongar, cada uno según su propia vocación, la presencia, la palabra, el sacrificio y la acción salvífica de Cristo, vencedor del pecado y de la muerte.

6. Hoy en esta asamblea eucarística, todos nosotros, que somos totalmente suyos, queremos no sólo escuchar su mensaje, sino sobre todo acoger en nuestro corazón el mandato misionero del Señor: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura» (Mc 16,5).

655 Este encargo misionero de Jesús es como una declaración de amor, puesto que nos confía lo más querido que El tiene: el encargo recibido del Padre de redimir a la humanidad caída. Si El entregó su vida para llevar a cabo su misión salvífica, nosotros, que somos totalmente suyos, recibimos este encargo de manos de la Iglesia para compartir con El nuestra vida.

La consagración que se ha realizado en nosotros por el bautismo constituye la fuente primera de esta llamada al apostolado, a la evangelización. Si «la Iglesia entera es misionera, la obra de evangelización es un deber fundamental del Pueblo de Dios» (Ad Gentes
AGD 35). Por eso «evangelizar no es para nadie un acto individual y aislado, sino pro-fundamente eclesial» (Evangelii nuntiandi EN 60).

Ulteriormente, los que hemos recibido el sacerdocio ministerial estamos, en virtud de un título nuevo, especialmente obligados al apostolado y a la evangelización mediante el ministerio de la Palabra y de los Sacramentos. Para nosotros servir a la acción evangelizadora de la Iglesia constituye un apremiante, aunque también gustoso, deber. Somos instrumentos válidos y eficaces de la acción del mismo Cristo, Buen Pastor, en las almas: somos los instrumentos de unidad necesarios para la acción evangelizadora que el Señor ha confiado ala Iglesia.

La llamada di?i?a a la profesión religiosa, a la práctica permanente de los consejos evangélicos, abre nuevos caminos al apostolado de la Iglesia, y de ella dimanan nuevas energías para la evangelización. La persona consagrada debe ser un signo transparente y portador del ofrecimiento del mundo a Dios. Es también una ex-presión viva de la pobreza de Cristo, que se desprendió de todo y se hizo «obediente hasta la muerte y muerte de cruz» (Ph 2,8). A través de esta consagración al Señor aparece claramente la inmolación de Cristo en aras de la voluntad salvífica del Padre. De ahí proviene la misteriosa fecundidad apostólica de la vida consagrada, como signo eficaz de evangelización. Los llamados a esta consagración, que «se sitúan dentro del dinamismo de la Iglesia, son, por excelencia, voluntarios y libres para abandonar todo y lanzarse a anunciar el Evangelio hasta los confines de la tierra» (Evangelii nuntiandi EN 69)

7. El Evangelio es proclamado por medio de palabras vivas, de gestos de vida. Y especialmente es proclamado mediante el testimonio de una donación total a Dios, entregándole a El la creación entera en donación esponsal a la causa del reino de Dios, que Cristo ya ha instaurado en la historia del hombre. Esta misión salvífica de «devolver» y «entregar» a Dios todas las cosas, Cristo la quiere compartir con todos los que se hacen disponibles para seguirle e impregnarse del Evangelio hasta lo más profundo de la propia existencia. Compartir la misión de Cristo supone una actitud esponsal de correr su suerte arriesgando todo por El. La participación en el apostolado de la Iglesia, en su misión universal, nace del «amor esponsal por Cristo, que se convierte de modo casi orgánico en amor por la Iglesia como Cuerpo de Cristo, por la Iglesia como Pueblo de Dios, por la Iglesia que es ala vez Esposa y Madre» (Redemptionis Donum, 15).

La actitud de asociación y de fidelidad esponsal a Cristo os con-vierte pues en expresión de una Iglesia que, como María, escucha, ora, ama. Los apóstoles de todas las épocas y también vosotros sacerdotes, personas consagradas y agentes de pastoral de la Argentina, necesitáis una vivencia fuerte de Cenáculo con María, para recibir nuevas gracias del Espíritu Santo y poder afrontar las nuevas situaciones de evangelización en el mundo de hoy. Esta ha sido mi invitación en la Encíclica Dominum et Vivificantem, como lo fue ya en mí primera Encíclica Redemptor Hominis, siguiendo las huellas del Concilio Vaticano II (cf. Lumen gentium LG 59 Ad Gentes AGD 4). El Año Mariano, que pronto habremos de iniciar, os brinda una ocasión extraordinaria para dar renovado impulso a vuestras vidas según esta perspectiva evangélica.

8. De vosotros espera el Señor que sepáis predicar su mensaje con palabras llenas de vida, como transparencia del mismo Evangelio, pues vuestra existencia será palabra evangélica en la medida que brote espontáneamente de vuestra entrega interior. Entonces vuestro apostolado se hará fecundo y «creíble», pues el mundo espera de nosotros un compromiso de vida y un testimonio de oración, como quise poner de manifiesto en el encuentro de Asís del año pasado.

Predicar el Evangelio de esta manera se convierte en «motivo de gloría» (cf. 1Co 1Co 9,16),30 como nos dice San Pablo en la segunda lectura de esta celebración eucarística, Pero precisamente por ello, el anuncio del Evangelio ha de ser para nosotros una urgencia apremiante, una obligación santa, así como lo confiesa el mismo Apóstol: «¡?? de mí sí no evangelizare!» (Ibíd.). Sí, ¡ay de mí! ¡Ay de nosotros sí no supiéramos presentar hoy el Evangelio a un mundo que, a pesar de las apariencias, sigue teniendo «hambre de Dios»! (Redemptor hominis RH 18).

Así, pues, amadísimos hermanos y hermanas, en este penúltimo viernes de Cuaresma, dirijamos nuestra mirada llena de esperanza al misterio pascual de la cruz y de la resurrección de Cristo, expresión suprema de su amor redentor. El Señor os bendice con un crecimiento de las vocaciones apostólicas, sacerdotales y de vida consagrada. Es éste un don suyo, que habéis de agradecer y con el que habéis de colaborar día a día. Es necesario presentar, tanto en la vida personal como en la vida comunitaria, «la alegría de pertenecer exclusivamente a Dios» (Redemptionis Donum, 8) Pero esa alegría, que es gozo pascual, nace de un corazón enamorado de Cristo, desprendido de los bienes de este mundo, inmolado con el Señor en la cruz y dispuesto a compartir en la vida con los hermanos los dones de su amor. Muchos jóvenes y muchas jóvenes se sentirán llamados a este seguimiento de Cristo, sí ven en vosotros y en vosotras las huellas del amor, el rostro de Cristo que acoge, que ayuda, que reconcilia, que salva.

9. Vivid en la esperanza, sin dejaros vencer por el desaliento, por el cansancio, por las críticas. Es el Señor quien está con vosotros, pues os eligió como instrumentos suyos para que, en todos
los campos del apostolado, deis mucho fruto y vuestro fruto perdure (cf. Jn Jn 15,16).

656 Cuantos trabajáis como «agentes de pastoral» encontraréis sin duda en el próximo Congreso nacional de catequesis un campo concreto de planificación y de acción evangelizadora para la renovación eclesial. Una catequesis bien orientada es la base para una vida sacramental, personal, familiar y social, pues toda acción apostólica y especialmente la catequesis está « abierta al dinamismo misionero de la Iglesia » (Catechesi Tradendae CTR 24). A todos os invito a trabajar juntos para una evangelización permanente.

¡Iglesia en Argentina! «Levántate y resplandece, porque ha llegad? tu luz, y la gloría del Señor alborea sobre ti» (cf. Is Is 60,1).

Estas palabras del Profeta Isaías nos recuerdan la liturgia de Epifanía o manifestación del Señor a todas las gentes. Hoy, en esta celebración eucarística en Buenos Aires, la Iglesia se aproxima ya a la Pascua del Señor. La resurrección de Cristo será el momento culminante en el que se cumplen estas palabras. El Señor se manifestará en su misterio de la cruz y de la resurrección; El resplandecerá con la luz de la verdad para llamar a todos los pueblos con la fuerza del Espíritu: «Los pueblos caminarán a tu luz » (Ibíd., 60, 3).

¡Cómo pido a Dios que Argentina camine en la luz de Cristo!

¡Caminad firme, decididamente; el Señor os tiene de la mano y os iluminará con su luz para que vuestro pie no tropiece! (cf. Sal Ps 91 [90], 12).

Cuando las sociedades de la abundancia y del consumo atraviesan una grave crisis de valores del espíritu, vuestra Iglesia, la Iglesia de toda la América Latina, si mantiene su fidelidad a Cristo, podrá ser luz que ilumine al mundo para que camine por el sendero de la solidaridad, de la sencillez, de las virtudes humanas y cristianas, que son el verdadero fundamento de la sociedad, de la familia, de
la paz en los corazones.

De ahí vuestro compromiso evangelizador; vuestra misión de ser luz para iluminar a quienes están en tinieblas. Habéis sido llamados, queridos hermanos y hermanas, para sentir dentro de vosotros y vivir con todas las consecuencias el lema de San Pablo, que se os convierte en examen cotidiano: «¡Ay de mí si n? evangelizare!» (1Co 9,16).

10. Habéis sido llamados y cautivados por el ejemplo de amor del mismo Cristo, y también por el ejemplo de San Pablo y de tantos santos y santas, apóstoles y fundadores, para haceros débiles con los débiles, de modo que seáis «todo para todos para salvarlos a todos» (Ibíd., 9, 22). A esta llamada habéis respondido por amor al Evangelio, por amor del mismo Jesús, «para participar en él»( (Ibíd., 9, 23).

Que vuestro corazón, pues, se ensanche con esta alegría y esperanza anunciada por el Profeta Isaías y realizada en Jesús aquí y ahora (cf. Is Is 60,5).

Con las palabras del Salmo, alabad al Señor, «contad a los pueblos su gloria. El Señor reina» (Ps 96 [95], 10). ¡Sí! Cristo crucificado reina. Por su cruz y resurrección Cristo es el centro de la creación, Señor de la historia, Redentor del hombre. El nos ha dado al Padre, nos ha dado una vida nueva que procede de Dios y que es participación en su misma vida trinitaria de donación.

657 Que la Santísima Virgen de Luján se haga para vosotros la Virgen del «sí», la Virgen de la fidelidad generosa y de la donación total a la misión; y que sea Ella también la Virgen de la esperanza, que habéis de anunciar y comunicar a todos los hermanos haciéndola primero realidad en vuestros corazones. Así sea.



B. Juan Pablo II Homilías 646