B. Juan Pablo II Homilías 657


VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA


Parque Independencia de Rosario (Argentina)

Sábado 11 de abril de 1987

:“Vosotros sois la sal de la sierra, ... vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5,13-14).

1. Sean estas palabras de Jesús, apenas escuchadas en la lectura del Evangelio, portadoras de mi saludo a todos los aquí reunidos.

¡Con cuánta alegría, queridos hermanos y hermanas de esta noble ciudad de Rosario y de la zona del litoral argentino, vengo a vosotros en este penúltimo día de mi visita a vuestro amado país!

No puedo ocultar que me embarga una gran emoción por hallarme en esta ciudad, dedicada a la Santísima Virgen del Rosario, venerada en este lugar desde hace más de dos siglos. Me conmueve esta advocación de Santa María, que evoca en el ánimo de los fieles la oración mariana por excelencia; esa oración en la que, en cierto modo, María reza con nosotros, al igual que rezaba con los Apóstoles en el Cenáculo.

Me emociona, asimismo, encontrarme dentro de este hermoso ambiente geográfico, bañado por el amplio Río Paraná, junto al Monumento nacional a la Bandera, que enarboló por primera vez el General Manuel Belgrano, dándole los colores del cielo: el color del manto sagrado de la Inmaculada Concepción.

Saludo muy cordialmente a mis queridos hermanos en el Episcopado, especialmente al señor arzobispo de Rosario con sus obispos auxiliares, a las autoridades aquí presentes y a esta numerosa asamblea venida desde diversos lugares de esta región argentina. Valgan para todos las palabras de San Pablo: “El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo” (Rm 15,13).

2. “Vosotros sois la sal de la tierra, ... vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5,13-14). Jesús describe la misión de sus discípulos empleando la metáfora de la sal y de la luz. Sus palabras van dirigidas a los discípulos de todos los tiempos, pero en esta hora adquieren suma importancia para los laicos, que desarrollan su vocación especifica en el ámbito de las realidades temporales, adonde son llamados y enviados por Cristo para que “contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento” (Lumen gentium LG 31).

Esto me lleva a proponeros, para vuestra oración y reflexión ulterior, un tema de singular importancia en nuestros días: la vocación y la función propia de los laicos en la Iglesia y en el mundo. De este mismo tema se ocupará el Sínodo de los Obispos en octubre de este año y del que espero mucho fruto, tanto para la edificación de la Iglesia, como para la construcción de la sociedad temporal según el querer de Dios.

658 En presencia de la imagen coronada de la Virgen del Rosario, el Papa quiere exhortar hoy a todos los laicos de esta arquidiócesis y de todo el país, a que sean fieles a su vocación cristiana y a su apostolado eclesial especifico de trabajar por la extensión del reino de Dios en la ciudad temporal. ¡El Papa confía en los laicos argentinos y espera grandes cosas de todos ellos para gloria de Dios y para el servicio del hombre!

3. La primera lectura de la liturgia de hoy nos ha acercado a la vida de la Iglesia primitiva según el testimonio de los Hechos de los Apóstoles: “ Perseveraban –según hemos oído– en la doctrina de los Apóstoles y en la unión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones” (
Ac 4,22). “Y cuantos creían, estaban unidos y todo lo tenían en común... alabando a Dios y gozando de la estima de todo el pueblo” (Ibíd., 2, 44. 47).

Sobre la base de esta concisa descripción se puede deducir que los miembros de aquella primitiva comunidad cristiana, recién formada en Jerusalén alrededor de los Apóstoles, llevaban ya una propia vida interior, que era fundamento de su identidad en medio de los hombres, y que se apoyaba sobre la Palabra de Dios contenida en la enseñanza de los Apóstoles, y “en la fracción del pan”, esto es, en la Eucaristía, que el Señor ordena realizar “en memoria suya” (cf. 1Co 1Co 11,24).

Esta vida fue además algo nuevo para el ambiente de Israel. Los cristianos no vivían apartados de sus semejantes, pues “perseverando” con ellos “frecuentaban diariamente el templo” (Ac 2,46). A la vez, daban testimonio de Cristo en ese ambiente: y como su vida era digna –devota e inocente–, eran queridos por todo el pueblo (cf. Ibíd., 2, 47).

Abrazando este estilo de vida, la primera generación de discípulos y confesores de Cristo intentó desde el comienzo ser la sal de la tierra y la luz del mundo, siguiendo la recomendación del Maestro.

4. La lectura de la Carta a los Efesios, por su parte, pone de relieve la importancia fundamental de la vocación cristiana: “Os exhorto –escribe el Apóstol– a comportaros de una manera digna de la vocación que habéis recibido” (Ep 4,1).

Esta “manera digna” está compuesta por las virtudes que hacen a cada uno semejante al modelo, esto es, a Cristo: “con toda humildad, mansedumbre y paciencia, ayudándoos mutuamente con amor” (Ibíd., 4, 2).

Igualmente, ese comportarse “de manera digna” significa “conservar la unidad del Espíritu, mediante el vinculo de la paz” (Ibíd., 4, 3). Los fundamentos de esta unidad son sólidos: “Un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, lo penetra todo y está en todos” (Ibíd., 4, 5-6). La vocación cristiana es –leemos– “una misma esperanza, a la que habéis sido llamados” (Ibíd., 4, 4). Todos los que participan en esta esperanza tienen un solo Espíritu y constituyen un solo cuerpo en Cristo.

Veis, pues, cómo la Carta a los Efesios tiene presentes a todos los cristianos, a todo el Pueblo de Dios: “Laos thou theou”. De esta expresión griega proviene precisamente el término “laicos” utilizado en la actualidad.

5. El Concilio Vaticano II se ocupó también de esta vocación específica, a saber, de los cristianos laicos extendidos por todo el orbe para ser sal de la tierra y luz del mundo; además nos indicó en qué consiste esa vocación y cómo deben comportarse para que su conducta sea “digna de la vocación cristiana”.

La respuesta del Concilio –esto es, todas sus enseñanzas sobre los laicos y su apostolado– se debe entender naturalmente, en continuidad homogénea con las enseñanzas del Evangelio, de los Hechos y de las Cartas de los Apóstoles. Simultáneamente, la respuesta conciliar tiene muy en cuenta la rica y múltiple realidad de la Iglesia en el mundo contemporáneo, de la Iglesia que vive en todos los continentes, en medio de muchos pueblos, lenguas y culturas, permaneciendo al mismo tiempo “in statu missionis”, en estado de misión. Dondequiera que se encuentre, la Iglesia es siempre “ misionera ” en sentido amplio, y esto determina la dinámica particular de la vocación y del apostolado de los laicos.

659 6. En efecto, el Concilio Vaticano II afirma que todos los cristianos participan de la única misión de la Iglesia: “La Iglesia ha nacido con el fin de que, por la propagación del reino de Cristo en toda la tierra, para gloria de Dios Padre, haga a todos los hombres partícipes de la redención salvadora, y por medio de ellos se ordene realmente todo el mundo hacia Cristo. Toda la actividad del Cuerpo místico ordenada a este fin se llama apostolado, que la Iglesia ejercita mediante todos sus miembros, naturalmente de modos diversos; la vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación al apostolado” (Apostolicam Actuositatem AA 2).

El Concilio señala también el modo específico que tienen los fieles laicos de ejercer su apostolado: “El carácter secular es propio y peculiar de los laicos... A los laicos corresponde, por su propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios” (Lumen gentium LG 31). No hay, por tanto, actividad humana temporal que sea ajena a esa tarea evangelizadora. Así lo afirmó mi venerado predecesor el Papa Pablo VI, en su Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi: “El camino propio de su actividad evangelizadora es el mundo vasto y complejo de la política, de la vida social, de la economía, y también de la cultura, de las ciencias, de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación social, así como otras realidades abiertas a la evangelización, como el amor, la familia, la educación de los niños y jóvenes, el trabajo profesional, el sufrimiento..” (Evangelii Nuntiandi EN 70).

Esto no quiere decir, sin embargo, que la transformación del mundo esté confiada o pertenezca exclusivamente a los laicos, quedando para los clérigos, los religiosos y religiosas la edificación interna de la Iglesia. Todo el Cuerpo místico es definido por el Concilio como “Sacramento universal de salvación”; por consiguiente, toda la Iglesia tiene la misión de salvar y transformar el mundo, en Cristo, por la fuerza del Evangelio. Pero cada uno llevando a cabo la función propia a la que ha sido llamado por Dios: “Como lo propio del estado laical es vivir en medio del mundo y de los negocios temporales. Dios llama a los seglares a que, con el fervor del espíritu cristiano, ejerzan su apostolado en el mundo a manera de fermento” (Apostolicam Actuositatem AA 2).

A ese mundo habéis de llevar, queridos laicos, hombres y mujeres, la presencia salvífica de Cristo, el enviado del Padre. En él habéis de ser testigos de la resurrección y de la vida del Señor Jesús, y signos del Dios verdadero (cf. Lumen gentium LG 38). Habéis de ser “heraldos y apóstoles” (cf. 1Tm 1Tm 2,7) del Evangelio para el mundo de hoy. No tengáis miedo. El Señor ha querido que vuestra vida se despliegue en medio de las realidades temporales, para que renovéis –con la libertad de los hijos de Dios– esa sociedad de la que formáis parte.

Como Pastor de la Iglesia universal, hoy, en esta ciudad de Rosario, quiero pediros a todos vosotros, los laicos cristianos argentinos, que asumáis decididamente vuestro apostolado específico e irreemplazable: en vuestra vida profesional, familiar y social, en las parroquias, a través de vuestras asociaciones, en particular en la Acción Católica.

A ello os invitan además, de manera apremiante, las necesidades de los tiempos recios que vivimos y os impulsa la acción fecunda e incesante del Espíritu Santo. En efecto, tenéis ante vosotros evidentes muestras de difusión del secularismo que pretende invadirlo todo; a la vez, estáis percibiendo con señales muy claras la creciente hambre de Dios, que siente en sus entrañas el hombre moderno, sobre todo la generación más joven. Desafortunadamente nos siguen azotando los vientos de la violencia, del terrorismo, de la guerra; pero, gracias a Dios, se va reforzando más y más el ansia universal de paz, como lo ha demostrado el encuentro de oración en Asís, hace pocos meses. En medio de esas realidades contrastantes, yo os pido con amor y confianza que sigáis siendo fieles a vuestra misión de apóstoles y testigos, partícipes en la única misión evangelizadora de la Iglesia.

7. Entre los cometidos propios del apostolado de los seglares, quiero ahora subrayar algunos que, en general, resultan más apremiantes en la sociedad argentina del presente.

Pienso, en primer lugar, en la necesidad de que los cónyuges cristianos vivan plenamente su matrimonio como una participación de la unión fecunda e indisoluble entre Cristo y la Iglesia; sintiéndose responsables de la educación integra, ante todo religiosa v moral, de sus hijos, para que ellos sepan discernir rectamente todo lo noble y bueno que hay en la creación, máxime dentro de sí mismos, distinguiéndolo del consumismo hedonista y del materialismo ateo.

Veo también el reto que para el laico cristiano supone el campo de la justicia y de las instituciones ordenadas al bien común. Es en éste donde con frecuencia se toman las decisiones más delicadas, aquellas que afectan a los problemas de la vida, de la sociedad, de la economía, y. por tanto, de la dignidad y de los derechos del hombre y de la convivencia pacifica en la sociedad. Guiados por las enseñanzas luminosas de la Iglesia, y sin necesidad de seguir una fórmula política unívoca, habéis de esforzaros denodadamente en buscar una solución digna y justa a las diversas situaciones que se plantean en la vida civil de vuestra nación.

Pienso, finalmente, en el campo de la educación y de la cultura. El laico católico, dedicándose seriamente a su tarea de intelectual, de científico, de educador, ha de promover y difundir con todas sus fuerzas una cultura de la verdad y del bien, que pueda contribuir a una colaboración fecunda entre la ciencia y la fe.

8. “¡Vosotros sois la sal de la tierra! Vosotros sois la luz del mundo!”.

660 Estas palabras de Cristo quieren señalar con trazos bien precisos la impronta más adecuada de la vocación cristiana en toda época, y dan bien a entender que ningún cristiano puede eximirse de la responsabilidad evangelizadora, y que cada uno ha de ser consciente del compromiso personal con Cristo contraído en el bautismo y en la confirmación.

Queridos hermanos y hermanas: Para no perder el “sabor” de la sal salvífica, tenéis que estar profundamente impregnados de la verdad del Evangelio de Cristo y reforzados interiormente con la potencia de su gracia.

La sal, a la que se refiere la metáfora evangélica, sirve también para preservar de la corrupción los alimentos. De esta manera, vosotros, laicos cristianos, os libraréis de la descomposición corruptora de los influjos mundanos, contrarios al Evangelio y a la vida en Cristo; de lo que descompone las energías salvíficas de una vida cristiana plenamente asumida. No podéis “haceros semejantes a este mundo” bajo el influjo del secularismo, esto es, de un modo de vida en el que se deja de lado la ordenación del mundo a Dios. Eso no significa odiar o despreciar el mundo, sino al contrario, amar verdaderamente a este mundo, al hombre, a todos los hombres. ¡El amor se demuestra en el hecho de difundir el verdadero bien, con el fin de transformar el mundo según el espíritu salvífico del Evangelio y preparar su plena realización en el reino futuro!

No sois llamados para vivir en la segregación, en el aislamiento. Sois padres y madres de familia, trabajadores, intelectuales, profesionales o estudiantes como todos. La llamada de Dios no mira al apartamiento, sino a que seáis luz y sal allí mismo donde os encontráis. Cristo quiere que seáis “luz del mundo”; y. por tanto, estáis colocados como “una ciudad situada en la cima de una montaña”, ya que “no se enciende una lámpara para esconderla, sino que se la pone en el candelero para que ilumine...” (
Mt 5,14-15).

Vuestra tarea es la “renovación de la realidad humana” –renovación múltiple y variada– en el espíritu del Evangelio y en la perspectiva del reino de Dios, procurando también que todas las realidades de la tierra se configuren de acuerdo con el valor propio, que Dios les ha dado (cf. Apostolicam Actuositatem AA 7). Es éste el amplio horizonte al que debe llegar toda la obra de la redención de Cristo (cf. Ibíd., 5); y vosotros, los laicos, os insertáis operativamente en ella ofreciendo a Dios vuestro trabajo diario (cf. Gaudium et spes GS 67).

Para iluminar a todos los hombres, habéis de ser testigos de la Verdad y para ello adquirir una honda formación religiosa, que os lleve a conocer cada vez mejor la doctrina de Cristo transmitida por la Iglesia.

Tened siempre presente que vuestro testimonio sería ineficaz –la sal perdería su sabor– si los demás no vieran en vosotros las obras propias de un cristiano. Porque es sobre todo vuestra conducta diaria la que debe iluminar a los demás. Os lo dice Cristo mismo: “Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en vosotros, a fin de que ellos vean las buenas obras que vosotros hacéis y glorifiquen al Padre que está en los cielos” (Mt 5,16). El Concilio Vaticano II se inspiró en este texto evangélico al describir la eficacia sobrenatural del apostolado de los laicos (cf. Apostolicam Actuositatem AA 6).

9. Todos nosotros estamos dispuestos ahora a perseverar en la enseñanza de los Apóstoles, en la fracción del pan y en la oración. De esta manera, vamos a poner sobre el altar, aquí en tierra argentina, todo lo que forma parte de vuestra vocación humana y cristiana: “¡Venid, cantemos con júbilo al Señor, aclamemos a la Roca que nos salva!” (Ps 95 [94], 6).

Se repite una vez más el misterio eucarístico del Cenáculo. Cristo, que en la víspera de su pasión realizó la transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y en la Sangre de su sacrificio redentor,

acepte de vuestras manos, en este pan y vino, todas las inquietudes y aspiraciones que acompañan a diario vuestra vocación cristiana y la misión del Pueblo de Dios en tierra argentina;

siga imprimiendo en todo vuestro apostolado el sello de la Divina Eucaristía, mediante la cual entramos con El en el eterno reino de la verdad y de la justicia, del amor y de la paz, como pueblo unido con la misma unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

661 Nos ayude siempre la protección maternal de María Santísima, Virgen del Rosario, la primera seguidora de Jesús, modelo perfecto de los laicos que viven, en lo cotidiano de la historia, su vocación de santidad y su misión de apóstoles y testigos del Señor Resucitado. Así sea.



VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA

SANTA MISA DEL DOMINGO DE RAMOS

Y SEGUNDA JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD




Avenida 9 de Julio, Buenos Aires

Domingo 12 de abril de 1987

Nosotros hemos reconocido y creído en el amor que Dios nos tiene” (1Jn 4,16).


1. “¡Hosanna al Hijo de David!” (Mt 21,9).

La Iglesia repite hoy en toda la tierra estas palabras con las que la multitud –congregada en Jerusalén para las fiestas pascuales– aclamó a Jesús de Nazaret.

“¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” (Ibíd.).

Jesús, rodeado por sus discípulos, entra en la Ciudad Santa montado sobre un asno. También en esta ocasión, como subraya el Evangelista, se cumple en Jesús lo anunciado por el Profeta:

“Decid a la hija de Sión: he aquí que viene a ti tu Rey con mansedumbre, sentado sobre un asno, sobre un borrico, hijo de burra de carga” (Mt 21,5).

La Iglesia llama a este día Domingo de Ramos, en recuerdo de los ramos que extendieron los habitantes de Jerusalén y los peregrinos, al pasar Jesús, saludado con todo entusiasmo por la multitud.

Los cantos litúrgicos de este domingo nos recuerdan que la juventud participó, de modo particular, de aquel entusiasmo: son los “pueri Hebraeorum” –los jóvenes hebreos–, que aparecen en esos cantos como protagonistas de la aclamación popular al Hijo de David.

662 Parece como si los jóvenes, presentes en aquella primera entrada jubilosa de Cristo en Jerusalén, quisieran acompañarlo para siempre de manera especial, cada vez que la Iglesia celebra esta fiesta, singularmente vuestra.

2. En el Año Santo de la Redención 1983-1984, multitud de jóvenes de distintos países y continentes acudieron en peregrinación a Roma, el Domingo de Ramos, para celebrar aquel Jubileo conmigo. Fue una jornada maravillosa e inolvidable, que volvimos a revivir el año siguiente, con ocasión del Año Internacional de la Juventud. Desde entonces el Domingo de Ramos ha sido proclamado como Jornada de la Juventud para la Iglesia, en todo el mundo. Este año la vivimos juntos aquí, en Buenos Aires. Con vosotros, jóvenes de toda la Argentina, están los que han venido de los diversos países de América y de otras partes del mundo, entre los que se cuentan delegaciones de jóvenes de Roma, que es la diócesis del Papa, y de diversas asociaciones y movimientos internacionales.

Saludo afectuosamente a todos los que formáis parte de la gran comunidad juvenil de todo el mundo. Al mismo tiempo, mi saludo se dirige a los Pastores de la Iglesia aquí presentes: al cardenal Juan Carlos Aramburu, arzobispo de Buenos Aires; al cardenal Raúl Francisco Primatesta, arzobispo de Córdoba y Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina; al cardenal Eduardo Francisco Pironio, Presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, organismo que prepara estas Jornadas mundiales. Saludo especialmente a los obispos, venidos de países próximos y lejanos para acompañar a los jóvenes de sus diócesis y celebrar junto al Papa esta Jornada de particular significado eclesial. Saludo también a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, y a todos aquellos que han acompañado a los jóvenes en esta peregrinación. Gracias por vuestra presencia.

Desde la capital de la República Argentina, nos unimos en espíritu con la basílica de San Pedro y con Roma, centro de la Iglesia universal, donde el Señor ha querido que naciera esta fiesta de la juventud: y también nos sentimos muy unidos a los jóvenes de todos los lugares de la tierra que celebran, junto a sus Pastores, esta fiesta anual, ya sea el Domingo de Ramos, o bien cualquier otro día del año, adecuado a la situación y a las circunstancias locales.

3. Al unir la Jornada de la Juventud al Domingo de Ramos, señalando la presencia de los jóvenes en el Hosanna gozoso que saludó a Cristo cuando entraba a la Ciudad Santa, la Iglesia no se fija solamente en el entusiasmo de la juventud de todos los tiempos; se fija, sobre todo, en el significado que aquella entrada tuvo en la vida de Cristo y. a través de El, en la vida de cada hombre, de cada joven.

Sí. La liturgia de hoy nos recuerda que la entrada solemne de Jesucristo en Jerusalén fue el preludio o la introducción a los sucesos de la Semana Santa. Aquellos que al ver a Jesús preguntaban: “¿Quién es éste?”, sólo hallarán una respuesta completa si siguen sus pasos durante los días decisivos de su muerte y resurrección. También vosotros, jóvenes, alcanzaréis la comprensión plena del significado de vuestra vida, de vuestra vocación, mirando a Cristo muerto y resucitado. Añadid, pues, al natural atractivo que Cristo despierta en vuestros corazones –y que aquellos jóvenes de Jerusalén expresaron con el entusiasmo de su Hosanna– la consideración atenta y reposada de los acontecimientos de la Semana Santa.

Hoy hemos escuchado la narración, que de esos hechos hace San Mateo en su Evangelio. Y, aunque sus palabras no sean nuevas, una vez más han suscitado un hondo sentimiento en nosotros. Cuando del texto emerge la figura del hijo del hombre sometido a interrogatorios y torturas, las palabras del Profeta propuestas por la liturgia de hoy, y que se remontan a muchos siglos antes de que los hechos se cumplieran, adquieren plena realidad y elocuencia.

Isaías escribía del futuro Mesías: “Di mi cuerpo a los que me herían, y mis mejillas a los que mesaban mi barba; no retiré mi rostro de los que me injuriaban y me escupían” (
Is 50,6).

Comparando sus palabras con los trágicos sucesos entre la noche del jueves y la mañana del viernes, la semejanza es asombrosa; el Profeta escribe como si fuera testigo de aquellas escenas.

Con igual precisión, el Salmo de la liturgia de hoy preanuncia los sufrimientos de Cristo:

“ Todos los que me veían, hicieron burla de mí, / tuercen los labios y mueven la cabeza: / Esperó en el Señor, líbrele, / sálvele, puesto que le ama ” (Ps 22 [21], 8-9).

663 Son palabras que el texto evangélico confirmará, hasta casi en los menores detalles, al narrar la crucifixión de Jesús en el Gólgota. Entonces se cumplirán también las palabras del Salmista que describen las llagas de Cristo –“Horadaron mis manos y mis pies, pueden contar todos mis huesos”(Ibíd., 17-18)– y la división de sus vestiduras –“ Se repartieron mis vestiduras y sobre mi túnica echaron suertes” (Ibíd., 19)–.

4. El relato de la pasión del Señor nos acompaña hoy hasta el momento en que el cuerpo de Jesús, muerto en la cruz, queda puesto en un sepulcro de piedra. Y, sin embargo, la liturgia de hoy quiere introducirnos más profundamente en el misterio pascual de Jesucristo.Por eso, el texto conciso de la segunda lectura, tomado de la Carta de San Pablo a los Filipenses, es clave para descubrir, en el trasfondo de los acontecimientos de la Semana Santa, la plena dimensión del misterio divino.

¿Quién es Jesucristo? podríamos preguntarnos de nuevo, como aquellos que lo vieron entrar en Jerusalén.

Jesucristo, “siendo de naturaleza divina, no consideró como presa codiciada el ser igual a Dios. Por el contrario, se anonadó a Sí mismo tomando la forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres” (
Ph 2,6-7).

Jesucristo es por tanto verdadero Dios, Hijo de Dios, el cual, habiendo asumido la naturaleza humana, se hizo hombre. Vivió sobre esta tierra como Hijo del hombre. Y en El, precisamente en cuanto Hijo del hombre, tuvo cumplimiento la figura del Siervo de Yavé, anunciado por Isaías.

5. Mientras Jesús hace su entrada en Jerusalén montado sobre un borrico, nosotros nos seguimos preguntando, como lo haría seguramente aquella muchedumbre que le rodeaba: ¿Qué ha hecho Jesucristo en su vida?

Vienen entonces a nuestra memoria aquellas síntesis de su actividad misionera, densas en su brevedad, que nos ofrecen los textos inspirados: “Hacía y enseñaba” (cf. Hch Ac 1,1); “Pasó haciendo el bien... a todos...” (cf. Ibíd., 10, 38); “¡Jamás un hombre ha hablado como habla este hombre!” (Jn 7,46). Y no obstante, todas nuestras respuestas sobre Jesús serían incompletas, si no habláramos de su muerte en la cruz. En la cruz la vida de Cristo cobra todo su sentido: la muerte es el acto fundamental de la vida de Cristo. Por eso, el texto de San Pablo responde bien a la pregunta antes formulada:

“Mostrándose igual que los demás hombres, se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz” (Ph 2,7-8).

El centro de toda la vida de Cristo es su muerte en la cruz: ése es el acto fundamental y definitivo de su misión mesiánica. En esta muerte se cumple “su hora” (cf. Jn Jn 18,37). Cristo toma nuestra carne, nace y vive entre los hombres, para morir por nosotros.

Es importante subrayar la afirmación paulina: Cristo “se humilló a Sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte”. No es lícito medir la muerte de Cristo con la medida corriente de la debilidad y limitación humanas. Debe mirarse con la verdadera medida de la obediencia salvífica. Su muerte no es sólo el término de la vida.Cristo se hace libremente obediente hasta la muerte de cruz, para dar con su muerte un nuevo inicio a la vida: “Ya que así como la muerte vino por un hombre, también por un hombre debe venir la resurrección de los muertos. Y así como en Adán mueren todos, así también todos serán vivificados en Cristo” (1Co 15,21-22).

6. Junto al infinito anonadamiento de Cristo, Hijo consubstancial del Padre –como hombre, como Siervo de Yavé, como Varón de dolores–, el Apóstol proclama al mismo tiempo su exaltación.Al misterio pascual pertenecen tanto la muerte como la resurrección gloriosa de Cristo, su exaltación. Y su exaltación comienza ya en la cruz, que es no sólo el patíbulo, sino también el trono glorioso de Dios hecho hombre; en la cruz, Cristo muerto nos obtiene la verdadera vida: en la cruz, Cristo vence el pecado y la muerte.

664 Por eso Dios exalta a Cristo, que se ha entregado a Sí mismo por nosotros en la cruz. Lo exalta en el horizonte de toda la historia del hombre sometido a la muerte, y esta exaltación es de dimensión cósmica.

San Pablo escribe: “Por eso Dios lo ha exaltado y le ha dado un nombre que está sobre todo nombre; para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese: ¡Jesucristo es el Señor!, para la gloria de Dios Padre” (
Ph 2,9-11).

Sí, Jesucristo es el Señor.

Creemos en Jesucristo nuestro Señor.

7. Queridos jóvenes amigos: ¿Por qué este día, Domingo de Ramos, se ha convertido en vuestra Jornada?

Esto ha ocurrido poco a poco: desde hace tiempo, este día atraía y reunía, sobre todo en Roma, a muchos jóvenes peregrinos.

Quizá de este modo habéis querido sumaros a los jóvenes y a las jóvenes de Jerusalén, “pueri hebraeorum”, que asistieron a la llegada de Jesús para las fiestas. Habéis querido asumir su entusiasmo, que se expresaba en las palabras ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

Sin embargo, el entusiasmo dura poco. Puede acabarse en un solo día. En cambio, el Domingo de Ramos nos introduce en todos los sucesos de la Semana Santa, en el misterio total de Jesucristo: en su entrega hasta la muerte en la cruz por obediencia al Padre, en el anonadamiento del Hijo que, siendo igual al Padre, ha asumido la condición de siervo hasta sus últimas consecuencias.

Se podría decir que los jóvenes habéis sido atraídos por la cruz de Cristo; que vuestro entusiasmo, precedido por los “pueri hebraeorum” y expresado también con el “¡Hosanna... Bendito el que viene en nombre del Señor!”, adquiere ante el misterio pascual todo su significado. Alabando al Profeta de Galilea, Jesús de Nazaret, proclamáis a la vez vuestra fe en Jesucristo Dios y Hombre, Redentor del hombre y del mundo.

8. Sí. El Domingo de Ramos nos introduce en el misterio total de Jesucristo, es decir, en el misterio pascual, en el que todas las cosas alcanzan su culminación, y en el que se reconfirma plenamente la verdad de las palabras y de las obras de Jesús de Nazaret. En este misterio se revela también hasta qué punto “Dios es amor” (cf. 1Jn 1Jn 4,8); y a la vez, adquirimos conciencia de la verdadera dignidad del hombre, rescatado con el precio de la Sangre del Hijo de Dios, y destinado a vivir eternamente con El en su amor.

Nosotros hemos reconocido y creído en el amor que Dios nos tiene” (Ibíd., 4, 16). Así se expresa San Juan en el texto que meditaremos como lema de esta Jornada mundial de la Juventud. Queridos jóvenes: Celebrad siempre en vuestra vida el misterio pascual de Jesús, acogiendo en vuestros corazones el don del amor de Dios: “Me ha amado y se ha entregado por mi” (Ga 2,20). Empapados por la fuerza divina del amor, comprometed vuestras energías juveniles en la construcción de la civilización del amor.

665 Guiados por el “sentido de la fe” seguid, al mismo tiempo, la voz de aquello que en el corazón humano y en la conciencia es lo más profundo y lo más noble, de aquello que corresponde a la verdad interior del hombre y de su dignidad. Así seréis capaces de entender la lógica divina, capaces de superar las pobres razones humanas, y penetraréis en la dimensión nueva del amor que Cristo nos ha manifestado.

Esta es la verdadera razón por la que venís a celebrar este día.

¡Venid, jóvenes! ¡Acercaos a Cristo, Redentor del hombre! Ese es el sentido que tiene vuestra presencia en la plaza de San Pedro en Roma, y hoy en esta gran avenida de la capital argentina. Es Cristo quien os atrae, es El quien os llama. Y junto a Jesucristo, nuestra Madre Santa María, que ha venido desde su santuario de Luján para estar con nosotros. A Ella os encomiendo al final de esta celebración. Sé muy bien todo lo que Nuestra Señora de Luján significa para vosotros, jóvenes argentinos, como meta de vuestras peregrinaciones anuales, a las que concurrís en gran número, llenos de devoción a la Madre de Dios, con manifiesta generosidad y esperanza.

Veo en vosotros a todos vuestros coetáneos: a los jóvenes y a las jóvenes con los que he tenido la dicha de reunirme en tantas partes del mundo, y también a aquellos otros con los que nunca he podido estar. A todos ellos nos unimos en espíritu, para invitarles a acercarse a Cristo en este día santo.

9. A todos me dirijo y a todos os digo: Dejaos abrazar por el misterio del Hijo del hombre, por el misterio de Cristo muerto y resucitado. ¡Dejaos abrazar por el misterio pascual!

Dejad que este misterio penetre, hasta el fondo, en vuestras vidas, en vuestra conciencia, en vuestra sensibilidad, en vuestros corazones, de modo que dé el verdadero sentido a toda vuestra conducta.

El misterio pascual es misterio salvífico, creador. Sólo desde el misterio de Cristo puede entenderse plenamente al hombre; sólo desde Cristo muerto y resucitado puede el hombre comprender su vocación divina y alcanzar su destino último y definitivo.

Dejad, pues, que el misterio pascual actúe en vosotros. Para el hombre, y especialmente para el joven, es esencial conocerse a sí mismo, saber cuál es su valor, su verdadero valor, cuál es el significado de su existencia, de su vida, saber cuál es su vocación. Sólo así puede definir el sentido de su propia vida.

10. Sólo acogiendo el misterio pascual en vuestras vidas podréis “responder a cualquiera que os pida razón de la esperanza que está en vosotros” (
1P 3,15). Sólo acogiendo a Cristo, muerto y resucitado, podréis responder a los grandes y nobles anhelos de vuestro corazón.

¡Jóvenes: Cristo, la Iglesia, el mundo esperan el testimonio de vuestras vidas, fundadas en la verdad que Cristo nos ha revelado!

¡Jóvenes: El Papa os agradece vuestro testimonio, y os anima a que seáis siempre testigos del amor de Dios, sembradores de esperanza y constructores de paz!

666 “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68).

Aquel que se entregó a Sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte de cruz, El solo tiene palabras de vida eterna.

Acoged sus palabras. Aprendedlas. Edificad vuestras vidas teniendo siempre presentes las palabras y la vida de Cristo. Más aún: aprended a ser Cristo mismo, identificados con El en todo.



B. Juan Pablo II Homilías 657