B. Juan Pablo II Homilías 666


MISA CRISMAL



Jueves Santo 16 de abril de 1987



Queridos hermanos en el episcopado y en el presbiterado:

1. "El Señor me ha enviado para vendar los corazones desgarrados" (Is 61,1).

La liturgia de la mañana del Jueves Santo es una introducción al "Triduum Sacrum", que comienza hoy con la Misa "in Cena Domini". La Palabra de Dios de la liturgia de la mañana, ligada a la bendición de los óleos, contiene en sí una especie de síntesis concisa del misterio pascual, así como de las perspectivas, que se abren con ella en la historia de la salvación.

Las lecturas se concentran en Cristo. El Apocalipsis habla de él cómo del "testigo fiel" y al mismo tiempo como del "Primogénito de entre los muertos" y del "Príncipe de los reyes de la tierra" (cf. Ap Ap 1,5). Este es Cristo: Aquel al que atravesaron. Aquel por el que todos los pueblos de la tierra se batirán por su causa (cf. Ap Ap 1,7). Cristo que "nos ha librado de nuestros pecados por su sangre" (Ap 1,5). Cristo, Redentor del hombre. Cristo, Redentor del mundo.

2. Su venida se realiza con la potencia del Espíritu Santo. Y su marcha, en el misterio pascual, opera el descendimiento del Paráclito, del Consolador. Así las lecturas de la liturgia de hoy se concentran en el Espíritu Santo. Muestran la estrecha unión entre la fuerza del Espíritu y la misión del Hijo.

Cristo, que hoy va al encuentro del Nuevo Testamento con su propia Sangre, da cumplimiento a las palabras del Profeta Isaías. Ellas hablan del Mesías, del Consagrado con la unción, del Ungido, cuya misión entera está impregnada del Espíritu Santo.

"El Espíritu del Señor está sobre mi, porque el Señor me ha ungido: me ha enviado para dar la Buena Noticia, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía, para proclamar el año de gracia del Señor" (Is 61,1-2).

667 Todo esto lo ha realizado Cristo. Y todo esto ha sido realizado, al mismo tiempo, por el Espíritu Santo. Por ese Espíritu que "eleva" al Mesías en medio del pueblo, ese mismo Espíritu que, después, Cristo "trae" en la fuerza de su misterio pascual. Como "Primogénito de entre los muertos" lo trae como testimonio de su propia Pascua. El "día después del sábado, la Pascua del Crucificado será el primer testimonio del poden vivificante del Espíritu. Verdaderamente verán al que traspasaron (cf. ¡n 19, 37).

3. Pero las lecturas de la liturgia de hoy, y todo el contenido de la misma, nos llevan aún más allá. El Redentor es enviado a transferir, con la propia Sangre (Sangre de la nueva y eterna Alianza) la fuerza del Espíritu Santo a todos los "corazones desgarrados". Un símbolo de esta fuerza es la "unción". La liturgia de la mañana del Jueves Santo se concentra en torno a este símbolo.

Por obra de Cristo, de su muerte y resurrección, la "unción" se convierte en un signo de la participación en el poder santificante del Espíritu. Este poder es múltiple, y múltiple es también la participación en él por medio de los signos sacramentales. Por esto, precisamente, en la liturgia de la mañana del Jueves Santo se lleva a cabo la bendición del crisma, del óleo de ¡os catecúmenos y del de los enfermos.

Junto a todos estos signos del poder del Espíritu Santo se manifiesta, en la perspectiva pascual, la Iglesia como "sacramento" de la salvación en Cristo crucificado y resucitado. Verdaderamente: Verán al que traspasaron. Año tras año, mediante el "Triduum Sacrum", mirarán atentamente a la Iglesia que nace del costado del Esposo, traspasado en la cruz.

4. Sí, del Esposo. El Redentor es Esposo. El nos ama y con su sangre anos ha convertido en un reino de sacerdotes para su Dios y Padre" (cf. Ap
Ap 1,5-6). La unción servía en el Antiguo Testamento para la consagración de los sacerdotes, de los profetas y de los reyes, como por ejemplo de David.

En la Nueva Alianza es un signo del Espíritu que actúa con la fuerza de la redención de Cristo. El que nos ama, nos ha dado el amor como don, para que podamos alcanzarlo, haciéndonos una "nueva creación": hombres nuevos y nuevo pueblo.

5. Al servicio de este pueblo de la Nueva Alianza hemos sido ungidos también nosotros, queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, que estáis celebrando conmigo la Eucaristía de hoy.

Estamos ungidos de modo particular. Nuestras manos fueron ungidas en la ordenación presbiteral, para que, con la fuerza del Espíritu de Cristo, podamos celebrar su Sacrificio. "In persona Christi. Sancta sancte!".

Nuestras cabezas fueron ungidas en la consagración episcopal, para que podamos participar en la misión del que es la Cabeza de su Cuerpo. Redentor y Esposo. Pastor. El Buen Pastor. Sancta sancte!

¡Renovemos hoy en nuestros corazones el recuerdo de nuestra ordenación! ¡Renovemos la gracia del sacramento!

¡Renovemos las promesas y los compromisos, para que podamos, junto con Cristo, "llevar la Buena Noticia", "vendar los corazones desgarrados", "proclamar el año de gracia" y de la salvación!

668 Mirad que el que nos ama, viene.

Está cerca "su Hora". Amén.



CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA PARA LA

CANONIZACIÓN DE 16 MÁRTIRES EN JAPÓN

JORNADA DE ORACIÓN POR LAS MISIONES



Domingo 18 de octubre de 1987

Palabras en español

“Mi è stato dato ogni potere in cielo e in terra. Andate . . . ammaestrate tutte le nazioni” (Mt 28,18-19).

1. Oggi la Chiesa ascolta ancora una volta queste parole di Cristo riferite dall’evangelista Matteo. Sono state pronunciate da Gesù in Galilea, sulla montagna, dove erano riuniti gli apostoli. Non sono semplicemente parole di congedo. Sono parole che contengono l'affidamento di una missione. Cristo se ne va dopo aver compiuto il suo compito messianico sulla terra. E nello stesso tempo egli rimane: “Io sono con voi tutti i giorni, fino alla fine del mondo” (Mt 28,20).

La terza domenica d’ottobre è chiamata Giornata missionaria. In tale domenica tutta la Chiesa ascolta queste parole di Gesù con una particolare emozione. Essa si rende conto di essere tutta intera missionaria, di essere tutta intera “in statu missionis”. E non può essere diversamente. Proprio questo fatto è messo in rilievo dall’ultimo Concilio.

2. Oggi, qui in Piazza San Pietro, i vescovi, riuniti nel Sinodo ascoltano con particolare attenzione queste parole del mandato missionario. Il Sinodo riguarda la missione dei laici nella Chiesa. Alla Giornata missionaria sono stati invitati i rappresentanti dei catechisti di tutti i Paesi e Continenti. Prima di tutto dei Paesi missionari.

Insieme con tutti i pastori della Chiesa qui presenti, vi saluto, cari fratelli e sorelle. Il messaggio missionario di Cristo pronunziato sulla montagna in Galilea è giunto e continua a giungere in modo speciale a voi. Siete proprio voi che realizzate, in grande misura, il carattere missionario della Chiesa. Uniti ai vostri vescovi e sacerdoti, partecipate alla grande, attuale e sempre rinnovata opera di evangelizzazione del mondo.

A voi si riferiscono le parole del Salmo che l’apostolo Paolo ha applicato agli operai del Vangelo della prima generazione: “Per tutta la terra è corsa la loro voce, fino ai confini del mondo le loro parole” (Rm 10,18).

3. Le sentirono come rivolte a sé, tre secoli fa, i missionari martiri, che stamani la Chiesa iscrive solennemente nell’albo dei santi. Fra di loro c’erano anche dei laici: un filippino e due giapponesi. Con coraggio seppero dare il loro contributo perché l’annuncio del Vangelo giungesse “fino ai confini del mondo”.

669 Queste parole risuonano oggi per tutti voi che servite la causa del Vangelo in terra di missione. In particolare per voi laici, della cui vocazione e missione nella Chiesa si sta interessando il Sinodo nel corso di queste settimane. L’apostolato missionario dei laici è frutto di una fede aperta alla testimonianza della parola:

“Se confesserai con la tua bocca che Gesù è il Signore e crederai con il tuo cuore che Dio lo ha risuscitato dai morti sarai salvo” (
Rm 10,9).

Sarai salvo forse solamente tu? No certamente.

Ecco, Dio “è il Signore di tutti, ricco verso tutti quelli che l’invocano . . . Chiunque invocherà il nome del Signore sarà salvato” (Rm 10,12-13).

Chiunque! . . .

La salvezza è per tutti. “Dio vuole la salvezza di tutti gli uomini” (cf. 1Tm 2,4).

La messe è veramente grande. È sconfinata. Voi, cari fratelli e sorelle, siete chiamati dai Signore della messe.

E la vostra vocazione e il servizio sono senza prezzo. Insostituibili.

Ascoltiamo ancora una volta l’incalzare delle domande che l’Apostolo ci pone nella Lettera ai Romani in relazione all’opera missionaria della prima generazione della Chiesa:

“Come potranno invocarlo senza aver prima creduto in lui? E come potranno credere senza averne sentito parlare? E come potranno sentirne parlare senza uno che lo annunzi? E come lo annunzieranno, senza essere prima inviati?” (Rm 10,14-15).

4. Ascoltiamo tutti le parole dell’Apostolo. Ascoltatele specialmente voi, missionari e missionarie, religiosi e laici. Ascoltatele voi catechisti e catechiste.

670 Queste domande dell’apostolo Paolo si riferiscono direttamente a voi.Parlano di voi. La Chiesa dei nostri tempi fa totalmente sue le domande contenute in questo brano della Lettera ai Romani. L’attuale vescovo di Roma le porta nel suo cuore secondo l’esempio dell’Apostolo.

E facendosi eco delle parole apostoliche, proclama insieme con i vescovi sinodali, qui presenti, la lode della vostra missione, lode che troviamo già nell’Antico Testamento, nel libro del profeta Isaia (
Is 52,7):

Come sono belli sui monti i piedi del messaggero di lieti annunzi!”.

5. “How beautiful upon the mountains are the feet of him who brings good tidings”.

Today’s canonization of Blessed Lorenzo Ruiz and his companions, martyred in and around Nagasaki between 1633 and 1637, constitutes an eloquent confirmation of these words. Sixteen men and women bore witness, by their heroic sufferings and death, to their belief in the message of salvation in Christ which had reached them after being proclaimed from generation to generation since the time of the Apostles.

In their sufferings, their love and imitation of Jesus reached its fulfilment, and their sacramental configuration with Jesus, the one Mediator, was brought to perfection. For if we have been united with him in a death like his, we shall certainly be united with him in a resurrection like his.

These holy martyrs, different in origin, language, race and social condition, are united with each other and with the entire People of God in the saving mystery of Christ, the Redeemer. Together with them, we too, gathered here with the Synod Fathers from almost every country of the world, sing to the Lamb the new song of the Book of Revelation:

“Worthy are you to receive the scroll and to break open its seals,
for you were slain and with your blood you purchased for God those from every tribe and tongue, people and nation. You made them a kingdom and priests for our God, and they will reign on earth”.

The martyrs’ message of supreme fidelity to Christ speaks to Europe, with its common Christian foundation laid by the Apostles Peter and Paul–Europe, which has been a seedbed of missionaries for two thousand years.

It speaks to the Philippines, which was the place of immediate preparation and strengthening in faith for eleven of the new Saints–the Philippines which, as I remarked on the occasion of the martyrs’ Beatification in Manila in 1981, from being evangelized is called to become an evangelizer in the great work of bringing the Gospel to the peoples of Asia. May this task of evangelization begin in Philippine families, following the example of Lorenzo Ruiz, husband and father of three children, who first collaborated with the Dominican Fathers in Manila, and then shared their martyrdom in Nagasaki, and who is now the first canonized Filipino saint. The Holy martyrs speak to the Church in Japan, particularly to the Archdiocese of Nagasaki, to the Church in Taiwan and in Macao and to all Christ’s followers in Asia: may the example and intercession of the new Saints help to extend Christian truth and love throughout the length and breadth of this vast continent!

671 6. En cette Journée mondiale des Missions, l’Eglise proclame solennellement la sainteté de ces prêtres dominicains missionnaires, de leurs coopérateurs, de deux jeunes femmes membres du tiers ordre dominicain, qui ont été arrêtés et mis à mort en raison de leur oeuvre d’évangélisation.

Au cours du Synode des Evêques sur le rôle et la mission des laïcs dans l’Eglise et dans le monde, un père de famille philippin, deux laïcs japonais, tous engagés dans la catéchèse, sont honorés pour leur fidélité totale à la grâce de leur baptême, en même temps que des religieux dominicains, dont fait partie le Français Guillaume Courtet.

Toute l’Eglise de Dieu se réjouit de leur victoire. L’Eglise en Italie, en France, en Espagne, à Taiwan, à Macao, aux Philippines et au Japon est remplie d’admiration et de joie pour la Bonne Nouvelle annoncée par la passion et la mort de ces vaillants disciples de Jésus-Christ, “ le témoin fidèle, le premier-né d’entre les morts ”.

Par le témoignage de leur vie généreusement offerte par amour pour le Christ, les nouveaux saints parlent aujourd’hui à toute l’Eglise: ils l’entraînent et la stimulent dans sa mission évangélisatrice. En effet, selon le décret conciliaire Ad Gentes, pour accomplir sa mission, l’Eglise, “ obéissant à l’ordre du Christ, mue par la grâce de l’Esprit Saint et par la charité, devient pleinement présente à tous les hommes et à tous les peuples pour les amener, par l’exemple de sa vie, par la prédication, par les sacrements et les autres moyens de grâce, à la foi, à la liberté, à la paix du Christ ”.

Un cordiale e speciale saluto alla Chiesa che è in Giappone fondata sulla testimonianza dei martiri.

7. Los nuevos Santos hablan también hoy a todos los misioneros que, urgidos por el mandato de Cristo “ id y enseñad a todas las gentes ” (
Mt 28,19), 5), han salido por los caminos del mundo a anunciar la Buena Nueva de la salvación a todos los hombres, particularmente a los más necesitados.

Ellos, con su mensaje y su martirio, hablan a los catequistas, a los agentes de pastoral, a los laicos, a quienes la Iglesia, está dedicando particular atención y solicitud en el presente Sínodo de los Obispos. Ellos nos recuerdan que “morir por la fe es un don que se concede a algunos; pero vivir la fe es una llamada dirigida a todos” (Homilía durante la misa de beatificación de Laurencio Ruiz en Manila, n. 5, 18 de febrero de 1981).

La gran familia dominica, y en particular la Provincia del Santo Rosario que celebra el cuarto centenario de su creación, recibe hoy, con legítimo orgullo, entre sus Santos a estos mártires, algunos de los cuales estuvieron especialmente ligados al Colegio de Santo Tomás de Manila. Este centro, convertido hoy en Universidad, así como otras beneméritas instituciones eclesiales, han contribuido de modo notable a la implantación y desarrollo de la Iglesia en el lejano oriente.

Los misioneros que hoy son canonizados hablan a todos los fieles cristianos, en esta Jornada de oración por las misiones, y les exhortan a reavivar su conciencia misionera. “ Todos los cristianos –nos dice el Concilio–, dondequiera que vivan, están obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de la palabra el hombre nuevo de que se revistieron por el bautismo ” Todo bautizado debe sentirse, pues, urgido por su vocación a la santidad. En esto los nuevos Santos han de servirnos de modelo a seguir con una entrega sin límites a la llamada de Dios. Uno de ellos, el Padre Lucas del Espíritu Santo escribía: “E1 beneficio que yo estimo más, es haberme enviado a esta tierra en compañía de tan grandes siervos de Dios, de los cuales, unos ya le están gozando, y otros tienen adquirido un gran tesoro delante de su divina Majestad” (Ad gentes AGD 11).

8. “Venite, saliamo sul monte del Signore . . . perché ci indichi le sue vie” (Is 2,3).

Così parla il profeta Isaia nella sua visione.

672 E questa visione si realizza quando Cristo risorto sale insieme con gli apostoli sul monte in Galilea.Dice loro: “Andate . . . ammaestrate tutte le nazioni, battezzandole nel nome del Padre e del Figlio e dello Spirito Santo, insegnando loro ad osservare tutto ciò che vi ho comandato” (Mt 28,19-20).

Questo “tutto”, è il Vangelo dell’amore e della pace.

Isaia non profetava forse sul mutamento delle spade in vomeri e delle lance in falci, perché gli uomini non si esercitino più nell’arte della guerra? (cf. Is Is 2,4).

Egli annunciava le vie di un vero progresso dei popoli, già qui sulla terra, e nello stesso tempo le vie della salvezza eterna che è il futuro e definitivo destino dell’uomo in Dio.

9. A voi tutti, quindi, mi rivolgo, a voi che mi ascoltate qui oggi, e a tutti voi che faticate nel campo della Chiesa missionaria in tutto il mondo: la vostra consolazione e speranza sia il Vangelo dell’amore e della pace.

“Venite . . . Casa di Giacobbe, vieni, camminiamo nella luce del Signore” (Is 2,3 Is 2,5).

Sì. Camminiamo infaticabilmente! Cristo cammina con noi!





1988



III JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD



Plaza de San Pedro

Domingo de Ramos, 27 de marzo de 1988


1. «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68).

Celebramos la liturgia del Domingo de Ramos en la plaza de San Pedro. Esta es también la Jornada internacional de la Juventud. El Domingo de Ramos reúne todos los años en esta plaza a muchos jóvenes, que se sienten como llamados por el acontecimiento que se conmemora este día. Efectivamente, durante la entrada de Jesús en Jerusalén, entre los que gritaban “Hosana al Hijo de David”, no faltaron los jóvenes. El himno litúrgico canta: “Pueri hebraeorum portantes ramos olivarum obviaverunt Domino”.

673 Pueri: es decir, los jóvenes hebreos. Obviaverunt: es decir, fueron al encuentro de Cristo. Cantaron “Bendito el que viene en nombre del Señor” (Mt 21,9). Cada año, el Domingo de Ramos sucede lo mismo: Los jóvenes van al encuentro de Cristo, enarbolan las palmas, cantan el himno mesiánico, para saludar a Aquel que viene en el nombre del Señor. Así sucede aquí en Roma, como en otros lugares del mundo. El año pasado fue así en Buenos Aires, donde pude celebrar la Jornada de la Juventud especialmente con los jóvenes de América Latina.

Todos vosotros, jóvenes, allí donde estéis y cualquier día que os reunáis para celebrar vuestra fiesta, sentiréis la necesidad de repetir las palabras de Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”. Sólo Tú.

2. Las “palabras de vida eterna” nos describen hoy la pasión y la muerte de Cristo según el Evangelio de San Marcos.

Hemos escuchado esta descripción. Hemos escuchado también las palabras del Profeta Isaías, que desde las profundidades de los siglos preanuncia al Mesías, como varón de dolores: “Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos” (Is 50,6).

De hecho fue precisamente así, como había previsto el Profeta.

Y, fue también así, como había proclamado el Salmista —también él desde la profundidad de los siglos—: “Me taladran las manos y los pies, puedo contar todos mis huesos... Se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica” (Sal 21/22, 17-19).

Así fue. Y aún más. Las palabras con que el Profeta (David) comienza su Salmo estuvieron en los labios de Cristo durante la agonía en Getsemaní: “Dios mío; Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (¿Elí, Elí, lamá sabactaní?) (Mt 27,46 Sal 21/22, Ps 2).

La pasión y la muerte de Cristo emergen de los textos del Antiguo Testamento para confirmarse como la realidad decisiva de la Nueva y Eterna Alianza de Dios con la humanidad.

3. Hemos escuchado finalmente las palabras impresionantes del Apóstol Pablo en la Carta a los Filipenses. Son una síntesis del misterio pascual. El texto es conciso, pero al mismo tiempo tiene un contenido insondable, como lo es el misterio. San Pablo nos lleva al límite mismo de lo que en la historia de la creación comenzó a suceder entre Dios y el hombre, y que encontró su culmen y su plenitud en Jesucristo. En definitiva, en la cruz y resurrección.

Jesucristo “a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó...” (Ph 2,6-9).

Así “las palabras de vida eterna” fueron pronunciadas por medio de la cruz y de la muerte. No eran sólo teoría. Fueron una realidad tremenda entre Aquel que “Es” ab aeterno, que no pasa, y aquel que pasa, para el que está establecido que debe morir una sola vez. Al mismo tiempo el hombre, como ser creado a imagen y semejanza de Dios, espera las palabras de vida eterna. Las encuentra en el Evangelio de Cristo. Se confirman de forma definitiva en su muerte y resurrección.

¿A quién iremos?

674 Cristo es Aquel que “en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor”, no cesa de manifestar “plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación, revelando el misterio del Padre y de su amor”. Esto dice el Concilio Vaticano II en la Constitución pastoral Gaudium et spes (22a).

4. ¿Por qué, pues, precisamente este día, Domingo de Ramos, se ha convertido en la Iglesia desde hace algunos años en la “fiesta de los jóvenes”?: Jornada de los jóvenes. Es cierto que esta jornada de la juventud se celebra en cada país y en ambientes y períodos diversos, pero el Domingo de Ramos queda siempre para ella como un punto central de referencia.

¿Por qué? Parece que los mismos jóvenes dan a esta pregunta una respuesta espontánea. Una respuesta así la dais todos vosotros, que desde hace años peregrináis a Roma precisamente para celebrar este día (y esto se realizó especialmente el Año de la Redención y el Año dedicado a la juventud).

Con este hecho, ¿acaso no queráis hacer ver vosotros mismos que buscáis a Cristo en el centro de su misterio? Lo buscáis en la plenitud de esa verdad que es El mismo en la historia del hombre: “Para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad” (
Jn 18,37). Vosotros buscáis a Cristo en la palabra definitiva del Evangelio, como lo hizo el Apóstol Pablo: En la cruz, que es “fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1Co 1,24), como confirmó la resurrección.

En Cristo —crucificado y resucitado— buscáis precisamente esa fuerza y esa sabiduría.

5. Cristo revela plenamente el propio hombre al hombre —cada uno de nosotros—. ¿Podría revelarlo “plenamente” si no hubiera pasado también este sufrimiento, y este despojo sin límites? ¿Si no hubiera finalmente gritado en la cruz: “Por qué me has abandonado?” (cf. Mt Mt 27,46).

El campo de la experiencia del hombre es limitado. Inefable es también el cúmulo de sus sufrimientos. El que tiene “palabras de vida eterna”, no dudó en fijar esta palabra en todas las dimensiones de la temporalidad humana...

“Por eso Dios lo levantó”. Por eso, “Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (cf. Flp Ph 2,9 Flp Ph 2, . Y este modo da testimonio “la sublimidad su vocación” , ninguna dificultad, ningún sufrimiento o despojo, pueden separarnos del amor Dios , De ese amor que está en Jesucristo.

6. Así, pues, esta “Jornada para los jóvenes” queda en la Iglesia como un momento elocuente de vuestra “peregrinación a través de la fe”.

Este año dirigimos nuestra mirada a la Madre de Dios presente en el misterio de Cristo y de la Iglesia, presente también en la agonía del Gólgota. Allí precisamente se encuentra el punto culminante de la peregrinación de María, de la que el Concilio, siguiendo las iniciativas de la Tradición, nos enseña que nos precede a todos en el camino: Va delante en la peregrinación “de la fe, de la caridad y de la unión perfecta con Cristo” (cf. Lumen gentium LG 63).

En este Año mariano deseo a todos los jóvenes que, mirando a María como “modelo”, descubran todas las profundidades escondidas en el misterio de Cristo.

675 Ya que Cristo dice siempre de nuevo a los jóvenes, como dijo en el Evangelio: “Sígueme” (Lc 18,22). El análisis de esta llamada se encuentra en la Carta enviada a los jóvenes y a las jóvenes del mundo en el año 1985.

Es necesario que sintáis esta llamada. Y es necesario que la maduréis constantemente para darle vuestra respuesta.

“Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.





DURANTE LA MISA CRISMAL


CONCELEBRADA CON LOS PRESBÍTEROS DE ROMA


Basílica de San Pedro

Jueves Santo 31 de marzo de 1988



1. "En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno: Que constituiste a tu único Hijo Pontífice de la Alianza nueva y eterna por la unción del Espíritu Santo, y determinaste en tu designio salvífico, perpetuar en la Iglesia su único sacerdocio" (Prefacio).

Venerados y queridos hermanos en el Episcopado y en el sacerdocio:

Estamos aquí reunidos en acción de gracias. Nuestros pensamientos y nuestros corazones se abren ya al soplo espiritual de la última Cena, con que inicia el Sagrado Triduo Pascual.

2. Continua el Prefacio: -. El no sólo ha conferido el honor del sacerdocio real a todo su pueblo santo, sino también, con amor de hermano, elige a hombres de este pueblo, para que, por la imposición de las manos, participen de su sagrada misión". En su nombre los sacerdotes renuevan el sacrificio, con el que Jesucristo redimió a los hombres, y preparan a tus hijos e hijas el banquete pascual. Ellos sirven diligentemente a tu pueblo, lo alimentan con la Palabra y lo santifican con los sacramentos. "Tus sacerdotes, Señor, al entregar su vida por ti y por la salvación de los hermanos, van con figurándose a Cristo, y han de darte así testimonio constante de fidelidad y amor" (Prefacio).

3. Miremos con los ojos de la fe los acontecimientos pascuales que comienzan hoy, en la última Cena. Nos faltan las palabras para expresar la profundidad del misterio que se abre ante nosotros: Mirad a Aquel que nos amó, y que por medio de su Sangre nos liberó de nuestros pecados. Mirad a Aquel "que ha convertido a todo el pueblo de la Nueva Alianza en un reino de sacerdotes para su Dios y Padre" (cf. Ap Ap 1,6). Mirad al Hijo que ha venido del Padre: "El Espíritu del Señor está sobre mi: me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres" (Is 61,1). Hoy está ya cerca el final de su misión en la tierra. La Buena Noticia ha de revestirse de la palabra de la Pascua de Cristo. De la palabra de la cruz y de la resurrección. "Todo ojo lo verá; también los que lo atravesaron. Todos los pueblos de la tierra se lamentarán por su causa" (Ap 1,7).

4. ¡Qué grandes son los misterios de Dios! Nosotros somos sus ministros junto con todo el pueblo redimido. Somos sacerdotes al servicio de todos los que en Cristo y por Cristo son un "reino de sacerdotes" de la Nueva Alianza. Toda la liturgia de la mañana nos debe hacer tomar conciencia sobre cómo vive la iglesia; sobre cómo se desarrolla por la fuerza del Espíritu Santo desde el misterio pascual del Redentor; sobre cómo vive esta unción, por la que se concentra toda la fuerza del Paráclito en Cristo-Mesías, y se participa a los hombres una y otra vez mediante la Palabra y los sacramentos de nuestra fe. Precisamente por eso la liturgia de la mañana del Jueves Santo lleva el nombre de "Missa Chrismatis".

676 5. Ella está dedicada a todos. De modo particular está dedicada a nosotros que, por medio de la ordenación hemos recibido una participación especial en el sacerdocio del mismo Cristo. La participación ministerial. Miremos, pues, al que "traspasaron": "Todos los pueblos de la tierra se lamentarán por su causa". Miremos al que "es, el que era y el que viene" (Ap 4,8). Miremos al que, antes de la Cena pascual, se arrodilló ante los Apóstoles para servirles y para lavarles los pies. Así es: El es siervo, siervo de la redención del mundo. Siervo de los destinos eternos del hombre en Dios. !Dios-Siervo! En el Cenáculo dirá: "Os he dado ejemplo" (Jn 13,15). Fijémonos, pues, durante el Triduum de la Pascua en nuestro Señor que se ha hecho siervo, y preguntémonos: ¿Sabemos hacernos de verdad siervos?

6. Nos hemos reunido en esta concelebración para renovar nuestra disponibilidad sacerdotal a servir.

"Christus factus est pro nobis oboediens" (Ph 2,8). Amén.





VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

CELEBRACIÓN DE LA PALABRA EN EL ESTADIO «CENTENARIO»



Montevideo (Uruguay)

Sábado 7 de mayo de 1988





Queridos hermanos en el Episcopado,
amadísimos hermanos y hermanas de Montevideo
y de todo el Uruguay:

1. Hemos alabado a Dios proclamando con el Salmo: “¡Qué bueno es el Señor!” (Ps 34 [33], 9) . Quiero repetirlo fuertemente y desde lo más hondo del corazón: ¡qué bueno es el Señor, Dios Nuestro, que me ha permitido cumplir el propósito de volver al Uruguay! A El y a su Santísima Madre, la Virgen de los Treinta y Tres, debo agradecer el estar nuevamente en esta querida tierra uruguaya en la que me recibís con tanto cariño del que se ha hecho intérprete con sus amables palabras Monseñor José Gottardi, arzobispo de Montevideo y Presidente de la Conferencia Episcopal. Saludo a los fieles de cada una de las diez diócesis del Uruguay, así como del exarcado apostólico armenio y de las demás comunidades católicas del país. De una manera especial, en esta ocasión, quiero dirigirme a los de la arquidiócesis de Montevideo y de las diócesis vecinas de San José de Mayo y de Maldonado.

2. He vuelto al Uruguay para compartir con vosotros el gozo de sentirnos miembros del único Pueblo de Dios, para orar juntos, para celebrar comunitariamente nuestra fe, y meditar en común el mensaje de Jesús. Sé que en este estadio “Centenario”, donde han tenido lugar memorables eventos deportivos, recibieron hace cincuenta años la primera Comunión miles de niños uruguayos en el marco del Congreso Eucarístico de 1938. Más tarde, durante el Año Mariano de 1954, los niños volvieron a ser protagonistas de un magno encuentro en este mismo estadio, recibiendo igualmente su primera Comunión. Los obispos uruguayos, deseosos de recordar aquellos acontecimientos históricos, y en este Año Mariano que celebra la Iglesia universal, han querido proclamar un Año Eucarístico. ¡La Iglesia entera en vuestro país va a vibrar de amor a Jesucristo en la Eucaristía, e invita a todos a reforzar los lazos de hermandad para que el Uruguay sea una nación pacífica, fraterna y acogedora!

Seguramente no pocos de los que ahora estáis aquí presentes recibisteis por primera vez a Jesús Sacramentado en este lugar, hace cincuenta años. Permitidme que os pregunte: ¿habéis sido fieles durante este largo período al Señor, que se dio a vosotros para ser compañero y amigo vuestro en el camino de la vida?

677 También quienes lo recibisteis por vez primera como alimento del alma durante el Año Mariano de hace treinta y cuatro años, habéis de preguntaros si la gracia que se os entregó como don en aquel sacramento ha fructificado en obras de amor.

A todos los aquí presentes, a todos los uruguayos, Jesús dice esta tarde: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo” (
Jn 6,51). Después de veinte siglos de historia, la Iglesia sigue y siempre seguirá custodiando el tesoro de la Eucaristía como su don más precioso, como la fuente de donde brota toda su vida y su proyección en la historia humana. Con estas palabras pronunciadas en Cafarnaum, Jesús promete a quien coma su pan que vivirá para siempre. Quienes escuchaban a Jesús –agrega el evangelista– “discutían entre sí, diciendo: ¿cómo puede éste darnos a comer su carne?” (Ibíd. 6, 52). Y el Señor, reafirmando sus palabras de manera que nadie pudiera dudar de que era El mismo quien se daba como alimento del alma, contestó: “En verdad, en verdad os digo, que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros” (Jn 6,53).

3. Al llegar la última Cena, antes de su pasión y muerte por los pecados de los hombres, Jesús cumplió su promesa. “Tomando el pan, dio gracias, lo partió y se los dio diciendo: Esto es mi cuerpo, que es entregado por vosotros; haced esto en memoria mía. Asimismo el cáliz, después de haber cenado, diciendo: Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros” (Lc 22,19-20).

De este modo, Jesús anticipó sacramentalmente la entrega de su vida, que haría al día siguiente en la cruz, y, además, quiso que ese sacrificio, ofrecido bajo las especies de pan y vino, fuera renovado perpetuamente en la Iglesia. Y es en la Santa Misa donde se renueva, donde vuelve a hacerse presente el sacrificio único de Jesús por todos los hombres.

Por ello, debemos meditar con amor y gratitud cada vez mayores en la entrega del Hijo de Dios por nosotros, por ti, por mí. El está realmente presente en la Eucaristía y en todos los sagrarios de nuestras iglesias. Hace unos años, con ocasión del Jueves Santo, escribí a los sacerdotes del mundo entero una carta en la que, entre otras cosas les decía: “Pensad en los lugares donde esperan con ansia al sacerdote, y donde desde hace años, sintiendo su ausencia, no cesan de desear su presencia. Y sucede alguna vez que se reúnen en un santuario abandonado y ponen sobre el altar la estola aún conservada y recitan todas las oraciones de la liturgia eucarística; y he aquí que en el momento que corresponde a la transubstanciación desciende en medio de ellos un profundo silencio, alguna vez interrumpido por sollozos... ¡con tanto ardor desean escuchar las palabras, que sólo los labios de un sacerdote pueden pronunciar eficazmente! ¡Tan vivamente desean la comunión eucarística, de la que únicamente en virtud del ministerio sacerdotal pueden participar!” (Carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo de 1979, 8 de abril de 1979).

Vosotros, queridos hermanos y hermanas uruguayos, que contáis con la presencia del sacerdote y tenéis la posibilidad de participar de la comunión eucarística, no debéis renunciar a ella. Cada domingo la Iglesia celebra el acontecimiento fundamental de nuestra fe: la resurrección de Cristo. En cada Misa, como reza la liturgia, “anunciamos la muerte y proclamamos la resurrección” del Señor. Para todo fiel católico, la participación de la Santa Misa dominical es, al mismo tiempo, un deber y un privilegio; una dulce obligación de corresponder al amor de Dios por nosotros, para dar después testimonio de ese amor en nuestra vida diaria. Por eso, si no es por graves motivos, ninguno puede sentirse dispensado de ella. La Santa Misa es el acto de culto más excelente que la Iglesia entera tributa a Dios; es la fuente de la vida cristiana; es el encuentro que Cristo quiere tener con sus hermanos los hombres para nutrirlos con el alimento que no perece, para bendecirlos y fortalecerlos en sus pruebas. ¡Buscad a Cristo en la Sagrada Eucaristía! ¡Amadlo de corazón! Y para recibirlo de manera digna y como El lo merece, no dejéis de prepararos, cuando sea preciso, mediante el sacramento de la Penitencia.

4. Padres y madres de familia: vosotros que amáis a vuestros hijos, que cuidáis de ellos con verdadera abnegación, tened presente que también debéis cuidar la vida que Cristo les ha dado en el Bautismo. Atendiendo a su preparación para la primera Comunión, debéis acompañarlos a la Santa Misa dominical y preocuparos después para que continúen su formación de cristianos. Para una familia cristiana, el cumplimiento del precepto dominical tiene que ser motivo fundamental de alegría y de unidad. En la Santa Misa del domingo, que encuentra en la asistencia a la parroquia su expresión más genuina, cada familia hallará la fortaleza interior necesaria para afrontar con renovada fe y esperanza las dificultades inevitables, propias de nuestra condición de criaturas. Yo quisiera que éste fuera un fruto de mi visita pastoral a vuestro país: que todas las familias uruguayas sean fieles en acudir a la fuente de gracia que es la Santa Misa.

Queridos jóvenes, muchachos y muchachas del Uruguay: a vosotros, que sois fuertes y queréis hacer de vuestras vidas un servicio a Dios y al prójimo, colaborando en la construcción de una sociedad más justa y fraterna, no olvidéis que ello será posible si os empeñáis en construir un mundo que sea mejor según la voluntad y el plan de Dios. La noche en la que Jesús instituyó la Eucaristía, dijo a los discípulos reunidos en torno a El en Cenáculo: “El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5). Jesucristo, Nuestro Señor, que prometió que se quedaría con nosotros, permanece en la Eucaristía desde hace veinte siglos y te espera; es necesario que vayas a su encuentro y le confíes los nobles ideales que llevas en tu corazón. Cada domingo, todos y cada uno de vosotros, jóvenes católicos, tenéis una cita con el amor de Dios. No podéis fallarle por pereza o por darle mayor importancia a otras actividades. Jesús os ha prometido que daréis mucho fruto en vuestras vidas si permanecéis con El. Os invito, pues, a que hagáis vuestra propia experiencia de acercaros a esta fuente de la vida cristiana. Veréis que se realiza también en vosotros aquella confesión de San Pablo: “Lo puedo todo en Aquel que me conforta” (Ph 4,13). Jesucristo, como el mejor de los amigos, quiere ayudaros a que vuestros grandes ideales se hagan realidad.

Niñas y niños uruguayos, que os estáis preparando para hacer la primera Comunión o que ya habéis recibido a Jesús. ¡Queredlo mucho! Los niños saben mejor que nadie que “amor con amor se paga”, y tienen una gran facilidad para tratar y amar a Jesús en la Eucaristía. ¡No lo dejéis solo! El os espera en las iglesias y en las capillas de vuestros colegios, para ayudaros a crecer en la fe y para haceros fuertes, generosos y valientes. ¡Pedidle a la Virgen Santísima que nunca os separéis de Jesús! Yo se lo pido ahora por vosotros. Y vosotros no os olvidéis de rezar por mí.

5. La noche en que Jesús instituyó la Eucaristía, banquete y sacrificio de su Cuerpo y de su Sangre, dio también a los Apóstoles un “mandamiento nuevo”: “Que os améis los unos a los otros como yo os he amado; que os améis mutuamente. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis caridad unos para con otros” (Jn 13,34-35).

El Señor, en la vigilia de aquel Viernes Santo en que moriría en la cruz para dar la vida por los hombres, enseñó este mandamiento con una última lección de amor: lavó los pies a sus Apóstoles, les dio el ejemplo que debemos imitar todos los que nos llamamos sus discípulos.

678 Durante muchos siglos, la comunidad cristiana ha celebrado a Dios, presente en la Eucaristía, cantando: “El amor de Cristo nos ha congregado en la unidad” (Hymnus «Ubi Caritas»). Esta unidad y este amor, que encuentran su plenitud en la Eucaristía, tienen una forma particular de expresión en el matrimonio y en la familia.Siempre ha enseñado la Iglesia que el matrimonio cristiano es signo del amor indisoluble con el que Cristo ama a su Iglesia (cf. Ef Ep 5, 22ss.). Así como Jesucristo la ama y ha dado y da continuamente su vida por ella, así los esposos cristianos, alimentados con la Eucaristía, deben ser ejemplo de amor indisoluble.

Este amor ha de llevaros a la generosa comunicación de la vida, porque es de esta forma como el amor de los cónyuges se despliega y hace fecundo. ¡No tengáis miedo a los hijos que puedan venir; ellos son el don más precioso del matrimonio! Si queréis hacer de vuestro matrimonio un testimonio de verdadero amor y construir una nación próspera, no os neguéis a traer muchos invitados al banquete de la vida.

De la realización del plan de Dios sobre el matrimonio y la familia sólo pueden seguirse beneficios y bendiciones para la sociedad. Por eso, es necesario que, también la legislación civil relativa al matrimonio y la familia no ponga obstáculos, sino que tutele los derechos de los individuos y de las familias, potenciando una política familiar que no penalice la fecundidad sino que la proteja.

Las circunstancias nada fáciles del momento actual podrían provocar un cierto temor o escepticismo en los jóvenes que se preparan para el matrimonio: las dificultades del momento presente y la incidencia de opiniones equivocadas sembradoras de confusión y desorientación, les llevan a dudar si lograrán mantenerse mutuamente fieles durante toda la vida; las dificultades laborales y económicas les hacen ver el futuro con ansiedad; tienen miedo del mundo al que se verán enfrentados sus hijos.

Ante este cuadro de preocupaciones y incertidumbres el hombre y la mujer cristianos han de buscar fortaleza y seguridad en la Palabra de Dios y en los sacramentos. En el matrimonio cristiano, es Dios mismo quien bendice vuestra unión y os concede las gracias que necesitáis para realizar vuestro matrimonio según el plan divino. Corresponded ilusionada y generosamente a este plan de amor, que es el único capaz de daros la genuina felicidad que satisface las aspiraciones del corazón humano.

Es cierto que en el camino de la vida conyugal y familiar se presentan dificultades. ¡Siempre las ha habido! Pero estad seguros de que no os faltará nunca la necesaria ayuda del cielo para superarlas. ¡Sed fieles a Cristo y seréis felices! ¡Sed fieles a la enseñanza de la Iglesia y estaréis unidos por un amor siempre mayor! ¡La fidelidad no se ha pasado de moda! Podéis estar seguros de que son las familias verdaderamente cristianas las que harán que nuestro mundo vuelva a sonreír.

6. Queridísimos hermanos y hermanas uruguayos: a lo largo del año transcurrido, desde la primera vez que vine a veros, os he recordado muchas veces. En mi anterior breve visita supisteis manifestar vuestro cariño por el Sucesor de Pedro. Un afecto que guardo como gran tesoro en mi corazón y que sentí particularmente vivo por parte de los sacerdotes, religiosos y religiosas con quienes estuve en la catedral de Montevideo.

La alegría del Año Eucarístico que ya estaba programado, se hace ahora una realidad que, con la gracia de Dios, producirá abundantes frutos pastorales. Juntos vamos a adorar al Señor, realmente presente en la Hostia santa, y renovaremos nuestra fe.

Debemos dar gracias a Dios, porque cada día renueva el sacrificio del Calvario en la Santa Misa. Debemos pedirle perdón por los pecados personales y de todos los hombres. Debemos rogarle que nos mantenga fieles a la vocación con que nos llamó a ser sus hijos.

La bendición con el Santísimo Sacramento, que os impartiré, será testimonio y proclamación pública de nuestra fe en Jesucristo. También lo serán la procesión del Corpus Christi y otras devociones eucarísticas que, a lo largo de este año, vivirá con gozo la Iglesia en el Uruguay.

Que las familias se encuentren comunitariamente unidas en Cristo, cada domingo, al celebrar el día del Señor. Que la Santísima Virgen María, que fue la primera “custodia” que llevó en sí al Verbo encarnado, os introduzca en el misterio del amor de Cristo. Que así sea.





B. Juan Pablo II Homilías 666