B. Juan Pablo II Homilías 972

972 3. El lenguaje utiliza las categorías antropológicas del mundo antiguo, pero es de una profundidad extraordinaria: expresa, de manera realmente admirable, las verdades esenciales. Todo lo que ha descubierto posteriormente la reflexión humana y el conocimiento científico no ha hecho más que explicitar lo que ya estaba presente en ese texto.

El libro del Génesis muestra, ante todo, la dimensión cósmica de la creación. La aparición del hombre se realiza en el inmenso horizonte de la creación de todo el universo: no es casualidad que acontezca en el último día de la creación del mundo. El hombre entra en la obra del Creador, en el momento en que se daban todas las condiciones para que pudiera existir. El hombre es una de sus criaturas visibles; sin embargo, al mismo tiempo, sólo de él dice la sagrada Escritura que fue hecho «a imagen y semejanza de Dios». Esta admirable unión del cuerpo y del espíritu constituye una innovación decisiva en el proceso de la creación. Con el ser humano, toda la grandeza de la creación visible se abre a la dimensión espiritual. La inteligencia y la voluntad, el conocimiento y el amor, entran en el universo visible en el momento mismo de la creación del hombre. Entran precisamente manifestando desde el inicio la compenetración de la vida corporal con la espiritual. Así el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, llegando a ser una sola carne; con todo, esta unión conyugal se arraiga al mismo tiempo en el conocimiento y en el amor, o sea, en la dimensión espiritual.

El libro del Génesis habla de todo esto con un lenguaje que le es propio y que, al mismo tiempo, es admirablemente sencillo y completo. El hombre y la mujer, llamados a vivir en el proceso de la creación del universo, se presentan en el umbral de su vocación llevando consigo la capacidad de procrear en colaboración con Dios, que directamente crea el alma de cada nuevo ser humano. Mediante el conocimiento recíproco y el amor, así como mediante la unión corporal, llamarán a la existencia a seres semejantes a ellos y, como ellos, hechos «a imagen y semejanza de Dios». Darán la vida a sus hijos, al igual que ellos la recibieron de sus padres. Esta es la verdad, sencilla y, al mismo tiempo, grande sobre la familia, tal como nos la presentan las páginas del libro del Génesis y del Evangelio: en el plan de Dios, el matrimonio —el matrimonio indisoluble— es el fundamento de una familia sana y responsable.

4. Con trazos breves pero incisivos, Cristo describe en el Evangelio el plan original de Dios creador. Ese relato lo hace también la carta a los Hebreos, proclamada en la segunda lectura: «Convenía, en verdad, que Aquel por quien es todo y para quien es todo, llevara muchos hijos a la gloria, perfeccionando mediante el sufrimiento al que iba a guiarlos a la salvación. Pues tanto el santificador como los santificados tienen todos el mismo origen» (
He 2,10-11). La creación del hombre tiene su fundamento en el Verbo eterno de Dios. Dios ha llamado a la existencia todas las cosas por la acción de este Verbo, el Hijo eterno, por medio del cual todo ha sido creado. También el hombre fue creado por el Verbo, y fue creado varón y mujer. La alianza conyugal tiene su origen en el Verbo eterno de Dios. En él fue creada la familia. En él la familia es eternamente pensada, imaginada y realizada por Dios. Por Cristo adquiere su carácter sacramental, su santificación.

El texto de la carta a los Hebreos recuerda que la santificación del matrimonio, como la de cualquier otra realidad humana, fue realizada por Cristo al precio de su pasión y cruz. Él se manifiesta aquí como el nuevo Adán. De la misma manera que en el orden natural descendemos todos de Adán, así en el orden de la gracia y de la santificación procedemos todos de Cristo. La santificación de la familia tiene su fuente en el carácter sacramental del matrimonio.

El santificador —es decir, Cristo— y los santificados —vosotros, padres y madres; vosotras, familias— os presentáis juntos ante Dios Padre para pedirle ardientemente que bendiga lo que ha realizado en vosotros mediante el sacramento del matrimonio. Esta oración incluye a todos los casados y a las familias que viven en la tierra. En efecto, Dios, el único creador del universo, es la fuente de la vida y de la santidad.

5. Padres y familias del mundo entero, dejad que os lo diga: Dios os llama a la santidad. Él mismo os ha elegido «antes de la creación del mundo —nos dice san Pablo— para ser santos e inmaculados en su presencia (...) por medio de Jesucristo» (Ep 1,4). Él os ama muchísimo y desea vuestra felicidad, pero quiere que sepáis conjugar siempre la fidelidad con la felicidad, pues una no puede existir sin la otra.No dejéis que la mentalidad hedonista, la ambición y el egoísmo entren en vuestros hogares. Sed generosos con Dios. No puedo por menos de recordar, una vez más, que la familia está «al servicio de la Iglesia y de la sociedad en su ser y en su obrar, en cuanto comunidad íntima de vida y de amor» (Familiaris consortio FC 50). La entrega mutua, bendecida por Dios e impregnada de fe, esperanza y caridad, permitirá alcanzar la perfección y la santificación de cada uno de los esposos. En otras palabras, servirá como núcleo santificador de la misma familia, y será instrumento de difusión de la obra de evangelización de todo hogar cristiano.

Queridos hermanos y hermanas, ¡qué gran tarea tenéis ante vosotros! Sed portadores de paz y alegría en el seno del hogar; la gracia eleva y perfecciona el amor y con él os concede las virtudes familiares indispensables de la humildad, el espíritu de servicio y de sacrificio, el afecto paterno, materno y filial, el respeto y la comprensión mutua. Y dado que el bien es difusivo por sí mismo, espero también que vuestra adhesión a la pastoral familiar sea, en la medida de vuestras posibilidades, un incentivo a irradiar generosamente el don que hay en vosotros, ante todo entre vuestros hijos y luego entre los casados —tal vez parientes y amigos— que están lejos de Dios o pasan momentos de incomprensión o desconfianza. En este camino hacia el jubileo del año 2000, invito a todos los que me escuchan a robustecer la fe y el testimonio de los cristianos, para que con la gracia de Dios se realicen la auténtica conversión y la renovación personal en el seno de las familias de todo el mundo (cf. Tertio millennio adveniente TMA 42). Que el espíritu de la Sagrada Familia de Nazaret reine en todos los hogares cristianos.

Familias de Brasil, de América Latina y del mundo entero, el Papa y la Iglesia confían en vosotras. ¡Tened confianza: Dios está con nosotros!







DURANTE LA SANTA MISA DE BEATIFICACIÓN


DE CINCO SIERVOS DE DIOS


Domingo 12 de octubre de 1997



1. «Maestro bueno, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?» (Mc 10,17).

973 Esta pregunta, que plantea un joven en el texto evangélico de hoy, se la han dirigido a Cristo en el decurso de los siglos innumerables generaciones de hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, clérigos y laicos.

«¿Qué he de hacer para heredar la vida eterna?». Es el interrogante fundamental de todo cristiano. Ya conocemos muy bien la respuesta de Cristo. Ante todo, recuerda a su interlocutor que debe cumplir los mandamientos: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, no serás injusto, honra a tu padre y a tu madre» (
Mc 10,19 cf. Ex Ex 20,12-16). El joven replica con entusiasmo: «Maestro, todo esto lo he cumplido desde pequeño » (Mc 10,20). En ese momento —subraya el evangelio— el Señor, fijando en él su mirada, lo amó y añadió: «Una cosa te falta: anda, vende cuanto tienes, da el dinero a los pobres —así tendrás un tesoro en el cielo—; luego, ven y sígueme». Pero, como prosigue el relato, el joven «abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes» (Mc 10,21-22).

2. Los nuevos beatos, elevados hoy a la gloria de los altares, por el contrario, acogieron con prontitud y entusiasmo la invitación de Cristo: «Ven y sígueme » y lo siguieron hasta el fin. Así se manifestó en ellos el poder de la gracia de Dios y en su vida terrena llegaron a realizar incluso lo que humanamente parecía imposible. Al haber puesto en Dios toda su confianza, para ellos todo resultó posible. Precisamente por eso hoy me complace presentarlos como ejemplos del seguimiento fiel de Cristo. Son: Elías del Socorro Nieves, mártir, sacerdote profeso de la orden de San Agustín; Juan Bautista Piamarta, sacerdote de la diócesis de Brescia; Doménico Lentini, sacerdote de la diócesis de Tursi-Lagonegro; María de Jesús, en el siglo Emilia d’Hooghvorst, fundadora del instituto de las religiosas de María Reparadora; y María Teresa Fasce, monja profesa de la orden de San Agustín.

3. «Entonces Jesús, fijando en él su mirada, lo amó» (Mc 10,21). Estas palabras del texto evangélico evocan la experiencia espiritual y apostólica del sacerdote Juan Bautista Piamarta, fundador de la congregación de la Sagrada Familia de Nazaret, al que hoy contemplamos en la gloria celestial. También él, siguiendo el ejemplo de Cristo, supo llevar a muchos niños y jóvenes a encontrarse con la mirada amorosa y exigente del Señor. ¡Cuántos, gracias a su acción pastoral, pudieron afrontar con alegría la vida por haber aprendido un oficio y sobre todo por haberse podido encontrar con Jesús y su mensaje de salvación! La labor apostólica del nuevo beato fue muy variada y abarcó muchos ámbitos de la vida social: desde el mundo del trabajo hasta el de la agricultura, desde la educación escolar hasta el sector editorial. Dejó una gran huella en la diócesis de Brescia y en la Iglesia entera.

¿De dónde sacaba este extraordinario hombre de Dios la energía necesaria para sus múltiples actividades? La respuesta es clara: la oración asidua y fervorosa era la fuente de su celo apostólico incansable y del benéfico atractivo que ejercía sobre todos las personas de su entorno. Él mismo, como recuerdan los testimonios de sus contemporáneos, afirmaba: «Con la oración obtenemos la misma fuerza de Dios... Omnia possum ». Todo es posible con Dios, por él y con él.

4. «Sácianos de tu misericordia, Señor » (Salmo responsorial). La conciencia profunda de la misericordia del Señor animaba al beato Doménico Lentini, que en su predicación itinerante proponía incansablemente la invitación a la conversión y a volver a Dios. Por esto, su actividad apostólica iba acompañada por el asiduo ministerio del confesonario. En efecto, sabía muy bien que en la celebración del sacramento de la penitencia el sacerdote se transforma en dispensador de la misericordia divina y testigo de la nueva vida que nace gracias al arrepentimiento del penitente y al perdón del Señor.

Sacerdote de corazón indiviso, supo conjugar la fidelidad a Dios con la fidelidad al hombre. Con ardiente caridad se dirigió en particular a los jóvenes, a los que enseñaba a permanecer firmes en la fe, y a los pobres, a los que ofrecía todo aquello que poseía con una confianza absoluta en la divina Providencia. Su entrega total al ministerio hizo de él, según la expresión de mi venerado predecesor el Papa Pío XI, «un sacerdote cuya única riqueza era su sacerdocio».

5. En la segunda lectura de la liturgia, hemos escuchado: «La palabra de Dios es viva (...), penetra hasta lo más íntimo del alma» (He 4,12). Emilia d’Hooghvorst acogió esta palabra en lo más profundo de su corazón. Aprendiendo a someterse a la voluntad de Dios, cumplió ante todo la misión de todo matrimonio cristiano: hacer de su hogar «un santuario doméstico de la Iglesia» (Apostolicam actuositatem AA 11). Habiendo quedado viuda, impulsada por el deseo de participar en el misterio pascual, la madre María de Jesús fundó la Compañía de María Reparadora. Con su vida de oración, nos recuerda que, en la adoración eucarística, donde acudimos a la fuente de la vida que es Cristo, encontramos la fuerza para la misión diaria. Ojalá que cada uno de nosotros, cualquiera que sea nuestro estado de vida, «escuche la voz de Cristo», «que debe ser la regla de nuestra existencia», como solía decir ella. Esta beatificación es también para las religiosas de María Reparadora un estímulo a proseguir su apostolado, prestando una atención renovada a los hombres de nuestro tiempo. Según su carisma específico, responderán a su misión: despertar la fe en nuestros contemporáneos y ayudarles en su crecimiento espiritual, participando así activamente en la edificación de la Iglesia.

6. A los discípulos, asombrados ante las dificultades para entrar en el Reino, Jesús les advierte: «Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo» (Mc 10,27). Acogió este mensaje el padre Elías del Socorro Nieves, sacerdote agustino, que hoy sube a la gloria de los altares como mártir de la fe. La total confianza en Dios y en la Virgen del Socorro, de quien era muy devoto, caracterizó toda su vida y su ministerio sacerdotal, ejercido con abnegación y espíritu de servicio, sin dejarse vencer por los obstáculos, los sacrificios o el peligro. Este fiel religioso agustino supo transmitir la esperanza en Cristo y en la Providencia divina.

La vida y el martirio del padre Nieves, que no quiso abandonar a sus fieles a pesar del riesgo que corría, son por sí mismas una invitación a renovar la fe en Dios que todo lo puede. Afrontó la muerte con entereza, bendiciendo a sus verdugos y dando testimonio de su fe en Cristo. La Iglesia en México cuenta hoy con un nuevo modelo de vida y poderoso intercesor que le ayudará a renovar su vida cristiana; sus hermanos agustinos tienen un ejemplo más que imitar en su constante búsqueda de Dios en fraternidad y en el servicio al pueblo de Dios; para toda la Iglesia es una muestra elocuente de los frutos de santidad que el poder de la gracia de Dios produce en su seno.

7. La primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría, nos recuerda que la sabiduría y la prudencia brotan de la oración: «Pedí y se me concedió la prudencia; supliqué y me vino el espíritu de sabiduría» (Sg 7,7). Estas palabras se aplican muy bien a la existencia de otra nueva beata, María Teresa Fasce, que vivió en constante contemplación del misterio de Cristo. La Iglesia la pone hoy como brillante ejemplo de síntesis viva entre vida contemplativa y testimonio humilde de solidaridad con los hombres, especialmente con los más pobres, humildes, abandonados y afligidos.

974 La familia agustiniana vive hoy una jornada extraordinaria, pues ve unidos en la gloria de los altares a los representantes de las dos ramas de la orden, la apostólica con el beato Elías del Socorro Nieves, y la contemplativa con la beata María Teresa Fasce. Su ejemplo constituye para los religiosos y las religiosas agustinos motivo de alegría y de legítima satisfacción. Ojalá que este día sea también ocasión providencial para un renovado compromiso en la total y fiel consagración a Dios y en el servicio generoso a los hermanos.

8. «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios» (
Mc 10,18). Cada uno de estos nuevos beatos escuchó esta esencial aclaración de Cristo y comprendió dónde debía buscar la fuente original de la santidad. Dios es la plenitud del bien que tiende por sí mismo a difundirse. «Bonum est diffusivum sui» (santo Tomás de Aquino, Summa Theol., I, q.5, a.4, ad2). El sumo Bien quiere donarse y hacer semejantes a sí mismo a cuantos lo buscan con corazón sincero. Desea santificar a los que están dispuestos a abandonarlo todo para seguir a su Hijo encarnado.

La primera finalidad de esta celebración es, por tanto, alabar a Dios, fuente de toda santidad. Demos gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, porque los nuevos beatos, bautizados en el nombre de la santísima Trinidad, colaboraron con perseverante heroísmo con la gracia de Dios. Participando plenamente de la vida divina, contemplan ahora la gloria del Señor cara a cara, gozando de los frutos de las bienaventuranzas proclamadas por Jesús en el Sermón de la montaña: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5,3). Sí. El reino de los cielos pertenece a estos fieles siervos de Dios, que siguieron a Cristo hasta el fin, fijando su mirada en él. Con su vida han dado testimonio de Aquel que por ellos y por todos murió en la cruz y resucitó.

Se alegra la Iglesia entera, madre de los santos y los beatos, gran familia espiritual de los hombres llamados a participar en la vida divina.

Juntamente con María, Madre de Cristo y Reina de los santos; y juntamente con los nuevos beatos, proclamamos la santidad de Dios: «Santo, santo, santo es el Señor Dios del universo. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en el cielo». Amén.





SANTA TERESA DE LISIEUX, DOCTORA DE LA IGLESIA


Domingo, 19 de octubre de 1997

Jornada mundial de las misiones

1. "Los pueblos caminarán a tu luz" (Is 60,3). En estas palabras del profeta Isaías resuena, como ardiente espera y luminosa esperanza, el eco de la Epifanía. Precisamente la relación con esa solemnidad nos permite comprender mejor el carácter misionero de este domingo. En efecto, la profecía de Isaías prolonga a la humanidad entera la perspectiva de la salvación, y así anticipa el gesto profético de los Magos de Oriente que, acudiendo a adorar al Niño divino nacido en Belén (cf. Mt Mt 2,1-12), anuncian e inauguran la adhesión de los pueblos al mensaje de Cristo. Todos los hombres están llamados a acoger en la fe el Evangelio que salva. La Iglesia ha sido enviada a todos los pueblos, a todas las tierras y culturas: "Id (...) y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt 28,19-20). Estas palabras, pronunciadas por Cristo antes de subir al cielo, junto con la promesa, hecha a los Apóstoles y a sus sucesores, de que estaría con ellos hasta el fin del mundo (cf. Mt Mt 28,20), constituyen la esencia del mandato misionero: es Cristo mismo quien, en la persona de sus ministros, va ad gentes, hacia las gentes que no han recibido aún el anuncio de la fe.


2. Teresa Martín, carmelita descalza de Lisieux, deseaba ardientemente ser misionera. Y lo fue, hasta el punto de que pudo ser proclamada patrona de las misiones. Jesús mismo le mostró de qué modo podía vivir esa vocación: practicando en plenitud el mandamiento del amor, se introduciría en el corazón mismo de la misión de la Iglesia, sosteniendo con la fuerza misteriosa de la oración y de la comunión a los heraldos del Evangelio. Así, ella realizó lo que subrayó el concilio Vaticano II, cuando enseñó que la Iglesia, por su naturaleza, es misionera (cf. Ad gentes AGD 2). No sólo los que escogen la vida misionera, sino también todos los bautizados, de alguna manera, son enviados ad gentes. Por eso, he querido escoger este domingo misionero para proclamar Doctora de la Iglesia universal a santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz: una mujer, una joven y una contemplativa.

3. Todos percibimos, por consiguiente, que hoy se está realizando algo sorprendente. Santa Teresa de Lisieux no pudo acudir a universidades ni realizar estudios sistemáticos. Murió muy joven y, a pesar de ello, desde hoy tendrá el honor de ser Doctora de la Iglesia, un notable reconocimiento que la exalta en la estima de toda la comunidad cristiana más de lo que pudiera hacer un "título académico". En efecto, cuando el Magisterio proclama a alguien Doctor de la Iglesia, desea señalar a todos los fieles, y de modo especial a los que prestan en la Iglesia el servicio fundamental de la predicación o realizan la delicada tarea de la investigación y la enseñanza de la teología, que la doctrina profesada y proclamada por una persona puede servir de punto de referencia, no sólo porque es acorde con la verdad revelada, sino también porque aporta nueva luz sobre los misterios de la fe, una comprensión más profunda del misterio de Cristo. El Concilio nos recordó que, con la asistencia del Espíritu Santo, crece continuamente en la Iglesia la comprensión del "depositum fidei", y a ese proceso de crecimiento no sólo contribuyen el estudio rico de contemplación a que están llamados los teólogos y el magisterio de los pastores, dotados del "carisma cierto de la verdad", sino también el "profundo conocimiento de las cosas espirituales" que se concede por la vía de la experiencia, con riqueza y diversidad de dones, a quienes se dejan guiar con docilidad por el Espíritu de Dios (cf. Dei Verbum DV 8). La Lumen gentium, por su parte, enseña que en los santos "nos habla Dios mismo" (n. 50). Por esta razón, con el fin de profundizar en los divinos misterios, que son siempre más grandes que nuestros pensamientos, se atribuye un valor especial a la experiencia espiritual de los santos, y no es casualidad que la Iglesia escoja únicamente entre ellos a las personas a quienes quiere otorgar el título de "Doctor".

4. Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz es la más joven de los "Doctores de la Iglesia", pero su ardiente itinerario espiritual manifiesta tal madurez, y las intuiciones de fe expresadas en sus escritos son tan vastas y profundas, que le merecen un lugar entre los grandes maestros del espíritu. En la carta apostólica que he escrito para esta ocasión, he señalado algunos aspectos destacados de su doctrina. Pero no puedo menos de recordar, en este momento, lo que se puede considerar el culmen, a la luz del relato del conmovedor descubrimiento que hizo de su vocación particular dentro de la Iglesia. "La caridad escribe me dio la clave de mi vocación. Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto por diferentes miembros, no le faltaba el más noble de todos: comprendí que la Iglesia tenía un corazón y que este corazón ardía de amor. Comprendí que sólo el Amor hacía actuar a los miembros de la Iglesia: que si el Amor se apagara, los apóstoles no anunciarían el Evangelio, los mártires no querrían derramar su sangre (...). Comprendí que el amor encerraba todas las vocaciones (...). Entonces, con alegría desbordante, exclamé: oh Jesús, Amor mío, (...) por fin he encontrado mi vocación. Mi vocación es el amor" (Ms B, 3 v). Es una página admirable, que basta por sí sola para ilustrar cómo se puede aplicar a santa Teresa el pasaje evangélico que acabamos de escuchar en la liturgia de la Palabra: "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños" (Mt 11,25).

975 5. Teresa de Lisieux no sólo captó y describió la profunda verdad del amor como centro y corazón de la Iglesia, sino que la vivió intensamente en su breve existencia. Precisamente esta convergencia entre la doctrina y la experiencia concreta, entre la verdad y la vida, entre la enseñanza y la práctica, resplandece con particular claridad en esta santa, convirtiéndola en un modelo atractivo especialmente para los jóvenes y para los que buscan el sentido auténtico de su vida. Frente al vacío espiritual de tantas palabras, Teresa presenta otra solución: la única Palabra de salvación que, comprendida y vivida en el silencio, se transforma en manantial de vida renovada. A una cultura racionalista y muy a menudo impregnada de materialismo práctico, ella contrapone con sencillez desarmante el "caminito" que, remitiendo a lo esencial, lleva al secreto de toda existencia: el amor divino que envuelve y penetra toda la historia humana. En una época, como la nuestra, marcada con gran frecuencia por la cultura de lo efímero y del hedonismo, esta nueva Doctora de la Iglesia se presenta dotada de singular eficacia para iluminar el espíritu y el corazón de quienes tienen sed de verdad y de amor.

6. Santa Teresa es proclamada Doctora de la Iglesia el día en que celebramos la Jornada mundial de las misiones. Ella abrigó un deseo ardiente de consagrarse al anuncio del Evangelio y hubiera querido coronar su testimonio con el sacrificio supremo del martirio (cf. Ms B, 3 r). Además, es conocido con cuánto empeño sostuvo el trabajo apostólico de los padres Maurice Bellière y Adolphe Roulland, misioneros respectivamente en África y China. En su impulso de amor por la evangelización, Teresa tenía un solo ideal, como ella misma afirma: "Lo que le pedimos es trabajar por su gloria, amarlo y hacerlo amar" (Carta 220). La senda que recorrió para llegar a este ideal de vida no fue la de las grandes empresas, reservadas a unos pocos, sino una senda que está al alcance de todos, el "caminito", un camino de confianza y de abandono total a la gracia del Señor. No se ha de subestimar este camino, como si fuese menos exigente. En realidad es exigente, como lo es siempre el Evangelio. Pero es un camino impregnado del sentido de confiado abandono a la misericordia divina, que hace ligero incluso el compromiso espiritual más riguroso. Por este camino, en el que lo recibe todo como "gracia"; por el hecho de que pone en el centro de todo su relación con Cristo y la elección de amor; y por el espacio que da también a los afectos y sentimientos en su itinerario espiritual, Teresa de Lisieux es una santa que permanece joven, a pesar del paso de los años, y se presenta como modelo eminente y guía en el itinerario de los cristianos para nuestro tiempo, en el umbral del tercer milenio.

7. Por eso, es grande la alegría de la Iglesia en esta jornada que corona las expectativas y las oraciones de tantos que han intuido, al solicitar que se le concediera el título de Doctora, este especial don de Dios y han promovido su reconocimiento y su acogida. Deseamos dar gracias por ello al Señor todos juntos, y particularmente con los profesores y los estudiantes de las universidades eclesiásticas romanas, que precisamente en estos días han comenzado el nuevo año académico. Sí, Padre, te bendecimos, junto con Jesús (cf. Mt
Mt 11,25), porque has ocultado tus secretos "a los sabios y a los inteligentes", y los has revelado a esta "pequeña", que hoy nuevamente propones a nuestra atención y a nuestra imitación. ¡Gracias por la sabiduría que le concediste, convirtiéndola en testigo singular y maestra de vida para toda la Iglesia! ¡Gracias por el amor que derramaste en ella, y que sigue iluminando y calentando los corazones, impulsándolos hacia la santidad! El deseo que Teresa expresó de "pasar su cielo haciendo el bien en la tierra" sigue cumpliéndose de modo admirable. ¡Gracias, Padre, porque hoy nos la haces cercana de una manera nueva, para alabanza y gloria de tu nombre por los siglos! Amén.



BEATIFICACIÓN DE LOS SIERVOS DE DIOS

VILMOS APOR,

JUAN BAUTISTA SCALABRINI

Y MARÍA VICENTA CHÁVEZ


Plaza de San Pedro

Domingo 9 de noviembre de 1997



1. «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré» (Jn 2,19).

Las palabras de Cristo, que acabamos de proclamar en el Evangelio, nos llevan al centro mismo del misterio pascual. Habiendo entrado en el templo de Jerusalén, Cristo manifiesta su indignación porque la casa de su Padre había sido transformada en un gran mercado. Ante esta reacción, los judíos protestan: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?» (Jn 2,18). Jesús les responde, indicándoles un único y grandísimo signo, un signo definitivo: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré».

No se refiere, naturalmente, al templo de Jerusalén, sino al de su propio cuerpo. En efecto, entregado a la muerte, al tercer día manifestará la fuerza de la resurrección. El evangelista añade: «Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús» (Jn 2,22).

2. Este domingo, la Iglesia que está en Roma y todo el pueblo cristiano celebran la solemnidad de la dedicación de la basílica lateranense, a la que una antiquísima tradición considera la madre de todas las iglesias. La liturgia nos propone palabras relativas al templo: templo que es, ante todo, el cuerpo de Cristo, pero que, por obra de Cristo, es también todo hombre. Se pregunta el apóstol Pablo: «¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?» (1Co 3,16). Este templo se levanta sobre el cimiento puesto por Dios mismo. «Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo» (1Co 3,11). Él es la piedra angular de la construcción divina.

Sobre Cristo, cimiento firme de la Iglesia, edificaron el templo de su vida los tres siervos de Dios, a quienes hoy tengo la alegría de elevar a la gloria de los altares: Vilmos Apor, obispo y mártir; Juan Bautista Scalabrini, obispo y fundador de los Misioneros y las Misioneras de San Carlos; y María Vicenta de Santa Dorotea Chávez Orozco, fundadora del instituto de las Siervas de la Santísima Trinidad y de los Pobres.

3. La íntima participación en el misterio de Cristo, nuevo y perfecto Templo en el que se actúa la plena comunión entre Dios y el hombre (cf Jn 2,21), resplandece en el servicio pastoral del beato Vilmos Apor, cuya existencia fue coronada por el martirio. Fue el «párroco de los pobres», ministerio que prosiguió como obispo durante los a os oscuros de la segunda guerra mundial, trabajando como generoso bienhechor de los necesitados y defensor de cuantos eran perseguidos. No tuvo miedo de alzar su voz para condenar, en nombre de los principios evangélicos, las injusticias y los abusos contra las minorías, especialmente contra la comunidad judía.

976 A imagen del buen Pastor que ofrece su vida por las ovejas (cf . Jn Jn 10,11), el nuevo beato vivió profundamente su adhesión al misterio pascual hasta el supremo sacrificio de su vida. Le asesinaron precisamente el Viernes santo: fue herido de muerte mientras defendía a su grey. Así, mediante el martirio, experimentó su propia y singular Pascua, pasando del testimonio heroico de amor a Cristo y de solidaridad con sus hermanos, a la corona de gloria prometida a los servidores fieles. El testimonio heroico del obispo Vilmos Apor honra la historia de la noble nación húngara, y se propone hoy a la admiración de toda la Iglesia. Ojalá que anime a los creyentes a seguir sin titubeos a Cristo en su propia vida. ¡Esta es la santidad a la que todo bautizado está llamado!

4. «El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros» (1Co 3,17). Juan Bautista Scalabrini sintió y vivió constantemente la vocación universal a la santidad. Le gustaba repetir: «¡Ojalá pudiera santificarme y santificar a todas las almas que se me han encomendado!». Anhelar la santidad y proponerla a cuantos encontraba fue siempre su primera preocupación.

Profundamente enamorado de Dios y extraordinariamente devoto de la Eucaristía, supo traducir la contemplación de Dios y de su misterio en una intensa acción apostólica y misionera, haciéndose todo para todos a fin de anunciar el Evangelio. Su ardiente pasión por el reino de Dios hizo que fuera celoso en la catequesis, en las actividades pastorales y en la acción caritativa, especialmente con los más necesitados. El Papa Pío XI lo definió el Apóstol del catecismo por el empeño con el que promovió en todas las parroquias la enseñanza metódica de la doctrina de la Iglesia, tanto para los ni os como para los adultos. Por su amor a los pobres y, en particular, a los inmigrantes, se hizo apóstol de sus numerosos compatriotas obligados a expatriar, a menudo en condiciones difíciles y con el peligro concreto de perder su fe: para ellos fue padre y guía seguro. Podemos decir que el beato Juan Bautista Scalabrini vivió intensamente el misterio pascual no a través del martirio, sino sirviendo a Cristo pobre y crucificado en los numerosos necesitados y personas que sufrían, a quienes amó con predilección en su corazón de auténtico pastor solidario con su propia grey.

5. Templo precioso de la santísima Trinidad fue el alma fuerte y humilde de la nueva beata mexicana, María Vicenta de Santa Dorotea Chávez Orozco. Impulsada por la caridad de Cristo, siempre vivo y presente en su Iglesia, se consagró a su servicio en la persona de los «pobrecitos enfermos», como ella maternalmente los llamaba. Un sinfín de dificultades y contratiempos fueron cincelando su carácter enérgico, pues Dios la quería sencilla, dulce y obediente para hacer de ella la piedra angular del instituto de Siervas de la Santísima Trinidad y de los Pobres, fundado por la nueva beata en la ciudad de Guadalajara para la atención de los enfermos y los ancianos.

Virgen sensata y prudente, edificó su obra sobre el cimiento de Cristo doliente, curando con el bálsamo de la caridad y la medicina del consuelo los cuerpos heridos y las almas afligidas de los predilectos de Cristo: los indigentes, menesterosos y necesitados.

Su ejemplo luminoso, entretejido de oración, servicio al prójimo y apostolado, se prolonga hoy en el testimonio de sus hijas y de tantas personas de buen corazón que trabajan con denuedo para llevar a los hospitales y a las clínicas la buena nueva del Evangelio.

6. La primera lectura, tomada del libro del profeta Ezequiel, habla del símbolo del agua. Para nosotros, el agua está asociada al sacramento del bautismo, y significa el renacimiento a la vida nueva en Cristo. Hoy, al proclamar beatos a Vilmos Apor, Juan Bautista Scalabrini y María Vicenta de Santa Dorotea Chávez Orozco, queremos agradecer a Dios la gracia de su bautismo y todo lo que realizó en sus vidas: «El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios» (Jn 3,5).

Estos beatos, renacidos por obra del Espíritu Santo, han entrado en el reino de Dios, y hoy la Iglesia lo anuncia y lo confirma con solemnidad. Edificada sobre el cimiento de Cristo, la comunidad cristiana se alegra por la exaltación de estos hijos suyos y eleva al cielo un cántico de acción de gracias por los frutos de bien realizados a través de su adhesión total a la voluntad divina.

Sostenida por su testimonio y su intercesión, junto a la Virgen María, Reina de los Apóstoles y de los Mártires, mira con confianza hacia el futuro, y se prepara con entusiasmo para cruzar el umbral del nuevo milenio, proclamando que Cristo es el único Redentor de la humanidad: ayer, hoy y siempre.

Amén.





B. Juan Pablo II Homilías 972