B. Juan Pablo II Homilías 985

985 En la carta que escribí a los jóvenes de Roma el pasado 8 de septiembre os exhortaba, queridos muchachos y muchachas, a no caer en la mentira, la falsedad y el compromiso. Os escribí estas palabras: «Reaccionad con energía ante quien intente apoderarse de vuestra inteligencia y enredar vuestro corazón con mensajes y propuestas que hacen esclavos del consumismo, del sexo desordenado, de la violencia, hasta llevar al vacío de la soledad y a las sendas sinuosas de la cultura de la muerte» (n. 4: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de septiembre de 1997, p. 2).

Os lo repito hoy: ¡reaccionad ante el pecado! Santo Domingo Savio, que se dejó modelar por el Espíritu y respondió con plena generosidad a la llamada universal a la santidad, os ayude a ser santos y a redescubrir cada día el valor de vuestra persona, en la que el Espíritu de Dios habita como en un templo. Añadí en mi Carta a los jóvenes: «Aprended a escuchar la voz de Aquel que vino a habitar en vosotros mediante los sacramentos del bautismo y la confirmación» (ib., n. 3). Por eso, que el Oratorio se convierta en vuestro mejor gimnasio para entrenaros a vencer el mal y realizar el bien.

5. Queridas familias de esta parroquia, junto con todas las familias de Roma vivís un año dedicado particularmente a vosotras. Perseverad en la fidelidad y en el amor. Poned el evangelio de Cristo en el centro de vuestra existencia, tratando de asegurar a vuestros hijos, también con la colaboración valiosa de sus abuelos, un ambiente sereno, en armonía con las enseñanzas de Cristo.

Queridas familias, los jóvenes esperan de vosotros una vida ejemplar. También os miran las personas menos afortunadas, porque no han tenido una familia que sepa sostenerlas y ayudarlas eficazmente. Sed para ellas testigos del amor de Cristo. Que en este compromiso os ilumine y os sostenga el Espíritu Santo, a quien invocamos incesantemente en este segundo año de preparación inmediata para el gran jubileo del año 2000.

6. «Revístete de las galas perpetuas de la gloria que Dios te da» (
Ba 5,1). Con esta exhortación, en la época del exilio babilónico, el profeta Baruc invitaba a sus compatriotas a recorrer el sendero de la santidad. Y ahora nos impulsa también a nosotros a tender siempre a la santidad, para salir al encuentro, del Señor que viene, con las buenas obras. En efecto, para este fin estamos llamados a rebajar «todos los montes elevados, todas las colinas encumbradas» y a «llenar los barrancos» (Ba 5,7).

Es lo mismo que nos recomienda el profeta Isaías, cuyas palabras san Lucas refiere a la misión del Bautista. Nos exhortan a enderezar los senderos de la injusticia y allanar los lugares escabrosos de la mentira, a rebajar los montes del orgullo y llenar los barrancos de la duda y del desaliento (cf. Lc Lc 3,4-5).

Así, siguiendo las indicaciones de la palabra de Dios, preparemos, amadísimos hermanos y hermanas, el camino del Señor. Que él, que en el nacimiento del Salvador realizó maravillas en favor de toda la humanidad, lleve a cumplimiento su plan de amor. Y todo hombre podrá ver la salvación de Dios, salvación que se da a todo hombre en Cristo Jesús. Amén.

MISA SOLEMNE DE CLAUSURA DE LA ASAMBLEA ESPECIAL

PARA AMÉRICA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS



Viernes 12 de diciembre de 1997



1. «En aquellos días María se puso en camino» (Lc 1,39).

¡Qué sugestivo es volver a escuchar la página evangélica de la Visitación durante esta celebración, con la que se concluye la Asamblea especial para América del Sínodo de los obispos!

La Iglesia siempre está en peregrinación, «en camino». Ha sido enviada y existe para caminar en el tiempo y en el espacio, anunciando y dando testimonio del Evangelio hasta los últimos confines de la tierra.

986 Hace cerca de cinco siglos, la Iglesia peregrinante en la historia se puso en camino hacia el continente americano, recién descubierto. Desde entonces, ha arraigado en las diversas culturas de esas tierras, ha asumido los rasgos de la gente del lugar, como lo demuestra de forma elocuente la imagen de la Virgen de Guadalupe, cuya memoria celebramos en la liturgia de hoy.

Y he aquí que este año, mientras todo el pueblo de Dios está en camino hacia el gran jubileo del año 2000, se ha celebrado este Sínodo continental. Se trata, ciertamente, de un punto de llegada; pero, más aún, de un nuevo punto de partida: la comunidad cristiana, a ejemplo de María, se vuelve a poner en camino, impulsada por el amor a Cristo, para llevar a cabo la nueva evangelización del continente americano. Es el inicio de una renovada misión, que ha encontrado en la Asamblea especial del Sínodo de los obispos su «cenáculo» y su «Pentecostés », precisamente al inicio de un año totalmente dedicado al Espíritu Santo.

Es el Espíritu que guía incesantemente al pueblo cristiano por los caminos de la historia de la salvación. Por esto queremos hoy dar gracias al Señor, reconociendo que Cristo mismo está presente entre nosotros y camina con nosotros.

Venerados hermanos en el episcopado, amadísimos hermanos y hermanas, dirijámonos juntos, en una peregrinación espiritual, a Belén y depositemos los frutos de nuestro esfuerzo a los pies del Hijo de Dios, que viene a salvarnos: «Regem venturum, Dominum, venite, adoremus!».

2. Durante estas semanas hemos hecho nuestras las últimas palabras de Cristo, el Hijo de Dios encarnado, su testamento, que para los bautizados es también su gran mandato misionero: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (
Mt 28,19-20).

Vosotros, pastores de las Iglesias que están en América, fieles a ese mandato en el que se funda nuestro ministerio, no dejéis de anunciar a un mundo sediento de la verdad a Cristo vivo, nuestra única salvación. Sólo él es nuestra paz; sólo él es la riqueza, en la que siempre podemos encontrar fuerza y alegría interior.

A lo largo de los trabajos sinodales ha resonado el eco de las voces de los primeros evangelizadores de América, que nos han recordado el deber de una profunda conversión a Cristo, única fuente de auténtica comunión y solidaridad. Ha llegado el tiempo de la nueva evangelización, una ocasión providencial para guiar al pueblo de Dios que está en América a cruzar el umbral del tercer milenio con renovada esperanza.

¡Cómo no dar gracias a Dios, hoy, por todos los misioneros que durante cinco siglos de historia han trabajado en la evangelización del continente! La Iglesia les debe muchísimo. De muchos conocemos los nombres, pues han llegado a la gloria de los altares. Pero la mayor parte de los misioneros permanecen desconocidos, sobre todo religiosos, a los que América les debe mucho, no sólo en el campo religioso, sino también en el cultural. Como en Europa, de donde procedían los misioneros, también en el continente americano el íntimo vínculo entre fe, evangelización y cultura ha dado origen a numerosas obras de arte, de arquitectura, de literatura, así como a celebraciones y tradiciones populares. De esta forma, ha nacido una rica tradición, que constituye un patrimonio significativo de las poblaciones de América del sur, del centro y del norte.

Entre estas regiones hay diferencias que se remontan a los orígenes mismos de su evangelización. Sin embargo, el Sínodo ha puesto de manifiesto, con gran claridad, que el Evangelio las ha armonizado. Los participantes en el Sínodo han experimentado esta unidad, manantial de solidaridad fraterna. De este modo, el Sínodo ha cumplido su principal objetivo, el que indica su mismo nombre, syn-odos, que quiere decir comunión de caminos. Damos gracias al Señor por esta comunión de caminos, por los que han avanzado enteras gene solidaridad. raciones de cristianos en ese gran continente.

3. Queridos hermanos y hermanas, a lo largo de la Asamblea sinodal se han examinado los problemas y las perspectivas de la nueva evangelización en América. Toda solución se funda en la conciencia del deber urgente de proclamar con celo y valentía a Jesucristo, Redentor de todo hombre y de todo el hombre. Sólo acudiendo a esta fuente viva se pueden afrontar eficazmente todos los desafíos.

Quisiera recordar algunos: la enseñanza auténtica de la doctrina de la Iglesia y una catequesis fiel al Evangelio, adaptada a las necesidades de nuestro tiempo; las tareas y la interacción de las diferentes vocaciones y de los diversos ministerios en la Iglesia; la defensa de la vida humana desde su concepción hasta su término natural; el papel primordial de la familia en la sociedad; la necesidad de hacer que la sociedad, con sus leyes e instituciones, esté en armonía con la doctrina de Cristo; el valor del trabajo humano, mediante el cual la persona humana coopera a la actividad creadora de Dios; la evangelización del mundo de la cultura, en sus diferentes aspectos. Gracias a una acción apostólica arraigada en el Evangelio y abierta a los desafíos de la sociedad, podéis contribuir a extender por toda América la civilización del amor, tan anhelada, que destaca fuertemente la primacía del hombre y la promoción de su dignidad en todas sus dimensiones, comenzando por la espiritual.

987 De una manera más profunda y amplia, la Iglesia en América podrá experimentar las consecuencias de la reconciliación auténtica con Cristo, que abre los corazones y permite a los hermanos y hermanas en la fe llevar a cabo un nuevo modo de cooperación. Para la nueva evangelización es fundamental la colaboración efectiva entre las diferentes vocaciones, los diversos ministerios, los múltiples apostolados y carismas suscitados por el Espíritu, tanto los de institutos religiosos tradicionales como los que han surgido en los últimos tiempos gracias a nuevos movimientos y asociaciones de fieles.

4. Venerados y queridos padres sinodales, que habéis formado la Asamblea especial para América del Sínodo, a cada uno de vosotros va en este momento mi cordial saludo, así como mi más vivo agradecimiento. Siempre que me ha sido posible, he procurado estar presente también yo en los trabajos sinodales. Para mí ha sido una experiencia significativa, que me ha ayudado a afianzar los vínculos de comunión afectiva y pastoral que me unen con vosotros en Jesucristo. Esta unidad espiritual culmina ahora en la celebración de la Eucaristía, centro y cumbre de la vida de la Iglesia y de todo su proyecto apostólico.

Al partir de Roma, para volver a las diversas diócesis de América, llevad con vosotros mi bendición y transmitidla a vuestros fieles, especialmente a los sacerdotes, vuestros colaboradores, a los religiosos y a las religiosas que trabajan en vuestras comunidades, a los laicos comprometidos en el apostolado, a los jóvenes, a los enfermos y a los ancianos. Aseguradles mis oraciones y mi afecto. El Espíritu Santo, en este año especialmente dedicado a él, nos ayude a caminar unidos en el nombre del Señor.

Concluimos los trabajos sinodales en el día dedicado a la Virgen de Guadalupe, primera testigo de la presencia de Cristo en América. Su santuario, en el corazón del continente americano, constituye un recuerdo imborrable de la evangelización realizada a lo largo de estos cinco siglos. La Madre de Cristo se apareció a un hombre sencillo, un indio llamado Juan Diego. Lo escogió como representante de todos sus amados hijos e hijas de aquellas tierras, para anunciar que la divina Providencia llama a la salvación a los hombres de todas las razas y culturas, tanto a los indios que habitaban allí desde hacía muchos siglos, como a las personas que fueron de Europa para llevarles, aun con sus límites y culpas, el inmenso don de la buena nueva.

Durante el Sínodo hemos experimentado la especial cercanía de Nuestra Señora, Madre de Dios, venerada en la basílica de Guadalupe. Y hoy queremos confiarle el camino futuro de la Iglesia en el gran continente americano.

5. Al concluir los trabajos, hace algún día, vosotros, acogiendo la propuesta de los tres presidentes delegados, me habéis manifestado el deseo de que, para la promulgación de la exhortación apostólica postsinodal, vuelva como peregrino a su santuario, en la ciudad de México. A este respecto, le confío todo proyecto y anhelo a ella. Pero ya desde ahora me postro espiritualmente a sus pies, recordando mi primera peregrinación en enero de 1979, cuando me arrodillé delante de su prodigiosa imagen para invocar sobre mi recién iniciado servicio pontifical su materna asistencia y protección. En aquella circunstancia puse en sus manos la evangelización de América, especialmente de América Latina, y tomé parte después en la tercera Conferencia general del Episcopado latinoamericano en Puebla.

Renuevo hoy, en nombre vuestro, la invocación que entonces le dirigí: María, Virgen de Guadalupe, Madre de toda América, ayúdanos a ser fieles dispensadores de los grandes misterios de Dios. Ayúdanos a enseñar la verdad que tu Hijo anunció y a extender el amor, que es el primer mandamiento y el primer fruto del Espíritu Santo. Ayúdanos a confirmar en la fe a nuestros hermanos. Ayúdanos a difundir la esperanza en la vida eterna. Ayúdanos a custodiar los grandes tesoros espirituales de los miembros del pueblo de Dios que nos ha sido confiado.

Reina de los Apóstoles, acepta nuestra disponibilidad a servir sin reservas a la causa de tu Hijo, la causa del Evangelio y la de la paz, fundamentada en la justicia y el amor entre los hombres y entre los pueblos.

Reina de la paz, salva las naciones y los pueblos de todo el continente, que tanto confían en ti; sálvalos de las guerras, del odio y de la subversión. Haz que todos, gobernantes y súbditos, aprendan a vivir en paz, se eduquen para la paz, cumplan todo lo que exigen la justicia y el respeto de los derechos de cada hombre, para que así se consolide la paz.

Escúchanos, Virgen «morenita», Madre de la Esperanza, Madre de Guadalupe.

VISITA A LA PARROQUIA ROMANA DE SANTA MARÍA DOMÉNICA MAZZARELLO



Domingo 14 de diciembre de 1997



988 1. «Regocíjate, hija de Sión» (So 3,14). «Estad siempre alegres en el Señor» (Antífona de entrada). La insistente invitación a la alegría es el hilo conductor de este tercer domingo de Adviento, indicado tradicionalmente con la primera palabra en latín de la antífona de la misa: «Gaudete». El «tiempo fuerte» de Adviento, tiempo de vigilancia, de oración y de solidaridad, tiende a suscitar en nuestro corazón sentimientos de alegría y paz, alimentados por el encuentro ya próximo con el Señor.

Así pues, nos alegramos por la fiesta de Navidad, cada vez más cercana, pero también por la luminosa perspectiva del jubileo del año 2000. Habiendo iniciado ya el segundo año de preparación inmediata, dedicado a la reflexión sobre el Espíritu Santo, nos encaminamos decididamente hacia esa cita histórica.

2. «Regocíjate, hija de Sión (...); gózate de todo corazón, Jerusalén (...). El Señor, tu Dios, en medio de ti es un guerrero que salva» (So 3,14 So 3,17). Con estas palabras, el profeta Sofonías exhortaba a sus compatriotas a festejar la salvación que Dios estaba a punto de procurar a su pueblo. La tradición cristiana ha visto en ese famoso texto profético un anuncio de la alegría mesiánica, con una referencia particular a la Virgen María.

A este propósito, ¡cómo no recordar la solemnidad de la Inmaculada Concepción, celebrada precisamente hace pocos días! María es la «Hija de Sión», que exulta por la realización plena y definitiva de las promesas de salvación, cumplidas por Dios en el misterio de la encarnación del Verbo. La Virgen eleva al Señor un cántico de alabanza y de acción de gracias por los dones de gracia con los que fue colmada.

3. Amadísimos hermanos y hermanas, «estad siempre alegres en el Señor. Os lo repito: estad alegres» (Ph 4,4).

Con estos sentimientos, saludo al cardenal vicario, al monseñor vicegerente, a vuestro joven y activo párroco, don Stefano Tarducci, así como al vicepárroco y a los colaboradores y colaboradoras que ofrecen una importante contribución en las diversas actividades parroquiales.

Os repito a todos: «Estad siempre alegres en el Señor». Estad siempre alegres, en primer lugar, por el camino que ha realizado vuestra comunidad, que hoy cuenta con cerca de catorce mil personas. Mi pensamiento va al primer párroco, monseñor Gino Retrosi, que comenzó el camino de esta parroquia. Entonces se trabajaba en condiciones precarias, y las instalaciones disponibles eran escasas. Por una parte, eso dificultaba el trabajo pastoral, precisamente por las reducidas posibilidades de brindar hospitalidad, acogida y formación adecuadas; pero, por otra, casi favorecía un clima más fraterno y una comprensión solidaria entre todos.

Gracias al entusiasmo de entonces, ha crecido en vuestra parroquia un fuerte espíritu misionero, que debe seguir animando a vuestra comunidad y a toda la diócesis. Este es el objetivo de la gran misión ciudadana, que se está llevando a cabo. Amadísimos hermanos y hermanas, mientras os exhorto a proseguir por este camino, a fin de anunciar por doquier el Evangelio, deseo de corazón que la misión ciudadana, en la que participáis activamente, produzca frutos de bien para cada uno de vosotros y para toda la ciudad de Roma.

4. Queridos hermanos y hermanas de la parroquia de Santa María Doménica Mazzarello, vuestra comunidad parroquial dispone finalmente de un templo digno, inaugurado el pasado mes de marzo. Ahora podéis celebrar la liturgia con mayor decoro, y acoger a los niños, a los jóvenes y a los adultos para las actividades de formación cristiana y de evangelización. Vuestra parroquia, que recuerda a la gente del barrio los valores del espíritu, es un lugar acogedor. Quien se siente solo, puede encontrar aquí una familia que lo recibe con los brazos abiertos; aquí es posible encontrar a Cristo y experimentar la alegría de la fraternidad entre quienes creen en él.

Los alentadores resultados que habéis logrado durante estos años con la gracia de Dios y con la buena voluntad de todos, lejos de disminuir vuestro esfuerzo, por haber alcanzado finalmente lo que deseabais desde hacía tiempo, deben impulsaros a anunciar y testimoniar con más celo aún el Evangelio. Se trata ahora de proseguir el esfuerzo misionero, a fin de comunicar el don de la fe a cuantos aún no han encontrado personalmente a Dios, que nos ama y viene a nuestro encuentro con su misericordia. ¡Cuántas personas y cuántas familias de este populoso barrio aguardan una palabra de esperanza! Incluso quien se declara no creyente busca un sentido auténtico para su vida. En el corazón de cada ser humano hay una necesidad innata de Dios, y los bautizados tienen la tarea de ofrecer a todos la posibilidad de encontrarlo a través de su anuncio y su testimonio.

Amadísimos hermanos y hermanas, para que podáis ser esos intrépidos apóstoles del Evangelio, es preciso que crezcáis continuamente en la comunión con el Señor, mediante la oración, la escucha de la Palabra, la vida sacramental y el testimonio de la caridad. Que la adoración eucarística, que vuestra comunidad ya realiza plausiblemente cada semana, alimente y sostenga vuestra vida espiritual y las diferentes iniciativas apostólicas.

989 5. «Que vuestra afabilidad la conozca todo el mundo» (Ph 4,5). Esta afabilidad, con la que el cristiano está llamado a tratar a todas las personas, constituye para los discípulos de Cristo una especie de «carta de presentación». Durante la misión ciudadana, al ir a las casas y a los diversos ambientes de vida y actividad de la metrópolis, os encontraréis con hermanos y hermanas que esperan de vosotros gestos concretos de acogida, de comprensión y de amor. Dadles el testimonio de la caridad divina. Quizá algunos de ellos, gracias a vosotros, puedan volver a vivir la fe más intensamente; otros podrán acercarse a ella por primera vez de manera seria y convencida. Vuestra afabilidad, que nace de la certeza de que el Señor está cerca, os permitirá entrar en contacto real con las personas, con los jóvenes y con las familias, y transmitirles la Palabra que salva, el evangelio de la esperanza y de la alegría. Estoy seguro de que en esta misión apostólica tan comprometedora os sostiene la intercesión de vuestra patrona, santa María Doménica Mazzarello, que, siguiendo las huellas de san Juan Bosco, se mantuvo siempre serena y llena de alegría, procurando guiar por el camino de la verdad y del bien a todos aquellos con quienes se encontraba.

6. «Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo (...). Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego» (Lc 3,16). Juan Bautista predicaba un bautismo de penitencia, para preparar los corazones a acoger dignamente la venida del Salvador. A quienes le preguntaban si él era el Mesías, les respondió testimoniando que su misión consistía en ser precursor, en preparar el camino a Cristo, quien los iba a bautizar con Espíritu Santo y fuego. Oremos para que el Señor envíe su Santo Espíritu sobre nosotros, a fin de poder proseguir nuestra misión al servicio del reino de Dios. Que el Espíritu nos ayude a alentar a los corazones tristes y extraviados, a liberar a quienes están bajo el yugo del mal y del pecado, para poder celebrar dignamente el año de misericordia del Señor (cf. Aleluya; Is 61,1). Que María, a quien Dios colmó de su fuerza salvadora, nos obtenga a cada uno los dones del Espíritu Santo y la alegría de servir fielmente al Señor. Amén.

SANTA MISA PARA LOS UNIVERSITARIOS ROMANOS



Basílica de San Pedro

Martes 16 de diciembre de 1997



Rorate coeli, desuper, et nubes pluant iustum: aperiatur terra, et germinet Salvatorem (Antífona de entrada; cf. Is Is 45,8).

1. Con estas palabras la liturgia de hoy expresa la espera del Salvador del mundo que está a punto de venir.

Desde hace algunos años el tiempo de Adviento, que exhorta a los creyentes a «salir a recibir, con las buenas obras», a Cristo que viene, constituye para los profesores y los estudiantes de las universidades romanas una oportunidad para compartir con su Obispo la gracia y la alegría de la espera del Señor. Además, la participación de representantes de ateneos no romanos da a esta cita una dimensión más rica y amplia, transformándola casi en una celebración de Adviento de todo el mundo académico italiano. En esta ocasión, deseo expresaros a cada uno mi cordial felicitación navideña y, sobre todo, pedir al Niño divino las gracias necesarias para cuantos forman parte del mundo universitario. En particular, agradezco al profesor y a la alumna que se han hecho intérpretes de vuestros sentimientos comunes.

2. La palabra de Dios que acabamos de proclamar hace referencia a la viña del Señor, alegoría sugestiva que aparece a menudo en los evangelios y constituye el tema principal del pasaje de hoy. ¿Qué evoca la imagen de la viña? Siguiendo los textos evangélicos, podríamos decir que representa a todo el universo creado que, gracias a la venida de Cristo, se convierte de una manera particular en propiedad de Dios. En efecto, gracias a la redención de Cristo, el universo y el hombre comienzan a pertenecer de modo nuevo a Dios. Por tanto, podemos afirmar que la Navidad es, en cierto sentido, el día santo en el que el mundo visible y el hombre se convierten en la viña del Señor. A partir de dicho acontecimiento, el universo animado e inanimado cobra un significado diverso e inesperado, puesto que «Dios —como nos recuerda el evangelista san Juan— amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16). ¿No encierran estas palabras el sentido profundo de la imagen de la viña, a la que Jesús se refiere con frecuencia en su predicación?

Por el misterio de la encarnación del Verbo, el hombre y el universo pueden alegrarse, sintiéndose «viña del Señor», objeto del amor salvífico de Dios.

3. «Ve (...) a trabajar en mi viña» (cf. Mt Mt 21,28), dice el padre de la parábola evangélica a sus dos hijos, y espera de ellos una respuesta; no se contenta con palabras; quiere que lo hagan realmente. Los dos responden de modo diferente: el primero dice que va, pero después no lo hace; el segundo, en cambio, aparentemente rechaza la invitación del padre, pero luego se arrepiente y hace lo que se le pide. El evangelista san Mateo presenta así las dos actitudes típicas que los hombres, en el arco de la historia, adoptan con respecto a Dios. La invitación evangélica a trabajar en la viña del Señor resuena en la vida y en el corazón de todo hombre y toda mujer, llamados a comprometerse concretamente en la viña divina y a participar en la misión de salvación. En esta parábola, cada uno de nosotros puede reconocer su propia experiencia personal.

4. Queridos hermanos y hermanas, el mundo universitario, al que representáis aquí, constituye una tierra particularmente fértil para el desarrollo de los talentos humanos, con los que el Señor dota a cada uno para el bien de todos. Quien los usa y aprovecha mediante el estudio y la investigación, es capaz de emprender iniciativas que sirvan para promover el auténtico progreso del mundo.

990 Como recuerda el concilio ecuménico Vaticano II, «el progreso humano, que es un gran bien del hombre, lleva consigo, sin embargo, una gran tentación: la de que los individuos y los grupos, turbada la jerarquía de valores y mezclado el bien con el mal, miren sólo sus intereses propios y no los de los demás. Lo que hace que el mundo no sea ya un espacio de verdadera fraternidad, mientras el poder acrecentado de la humanidad amenaza con destruir al propio género humano » (Gaudium et spes GS 37).

5. Sólo cuando el hombre, dejándose guiar por el Espíritu divino, se esfuerza por animar las realidades terrenas en la perspectiva del reino de Dios (cf. ib., 72), coopera en la realización del auténtico progreso de la humanidad. Es el Espíritu quien, favoreciendo el encuentro con el Hijo de Dios vivo, aleja del corazón del hombre toda presunción intelectual y lo lleva al verdadero bien y a la verdadera sabiduría, un don que hay que pedir y acoger con humildad. Como he escrito en la Carta dirigida a los jóvenes de Roma para la misión ciudadana, os corresponde a vosotros, queridos jóvenes, escuchar al Espíritu del Señor para aprovechar vuestras energías culturales juveniles y generosas, y ciertamente lo podéis hacer con el entusiasmo de vuestra edad. El Papa os encomienda, de modo especial, esta tarea como vuestra vocación y vuestro servicio en el itinerario de preparación del gran jubileo del tercer milenio.

Por lo demás, eso forma parte del esfuerzo que la Iglesia italiana está haciendo oportunamente para elaborar y hacer que dé fruto un proyecto cultural orientado en sentido cristiano.

En efecto, el saber que se funda en la fe, tiene dignidad cultural auténtica. El saber de la fe ilumina la búsqueda del hombre, la hace plenamente humana, porque «el misterio del hombre —como enseña el concilio Vaticano II— sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado (...). Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación» (ib., 22).

Así, se desarrolla una cultura que es del hombre y para el hombre; una cultura densa de valores, atraída por el esplendor de la verdad, evangelio de vida para el hombre de todos los tiempos, que se difunde y se enraiza en los campos del saber, en las formas de vida y de costumbres, y en el recto ordenamiento de la sociedad. En efecto, la jerarquía de los valores éticos desempeña un papel de importancia fundamental en todas las culturas.

6. En la perspectiva de la evangelización de la cultura, me complace recordar aquí dos citas muy significativas. En el ya próximo año 1998 se celebrará el quincuagésimo aniversario de la capilla universitaria de la universidad «La Sapienza », don precioso de mi venerado predecesor Pío XII. La celebración del aniversario de ese lugar de gran significado simbólico reunirá por primera vez en un congreso a los capellanes de las universidades europeas: iniciativa oportuna, que deseo apoyar, y por la que ya desde ahora quiero agradecer a la Congregación para la educación católica y a los Consejos pontificios para los laicos y para la cultura, así como a los capellanes y a todos los componentes de la universidad «La Sapienza», comenzando por su rector magnífico.

Menos cercana en el tiempo, pero siempre de gran relieve, es la iniciativa a la que se ha aludido al comienzo de la celebración: el Encuentro mundial de profesores universitarios, que tendrá lugar en el año 2000, con ocasión del gran jubileo, sobre el tema «La universidad para un nuevo humanismo ». Los congresos científicos de cada área disciplinaria, que precederán al encuentro plenario con el Papa y tendrán lugar en diversas sedes universitarias, constituirán una ocasión singular para mostrar que la palabra de fe ilumina los itinerarios en los que el hombre expresa los dones auténticos de su inteligencia que busca y descubre, y que en todos los tiempos se expresa con las diversas obras culturales de las ciencias, de la literatura y de las artes.

7. Queridos hermanos y hermanas que vivís y formáis parte del mundo universitario, el clima sugestivo de la Navidad, que ya gustamos, nos invita a acoger con plena disponibilidad al Verbo que se hace carne para salvar y ennoblecer a la criatura humana. Reunidos en torno al altar para la celebración eucarística, contemplando el misterio del nacimiento de Cristo, nos sentimos impulsados a preguntarnos cómo podemos ser obreros fieles y generosos al servicio de su viña.

Jesús llama a cada uno a multiplicar en nuestra ciudad los lugares donde se proclame y profundice su Palabra de verdad, a fin de que se convierta en luz y apoyo para todos.

Abramos nuestro corazón al Señor que viene, para que, cuando llegue, nos encuentre a todos dispuestos a cumplir su voluntad.

María, Madre de la Sabiduría, ayúdanos a ser, como tú, dóciles servidores de tu Hijo Jesús. Amén.

VISITA A LA PARROQUIA ROMANA DE SAN BARTOLOMÉ APÓSTOL



991

Domingo 21 de diciembre de 1977



1. «¡Bienaventurada tú, que has creído! » (Lc 1,45). La primera bienaventuranza que se menciona en los evangelios está reservada a la Virgen María. Es proclamada bienaventurada por su actitud de total entrega a Dios y de plena adhesión a su voluntad, que se manifiesta con el «sí» pronunciado en el momento de la Anunciación.

Al proclamarse «la esclava del Señor» (Aleluya; cf. Lc Lc 1,38), María expresa la fe de Israel. En ella termina el largo camino de la espera de la salvación que, partiendo del jardín del Edén, pasa a través de los patriarcas y la historia de Israel, para llegar a la «ciudad de Galilea, llamada Nazaret» (Lc 1,26). Gracias a la fe de Abraham, comienza a manifestarse la gran obra de la salvación; gracias a la fe de María, se inauguran los tiempos nuevos de la Redención.

En el pasaje evangélico de hoy hemos escuchado la narración de la visita de la Madre de Dios a su anciana prima Isabel. A través del saludo de las respectivas madres, se realiza el primer encuentro entre Juan Bautista y Jesús. San Lucas recuerda que María «fue aprisa» (cf. Lc Lc 1,39) a casa de Isabel. Esta prisa por ir a casa de su prima indica su voluntad de ayudarle durante el embarazo; pero, sobre todo, su deseo de compartir con ella la alegría por la llegada de los tiempos de la salvación. En presencia de María y del Verbo encarnado, Juan salta de alegría e Isabel se llena del Espíritu Santo (cf. Lc Lc 1,41).

2. En la Visitación de María encontramos reflejadas las esperanzas y las expectativas de la gente humilde y temerosa de Dios, que esperaba la realización de las promesas proféticas. La primera lectura, tomada del libro del profetas Miqueas, anuncia la venida de un nuevo rey según el corazón de Dios. Se trata de un rey que no buscará manifestaciones de grandeza y de poder, sino que surgirá de orígenes humildes, como David, y, como él, será sabio y fiel al Señor. «Y tú, Belén, (...) pequeña, (...) de ti saldrá el jefe» (Mi 5,1). Este rey prometido protegerá a su pueblo con la fuerza misma de Dios y llevará paz y seguridad hasta los confines de la tierra (cf. Mi Mi 5,3). En el Niño de Belén se cumplirán todas estas promesas antiguas.

3. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de San Bartolomé Apóstol, me alegra celebrar junto con vosotros la eucaristía en este IV domingo de Adviento, mientras nos encontramos ya cerca de la santa Navidad. Os saludo a todos con afecto. Saludo al cardenal vicario de Roma, al obispo auxiliar del sector, a vuestro párroco, don Alfonso Carlos Urrechua Líbano, y a sus más directos colaboradores. Dirijo un saludo particular a los miembros del instituto de los Misioneros y las Misioneras Identes, al que pertenece el párroco.

Como acabo de recordar, el evangelio de hoy nos presenta el episodio «misionero » de la visita de María a Isabel. Acogiendo la voluntad divina, María ofreció su colaboración activa para que Dios pudiera hacerse hombre en su seno materno. Llevó en su interior al Verbo divino, yendo a casa de su anciana prima que, a su vez, esperaba el nacimiento del Bautista. En este gesto de solidaridad humana, María testimonió la auténtica caridad que crece en nosotros cuando Cristo está presente.

4. Amadísimos parroquianos de San Bartolomé Apóstol, ¡que toda la acción de vuestra comunidad se inspire siempre en este mensaje evangélico! Conozco bien con cuánto empeño procuráis difundir el Evangelio en vuestro barrio, y conozco los desafíos y las dificultades que encontráis. Son desafíos espirituales, pero no faltan los sociales y económicos. Pienso, en particular, en el flagelo de la droga que, por desgracia, acecha a muchos jóvenes de este barrio, así como a los de otras zonas de la ciudad. Pienso en la falta de centros capaces de ofrecer una sana diversión y ocasiones de crecimiento cultural a los adolescentes y a los adultos. Pienso en la situación de aislamiento, a veces incluso físico, que muchos viven aquí.

Frente a esas situaciones, no permanecéis inactivos. Por el contrario, vuestra comunidad, animada por el celo apostólico y misionero, no deja de testimoniar la esperanza que el Evangelio da a quien lo acoge y lo convierte en norma de su existencia. Os aliento, queridos hermanos y hermanas, a proseguir por este camino. El que participa activamente en la vida parroquial no puede menos de sentir la llamada bautismal a hacerse prójimo de quien está necesitado y sufre. Llevad a cada uno el anuncio típico de la Navidad: ¡No tengáis miedo, Cristo ha nacido por vosotros! Difundid este anuncio por doquier en este tiempo, en el que estáis comprometidos en la misión ciudadana. Id a donde la gente vive y estad dispuestos a ayudarle, en la medida de vuestras posibilidades, a salir de toda forma de aislamiento. A todos y a cada uno anunciad y testimoniad a Cristo y la alegría del Evangelio.

Esta misión es para vosotras, queridas familias: la Iglesia os llama a movilizaros para transmitir la fe y, sobre todo, a vivirla intensamente vosotras mismas. Os corresponde a vosotras, en primer lugar, construir una nueva solidaridad, que facilite la prevención y la recuperación de cuantos, lamentablemente, caen en las redes de la drogadicción. A las familias afectadas por este triste fenómeno deseo asegurarles que la Iglesia está cerca de ellas y las invita a no sufrir pasivamente, sino a reaccionar con valentía y decisión, contando con la ayuda divina y con el apoyo activo de sus hermanos, contra esta plaga de nuestro tiempo, que no cesa de arruinar el cuerpo y el alma de numerosos muchachos y muchachas. Sin embargo, la Iglesia, convencida de que no bastan las intervenciones de tipo social o médico, invita a un testimonio cada vez más convincente de los valores humanos y cristianos en la sociedad y a una auténtica solidaridad con las personas, especialmente si son débiles y están solas.

¡Ojalá que la celebración de hoy, en la perspectiva de la Navidad, suscite en cada persona el entusiasmo por amar la vida, defenderla y promoverla con todos los medios legítimos! Este es el mejor modo de celebrar la Navidad, compartiendo con todas las personas de buena voluntad la alegría de la salvación, que el Verbo encarnado trajo al mundo.


B. Juan Pablo II Homilías 985