B. Juan Pablo II Homilías 754


MISA CRISMAL



Jueves Santo 12 de abril de 1990



1. "Gracia y paz a Vosotros de parte de Jesucristo" (Ap 1,5).

¡Venerables y queridos hermanos en la vocación episcopal y sacerdotal! ¡Y vosotros todos, amados hermanos y hermanas!

Al participar en la liturgia matutina del jueves Santo, dirijamos los ojos de nuestra fe hacia el misterio pascual de Cristo, que tiene su expresión litúrgica en los próximos días del Triduo Sacro. Dirijamos los ojos de nuestra fe hacia Jesucristo, "el testigo fiel" (ib.). El. el Unigénito Hijo, que esta en el seno del Padre, ha dado testimonio de aquel Dios al que nadie ha visto Jamás (cf. /n 1, 18), ni puede ver; - del Dios que es Amor (cf. 1Jn 4,16). El "testigo fiel" ha dado testimonio del Padre, como Hijo que conoce al Padre (cf. Mt II, 27). Y la última palabra de este testimonio es el Triduo Sacro: el evento pascua! En este evento El mismo, Jesucristo, se ha revelado como "el Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra (Ap 1,5).

2. Todos nosotros, queridos hermanos en el ministerio episcopal y en el sacerdotal. nosotros que recibimos en herencia de los Apóstoles el sacramento del servicio salvífico, en estos días fijemos de modo especial nuestros ojos en Cristo, el Señor. Efectivamente, El es "el testigo fiel" de nuestro sacerdocio. Por su voluntad y mediante su gracia somos administradores de los misterios de Dios" (cf. 1Co 4,1). Todo nuestro sacerdocio deriva de El. El sacerdocio existe en El. El ha reconciliado al mundo con Dios mediante la sangre de su cruz (cf. Col Col 1,20). El testigo de la infinita Majestad del Padre, el testigo de que el hombre y todo el cosmos son criaturas. Solamente El "conoce al Padre" y solamente El sabe que todo debe someterse al Padre y Creador, "para que El sea todo en todos’ (1Co 15,28). Y solamente El tiene el poder de perdonar y devolver todo esto y a nosotros, los hombres, a Dios, para que el hombre viviente sea la gloria de Dios (cf. san Ireneo, Adversus haereses, IV, 20, 7). Sólo en El está la sabiduría del sacerdocio. Y esto que nosotros, queridos hermanos, heredamos de los Apóstoles el sacerdocio sacramental del servicio jerárquico deriva todo de El.

Hoy venimos a dar gracias de modo especial por habernos concebido a nosotros, indignos, participar en su sacerdocio. Y al mismo tiempo venimos a pedir perdón por toda nuestra dignidad y pecaminosidad. Y nuestra expiación está llena de confianza.

3. Celebramos la liturgia del Crisma, la liturgia de los Oleos sagrados. Ellos nos recuerdan nuestra unción sacerdotal: la efusión del Espíritu Santo por la ilimitada abundancia de la. Redención de Cristo, de la que hemos sido hechos participes.

La liturgia, a la vez que nos recuerda el don recibido el día de nuestra ordenación sacerdotal, nos habla de nuestra especial vocación a darnos a los demás. A este fin se ha instituido en la Iglesia el ministerio de los obispos y de los presbíteros, además del de los diáconos.

755 Reavivando hoy la gracia del sacramento del sacerdocio y confirmando nuestra total dedicación a Cristo en el celibato, oremos al unísono por todos los que El, Buen Pastor, nos ha confiado. Al mismo tiempo les pedimos a ellos —a nuestros queridos hermanos y hermanas— oraciones para que nos sea concedido servirlos digna y fructuosamente, llevando los otros el peso de los otros (cf. Ga Ga 6,2).

4. He aquí a Cristo, el testigo fiel, Aquel que nos ama, que nos ha librado de nuestros pecados con su sangre, que ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Pudre El, el Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra. A El la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén (cf. Ap Ap 1,5-6).

BEATIFICACIÓN DE 12 SIERVOS DE DIOS


Domingo 29 de abril de 1990



“Non ci ardeva forse il cuore nel petto?” (Lc 24,32).

1. Nella liturgia di questa domenica la Chiesa torna ancora una volta sulla via di Emmaus e ci offre l’opportunità di riascoltare l’intero colloquio dei due discepoli con il Maestro che non riconobbero. Ancora una volta noi stessi siamo testimoni di come invece lo riconobbero allo spezzare del pane. “Non ci ardeva forse il cuore nel petto mentre conversava con noi lungo il cammino, quando ci spiegava le scritture?” (Lc 24,32).

I due discepoli di Emmaus anticipano la nostra esperienza cristiana: tutti i discepoli di Cristo crocifisso e risorto, infatti, nel corso dei secoli, hanno percorso - e continuano a percorrere - una via simile alla loro.

L’intera Chiesa incontra il suo Maestro e Redentore sulla strada di Emmaus, e da qui prende avvio la fede e la testimonianza cristiana; da questo incontro ha origine, infine, l’irradiazione della santità rivelatasi in Cristo per tutti gli uomini.

2. Desideriamo oggi far rivivere questo incontro con Cristo sulla strada di Emmaus. Da esso sgorgano i santi e i beati della Chiesa, il cui albo si arricchisce ora di nuovi nomi e cognomi che sono stati ora proclamati dai vescovi delle rispettive Chiese diocesane. È stato rievocato il loro itinerario di vita, nel quale si sono incontrati con il Cristo crocifisso e risorto. Il loro cuore ardeva di un grande amore: quell’amore eroico che nella maggioranza dei nuovi beati si è tradotto nel sacrificio della vita per Cristo attraverso il martirio.

Ognuno di loro potrebbe ripetere le parole del salmista della prima lettura tratta dagli Atti degli apostoli: “Contemplavo sempre il Signore innanzi a me; poiché egli sta alla mia destra, perché io non vacilli . . . / Mi hai fatto conoscere le vie della vita, / mi colmerai di gioia con la tua presenza” (Ps 16,8 Ps 16,11).

3. Las palabras de San Pedro, en la segunda lectura, nos recuerdan que la “ sangre de Cristo, el cordero sin defecto ni mancha ”, ha sido el precio pagado por nuestro rescate y salvación. Por eso es consolador constatar que en la historia de la Iglesia ha habido tantos cristianos y cristianas que han imitado a Jesucristo en el gesto supremo de derramar su sangre, siendo al mismo tiempo sus testigos en circunstancias difíciles de persecución. En esta solemne Eucaristía la Iglesia propone, pues, a la veneración y consideración de todos a algunos de estos cristianos.

De entre ellos recordamos, en primer lugar, la comunidad de ocho Hermanos de las Escuelas Cristianas de Turón (Asturias), quienes en 1934, juntamente con el Religioso Pasionista P. Inocencio de la Inmaculada, fueron conducidos a la muerte, sin oponer resistencia alguna. A los ojos de los perseguidores, ellos eran reos de haber dedicado su vida a la educación humana y cristiana de los hijos de aquel pueblo minero, en la escuela católica “ Nuestra Señora de Covadonga ”.

756 Con los Hermanos de la Salle se encontraba ocasionalmente el Padre Pasionista. De ese modo quiso Dios, en su inescrutable providencia, unir en el martirio a miembros de dos Congregaciones que trabajaban solidariamente por la única misión de la Iglesia. Este hecho, que puede parecer circunstancial, es verdaderamente significativo, pues nos pone de manifiesto la unidad, interdependencia y colaboración que deben existir entre las Congregaciones religiosas en la Iglesia, sobre todo en nuestros días, para hacer frente al desafío de la nueva evangelización.

4. Dos años más tarde, en 1936, sigue el mismo camino del martirio la religiosa de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, María Mercedes Prat y Prat, a quien acabamos de declarar Beata.

Su gran amor a Dios y al prójimo la llevaron a trabajar apostólicamente en la catequesis y en una Escuela dominical. Además de la prudencia, María Mercedes se distinguió por la virtud de la fortaleza, que puso especialmente de manifiesto al afrontar serenamente los peligros y sufrir la persecución. Su amor al prójimo lo manifestó sobre todo perdonando generosamente a quienes la fusilaron.

5. Junto con la comunidad ejemplar de Turón, tenemos hoy el gozo de proclamar Beato a otro Hermano de las Escuelas Cristianas, Jaime Hilario, inmolado en Tarragona en 1937. La trayectoria excepcional de este religioso, modelo de hombre de fe en búsqueda constante de la voluntad de Dios, se manifiesta por caminos insospechados. La fidelidad que aprendió de sus padres, de gran solera cristiana, fue una constante de su vida. Del ejemplo cristiano de sus padres nos han quedado significativos testimonios, concretamente en las cartas dirigidas a su familia. Así se expresaba en catalán, su lengua vernácula:

“El meu pare és un cristià exemplar i model de ciutadans honrats. Es irreprotxable en la seva conducta, paraules i procediments”. “La meva mare, era una santa. Visqué sembrant arreu dolcesa i amor. El record de la meva mare m’anima, em sosté, em segueix i no s’esborrará mai de mi”.

A la luz de estos testimonios se comprende mejor la importancia que este educador e insigne catequista daba al papel de los padres en la educación de los niños y jóvenes.

6. Estos mártires, elevados hoy al honor de los altares, en cuanto miembros del cuerpo místico, completaron de manera singular en su carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia. Ellos demostraron que estaban dispuestos a morir y que esperaban firmemente salir victoriosos de la muerte. También a ellos podemos aplicar aquellas palabras de san Pedro referidas a Jesús: “ Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio ”.

La Iglesia ha proclamado una vez más el misterio pascual consumado en estos mártires. Ellos sufrieron y fueron glorificados con Cristo. Por eso, la Iglesia propone el ejemplo de su vida y muerte victoriosa a los fieles cristianos, a la vez que implora para todos nosotros su intercesión ante Dios Padre.

7. Bene si associa al ricordo dei gloriosi martiri della terra di Spagna il nome del sacerdote Filippo Rinaldi, terzo successore di san Giovanni Bosco, che visse in quella nazione dal 1892 al 1901, come superiore delle opere dei Salesiani.

La sua vocazione nacque dall’incontro con l’apostolo dei giovani, dal quale fu avviato personalmente sulla strada della formazione religiosa e sacerdotale. Ne emulò le virtù e le caratteristiche spirituali tanto da essere chiamato sua “immagine vivente”. Arse di amore per la Chiesa e ne promosse la presenza rinnovatrice tra i popoli con un’autentica mobilitazione missionaria, anche di giovanissimi.

Ben consapevole dell’importanza dei laici, ne curò l’organizzazione e la formazione spirituale, seguendo moderni criteri. L’oratorio femminile da lui diretto presso le Figlie di Maria Ausiliatrice di Torino diventò così un centro di intensa vitalità ecclesiale con associazioni religiose, culturali, sociali, ricreative. Fu proprio il fervido clima di fede che vi fioriva a dare origine a un gruppo di “vita consacrata nel mondo”, sviluppatosi oggi nel solido Istituto laicale delle “Volontarie di don Bosco”.

757 Don Rinaldi fu soprattutto infaticabile promotore della grande Famiglia Salesiana, nei suoi vari gruppi, e operò perché essa si sviluppasse sempre come valida, coordinata e duttile forza per l’educazione cristiana dei giovani e dei ceti popolari.

8. I santi e i beati segnano le tappe sempre nuove della strada di Emmaus e dell’incontro con Cristo crocifisso e risorto. Egli, il Maestro, prolunga costantemente su questa via il suo colloquio con i discepoli. Non si tratta però soltanto di un dialogo con il Maestro. Esso riveste un’altra dimensione. Vi si rivela il Redentore dell’uomo. Il Redentore del mondo.

Siete stati liberati - scrive l’apostolo Pietro - “con il sangue prezioso di Cristo, come di agnello senza difetti e senza macchia” (cf. 1 Pt 1, 18-19). Sulla strada di Emmaus questa verità si fa evidente per i discepoli. I nostri beati la proclamano con la testimonianza della loro vita e della loro morte. La proclamano per noi. Per la Chiesa. Per tutti.

Il Signore ci fa conoscere le vie della vita, ci colma di gioia con la sua presenza (cf. At 2, 28). Amen.

Antes de bendecir a los numerosos fieles presentes en la Plaza de San Pedro Juan Pablo II saluda a la gran Familia Salesiana y a varios grupos de peregrinos españoles presentes en Roma para la beatificación de los mártires y del religioso salesiano don Rinaldi.

Prima della preghiera “Regina Coeli”, desidero esprimere il mio saluto a tutti i presenti in questa piazza San Pietro e a quanti ci ascoltano per radio o televisione. In queste domeniche dopo Pasqua, viviamo la esaltante esperienza spirituale della risurrezione di Cristo. Auguro che si ripeta in ciascuno ciò che avvenne lungo il cammino di Emmaus. Sull’esempio dei Beati, saliti oggi agli onori degli altari, siate anche voi testimoni del Risorto con la vostra fede e con il vostro generoso impegno cristiano.

Il mio saluto va in particolare ai Padri Capitolari della Società di San Giovanni Bosco e a tutti gli appartenenti alla grande Famiglia Salesiana, che oggi vivono una gioiosa giornata, prendendo parte alla Beatificazione del loro confratello Don Filippo Rinaldi.

Saluto altresì tutti i gruppi che, per l’occasione, sono giunti da varie regioni d’Italia e dall’estero. A tutti auguro una buona domenica.

Me complace saludar ahora a los peregrinos llegados de España y de otros países, para participar en la solemne Beatificación de once mártires españoles y de un sacerdote italiano.

Mi saludo se dirige de modo especial a los Hermanos de las Escuelas Cristianas, a los Religiosos Pasionistas y a las Religiosas de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, así como a los numerosos grupos de las arquidiócesis de Oviedo, Barcelona y Tarragona, lugares donde nuestros Beatos transcurrieron gran parte de su vida y consiguieron la palma del martirio.

Este significativo acontecimiento eclesial tiene que ser una llamada a todos para que, a semejanza de los nuevos Beatos, viváis y deis testimonio coherente de vuestra fe cristiana.

758 Al agradeceros vuestra presencia en esta celebración os imparto con afecto mi Bendición Apostólica.

VIAJE APOSTÓLICO A MÉXICO Y CURAÇAO

BEATIFICACIÓN DE JUAN DIEGO Y DE OTROS SIERVOS DE DIOS



Ciudad de México

Domingo 6 de mayo de 1990



“Cristo..., cargado con nuestros pecados, subió al madero de la cruz..., por sus llagas habéis sido curados” (1P 2,21 1P 2,24 1P 2,25).

Queridísimos hijos e hijas de México:

1. He venido de nuevo a vuestra tierra para confesar ante vosotros y con todos vosotros, la fe común en Cristo, el único Redentor del mundo. Quiero proclamarlo en todos los lugares de mi peregrinación por vuestra tierra; pero quiero hacerlo ante todo aquí, en este lugar particularmente sagrado para vosotros: el Tepeyac.

Cristo, Redentor del mundo, está presente en la historia, gene ración tras generación, por medio de su Santísima Madre, la misma que lo dio a luz en Belén, la misma que estaba junto a la cruz en el Gólgota.

Cristo, pues, por medio de la Virgen María, ha entrado en las vicisitudes propias de todas las generaciones humanas, en la historia de México y de toda América. El lugar en el que nos hallamos, la venerada basílica de Guadalupe, confiere a este hecho salvífico un testimonio de insuperable elocuencia.

Me siento particularmente feliz al poder comenzar mi segunda visita pastoral a México desde este lugar sagrado, hacia el cual dirigen sus miradas y sus corazones todos los hijos de la patria mexicana, dondequiera que estén. Por eso, desde este santuario, donde late el corazón materno que da vida y esperanza a todo México, quiero dirigir mi más afectuoso saludo a todos los habitantes de esta gran nación, desde Tijuana y Río Bravo, hasta la península de Yucatán. Quiero que el saludo entrañable del Papa llegue a todos los rincones, al corazón de todos los mexicanos para darles afecto, alegría, ánimos para superar las dificultades y para seguir construyendo una sociedad nueva donde reinen la justicia, la verdad y la fraternidad, que haga de este querido pueblo una gran familia.

Agradezco vivamente las afectuosas palabras de bienvenida que el señor cardenal Ernesto Corripio Ahumada, arzobispo de México, me ha dirigido, en nombre también de nuestros hermanos en el episcopado y de toda la Iglesia mexicana.

2. Mi gozo es aún más grande porque al empezar ahora esta segunda visita pastoral en vuestra tierra, como Sucesor del Apóstol san Pedro y Pastor de la Iglesia universal, el Señor me concede la gracia de beatificar, es decir de elevar a la gloria de los altares, a algunos hijos predilectos de vuestra nación.

759 Lo he hecho en el nombre y con la autoridad recibida de Jesucristo, el Señor, el que nos ha redimido con la sangre de sus santísimas llagas y por eso se ha convertido en el Pastor de nuestras almas.

Juan Diego, el confidente de la dulce Señora del Tepeyac. Los tres niños mártires de Tlaxcala, Cristóbal, Antonio y Juan. El sacerdote y fundador José María de Yermo y Parres. Sus nombres, inscritos ya en el cielo, están desde hoy escritos en el libro de los bienaventurados y en la historia de la fe de la Iglesia de Cristo, que vive y peregrina en México.

Estos cinco beatos están inscritos de manera imborrable en la gran epopeya de la evangelización de México. Los cuatro primeros en las primicias de la siembra de la palabra en estas tierras; el quinto en la historia de su fidelidad a Cristo, en medio de las vicisitudes del siglo pasado. Todos han vivido y testimoniado esta fe, al amparo de la Virgen María. Ella, en efecto, fue y sigue siendo la “ Estrella de la evangelización ”, la que con su presencia y protección sigue alimentando la fe y fortaleciendo la comunión eclesial.

3. La beatificación de Juan Diego y de los niños mártires de Tlaxcala nos hacen recordar las primicias de la predicación de la fe en estas tierras, ahora que nos estamos preparando para celebrar el V Centenario de la evangelización de América.

El Evangelio de Jesucristo penetró en México con el ardor apostólico de los primeros evangelizadores. Ellos anunciaron a Jesucristo crucificado y resucitado, constituido Señor y Mesías, y atrajeron a la fe a las multitudes, con la fuerza del Espíritu Santo que inflamaba su palabra de misioneros y el corazón de los evangelizados.

Aquella ardorosa acción evangelizadora respondía al mandato misionero de Jesús a sus Apóstoles y a la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés. Lo hemos escuchado en la primera lectura de esta celebración eucarística, cuando Pedro, en nombre de los demás Apóstoles, proclamó el “kerigma” de Cristo crucificado y resucitado.

Aquellas palabras llegaron al corazón de los oyentes quienes preguntaron enseguida a Pedro y a los demás Apóstoles: “¿Qué tenemos que hacer, hermanos?” (
Ac 2,37). La respuesta del Príncipe de los Apóstoles explica claramente el dinamismo de todo auténtico proceso de conversión y de agregación a la Iglesia. A la proclamación del Evangelio sigue la aceptación de la fe por parte de los catecúmenos en virtud de la palabra que mueve los corazones. A la confesión de la fe sigue la conversión y el bautismo en el nombre de Jesús, para la remisión de los pecados y para recibir la efusión del Espíritu Santo. Por medio del bautismo los creyentes son agregados a la comunidad de la Iglesia para vivir en comunión de fe, esperanza y amor.

De hecho “los que aceptaron sus palabras —nos dice el texto sagrado— se bautizaron, y aquel día se les agregaron unos tres mil” (Ac 2,41). Así fueron los orígenes de la predicación evangélica y de la extensión de la Iglesia por el mundo entero.

No se pueden proclamar estas palabras sin pensar espontáneamente en la continuidad de esta evangelización y efusión del Espíritu Santo aquí en México. En efecto, de ella fueron beneficiarios y colaboradores nuestros beatos, primicias de la evangelización y testigos preclaros de la fe de los orígenes. Aquí se cumplió la palabra profética de san Pedro el día de Pentecostés: “ Porque la promesa vale para vosotros y para vuestros hijos y, además, para todos los que llame el Señor Dios nuestro, aunque estén lejos ” (Ibíd., 2, 39).

4. Lejanos en el tiempo y en el espacio estaban estas tierras y los hombres y mujeres que las poblaban; pero en virtud del mandato apostólico llegaron finalmente aquí un grupo de doce misioneros que la tradición ha llamado, con evidente alusión a los orígenes de la predicación apostólica, los “doce Apóstoles”.

Con la cruz en la mano anunciaron a Cristo Redentor y Señor; predicaron la conversión, y las multitudes recibieron las aguas regeneradoras del santo bautismo y la efusión del Espíritu Santo.

760 Así, estos pueblos se incorporaron a la Iglesia, como en el día de Pentecostés, y la Iglesia se enriqueció con los valores de su cultura. Los mismos misioneros encontraron en los indígenas los mejores colaboradores para la misión, como mediadores en la catequesis, como intérpretes y amigos para acercarlos a los nativos y facilitar una mejor inteligencia del mensaje de Jesús.

Como ejemplo de ellos tenemos a Juan Diego, de quien se dice que acudía a la catequesis en Tlaltelolco. También a los niños mártires de Tlaxcala, que en su tierna edad siguieron con entusiasmo a los misioneros franciscanos y dominicos, dispuestos a colaborar con ellos en la predicación de la buena nueva del Evangelio.

5. En los albores de la evangelización de México tiene un lugar destacado y original el beato Juan Diego, cuyo nombre indígena, según la tradición, era Cuauhtlatóhuac, “Aguila que habla”.

Su amable figura es inseparable del hecho guadalupano, la manifestación milagrosa y maternal de la Virgen, Madre de Dios, tanto en los monumentos iconográficos y literarios como en la secular devoción que la Iglesia de México ha manifestado por este indio predilecto de María.

A semejanza de los antiguos personajes bíblicos, que eran una representación colectiva de todo el pueblo, podríamos decir que Juan Diego representa a todos los indígenas que acogieron el Evangelio de Jesús, gracias a la ayuda maternal de María, inseparable siempre de la manifestación de su Hijo y de la implantación de la Iglesia, como lo fue su presencia entre los Apóstoles el día de Pentecostés.

Las noticias que de él nos han llegado encomian sus virtudes cristianas: su fe sencilla, nutrida en la catequesis y acogedora de los misterios; su esperanza y confianza en Dios y en la Virgen; su caridad, su coherencia moral, su desprendimiento y pobreza evangélica.

Llevando vida de ermitaño aquí, junto al Tepeyac, fue ejemplo de humildad. La Virgen lo escogió entre los más humildes para esa manifestación condescendiente y amorosa cual es la aparición guadalupana. Un recuerdo permanente de esto es su rostro materno y su imagen bendita, que nos dejó como inestimable regalo. De esta manera quiso quedarse entre vosotros, como signo de comunión y de unidad de todos los que tenían que vivir y convivir en esta tierra.

El reconocimiento del culto que, desde hace siglos, se ha dado al laico Juan Diego, reviste una importancia particular. Es una fuerte llamada a todos los fieles laicos de esta nación para que asuman todas sus responsabilidades en la transmisión del mensaje evangélico y en el testimonio de una fe viva y operante en el ámbito de la sociedad mexicana. Desde este lugar privilegiado de Guadalupe, corazón del México siempre fiel, deseo convocar a todo el laicado mexicano a comprometerse más activamente en la reevangelización de la sociedad.

Los fieles laicos participan en la función profética, sacerdotal y real de Cristo (cf. Lumen gentium
LG 31), pero realizan esta vocación en las condiciones ordinarias de la vida cotidiana. Su campo natural e inmediato de acción se extiende a todos los ambientes de la convivencia humana y a todo lo que forma parte de la cultura en su sentido más amplio y pleno. Como escribí en la Exhortación Apostólica “ Christifideles Laici ”: “Para animar cristianamente el orden temporal —en el sentido señalado de servir a la persona y a la sociedad— los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la política, es decir, de la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común” (Christifideles Laici CL 42).

Hombres y mujeres católicos de México, vuestra vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación al apostolado. (cf. Apostolicam actuositatem AA 3) No podéis, por tanto, permanecer indiferentes ante el sufrimiento de vuestros hermanos: ante la pobreza, la corrupción, los ultrajes a la verdad y a los derechos humanos. Debéis ser sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mt Mt 5,13-14). Por eso el Señor os repite hoy: “Brille así vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Ibíd., 5, 16).

Brille también ante vosotros desde ahora Juan Diego, elevado por la Iglesia al honor de los altares, y al que podemos invocar como protector y abogado de los indígenas.

761 6. Con inmenso gozo he proclamado también beatos a los tres niños mártires de Tlaxcala: Cristóbal, Antonio y Juan. En su tierna edad fueron atraídos por la palabra y el testimonio de los misioneros y se hicieron sus colaboradores, como catequistas de otros indígenas. Son un ejemplo sublime y aleccionador de cómo la evangelización es una tarea de todo el pueblo de Dios, sin que nadie quede excluido, ni siquiera los niños.

Con la Iglesia de Tlaxcala y de México me complace poder ofrecer a toda América Latina y a la Iglesia universal este ejemplo de piedad infantil de generosidad apostólica y misionera, coronada por la gracia del martirio.

En la Exhortación Apostólica “ Christifideles Laici ” quise poner particularmente de relieve que la inocencia de los niños “nos recuerda que la fecundidad misionera de la Iglesia tiene su raíz vivificante, no en los medios y méritos humanos, sino en el don absolutamente gratuito de Dios” (Christifideles Laici
CL 47). Ojalá el ejemplo de estos niños beatificados suscite una inmensa multitud de pequeños apóstoles de Cristo entre los muchachos y muchachas de Latinoamérica y del mundo entero, que enriquezcan espiritualmente nuestra sociedad tan necesitada de amor.

7. La gracia del Espíritu Santo resplandece también hoy en otra figura que reproduce los rasgos del Buen Pastor: el padre José María de Yermo y Parres. En él están delineados con claridad los trazos del auténtico sacerdote de Cristo, porque el sacerdocio fue el centro de su vida y la santidad sacerdotal su meta. Su intensa dedicación a la oración y al servicio pastoral de las almas, así como su dedicación específica al apostolado entre los sacerdotes con retiros espirituales, acreciente el interés por su figura, especialmente ahora que el próximo Sínodo de los Obispos se ocupará también de la formación de los sacerdotes del futuro.

Apóstol de la caridad, como lo llamaron sus contemporáneos, el padre José María unió el amor a Dios y el amor al prójimo, síntesis de la perfección evangélica, con una gran devoción al Corazón de Jesús y con un amor particular hacia los pobres. Su celo ardiente por la gloria de Dios lo llevaba también a desear que todos fueran auténticos misioneros.

Todos misioneros. Todos apóstoles del corazón de Cristo. Especialmente sus hijas, la congregación que él fundó, las Siervas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Pobres, a las cuales dejó como herencia carismática dos amores: Cristo y los pobres. Estos dos amores eran la llama de su corazón y tenían que ser siempre la gloria más pura de sus hijas.

8. Queridos hermanos y hermanas, en este cuarto domingo de Pascua, toda la Iglesia celebra a Cristo el Buen Pastor que, sufriendo por nuestros pecados, ha dado la vida por nosotros, sus ovejas, y nos ha dejado a la vez un ejemplo para que sigamos sus huellas (cf. 1P 1P 2,21). El Buen Pastor conoce sus ovejas y sus ovejas lo conocen a El (cf. Jn Jn 10,14).

Juan Diego, los niños mártires de Tlaxcala, Cristóbal, Antonio y Juan, José María de Yermo y Parres, siguieron con perseverancia las huellas de Cristo, Buen Pastor. Su beatificación en este domingo en que la Iglesia celebra también la Jornada mundial de oración por las vocaciones es una llamada urgente a todos para que desde la propia vocación vayamos a trabajar en la viña del Señor.

En los cinco nuevos beatos se refleja la pluralidad de las vocaciones y en ellos tenemos un ejemplo de cómo toda la Iglesia tiene que ponerse en marcha para evangelizar y dar testimonio de Cristo. Los fieles laicos, tanto los niños y los jóvenes, como los mayores, los sacerdotes, los religiosos y las religiosas. Todos tienen que escuchar y seguir el llamamiento del Señor Jesús: “Id también vosotros a mi viña” (Mt 20,4).

9. En nuestra celebración eucarística de hoy Cristo nos repite de nuevo: “Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas” (Jn 10,7). La puerta nos abre la entrada en la casa. La puerta que es Cristo nos introduce en la “casa del Padre donde hay muchas mansiones” (cf. Ibíd., 14, 2). El Buen Pastor, con palabras severas y categóricas, advierte también que hay que guardarse de todos aquellos que no son “ la puerta de las ovejas ”. El los llama ladrones y salteadores. Son quienes no buscan el bien de las ovejas sino su propio provecho mediante la falsedad y el engaño. Por eso, el Señor nos enseña cuál es la prueba definitiva del desinterés y el servicio: estar dispuestos a dar la vida por los demás (cf. Ibíd., 10, 11).

Esta es también la gran lección de estos hijos de la tierra de México que hoy hemos elevado al honor de los altares: siguieron a Cristo y, como El, hicieron de sus vidas un testimonio de amor. La muerte no los ha vencido. Les ha abierto de par en par las puertas de la otra vida, la vida eterna.

762 Desde este santuario de la Virgen María de Guadalupe, queremos darle gracias a Ella que es la Madre de Dios, la patrona de México y de toda América Latina, porque en estos cinco nuevos beatos se han realizado las palabras del Buen Pastor:

“Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante” (Ibíd., 100, 10).

¡Qué gozo encontrarme de nuevo entre vosotros y a los pies de la Virgen de Guadalupe!

Mi corazón se eleva en acción de gracias a Dios porque, en su providencia amorosa, me permite estar entre los queridos hijos e hijas de México, para compartir unas jornadas de fe unidos en el amor a Jesucristo.

Agradezco desde lo más hondo de mi corazón vuestra presencia aquí esta tarde, para celebrar, junto con el Papa, la beatificación de cinco hijos predilectos de estas tierras que Dios ha querido bendecir de modo especial y que ha puesto bajo la protección materna de Nuestra Señora de Guadalupe.

Al volver a vuestras casas llevad a todos el saludo afectuoso del Papa. He venido a visitaros porque os amo, porque representáis una porción escogida de la Iglesia de Cristo, porque deseo estar cerca de quienes más lo necesitan: los pobres, los enfermos, cuantos sufren en el cuerpo o en el espíritu.

Desde el corazón de México que es Guadalupe bendigo a todos y os encomiendo a la protección de la Virgen.



VIAJE APOSTÓLICO A MÉXICO Y CURAÇAO

CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA PARA LOS FIELES DE LA DIÓCESIS

DE NETZAHUALCÓYOTL EN LA EXPLANADA XICO DE CHALCO




Ciudad de México

Lunes 7 de mayo de 1990



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Viniendo a Chalco y contemplando la muchedumbre de hombres y mujeres, de jóvenes y niños que han acudido deseosos de escuchar la palabra de Dios, viene a mi mente la exclamación de Jesús: “¡Siento compasión de la gente porque hace ya tres días que me siguen y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino!” (Mt 15,32).

763 Y Jesús, sabiéndose Pastor verdadero, sació su hambre, curó sus enfermedades y se puso a enseñarles la Buena Nueva del reino de Dios (cf. Ibíd., 9, 35-36; 15, 32).

¡Qué maravilla de “ seducción ” emanaba la persona de Jesús, que arrastraba tras de sí muchedumbres que incluso olvidaban el comer por estar cerca de El y escuchar su palabra! ¡Qué deseo irresistible de acercarse a la fuente de la Vida para satisfacer las ansias más profundas del corazón humano! ¡Qué sensibilidad y humanidad las de Jesús, a quien la predicación del reino de Dios no le hace olvidar la necesidad del sustento diario de quienes le siguen!

Hoy como ayer, Jesús continúa estando en medio de nosotros como Buen Pastor. También hoy en Chalco Jesús es el Buen Pastor de la grey cristiana, aquí reunida en torno al Sucesor de Pedro, a quien Cristo confió la tarea de apacentar sus ovejas y confirmar la fe de sus hermanos.

Cristo sigue ofreciéndonos a manos llenas el Pan de su Cuerpo y el Vino de su Sangre en la celebración eucarística, como alimento para andar el camino de nuestra vida cristiana. Y, junto con ello, nos da el Pan de la Palabra, el alegre anuncio del amor que Dios nos tiene al hacernos hijos suyos y herederos de las promesas de la felicidad futura.

2. Acabamos de oír las palabras del evangelio de san Juan: “Yo soy el Buen Pastor” (
Jn 10,11). Cristo se presenta a sí mismo bajo la imagen humilde y cercana del Buen Pastor. Una imagen que habla de cuidados y desvelos, una imagen que inspira confianza. La parábola del Buen Pastor continúa la tradición de los profetas del Antiguo Testamento, que llaman a Dios “ Pastor de Israel ”. En Cristo, enviado del Padre, se cumple plenamente lo anunciado por los profetas.

Ante la muchedumbre que le sigue, Jesús “sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor” (Mt 9,36). El Señor, a diferencia de los falsos líderes del pueblo, que como mercenarios huyen en el momento de la prueba, se presenta como el Pastor bueno y verdadero, porque está dispuesto a dar la vida por sus ovejas. El testimonio supremo y la prueba mayor de Cristo como Buen Pastor es el dar la vida pos sus ovejas: lo cual realiza en la cruz, en la que ofrece el sacrificio de sí mismo por los pecados de todo el mundo.Esta cruz y este sacrificio son el signo que distingue radical y transparentemente al Buen Pastor de quien no lo es, de quien sólo es mercenario.

La cruz y el sacrificio, amadísimos hermanos y hermanas, nos permiten distinguir entre el Buen Pastor y los falsos pastores o mercenarios. A lo largo de la historia se han sucedido no pocos “pastores” —líderes, caudillos, jefes, ideólogos y creadores de opinión o corrientes de pensamiento— que han intentado “ pastorear ” y guiar al pueblo hacia paraísos artificiales y hacia tierras prometidas de libertad, de bienestar, de justicia de realización plena, queriendo prescindir de Dios y de su santa ley. Y uno tras otro, llegado el peligro llegada la hora de la verdad en la marcha inexorable de la historia, se han ido demostrando pastores falsos, servidores no de la verdad y del bien, sino de intereses particulares, de ideologías y sistemas que se volvían contra el hombre.

Cristo, en cambio, como Buen Pastor sale al encuentro de la cruz, porque conoce a sus ovejas y sabe que el sacrificio de sí es necesario para la salvación de ellas. Es necesario que El ofrezca su vida por las ovejas. Sí. El Buen Pastor conoce sus ovejas y las ovejas le conocen a El. Le conocen como a su Redentor.

En esta hora de la historia, en la que asistimos a profundas transformaciones sociales y a una nueva configuración de muchas regiones del planeta, es necesario proclamar que cuando pueblos enteros se veían sometidos a la opresión de ideologías y sistemas políticos de rostro inhumano, la Iglesia, continuadora de la obra de Cristo, Buen Pastor, levantó siempre su voz y actuó en defensa del hombre, de cada hombre y del hombre entero, sobre todo de los más débiles y desamparados. Defendió toda la verdad sobre el hombre, pues, “el hombre es el camino de la Iglesia”, como ya dije al inicio de mi pontificado.

La defensa de la verdad sobre el hombre le ha acarreado a la Iglesia, como le sucedió al Buen Pastor, sufrimientos, persecuciones y muerte. La Iglesia ha tenido que pagar en la persona de sus pastores, de sus sacerdotes, de sus religiosos y religiosas, de sus fieles laicos también en tiempos recientes un precio muy alto de persecución, cárcel y muerte. Ella lo ha aceptado en aras de su fidelidad a su misión y al seguimiento del Buen Pastor, consciente de que “no es el discípulo mayor que su Maestro. Si a El lo han perseguido, también a ellos los perseguirán” (cf. Jn Jn 15,20). Cristo, Buen Pastor, obedeciendo al Padre, ofrece su vida libre y amorosamente por la redención de los hombres (cf. Ibíd., 10, 18).

3. Jesús continúa diciendo en su parábola: “Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil también a esas las tengo que traer y escucharán mi voz y habrá un sólo rebaño, un solo Pastor” (Ibíd., 10, 16).

764 A la luz de estas palabras se explica la actitud del Apóstol san Pedro en el episodio de la conversión del centurión romano Cornelio, que hemos escuchado en la primera lectura de nuestra celebración. Cristo, en efecto, tiene otras ovejas, que se encuentran esparcidas por todas las partes del mundo, por todas las naciones. Hace falta, pues, que El, Buen Pastor, las conduzca constantemente, por el ministerio de los Apóstoles y sus sucesores, a la unidad del rebaño de Dios.

Misión de la Iglesia, continuadora de la misión de Cristo, es conducir a todas las ovejas hacia el único redil de Cristo, para alcanzar aquella unidad que El pidió al Padre en la oración de la Ultima Cena. Y una vez reunidas bajo un único cayado, mantener la comunión de ellas con Cristo, y de ellas entre sí.

La solicitud del Buen Pastor abarca a todos los hombres y a todas las naciones. También a los habitantes del Valle de Chalco, este vasto asentamiento humano que, como ciudad satélite, surge hoy donde hasta hace unas décadas había sólo campos baldíos. También a vosotros, habitantes del Valle de Chalco, de Netzahualcóyotl y zonas limítrofes, se extiende la solicitud del Buen Pastor, su preocupación por vuestra fe cristiana y por vuestra promoción integral.

En muchos de vosotros descubro el rostro de Cristo sufriente: rostros de niños víctimas de la pobreza, niños abandonados, sin escuela, sin ambiente familiar sano: rostros de jóvenes desorientados por no encontrar su lugar en la sociedad, frustrados por falta de oportunidades de capacitación y ocupación; rostros de obreros frecuentemente mal retribuidos y con dificultades para organizarse y defender sus derechos; rostros de subempleados y desempleados, despedidos por las duras exigencias de crisis económicas; rostros de madres y padres de familia, angustiados por no tener los medios para sustentar y educar a sus hijos; rostros de marginados y hacinados urbanos, golpeados no sólo por la carencia de bienes materiales, sino también por la degradación y contaminación del medio ambiente; rostros de ancianos desamparados y olvidados (cf. Puebla, 31-39).

Sobre este pueblo, que lleva en su rostro los rasgos dolientes de Cristo, se oyen las palabras del Buen Pastor: “Misereor super turbam” (
Mt 15,33). “Siento compasión por la muchedumbre, porque están vejados y abatidos como ovejas sin pastor” (cf Ibíd., 9, 36). La solicitud de Cristo es hoy la solicitud de la Iglesia, la solicitud del Papa y de los obispos. Con palabras del Concilio Vaticano II repetimos: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (Gaudium et spes GS 1).

Los obispos de América Latina, reunidos en Puebla hace diez años para celebrar la III Conferencia General sobre el presente y el futuro de la evangelización, reiteraron —siguiendo la Conferencia de Medellín— la opción preferencial por los pobres del continente, como signo de la caridad evangélica. Hoy, al prepararnos para celebrar en Santo Domingo la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, quiero reafirmar que sigue estando en el corazón de la Iglesia la opción por los pobres, la cual, sin ser exclusiva, —pues el universalismo de la redención ofrecida por Cristo abarca a todos los hombres sin distinción— sí es signo inequívoco de su fidelidad a El.

4. “Cristo Jesús, siendo rico, se hizo pobre por nosotros para enriquecernos mediante su pobreza” (cf. 2Co 2Co 8,9). Así habla san Pablo sobre el misterio de la encarnación del Hijo eterno, que vino a asumir la naturaleza humana mortal para salvar al hombre de la miseria en la que el pecado le había sumido (Libertatis Conscientia, 66). Su pobreza nos muestra en qué consiste la verdadera riqueza, que se ha de buscar en la comunión de vida con Dios y en la capacidad de servir y darse a los demás.

La pobreza que Jesús declaró bienaventurada está hecha de desprendimiento, de confianza en Dios, de sobriedad y disposición a compartir con los demás, de sentido de justicia, de hambre del reino de los cielos, de disponibilidad a escuchar la palabra de Dios y a guardarla en el corazón (cf. Ibíd.).

Distinta es la pobreza que oprime a multitud de hermanos nuestros en el mundo y les impide su desarrollo integral como personas. Ante esta pobreza, que es carencia y privación, la Iglesia levanta su voz convocando y suscitando la solidaridad de todos para debelarla.

Vosotros, habitantes del Valle de Chalco, de gran parte de esta diócesis de Netzahualcóyotl, y tantas otras personas y familias de los suburbios de la Ciudad de México y de otras ciudades del país, sabéis lo que es la carencia, la privación.

Hoy como ayer, la Iglesia, excluyendo opciones partidistas y de naturaleza conflictiva, quiere ser la voz de los que no tiene voz; quiere dar testimonio de la dignidad del hombre y ser su alivio y defensa. Mirando la historia de México no podemos dejar de recordar a aquellos misioneros y evangelizadores de la primera hora, que fueron campeones de la promoción y defensa del indígena, del pobre: fray Toribio de Benavente, conocido como “ Motolinía ”, el pobre; fray Juan de Zumárraga, fray Bernardino de Sahagún, don Vasco de Quiroga, llamado por el pueblo “Tata Vasco”; fray Pedro de Gante, fray Bartolomé de las Casas y tantos otros, que dedicaron sus vidas a sembrar la buena semilla del evangelio en esta gran nación. Ellos, como los muchos que continuaron su obra durante estos cinco siglos, estaban convencidos de que “el mejor servicio al hermano es la evangelización que lo dispone a realizarse como hijo de Dios, lo libera de las injusticias y lo promueve integralmente” (Puebla, 1145). En esta ayuda al hermano necesitado, sobre todo al más débil, procura la Iglesia ejercitar el mandamiento supremo de la ley, que es amar a Dios de todo corazón y al prójimo como a sí mismo (cf. Mt Mt 22,37-40).

765 La Iglesia practica la caridad a través de múltiples obras de misericordia corporal y espiritual, que son otros tantos modos de servir al hombre que padece necesidad. Más aún, traduce el cumplimiento del mandamiento del amor en una praxis cristiana, que es la moral social cristiana, fundada en el Evangelio y en la tradición viva de la Iglesia, y presentada por su magisterio. Los grandes retos de nuestra época, como la situación en que se encuentran los habitantes del Valle de Chalco y de otras muchas zonas parecidas de México y de América Latina, constituyen una llamada urgente a poner en práctica la doctrina social de la Iglesia.

5. Cercana ya la conmemoración del primer centenario de la Encíclica “ Rerum Novarum ”, del Papa León XIII, no podemos dejar de evocar su enorme caudal de doctrina. La dimensión social “perteneció desde el principio a la enseñanza de la Iglesia misma, a su concepción del hombre y de la vida social, y especialmente a la moral social elaborada según las necesidades de las distintas épocas” (Laborem exercens
LE 3). Ese patrimonio tradicional, y el esfuerzo de tantos hijos de la Iglesia por practicar la caridad social, son recogidos por el Magisterio Pontificio (cf. Ibíd.) y van constituyendo un corpus doctrinal que sirve de orientación segura para cuantos tienen la responsabilidad sobre las realidades terrenas.

Aliento pues a todos a profundizar en el pensamiento social católico, que tiene su fuente más profunda en la revelación. Escuchad la enseñanza social de la Iglesia, adheríos vitalmente a ella, dejando que ilumine vuestra conducta y convirtiéndoos en propagadores incansables de los principios de juicio y de acción que os ofrece el magisterio, haciendo llegar sus contenidos a todos los hombres y mujeres de México. El Valle de Chalco podrá convertirse así en un ejemplo elocuente de lo que es capaz de producir la virtud cristiana de la solidaridad cuando ha calado en la conciencia, en el corazón y en la práctica de un pueblo cristiano la doctrina social de la Iglesia.

Invito pues a los cristianos y a todos los hombres de buena voluntad de México a despertar la conciencia social solidaria: no podemos vivir y dormir tranquilos mientras miles de hermanos nuestros, muy cerca de nosotros, carecen de lo más indispensable para llevar una vida humana digna.

También a los habitantes del Valle de Chalco y Netzahualcóyotl quiero hacer una invitación paterna, para que sean ellos los primeros y principales artífices de su promoción mediante el trabajo personal, la economía doméstica y la educación de sus hijos. La participación activa en las parroquias y en las comunidades eclesiales dará abundantes frutos de caridad, solidaridad y compromiso por la justicia, como exigencia de una intensa vida cristiana que se nutre de la Eucaristía y en la escucha de la Palabra de Dios. Vuestra asidua relación con Dios se traducirá también en una más sólida formación en las verdades de nuestra fe católica, para así hacer frente a las solicitaciones de las sectas y grupos que intentan apartaros del verdadero redil del Buen Pastor.

6. “Mi alma tiene sed de ti, Dios mío” (Ps 42 [41], 2). En nuestra liturgia de hoy resuena este grito: ¡Sed de Dios! Es un grito eterno y universal que repiten tantos corazones. Es un grito que también resuena hoy aquí, en medio de esta comunidad del Valle de Chalco y de Netzahualcóyotl.

Existen ciertamente tantas carencias humanas que se dejan sentir en la vida de la gran ciudad, y particularmente en esta región. Sin embargo, por encima de todas estas necesidades, de todos estos deseos, tantas veces no satisfechos, se siente insistentemente la sed de Dios, que san Agustín expresó con aquellas memorables palabras: “Nos has hecho Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (S. Agustín, Confessiones, 1, 1). ¡Nuestro corazón, queridos hermanos y hermanas, tiene sed del Dios vivo!

El Buen Pastor sale al encuentro de este anhelo: El conoce el interior del hombre y rescató el deseo que éste siente de Dios ofreciendo en la cruz su vida por sus ovejas (cf. Jn Jn 10,11).

“¡Mi alma tiene sed de ti, Dios mío!”. Cuando el hombre suspira por el Dios vivo sólo el Buen Pastor conoce la profundidad de su deseo, pues, solamente el Hijo conoce al Padre.

Queridos hermanos y hermanas, pido a Dios que las enseñanzas del Buen Pastor arraiguen en vuestros corazones y penetren en la vida de vuestras comunidades cristianas. ¡Que el Buen Pastor conduzca a todos aquellos por quienes ha ofrecido la propia vida a la plenitud que El mismo desea para nosotros!: “¡Para que tengan vida y la tengan en abundancia!” (Ibíd., 10, 10).

A La Virgen Santísima, Santa María de Guadalupe, encomiendo la comunidad del Valle de Chalco y de toda la diócesis de Netzahualcóyotl. Que Ella, que es la Madre del Buen Pastor, os acompañe con especial amor y ternura, y os repita hoy lo que en la colina del Tepeyac dijo al indio Juan Diego: “ Hijo mío, Juan Diego, el más pequeño de mis hijos, ¿qué temes? ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ” (Nicán Mopohua). Así sea.

B. Juan Pablo II Homilías 754