B. Juan Pablo II Homilías 781


VIAJE APOSTÓLICO A MÉXICO Y CURAÇAO

LITURGIA DE LA PALABRA EN LA COLONIA «PATRIA NUEVA»



Tuxtla Gutiérrez, México

Viernes 11 de mayo de 1990



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me siento muy feliz por encontrarme en Tuxtla Gutiérrez, bella capital del Estado de Chiapas, para presidir la celebración litúrgica de la Palabra. Están a mi lado los señores obispos de esta zona pastoral Pacifico Sur, y otros hermanos en el episcopado, junto con gran número de sacerdotes y religiosos que con generosa entrega ejercen su ministerio entre vosotros.

De modo particular, quiero que llegue mi palabra afectuosa y un abrazo cordial a todos los queridos hermanos indígenas y campesinos, después de once años de aquel primer encuentro que tuve con ellos en Oaxaca, durante mi primera visita pastoral a México.

Agradezco vivamente las amables palabras de bienvenida que me ha dirigido monseñor Felipe Aguirre Franco, obispo de esta diócesis, la cual celebra en estas fechas las bodas de plata de su erección canónica. En esta circunstancia reciban mi felicitación todos los fieles diocesanos de Tuxtla Gutiérrez, junto con mis mejores augurios de un futuro fecundo en óptimos frutos de vida cristiana. Doy mi saludo en el Señor y expreso mi gratitud por su presencia a todos los demás fieles, aquí presentes de las diócesis vecinas: Tehuantepec, Oaxaca, Mixes, Huautla, San Cristóbal de las Casas, Tapachula, acompañados por sus obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y demás almas consagradas. Sabemos que la diócesis de Tapachula perdió su pastor ayer.

782 En esta tierra chiapaneca que Dios ha bendecido con tanta belleza de bosques y montañas, y sobre todo con la riqueza de sus gentes y etnias, me siento gozoso de encontrarme con representantes de tantas familias indígenas. Con vosotros quiero enviar un cariñoso saludo y hacer llegar el mensaje de amor del Evangelio a todos los indígenas de la República, así como a nuestros hermanos de Centroamérica que tuvieron que abandonar sus tierras y casas, y han encontrado refugio aquí.

Ante todo, quiero repetir las palabras que os dirigí hace once años en Oaxaca, y que siguen teniendo toda su vigencia: “El Papa y la Iglesia están con vosotros y os aman: aman vuestras personas, vuestra cultura, vuestras tradiciones”.

2. En la primera lectura que hemos escuchado, el profeta Isaías pone en labios del pueblo judío estas palabras: “Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado” (
Is 49,14). Deportados de Israel y teniendo que habitar en un país extranjero, los israelitas habían perdido toda esperanza. Se consideraban olvidados por Dios, abandonados de su mano.

¡Cuan actuales resultan esas palabras! ¡Cuántos de vosotros, en una situación de destierro, de exilio, al igual que aquellos israelitas, podríais sentir la tentación de pronunciarlas! Son palabras que aún hoy día no dejan de reflejar un profundo pesimismo. Ante tanta injusticia, ante tanto dolor, ante tantos problemas, un hombre puede llegar a sentirse olvidado por Dios. Vosotros mismos, hermanos míos, habréis podido experimentar tal vez parecidos sentimientos: la dureza de la vida, la escasez de medios, la falta de oportunidades para mejorar vuestra formación y la de vuestros hijos, el acoso continuo a vuestras culturas tradicionales y tantos otros motivos que podrían invitar al desaliento. Más aún podrían sentirse olvidados quienes han tenido que dejar sus casas, sus lugares de origen, en una afanosa búsqueda del mínimo imprescindible para seguir viviendo.

Realmente, en algunas ocasiones es tanta la injusticia, el dolor y el sufrimiento sobre la faz de la tierra, que se explica la tentación de repetir esas palabras de Isaías. Son como un lamento continuo que recorre la historia de cada hombre y de toda la humanidad.

3. Sin embargo, después de esas frases de sabor amargo, después de esa queja que sale del corazón, el profeta recoge la respuesta de Dios: “¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré” (Is 49,15).

Hermanos míos, puede haber momentos duros en vuestra vida: puede haber incluso épocas más o menos prolongadas en las que os consideráis olvidados por Dios. Pero si alguna vez surge dentro de vosotros la tentación del desaliento, recordad esas palabras de la Escritura: aunque una madre se olvidara del hijo de sus entrañas, Dios no se olvida de nosotros. Y añade el profeta: “Así dice el Señor: En tiempo favorable te escucharé, y en día nefasto te asistiré” (Ibíd. 49, 8). Dios nos tiene siempre presentes, Dios nos mira con especial cariño porque somos sus hijos queridísimos.

De esta providencia divina nos habla también Jesús en el evangelio: “Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro padre celestial las alimenta... Observad los lirios del campo, cómo crecen... Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe?” (Mt 6,26 Mt 6,28 Mt 6,30).

Estas palabras de Cristo constituyen un llamado a la esperanza. Si Dios se preocupa con paterna solicitud de las aves del cielo; si Dios viste a las hierbas del campo, ¿cómo dejará de preocuparse por el hombre? ¿Cómo podría abandonar a la única criatura de la tierra que ha amado por sí misma? (cf. Gaudium et spes GS 24)

4. La esperanza cristiana tiene, ante todo, una meta que está más allá de esta vida; es la virtud por la que ponemos nuestra confianza en Dios, el cual nos dará las gracias que necesitamos para llegar al cielo. Es allí, sobre todo, donde se harán realidad las palabras que acabamos de escuchar: “Convertiré todos mis montes en caminos, y mis calzadas serán levantadas” (Is 49,11). “No tendrán hambre ni sed, ni les hará daño el bochorno ni el sol, pues el que tiene piedad de ellos los conducirá y a manantiales de agua los guiará” (Ibíd. Is 49,10).

Sin embargo, la esperanza cristiana es también esperanza para esta vida. Dios quiere la felicidad de sus hijos, también aquí en este mundo.

783 “La Iglesia —he escrito en la Encíclica “Sollicitudo Rei Socialis”— sabe bien que ninguna realidad temporal se identifica con el Reino de Dios, pero que todas ellas no hacen más que reflejar y en cierto modo anticipar la gloria de ese Reino, que esperamos al final de la historia, cuando el Señor vuelva. Pero la espera no podrá ser nunca una excusa para desentenderse de los hombres en su situación personal concreta y en su vida social, nacional e internacional, en la medida en que ésta —sobre todo ahora— condiciona a aquella. Aunque imperfecto y provisional, nada de lo que se puede y debe realizar mediante el esfuerzo solidario de todos y la gracia divina en un momento dado de la historia, para hacer " más humana " la vida de los hombres, se habrá perdido ni habrá sido en vano” (Sollicitudo Rei Socialis SRS 48).

5. “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura”. (Mt 6,33) ¿Qué quiere decir el Señor con estas palabras? ¿En qué consiste este objetivo primordial? ¿Qué hemos de hacer para buscar, en primer lugar, el Reino de Dios?

Conocéis bien la respuesta. Sabéis que para alcanzar la vida eterna es preciso cumplir los mandamientos, es preciso vivir de acuerdo con las enseñanzas de Cristo, que nos son transmitidas continuamente por su Iglesia. Por eso, queridos hermanos, os animo a comportaros siempre como buenos cristianos, a cumplir los mandamientos, a asistir a misa los domingos, a cuidar vuestra formación cristiana acudiendo a las catequesis que vuestros pastores imparten, a confesaros con frecuencia, a trabajar, a ser buenos padres y esposos fieles, a ser buenos hijos. No caigáis en la seducción de los vicios, como el abuso del alcohol, que tantos estragos causa: ni prestéis vuestra colaboración al narcotráfico, causa de la destrucción de tantas personas en el mundo.

6. Y, acompañando ese esfuerzo por vivir cristianamente, habrá también un empeño por mejorar vuestra situación humana en sus más variados aspectos: cultural, económico, social y político. La búsqueda del Reino de Dios incluye también esas nobles realidades humanas. Aquellas palabras del Señor, que ordena a los siervos de la parábola: “Negociad los talentos hasta que vuelva” (Lc 19,13), no pueden ser entendidas en un sentido meramente espiritualista, como si el hombre fuera sólo alma.

Cristo nos previene frente al peligro de trastocar el orden de valores y amar a las criaturas por encima del Creador: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6,24); pero también nos advierte del peligro de la pereza y de la cobardía, del peligro de enterrar en tierra el talento otorgado por el Señor (cf. Ibíd. 25, 25). El desarrollo humano contribuye a la instauración del Reino (Gaudium et ). Y en ese desarrollo, cada uno debe ser protagonista (Populorum progressio, 55).

Deben serlo en primer lugar, aquellos a quienes incumbe una mayor responsabilidad social o posibilidades económicas. Estos han de recordar que son sólo administradores de esos bienes y que deberán dar cuenta de su administración (cf. Lc Lc 16,2).

Han de ser igualmente protagonistas los menos favorecidos. Lo que he escrito en la Encíclica “Sollicitudo Rei Socialis” haciendo referencia a los países (cf. Sollicitudo Rei Socialis SRS 44) , ha de aplicarse también a los individuos: el desarrollo humano exige espíritu de iniciativa por parte de las mismas personas que lo necesitan. Cada uno debe actuar de acuerdo con su propia responsabilidad, sin esperar todo de las estructuras sociales, asistenciales, o políticas, o de la ayuda de otras personas con más posibilidades. “Cada uno debe descubrir y aprovechar lo mejor posible el espacio de su propia libertad. Cada uno debería llegar a ser capaz de iniciativas que respondan a las propias exigencias de la sociedad” (Ibíd.).

Por tanto, queridos hermanos y hermanas, habéis de esforzaros en poner los medios que estén a vuestro alcance sabiendo, por otra parte, que hemos puesto en Dios toda nuestra confianza: “¿Quién de vosotros puede por más que se preocupe, añadir una hora al tiempo de su vida?” (Mt 6,27).

7. Presentes hoy aquí entre nosotros están hermanos y hermanas de Centroamérica que han tenido que abandonar sus lugares de origen a la busca de un refugio y de mejores condiciones de vida. Muchos de ellos se encuentran en situaciones dramáticas debido a la falta de medios, a la inseguridad y a la ansiosa búsqueda de una ubicación adecuada. A ellos quiero repetir unas palabras de mi último Mensaje de Cuaresma para la Iglesia universal: «Nosotros os acompañaremos y os sostendremos en vuestro camino, reconociendo en cada uno de vosotros el rostro de Cristo exiliado y peregrino, recordando cuanto El dijo: “Cuantas veces habéis hecho esto a uno solo de estos pequeños, me lo habéis hecho a mí” (Ibíd. 25, 40)» (Mensaje para la Cuaresma de 1990, n. 5).

Sé que las diócesis mexicanas donde hay campamentos de refugiados están haciendo todo lo posible para organizar su acogida y asistirles en sus necesidades. Este gesto de comunión intereclesial es reconocido y agradecido de modo particular por algunos obispos de Guatemala, que han querido estar presentes junto a sus diocesanos en esta ocasión. Me uno a ellos en su llamado a la solidaridad, a la caridad y a la justicia, para socorrer a tantos hermanos y hermanas que sufren toda clase de privaciones, lejos de sus lugares de origen.

8. Mi mensaje de hoy, amadísimos todos, quiere ser una nueva invitación a la esperanza, a ponernos en manos de Dios, sabiendo que El cuida amorosamente de nosotros. Nos lo dice el Señor en el evangelio de san Mateo que hemos escuchado: “Mirad las aves del cielo, no siembran ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?” (Mt 6,26). Pero ésta ha de ser una esperanza activa y responsable, que lleve también al trabajo y al esfuerzo personal.

784 Esta misma esperanza la expresaba el mensaje de Nuestra Señora de Guadalupe a Juan Diego, para infundirle confianza y fortaleza en la misión que le encomendaba: “ Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige; no se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad ni otra enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo?” (Nicán Mopohua).

Como Juan Diego, hijo predilecto de la tierra mexicana a quien he tenido el gozo de declarar beato, también vosotros encontraréis en la Virgen de Guadalupe el consuelo en el dolor y la fortaleza cristiana para superar las dificultades.

Con un grito de esperanza nos dice aún el profeta: “ ¡Aclamad, cielos y exulta tierra! Prorrumpan los montes en gritos de alegría, pues el Señor ha consolado a su pueblo, y de sus pobres se ha compadecido ” (
Is 49,13).

Ahora quiero dirigir un saludo en idioma tzotzil:

Chiítlao amteletíc ta osíl, li Cajbaltiqué chas caníc, cuchaál tij amteletíc yuuné “sventa ti balumilé ti ta jún teclumé” (Mt 5,13). “ Bataníc ta sjoyléc balumíl alíc li schul mantalé sventa scotol ti crishchanoé” (Mc 16,15).

(Hermanos campesinos e indígenas: Jesús os quiere, como a todos sus discípulos “sal de la tierra y luz del mundo”. “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a todos los hombres”)

. También saludo en idioma zoque: Atzídam nasniyosatyambabáis yaquiitaubáis, Papais schundámba wjumtam jomojabá wanjamgukiánjins tzápsojuse te Mansanóre chácpa ema te kipkúy ne kionatzoyúse te wit te itcujin; itúba wábá mi kipsokiújin y ñostambabais te ñoskuñasómo te is Istcúshe. Otzi mi namatiaguetarítzi mitam: ¡Mina yoki, Komi, mina yoki!

(Hermanos campesinos e indígenas: El Papa os quiere a todos llenos de fe, difundiendo el Evangelio, haciendo a un lado la violencia, respetando la vida de la naturaleza, pero conscientes de su dignidad de trabajadores en el campo de su Reino. Con vosotros exclamo: ¡Ven Señor Jesús!).

VIAJE APOSTÓLICO A MÉXICO Y CURAÇAO

SANTA MISA PARA LOS FIELES DE LA DIÓCESIS DE TABASCO



Villahermosa, México

Viernes 11 de mayo de 1990




“Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo” (Ep 4,5).

785 1. El apóstol de los Gentiles, prisionero en Roma, nos exhorta a conservar solícitamente la unidad de la Iglesia. El mismo es testigo heroico de esa unidad, que es don y gracia del Espíritu Santo; esa unidad tan querida por Cristo y por la cual pedía al Padre: “que todos sean uno..., para que el mundo crea” (Jn 17,21).

Por eso san Pablo nos apremia a “conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a la que habéis sido llamados” (Ep 4,3-4).

Sí, Cristo es uno: “ un solo Señor ”; y, por tanto, tenemos “una sola fe, un solo bautismo” (Ibíd. 4, 5). Cristo es uno; y uno solo es también el Espíritu, que actúa en los corazones, edificando el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Por tanto, también la Iglesia es una sola. Esta unidad eclesial proviene de la unidad de Dios y la debe encarnar en el mundo. En efecto, hay “un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo” (Ep 4,6).

2. Evocando este misterio de la Iglesia en el que estamos unidos, me es grato saludar a todos y cada uno de vosotros; en primer lugar al señor obispo de Tabasco, monseñor Rafael García González y a los amados obispos de esta provincia eclesiástica de Yucatán. En sus estimadas y veneradas personas y en las de cuantos estáis aquí presentes —presbíteros y diáconos, religiosos y religiosas, hombres y mujeres cristianos de toda condición— saludo a todos los fieles de las poblaciones de Tabasco y de la península de Yucatán.

La historia de vuestra comunidad se ve enriquecida por esa unidad eclesial. En ella ha estado presente el amor hacia todos, y especialmente hacia los pobres, que animó la vida del venerable Leonardo Castellanos, el obispo pobre. En ella se fraguó la entrega del indio Gabriel García que dio su vida por la fe. Desde ella se ha impulsado el crecimiento de la Iglesia en esta región. Una realidad que no es sólo un pasado, sino que ahora se dispone a renovarse, con la ayuda del Espíritu Santo, a través del Sínodo pastoral diocesano, para afrontar el camino que tiene por delante.

Ante esta alentadora realidad, deseo dirigir un particular saludo a los queridos chontales y choles:

Kiitzonlop aj chontalop: Q’Papla uyolin k’en aj chontalop uchen u etzen y ejemplo aj antibalop kaama Gabriel García uy’ki u vida por u fe; che’ uchen aj chontalop che miclop por u fe.

(Hermanos chontales: el Papa os quiere mucho y os anima a seguir el ejemplo de vuestro antepasado el indio Gabriel García, quien dió su vida por la fe. Así también los chontales han de ser fieles en su fe).

Bajche’ añetla kermañujo’ choles. Tiuli kula’ añetla ucbu la lumal ti’ Tabasco com joñon mi aña’ tiala’ pa’milil cha’ añ mi ashik labu la sumbal ti Sínodo.

(¿Cómo estáis, hermanos choles? He venido a visitaros aquí en Tabasco. Quiero que os deis cuenta de la importancia que tiene para vosotros seguir caminando en el Sínodo Diocesano).

3. Aquí en Villahermosa, meditamos hoy con profunda alegría sobre el misterio de la Iglesia, que ha sido instituida una sola por Cristo. Es una, porque expresa la unidad de Dios mismo, la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (cf. Lumen gentium LG 4). Es una porque realiza la obra salvífica de Dios Uno y Trino. La obra redentora de Cristo se extiende a todos los hombres y pueblos para llevarlos a la unidad de Dios.

786 Hoy meditamos este misterio y elevamos a Dios nuestras fervientes plegarias por la unidad de la Iglesia. En nuestra oración volvemos con nuestra mirada al Cenáculo de Jerusalén. Allí los Apóstoles “perseveraban unánimes en la oración, con María la Madre de Jesús” (Ac 1,14). Con la oración se preparaban para el momento de Pentecostés. Allí la Iglesia, nacida del costado abierto de Cristo en la cruz, se manifestará ante el mundo con la fuerza del Espíritu de Verdad, dando testimonio de esa unidad divina.

En nuestras oraciones por la unidad de la Iglesia en el mundo, por la unidad de la Iglesia en México, recurrimos de modo especial a la intercesión de María, Madre de la Iglesia. A Ella imploramos que los cristianos lleguen a ser una sola cosa con Cristo en la Iglesia, para que, santificados así en la fidelidad por el Espíritu vivificador, “tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu” (Lumen gentium LG 4). Y ¿a quién podemos encomendar esta unidad, sino a la Madre de Dios? Efectivamente, se trata de la unidad de todos nosotros con Cristo, como “los sarmientos con la vid”(cf. Jn Jn 15,1).

4. Hermanos míos: al considerar este misterio, tenemos presente el hecho doloroso de que algunos han roto ese vínculo de unidad salvífica, uniéndose a las sectas; y a otros les asaltan dudas y vacilaciones por falta de fe.

Todo esto ha de constituir una llamada a reavivar vuestra unión con Cristo en la Iglesia, sintiendo como propia la responsabilidad de sostener a los que vacilan y de recuperar a los alejados o indiferentes. No hay que ahorrar esfuerzos con el fin de dar un testimonio concorde de unidad. Asimismo hay que procurar que ese vínculo de unión con Cristo aliente una vida cristiana verdaderamente centrada en El.

Ninguno de vosotros, ningún católico de México, puede considerarse ajeno a esta responsabilidad. Y, si respondéis con generosidad y firmeza tendrá lugar un nuevo crecimiento, una renovada vitalidad de la Iglesia en vuestras comunidades.

5. Estas exigencias que provienen de acendrados sentimientos de comunión en la verdad y en la caridad, os han de estimular para renovar vuestra unidad en Cristo, como el sarmiento está unido a la vid. Se os pide, sobre todo, que deis fruto como el Señor espera.¿Y en qué consiste este dar fruto? La respuesta se puede resumir así: en amar a los hermanos abnegadamente, hasta las últimas consecuencias, como Jesús nos amó en la cruz.

Toda actividad, el trabajo y el descanso, la vida familiar y social, el ejercicio de vuestras responsabilidades políticas, culturales, económicas han de tener como nervio esa actitud de amor y de servicio (cf. Lumen gentium LG 10). Viviendo así, vuestro corazón quedará transformado en un altar (cf. San Agustín, De Civitate Dei, X, 3) para ofrecer sacrificios gratos a Dios por mediación de Jesucristo. A la vez, seréis portadores de paz y de reconciliación. Allí donde un cristiano se esfuerza en amar como Cristo, se crea un clima de cordialidad, de afecto, de comprensión, de búsqueda serena y eficaz de la solidaridad y de la justicia.

6. En este proceso de crecimiento hacia la unidad querida por Cristo se va mostrando la naturaleza de la Iglesia como una comunión, donde reina la fraternidad y al mismo tiempo se da en ella una diversidad de ministerios. (cf. 1Co 1Co 12,5)

La Iglesia, porque participa de la vida divina de la Trinidad, es un misterio de comunión que debe manifestarse en el ámbito de cada comunidad eclesial. Esta comunión se fundamenta en la unidad de la fe, la esperanza y el amor cristianos, recibidos en el bautismo. Se refuerza constantemente por la participación en la eucaristía, como expresión máxima de la unidad de la Iglesia. Se renueva por el sacramento de la conversión o penitencia, que nos reconcilia con Dios y con los hermanos. Se concretiza al compartir los propios bienes y mediante la disponibilidad personal. Al mismo tiempo, esta comunión eclesial está llamada a ser fermento de reconciliación y de paz entre los hermanos, en medio de los cuales actúa movida por el Espíritu Santo.

7. Esta misma comunión, en cada Iglesia local, está presidida por el obispo, unido al Papa como Obispo de Roma y Sucesor de Pedro. El Papa, a su vez, es el centro de la colegialidad o comunión episcopal, ya que está a la cabeza de la Iglesia que “preside en la caridad” (San Ignacio de Antioquía, Ad Romanos).

Al mismo tiempo, esta comunión se verifica en la Iglesia a través de sus variadas comunidades presididas por los presbíteros, los cuales, como cooperadores inmediatos de los obispos, participan de su solicitud pastoral al servicio del pueblo (cf. Lumen gentium LG 28). El sacerdote, revestido de entrañas de misericordia ante toda miseria humana, ha de estar disponible sobre todo para los que sufren. De este modo, la Iglesia se podrá presentar ante el mundo como “un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando” («Prex eucharistica» V/b..

787 8. Al evocar el gran valor y el gran don de la unidad, vienen a mi mente aquellas personas que se han alejado de la Iglesia católica. A ellos me dirijo ahora, con toda la ansiedad de mi alma.

Quisiera encontraros uno por uno para deciros: ¡regresad al seno de la Iglesia, vuestra Madre!

La Virgen de Guadalupe, con su “mirada compasiva”, ha querido mostraros a su Hijo, el “verdaderísimo Dios por quien se vive”; lo ha ensalzado “al ponerlo de manifiesto con todo su amor personal” (cf. Nicán Mopohua, 26-28).

Bien asentado en el corazón tenéis este convencimiento: Ella no os ha podido engañar. Siempre ha estado a vuestro lado en todas las contingencias de vuestra vida; y os ha escuchado en todas vuestras necesidades.

Quizás, como sucedió a Juan Diego, alguna preocupación espiritual y material a la vez, os haya llevado a esquivar el encuentro con la Santísima Virgen, a alejaros de Ella (cf. Ibíd.94-103). Es posible que os hayáis quedado solos con esa preocupación, pensando que acercarse a Dios depende, antes que nada, del propio esfuerzo. Incluso habéis podido creer que para alcanzar el bienestar económico hay que dejar de lado la fe católica. Y a estos motivos se podrían añadir otros muchos, como el sentiros más acogidos en un grupo pequeño, de gente conocida y que se ayuda mutuamente.

Pues bien; os invito fervientemente a considerar todo eso ante la Virgen de Guadalupe. Sentid que Ella como a Juan Diego os ayuda en todas vuestras preocupaciones y ansiedades, y hoy os repite: “¿No estoy Yo, que soy tu Madre?” (Ibíd. 19).

¡Volved, pues, sin miedo! La Iglesia os espera con los brazos abiertos para reencontraros con Cristo. Nada haría más feliz el corazón del Papa, en este viaje pastoral a México, que el retorno al seno de la Iglesia de aquellos que se han alejado.

¡Que Cristo os ilumine y os mueva a la conversión!

9. “El Señor es mi Pastor, nada me falta” (
Ps 22 [21], 1). Estas confortadoras palabras del salmo nos hacen contemplar la imagen de Cristo, Buen Pastor, así como su solicitud constante por todos, por cada una y cada uno de nosotros.

Seguir al Buen Pastor significa también estar unidos a la vid verdadera. En efecto, el Buen Pastor, Cristo, no sólo desea que le sigamos, sino también que permanezcamos unidos a El, como el sarmiento que, permaneciendo en la vid, da fruto. Cristo, el Buen Pastor, quiere que demos fruto, mucho fruto. Por eso quiere que permanezcamos en El como miembros de su Cuerpo que es la Iglesia. Y si el Buen Pastor busca a cada oveja perdida, lo hace para protegerla de los peligros y al mismo tiempo para que no se separe de la vid vivificante.

10. ¡Madre del Buen Pastor! Tú que perseveras en la oración con los Apóstoles y con toda la Iglesia, obtén que todos tus hijos e hijas de México permanezcan siempre fieles a Cristo en su Iglesia: Una, Santa, Católica y Apostólica.

788 Que se comporten siempre de manera digna de la vocación a la que han sido llamados, y así, cada uno, “a la medida del don de Cristo” (Ep 4,1 Ep 4,7), contribuya a esta unidad del Cuerpo que es constituida por el Espíritu de la Verdad. En esa Verdad que nos une, está la esperanza de la vida eterna: la vida eterna en Dios. Amén.

VIAJE APOSTÓLICO A MÉXICO Y CURAÇAO

SANTA MISA PARA LOS CAMPESINOS, LOS MINEROS Y LOS EMIGRANTES



Zacatecas (México)

Sábado 12 de mayo de 1990



“¿No es éste el carpintero, el hijo de María?” (Mc 6,3).

1. Esta era la pregunta que se hacía la gente de Nazaret cuando Jesús comenzó a enseñar, un sábado, allí mismo en su tierra. Mientras Jesús cumplía su misión mesiánica, «la multitud, al oírle quedaba maravillada y decía: “¿De dónde le viene esto? Y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María...?”» (Ibíd. 6, 23)

.Sí, es cierto, Jesucristo, el Hijo Unigénito del Padre eterno que ha revelado la sabiduría divina a través de sus propias palabras, que ha revelado la potencia de Dios por medio de sus obras, ¡era el carpintero, nacido de María! De esta manera, el Hijo de Dios quiso hacerse semejante a todos los trabajadores, a vosotros, queridos hermanos y hermanas, que transcurrís vuestros días dedicados a un trabajo duro y fatigoso.

El Hijo de Dios, ocupándose durante la mayor parte de su vida terrena, día tras día, en un trabajo manual, pone de manifiesto la gran dignidad del trabajo humano. Puede decirse, de algún modo, que éste es el primer evangelio que Cristo predica.

2. El Papa desea dirigirse hoy en particular a los trabajadores: a los campesinos, a los mineros, a todos los que con su actividad laboral son la base y el fundamento de la vida social del Estado de Zacatecas y a todos los que con su sudor cooperan cada día en la construcción de la República Mexicana. Saludo también a quienes os siguen siempre con especial afecto: al señor obispo monseñor Javier Lozano Barragán, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas. Mi saludo va asimismo a las autoridades y a todas las familias, a los pobladores de esta región y a los habitantes de esta hermosa ciudad de Zacatecas. Un poeta nacido en estas tierras deseaba que el Papa pudiera escuchar las campanas de la catedral: ya las he oído con gozo, como he oído también vuestros cantos llenos de alegría. Saludo igualmente a los venidos de diócesis vecinas como Guadalajara, San Luis Potosí, León, Querétaro, Celaya, Autlán, Ciudad Guzmán, Tepic y otras. A todos dirijo mi saludo entrañable colmado por el gozo de sentirnos íntimamente unidos en la fe y en el amor.

Quiero recordar también a quienes, por diversas circunstancias, han debido emigrar de esta tierra, viéndose obligados a buscar en otra su sustento. También Jesús, como muchos de vosotros o de vuestros compatriotas, hubo de emigrar de su tierra, siendo todavía niño, para huir de la injusta persecución de Herodes. Sí, el Señor sufrió también la injusticia de tener que abandonar su tierra.

3. “Era necesario anunciaros a vosotros en primer lugar la Palabra de Dios” (Ac 13,46), hemos escuchado en la primera lectura de nuestra celebración eucarística.

Al igual que los Apóstoles en aquellos tiempos, la Iglesia de nuestros días es consciente de este deber. Es necesario proclamar la palabra de Dios a todos los hombres, porque Cristo, enviado del Padre, vino para ser luz del mundo, para llevar la salvación hasta los confines de la tierra (cf. Hch Ac 13,47).

789 En una época como la nuestra, marcada profundamente por el dinamismo del trabajo humano, la Iglesia siente la urgente necesidad de proclamar la palabra de Dios, el evangelio, de modo particular a los hombres del trabajo y precisamente sobre el tema del trabajo.Los tiempos actuales reclaman de manera apremiante que siga anunciándose “el evangelio del trabajo”.

La Iglesia, atenta siempre a los signos de los tiempos, no ha dejado de anunciar el mensaje evangélico sobre el trabajo y los problemas relacionados con él. Por esto mismo, el Papa quiere hoy invitar a todos a acoger con alegría la palabra de Dios, el evangelio del trabajo, a redescubrir en Cristo, al Hijo de Dios, el carpintero, como modelo de vuestras vidas de trabajadores cristianos.

4. Como Pastor de la Iglesia universal vengo a visitaros, queridísimos hermanos y hermanas, para traeros un mensaje de esperanza, un llamado a construir una sociedad fundada en el amor, en la solidaridad, en la justicia. Al veros aquí, campesinos, mineros, hombres y mujeres del mundo del trabajo, mi corazón se eleva en acción de gracias por el don de la fe que, como gran tesoro supieron cultivar vuestros antepasados y que vosotros tratáis de encarnar en vuestras vidas y transmitir a vuestros hijos. Vienen a mi mente y a mi corazón aquellas palabras de Jesús: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios y prudentes y se las has revelado a pequeños” (
Mt 11,25). Hoy, en Zacatecas, entre vosotros, esta plegaria del Señor resuena con tono vibrante porque a los sencillos de corazón ha querido Dios manifestar las riquezas de su Reino.

Vosotros, campesinos, cumplís cabalmente el mandato del Señor de cultivar la tierra para que produzca los alimentos necesarios al sustento de todos. ¡Cuántos de vosotros pasáis toda la vida sometidos al duro trabajo del campo, recibiendo quizás salarios insuficientes, sin la esperanza de conseguir un día un pedazo de tierra en propiedad, con problemas de vivienda, de inseguridad social, preocupados por el porvenir de vuestros hijos! Y los que sois pequeños propietarios, ¡cuántas dificultades debéis de afrontar para obtener créditos suficientes con intereses moderados, cuántos riesgos hasta llevar la cosecha a buen término, cuántas dificultades para conseguir una mejor capacitación agrícola!

Ante este panorama, a muchos asalta la tentación seductora de marcharse a la ciudad donde, por desgracia, se verán obligados a aceptar condiciones de vida todavía mas deshumanizantes.

La solución a los nuevos problemas del campo requiere la colaboración solidaria de todos los sectores de la sociedad. Hoy el trabajo agrícola está vinculado a la comercialización de los productos, a su adecuada distribución, a los mecanismos económicos y jurídicos que deciden la política comercial a nivel nacional e internacional. Mas, no es justo que intereses de grupos, no tengan en cuenta las exigencias del bien común ni las necesidades cada día mas insoslayables de los campesinos, y pongan la ganancia a toda costa como única meta a conseguir.

5. Vosotros, mineros, lleváis las marcas de la dureza de la mina de donde extraéis los minerales que durante siglos han sido fuente de riqueza para México. En vuestros semblantes se dejan traslucir las señales de la soledad, de la fatiga, de las privaciones propias de una vida austera que ha forjado en vosotros un temple recio, capaz de resistir al cansancio, al sufrimiento y a la adversidad.

Conozco las dificultades de vuestra situación actual y quiero aseguraros que la Iglesia, como Madre solícita de todos, os acompaña en vuestras legítimas aspiraciones. Como ya indiqué en mi Encíclica sobre el trabajo humano «la Iglesia está vivamente comprometida en esta causa, porque la considera como su misión, su servicio, como la verificación de su fidelidad a Cristo, para ser verdaderamente la “Iglesia de los pobres”» (Laborem exercens LE 8).

Sed vosotros mismos, queridos trabajadores, asistidos siempre por vuestra fe en Dios y por vuestra honradez, por vuestro esfuerzo colectivo y apoyándoos en adecuadas formas de asociación para defender vuestros derechos, los artífices incansables de un desarrollo integral, que tenga el sello de vuestra propia humanidad y de vuestra concepción cristiana de la vida.

Los valores y actitudes del hombre del campo, de la mina, como son la sabiduría característica de quien está en contacto con la naturaleza, la capacidad de ser agradecidos y de compartir con los demás, la sencillez de vuestras costumbres, la piedad popular, especialmente, vuestra acendrada devoción a la Santísima Virgen, el amor a la familia, y el sentido transcendente de la vida son un tesoro que habéis de conservar y hacer fructificar en bien de toda la comunidad nacional.
Especialmente a lo largo de este último siglo, cuando más acuciantes se han hecho los problemas laborales, la Iglesia ha dejado oír su voz con insistencia, bien para denunciar la injusta degradación a la que en tantas ocasiones se ven sometidos los trabajadores, bien para proclamar la dignidad y el valor de todo trabajo humano. La Iglesia, también cuando habla sobre el trabajo humano, no cesa de proclamar la palabra de Dios.

790 6. El evangelio del trabajo nos enseña que cualquier labor humana, por difíciles que sean las circunstancias en que se realice, puede y debe ser fuente de progreso social y de maduración personal. Sí, vuestro trabajo, en el campo o en la mina, cualquier ocupación humana honesta, puede y debe ser ocasión para alabar a Dios y encontrar a Cristo. Sí, el trabajo debe ser instrumento de vuestro desarrollo humano y sobrenatural. Es el medio habitual que el hombre tiene para forjar también su destino eterno. Esta es la gran dignidad del trabajo humano.

El cristiano ha de contemplar con los ojos de la fe su propio trabajo. En él puede descubrir un horizonte de grandeza para la propia vida; a medida que pongáis en práctica el evangelio, comprenderéis que vuestra tarea habitual, en el campo, en la mina, allá donde desarrolléis vuestra actividad laboral, os conduce a la plenitud de vuestro existir cuando sabéis convertirla en ofrenda grata a Dios.

¡Haceos imitadores de Cristo! El es la luz para las naciones (cf. Hch
Ac 13,47). Jesús de Nazaret, el carpintero, ilumina con su vida de trabajo vuestra vida de trabajadores cristianos. Vosotros, hombres y mujeres del mundo laboral, iluminad también vuestro ambiente de trabajo con la luz de Cristo y divulgad con vuestras vidas la palabra de Dios.

7. ¡Acoged el evangelio del trabajo! Sólo así sabréis afrontar las dificultades con espíritu cristiano, con decisión y valentía, esforzándoos por encontrar las soluciones mejores a los diversos problemas laborales. Con la valentía propia del cristiano que, sin admitir odios ni venganzas, sabe ser fuerte para cumplir cabalmente sus deberes y exigir el cabal cumplimiento de sus derechos. Con valentía cristiana, que no acepta el pesimismo ni la desesperanza; que impide refugiarse en el consuelo fácil de los placeres efímeros, como el alcohol, o la droga; que no recurre a falsas soluciones, cuyo único efecto es destruir la dignidad humana como la prostitución, la delincuencia o la complicidad con la corrupción; que rechaza cualquier ofrecimiento que implique colaborar en la difusión del mal para asegurarse una mejor posición económica.

Sabréis también de este modo, afrontar las dificultades laborales con sentido de responsabilidad, conscientes de que el presente y el futuro de vuestra Patria está también en vuestras manos y depende de vuestro trabajo. Vuestra tierra os pide un esfuerzo generoso, decidido, lleno de sana ambición para el momento actual y para el futuro.

8. “Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos, él será para nosotros pan de vida”(Lit. Euchar., Offertorium) .

Con estas palabras alaba la Iglesia a Dios cada día en la liturgia eucarística, ofreciéndole el pan y el vino, fruto de la tierra, fruto de la vid, y del trabajo del hombre. Así la Iglesia presenta cada día a Dios el trabajo humano, el trabajo físico o intelectual, para que el Señor lo acoja junto con el sacrifico redentor el trabajo divino de su Hijo Jesucristo. El trabajo humano, al prolongar la obra creadora de Dios, unido al sacrificio de Cristo, es convertido por El en fuente de vida eterna.

“Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas”. Son palabras de la liturgia de hoy. Ciertamente Dios ha hecho maravillas, destinándolas a todos los hombres. Por eso todos nosotros hemos de cantar al Señor. Y hemos de cantar un cántico nuevo, el canto de nuestro trabajo que presenta a Dios los dones recibidos de sus manos, transformados por nuestro esfuerzo.

“Cantad al Señor un cántico nuevo” (Ps 97 [96], 1).

Con vuestro trabajo diario, ¡cantad al Señor!

Desde el campo, desde la mina, con vuestro esfuerzo, con vuestro sudor, con vuestra vida de trabajo sacrificada y alegre, ¡cantad al Señor!

791 Con vuestra vida entera de campesinos cristianos, de mineros cristianos, de emigrantes cristianos, ¡cantad al Señor!

¡Alabad al Señor con vuestras vidas todos los trabajadores mexicanos!

9. “¿No es éste el carpintero, el hijo de María?” (
Mc 6,3).

Sí, Jesús, aquel carpintero de Nazaret, es el hijo de María. Para vosotros, trabajadoras y trabajadores de México, María es también vuestra Madre.

Que desde sus santuarios, y particularmente desde su sede de Guadalupe, María vele sobre el trabajo de todos sus hijos e hijas mexicanos. Que Ella os acerque, a vosotros y vuestro trabajo, a su Hijo, el Carpintero. Este Carpintero de Nazaret es el Redentor del hombre. El es el Salvador del mundo.

B. Juan Pablo II Homilías 781