B. Juan Pablo II Homilías 791


VIAJE APOSTÓLICO A MÉXICO Y CURAÇAO

SANTA MISA PARA LOS FIELES DE LA DIÓCESIS

EN EL ESTADIO DEL «SENTRO DEPORTIVO KORSOU»




Willemstad (Antillas Holandesas)

Domingo 13 de mayo de 1990



Queridos hermanos y hermanas:

1. Me siento feliz de estar con vosotros en esta bendita Isla, cruce de caminos y de culturas. Como toda tierra abierta al mar y a la comunicación con otros pueblos, la vuestra se encuentra en situación privilegiada, abierta a todos los horizontes, lo cual os hace más sensibles a los problemas del hombre, de la naturaleza, del más allá.

Doy gracias a Dios porque en esta nueva peregrinación a América Latina me ha permitido venir a visitaros y expresar así todo el afecto que siento por vosotros como hijos de la Iglesia católica y ciudadanos de la bella Curaçao. Saludo con un abrazo fraterno a vuestro obispo, monseñor Willem Michel Ellis y a los demás hermanos en el episcopado, cardenales y obispos aquí presentes, así como a los sacerdotes, religiosos, religiosas y a todos los amadísimos fieles de esta hermosa tierra donde la semilla del Evangelio ha sido particularmente fecundada. Mi cordial saludo se dirige a las autoridades que nos acompañan.

2. En nuestra celebración eucarística acaba de resonar la palabra del mismo Cristo que, hoy como ayer, sigue diciéndonos: “ Yo soy el camino, la verdad y la vida ” (Jn 14,6). Su voz es siempre actual, porque El vive resucitado y presente entre nosotros. Sus palabras nos infunden luz y esperanza para seguir el camino de la vida. En efecto, Dios nuestro Padre, por medio de su Hijo Jesucristo y en el Espíritu Santo, “ movido de amor, habla a los hombres como a amigos ” (Dei Verbum DV 2).

792 La liturgia de este tiempo pascual nos introduce frecuentemente en el Cenáculo donde Jesús, la víspera de su pasión y muerte, tuvo su último coloquio con los Apóstoles. En el contexto de este coloquio encontramos una pregunta del Apóstol Felipe que es, al mismo tiempo, una oración: - “ Señor, muéstranos al Padre y nos basta ” (Jn 14,8).

Esta pregunta y plegaria del Apóstol nos sirven como de clave para conocer lo que en aquellos momentos estaban pensando los Apóstoles.

La respuesta de Jesús elimina toda duda y les abre el camino para descubrir su misterio y su mensaje: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14,9).

Cristo es la revelación personal de Dios. No solamente nos habla de Dios, su Padre, sino que se nos presenta como la revelación plena del Padre. Jesús es Hijo de Dios, el Verbo o palabra viva y personal del Padre, hecha carne por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María.

Jesucristo, como Hijo de Dios y Redentor nuestro, es el Camino que nos conduce al Padre, para introducirnos y hacernos partícipes del mismo misterio de Dios Amor, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Sólo a partir de este misterio de Amor podremos comprender el misterio del hombre nuestro hermano.

El camino por el cual Cristo nos conduce al Padre pasa a través de todo lo que El mismo hace y dice. Es decir, pasa por el evangelio, que es su palabra viva y siempre actual. Pasa principalmente a través de todo lo que Cristo es: nuestra Pascua, nuestro “ paso ” de la Cruz a la Resurrección, nuestro paso a la Verdad y a la Vida, que es el mismo Dios. “ Nadie va al Padre sino por mí ”(Jn 14,6).

3. Aquí y ahora, como hace veinte siglos, Jesucristo sigue diciendo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). Queridos hermanos y hermanas, el Señor es el único camino que nos conduce a la verdadera vida, a la felicidad eterna, a la verdad inmutable. Nuestras aspiraciones a un mundo mejor, donde reine la justicia y la paz, sólo encontrarán su realización plena en Cristo resucitado, porque El es “la clave, el centro y el fin de toda la historia humana” (Gaudium et spes GS 10). La construcción de un mundo donde reine el amor y la concordia comienza en cada corazón humano, cuando en él se hacen vida los criterios, la escala de valores y las actitudes evangélicas del Señor.

Como nos enseña el Concilio Vaticano II, sólo “Cristo..., manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación” (Gaudium et spes GS 22).

Nuestros deseos de bienestar y felicidad sólo serán satisfechos de verdad cuando las personas, las familias y la sociedad entera vivan según el mandamiento del amor. La persona, la familia y la sociedad no serán plenamente humanas si limitan sus aspiraciones a sólo poseer, consumir y disfrutar, pues, “ el hombre..., no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás ” (Gaudium et spes GS 24).

Como afirma el Concilio Vaticano II, los cristianos queremos ser constructores de “ un nuevo humanismo, en el que el hombre queda definido principalmente por la responsabilidad hacia sus hermanos y ante la historia ” (Gaudium et spes GS 55).

4. El Señor, que es la “ piedra viva ”, como nos acaba de recordar san Pedro en la primera lectura de esta celebración, se dirige esta tarde a vosotros que debéis ser “ piedras vivas, ...en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo ” (1P 2,4 1P 2,5).

793 El anuncio de la Palabra de Dios hace surgir generación tras generación, nuevas “ piedras vivas ”, con las cuales se construye el pueblo de Dios que es la Iglesia. Conscientes de que sois miembros vivos de la Iglesia de Cristo, os invito pues a dar testimonio de vuestra vitalidad cristiana y a ser un lazo de unión con tantas personas que pasan por vuestra tierra, buscando descanso, hospitalidad, trabajo, de manera que vuestra vida sea un testimonio permanente del evangelio.

¿Cómo no agradecer al Señor la fe recibida y todos los demás bienes materiales, culturales y espirituales con que os ha bendecido? Pero el mejor modo de agradecer a Dios sus bienes es éste: ser testigos y apóstoles del evangelio. Efectivamente, como nos lo recuerda el Concilio “la Iglesia es toda ella misionera y la obra de la evangelización es deber fundamental del pueblo de Dios” (Ad Gentes
AGD 35).

En el contacto con las gentes que pasan algún tiempo entre vosotros por turismo, negocios o trabajo, podréis observar que “el mundo, a pesar de los innumerables signos de rechazo de Dios, lo busca sin embargo por caminos insospechados y siente dolorosamente su necesidad” (Evangelii Nuntiandi EN 76).

En las diversas formas de contacto encontraréis cómo cumplir vuestro deber de cristianos, puesto que por vuestra manera de vivir y compartir, estas mismas gentes deberán ver en vosotros los testigos de Dios Amor; pues a vosotros también van dirigidas estas palabras del Concilio: “La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia” (Gaudium et spes GS 1).

5. El mensaje evangélico, que es la base para construir un mundo mejor, debe vivirse principalmente en la familia cristiana. Esta comunidad de Curaçao, en unión con sus pastores, ha escogido como lema de la visita del Papa “ Un mihó mundo mañan ku mas famia Kristian! ”, indicando así una de vuestras prioridades en la edificación del Reino de Dios. En efecto, en el hogar familiar es donde comienza a construirse un mundo mejor. Esto sólo es posible cuando la familia se considera no como simple cohabitación, sino como “ íntima comunidad conyugal de vida y amor ” (Gaudium et spes GS 48). Pues la familia recibe la gran “misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa” (Familiaris Consortio FC 17).

En el marco propio de la acción evangelizadora, los esposos cristianos han de sentirse llamados a una mayor santidad de vida en fidelidad a las enseñanzas de la Iglesia. Pero, en contraste con éstas, comprobamos en nuestros días una serie de males que aquejan a la institución familiar, como son las uniones ilícitas no santificadas por el sacramento del matrimonio, la disgregación de la vida familiar por el divorcio, la infidelidad y el abandono del hogar y de los hijos, la violación del derecho a la vida por el aborto y la exclusión de la fecundidad. Todo ello se ve fomentado por una mentalidad materialista y consumista, así como por la corrupción y la pornografía desafiante.

Amados en el Señor, deseo deciros esto en vuestra lengua nativa: Ta necesario pa evangeliza familia, pa berdaderamente e sea un comunidad di bida y di amor poniendo un fundeshi solido pa un mundo nobo.

“Futuro di humanidad ta ser construi den familia” (Familiaris Consortio FC 86). Futuro di Iglesia ta ser construi den familianan caminda ta biba y ta transmiti Evangelio, pasobra henter familia Kristian mester bira evangelizador di otro familianan.

Principalmente boso, tata y mamanan Kristian hunto cu boso yiunan tin e deber di anuncia cu alegria y conviccion e “ bon nobo ” tocante di familia, como fundeshi di sociedad y como “ Iglesia domestica ” (Lumen gentium LG 11).

(Es necesario evangelizar a la familia, para que sea de veras comunidad de vida y de amor, poniendo así los sólidos fundamentos de un mundo nuevo. “¡El futuro de la humanidad se fragua en la familia!” El futuro de la Iglesia se fragua en las familias donde se viva y se transmita el evangelio, porque toda familia cristiana tiene que convertirse en evangelizadora de las demás familias. A vosotros, principalmente, padres y madres cristianos, juntamente con vuestros hijos, os toca anunciar con alegría y convicción la “ buena nueva ” sobre la familia, como fundamento de la sociedad y como “Iglesia doméstica”).

6. La presencia de tantos jóvenes en este “ Sentro Deportivo Korsou ” es ya motivo de esperanza en el advenimiento del mundo mejor que todos deseamos. ¡Queridos jóvenes, a quienes llevo siempre en mi corazón! Vivid ilusionados en seguir a Cristo. No os dejéis arrebatar por nada ni por nadie vuestra confianza en El, y vuestro entusiasmo por construir un mundo nuevo, donde reine la generosidad y el amor. En vuestro corazón sentís continuamente las ansias de verdad y de vida. Jesucristo es el único camino y es, al mismo tiempo, la suprema verdad y la verdadera vida.

794 Joven de Curaçao, participa en la incansable tarea de anunciar el evangelio. Estás llamado a ser un apasionado buscador de la verdad, de ideales altos y nobles. No caigas en la apatía, en la indiferencia, en el desánimo. El Señor está contigo. Sé, pues, protagonista en la construcción de una sociedad más justa, más sana y más fraterna.

7. Quiero ahora dirigir mi palabra llena de afecto a las personas consagradas. Me parece ver en vosotros el signo actual del amor de Cristo. Toda vuestra vida consagrada, por ser desposorio con Cristo, es “como señal y estímulo de la caridad y como un manantial extraordinario de espiritual fecundidad en el mundo” (Lumen gentium
LG 42). Que sigáis siendo fieles a las esperanzas que tiene puestas en vosotros la Iglesia. Sentíos profundamente amados por Cristo. Solamente convencidos de esto os sentiréis con fuerzas para amar y para hacer amar a Cristo y a la Iglesia su esposa. De este modo, vuestro amor esponsal a Cristo “se convierte también en amor por la Iglesia como Cuerpo de Cristo, por la Iglesia como pueblo de Dios, por la Iglesia que es a la vez Esposa y Madre” (Redemptoris Donum, 15).

A los queridos sacerdotes y a los futuros sacerdotes, os aliento a que sigáis fieles a vuestra vocación de ser “signo sacramental de Cristo pastor y Cabeza de la Iglesia” (Puebla, 659). Con el “ gozo pascual ”, que deriva de una vida inmolada como “ máximo testimonio del amor ” (Presbyterorum Ordinis PO 11), podréis ser presencia y transparencia de Cristo, “ camino, verdad y vida ” para la familia cristiana, para los laicos, para los trabajadores, para los jóvenes, para las personas consagradas y para todo el pueblo de Dios. Cristo os necesita para llegar a los enfermos, a los pobres, a los alejados y a todos los que han comenzado a buscarle.

8. En la celebración litúrgica de hoy, escuchando la palabra de Dios, nos hemos acercado a Cristo que es la piedra angular, como nos lo ha recordado san Pedro citando al profeta Isaías: “He aquí que coloco en Sión una piedra angular, elegida, preciosa y el que crea en ella no será confundido” (1P 2,6 cf. Is 28,16). Hay que aceptar esta piedra angular, que es Cristo, y no desecharla en la construcción de la vida humana aquí en la tierra.

Antes de terminar, y en el marco del V Centenario de la llegada del Evangelio al Nuevo Mundo, deseo renovar mi llamado a la Iglesia que está en Curaçao a un mayor empeño en la nueva evangelización, que reavive con fuerza sus raíces cristianas. Esta nueva evangelización reclama hombres y mujeres asiduos en la escucha de la Palabra de Dios, en la oración, en la celebración eucarística y dispuestos a compartir los bienes con los hermanos (cf. Hch Ac 2,42 Ac 4,32). La nueva evangelización necesita cristianos y comunidades que sean “un solo corazón y una sola alma” (Ac 4,32). La Virgen Santísima, Madre de la unidad, os ayudará a vivir esta comunión eclesial tan ansiada por Jesús, como signo eficaz de vida nueva y de evangelización.

El Obispo de Roma, Sucesor de san Pedro, al visitar esta querida Iglesia local, os alienta a seguir siempre a Cristo “camino, verdad y vida”. Esto es lo que pido al Señor hoy y aquí, por vosotros y con vosotros. Así sea.

1991


MISA CRISMAL



Jueves Santo 28 de marzo de 1991



1. "El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido" (Lc 4,18 Is 61,1).

Volvamos a las palabras de Isaías; volvamos a la sinagoga de Nazaret. En boca de Jesús, las palabras del profeta son un anuncio de su misión mesiánica: "Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy" (Lc 4,21). Este "hoy" alcanza ahora su culmen. La Iglesia, en el umbral del Triduum Sacrum, nos hace volver al "hoy" de Cristo. Ese "hoy" significaba en aquel tiempo el comienzo de la misión: "Me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos" (Lc 4,18). Jesús de Nazaret ha realizado todo esto durante los años de su misión en Israel.

2. "Hoy", en el umbral del Tridum Sacrum, él se acerca al fin de su misión. Esta realidad, que Isaías encerró en su profecía, espera todavía su cumplimiento definitivo. Tiene que ser pronunciada aún la última palabra de la Buena Nueva, que será la palabra de la cruz, la palabra de la Pascua mesiánica de Cristo. En esta palabra el hombre, hecho esclavo por el pecado, reconquistará la libertad y será proclamado definitivamente el tiempo de la gracia del Señor. "El Espíritu del Señor sobre mí". El Triduum Sacrum comienza con la llamada del Espíritu del Señor mediante las palabras del profeta Isaías, y concluirá con la relación de este Espíritu como presente y operante en la Iglesia. El día de la resurrección Cristo entra en el Cenáculo atravesando las puertas cerradas, muestra a los Apóstoles las heridas de su crucifixión y después sopla sobre ellos diciendo: "Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20,22). De este modo se revela la estrecha unión entre el sacrificio de la cruz y el don del Espíritu Santo.

795 3. En la liturgia matutina del Jueves Santo todo esto ya está delineado, anunciado e iniciado. Entre la sinagoga de Nazaret y el Triduum Sacrum ha madurado el tiempo de la venida del Espíritu Santo. Ha madurado su presencia en la comunidad mesiánica y después en la Iglesia edificada sobre los Apóstoles. Jesucristo, "el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra" (Ap 1,5), se revela a sí mismo en este Espíritu Santo como "Aquel que es, que era y que va a venir (...) el Alfa y la Omega" (Ap 1,4 Ap 1,8). Con el poder de este Espíritu —por medio de su sangre— hará "de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre" (Ap 1,6).

Dirá a los Apóstoles durante la Ultima Cena, que hoy revivimos: "Este es el cáliz de mi sangre que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados" (cf. Mt Mt 26,27-28 Mc 14,24 Lc 22,20 1Co 11,25). Y después, en este mismo Cenáculo, soplando sobre ellos, el Resucitado dirá: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonáis los pecados, les quedan perdonados" (Jn 20,22-23). Con el poder de este Espíritu —por medio de su sangre- ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes. La liturgia de la unción simboliza precisamente este poder del Espíritu Santo, revelado para siempre a la Iglesia por medio de la sangre del Redentor.

4. El Triduum Sacrum y, de modo particular, este día son para el pueblo sacerdotal de la Nueva Alianza el día del nacimiento de nuestro sacerdocio ministerial en la Iglesia. Nos unimos con todos aquellos que en el mundo entero han sido llamados a este sacerdocio y oramos recíprocamente a fin de que "nuestra fe no desfallezca" (cf. Lc Lc 22,32). Para que vayamos y demos fruto y nuestro fruto permanezca (cf. Jn Jn 15,16), "!Gloria a ti, Rey de los siglos!" (cf. 1Tm 1,17).







1992


I CENTENARIO DEL PONTIFICIO COLEGIO ESPAÑOL DE SAN JOSÉ



Sábado 28 de marzo de 1992



¡“Padre santo: guarda en tu nombre a los que me has dado para que sean uno como nosotros”! (Jn 17,11)

Queridos hermanos en el episcopado,
amadísimos sacerdotes, seminaristas,
hermanos y hermanas:

1. Vengo hoy a compartir y celebrar con inmenso gozo con todos vosotros, y con quienes se han unido espiritualmente a este acto, el primer Centenario del Pontificio Colegio Español de San José, fundado en Roma por el Beato Manuel Domingo y Sol, en tiempos de mi venerado predecesor el Papa León XIII.

Las palabras de Jesús en su oración sacerdotal, que acabamos de escuchar, nos introducen en la plegaria comunitaria de esta solemne Liturgia de la Palabra. Como los Apóstoles reunidos en el Cenáculo con María, nos hemos congregado aquí bajo la mirada protectora de nuestra Madre, la Virgen de la Clemencia, para elevar nuestra ferviente acción de gracias a Dios Padre por los muchos beneficios que ha concedido al Colegio en estos cien años de formación y vida sacerdotal.

796 Ante todo, deseo saludar cordialmente a los Patronos del Colegio, a los señores Cardenales, Arzobispos, Obispos y antiguos alumnos venidos de España para participar en esta celebración jubilar. Me complace saludar y expresar también mi vivo reconocimiento a la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos del Sagrado Corazón de Jesús, los cuales, siguiendo las directrices de su Fundador, el Beato Domingo y Sol, se han entregado incansablemente a la formación y acompañamiento de todos los seminaristas y sacerdotes que han pasado por este Centro. Saludo asimismo a todos los presentes y, en especial, a los actuales alumnos que representáis a tantos sacerdotes de las diócesis españolas, que durante este largo período de tiempo se enriquecieron con una esmerada formación sacerdotal e intelectual junto a la Sede de Pedro. Un saludo afectuoso lo quiero reservar a las religiosas y personal auxiliar que, con su labor constante y callada, colaboran a hacer más acogedora la vida diaria en esta casa.

2. Las lecturas bíblicas que acaban de ser proclamadas nos acercan a aquella trilogía que inspiró los trabajos de la octava Asamblea del Sínodo de los Obispos, sobre la formación de los sacerdotes en la situación actual: sacerdotes servidores de una Iglesia que es misterio, comunión, misión. En la oración sacerdotal de Jesús se encuentra el fundamento de esta trilogía. En efecto, el sacerdote participa del mismo ser y de la misma misión de Jesús: “Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo” (
Jn 17,17 s.).

¡Sed pastores en el nombre del Señor Jesús!

En la primera lectura, Ezequiel, tras profetizar contra los malos pastores, expone las cualidades del Buen Pastor, que es el Señor mismo. Pues bien, la Palabra de Dios os alienta hoy y cada día a ser pastores como Jesús y a sentiros felices de serlo. Nunca pongáis en duda vuestra identidad ni olvidéis la presencia consoladora de Cristo que os acompaña siempre en vuestro ministerio.

Pastores, antes que nada, en nombre del Señor Jesús: nadie puede ser pastor en la Iglesia sino por Él, que es “el Buen Pastor” (Ibíd. 10, 11), el Pastor por antonomasia, del que todos los pastores toman su identidad, el nombre, cualidades y forma de pastorear. Sólo en la medida en que vuestra vida vaya siendo, cada día más, un reflejo de la vida de Jesús, podréis ser verdaderos pastores en la Iglesia.

3. Además, la vocación del Señor para ser pastores de su pueblo transforma vuestra vida y la configura plenamente y para siempre. Todas las virtudes propias de la ascesis cristiana han de ser en vosotros las del pastor, tomando así un aspecto peculiar, que el Concilio Vaticano II define como “ascesis propia del pastor de almas” (Presbyterorum ordinis PO 13). Dar la vida por las ovejas (cf. Jn Jn 10,11) significa que vuestra vida debe estar marcada por la entrega total al Pueblo de Dios y que ya no os poseéis, por el hecho de haber entregado definitivamente vuestro ser a la excelsa misión de pastores.

Pastores llamados a ser también portadores del amor misericordioso del Buen Pastor. ¡Con qué imágenes tan expresivas nos lo ha recordado el profeta! Se trata de buscar incansablemente a las ovejas perdidas, de hacer volver a las descarriadas, de vendar a las heridas, de curar a las enfermas, de guardar a las fuertes (cf Ez 34,16). Ser portador de la misericordia es ser el hombre del perdón y de la reconciliación; que proclama la conversión constante y nunca cierra la puerta al débil, al pecador; que siempre está dispuesto a abrir los brazos al hijo pródigo que vuelve a la casa del Padre (cf Lc 15,20).

En este nuestro mundo, tan expuesto a tentaciones que apartan al hombre del misterio de Dios, el sacerdote, como buen pastor, tiene que ser transparencia del rostro misericordioso de Jesús, el único que salva; tiene que enseñar a los hombres que Dios los ama infinitamente y siempre los espera. Y vosotros, en la tarea pastoral, habréis de reflejar estos mismos sentimientos, de modo que os hagan aparecer realmente como los hombres de la misericordia de Jesús.

4. ¡Sed pastores en la unidad del presbiterio!

En la segunda lectura, el apóstol Pablo nos exhorta a vivir intensamente la comunión. De ahí brota la constante invitación a ser pastores en una Iglesia–comunión, en una diócesis–comunión, en un presbiterio–comunión.

Debéis ser pastores en la unidad con vuestro Obispo y en la unidad fraterna con el propio presbiterio.Vuestro ministerio sólo puede tener sentido en la vinculación ontológica y sacramental de vuestro sacerdocio con el Obispo y vuestros hermanos sacerdotes. “Vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro” (1Co 12,27). Como dije ya en la clausura del Sínodo Episcopal sobre la formación de los sacerdotes, la doctrina conciliar sobre el Presbiterio “invita a los obispos y a los sacerdotes a que vivan esta realidad que es fuente de una rica espiritualidad y de una fecunda acción pastoral” (Discurso a la VIII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, n. 9, 27 de octubre de 1990).

797 Cada uno ha de poner al servicio del propio ministerio todo su esfuerzo, sus cualidades, su estilo, siendo siempre fermento de unidad y de paz en medio del pueblo de Dios, pero principalmente dentro del propio presbiterio. ¡Cuántas veces las pequeñas diferencias llevan a rupturas y distanciamientos, creando divisiones desproporcionadas, sin razón suficiente para sacrificar el don de la unidad y de la paz! Cada uno de vosotros, juntamente con su Obispo, debe ser servidor de la unidad entre todas las vocaciones, ministerios y carismas. Y debe ser también, con el Obispo y bajo su autoridad, garante y custodio de esa herencia apostólica.

5. Los años de permanencia en Roma os permiten tener sin duda una especial experiencia de Iglesia universal, no sólo por estar cerca del Sucesor de Pedro sino también por los variados contactos con Pastores de las Iglesias particulares y con otros eclesiásticos de diferentes países y continentes, lo cual expresa de manera palpable la esencial unidad y comunión de nuestra fe según la herencia y el “testimonio” recibido de los Apóstoles Pedro y Pablo (cf. Lumen gentium
LG 18,23). Asimismo, el período de formación en Roma es para cada uno de vosotros ocasión de convivencia intereclesial y de intercambio cultural, no únicamente con los compañeros de otras diócesis españolas sino también con estudiantes procedentes de todas las partes del mundo.

Toda esta riqueza de experiencias, queridos sacerdotes y seminaristas, debe ayudaros a adquirir sólidamente la virtud del equilibrio a nivel personal, doctrinal y eclesial, tan necesaria en el ministerio pastoral. El pastor que se dejara llevar incautamente de cualquier idea nueva, sólo por el mero hecho de serlo, correría el grave peligro de exponer su grey al “pasto de las fieras” (Ez 34,8), como dice el profeta, y su pastoreo sería motivo de confusión doctrinal, desorientando al pueblo de Dios.

6. ¡Vivid la comunión y misión eclesial desde el misterio de la Trinidad!

El misterio nos acerca a la profundidad de Dios Amor, manifestada en Jesucristo. La oración sacerdotal de Jesús, transmitida por el evangelio de Juan, nos deja entrever hoy esta misma profundidad. La misión que Jesús quiere compartir con nosotros, tiene su origen en este misterio de Dios Amor. Por esto la comunión de cada sacerdote con el Obispo y el presbiterio diocesano debe ser imagen del misterio de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, para edificar así la comunidad eclesial y humana según el mandato del amor.

La misión y vida de comunión del pastor ha de apoyarse siempre en el misterio de la unidad trinitaria de Dios: “Para que sean uno, como nosotros” (Jn 17,11). Jesús nos envía, al igual que El fue enviado por el Padre: “como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo” (Ibíd., 17, 18). Por ello, en el amor infinito de Dios tenemos el modelo de cómo ha de ser nuestra entrega en el sacerdocio: “Los has amado como me has amado a mí” (Ibíd., 17, 23), nos dice Jesús en la oración sacerdotal. De esa fuerza del amor entre el Padre y el Hijo, que se derrama en nosotros por el Espíritu (cf. Rm Rm 5,5), nace nuestra misión y comunión; nace la necesidad de ser portadores del amor de Dios en el mundo; nace el gozo inefable por el don de ser sacerdotes. Sentirse amados por Dios en Cristo es, pues, el fundamento de nuestra entrega generosa a la misión apostólica.

El amor llevó a Jesús a entregarse en oblación por nosotros: “por ellos me consagro yo” (Jn 17,19). También nosotros, como Jesús y con El, damos la vida por nuestras ovejas (cf. Jn Jn 10,11). Por esto, la caridad, pastoral del sacerdote, expresada en pobreza, obediencia y castidad, es como un signo sacramental del amor del Buen Pastor a sus ovejas.

Al contemplar el misterio del amor de Dios se entiende entonces claramente cómo debe ser nuestra vida de entrega y sacrificio, y al mismo tiempo se siente la exigencia de imitar a Jesucristo, el Buen Pastor y Maestro de Pastores.

7. Al exponeros la figura del Buen Pastor, que debe encarnarse en la vida sacerdotal de cada uno de vosotros, he tenido presentes en mi corazón y mi recuerdo a tantas figuras de santos sacerdotes que os precedieron; de modo especial, San Juan de Ávila, patrono del clero secular español, y el Beato Manuel Domingo y Sol, fundador de este benemérito Colegio de San José.

¡Ojalá este Centenario os brinde una nueva ocasión para profundizar y hacer propias las insondables riquezas del sacerdocio! Ello sería, sin duda, uno de los mejores frutos de tan gozosa celebración.

Antes de finalizar nuestro encuentro quiero invocar sobre todos y cada uno de vosotros, sobre vuestras Iglesias particulares en la querida España y sobre vuestras familias, la protección de María, a la que invocáis como Virgen de la Clemencia, cuya imagen “Mater Clementissima”, que por tantos decenios presidió el Colegio en el Palacio Altemps, sigue ahora acompañando la vida sacerdotal de los alumnos de la actual sede del Colegio. Que Ella, Madre de los discípulos de Jesús, la Virgen del Cenáculo y Reina de los Apóstoles, os alcance la plenitud del Espíritu para que haga muy fecundo vuestro ministerio sacerdotal, al servicio de la Iglesia como misterio, comunión y misión.

798 ¡“Padre santo: guarda en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros”! (Ibíd., 17, 11)

Amén.



VII JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD



Domingo de Ramos, 12 de abril de 1992



1. «Anunciaré tu nombre a mis hermanos» (Ps 22,23).

Hoy las palabras del salmo se cumplen de una manera particular. En toda Jerusalén resuena la gloria del nombre de Dios. Del Dios que hizo salir a su pueblo de Egipto, de la situación de esclavitud.

Este pueblo espera la nueva venida de Dios. En Jesús de Nazaret se realiza el cumplimiento de sus esperanzas. Cuando Cristo se acerca a Jerusalén, yendo como peregrino junto con los demás para la fiesta de Pascua, es acogido como el que viene en el nombre del Señor. El pueblo, exultando, canta: «Hosanna».

Todos han captado con exactitud los signos que muestran que se han cumplido los anuncios de los profetas. También el signo del rey que tenía que llegar «montado en un asno» (cf. Zc 9, 9) había sido profetizado.

2. Pero la intuición colectiva tiene sus límites. Aquel que, según las palabras del salmista, viene para «anunciar el nombre de Dios a sus hermanos» es, al mismo tiempo —en este salmo— el abandonado, el escarnecido, el castigado.

«Al verme se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: “Acudió al Señor, que le ponga a salvo; que lo libere, si tanto lo quiere”» (Ps 22,8-9).

Después, él dice de sí mismo, como si hablara entre sí: «Me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos... Se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica. Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven de prisa a socorrerme» (Ps 22,17-20). «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (ib., 2).

Sorprendente profecía! Estas palabras nos transportan ya al Gólgota; participamos en la agonía de Cristo en la cruz. Precisamente estas palabras del salmista se encuentran de nuevo en su boca cuando va a morir.

799 Cristo, que ha venido a Jerusalén para la fiesta de Pascua, ha leído hasta sus últimas consecuencias la verdad contenida en los salmos y en los profetas. Esta era la verdad sobre él. Ha venido para cumplir esta verdad hasta sus últimas consecuencias.

3. Mediante el evento del Domingo de Ramos se abre la perspectiva de los acontecimientos ya cercanos, en los que la verdad plena sobre Cristo-Mesías encontrará su total cumplimiento.

Aquel que «a pesar de su condición divina no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo,… se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso, Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el “nombre sobre todo nombre”... ¡Jesucristo es Señor!» para gloria de Dios. Padre» (
Ph 2,6-9 Ph 2,11).

4. Esta es la verdad de Dios, contenida en los eventos de esta Semana Santa de Pascua. Los eventos tienen el carácter humano. Pertenecen a la historia del hombre. Pero este hombre «realmente... era Hijo de Dios» (Mt 27,54). Los eventos humanos descubren el inescrutable misterio de Dios. Este es el misterio del amor que salva.

Cuando, después de la resurrección, Cristo dice a los Apóstoles: «Id por todo el mundo y proclamad la buena nueva» (Mc 16,15), en ese momento les da el mandato de predicar precisamente este misterio, cuya plenitud ha sido alcanzada en los acontecimientos de la Pascua de Jerusalén.

5. Estas mismas palabras del Redentor del mundo van dirigidas hoy a todos los jóvenes de Roma y de toda la Iglesia; y se convierten en el hilo conductor de la Jornada mundial de la juventud de este año.

Es necesario, queridísimos jóvenes, que la verdad salvífica del Evangelio sea asumida hoy por vosotros como, hace veinte siglos, fue asumida la verdad sobre el Hijo de David («el que viene en nombre del Señor») por los hijos e hijas de la ciudad santa. Es necesario que vosotros asumáis hoy esta verdad salvífica sobre Cristo crucificado y resucitado, y viviendo intensamente de ella os esforcéis por llegar al corazón del mundo contemporáneo.

«Id por todo el mundo y proclamad la buena nueva» (Mc 16,15): esta es la consigna que os dirige el mismo Cristo. Sobre este compromiso, que constituye el tema de la VII Jornada mundial de la juventud, habéis reflexionado y orado. Se trata de un compromiso que os afecta personalmente a cada uno. Todo bautizado es llamado por Cristo a convertirse en su apóstol en el propio ambiente en que vive y en todo el mundo.

¿Cuál será vuestra respuesta?

Que cada uno de vosotros sepa hacer suyas las palabras del salmista: «Anunciaré tu nombre a mis hermanos».

Sí. ¡Tu nombre! Pues de ningún otro nombre bajo el cielo nos viene la salvación (cf. Hch Ac 4,12). Amén.




B. Juan Pablo II Homilías 791