B. Juan Pablo II Homilías 815

1993



CEREMONIA DE RECONOCIMIENTO DEL CULTO LITÚRGICO A DUNS ESCOTO

Y BEATIFICACIÓN DE DINA BÉLANGER



Sábado 20 de marzo de 1993



«Os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios» (2Co 6,1).

1. Con estas palabras, que acabamos de proclamar, el apóstol Pablo recordaba a los fieles de Corinto el gran don que habían recibido con el anuncio del Evangelio y, al mismo tiempo, los ponía frente a su grave responsabilidad de personas libres, capaces de recibir o rechazar esa gracia.

Al igual que en la experiencia humana el ofrecimiento gratuito de un don encierra una invitación implícita al agradecimiento, también en la relación con Dios la iniciativa libre del Padre celeste, bueno y generoso, pone al hombre frente a una opción: reconocer el don recibido y acogerlo con gratitud, o rechazarlo, encerrándose en su egoísmo mortificante. Esto es precisamente lo que el Apóstol desea subrayar.

2. «Nos recomendamos en todo como ministros de Dios, con mucha constancia» (2Co 6,4). Amadísimos hermanos y hermanas, ¡cuán actuales resultan estas palabras para nosotros, los creyentes, en los umbrales del tercer milenio de la era cristiana! Nuestra época necesita con urgencia testigos auténticos del Evangelio. La humanidad espera, a menudo de forma inconsciente, una evangelización nueva y valiente. También los hombres de la sociedad contemporánea tienen necesidad de no recibir la gracia de Dios en vano. Es preciso que dé frutos abundantes de vida, paz y progreso espiritual.

El período cuaresmal, en el que nos encontramos inmersos desde hace algunas semanas, es realmente «el tiempo favorable» (2Co 6,2), en el que la Iglesia nos invita a hacer la experiencia del desierto. La oración y la penitencia caracterizan este camino de conversión y renovación, con el anhelo, nunca plenamente satisfecho, de encontrarnos con el Señor. Un encuentro íntimo y personal, sin las distracciones terrenas y compromisos egoístas. Un encuentro que transforme el ritmo frenético de la vida cotidiana en respuesta armoniosa a la llamada constante de Cristo a través de los acontecimientos y las circunstancias de cada día.

816 La exhortación del Apóstol a no recibir en vano la gracia del Redentor se renueva, pues, esta tarde para todo fiel, a fin de que, con la ayuda del Redentor, se haga capaz de dar frutos de bien y se prepare dignamente a la celebración de las fiestas pascuales.

3. Nos acompañan y nos impulsan en este compromiso de correspondencia a la gracia de Dios dos hermanos nuestros en la fe, que trataron de hacer producir los dones de naturaleza y de gracia que habían recibido de la Providencia divina. A lo largo de esta sugestiva liturgia, he tenido la alegría de proclamar beata a Dina Bélanger, religiosa de la congregación de Jesús-María, y de declarar el reconocimiento del culto litúrgico de Juan Duns Escoto, franciscano.

Separadas entre sí por el tiempo, estas dos personalidades extraordinarias de creyentes dieron testimonio de correspondencia pronta y generosa a la gracia divina, actuando en su vida un entramado de dones naturales y dones celestiales que despierta nuestra admiración.

Nacido en Escocia, hacia el año 1265, Juan Duns Escoto fue llamado beato casi inmediatamente después de su muerte piadosa, acaecida en Colonia el 8 de noviembre de 1308. En esa diócesis, y en las de Edimburgo y Nola, al igual que en el ámbito de la orden seráfica, se le tributó durante siglos un culto público que la Iglesia le reconoció solemnemente el 6 de julio de 1991 (cf. AAS, 84, 1992, pp. 396-399) y que hoy confirma.

A las Iglesias particulares mencionadas, que se hallan presentes esta tarde en la basílica vaticana con sus dignísimos pastores, así como a toda la gran familia franciscana, dirijo mi saludo, invitando a todos a bendecir el nombre del Señor, cuya gloria resplandece en la doctrina y en la santidad de vida del beato Juan, cantor del Verbo encarnado y defensor de la Inmaculada Concepción de María.

4. En nuestra época, rica en inmensos recursos humanos, técnicos y científicos, pero en la que muchos han perdido el sentido de la fe y llevan una vida alejada de Cristo y su Evangelio (cf. Redemptoris missio
RMi 33), el beato Duns Escoto se presenta no sólo con la agudeza de su ingenio y su capacidad extraordinaria de penetración en el misterio de Dios, sino también con la fuerza persuasiva de su santidad de vida, que lo hace maestro de pensamiento y de vida para la Iglesia y para toda la humanidad. Su doctrina, de la que, como afirmaba mi venerado predecesor Pablo VI «se podrán extraer armas resplandecientes para combatir y alejar la nube negra del ateísmo que oscurece nuestra época» (carta apostólica Alma Parens: AAS 58, 1966, p. 612), edifica sólidamente la Iglesia, sosteniéndola en su misión urgente de nueva evangelización de los pueblos de la tierra.

En especial para los teólogos, los sacerdotes, los pastores de almas, los religiosos, y más en particular para los franciscanos, el beato Duns Escoto constituye un ejemplo de fidelidad a la verdad revelada, de fecunda acción sacerdotal y de serio diálogo en la búsqueda de la unidad. Como afirmaba Juan de Gerson, en su existencia siempre se guió «no por el afán singular de vencer, sino por la humildad de encontrar un acuerdo» (Lectiones duae "Poenitemini", lect. alt., consid. 5: citado en la carta apostólica Alma Parens: AAS 58, 1966, p. 614).

Que su espíritu y su recuerdo iluminen con la misma luz de Cristo las tribulaciones y las esperanzas de nuestra sociedad.

5. Esa luz brota, asimismo del rostro de Dina Bélanger, de la congregación de Jesús-María, a quien la Iglesia venerará desde hoy como beata. En esta hora de la oración de Vísperas, nos conviene volver nuestra mirada hacia esa alma ardiente, que alcanzó un grado tan elevado de intimidad con Dios, que podía decir acerca de su período de noviciado: «Mi hambre de la comunión crecía sin cesar. Un día sin pan ¿no es un día sin sol, unas horas en que la noche tarda en venir?». En efecto, quería que sólo Jesús viviera en ella, para que su ser entero quedase anonadado en él.

Dina Bélanger se acerca al ideal admirable que san Pablo propone a nuestra meditación cuando escribe: «No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20). En una congregación que tiene como fin «dar a conocer a Jesús y a María por medio de la educación cristiana», la hermana María de santa Cecilia de Roma vive su vida y su acción con la intención de que Cristo pueda actuar en ella y de no ser más que un instrumento en plenamente dócil en sus manos.

Sus sufrimientos le permitieron conocer la identificación que buscaba. Al pasar por la cruz de la enfermedad y la muerte, consumó su ofrenda a Aquel que fue y sigue siendo hoy el único objetivo de su vida, la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, la claridad en medio de las tinieblas y la noche, la voz que habla en nuestra alma.

817 6. La intimidad de la presencia de Cristo en Dina Bélanger, y la vida de la santísima Trinidad en ella, se reflejan de forma muy particular en su espíritu de ofrenda al Corazón del Hijo de Dios. Jesús es —escribe— la «vida de mi vida», pues se esfuerza siempre por hacer que su corazón palpite al ritmo del suyo. Se sabe acompañada a cada instante, en el eterno presente que hace decir a san Pablo: «Mira ahora el momento favorable; mirad ahora el día de salvación» (2Co 6,2). Con su deseo de corresponder con plenitud a la voluntad divina, ya no vive más que en la libertad concedida por Dios a sus hijos, en el espíritu de su consigna: Jesús y María, la regla de mi amor; y mi amor, la regla de mi vida. De esta fidelidad a las intenciones del Corazón eucarístico de Jesús y del Corazón inmaculado de su Madre, brotaban los rasgos más sencillos y más hermosos de caridad hacia sus hermanas en religión. Como si hubiera recibido la gracia de Santa Teresita del Niño Jesús, que había abandonado este mundo el año en que ella nació, Dina Bélanger quiere consumir el mundo entero en el amor; se hace apóstol y misionera según el corazón de Dios.

Su mensaje nos llega esta tarde, queridos hermanos y hermanas, con una pureza y una nitidez maravillosas. La acogida de Jesús en nuestra vida, la unión de nuestro corazón con el suyo, el amor de la Virgen santísima y el espíritu fraterno en las comunidades son las gracias que podemos implorar al Señor por intercesión de Dina Bélanger, que nos deja como última consigna: Amar y dejar actuar a Jesús y María.

7. Os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios. Amadísimos hermanos y hermanas, guiados casi de la mano por estos dos nuevos beatos, volvamos a la invitación que la liturgia de hoy nos repite con mucha insistencia. Todos estamos llamados a la santidad; todos debemos construir en nuestra vida aquel diálogo de amor y de unión con Dios que lleva a la felicidad verdadera y a la satisfacción plena de las aspiraciones más íntimas del corazón humano.

Los caminos para seguir la llamada evangélica pueden ser diversos, según la riqueza inagotable de la gracia sobrenatural; pero la meta es una sola: reproducir en la propia existencia la imagen misma del Hijo de Dios.

La espiritualidad auténtica se funda en esta condición elemental y decisiva: traducir a la realidad concreta el anuncio evangélico, respondiendo sin vacilaciones a la acción salvífica del Señor.

8. Mirad ahora el momento favorable; mirad ahora el día de salvación.

Hoy es el tiempo de nuestra conversión. Dina Bélanger, joven seguidora de la madre Claudina Thévenet, que mañana tendré la alegría de proclamar santa, nos estimula con su ejemplo a amar los planes de Dios en la sencillez de la vida diaria. Juan Duns Escoto nos recuerda que el amor activo hacia los hermanos nace de la búsqueda de la verdad y de su contemplación en el silencio de la oración y en el testimonio sin sombras de una adhesión plena a la voluntad del Señor.

Amadísimos hermanos y hermanas, como ellos en su existencia no recibieron en vano la gracia de Dios, así suceda también en vuestra vida. Lo pedimos con confianza al Señor por su misma intercesión.

Beata Dina Bélanger, beato Juan Duns Escoto, ¡orad por nosotros!





VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

AL FINAL DE LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA

EN LA CATEDRAL DE SEVILLA




Sábado 12 de junio de 1993



Adoremus in aeternum Sanctissimum Sacramentum!

818 Unidos a los ángeles y a los santos de la Iglesia celestial, adoremos al Santísimo Sacramento de la Eucaristía. Postrados, adoremos tan grande Misterio, que encierra la nueva y definitiva Alianza de Dios con los hombres en Cristo.

Queridos hermanos obispos,
sacerdotes, religiosos y religiosas,
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Es para mí motivo de particular gozo postrarme con vosotros ante Jesús Sacramentado, en un acto de humilde y fervorosa adoración, de alabanza al Dios misericordioso, de acción de gracias al Dador de todo bien, de súplica a Quien está “siempre vivo para interceder por nosotros” (cf. Hb
He 7,25). “Permaneced en Mí y Yo en vosotros” (Jn 15,4) acabamos de escuchar en la lectura evangélica sobre la alegoría de la vid y los sarmientos: ¡Qué bien se entiende esa página desde el misterio de la presencia viva y vivificante de Cristo en la Eucaristía!

Cristo es la vid, plantada en la viña elegida, que es el Pueblo de Dios, la Iglesia. Por el misterio del Pan eucarístico el Señor puede decirnos a cada uno: “El que come mi carne y bebe mi sangre habita en Mí y Yo en él” (Jn 6,56). Su vida pasa a nosotros como la savia vivificante de la vid pasa a los sarmientos para que estén vivos y produzcan frutos. Sin verdadera unión con Cristo –en quien creemos y de quien nos alimentamos– no puede haber vida sobrenatural en nosotros ni frutos fecundos.

2. La Adoración permanente de Jesús Sacramentado ha sido como un hilo conductor de todos los actos de este Congreso Eucarístico Internacional. Expreso, por ello, mi felicitación y mi agradecimiento a quienes, con tanta solicitud pastoral y empeño apostólico, han llevado la responsabilidad del Congreso. Efectivamente, la Adoración permanente –tenida en tantas iglesias de la ciudad, en varias de ellas incluso durante la noche– ha sido un rasgo enriquecedor y característico de este Congreso. Ojalá esta forma de adoración, que se clausurará con una solemne vigilia eucarística esta noche, continúe también en el futuro, a fin de que en todas las Parroquias y comunidades cristianas se instaure de modo habitual alguna forma de adoración a la Santísima Eucaristía.

Aquí en Sevilla es obligado recordar a quien fue sacerdote de esta Archidiócesis, arcipreste de Huelva, y más tarde Obispo de Málaga y de Palencia sucesivamente: Don Manuel González, el Obispo de los sagrarios abandonados. Él se esforzó en recordar a todos la presencia de Jesús en los sagrarios, a la que a veces tan insuficientemente correspondemos. Con su palabra y con su ejemplo no cesaba de repetir que en el sagrario de cada iglesia poseemos un faro de luz, en contacto con el cual nuestras vidas pueden iluminarse y transformarse.

3. Sí, amados hermanos y hermanas, es importante que vivamos y enseñemos a vivir el misterio total de la Eucaristía: Sacramento del Sacrificio del Banquete y de la Presencia permanente de Jesucristo Salvador. Y sabéis bien que las varias formas de culto a la Santísima Eucaristía son prolongación y, a su vez, preparación del Sacrificio y de la Comunión. Será necesario insistir nuevamente en las profundas motivaciones teológicas y espirituales del culto al Santísimo Sacramento fuera de la celebración de la Misa? Es verdad que la reserva del Sacramento se hizo, desde el principio, para poderlo llevar en Comunión a los enfermos y ausentes de la celebración. Pero, como dice el “Catecismo de la Iglesia Católica”, “por la profundización de la fe en la presencia real de Cristo en su Eucaristía, la Iglesia tomó conciencia del sentido de la adoración silenciosa del Señor presente bajo las especies eucarísticas” (Catecismo de la Iglesia Católica CEC 1379).

4. “Sabed que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Son palabras de Cristo Resucitado antes de subir al cielo el día de su Ascensión. Jesucristo es verdaderamente el Emmanuel, Dios–con–nosotros, desde su Encarnación hasta el fin de los tiempos. Y lo es de modo especialmente intenso y cercano en el misterio de su presencia permanente en la Eucaristía. ¡Qué fuerza, qué consuelo, qué firme esperanza produce la contemplación del misterio eucarístico! ¡Es Dios con nosotros que nos hace partícipes de su vida y nos lanza al mundo para evangelizarlo, para santificarlo!

Eucaristía y Evangelización ha sido el tema del XLV Congreso Eucarístico Internacional de Sevilla. Sobre ello habéis reflexionado intensamente en estos días y durante su larga preparación. La Eucaristía es verdaderamente “fuente y culmen de toda evangelización” (Presbyterorum ordinis PO 5); es horizonte y meta de toda la proclamación del Evangelio de Cristo. Hacia ella somos encaminados siempre por la palabra de la Verdad, por la proclamación del mensaje de salvación. Por lo tanto, toda celebración litúrgica de la Eucaristía, vivida según el espíritu y las normas de la Iglesia, tiene una gran fuerza evangelizadora. En efecto, la celebración eucarística desarrolla una esencial y eficaz pedagogía del misterio cristiano: la comunidad creyente es convocada y reunida como familia y Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo; es alimentada en la doble mesa de la Palabra y del Banquete sacrificial eucarístico; es enviada como instrumento de salvación en medio del mundo. Todo ello para alabanza y acción de gracias al Padre.

819 Pedid conmigo a Jesucristo, el Señor, muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra salvación, que, después de este Congreso Eucarístico, toda la Iglesia salga fortalecida para la nueva evangelización que el mundo entero necesita: nueva, también por la referencia explícita y profunda a la Eucaristía, como centro y raíz de la vida cristiana, como siembra y exigencia de fraternidad, de justicia, de servicio a todos los hombres, empezando por los más necesitados en su cuerpo y en su espíritu. Evangelización para la Eucaristía, en la Eucaristía y desde la Eucaristía: son tres aspectos inseparables de cómo la Iglesia vive el misterio de Cristo y cumple su misión de comunicarlo a todos los hombres.

5. Quiera Dios que de la intimidad con Cristo Eucaristía surjan muchas vocaciones de apóstoles, de misioneros, para llevar este evangelio de salvación hasta los confines del mundo. Estando aún recientes las conmemoraciones del V Centenario de la Evangelización de América, pido a los sacerdotes y religiosos españoles que –según las necesidades y circunstancias de los momentos actuales– estén dispuestos, como en otras épocas, a servir fraternalmente a las Iglesias hermanas de Latinoamérica en el empeño urgente de evangelización, a tenor del espíritu y las reflexiones de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada el pasado mes de octubre en Santo Domingo. Hoy toda la Iglesia está reclamando un nuevo talante misionero, un vibrante espíritu de evangelización “nueva en su ardor, en sus métodos y en sus expresiones”.

6. “Se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad” (
Jn 4,23), había dicho Jesús a la samaritana junto al pozo de Sicar. La adoración de la Eucaristía “ es la contemplación y reconocimiento de la presencia real de Cristo, en las sagradas especies, fuera de la celebración de la Misa... Es un verdadero encuentro dialogal por el que... nos abrimos a la experiencia de Dios... Es igualmente un gesto de solidaridad con las necesidades y los necesitados del mundo entero” (“Documento-base” Eucharistici coetus ab omnibus nationibus, 25). Y esta adoración eucarística, por su propia dinámica espiritual, debe llevar al servicio de amor y de justicia para con los hermanos.

Ante la presencia real y misteriosa de Cristo en la Eucaristía –presencia “ velada ”, pues no se ve sino con los ojos de la fe– entendemos con nueva luz la palabra del Apóstol Juan, que tanto sabía del amor de Cristo: “Quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1Jn 4,20). Por ello, se ha querido que este Congreso tenga una clara proyección evangelizadora y testimonial, que se haga presente en todos los ámbitos de la vida y de la sociedad. Tengo la firme esperanza de que el afán evangelizador suscitará en los cristianos una sincera coherencia entre fe y vida, y llevará a un mayor compromiso de justicia y caridad, a la promoción de unas relaciones más equitativas entre los hombres y entre los pueblos. De este Congreso debe nacer –especialmente para la Iglesia en España– un fortalecimiento de la vida cristiana, sobre la base de una renovada educación en la fe. ¡Qué importante es, en medio del actual ambiente social progresivamente secularizado, promover la renovación de la celebración eucarística dominical y de la vivencia cristiana del domingo! La conmemoración de la Resurrección del Señor y la celebración de la Eucaristía deben llenar de contenido religioso, verdaderamente humanizador, el domingo. El descanso laboral dominical, el cuidado de la familia, el cultivo de los valores espirituales, la participación en la vida de la comunidad cristiana, contribuirán a hacer un mundo mejor, más rico en valores morales, más solidario y menos consumista.

7. Quiera el Señor, Luz de los pueblos –que estos días está sembrando a manos llenas la semilla de la Verdad en tantos corazones– multiplicar con su fecundidad divina los frutos de este Congreso. Y uno de ellos, quizá el más importante, será el resurgir de vocaciones. Pidamos al Dueño de la mies que envíe operarios a su mies (cf. Mt Mt 9,38): hacen falta muchas vocaciones sacerdotales y religiosas. Y cada uno de nosotros, con su palabra y con su ejemplo de entrega generosa, debe convertirse en un “apóstol de apóstoles”, en un promotor de vocaciones. Desde la Eucaristía Cristo llama hoy insistentemente a muchos jóvenes: “Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres” (Ibíd., 4, 19): sed vosotras y vosotros, sacerdotes, religiosos y religiosas, los portavoces, gozosos y convincentes, de esa llamada del Señor.

Que la Virgen María, que en Sevilla y en esta Santa Iglesia Catedral es honrada con la advocación de Nuestra Señora de los Reyes, nos impulse y guíe al encuentro con su Hijo en el misterio eucarístico. Ella, que fue la verdadera Arca de la Nueva Alianza, Sagrario vivo del Dios Encarnado, nos enseñe a tratar con pureza, humildad y devoción ferviente a Jesucristo, su Hijo, presente en el Tabernáculo. Ella, que es la “ Estrella de la Evangelización ”, nos sostenga en nuestra peregrinación de fe para llevar la Luz de Cristo a todos los hombres, a todos los pueblos.

Así sea.

VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

SANTA MISA Y ORDENACIONES SACERDOTALES



Polideportivo Municipal de Sevilla

Sábado 12 de junio de 1993



“Cuando aparezca el Supremo Pastor, recibiréis la corona de gloria que no se marchita” (1P 5,4).

1. Estas palabras de la segunda lectura, que el apóstol san Pedro dirige a los presbíteros, hacen de marco a nuestra celebración, en la víspera de la solemne clausura del XLV Congreso Eucarístico Internacional, durante la cual el Señor me concede el gozo de conferir el Sacramento del Orden, del presbiterado, a este numeroso grupo de diáconos.

820 Nuestro supremo y único Pastor, que es Cristo Jesús, reunido en el Cenáculo con sus discípulos, les dice: “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros” (Lc 22,15). Estas palabras me hacen sentir muy unido a vosotros, amadísimos hijos, que vais a recibir el Orden sagrado del presbiterado. Nuestra mirada de fe y nuestros corazones se estrechan en torno al misterio del sacrificio redentor de Cristo, Luz de los pueblos, que desde este Congreso Eucarístico Internacional de Sevilla se proyecta como faro luminoso a la Iglesia y al mundo.

Eucaristía y sacerdocio son dos realidades íntimamente ligadas, como vemos en las palabras de Jesús, que acaban de ser proclamadas: “Haced esto en memoria mía” (Lc 22,19). En efecto, este encargo habría sido vano si no se hubiera dado “a los Apóstoles y sucesores suyos en el sacerdocio” el “poder de consagrar, ofrecer y administrar el cuerpo y la sangre del Señor” (Conc. Trid., Ses. 23 a, c. 1: Denz.-Schönm. 1764, 1). Fue entonces, en la Ultima Cena, durante la institución de la Eucaristía, cuando Jesús constituyó a los Apóstoles “sacerdotes del Nuevo Testamento” (Ibíd., Ses 22 a, c. 1: l.c. 1740). Por todo ello, nos sentimos hoy como en el Cenáculo, pues en una misma acción litúrgica se unen la celebración de la Santísima Eucaristía y la ordenación sacerdotal.

2. En esta ceremonia de ordenación, en la que por la imposición de mis manos vosotros, queridos diáconos, llegaréis a ser ministros del sacrificio eucarístico, vislumbro la emoción de todos los presentes. Mirando a cada uno de vosotros, adivino las oraciones y sacrificios de tantos padres y madres, de tantos educadores, de tantas personas consagradas y gente sencilla, a quienes la Iglesia hace objeto de profunda gratitud.

De modo especial, deseo recordar la fecunda labor –las más de las veces callada– de tantos sacerdotes que os precedieron, los cuales con su vida santa y su dedicación apostólica, han hecho posible en el día de hoy esta ordenación que llena de alegría a toda la Iglesia.

Me es grato saludar con vivo afecto a mis Hermanos en el Episcopado. En particular, al Señor Arzobispo de Sevilla, a los Señores Cardenales, a los Señores Obispos que hoy, con viva satisfacción presentan a la Iglesia a algunos de sus hijos predilectos para que, por la imposición de manos, sean ordenados “ sacerdotes del Nuevo Testamento ” al servicio del Pueblo de Dios. Una palabra de especial cariño dirijo a los seminaristas de toda Andalucía que, junto con sus formadores, han querido unirse a esta significativa celebración. Mi más afectuosa bienvenida a todas las personas aquí presentes, que participan en este rito de ordenación, en particular, a los padres y demás familiares de quienes van recibir el Orden sagrado.

3. Acabamos de escuchar las palabras que el Señor dirige a los discípulos durante la Ultima Cena: “Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (Lc 22,27). Jesús les ha encomendado trabajar por su Reino, pero les advierte que su misión nada tiene que ver con el ejercicio de la autoridad al modo humano.

En la primera carta de san Pedro, que hemos escuchado (1P 5,1-4), se encuentran unas exhortaciones a los presbíteros y se les recuerda que su servicio está incorporado al del Supremo Pastor, del cual recibirán “la corona de gloria que no se marchita” (Ibíd., 5, 4).

Con las mismas palabras del apóstol Pedro, quiero también exhortaros a vosotros, queridísimos hijos, al ordenaros de presbíteros: “Sed pastores del rebaño de Dios que tenéis a vuestro cargo, gobernándolo no a la fuerza, sino de buena gana como Dios quiere” (Ibíd., 5, 2). Sed pastores según el Corazón de Dios; según el Corazón de Aquel que dijo de sí mismo: “Yo soy el buen Pastor” (Jn 10,11). En un mundo como el nuestro, tan expuesto a tentaciones que apartan al hombre del misterio de Dios, el sacerdote, como buen pastor, tiene que ser transparencia del rostro misericordioso de Jesús, el único que salva; tiene que enseñar a los hombres que Dios los ama infinitamente y siempre los espera; tiene que reflejar los sentimientos del mismo Cristo dando siempre testimonio de una inmensa caridad pastoral.

4. Al recibir la ordenación sacerdotal durante este XLV Congreso Eucarístico Internacional, vuestro corazón está particularmente henchido de gozo porque, por voluntad del Señor, vais a ser ministros de la Eucaristía. El Concilio Vaticano II nos enseña que “la caridad pastoral fluye ciertamente, sobre todo, del sacrificio eucarístico, que es, por ello, centro y raíz de toda la vida del presbítero, de suerte que el alma sacerdotal se esfuerce en reproducir en sí misma lo que se hace en el ara sacrificial” (Presbyterorum ordinis PO 14). Por eso, con palabras del Ritual de la ordenación, os exhortaré haciendo referencia a la Eucaristía: “Daos cuenta de lo que hacéis e imitad lo que conmemoráis, de tal manera que, al celebrar el misterio de la muerte y resurrección del Señor, os esforcéis por hacer morir en vosotros el mal y procuréis caminar en una vida nueva”.

La Eucaristía de la que vais a ser ministros no es un rito desvinculado de la vida. El sacerdote, en el altar, une a los fieles al sacrificio de Cristo, presentando no sólo sus oraciones, sino también todas sus obras buenas, sus alegrías y sufrimientos, sus peticiones y alabanzas, haciendo que la vida de los fieles sea una ofrenda para Dios. En vuestras manos sacerdotales, amados hermanos, Cristo va a depositar el inmenso tesoro de la redención, de la remisión de los pecados. Quiero exhortaros a que en el ministerio que hoy vais a comenzar no descuidéis el sacramento de la reconciliación, en el cual todos los cristianos reciben el perdón de sus pecados.

Impulsad una acción pastoral que arrastre a los fieles hacia la conversión personal, para lo cual habréis de dedicar al ministerio del perdón todo el tiempo que sea necesario, con generosidad, con paciencia de auténticos “ pescadores de hombres ”.

821 5. En la primera lectura de nuestra celebración eucarística vemos al profeta Jeremías que recibe el encargo de anunciar la Palabra del Señor.

Una misión que también vosotros, amadísimos ordenandos, recibís hoy como ministros y servidores de la Buena Nueva. El Señor, que comenzó su ministerio público predicando la conversión, encomendó a sus discípulos de una forma especial el ministerio de la predicación.Durante su vida pública los envió a predicar. También vosotros, como sacerdotes, estaréis llamados a proclamar la palabra de vida, a anunciar la Buena Nueva que salva. Esto es lo que esperan los fieles y lo que la Iglesia os pide: que seáis auténticos ministros de la Palabra para que, como nos dice san Pablo: “Os tengan los hombres por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios” (cf. 1Co
1Co 4,1). Vuestra fidelidad a la misión recibida se enmarca en el misterio de la Iglesia, en la cual Jesús está presente y operante para la salvación del mundo.

Os exhorto, pues, a que vuestra predicación se inspire siempre en la Palabra de Dios, transmitida por la Tradición y propuesta autorizadamente por el Magisterio de la Iglesia. Hablad con valentía, predicad con fe profunda, alentando siempre a la esperanza, como testigos del Señor Resucitado. No os consideréis maestros al margen de Cristo (cf. Mt Mt 23,8) sino testigos y servidores, según la exhortación del Pontifical Romano: “Procurad creer lo que leéis, enseñar lo que creéis y practicar lo que enseñáis”.

6. No podemos olvidar que una de las imágenes que los evangelios nos muestran repetidamente es la de Jesús en oración. El Señor, como enviado del Padre, ora siempre. Su oración entra dentro de su ministerio sacerdotal; y así, vemos que donde aparece con más fuerza orando por todos es en la gran plegaria sacerdotal durante la Ultima Cena (cf. Jn Jn 17,1-26), cuando instituye la Eucaristía y el Sacerdocio.

¿Cómo no ha de sentirse, pues, todo sacerdote llamado a la intimidad con el Señor en la oración? En efecto, la oración es un elemento esencial en la vida y en la actividad pastoral del presbítero. Así exponía la necesidad de orar, en el ministro sagrado, un sacerdote de esta tierra y patrono del clero secular español, san Juan de Ávila: “¡Oh qué gran negocio es incensar y ofrecer este sacrificio, y andar estas cosas juntas. Porque para hacerse bien y ser valerosas no se ha de apartar una de otro! El incensar es orar; y aquel ha de tener por oficio el orar que tiene por oficio el sacrificar, pues es medianero entre Dios y los hombres, para pedirle misericordia; y no a secas, sino ofreciéndole el don que amansa la ira, que es Cristo nuestro Señor” (S. Juan Ávila, Pláticas espirituales, 2).

7. Desde la plena configuración a Cristo es como se entiende la legislación de la Iglesia latina –y también la de algunos ritos orientales– que exige a todos los sacerdotes el celibato. “Esta voluntad de la Iglesia encuentra su motivación última en la relación que el celibato tiene con la ordenación sagrada, que configura al sacerdote con Jesucristo Cabeza y Esposo de la Iglesia” (Pastores davo vobis, 29). Pedid, pues, al Señor la gracia de vivir intensamente este gran don con que ha bendecido a su Iglesia. Es ésta una exhortación que dirijo no sólo a los queridos hijos que van a ser ordenados, sino también, con afecto y gratitud, a todos los sacerdotes aquí presentes y a cuantos, en los diversos campos de la pastoral y de la acción apostólica en España colaboran generosamente con los Obispos en la ingente tarea de la nueva evangelización. Sed siempre, con vuestra vida santa y entregada, luz y sal que ilumine y dé sabor de virtudes cristianas a cuantos os rodean. Vuestro testimonio como sacerdotes ha de ser siempre evangelizador, para que los necesitados de la luz de la fe acojan con gozo la palabra de salvación; para que los pobres y los más olvidados sientan la cercanía de la solidaridad fraterna; para que los marginados y abandonados experimenten el amor de Cristo; para que los sin voz se sientan escuchados; para que los tratados injustamente hallen defensa y ayuda.

8. ¡Queridos hijos que os disponéis a recibir de mis manos la ordenación sacerdotal! ¡Qué vastos son los horizontes que Cristo y su Iglesia ponen hoy ante vosotros! Abrid vuestras almas para recibir este gran don de Dios. Os encomiendo a la intercesión de la Santísima Virg en María, “ Madre de Jesucristo y Madre de los sacerdotes ”, para que os entreguéis plenamente a la realización del ideal de vida sacerdotal que la Iglesia os presenta.

El Señor os ofrece hoy “la corona de gloria que no se marchita” (1P 5,4). “Pasa la apariencia de este mundo” (1Co 7,31); pero Cristo, Luz de los pueblos, es el sacerdote de una Alianza que no pasa, que no se marchita porque es eterna.
* * *


Mis mejores deseos para todos especialmente para los presbíteros recién consagrados. Para todas las familias de ellos, familias de nacimiento, a las familias espirituales, eclesiales, parroquias, diócesis. Para los señores Obispos todos y cada uno y también para el Papa.





B. Juan Pablo II Homilías 815