B. Juan Pablo II Homilías 827

827 Por ello, amadísimos hermanos y hermanas, proclamamos que el templo de la Nueva y Eterna Alianza es Cristo Jesús: el Señor crucificado y resucitado de entre los muertos. En Él “habita corporalmente la plenitud de la divinidad” (Col 2,9). Él mismo es el Emmanuel: “La morada de Dios entre los hombres” (Ap 21,3). En Cristo toda la creación se ha convertido en un grandioso templo que proclama la gloria de Dios.

4. A semejanza de este edificio material que hoy dedicamos para gloria de Dios, y en cuya edificación todas las piedras, bien ensambladas, contribuyen a su estabilidad, belleza y unidad, por ser hijos de Dios, vosotros, mediante el bautismo, “como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por Jesucristo”. Y en la base de este edificio estará como garantía de estabilidad y perennidad la “piedra angular, escogida y preciosa” (1P 2,5 1P 2,6), cuyo nombre es Jesucristo.

Por eso, ¡no dañéis ese templo! No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios con el que habéis sido marcados (cf Ep 4,30), al contrario, cuidad la unidad de la fe y la comunión en todo: en el sentir y en el obrar, en torno a vuestro Pastor. En efecto, el Obispo, en comunión con el sucesor de Pedro –“roca” sobre la que se edifica la Iglesia (cf Mt 16,18)– es el Pastor de cada Iglesia particular y ha recibido de Cristo, a través de la sucesión apostólica, el mandato de enseñar, santificar y gobernar la Iglesia diocesana (cf Christus Dominus CD 11). Acogedlo, amadlo y obedecedle como a Cristo; orad constantemente por él, para que desempeñe su ministerio con total fidelidad al Señor.

5. Con la terminación de la catedral de Madrid, obra en la que se han empeñado tantas energías, se da un paso importante en la vida de esta Archidiócesis. La iglesia catedral, en efecto, es el símbolo y hogar visible de la comunidad diocesana, presidida por el Obispo, que tiene en ella su cátedra. Por ello, este día de la dedicación de la catedral ha de ser para toda la comunidad diocesana una apremiante llamada a la nueva evangelización a la que he convocado a la Iglesia.

La Iglesia española, fiel a la riqueza espiritual que la ha caracterizado a través de su historia, ha de ser en la hora presente fermento del Evangelio para la animación y transformación de las realidades temporales, con el dinamismo de la esperanza y la fuerza del amor cristiano. En una sociedad pluralista como la vuestra, se hace necesaria una mayor y más incisiva presencia católica, individual y asociada, en los diversos campos de la vida pública. Es por ello inaceptable, como contrario al Evangelio, la pretensión de reducir la religión al ámbito de lo estrictamente privado, olvidando paradójicamente la dimensión esencialmente pública y social de la persona humana. ¡Salid, pues, a la calle, vivid vuestra fe con alegría, aportad a los hombres la salvación de Cristo que debe penetrar en la familia, en la escuela, en la cultura y en la vida política! Éste es el culto y el testimonio de fe a que nos invita también la presente ceremonia de la dedicación de la catedral de Madrid.

6. Desde esa perspectiva podremos entender mejor el profundo significado de este acto. Vemos la figura y contemplamos la realidad: vemos el templo y contemplamos a la Iglesia. Miramos el edificio y penetramos en el misterio. Porque este edificio nos revela, con la belleza de sus símbolos, el misterio de Cristo y de su Iglesia. En la cátedra del Obispo, descubrimos a Cristo Maestro, que, gracias a la sucesión apostólica, nos enseña a través de los tiempos. En el altar, vemos a Cristo mismo en el acto supremo de la redención. En la pila del bautismo, encontramos el seno de la Iglesia, Virgen y Madre, que alumbra la vida de Dios en el corazón de sus hijos. Y mirándonos a nosotros mismos, podremos decir con san Pablo: “Sois edificio de Dios... El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros” (1Co 3,9 1Co 3,17). Éste es el misterio que simboliza el templo catedral dedicado a Santa María la Real de la Almudena.

Ella, la Madre del Señor, es la patrona de la diócesis de Madrid, bajo la advocación de la Almudena. Se trata de una advocación antiquísima, que se remonta a los orígenes de la Villa y cuya devoción ha ido creciendo con el tiempo. Así lo muestra el Voto de la Villa que la corporación municipal realizó a finales del siglo XVIII y la participación masiva de fieles en las celebraciones litúrgicas de su fiesta en los últimos años. La devoción a la Virgen de la Almudena, junto con la de otras imágenes marianas, como las de la Madona de Madrid, la Virgen de la flor de Lys, la Virgen de Atocha y la Virgen de la Paloma, manifiestan la veneración y afecto profundos que los católicos madrileños sienten por la Madre de Dios.

Al dedicar este templo en honor de Santa María, la Virgen de la Almudena, toda la Iglesia de Madrid, y cada uno de sus fieles, debe mirar hacia ella y aprender a ser también signo visible de la presencia de Dios entre los hombres.

7. Iglesia de Madrid: para realizar en este mundo de hoy la inmensa y maravillosa misión de vivir plenamente la Redención de Cristo y comunicarla a los hombres, tienes que fijar tus ojos en la mujer que un día recibió el gozoso anuncio de la Encarnación del Hijo de Dios. Ella, que precede a la Iglesia “en el peregrinar por la fe” (Redemptoris Mater RMA 2), te mostrará el camino. Mírala a ella, y como ella da tu sí a la gracia, para que te llenes de Cristo y puedas tú cantar también su mismo canto de alabanza (cf Lc 1,46-55).

Así sea.





VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

CELEBRACIÓN DE LAUDES EN EL SEMINARIO MAYOR




Madrid, miércoles 16 de junio de 1993



828 Amadísimos seminaristas,
queridos sacerdotes:

1. Habéis venido, en esta radiante mañana, para alabar juntos a Dios Padre, por Jesucristo, y en la comunión y la paz del Espíritu Santo, por el día que comenzamos, por habernos redimido con su sacrificio eterno. Y, especialmente, para darle gracias por el don precioso de la vocación al sacerdocio y a la vida consagrada.

Habéis venido de todas las diócesis de España y de numerosas casas de formación de Institutos de vida consagrada y de sociedades de vida apostólica. Los lugares, las circunstancias y los modos concretos de realizar vuestra vocación son bien diferentes. Y, sin embargo, en su raíz última y en su significado fundamental vuestra vocación es la misma, pues nace del amor de Jesucristo por cada uno de vosotros.

“El amor no pasa nunca” (
1Co 13,8), acabamos de escuchar en la lectura del apóstol Pablo. De ese amor que nunca falla y que supera toda medida nace la Iglesia, la humanidad redimida por el amor de Cristo y capacitada, por el don de su Santo Espíritu, para vivir en el amor, que es la plenitud de la vocación humana.

2. Al encontrarme hoy con vosotros, queridos seminaristas de tantos lugares de España, una inmensa alegría invade mi corazón de Pastor. El Señor os ha mirado a cada uno con una ternura y un amor infinitos, para recorrer con vosotros una historia de salvación y asociaros de un modo especial a su persona mediante el sacramento del Orden. Cómo no llenarse de gozo ante esta promesa de futuros sacerdotes, de generosos obreros de la mies con que el Señor nos bendice? Cómo no alegrarme con todos vosotros, con vuestros obispos y formadores, con vuestras respectivas diócesis y con toda la Iglesia, viendo fructificar la llamada de Dios en vuestros corazones?

A este propósito, no puedo por menos de manifestar mi viva gratitud a tantos formadores y profesores que, mediante su labor –a veces oculta y sacrificada–, prestan un precioso servicio a la Iglesia, en un campo tan delicado como es el de la preparación de los futuros ministros de Dios.

El himno de la caridad que hemos proclamado en nuestra plegaria de Laudes, nos sitúa en el momento de gracia que estamos viviendo. “El amor no pasa nunca”, dice el Apóstol, y la nueva Alianza en Jesucristo es la prueba de ese amor eterno de Dios, de su infinita bondad para con los hombres. En este encuentro de oración quiero ayudaros a penetrar en este profundo misterio de alianza, para que os preparéis a vivirlo un día con toda responsabilidad y entrega. La Iglesia, consciente de la transcendencia de vuestra formación para el ministerio sagrado, ha reflexionado en el último Sínodo de Obispos, dedicado a la formación de los sacerdotes en la situación actual; y sus frutos he querido presentarlos en la Exhortación Apostólica Pastores Dabo Vobis, con la viva confianza de que, quienes os preparáis para el sacerdocio, la hagáis vuestra.

3. El secreto de toda vuestra formación –humana, espiritual, intelectual y pastoral– reside en la configuración con Cristo. En efecto, el sacerdote es otro Cristo. Y sólo en la identificación con Él hallará su identidad, su gozo y su fecundidad apostólica. Por ello, la formación que recibís en el Seminario debe orientarse a prepararos “de una manera específica para comunicar la caridad de Cristo, buen Pastor” (Pastores Dabo Vobis PDV 57). La alianza de Cristo, su entrega total hasta dar la vida, expresa la caridad del Buen Pastor, que da vida abundante a sus ovejas. Esta misma caridad debe configurar, por tanto, la vida de los pastores de la Iglesia.

En el proceso de configuración con Cristo, el Seminario debe ofrecer una ayuda insustituible, pues en la etapa de formación se ponen las bases del futuro ministerio. Atención especialísima debe prestarse a la maduración en la experiencia de Dios, que se realiza a través de la oración personal y comunitaria, y que alcanza su culmen en la Eucaristía. La experiencia que, en vuestro tiempo de formación, tengáis de la oración os hará capaces de estimar y valorar los diversos caminos por los que el Señor busca comunicarse con los hombres. Así podréis guiar, con mano experta, a quienes se acerquen a vosotros con el deseo y el ansia de Dios en su corazón. Por ello, el Seminario debe favorecer los tiempos fuertes de oración, así como el discernimiento necesario de aquellas formas de plegaria que la Iglesia estima de forma singular.

4. El centro de la vida espiritual del candidato al sacerdocio ha de ser la Eucaristía de cada día. A este propósito, deseo recordar aquellas palabras de la Exhortación Apostólica Pastores Dabo Vobis: Es necesario que los seminaristas participen diariamente en la celebración eucarística, de forma que luego tomen como regla de vida sacerdotal la celebración diaria” (Ibíd., 48). Del misterio redentor de Cristo, renovado en la Eucaristía, se nutre también el sentido de la misión, el amor ardiente por los hombres. Desde la Eucaristía se comprende igualmente que toda participación en el sacerdocio de Cristo tiene una dimensión universal. Con esa perspectiva es preciso educar el corazón, para que vivamos el drama de los pueblos y multitudes que no conocen todavía a Cristo, y para que estemos siempre dispuestos a ir a cualquier parte del mundo, a anunciarlo “a todas las gentes” (cf. Mt Mt 28,19). Esta disponibilidad –a la que he exhortado de modo apremiante en la Encíclica Redemptoris Missio– es hoy particularmente necesaria, ante los horizontes inmensos que se abren a la misión de la Iglesia, y ante los retos de la nueva evangelización.

829 5. La configuración con Cristo ha de ser el objetivo prioritario en la formación de todo candidato al sacerdocio. Como el Señor instruyó a sus discípulos, preparándoles para el ejercicio de su misión, la Iglesia, siguiendo su ejemplo, debe dedicar su mayor solicitud a la adecuada preparación de los sacerdotes. “Si la Iglesia quiere buenos ministros –decía san Juan de Ávila, patrono del clero español–, ha de proveer que haya educación de ellos” (S. Juan Ávila, Obras completas, t. VI, BAC, n. 324, Madrid, 1971, 40). La formación, tal como la entiende la Iglesia, se dirige a toda la persona, y no sólo a su inteligencia. Busca hacer del futuro presbítero una auténtica “epifanía y transparencia del buen Pastor” (Pastores Dabo Vobis PDV 49), de forma que, en lo humano, en lo espiritual, en lo intelectual y en lo pastoral, sea un maestro en el “ arte de las artes ” que, según San Gregorio Magno, es la cura de almas. Por esta razón, el Seminario debe ser una escuela de formación sacerdotal en su sentido más profundo.

6. Todo esto pone aún más de relieve la importancia del estudio, orientado no sólo a la adquisición de conocimientos, sino como parte complementaria de la propia vocación –a nivel humano, espiritual y sacerdotal– que hace madurar a la persona en la búsqueda de la verdad, la consolida en su posesión y la llena de gozo al contemplarla. Sin la disciplina y hábito del estudio, el futuro presbítero no podrá ser el hombre sabio según el Evangelio que, oportuna e inoportunamente, exhorta con la Palabra de Dios, convence con la verdad y libera del error. El presbítero está llamado a ser maestro de la fe cristiana y, por tanto, debe ser capaz de dar razón de la fe que predica y enseña.

La dedicación al estudio debe hacerse con una perspectiva pastoral, pues dispone a los seminaristas para los ministerios propios del pastor: la predicación, la catequesis y enseñanza, el consejo y la dirección espiritual, el discernimiento sabio de la voluntad de Dios en la vida de los hombres. Esta dimensión pastoral del estudio requiere ciertamente una particular atención a los problemas del mundo actual. El sacerdote tiene que ser sensible a cuanto sucede a su alrededor, a los movimientos culturales de su época, a las corrientes de pensamiento. Sólo así podrán iluminarse, desde la revelación cristiana, los problemas que atañen al hombre, aportando la verdad que viene de Jesucristo.

7. La preparación de los seminaristas –dice el Decreto Optatam Totius del Concilio Vaticano II– “debe tender a la formación de verdaderos pastores de las almas, a ejemplo de nuestro Señor Jesucristo, Maestro, Sacerdote, Pastor” (Optatam Totius, 4). Ésta ha de ser la meta de todo vuestro proceso formativo hasta que lleguéis a la plena comunión con la caridad pastoral de Jesucristo (cf. Pastores Dabo Vobis PDV 57). Dicha comunión os capacitará para estar entre los hombres haciendo presente al Señor Jesús en todo vuestro comportamiento. De ahí, la importancia por llegar a poseer “los mismos sentimientos de Cristo” (Ph 2,5).

El sacerdote, llamado a actualizar mediante los sacramentos la redención de Cristo, debe vivir siempre con la misma preocupación del Señor: salvar al hombre. El ministerio sacerdotal quedaría vacío de contenido si, en el trato pastoral con los hombres, se olvidara su dimensión soteriológica cristiana. Esto se da, por desgracia, en las formas reduccionistas de ejercer el ministerio, como si se tratara de una función de simple ayuda humana, social o psicológica. El sacerdote, como Jesús mismo, es enviado a los hombres para hacerles descubrir su vocación de hijos de Dios, para despertar en ellos –como hizo Jesús con la samaritana– el ansia de la vida sobrenatural. El sacerdote es enviado para exhortar a la conversión del corazón, educando la conciencia moral y reconciliando a los hombres con Dios mediante el sacramento de la penitencia.

8. Para vivir plenamente la unión con Cristo al servicio de los hombres el Señor os enriquece con el don del celibato, libremente asumido, por el Reino de los cielos, con el cual se sella la llamada al sacerdocio. El celibato os configura con Cristo virgen, esposo de la Iglesia, a la que se entrega plenamente para santificarla y hacerla fecunda en la caridad. El celibato os permite presentaros ante el pueblo cristiano como hombres libres, con la libertad de Cristo, para entregaros sin reservas a la caridad universal, a la paternidad fecunda del espíritu, al servicio incondicional de los hombres. La maduración de vuestra afectividad se realizará en vosotros en la medida en que acojáis a Jesucristo, pobre, casto y obediente.

No miréis, por tanto, lo que dejáis; mirad lo que recibís. No os quedéis en la renuncia; mirad el don y contemplad la gracia recibida. Esta actitud de vivir dando la vida no se improvisa ni se adquiere automáticamente con el sacramento del Orden. Exige una pedagogía especial cuyo desarrollo compromete todo el proceso de formación en el Seminario. A esto os ayudarán ciertamente la experiencia de sacerdotes sabios y santos, la indispensable dirección espiritual, el trato con la gente entre la que iniciáis vuestras primeras experiencias pastorales y, naturalmente, la amistad que va surgiendo entre vosotros, en torno a Cristo, que os llama para ser sus amigos. Esta amistad, favorecida por la vida comunitaria –que ha de ser cultivada con esmero– os ayudará después a vivir la fraternidad sacerdotal que el Concilio Vaticano II presenta como medio eficaz para hacer más fecundo el don mismo del sacerdocio (Presbyterorum ordinis PO 8). La vivencia de esta fraternidad será la mejor preparación para hacer realidad la comunión afectiva y efectiva en el presbiterio diocesano.

9. No puedo finalizar este entrañable encuentro sin dirigir una palabra de saludo lleno de afecto a los presbíteros aquí presentes y, en ellos, a los de toda España. Queridos hermanos en el sacerdocio de Jesucristo, quiero expresaros mi viva gratitud por vuestra entrega callada y no exenta de sacrificios en los diversos campos de la pastoral. Reavivad cada día el carisma que recibisteis por la imposición de manos (cf. 2Tm 2Tm 1,6) identificándoos con Jesucristo, en su triple función de santificar, enseñar y apacentar. Os pido encarecidamente que continuéis ilusionados en vuestras tareas pastorales al servicio del Pueblo de Dios, en íntima comunión con vuestros Pastores y en fidelidad a las enseñanzas de la Iglesia.

¡El amor no pasa nunca! La llamada de Cristo no pasa, se renueva cada día. Buscad, pues, que se renueve también vuestro encuentro con Él. Que sea una auténtica necesidad de vuestra vida el trato íntimo con Jesucristo. Un día tuvisteis una inolvidable experiencia de encuentro con el Señor. Aquella llamada os llenó de gozo. Aquella primera semilla –que era promesa de plenitud en el amor– ha de crecer y hacerse fecunda en vosotros. Y así, cada instante de la vida será como aquella primera gracia, que se renueva constantemente. Y con el paso del tiempo, vuestro gozo crecerá y nadie os podrá quitar vuestra alegría. Porque “el amor no pasa nunca” (1Co 13,8).
Sólo me queda animaros en esta carrera por alcanzar a Cristo. Él os alcanzó primero. Dejaos formar por Él. Amad sin reservas a la Iglesia; y que María, la Madre de Cristo sacerdote, os eduque con su amor maternal, para que en vosotros se conforme la imagen verdadera de su Hijo.
* * *


830 (Al final del encuentro, Juan Pablo II respondió con las siguientes palabras al saludo del rector y de un joven seminarista.)

Antes de regresar quiero decir que este encuentro tiene una conjunción muy profunda, muy buena con el Congreso Eucarístico Internacional. Entonces, se ve aquí al Arzobispo de Sevilla, porque tiene una gran altura... de vida. Estamos entre Sevilla y Madrid, entre la celebración eucarística “Statio Orbis” y el encuentro con los seminaristas, los seminaristas actuales. Pero todos somos seminaristas. Somos muchos ex–seminaristas. Especialmente los Señores Obispos, y aun mucho más los Señores Cardenales: seminaristas mayores y menores; hay también un seminarista mínimo: es el Papa. Sí, sí, es también un seminarista permanente, porque debe estudiar cada día durante todos los años. Cada día, seminarista, seminarista mínimo, debe siempre estudiar. Me encomiendo a vuestras oraciones, a la protección de la Virgen. Muchas gracias.

VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

CANONIZACIÓN DE ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ




Plaza de Colón, Madrid

Miércoles 16 de junio de 1993



“Vosotros sois la sal de la tierra...
Vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5,13-14).

1. Estas palabras del Señor resuenan con toda su fuerza y grandeza cada vez que la Iglesia se reúne para celebrar el don de la santidad en uno de sus hijos. Resuenan hoy, de manera especial, en esta gran asamblea, que, junto con el Obispo de Roma, se congrega como “linaje escogido, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo adquirido por Dios para proclamar las obras del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1P 2,9). Aquí está, en efecto, el pueblo santo de Dios, llamado a ser, por la gracia divina, sal de la tierra y luz del mundo.

Testigo de la luz divina fue el beato Enrique de Ossó y Cervelló, a quien la Iglesia eleva hoy a la gloria de la santidad y lo propone como modelo al pueblo cristiano. La Iglesia universal se alegra y se goza con este hijo suyo que, fiel a la llamada de Dios, entendió que «la aportación primera y fundamental a la edificación de la misma Iglesia en cuanto “comunión de los santos”» (Christifideles laici CL 17) era su propia santidad. La semilla de santidad que recibió en el bautismo, maduró, dio fruto y fue devuelta a la Iglesia enriquecida con su carisma personal.

2. Cuál fue este carisma? Cuál fue el don recibido de Dios que fructificó en la vida del nuevo santo? Las lecturas bíblicas que han sido proclamadas nos dan la respuesta justa a estas preguntas. Enrique de Ossó buscó y encontró la sabiduría; la prefirió a los cetros, a los tronos y a la riqueza (Sg 7,8). Desde su juventud, al abandonar la casa paterna, refugiándose en el monasterio de Montserrat, sintió que Dios le llamaba para hacerle partícipe de su amistad (cf. ibíd. 7, 14). Seducido por la luz que no tiene ocaso (cf. ibíd. 7, 10), encontró “el tesoro inagotable” (cf. ibíd. 7, 14) y lo dejó todo por poseerlo (cf Mt 13,44-46). Su padre quería que fuera comerciante; y él, como el comerciante de la parábola evangélica, prefirió la perla de gran valor, que es Jesucristo. El amor a Jesucristo le condujo al sacerdocio, y en el ministerio sacerdotal Enrique de Ossó encontró la clave para vivir su identificación con Cristo y su celo apostólico. Como “buen soldado de Cristo Jesús” (2Tm 2,3) tomó parte en los trabajos del evangelio y encontró fuerzas en la gracia divina para comunicar a los demás la sabiduría que había recibido. Su vida fue, en todo momento, contacto íntimo con Jesús, abnegación y sacrificio, generosa entrega apostólica.

3. Además del sacerdocio supo desarrollar su gran vocación a la enseñanza. No sólo hizo descubrir a otros la sabiduría escondida en Cristo, sino que sintió la necesidad de formar personas “capaces a su vez de enseñar a otros”, según la expresión de san Pablo a Timoteo (2Tm 2,2). La Compañía de Santa Teresa de Jesús, fundada por él, no tiene otro fin que conocer y amar a Cristo, y así hacer que sea conocido y amado por los demás. El carisma de vuestro Fundador, amadas religiosas, sigue vivo en vosotras. La celebración de hoy es una invitación que el Señor os dirige para que continuéis vuestro fecundo servicio eclesial desde la santidad de vida y empeño apostólico, sobre todo a través de la enseñanza y formación de la juventud.

De la mano de Teresa de Jesús, Enrique de Ossó entiende que el amor a Cristo tiene que ser el centro de su obra. Un amor a Cristo que cautive y arrebate a los hombres ganándolos para el evangelio. Urgido por este amor, este ejemplar sacerdote, nacido en Cataluña, dirigirá su acción a los niños más necesitados, a los jóvenes labradores, a todos los hombres, sin distinción de edad o condición social; y, muy especialmente, dirigió su quehacer apostólico a la mujer, consciente de su capacidad para transformar la sociedad: “El mundo ha sido siempre –decía– lo que le han hecho las mujeres. Un mundo hecho por vosotras, formadas según el modelo de la Virgen María con las enseñanzas de Teresa” (Enrique de Ossó y Cervelló, Escritos, t. I, Barcelona, 1976, 207). Este ardiente deseo de que Jesucristo fuera conocido y amado por todo el mundo hizo que Enrique de Ossó centrase toda su actividad apostólica en la catequesis.En la cátedra del Seminario de Tortosa, o con los niños y la gente sencilla del pueblo, el virtuoso sacerdote revela el rostro de Cristo Maestro que, compadecido de la gente, les enseñaba el camino del cielo.

831 Su espíritu está marcado por la centralidad de la persona de Jesucristo. “Pensar, sentir, amar como Cristo Jesús; obrar, conversar y hablar como Él; conformar, en una palabra, toda nuestra vida con la de Cristo; revestirnos de Cristo Jesús es nuestra ocupación esencial” (Ibíd., t. III, Barcelona, 1976, 456). Y junto a Cristo, profesaba una piedad mariana entrañable y profunda, así como una admiración por el valor educativo de la persona y la obra de Santa Teresa de Jesús.

4. Avui és un dia gran per a l’Església, arreu del món, però a Espanya en primer lloc. Ho és especialment per a vosaltres, els tortosins. Un fill de l’entranyable terra catalana és proclamat sant; queda incorporat d’aquesta manera a la llarga corrua de sants i beats que són signe eloqüent de la riquesa espiritual d’aquest poble cristià.

Espanya pot gloriar–se, certament, d’una magnífica història de santedat; és cert però igualment que, en els nostres dies, per afrontar amb decisió i esperança el repte del futur, aquest país necessita retornar a les seves arrels cristianes.

Avui més que mai es pot percebre la necessitat de Déu. A mesura que la visió de la vida es secularitza, la societat es deshumanitza encara més, perquè es perd la perspectiva justa de les relacions entre els homes; quan es debilita la dimensió trascendent de l’existència, s’empetiteix el sentit de les relacions personals i de la història, i es posa en perill la dignitat i la llibertat de la persona humana, que només té Déu, el seu Creador, com a font i com a terme.

5. Por ello, en esta celebración litúrgica, que ve reunidos a tan gran número de personas de la Archidiócesis de Madrid y de las diócesis de Alcalá y Getafe, de la diócesis de Tortosa, patria del nuevo santo, y de las demás diócesis catalanas, así como de otros muchos lugares de la querida España, quiero dirigir un especial mensaje de aliento y esperanza a las familias españolas. A ellas, que son los santuarios del amor y de la vida (Centesimus annus
CA 39), las exhorto a ser verdaderas “ iglesias domésticas ”, lugar de encuentro con Dios, centro de irradiación de la fe, escuela de vida cristiana. “El futuro de la humanidad se fragua en la familia; por consiguiente, es indispensable y urgente que todo hombre de buena voluntad se esfuerce por salvar y promover los valores y exigencias de la familia” (Familiaris consortio FC 86). Son bien conocidos los problemas que en nuestros días asedian al matrimonio y a la institución familiar; por eso, es necesario presentar con autenticidad el ideal de la familia cristiana, basado en la unidad y fidelidad del matrimonio, abierto a la fecundidad, guiado por el amor. Y cómo no expresar vivo apoyo a los reiterados pronunciamientos del Episcopado español en favor de la vida y sobre la ilicitud del aborto? Exhorto a todos a no desistir en la defensa de la dignidad de toda vida humana, en la indisolubilidad del matrimonio, en la fidelidad del amor conyugal, en la educación de los niños y de los jóvenes siguiendo los principios cristianos, frente a ideologías ciegas que niegan la transcendencia y a las que la historia reciente ha descalificado al mostrar su verdadero rostro.

6. Que en el seno de los hogares cristianos, los jóvenes, que son la gran fuerza y esperanza de un pueblo, puedan descubrir ideales altos y nobles que satisfagan las ansias de sus corazones y les aparte de la tentación de una cultura insolidaria y sin horizontes que conduce irremediablemente al vacío y al desaliento. La educación de los niños y jóvenes, queridos hermanos y hermanas, sigue teniendo una importancia fundamental para la misión de la Iglesia y para la misma sociedad civil. Por eso es preciso que los padres y madres cristianos sigan afirmando y sosteniendo el derecho a una escuela católica, auténticamente libre, en la que se imparta una verdadera educación religiosa y en la que los derechos de la familia sean convenientemente atendidos y tutelados. Todo ello redundará en beneficio del bien común, ya que la instrucción religiosa contribuye a preparar ciudadanos dispuestos a construir una sociedad que sea cada vez más justa, fraterna y solidaria.

Jóvenes que me escucháis: dejadme repetiros lo que ya os dije en Santiago de Compostela, en la Jornada Mundial de la Juventud: “¡No tengáis miedo a ser santos!”. Seguid a Jesucristo, que es fuente de libertad y de vida. Abríos al Señor para que Él ilumine todos vuestros pasos. Que Él sea vuestro tesoro más querido; y si os llamara a una intimidad mayor en la vida sacerdotal o religiosa, no cerréis vuestro corazón. La docilidad a su llamada no mermará en nada la plenitud de vuestra vida: al contrario, la multiplicará, la ensanchará hasta abrazar con vuestro amor los confines del mundo. ¡Dejaos amar y salvar por Cristo, dejaos iluminar por su poderosa luz! Así seréis luz de vida y de esperanza en medio de esta sociedad.

7. Estamos celebrando esta Eucaristía en la Plaza dedicada a Colón, el descubridor de América.Los monumentos que nos rodean recuerdan aquel encuentro de dos mundos, en el que jugó un papel tan decisivo la fe católica. En el marco de la conmemoración del V Centenario de la Evangelización de América, el 12 de octubre pasado, en Santo Domingo, y junto con todo el Episcopado Latinoamericano, quise dar gracias a Dios una vez más por “la llegada de la luz que ha alumbrado de vida y esperanza el caminar de los pueblos que, hace ahora quinientos años, nacieron a la fe cristiana” (Homilía de la misa para la conmemoración del V Centenario de la evangelización de América, n. 3, 11 de octubre de 1992). Aquel descubrimiento, que cambió la historia del mundo, fue una apremiante llamada del Espíritu a la Iglesia, y especialmente a la Iglesia española, que supo responder generosamente con ferviente ardor misionero. También hoy se hace apremiante la nueva evangelización, para renovar la riqueza y vitalidad de los valores cristianos en una sociedad que da muestras de desorientación y desencanto. Es necesario, pues, una acción evangelizadora que fomente las actitudes cristianas de mayor autenticidad personal y social, y en la que participen todos los miembros de las comunidades eclesiales. En esta solemne ceremonia de canonización del sacerdote Enrique de Ossó, hay que resaltar que la nueva evangelización a la que estamos llamados ha de tener como primer objetivo el hacer vida entre los fieles el ideal de santidad. Una santidad que se manifieste en el testimonio de la propia fe, en la caridad sin límites, en el amor vivido y ejercido en las actividades de cada día.

8. Por ello, con la fuerza del amor que irradia de los santos y la esperanza cristiana que nos llena de gozo, dirijo mi llamada a la Iglesia de España: Renueva en ti la gracia del bautismo, ábrete de nuevo a la luz. Es la hora de Dios, no la dejes pasar. No permitas que la sal se vuelva insípida, pues entonces, como dice el Señor, “no sirve para nada, sino para que la pisen los hombres” (Mt 5,13). ¡Sé, también hoy, una Iglesia, que en virtud del testimonio de sus santos, muestre a todos el camino de la salvación! Abrid vuestras vidas a la luz de Jesucristo; buscadle donde Él está vivo: en la fe y en la vida de la Iglesia, en el rostro de los santos. Que, a imitación y ejemplo de san Enrique de Ossó, seáis sal de la tierra y luz del mundo, para que los hombres “vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,16).
Amén.
* * *


832 (Al final de la Celebración eucarística el Santo Padre si dirige uan vez más a los numerosos fieles presentes en la Plaza de Colón con estas palabras.)

Madrileños y españoles, un gran agradecimiento, un gran agradecimiento a Dios por todas las riquezas de vuestra historia humana y cristiana, por todas.

Un agradecimiento especial por este Congreso Eucarístico Internacional que se celebró en Sevilla.


ucaristía y Evangelización, un agradecimiento después de 500 años por la evangelización de América, un agradecimiento a Dios, a Cristo Jesús, al Espíritu Santo, por vuestros Santos y Beatos a través de Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, y hoy San Enrique de Ossó.

Un agradecimiento por vuestra acogida cordial al Papa.

¡Muchas gracias! Hasta la próxima vez, hasta la próxima vez en los caminos de la nueva evangelización.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Amén.





B. Juan Pablo II Homilías 827