B. Juan Pablo II Homilías 832


VIAJE APOSTÓLICO A JAMAICA, MÉXICO Y DENVER

SANTA MISA PARA LOS FIELES DE LA DIÓCESIS DE MÉRIDA

Y LAS POBLACIONES INDÍGENAS





Explanada de Xoclán-Muslay, Mérida

Miércoles 11 de agosto de 1993



Venerables hermanos en el episcopado,
833 queridos sacerdotes, religiosos y religiosas,
amadísimos hermanos y hermanas:

“Vosotros sois la sal de la tierra” (
Mt 5,13).

1. Son palabras de Jesús a sus discípulos, que hemos escuchado en la lectura del Evangelio en esta solemne celebración eucarística. Son palabras que hoy, el Sucesor de Pedro, en nombre del Señor, repite con gozo a todos vosotros, congregados en Mérida para dar fervientes gracias a Dios por el don de la fe cristiana.

Yucatán es el nombre sonoro y expresivo de esta tierra, que hoy se encuentra en millones de labios a lo largo y ancho de América Latina y de todo el mundo. Convocados por el Señor Jesús, vivo y operante en su Iglesia, que hoy como ayer sigue hablando en lo más íntimo de cada hombre, queremos celebrar la llegada de su mensaje de salvación a los pueblos de este bendito Continente. En él, bajo la acción del Espíritu, se hicieron fecundas las “semillas del Verbo”, presentes en el hondo sentido religioso de sus culturas, y se abrió su corazón a “la Luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo” (Jn 1,9).

¡Qué hermoso es reunirse para celebrar la misma fe y la misma vida en Cristo! Vosotros y yo somos no sólo fruto, sino también sembradores de las palabras de Jesús: “Id y haced discípulos a todas las gentes” (Mt 28,19), es decir, apóstoles de la nueva evangelización a la que, en virtud de nuestro bautismo, estamos todos llamados. Por eso, el Señor nos recuerda hoy nuevamente que somos “la sal de la tierra, la luz del mundo” (cf. ibíd., 5, 13-14).

2. Mi saludo en esta bendita tierra de Yucatán, que acogió la Buena Nueva de Jesucristo, quiere estar en sintonía con vuestro gozo por la fe recibida, germen de una nueva vida que transforma toda la existencia según los designios providenciales de Dios. Os saludo, pues, hermanos Obispos de México aquí presentes, así como a los de las distintas Naciones de América Latina que habéis querido uniros a nuestra celebración. En particular, a Monseñor Manuel Castro Ruiz, Pastor de esta amada Arquidiócesis que hoy nos acoge. Igualmente doy mi más cordial bienvenida a las Autoridades civiles y militares que nos acompañan.

Os saludo, queridos sacerdotes, religiosos y religiosas, que continuáis con ejemplar dedicación la labor de llevar el Evangelio a todos los ambientes. Os saludo, amadísimos fieles de Mérida, de Yucatán y de todo México, que con ilusión y alegría habéis esperado este encuentro de fe y amor. Y, de un modo especial, os saludo a vosotros, hermanos y hermanas indígenas, que representáis a las comunidades y etnias no sólo de Yucatán y México, sino también de todo el Continente americano, a la vez que os reitero el particular amor que la Iglesia os profesa.

3. “Vosotros sois la sal de la tierra” (Mt 5,13)). Son palabras que el Señor dirige hoy a vosotros, reunidos aquí en la península de Yucatán: os lo dice a vosotros, descendientes de los primeros habitantes de México y del Continente americano. En la fe cristiana, sois verdaderamente la sal de la tierra. Antes de que llegaran aquí los habitantes de otros continentes, vosotros habíais ya dado a esta tierra el sabor de las fatigas de vuestro trabajo y de vuestros sufrimientos, la riqueza de vuestras culturas ancestrales, de vuestros valores humanos, de vuestras lenguas. Pero con la fe cristiana todo ello recibió un significado nuevo y más profundo. Vosotros, que habéis acogido en vuestro corazón el mensaje salvador de Cristo, sois, pues, sal de la tierra porque habéis de contribuir a evitar que la vida del hombre se deteriore o que se corrompa persiguiendo los falsos valores, que tantas veces se proponen en la sociedad contemporánea. Vosotros sois sal de esta tierra, tierra mexicana, tierra americana.

Hoy vengo entre vosotros para rendir homenaje a los descendientes de los antiguos habitantes de América; para dar gloria a la divina Providencia, que les confió esta tierra para hacerla fecunda y fructífera según los designios del Creador, que ha destinado los bienes de la creación para servicio y utilidad de toda la familia humana.

La Iglesia, como Madre y Maestra, hace suyos los problemas que afectan al hombre, y en especial a los más pobres y abandonados, y trata de iluminarlos desde el Evangelio. Por eso, en la construcción de una sociedad más justa y fraterna, la doctrina social de la Iglesia propone siempre la primacía de la persona sobre las cosas (Centesimus annus CA 53-54), de la conciencia moral sobre los criterios utilitaristas, que pretenden ignorar la dignidad del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios.

834 4. Cristo, luz del mundo (cf. Jn Jn 8,12), nos exhorta hoy a que nosotros seamos también luz ante los hombres para que, viendo nuestras buenas obras, glorifiquen al Padre que está en los cielos (cf. Mt Mt 5,16). Cristo, “luz verdadera, que ilumina todo hombre que viene a este mundo” (Jn 1,9), es el Verbo proclamado por san Juan en el prólogo de su Evangelio (Ibíd., 1 1-4): el Hijo eterno, consustancial con el Padre. La Vida estaba en Él, y Él la ha traído al mundo.“Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él... tenga la vida eterna” (Ibíd., 3, 16).

Ésta es la prueba suprema del amor de Dios a los hombres desde toda la eternidad: la Encarnación del Verbo. Y también vosotros, queridos hermanos y hermanas, habéis sido objeto de ese amor de predilección por parte de Dios; también por amor vuestro se encarnó su Hijo Unigénito. También a vosotros Dios Padre os lo entrega como Salvador, para que tengáis la vida eterna. “Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo” (Ibíd., 17, 3).

5. Se han cumplido quinientos años de la llegada del Evangelio al Nuevo Mundo. El ardor apostólico y la entrega generosa de una pléyade de misioneros hicieron posible la implantación de la Iglesia de Cristo en este Continente. Hoy, cuando damos fervientes gracias a Dios por la fe recibida y por los abundantes dones con que ha querido bendecir a América, el Señor nos recuerda que somos sal de la tierra y luz del mundo, y nos envía a proclamar la Buena Nueva de la salvación.

El mandato misionero de Jesús (cf Mc 16,15) se hace hoy llamado urgente, dirigido a todos y cada uno de los bautizados. Se dirige a los padres y madres de familia, invitándolos a hacer de su casa un hogar cristiano, evangelizado y evangelizador, a ejemplo del hogar de Nazareth. Se dirige a los jóvenes para que se conviertan en heraldos y defensores de la civilización de la solidaridad y del amor entre los hombres. Se dirige a los trabajadores y campesinos, para que transformen el propio trabajo en un instrumento de hermandad, justicia y solidaridad. Se dirige a los profesionales y a los hombres de cultura, para que impregnen las realidades temporales con el espíritu evangélico, que es espíritu de verdad y de amor. Se dirige a quienes desempeñan responsabilidades públicas en bien de la comunidad, para que dediquen con honestidad lo mejor de sí en favor de la pacífica convivencia, la libertad y el desarrollo.

6. Cristo es la luz del mundo, pues en Él se ha revelado la Vida. Se ha revelado mediante la palabra del Evangelio, pero sobre todo se ha revelado mediante su muerte redentora en la Cruz. Ha ofrecido en sacrificio al Padre su vida en expiación por los pecados del mundo. Y con este sacrificio cruento Él ha vencido el pecado y la muerte. En el Gólgota aceptó la muerte, pero al tercer día resucitó y vive para siempre. Vive para darnos su Vida. De este modo, Cristo es aquella Luz, aquella Vida que ha demostrado ser más fuerte que la muerte. En Él está la Vida divina, que es Luz para los hombres (cf. Jn Jn 1,4). Cristo, luz del mundo, os está enviando hoy a vosotros hermanos y hermanas, descendientes de los antepasados, os está enviando a vosotros en el camino de la vida. Éste es el camino de verdad, es el camino de siempre y de la nueva evangelización.

La Buena Nueva de Cristo, vencedor de la muerte y redentor del género humano, fue anunciada hace cinco siglos a los pobladores de este Continente y muchos de vuestros antepasados la acogieron como mensaje de salvación: recibieron la luz que brilla en las tinieblas. Nosotros, hoy, agradecemos esta acogida de los corazones humanos, esta acogida de la verdad de la vida eterna implantada en América Latina, en Yucatán, en México a través de la primera evangelización. También vosotros, queridos hermanos y hermanas, gracias al Evangelio, habéis recibido la luz y estáis llamados a dar valientemente testimonio de ella. Cada uno de vosotros ha de sentirse llamado a ser sal de la tierra y luz del mundo. Habéis de ser sal que preserva de la corrupción y que da sabor a los frutos de la tierra. Habéis de iluminar a los que os rodean mediante vuestra caridad; caridad que es amar a los demás como Cristo nos ha amado (cf. Jn Jn 15,12). Ésta es la evangelización de ayer, de hoy y para siempre.

7. Vosotros sois la sal de la tierra. Vosotros sois la luz del mundo. Os lo dice Cristo mismo, que es la Luz. Lo dice también con el ejemplo de su vida, con la verdad de sus sufrimientos, con su muerte en la Cruz.

Cuando el Apóstol Pablo, en la carta a los Romanos, exhorta a los cristianos a no devolver a nadie mal por mal; buscando hacer el bien delante de todos los hombres (cf Rm 12,17), lo hace porque ése es el auténtico mensaje de Cristo. ¿No es verdad que Jesús nos ha enseñado a rezar al Padre con estas palabras: “perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”? (cf. Mt Mt 6,12 Lc 11,4). ¿No es verdad que el Señor desde la cruz ha orado por aquellos que le ofendían: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”? (Lc 23,34). Perdonando y amando Cristo consiguió su victoria. Para que nosotros consigamos también nuestra victoria, san Pablo nos exhorta con estas palabras: “¡No te dejes vencer por el mal, mas vence el mal con el bien!” (Rm 12,21).

8. Queridos hermanos y hermanas, a vosotros, que habéis sido víctimas de tantas injusticias, se refiere también la exhortación del Apóstol: “¡No os dejéis vencer por el mal, mas venced el mal con el bien!” (Ibíd.). Os repito las palabras que os dirigí en mi mensaje con ocasión del V Centenario de la evangelización de América: “El mundo tiene siempre necesidad del perdón y de la reconciliación entre las personas y entre los pueblos. Solamente sobre estos fundamentos se podrá construir una sociedad más justa y fraterna” ((Mensaje a los indígenas de América, n. 6, 12 de octubre de 1992). Una sociedad de ayer, de hoy y para siempre: una sociedad mexicana, una sociedad americana, una sociedad humana y una sociedad cristiana.

Sois un pueblo mariano, devoto de la Virgen, Madre de todos los cristianos y Reina de la paz. Una paz que es fruto de la aceptación del sufrimiento y del dolor, así como lo fue en la vida de la Virgen. Pero una paz que es fruto también de vuestro esfuerzo por vencer “el mal con el bien” (Rm 12,21). Que la Virgen de Guadalupe os proteja y sea la estrella que os guíe en vuestro camino, para que seáis siempre sal de la tierra y luz del mundo. Hermanos y hermanas, qué hermoso es reunirse para celebrar la misma fe, la misma vida en Cristo. Vosotros, yo, somos no sólo fruto, sino también los sembradores de las palabras de Jesús, para hacer discípulos a todas las gentes; es decir, apóstoles de la nueva evangelización: porque en virtud de nuestros Bautismo, estamos llamados. Qué hermoso es reunirse para celebrar la misma fe, la misma vida en Cristo, la misma Eucaristía.

Así sea.



VIII JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD

SANTA MISA PARA LOS DELEGADOS DEL FORUM DE LOS JÓVENES



835

Catedral de la Inmaculada Concepción de Denver

Sábado 14 de agosto de 1993



«Id por todo el mundo» (Mc 16,15).

1. Las últimas palabras de Cristo a sus Apóstoles en el evangelio de san Marcos son estas: «Id por todo el mundo y proclamad la buena nueva a toda la creación». Éste es el mandato misionero. Con este mandato empezó la gran expansión de la Iglesia desde el primer grupo de discípulos en Jerusalén hasta la gran familia cristiana esparcida por todo el mundo. La Iglesia vive en todo pueblo y nación, como lo demuestra claramente vuestra presencia aquí, jóvenes representantes del Forum internacional de la juventud, que procedéis de casi todos los países del mundo.

Cristo dirigió esas palabras de desafío a los Apóstoles, a quienes ya había dicho antes: «Seguidme» (Mc 1,17). A cada uno, individualmente, de modo personal le había dicho: Sígueme.Y entre la llamada inicial y el envío final a todo el mundo, cada uno de esos discípulos vivió una experiencia, un proceso de crecimiento, que lo preparó íntimamente para el gran desafío y la gran aventura que representaba para ellos el ser enviados por Cristo.

Cristo primero invita, luego se autorrevela más profundamente y, por último, envía. A quienes desea enviar los invita a conocerle. Envía a quienes han llegado a conocer el misterio de su persona y de su reino, pues deben proclamar el Evangelio con la fuerza de su testimonio. Y la fuerza de su testimonio depende del conocimiento y del amor de Jesucristo mismo. Todo apóstol debe ser capaz de identificarse con lo que dice la primera carta de Juan: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida» (1Jn 1,1).

2. La misma experiencia del Evangelio penetra toda la Jornada mundial de la juventud. Los jóvenes que se han reunido aquí de todo el mundo, y sobre todo vosotros que participáis en el Forum internacional de la juventud, estáis empeñados en ese proceso: en un momento determinado Cristo entró en vuestra vida y os invitó a adquirir una mayor conciencia de vuestra consagración bautismal; con la gracia de Dios y la ayuda de una comunidad creyente crecisteis en la comprensión de vuestra identidad cristiana y de vuestro papel en la Iglesia y la sociedad. Como católicos maduros, empezasteis a tomar parte activa en el apostolado.

Denver es la suma de innumerables experiencias de ese tipo. En vuestras familias, parroquias, escuelas, asociaciones y movimientos católicos se plantó la semilla de una fe auténtica, que creció hasta que oísteis en vuestro corazón el eco de aquellas palabras originales: «Ven y sígueme» (Lc 18,22). Cada uno de vosotros ha seguido un camino diferente, pero no habéis estado solos en este viaje. En cada etapa la Iglesia os ha acompañado y alentado por medio de sus ministros, sus religiosos y muchos miembros activos del laicado. El camino os condujo finalmente al Forum internacional de la juventud. Y ahora, aquí en Denver, os encontráis frente al desafío de aceptar todas las consecuencias de las palabras del Señor: «Id por todo el mundo y proclamad la buena nueva a toda la creación» (Mc 16,15).

Sí, Cristo, el Señor, es el centro mismo de la Jornada mundial de la juventud, y continúa invitando a muchos jóvenes a unirse a él en la tarea sublime de difundir su reino. Él está aquí porque la Iglesia está aquí. Está aquí en la Eucaristía y mediante el ministerio de sus sacerdotes y sus obispos en unión con el Sucesor de Pedro. Cristo está aquí mediante la fe y el amor de tantos jóvenes que se han preparado espiritualmente para este encuentro, han trabajado mucho y han hecho sacrificios para poder realizar esta peregrinación de esperanza y compromiso.

3. En cierto sentido el Forum internacional de la juventud representa el núcleo de la Jornada mundial de la juventud. No sólo estáis orando y reflexionando sobre el tema de la vida en abundancia que Cristo vino a darnos (cf. Jn Jn 10,10), sino que también estáis comparando experiencias de apostolado realizadas en diferentes partes del mundo, a fin de aprender unos de otros y ser confirmados en el liderazgo cristiano que estáis llamados a ejercer entre vuestros coetáneos. Sólo un gran amor a Cristo y a la Iglesia os sostendrá en el apostolado que os espera cuando volváis a casa.

Como líderes en el campo del apostolado juvenil, vuestra labor consistirá en ayudar a vuestras parroquias, diócesis, asociaciones y movimientos a estar abiertos verdaderamente a las necesidades personales, sociales y espirituales de los jóvenes. Tendréis que hallar la manera de hacer participar a los jóvenes en proyectos y actividades de formación, espiritualidad y servicio, haciéndolos responsables de sí mismos y de sus obras, y preocupándoos por no aislarlos a ellos y su apostolado del resto de la comunidad eclesial. Los jóvenes necesitan poder ver la importancia práctica de sus esfuerzos para salir al paso de las necesidades reales del pueblo, especialmente de los pobres y marginados. Deberían poder ver también que su apostolado forma parte plenamente de la misión de la Iglesia en el mundo.

836 ¡No tengáis miedo! Denver, como las anteriores Jornadas mundiales de la juventud, es un tiempo de gracia: una gran asamblea de jóvenes, que hablan lenguas diferentes, pero todos unidos a la hora de proclamar el misterio de Cristo y de la vida nueva que él nos da. Esto es especialmente evidente en las catequesis que están impartiéndose estos días en diversas lenguas. En la oración y el canto, muchas lenguas alaban a Dios. Todo esto hace de Denver un reflejo de lo que aconteció en Jerusalén durante Pentecostés (cf. Hch Ac 2,1-4). Por encima de toda la variedad de los jóvenes congregados aquí —variedad de origen, raza y lengua— el Espíritu de verdad creará la unidad profunda y duradera del compromiso por la nueva evangelización, en la que la defensa de la vida humana, la promoción de los derechos humanos y la construcción de una civilización de amor son tareas urgentes.

4. Comprometerse en la nueva evangelización significa que estamos convencidos de que tenemos algo valioso que ofrecer a la familia humana en el alba del nuevo milenio. Todos los que hemos venido aquí —los jóvenes y sus pastores, los obispos y el Papa— debemos ser conscientes de que no basta ofrecer «una sabiduría meramente humana, casi como una ciencia del vivir bien» (Redemptoris missio RMi 11). Debemos estar convencidos de qué tenemos «una perla de gran valor» (cf. Mt Mt 13,46), un gran «tesoro» (cf. Mt Mt 13,44), que es fundamental para la existencia terrena y la salvación eterna de todo miembro de la raza humana.

La llamada del profeta Isaías, narrada en la primera lectura de esta misa, puede comenzar a revelarnos el misterio. Cuando Dios se da a conocer a un ser humano, la esencia de esa comunicación es una revelación de su propia santidad: «Al Rey, al Señor de los ejércitos, han visto mis ojos [...]. Santo santo, santo, el Señor de los ejércitos» (Is 6,5 Is 6,3). Y nuestra respuesta no puede ser más que una apertura gozosa a esa gloria divina y la aceptación de sus consecuencias para el significado y la finalidad de nuestra vida.

La experiencia inefable de la santidad de Dios sigue viviendo en la Iglesia. Cada día, en el mismo centro de la liturgia eucarística, repetimos las palabras «Santo, santo, santo es el Señor, Dios del universo. Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria» (cf. Is Is 6,3).

Este tesoro sigue viviendo en la Iglesia porque la santidad de Dios se revela en toda su plenitud en Jesucristo: «Pues el mismo Dios que dijo: «De las tinieblas brille la luz», ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo» (2Co 4,6).

La santidad de Dios resplandece en Cristo, el Emmanuel, Dios con nosotros. Mirad, «la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único» (Jn 1,14). Y nosotros lo hemos visto, lo hemos oído y lo hemos tocado: junto al lago de Galilea, en la montaña de las bienaventuranzas, en el monte Tabor, en el Gólgota, a lo largo del camino de Emaús, en la Eucaristía, en la oración, en la experiencia tangible de toda vocación, especialmente cuando el Señor llama a algunas personas a seguirlo más íntimamente por el camino de la consagración religiosa o del ministerio sacerdotal. Sabemos que Cristo no abandona nunca a su Iglesia. En una época como ésta, en que muchos están confundidos acerca de las verdades y los valores fundamentales sobre los que deben construir su vida y buscar la salvación eterna; en que muchos católicos corren peligro de perder su fe, la perla de gran valor; en que no hay bastantes sacerdotes, religiosas y religiosos para apoyar y guiar, y tampoco bastantes religiosos de vida contemplativa para presentar a la gente el sentido de la supremacía absoluta de Dios, debemos estar convencidos de que Cristo llama a la puerta de muchos corazones y busca jóvenes como vosotros para enviarlos a la viña, donde les espera una mies abundante.

5. «Pero —nosotros los seres humanos— llevamos este tesoro en recipientes de barro» (2Co 4,7). Por esto, a menudo tenemos miedo de las exigencias del amor del Redentor. Podemos intentar tranquilizar nuestra conciencia dándonos a nosotros mismos, pero de modo parcial y limitado, o de algún modo que nos agrade a nosotros, no siempre como el Señor nos sugiere. Con todo, el hecho de que llevemos ese tesoro en recipientes de barro sirve para hacer patente que «una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros» (2Co 4,7). Dondequiera que los jóvenes permiten que la gracia de Dios actúe en ellos y produzca una vida nueva, la fuerza extraordinaria del amor divino se libera dentro de su vida y dentro de la vida de la comunidad. Esa fuerza transforma su actitud y su comportamiento, e impulsa inevitablemente a los demás a seguir el mismo camino aventurado. Esa fuerza viene de Dios y no de nosotros.

El que os ha invitado a Denver y puede llamaros en cualquier etapa de vuestra peregrinación por la vida, quiere que poseáis el tesoro de conocerlo más profundamente. Quiere ocupar el lugar central en vuestro corazón y, por ello, purifica vuestro amor y prueba vuestra valentía. La conciencia de su presencia, escondida pero cierta actúa como una brasa que toca vuestros labios (cf. Is Is 6,7) y os hace capaces de repetir el «si» eterno del Hijo, como dice la carta a los Hebreos: «Entonces dije: "¡He aquí que vengo —pues de mi está escrito en el rollo del libro— a hacer, oh Dios, tu voluntad!"» (He 10,7). Ese «sí» guió todos los pasos del Hijo del hombre: «Jesús pues, tomando la palabra, les decía: "En verdad en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace él, eso también lo hace igualmente el Hijo"» (Jn 5,19). Y María pronunció el mismo «si» al plan de Dios para su vida: «Hágase en mi según tu palabra» (Lc 1,38).

6. Cristo pregunta a los jóvenes de la Jornada mundial de la juventud: «¿A quién enviaré?» (Is 6,8). Y cada uno ha de responder con fervor: «Heme aquí: envíame» (Is 6,8).

No os olvidéis de las necesidades de vuestros países. Escuchad el grito de los pobres y los oprimidos en los países y los continentes de los que venís. Estad seguros de que el Evangelio es el único camino de liberación y salvación auténticas para los pueblos del mundo: «Tu salvación, oh Señor, es para todos los pueblos» (Salmo responsorial, Sal Ps 95).

Todos los que, en respuesta a la invitación de Cristo, han venido a Denver para tomar parte en la Jornada mundial de la juventud, deben escuchar sus palabras: «Id [...] y proclamad la buena nueva» (Mc 16,15).

837 Oremos con fervor al Señor de la mies, a fin de que los jóvenes del mundo no duden en responder: «¡Heme aquí: envíame!». «¡Envíanos!». Amén.

VIAJE APOSTÓLICO A JAMAICA, MÉXICO Y DENVER



DURANTE LA CELEBRACIÓN DE LA PALABRA


PARA LOS FIELES DE DENVER


McNichols Sports Arena

Sábado 14 de agosto de 1993




«El monte de la casa del Señor será asentado en la cima de los montes y se alzará por encima de las colinas» (Is 2,2).

Queridos hermanos y hermanas en Cristo;
querido arzobispo, pastor de esta amada Iglesia de Denver:

1. Al llegar a Denver dirigí la mirada hacia el esplendor de las Montañas Rocosas, cuya majestuosidad y poder recuerdan que toda nuestra ayuda procede del Señor, que hizo el cielo y la tierra (cf. Sal Ps 121,1). Sólo él es la roca de nuestra salvación (cf. Sal Ps 89,26). Dios me ha concedido la gracia de unir mi voz a la vuestra para alabar y dar gracias al Padre celestial por las «maravillas» de Dios (Ac 2,11), que ha realizado desde que se anunció por vez primera el Evangelio en esta región.

Saludo hoy a todos los que Cristo —el pescador de hombres, el pescador divino— ha recogido en la red de su Iglesia. «En el corazón de Cristo Jesús» (Ph 1,8), doy las gracias a mons. Stafford, arzobispo de Denver; a mons. Hanifen, obispo de Colorado Springs; a mons. Tafoya, obispo de Pueblo; a mons. Hart, obispo de Cheyenne y a los demás cardenales y obispos presentes; a los sacerdotes, los religiosos, las religiosas, y a cada uno de vosotros, por ser «sanos en la fe, en la caridad y en la paciencia» (Tt 2,2).

Saludo cordialmente al gobernador de Colorado, al alcalde de Denver y a los representantes de las demás Iglesias, comunidades eclesiales y organizaciones religiosas. Vuestra presencia nos anima a seguir luchando por una comprensión cada vez mayor entre todas las personas de buena voluntad y a trabajar juntos por una nueva civilización de amor.

2. La Jornada mundial de la juventud es una gran celebración de la vida: la vida como don divino y como misterio inefable. Los jóvenes de todo el mundo se reúnen para profesar la fe de la Iglesia por la que en Jesucristo podemos alcanzar la plena verdad acerca de nuestra condición humana y de nuestro destino eterno.

Sólo en Cristo los hombres y mujeres pueden encontrar la respuesta a las cuestiones básicas que los afligen. Sólo en Cristo pueden comprender a fondo su dignidad como personas creadas y amadas por Dios. Jesucristo es el «Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14).

838 Teniendo presente la encarnación del Verbo eterno, la Iglesia comprende con mayor profundidad su doble naturaleza: humana y divina. Es el cuerpo místico del Verbo hecho carne. Por esta razón está unida inseparablemente a su Señor y es santa de manera indefectible (cf. Lumen gentium LG 39). La Iglesia también es el instrumento visible del que Dios se sirve para reconciliar consigo a la humanidad caída en el pecado, Es el pueblo de Dios que realiza su peregrinación hacia la casa del Padre. En este sentido, tiene necesidad constante de conversión y renovación, y sus miembros siempre deben sentirse impulsados «a la purificación y renovación, a fin de que la señal de Cristo resplandezca con más claridad sobre la faz de la Iglesia» (ib. 15). Sólo cuando la Iglesia produce obras de santidad auténtica y servicio humilde, se cumplen las palabras de Isaías: «Confluirán a él todas las naciones» (Is 2,2).

La Iglesia, unida a Cristo como comunión visible de personas, debe tener como modelo a la comunidad cristiana primitiva de Jerusalén, que acudía asiduamente «a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones» (Ac 2,42). Si la Iglesia debe ser signo creíble de reconciliación ante el mundo, todos los creyentes, independientemente del lugar en que se encuentren, deben tener «un solo corazón y una sola alma» (Ac 4,32). A través de vuestra comunión fraterna, el mundo sabrá que sois discípulos de Cristo.

3. Los miembros de la Iglesia católica deberían cumplir siempre la exhortación de san Pablo: «conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz» (Ep 4,3). Con nobleza de ánimo y paciencia, honrad a la Iglesia como la esposa amada de Cristo, siempre en la plenitud de su vigor y juventud. Cuando la gente piensa en la Iglesia como «algo propio», surgen muchos problemas. La Iglesia, de hecho, pertenece a Cristo. Cristo y la Iglesia están unidos inseparablemente, como «una sola carne» (cf. Ef Ep 5,31). Nuestro amor a Cristo encuentra su expresión vital en nuestro amor a la Iglesia. La polarización y la crítica destructiva no caben entre los «hermanos en la fe» (Ga 6,10).

La Iglesia en Estados Unidos es vital y dinámica, rica «en la fe, en la caridad y en la santidad» (1Tm 2,15). Sin duda, la gran mayoría de sus obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos son seguidores fieles de Cristo y servidores generosos del mensaje evangélico de amor. Sin embargo, en una época en la que todas las instituciones resultan sospechosas, la misma Iglesia no se ha salvado de reproches. Ya he escrito a los obispos estadounidenses acerca del dolor y el escándalo causados por los pecados de algunos ministros del altar. Les he dicho que comparto su preocupación, especialmente por las víctimas de esas malas acciones. Situaciones tristes como ésas nos renuevan la invitación a mirar el misterio de la Iglesia con ojos de fe. Es necesario poner todos los medios humanos posibles para afrontar este mal, pero no podemos olvidar que el medio principal y más importante es la oración: la oración ardiente, humilde y confiada. Los Estados Unidos tienen mucha necesidad de oración, si no quieren perder su propia alma (cf. Carta a los obispos de Estados Unidos, 11 de junio de 1993).

4. Acerca de muchas cuestiones, especialmente de naturaleza moral, «la doctrina de la Iglesia se encuentra hoy en una situación social y cultural que la hace a la vez más difícil de comprender y más urgente e insustituible para promover el verdadero bien del hombre y de la mujer» (Familiaris consortio FC 30). Esto es evidente sobre todo en las cuestiones referentes a la transmisión de la vida humana y al derecho inalienable a la vida del niño no nacido aún.

Hace veinticinco años, el Papa Pablo VI promulgó la encíclica Humanae vitae. Vuestros obispos, en una Declaración que publicaron recientemente para celebrar ese aniversario, invitan a todos «a escuchar la sabiduría de la Humanae vitae y a hacer de la enseñanza de la Iglesia el fundamento de una comprensión renovada del matrimonio y de la vida familiar» (Conferencia nacional de los obispos católicos, Sexualidad humana desde la perspectiva de Dios: La «Humanae vitae» 25 años después, conclusión). La Iglesia invita a las parejas casadas a una procreación responsable, obrando como ministros, y no como árbitros del plan salvífico de Dios. Desde la publicación de la Humanae vitae, se han dado pasos significativos para promover los métodos naturales de planificación familiar entre quienes desean vivir su amor conyugal en armonía completa con esta verdad. Sin embargo, deben realizarse nuevos esfuerzos para educar las conciencias de las parejas en esta forma de castidad conyugal, fundada en el «diálogo, el respeto recíproco, la responsabilidad común y el dominio de sí mismo» (Familiaris consortio FC 32). Hago un llamamiento de manera particular a los jóvenes, para que descubran la riqueza de sabiduría, la integridad de conciencia y la profunda alegría interior que brotan del respeto a la sexualidad humana entendida como gran don de Dios y vivida según la verdad del significado nupcial del cuerpo.

5. Del mismo modo, la construcción de una auténtica civilización del amor debe incluir un gran esfuerzo para educar las conciencias en las verdades morales que sostienen el respeto a la vida frente a cualquier amenaza. La Iglesia católica, en su incansable solicitud en favor de los derechos humanos y la justicia, está firmemente comprometida en proteger y amar toda vida humana, incluyendo la de la persona no nacida aún. Habiendo sido enviada por Cristo a servir a los débiles, a los desheredados y a los indefensos, la Iglesia tiene el deber de hablar en nombre de aquellos que tienen más necesidad de protección. Es de gran consuelo el hecho de que esta posición sea aceptada por personas de muchas confesiones. Quien respeta la vida debe acompañar su propia enseñanza acerca del valor de toda vida humana con actos concretos y eficaces de solidaridad con respecto a quienes se encuentran en situaciones difíciles. Sin caridad, la lucha por la defensa de la vida carecería del elemento esencial de la ética cristiana; como escribe san Pablo: «No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien» (Rm 12,21).

Mons. Stafford me ha hablado de la preocupación profunda de muchos estadounidenses por la violencia urbana, que consideran un signo de los tiempos negativo, que debe ser interpretado a la luz del Evangelio. La violencia es siempre una falta de respeto a la imagen y semejanza de Dios (cf. Gn Gn 1,26-27) en nuestro prójimo, en toda persona humana, sin excepción alguna. La violencia, en cualquiera de sus formas, es una negación de la dignidad humana. Lo que hay que preguntarse es: ¿quién es el responsable? Las personas tienen su responsabilidad por lo que está acaeciendo. Las familias tienen su responsabilidad, la sociedad tiene también una gran responsabilidad. Todo el mundo ha de aceptar su parte de responsabilidad, incluidos los medios de comunicación social.

Así, ¡el Papa está hablando contra la televisión, que lo presenta! Lo repito una vez más: incluidos los medios de comunicación social, que cada vez parecen tomar más conciencia del efecto que pueden producir en su audiencia. Cabe preguntarse: ¿Quién es el responsable de esos medios? ¿Quién es el responsable?

Y ¿qué es preciso hacer? Cada uno debe tratar de promover un profundo sentido del valor de la vida y la dignidad de la persona humana. Toda la sociedad debe esforzarse por cambiar las estructuras y las condiciones que llevan a las personas, y especialmente a los jóvenes, a perder esa visión, a la falta de estima hacia sí mismos y hacia los demás que lleva a la violencia. Pero dado que la raíz de la violencia se halla en el corazón humano, la sociedad humana se verá obligada a seguirla causando, a seguirla alimentando e incluso a glorificarla, a no ser que reafirme las verdades morales y religiosas, únicas que constituyen barreras efectivas contra la ilegalidad y la violencia, pues sólo esas verdades son capaces de iluminar y fortalecer las conciencias. Esa es nuestra responsabilidad, En último término, es la victoria de la gracia sobre el pecado, que lleva a la armonía fraterna y a la reconciliación.

6. Hermanos y hermanas en Cristo, os da exhorto a renovar vuestra confianza en la riqueza de la misericordia del Padre (cf. Ef Ep 2,4), en la encarnación y en la redención llevada a cabo por su amado Hijo, y en la presencia vivificante del Espíritu Santo en vuestro corazón. Este inmenso misterio de amor se nos hace presente a través de los sacramentos de la santa Iglesia, así como a través de su enseñanza y su solidaridad con la humanidad peregrina. La Iglesia, a través de vuestros obispos y los demás ministros, en vuestras parroquias, asociaciones y movimientos, tiene necesidad de vuestro amor y vuestro apoyo activo para defender el derecho inviolable a la vida y a la integridad de la familia, para promover los principios cristianos en la vida privada y pública, para servir a los pobres y débiles, y para vencer todo tipo de mal con el bien.

839 María, llena de gracia, interceda por la comunidad católica de Colorado y de Estados Unidos. Que su ejemplo de discípula fiel genere en cada uno de vosotros un amor cada vez más personal a su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Ella, que es Madre de la Iglesia, os enseñe a amar y servir a la Iglesia como amó y sirvió a la primera comunidad de seguidores de Cristo (cf. Hch Ac 1,14).

Quiera Dios que a través de la Iglesia permanezcáis en Cristo, el Príncipe de la paz y el Señor de nuestra vida.

Amén.

El Papa no ha hablado contra la libertad, especialmente contra la libertad americana. Al contrario; ha hablado en favor de la libertad, en favor del buen uso de la libertad. Sólo el buen uso de la libertad es verdadera libertad. Y el Papa no ha hablado contra la civilización americana, contra la televisión americana. Al contrario, ha hablado en favor de una auténtica la promoción de la civilización, de la cultura y de la dignidad humana.





B. Juan Pablo II Homilías 832