B. Juan Pablo II Homilías 1204


VIAJE APOSTÓLICO A POLONIA

JUAN PABLO II

HOMILÍA

Lowicz, 14 de junio de 1999


1. «Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo» (Ga 1,3).

Con las palabras del apóstol Pablo saludo cordialmente a los que se han reunido aquí para esta eucaristía. Esas palabras resuenan en este antiquísimo templo de Leczyca, que fue testigo de la vida de la Iglesia en esta tierra de los Piast, de tantos sínodos y de numerosos documentos legislativos, que demuestran la sabiduría de los obispos, pastores del pueblo de Dios en esta tierra de los Piast. Doy gracias a la divina Providencia por el don de este encuentro. Al hallarme ante el altar, en medio de vosotros, deseo unirme a todos los que han venido aquí, y también a todos los que cada día se reúnen en las iglesias en torno a sus sacerdotes, dando un testimonio de fe, de esperanza y de caridad. En la Eucaristía Cristo ha revelado del modo más perfecto el amor infinito de Dios al hombre: «Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13).

Delante de este templo, saludo a la joven Iglesia de Lowicz, y en particular a su pastor, mons. Alojzy Orszulik, s.a.c., juntamente con su obispo auxiliar mons. Józef Zawitkowski. Saludo a todos los huéspedes: cardenales, arzobispos y obispos, así como al clero diocesano y religioso, a los hermanos y hermanas religiosos y a todos los fieles de esta diócesis, y en especial a los numerosos niños y jóvenes aquí reunidos. Saludo a los peregrinos que han venido a este encuentro de las archidiócesis limítrofes de Varsovia y Lódz, así como de las diócesis de Plock y Wloclawek, juntamente con sus pastores, y también a los peregrinos venidos de las demás partes de Polonia y del extranjero.

1205 Te saludo, tierra de Lowicz, con tu rica historia. En efecto, aquí, en la ciudad de Lowicz, durante siglos tuvieron su sede los arzobispos de Gniezno, primados de Polonia. Muchos de ellos han encontrado su lugar de eterno descanso en la cripta de la antigua colegiata de Lowicz, hoy catedral.

Te saludo, tierra de la beata María Francisca Siedliska, fundadora de la congregación de la Sagrada Familia de Nazaret; tierra de la beata Boleslawa Lament, fundadora de la congregación de las religiosas de la Sagrada Familia. Aquí, por obra de don Stanislaw Konarski, se realizó la reforma de las escuelas de los Escolapios. Por la historia conocemos la gran importancia que esa reforma tuvo en el período del iluminismo polaco y los grandes frutos que produjo en las generaciones de los polacos que vivieron durante la época de la repartición.

Te saludo, tierra tan rica en tradición cristiana y en fe de tu pueblo, que, a pesar de las tempestades de la historia, siempre ha perseverado, sin cambios, unido a Cristo y a su Iglesia.

2. «Os exhorto, pues, yo, prisionero por el Señor, a que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados» (
Ep 4,1).

Estas palabras, que san Pablo dirigió a los Efesios, nos las podría dirigir hoy a nosotros el obispo Michal Kozal, preso en el campo de concentración de Dachau, como las dirigió a sus compatriotas. Hoy celebramos la memoria litúrgica de este fiel testigo de Cristo. La gracia que Dios le concedió no quedó estéril (cf. 1Co 15,10), sino que ha dado fruto hasta hoy. El beato obispo Kozal nos exhorta a vivir de una manera digna de nuestra vocación humana y cristiana, como hijos e hijas de esta tierra, de esta patria, de la que él fue hijo. San Pablo destaca la grandeza de esta vocación. Somos miembros del Cuerpo de Cristo, es decir, de la Iglesia, que él instituyó y de la que es cabeza. En esta Iglesia, el Espíritu Santo distribuye continuamente los dones necesarios para los diferentes servicios y tareas. Esos dones constituyen la gran riqueza de la Iglesia y contribuyen al bien de todos.

Recordando esas palabras, pienso especialmente en vosotros, queridos padres de familia. Dios os ha dado una vocación particular. Para conservar la vida humana en la tierra, instituyó la sociedad familiar. Vosotros sois los primeros custodios y protectores de la vida que aún no ha venido a la luz, pero que ya ha sido concebida. Aceptad el don de la vida como la mayor gracia de Dios, como su bendición para la familia, para la nación y para la Iglesia. Desde este lugar quiero decir a todos los padres y a todas las madres de mi patria y del mundo entero, a todos los hombres, sin ninguna excepción: todo hombre concebido en el seno de la madre tiene derecho a la vida. Repito una vez más lo que ya he dicho en muchas ocasiones: «La vida humana es sagrada. (...) Nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente. (...) Dios se proclama Señor absoluto de la vida del hombre, creado a su imagen y semejanza (cf. Gn Gn 1,26-28). Por tanto, la vida humana tiene un carácter sagrado e inviolable, en el que se refleja la inviolabilidad misma del Creador» (Evangelium vitae, EV 53). Dios protege la vida con la firme prohibición pronunciada en el Sinaí: «No matarás» (Ex 20,13). Conservad la fidelidad a este mandamiento. El cardenal Stefan Wyszylski, el Primado del milenio, dijo: «Queremos ser una nación de vivos, no de muertos».

La familia está llamada también a educar a sus hijos. El proceso educativo de un joven comienza en la casa paterna. Cada niño tiene el derecho natural, inalienable, a tener una familia, unos padres, hermanos y hermanas, entre los que pueda reconocer que es una persona necesitada de amor y capaz de dar ese mismo sentimiento a otros, a sus seres queridos. Tomad como ejemplo a la Sagrada Familia de Nazaret, en la que creció Cristo con su madre, María, y su padre putativo, José. Los padres, por dar la vida a sus hijos, tienen derecho a ser reconocidos como los primeros y principales educadores. A la vez, tienen el deber de crear un clima familiar impregnado de amor y respeto a Dios y a los hombres, favoreciendo la educación personal y social de sus hijos. ¡Qué gran tarea tiene la madre! Gracias al vínculo tan profundo que la une a su hijo, puede acercarlo eficazmente a Cristo y a la Iglesia. Sin embargo, en esa tarea le ha de ayudar siempre su esposo, el padre de familia.

Queridos padres, sabéis bien que en este tiempo no es fácil crear las condiciones cristianas necesarias para la educación de los hijos. Debéis hacer todo lo posible para que Dios esté presente y sea glorificado en vuestras familias. No os olvidéis de hacer diariamente oración en común, especialmente por la noche, santificar el domingo, y participar en la misa dominical. Para vuestros hijos sois los primeros maestros de oración y de virtudes cristianas, y nadie os puede sustituir en esta tarea. Conservad las costumbres religiosas y cultivad la tradición cristiana; enseñad a vuestros hijos el respeto a todo hombre. Que vuestro mayor deseo sea educar a las generaciones jóvenes en unión con Cristo y con la Iglesia. Sólo así seréis fieles a vuestra vocación de padres y responderéis a las necesidades espirituales de vuestros hijos.

3. En el cumplimiento de esta responsabilidad de educación, no se ha de dejar sola a la familia. Necesita y espera la ayuda de la Iglesia y del Estado. No se trata de sustituir a la familia en sus deberes, sino de que todos colaboren armoniosamente en esta gran tarea.

Así pues, me dirijo a vosotros, hermanos sacerdotes y a todos los que trabajan en la catequesis: abrid de par en par las puertas de la Iglesia para que todos, especialmente los jóvenes, puedan acudir a su gran tesoro espiritual y tomen de él en abundancia. Hoy en nuestro país la Iglesia puede realizar sin estorbos la enseñanza de la religión en las escuelas. Han pasado ya los tiempos de las luchas por la libertad de la catequesis. Muchos de nosotros sabemos cuántos sacrificios y cuánta valentía ha costado a la sociedad católica de Polonia. Se ha reparado una injusticia hecha a los creyentes en los tiempos del sistema totalitario.

El gran bien que significa la enseñanza de la religión en la escuela exige un compromiso sincero y responsable. Debemos hacer el mejor uso posible de ese bien. Gracias a la catequesis, la Iglesia puede realizar su actividad evangelizadora con mayor eficacia aún, para ampliar así el ámbito de su misión.

1206 Me dirijo también a vosotros, queridos profesores y educadores. Habéis asumido la gran tarea de la transmisión de la ciencia y de la educación a los niños y a los jóvenes que os han sido encomendados. Os encontráis ante una misión difícil y seria. Los jóvenes os necesitan. Buscan modelos como puntos de referencia. Esperan respuestas a muchos interrogantes existenciales que agobian su mente y su corazón, y sobre todo exigen que les deis ejemplo de vida. Debéis ser sus amigos, sus compañeros fieles y aliados en sus luchas. Ayudadles a poner los cimientos de su futuro.

Me alegra que en Polonia estén surgiendo numerosas escuelas católicas. Es señal de que la Iglesia está presente de modo concreto en el campo de la enseñanza. Hay que sostener esas escuelas, creando las condiciones para que, en colaboración con todo el mundo escolar de Polonia, puedan contribuir al bien común de la sociedad. Don Stanislaw Konarski nos dio un gran ejemplo de esa actividad.

Hace falta una particular sensibilidad en todos los que están comprometidos en el ámbito de la enseñanza, a fin de crear un clima de diálogo amistoso y abierto. Ojalá que reine en todas las escuelas el espíritu de familiaridad y respeto recíproco, que era y es característico de la escuela polaca. La escuela debería ser el crisol de las virtudes sociales, que tanto necesita nuestra nación. Es preciso que ese clima contribuya a que los niños y jóvenes tengan la posibilidad de profesar abiertamente sus convicciones religiosas y vivir de acuerdo con ellas. Tratemos de desarrollar y profundizar en el corazón de los niños y de los jóvenes los sentimientos patrióticos y su relación con la patria. Tratemos de sensibilizarlos con vistas al bien común de la nación, enseñándoles su responsabilidad con respecto al futuro. La educación de las generaciones jóvenes en el espíritu de amor a la patria tiene gran importancia para el porvenir de la nación, pues no es posible servir bien a la nación sin conocer su historia, su rica tradición y su cultura. Polonia necesita hombres abiertos al mundo, que amen a su país.

Queridos profesores y educadores, quiero manifestaros mi aprecio por vuestra labor de educación de las generaciones jóvenes. Os agradezco cordialmente vuestro trabajo, tan importante y difícil. Os doy gracias por vuestro servicio a la patria. Yo mismo tengo una deuda personal de gratitud hacia la escuela polaca, hacia sus profesores y educadores, a los que recuerdo aún hoy y por los que oro cada día. Lo que recibí en los años de la escuela sigue fructificando hasta hoy en mi vida.

Que el bien de las generaciones jóvenes sea la solicitud de vuestra vida y de vuestra labor educativa. San Pablo dice: «Os exhorto (...) a que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados (...) para edificación del Cuerpo de Cristo» (
Ep 4,1 Ep 4,12). ¿Puede haber una vocación más grande que la que Dios os ha dado?

4. «A cada uno de nosotros le ha sido concedida la gracia divina a la medida de los dones de Cristo» (Ep 4,7), nos dice hoy san Pablo; al mismo tiempo, nos explica que la gracia es el don por medio del cual Dios nos da su vida, haciéndonos hijos suyos, partícipes de su naturaleza. Entonces, surge la pregunta: ¿cómo debo vivir para que se manifieste en mí del modo más pleno posible la fuerza de la gracia de Dios, como se revela la fuerza misteriosa de un grano de trigo que produce el ciento por uno?

Queridos muchachos y muchachas, alumnos de las escuelas primarias y secundarias de la diócesis de Lowicz y de las diócesis vecinas, y también de otras partes de Polonia, me alegra que estéis presentes hoy en este encuentro. Lo que acabáis de oír se refiere de manera especial a vosotros y a vuestra educación. Os quiero asegurar que el Papa os ama mucho y se interesa por vuestro futuro; todos se interesan por vuestro futuro, a fin de que os preparéis bien para las tareas que os esperan.

Ya sabéis que nos estamos acercando al gran jubileo del año 2000. A este respecto, tal vez muchos de vosotros os hayáis planteado la pregunta: ¿cómo será el tercer milenio, que ya está a punto de llegar? ¿Será mejor que éste, que está a punto de terminar? ¿Traerá cambios importantes y positivos para el mundo? ¿o todo seguirá como antes? Os quiero decir que, en gran medida, el futuro del mundo, de Polonia y de la Iglesia depende de vosotros. Vosotros lo formaréis; vosotros tenéis la gran responsabilidad de construir los tiempos futuros. Ahora podéis comprender por qué antes he hablado tanto de la educación de los jóvenes.

No temáis seguir el camino de vuestra vocación; no temáis buscar la verdad sobre vosotros mismos y sobre el mundo que os rodea. Quisiera que todos vivierais en vuestra casa dentro de un clima de auténtico amor. Dios os ha dado vuestros padres y debéis agradecerle frecuentemente ese gran don. Respetad y amad a vuestros padres. Ellos os han engendrado y os están educando. Cumplen con vosotros la misión de Dios Creador y Padre. También son para vosotros los amigos más íntimos -deben serlo-, a quienes podéis acudir para buscar ayuda y consejo en los problemas de vuestra vida. En este momento pienso con dolor y con gran preocupación en todos vuestros coetáneos que no tienen un hogar paterno, que carecen del amor y del calor de sus padres. Decidles que el Papa los recuerda en sus oraciones y que los quiere mucho.

Vuestra edad es la etapa más adecuada de la vida para sembrar y preparar el terreno con vistas a la cosecha futura. Cuanto más serio sea el empeño con que cumplís vuestros deberes, tanto mayor será la eficacia con que realizaréis vuestra misión en el futuro. Poned gran esmero en el estudio. Esforzaos por aprender materias nuevas, pues el saber abre horizontes y favorece el desarrollo espiritual del hombre. Es realmente grande el hombre que siempre quiere aprender algo nuevo.

La juventud busca modelos y ejemplos. Os ayuda Cristo mismo, que dedicó toda su vida al bien de los demás. Dirigid a él vuestra mirada. Que esté presente en vuestros pensamientos, en vuestros juegos y en vuestras conversaciones. Vivid siempre en amistad con él. El Señor Jesús os quiere ayudar. Quiere ser vuestro apoyo y fortaleceros en las luchas juveniles por conquistar las virtudes como la fe, el amor, la honradez, la pureza y la generosidad. Cuando tengáis que afrontar algo difícil; cuando experimentéis en vuestra vida algún fracaso o decepción, dirigid vuestro pensamiento a Cristo, que os ama, es vuestro compañero fiel de viaje y os ayuda a superar cualquier dificultad. Sabed que no estáis solos. Os acompaña alguien que nunca os defraudará. Cristo conoce los anhelos más secretos de vuestro corazón. Espera vuestro amor y vuestro testimonio.

1207 5. «Uno solo es vuestro maestro y vosotros sois todos hermanos» (Mt 23,8).

Queridos hermanos y hermanas, elevemos nuestro corazón hacia Cristo, «luz verdadera que ilumina a todo hombre» (Jn 1,9). Él es el Maestro, el Resucitado, que vive y permanece siempre presente en la Iglesia y en el mundo. Es él quien nos revela la voluntad del Padre y nos enseña cómo realizar la vocación recibida de Dios por obra del Espíritu Santo. Encomendemos a Cristo la gran tarea de la educación. Sólo él conoce plenamente al hombre y sabe lo que hay en lo más íntimo de su corazón. Hoy Cristo nos dice: «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5); yo, vuestro Maestro, quiero ser para vosotros el camino y la luz, la vida y la verdad «todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Amén.



VIAJE APOSTÓLICO A POLONIA


Sosnowiec, lunes 14 de junio de 1999



1. Queridos hermanos y hermanas, doy gracias a la divina Providencia porque en el itinerario de mi peregrinación en Polonia se encuentra la joven diócesis de Sosnowiec. Deseaba visitar esta tierra. Tenía un gran deseo de encontrarme con el pueblo de Dios que está en Zaglebie, y hoy se ha cumplido ese deseo. Agradezco a monseñor Adam y a su obispo auxiliar Piotr Skucha, así como a toda la comunidad local de la Iglesia la invitación y la cordial acogida. Saludo con afecto a los obispos huéspedes, a los sacerdotes, a las personas consagradas, a los representantes de las autoridades locales, a todos los fieles aquí reunidos y a los que nos acompañan espiritualmente.

Este encuentro me trae a la mente las celebraciones que vivimos aquí, en Sosnowiec, en mayo de 1967. En la iglesia de la Asunción de la santísima Virgen María, la actual catedral, con la participación del Primado del milenio y de otros obispos polacos, celebramos entonces el milenario. Eran tiempos difíciles, especialmente para los que querían profesar abiertamente su fe y su pertenencia a la Iglesia. Recuerdo el gran significado que tenía entonces la doctrina del concilio Vaticano II, recién terminado. Recuerdo cuánta esperanza y cuanta fuerza contenía de manera especial la doctrina conciliar sobre la dignidad de la persona humana y sus derechos inalienables. Llenaba profundamente las almas preparadas para el milenario a través de la gran novena. Hoy los tiempos han cambiado. Es un gran don de la divina Providencia. Debemos dar gracias a Dios por lo que se ha llevado a cabo en nuestra patria. Que la gratitud no falte nunca en el corazón de los creyentes de Polonia.

2. «Alabad al Señor todas las naciones; aclamadlo, todos los pueblos: firme es su misericordia con nosotros, su fidelidad dura por siempre» (Ps 117,1-2).

Con estas palabras el salmista exhorta a todas las naciones a alabar a Dios. El pueblo elegido tuvo un motivo particular para esa alabanza. Moisés dice: «El Señor tu Dios te ha bendecido en todas tu obras: ha protegido tu marcha por este gran desierto; y hace ya cuarenta años que (...) está contigo sin que te haya faltado nada» (Dt 2,7). En esta peregrinación de Israel participan en cierto sentido todos los pueblos y todas las naciones de la tierra. Aunque solamente algunos períodos de la historia sean llamados «tiempos de grandes éxodos de pueblos» por los singulares desplazamientos que tuvieron lugar, especialmente en el continente europeo, de hecho el hombre no deja de ser peregrino y las naciones no dejan de peregrinar por el espacio y el tiempo hasta que se estabilizan en su vida.

La peregrinación de la historia de cada nación deja tras de sí los frutos del trabajo del hombre. Al inicio de la historia Dios encomendó la tierra al hombre para que la dominara (cf. Gn Gn 1,28). El hombre recibió la tierra para trabajarla con creatividad. Gradualmente la fue transformando, dándole un nuevo rostro. Comenzó a cultivarla, a construir sobre ella, levantando edificios, aldeas, ciudades. Así confirmaba que estaba hecho a semejanza de Dios, que no sólo le dio la capacidad de conocer la verdad, sino también la de crear la belleza.

Mientras nos acercamos al año 2000, dirigimos nuestra mirada hacia el pasado, repasando todas las etapas del camino realizado a lo largo de los siglos por nuestros antepasados. Nos dejaron la gran herencia de un trabajo creativo que hoy suscita en nosotros admiración y gratitud. El esfuerzo del trabajo y las obras de las generaciones pasadas nos plantean el desafío de seguir dominando esta tierra que nos dio el Creador como posesión y como tarea.

Acogiendo la invitación hecha desde el inicio, no podemos olvidar la perspectiva divina de participar en la obra de la creación, que confiere a todo esfuerzo humano su justo sentido y dignidad. Sin esa perspectiva el trabajo fácilmente puede verse privado de su dimensión subjetiva. En ese caso el hombre que lo realiza deja de ser importante y sólo cuenta el valor material de lo que hace. El hombre ya no es tratado como artífice, como el que crea, sino como instrumento de producción.

Parece que en el período de las necesarias transformaciones económicas en nuestro país se han notado síntomas de ese peligro. Hace dos años hablé de esto en Legnica. Por doquier, en nombre de las leyes del mercado se olvidan los derechos del hombre. Acontece, por ejemplo, cuando se sostiene que los beneficios económicos justifican la pérdida del trabajo para personas que, además del trabajo, pierden la posibilidad de mantenerse a sí mismos y a su familia. Acontece también cuando, para aumentar la producción, se niega al trabajador el derecho al descanso, al cuidado de su familia y a la libertad de programar su vida diaria. Acontece igualmente cuando el valor del trabajo no se define de acuerdo con el esfuerzo del hombre, sino de acuerdo con el precio del producto, lo cual tiene como consecuencia que la paga no corresponde al esfuerzo.

1208 Con todo, es preciso añadir que esto no sólo atañe a los empresarios, sino también a los empleados. Los que realizan un trabajo pueden caer asimismo en la tentación de tratarlo como objeto, únicamente como fuente de enriquecimiento material. El trabajo puede dominar la vida del hombre hasta el punto de que éste deja de sentir la necesidad de cuidar de su salud, del desarrollo de su personalidad, de la felicidad de sus seres queridos o de su relación con Dios.

Si hoy hablo de esto, lo hago para sensibilizar las conciencias, pues, aunque las estructuras estatales o económicas influyan en la actitud con respecto al trabajo, la dignidad del mismo depende de la conciencia humana. En ella se realiza definitivamente su valoración, dado que en la conciencia se escucha incesantemente la voz del Creador, que indica lo que es auténtico bien del hombre y del mundo a él encomendado. Quien ha perdido el recto juicio de la conciencia puede transformar en maldición la bendición del trabajo.

Hace falta sabiduría para redescubrir siempre la dimensión sobrenatural del trabajo, que el Creador dio al hombre como tarea. Hace falta una conciencia recta para discernir justamente el valor definitivo de la propia actividad. Hace falta espíritu de sacrificio para no ofrecer en el altar del bienestar la propia humanidad y la felicidad ajena.

3. «Comerás del fruto de tu trabajo; serás dichoso y te irá bien» (
Ps 127,2). Pido a Dios con todo mi corazón que estas palabras del salmo se conviertan hoy y siempre en mensaje de esperanza para todos los que en Zaglebie, en Polonia y en todo el orbe cumplen la tarea diaria de dominar la tierra. Y pido aún más intensamente para que estas palabras susciten esperanza en el corazón de los que anhelan ardientemente trabajar y tienen la desgracia de estar en el paro. Pido a Dios que el desarrollo económico de nuestro país y de otros países del mundo tenga lugar de forma que todos los hombres, como dice san Pablo, «trabajen con sosiego para comer su propio pan» (2Th 3,12). Hablo de esto hoy porque quiero que sepáis vosotros, y todos los trabajadores de este país, que vuestros problemas interesan al Papa y a la Iglesia.

4. «El Señor tu Dios te ha bendecido en todas tu obras: ha protegido tu marcha por este gran desierto» (Dt 2,7). La Iglesia, desde hace siglos, lleva estas palabras del libro del Deuteronomio como mensaje de esperanza. Si el hombre sabe descubrir en las obras de sus manos el signo de la bendición divina, no dudará de que ese mismo Dios está cerca y se interesa siempre por el camino del hombre, especialmente cuando atraviesa el gran desierto de sus problemas diarios y de sus apremiantes preocupaciones. Hoy no puede faltar el servicio de la esperanza, hasta ahora realizado de forma eficaz por la Iglesia en Polonia. El hombre necesita el testimonio de la presencia de Dios. Hoy el hombre, y en particular el trabajador, necesita una Iglesia que dé ese testimonio con una fuerza nueva. Los tiempos cambian; cambian también los hombres y las circunstancias; surgen nuevos problemas. La Iglesia no puede ignorar esos cambios; no puede evitar afrontar los desafíos que implican. El hombre es el camino primero y fundamental de la Iglesia, el camino de su vida diaria y de su experiencia, de su misión y de sus esfuerzos. Por eso, la Iglesia de nuestra época debe ser consciente de todo lo que parece oponerse a esto, para que «la vida humana sea cada vez más humana; para que todo lo que compone esta vida responda a la verdadera dignidad del hombre. En una palabra, debe ser consciente de todo lo que es contrario a ese proceso» (Redemptor hominis, RH 14).

5. Queridos hermanos y hermanas, aprendamos esta sensibilidad hacia el hombre y sus problemas contemplando la vida y el servicio de san Alberto Chmielowski, el patrono de vuestra diócesis, y de la sierva de Dios madre Teresa Kierocinska, llamada «la Madre de Zaglebie». Con gran sensibilidad descubrían el sufrimiento y la amargura de los que no sabían encontrar su lugar en las estructuras sociales y económicas de entonces, y ayudaban a los más necesitados. El programa que trazaron es siempre actual. También al final del siglo XX nos enseñan que no se pueden cerrar los ojos ante la miseria y el sufrimiento de los que no saben o no pueden hallar un lugar en la nueva situación, a menudo complicada. Cada parroquia debe transformarse en una comunidad de personas sensibles ante la situación de quienes atraviesan dificultades. Buscad siempre formas nuevas de afrontar ese desafío. Que a todos infundan consuelo estas palabras de la sagrada Escritura: «Da con generosidad al necesitado, y cuando se lo des, hazlo de buena gana, pues precisamente por esa acción te bendecirá el Señor, tu Dios, en todas tus obras y en todas tus empresas» (cf. Dt Dt 15,10).

Hay que llevar especialmente a los jóvenes el mensaje sobre la presencia de Dios en la historia del hombre, pues tienen particular necesidad de esa certeza. Sólo gracias a ella podrán descubrir nuevas perspectivas para una realización creativa de su vocación humana en una época de transformaciones. Me alegra que la Iglesia en Polonia asuma en varias dimensiones la labor educativa. Ofrecer a los jóvenes posibilidades para perfeccionar sus cualidades producirá frutos. Sobre esa base se desarrollará la inventiva y surgirán nuevas y buenas iniciativas en todos los sectores de la vida.

El testimonio de la Iglesia mediante las obras de misericordia y la educación no puede sustituir la labor de los hombres e instituciones responsables del mundo del trabajo. Por eso, una de las tareas más importantes de la Iglesia en este campo es la formación de las conciencias, una formación llena de delicadeza y discreción, con el fin de despertar en todos la sensibilidad ante esos problemas. Sólo cuando en la conciencia de cada uno sea viva la verdad fundamental según la cual el hombre es sujeto y creador y el trabajo debe contribuir al bien de la persona y de la sociedad, se podrán evitar los peligros que conlleva el materialismo práctico. El mundo del trabajo necesita hombres de conciencia recta. El mundo del trabajo espera de la Iglesia el servicio de la conciencia.

6. Dentro de poco coronaremos la famosa imagen de la Virgen del Perpetuo Socorro de Jaworzno, de Osiedle Stale. Ese acto tiene una elocuencia particular. Por una parte, es signo de la fe del pueblo obrero de Zaglebie. Gracias a la devoción a María; gracias a una incesante consagración a ella del presente y del futuro de la Iglesia, esa fe se ha conservado en el corazón de los trabajadores, a pesar de las numerosas pruebas que han atravesado especialmente durante la segunda mitad de este siglo. Por otra, el acto de coronación es la confirmación de que la comunidad de los creyentes de Jaworze y de todo Zaglebie realmente experimenta esta particular presencia de María, gracias a la cual los anhelos humanos se elevan hasta Dios y las gracias divinas llegan a los hombres.

Que la Virgen del Perpetuo Socorro sea para vosotros guía por los caminos del nuevo milenio, y os ayude sin cesar en vuestra peregrinación hasta la casa del Padre celestial.

Y el amor de Dios Padre, Dios Creador y Señor, transforme el corazón y la mente de todos los que con su trabajo dominan la tierra. Amén.



VIAJE APOSTÓLICO A POLONIA

MILENARIO DE LA ARCHIDÓCESIS DE CRACOVIA



1209

Martes 15 de junio de 1999



1. «Te Deum laudamus. Te Dominum confitemur. Te aeternum Patrem omnis terra veneratur». «A ti, oh Dios, te alabamos; a ti Señor te reconocemos. A ti, eterno Padre, te venera toda la creación».

¡Qué gran don me concede la divina Providencia al poder participar hoy, junto con la Iglesia que está en Cracovia, en el himno que el cielo y la tierra elevan desde hace siglos para gloria del Creador, Señor y Padre!

«Te per orbem terrarum sancta confitetur Ecclesia, Patrem immensae maiestatis». «A ti la Iglesia santa extendida por toda la tierra, te proclama: Padre de inmensa majestad».

Es un gran don el hecho de que, mientras la Iglesia en toda la tierra da gracias a Dios por sus dos mil años de existencia, al mismo tiempo esta Iglesia de Cracovia da gracias por sus mil años. ¡Cómo no cantar el solemne Te Deum que hoy cobra un contenido particular, pues expresa la gratitud de enteras generaciones de habitantes por todo lo que la comunidad de los creyentes ha hecho en la vida de Cracovia! ¡Cómo no dar gracias por el soplo del Espíritu de Cristo que, desde el cenáculo, se difundió por toda la tierra y llegó hasta las riberas del Vístula, y renueva sin cesar la faz de la tierra, de esta tierra de Cracovia! A ti, oh Dios, te alabamos.

Saludo cordialmente a todos los habitantes. Saludo al cardenal Franciszek Macharski, a los obispos auxiliares Jan Szkodoñ y Kazimierz Nycz, así como a los obispos eméritos Stanislaw Smoleñsky y Albin Malysiak, c.m. Abrazo afectuosamente a todos los sacerdotes, a las personas consagradas, a los alumnos de los seminarios mayores y a los catequistas. Dirijo un saludo también a las autoridades provinciales y municipales. Os saludo cordialmente, hermanas y hermanos que os habéis reunido en esta explanada de Blonia, para celebrar con el Papa esta eucaristía del milenario. Saludo a todos los que están unidos a nosotros a través de la radio y la televisión. Dirijo palabras de particular gratitud a los enfermos. Vuestro sufrimiento, ofrecido cada día en unión con Cristo por todos los hombres, por la Iglesia y por el Papa, posee gran valor a los ojos de Dios. Ojalá que, en el umbral del tercer milenio, sea el culmen de nuestra alabanza, de la petición de perdón y de la oración de súplica.

2. «Te gloriosus Apostolorum chorus, te prophetarum laudabilis numerus, te martyrum candidatus laudat exercitus». «A ti te ensalza el glorioso coro de los Apóstoles. A ti te ensalza la multitud admirable de los profetas. A ti te ensalza el blanco ejército de los mártires».

Los Apóstoles, los profetas y los mártires dan hoy gloria a Dios. Al final del primer milenio llegaron a las riberas del Vístula y sembraron la semilla del Evangelio. Después del bautismo de Mieszko, en el año 966, vinieron a la tierra de los Piast numerosos testigos, entre los que conquistó grandísima fama san Adalberto, obispo de Praga. Según la tradición, antes de llegar al Báltico donde sufrió el martirio, se detuvo en Cracovia, para anunciar la buena nueva. Al parecer, predicó en el lugar en el que, tras su muerte, se construyó un templo a él dedicado, que existe aún hoy. La actividad apostólica y el martirio de san Adalberto están vinculados a los inicios de la Iglesia de Cracovia también en otra dimensión. En efecto, cerca de su tumba surgió la sede metropolitana de Gniezno, que incluía las diócesis de Kolobrzeg, Wroclaw y Cracovia. Si en Gdansk dimos gracias a Dios de modo especial por la vida y la obra de este gran patrono de Polonia, conviene que también en Cracovia recordemos con gratitud la milenaria irradiación de su testimonio y de su martirio.

Por último, en los albores de la historia de esta Iglesia se enciende la llama del ministerio pastoral y de la heroica muerte de san Estanislao. En la liturgia de hoy hemos escuchado las palabras de Cristo: «Yo soy el buen pastor» (Jn 10,11); y sabemos que por obra de este santo esas palabras están íntimamente vinculadas a la historia de la Iglesia de Cracovia. Su heroica solicitud por la grey del Señor, por las ovejas perdidas y necesitadas de ayuda, se convirtió en el modelo que ha seguido fielmente la Iglesia de esta ciudad durante siglos. De generación en generación se transmitió la tradición de inquebrantable perseverancia en el respeto de la ley divina, y, al mismo tiempo, de gran amor al hombre: esta tradición nació junto a la tumba de san Estanislao, obispo de Szczepanow.

Si hoy volvemos a los inicios y a estas figuras, lo hacemos para renovar en nosotros la conciencia de que las raíces de la Iglesia en Cracovia están profundamente arraigadas en la tradición apostólica, en la misión profética y en el testimonio del martirio. Esa tradición, esa misión y ese martirio han sido la inspiración de enteras generaciones y sobre ellos edificaron su fe a lo largo de un milenio. Gracias a esa referencia, la Iglesia de Cracovia ha permanecido siempre en íntima unión con la Iglesia universal y, al mismo tiempo, se ha formado una personalidad histórica propia, ha escrito su propia historia como una única e irrepetible comunidad de hombres que participan en la misión salvífica de Cristo.

3. Esta comunidad, permaneciendo en la corriente de la Iglesia universal, y a la vez conservando su carácter irrepetible, ha forjado la historia y la cultura de la ciudad de Cracovia, de la región y, podríamos decir, de toda Polonia. ¿Qué mejor testimonio de esa verdad que la catedral de Wawel? Hoy, mientras la voz de la campana de Zygmunt parece invitarnos a visitar esta madre de los templos de Cracovia, este tesoro de la historia de la Iglesia y de la nación, vayamos a ella en peregrinación espiritual. Presentémonos entre sus constructores y preguntémosles cuál fue el cimiento que pusieron a ese edificio, gracias al cual ha logrado sobrevivir a tiempos buenos y malos, ofreciendo asilo a santos y a héroes, a pastores y a reyes, a hombres de Estado, a creadores de cultura y a enteras generaciones de habitantes de esta ciudad. ¿No es Cristo, muerto y resucitado, la piedra angular? Postrémonos ante el tabernáculo en la capilla de Batory, ante el crucifijo negro de santa Eduvigis y en la capilla de san Estanislao; bajemos a la cripta de san Leonardo y redescubramos la irrepetible historia de la Iglesia de Cracovia, íntimamente unida a la de la ciudad y a la de este país. Y cada iglesia, cada capilla parece decirnos lo mismo: gracias a la presencia milenaria de la Iglesia la semilla del Evangelio aquí sembrada ha dado abundantes frutos en la historia de esta ciudad, al pie de Wawel.


B. Juan Pablo II Homilías 1204