B. Juan Pablo II Homilías 1223


SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN



1224

Castelgandolfo, domingo 15 de agosto de 1999



1. «Magnificat anima mea Dominum!» (Lc 1,46).

La Iglesia peregrina en la historia se une hoy al cántico de exultación de la bienaventurada Virgen María; expresa su alegría y alaba a Dios porque la Madre del Señor entra triunfante en la gloria del cielo. En el misterio de su Asunción, aparece el significado pleno y definitivo de las palabras que ella misma pronunció en Ain Karim, respondiendo al saludo de Isabel: «Ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso» (Lc 1,49).

Gracias a la victoria pascual de Cristo sobre la muerte, la Virgen de Nazaret, unida profundamente al misterio del Hijo de Dios, compartió de modo singular sus efectos salvíficos. Correspondió plenamente con su «» a la voluntad divina, participó íntimamente en la misión de Cristo y fue la primera en entrar después de él en la gloria, en cuerpo y alma, en la integridad de su ser humano.

El «» de María es alegría para cuantos estaban en las tinieblas y en la sombra de la muerte. En efecto, a través de ella vino al mundo el Señor de la vida. Los creyentes exultan y la veneran como Madre de los hijos redimidos por Cristo. Hoy, en particular, la contemplan como «signo de consuelo y de esperanza» (cf. Prefacio) para cada uno de los hombres y para todos los pueblos en camino hacia la patria eterna.

Amadísimos hermanos y hermanas, dirijamos nuestra mirada a la Virgen, a quien la liturgia nos hace invocar como aquella que rompe las cadenas de los oprimidos, da la vista a los ciegos, arroja de nosotros todo mal e impetra para nosotros todo bien (cf. II Vísperas, Himno).

2. «Magnificat anima mea Dominum!».

La comunidad eclesial renueva en la solemnidad de hoy el cántico de acción de gracias de María: lo hace como pueblo de Dios, y pide que cada creyente se una al coro de alabanza al Señor. Ya desde los primeros siglos, san Ambrosio exhortaba a esto: «Que en cada uno el alma de María glorifique al Señor, que en cada uno el espíritu de María exulte a Dios» (san Ambrosio, Exp. Ev. Luc., II, 26). Las palabras del Magníficat son como el testamento espiritual de la Virgen Madre. Por tanto, constituyen con razón la herencia de cuantos, reconociéndose como hijos suyos, deciden acogerla en su casa, como hizo el apóstol san Juan, que la recibió como Madre directamente de Jesús, al pie de la cruz (cf. Jn Jn 19,27).

3. «Signum magnum paruit in caelo» (Ap 12,1).

La página del Apocalipsis que se acaba de proclamar, al presentar la «gran señal» de la «mujer vestida de sol» (Ap 12,1), afirma que estaba «encinta, y gritaba con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz» (Ap 12,2). También María, como hemos escuchado en el evangelio, cuando va a ayudar a su prima Isabel lleva en su seno al Salvador, concebido por obra del Espíritu Santo.

Ambas figuras de María, la histórica, descrita en el evangelio, y la bosquejada en el libro del Apocalipsis, simbolizan a la Iglesia. El hecho de que el embarazo y el parto, las asechanzas del dragón y el recién nacido arrebatado y llevado «junto al trono de Dios» (Ap 12,4-5), pertenezcan también a la Iglesia «celestial» contemplada en visión por el apóstol san Juan, es bastante elocuente y, en la solemnidad de hoy, es motivo de profunda reflexión.

1225 Así como Cristo resucitado y ascendido al cielo lleva consigo para siempre, en su cuerpo glorioso y en su corazón misericordioso, las llagas de la muerte redentora, así también su Madre lleva en la eternidad «los dolores del parto y el tormento de dar a luz» (Ap 12,2). Y de igual modo que el Hijo, mediante su muerte, no deja de redimir a cuantos son engendrados por Dios como hijos adoptivos, de la misma manera la nueva Eva sigue dando a luz, de generación en generación, al hombre nuevo, «creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad» (Ep 4,24). Se trata de la maternidad escatológica de la Iglesia, presente y operante en la Virgen.

4. En el actual momento histórico, al término de un milenio y en vísperas de una nueva época, esta dimensión del misterio de María es más significativa que nunca. La Virgen, elevada a la gloria de Dios en medio de los santos, es signo seguro de esperanza para la Iglesia y para toda la humanidad.

La gloria de la Madre es motivo de alegría inmensa para todos sus hijos, una alegría que conoce las amplias resonancias del sentimiento, típicas de la piedad popular, aunque no se reduzca a ellas. Es, por decirlo así, una alegría teologal, fundada firmemente en el misterio pascual. En este sentido, la Virgen es «causa nostrae laetitiae», causa de nuestra alegría.

María, elevada al cielo, indica el camino hacia Dios, el camino del cielo, el camino de la vida. Lo muestra a sus hijos bautizados en Cristo y a todos los hombres de buena voluntad. Lo abre, sobre todo, a los humildes y a los pobres, predilectos de la misericordia divina. A las personas y a las naciones, la Reina del mundo les revela la fuerza del amor de Dios, cuyos designios dispersan a los de los soberbios, derriban a los potentados y exaltan a los humildes, colman de bienes a los hambrientos y despiden a los ricos sin nada (cf. Lc Lc 1,51-53).

5. «Magnificat anima mea Dominum!». Desde esta perspectiva, la Virgen del Magníficat nos ayuda a comprender mejor el valor y el sentido del gran jubileo ya inminente, tiempo propicio en el que la Iglesia universal se unirá a su cántico para alabar la admirable obra de la Encarnación. El espíritu del Magníficat es el espíritu del jubileo; en efecto, en el cántico profético María manifiesta el júbilo que colma su corazón, porque Dios, su Salvador, puso los ojos en la humildad de su esclava (cf. Lc Lc 1,47-48).

Ojalá que éste sea también el espíritu de la Iglesia y de todo cristiano. Oremos para que el gran jubileo sea totalmente un Magníficat, que una la tierra y el cielo en un cántico de alabanza y acción de gracias. Amén.





EN LA MISA DE BEATIFICACIÓN


DE MONS. ANTON SLOMSECK


19 de septiembre de 1999




1. "Hagamos el elogio de los hombres ilustres (...); su nombre vive por generaciones. Los pueblos comentarán su sabiduría; la asamblea proclamará su gloria" (Si 44,1 y 14-15).
Estas palabras del Sirácida han resonado hoy en nuestra asamblea. Al escucharlas, hemos pensado espontáneamente en las personas que en este pueblo esloveno se han distinguido por sus virtudes. Hemos pensado, por ejemplo, en los obispos Friderik Baraga, Janez Gnidovec y Anton Vovk; en el padre Vendelin Vosnjak; y en el joven Lojze Grozde.

Particularmente hemos pensado en el obispo de Maribor, Anton Martin Slomsek, al que la Iglesia proclama hoy beato; es el primer hijo de esta nación eslovena en ser elevado a la gloria de los altares. Tres años después de mi primera visita, vuelvo hoy a vosotros para presentároslo como modelo de santidad, que, como os dije entonces, es la única fuerza que vence al mundo. Por eso, me alegra encontrarme con vosotros y presidir esta misa solemne.

Saludo a monseñor Franc Kramberger, pastor de esta Iglesia, y le agradezco las palabras que me ha dirigido. Saludo, asimismo, a los señores cardenales, a los obispos eslovenos y a los demás obispos que concelebran esta solemne eucaristía. Mi saludo se extiende al clero, a los religiosos, a las religiosas y a todos vosotros, amadísimos fieles de esta ilustre Iglesia y de las Iglesias cercanas, aquí reunidos para rendir homenaje al nuevo beato.

1226 Dirijo un saludo cordial al presidente de la República y a las autoridades civiles que han querido honrarnos con su presencia, haciendo así más solemne esta celebración.


2. El evangelio de hoy, que habla de la vid y los sarmientos, nos recuerda que sólo quien permanece unido a Cristo puede dar fruto. Jesús nos indica así el secreto de la santidad de monseñor Anton Martin Slomsek, que hoy tengo la alegría de proclamar beato. Él fue un sarmiento que dio frutos abundantes de santidad cristiana, de singular riqueza cultural y de notable amor a la patria. Por eso está hoy ante nosotros como espléndido ejemplo de vivencia concreta del Evangelio.

En el nuevo beato resplandecen, ante todo, los valores de la santidad cristiana. Siguiendo las huellas de Cristo, se hizo buen samaritano del pueblo esloveno. Atento a las exigencias de la formación del clero y de los fieles, con celo apostólico que sigue siendo hoy un ejemplo para nosotros, evangelizó incansablemente, animando las misiones populares, suscitando numerosas cofradías, predicando ejercicios espirituales y difundiendo cantos populares y escritos religiosos. Fue, en el sentido más genuino de la expresión, un pastor católico, al que los superiores eclesiásticos encomendaron importantes tareas pastorales, incluso en otras regiones del Estado de entonces.

Monseñor Slomsek, fiel y dócil a la Iglesia, estuvo profundamente abierto al ecumenismo y en Europa central fue uno de los primeros en trabajar por la unidad de los cristianos. Ojalá que su celo por la unidad estimule el compromiso ecuménico, para que los cristianos de esta Europa, a la que tanto amó, lleguen a cruzar el umbral del tercer milenio "si no del todo unidos, al menos mucho más próximos a superar las divisiones del segundo milenio" (Tertio millennio adveniente
TMA 34).

3. Asimismo, fue grande la atención que el nuevo beato prestó a la cultura.Al vivir hacia la mitad del siglo pasado, era perfectamente consciente de la importancia que para el futuro de la nación tenía la formación intelectual de los habitantes, especialmente de los jóvenes. Por esto, además de la acción pastoral, se esmeró en promover la cultura, que es riqueza de una nación y patrimonio de todos. La cultura constituye el humus, del que un pueblo puede sacar los elementos necesarios para su crecimiento y desarrollo.

Convencido de ello, mons. Slomsek, por el bien de la juventud, abrió varias escuelas e hizo posible la publicación de libros útiles para la formación humana y espiritual. Reafirmaba que, si los jóvenes se corrompen, a menudo la culpa se ha de buscar en la falta de una formación adecuada. La familia, la escuela y la Iglesia -enseñaba- deben unir sus esfuerzos en un serio programa educativo, conservando cada una su propia esfera de autonomía, pero teniendo todas en cuenta los valores comunes.

Sólo con una sólida formación se preparan mujeres y hombres capaces de construir un mundo abierto a los valores perennes de la verdad y el amor.

4. El nuevo beato estuvo animado también por profundos sentimientos de amor a la patria. Cultivó la lengua eslovena, promovió oportunas reformas sociales, impulsó la elevación cultural de la nación, trabajó con gran esmero para que su pueblo pudiera ocupar un lugar de honor en el concierto de las demás naciones europeas. Y lo hizo sin ceder jamás a sentimientos de miope nacionalismo o de egoísta contraposición frente a las aspiraciones de los pueblos vecinos.

El nuevo beato se os presenta como modelo de auténtico patriotismo. Sus iniciativas marcaron de modo decisivo el futuro de vuestro pueblo y contribuyeron en gran medida a que lograra la independencia. Dirigiendo la mirada a la amada región de los Balcanes, desgraciadamente marcada en estos años por luchas y violencias, nacionalismos extremos, brutales limpiezas étnicas y guerras entre pueblos y culturas, quisiera señalar a todos el testimonio del nuevo beato. Nos muestra que es posible ser patriotas sinceros y con igual sinceridad vivir juntos y colaborar con personas de otra nacionalidad, de otra cultura y de otra religión. Ojalá que su ejemplo, y sobre todo su intercesión, obtengan solidaridad y paz auténtica para todos los pueblos de esta vasta zona de Europa.

5. Amadísimos hermanos y hermanas de la querida Eslovenia, seguid las huellas de este compatriota vuestro, íntegro y generoso, que anhelaba conocer la voluntad de Dios y cumplirla a toda costa. Su firmeza interior y su optimismo evangélico estaban arraigados en una sólida fe en la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre el mal.

Imitadlo especialmente vosotros, queridos jóvenes eslovenos, y, como él, no dudéis en poner vuestras energías juveniles al servicio del reino de Dios y de vuestros hermanos. Que para vosotros, sacerdotes, sea modelo de celosa actividad y de espíritu de sacrificio. Y para vosotros, laicos responsables, especialmente para vosotros que trabajáis en las instituciones públicas, sea ejemplo de honradez, de servicio desinteresado, de valiente búsqueda de la justicia y del bien común.

1227 Sed constructores de paz también dentro de Europa. El proceso de unificación, en el que el continente está comprometido, no puede basarse sólo en intereses económicos; también debe encontrar inspiración en los valores cristianos, en los que se arraigan sus raíces más antiguas y auténticas. Una Europa atenta al hombre y al pleno respeto de sus derechos es la meta a la que hay que dirigir los esfuerzos. Ojalá que la vieja Europa transmita a las nuevas generaciones la antorcha de la civilización humana y cristiana, que iluminó los pasos de sus antepasados durante el milenio que está a punto de concluir.

6. Desde esta perspectiva, invito a todos a orar por la próxima Asamblea del Sínodo de los obispos, que se reunirá dentro de pocos días para reflexionar sobre Cristo, vivo en la Iglesia, fuente de esperanza para Europa. Es una ocasión importante para profundizar en la peculiar misión de los pueblos europeos en el marco de las relaciones mundiales. Una Europa, maestra de civilización, que sabe valorar los recursos que le vienen de Occidente y de Oriente.

Me complace repetir aquí las palabras proféticas que monseñor Slomsek pronunció durante una misión popular: "Dicen que el mundo ha envejecido, que el género humano va a la deriva y que Europa se acerca a su fin. Pues bien, es verdad, si abandonamos la humanidad a su camino natural, a su orientación fatal. Pero no lo es, si la fuerza procedente de lo alto, que se conserva en la religión de Jesús, en su Iglesia, se derrama nuevamente en todos los miembros del género humano y les vuelve a dar la vida".

Aprendamos esta importante lección del beato obispo Slomsek. Que este valiente servidor de Cristo nos ayude a ser sarmientos de vida inmortal, que difundan por doquier el evangelio de la esperanza y el amor.

Amén.



MISA DE APERTURA DE LA II ASAMBLEA ESPECIAL

PARA EUROPA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS



Viernes 1 de octubre de 1999



Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. «Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos» (Lc 24,15).

El relato evangélico de los discípulos de Emaús, que acabamos de escuchar, constituye la imagen bíblica que sirve de marco a esta II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los obispos. La iniciamos con esta solemne concelebración eucarística, cuyo tema es: «Jesucristo, vivo en su Iglesia, fuente de esperanza para Europa», confiando al Señor las expectativas y esperanzas que llevamos en nuestro corazón. Nos hallamos en torno al altar en representación de las naciones del continente, unidos por el deseo de que el anuncio y el testimonio de Cristo vivo ayer, hoy y siempre, sean cada vez más eficaces y concretos en todos los rincones de Europa.

Con gran alegría y cariño os ofrezco a cada uno mi fraternal abrazo de paz. El Espíritu nos ha convocado para este importante evento eclesial que, continuando la primera Asamblea para Europa de 1991, concluye la serie de Sínodos continentales preparatorios del gran jubileo del año 2000. En vuestras personas dirijo a las Iglesias particulares de las que procedéis mi más cordial saludo.

1228 2. «Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre» (He 13,8). Como ya es sabido, ésta es la llamada constante que resuena en la Iglesia encaminada hacia el gran jubileo del año 2000.

Jesucristo está vivo en su Iglesia y, de generación en generación, sigue «acercándose» al hombre y «caminando» con él. Especialmente en los momentos de prueba, cuando las desilusiones amenazan con hacer vacilar la confianza y la esperanza, el Resucitado sale a nuestro encuentro por los senderos del extravío humano y, aunque no lo reconozcamos, se convierte en nuestro compañero de camino.

De este modo, en Cristo y en su Iglesia, Dios no deja de escuchar las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias de la humanidad (cf. Gaudium et spes GS 1), a la que quiere transmitir el anuncio de su amorosa solicitud. Esto es lo que sucedió en el concilio Vaticano II y este es también el sentido de las diversas Asambleas continentales del Sínodo de los obispos: Cristo resucitado, vivo en su Iglesia, camina con el hombre que vive en África, en América, en Asia, en Oceanía y en Europa, para suscitar o despertar en su alma la fe, la esperanza y la caridad.

3. Con la Asamblea sinodal que comienza hoy, el Señor quiere dirigir al pueblo cristiano, peregrino en las tierras comprendidas entre el Atlántico y los Urales, una fuerte invitación a la esperanza. Esa invitación hoy ha encontrado una expresión particular en las palabras del profeta: «Grita de júbilo, (...), alégrate y exulta» (So 3,14). El Dios de la alianza conoce el corazón de sus hijos y las muchas pruebas dolorosas que las naciones europeas han tenido que sufrir a lo largo de este atormentado y difícil siglo que ya se acerca a su fin.

Él, el Emmanuel, el Dios con nosotros, ha sido crucificado en los campos de concentración y en los gulag; ha conocido el sufrimiento en los bombardeos y en las trincheras; ha padecido donde el hombre, cada ser humano, ha sido humillado, oprimido y violado en su irrenunciable dignidad. Cristo ha sufrido la pasión en las innumerables víctimas inocentes de las guerras y de los conflictos que han ensangrentado las regiones de Europa. Conoce las graves tentaciones de las generaciones que se preparan a cruzar el umbral del tercer milenio: desgraciadamente, los entusiasmos suscitados por la caída de las barreras ideológicas y por las revoluciones pacíficas de 1989 parecen haberse extinguido de forma rápida al chocar con los egoísmos políticos y económicos, y en los labios de muchas personas en Europa afloran las palabras desconsoladas de los dos discípulos que iban por el camino de Emaús: «Nosotros esperábamos...» (Lc 24,21).

En este marco social y cultural particular, la Iglesia siente el deber de renovar con vigor el mensaje de esperanza que Dios le ha confiado. Con esta Asamblea repite a Europa: «El Señor, tu Dios, está en medio de ti como poderoso salvador» (So 3,17). Su invitación a la esperanza no se basa en una ideología utópica, como las que en los últimos dos siglos han acabado por pisotear los derechos del hombre y, especialmente, los de los más débiles.

Por el contrario, es el imperecedero mensaje de salvación proclamado por Cristo: El reino de Dios está en medio de vosotros, convertíos y creed en el Evangelio (cf. Mc Mc 1,15). Con la autoridad que le viene de su Señor, la Iglesia repite a la Europa de hoy: Europa del tercer milenio, «No desfallezcan tus manos» (So 3,16), no cedas al desaliento, no te resignes a modos de pensar y vivir que no tienen futuro, porque no se basan en la sólida certeza de la palabra de Dios.

Europa del tercer milenio, a ti y a todos tus hijos la Iglesia os vuelve a proponer a•Cristo, único mediador de la salvación ayer, hoy y siempre (cf. Hb He 13,8). Te propone a Cristo, verdadera esperanza del hombre y de la historia. Te lo propone no sólo con las palabras, sino especialmente con el testimonio elocuente de la santidad. De hecho, los santos y las santas, con su existencia marcada por las bienaventuranzas evangélicas, constituyen la vanguardia más eficaz y creíble de la misión de la Iglesia.

4. Por esto, amadísimos hermanos y hermanas, en el umbral del año 2000, mientras la Iglesia entera que está en Europa se encuentra aquí representada del modo más digno, tengo hoy la alegría de proclamar tres nuevas copatronas del continente europeo.Son: santa Edith Stein, santa Brígida de Suecia y santa Catalina de Siena.

Europa ya está bajo la protección celestial de tres grandes santos: Benito de Nursia, padre del monaquismo occidental, y los hermanos Cirilo y Metodio, apóstoles de los eslavos. He querido colocar al lado de estos insignes testigos de Cristo otras tantas figuras femeninas, entre otras cosas para subrayar el gran papel que las mujeres han desempeñado y desempeñan en la historia eclesial y civil del continente hasta nuestros días.

Desde sus albores la Iglesia, a pesar de estar condicionada por las culturas en las cuales se hallaba integrada, ha reconocido siempre la plena dignidad espiritual de la mujer, a partir de la singular vocación y misión de María, Madre del Redentor. Ya desde los comienzos -como atestigua el Canon romano-, a mujeres como Felicidad, Perpetua, Águeda, Lucía, Inés, Cecilia y Anastasia, los cristianos se dirigieron con fervor no inferior al reservado a los santos varones.

1229 5. Las tres santas escogidas como copatronas de Europa están relacionadas de modo especial con la historia del continente. Edith Stein, que, proviniendo de una familia judía, dejó la brillante carrera de estudiosa para hacerse monja carmelita con el nombre de Teresa Benedicta de la Cruz y murió en el campo de exterminio de Auschwitz, es un símbolo de los dramas de la Europa de este siglo. Brígida de Suecia y Catalina de Siena, que vivieron en el siglo XIV, trabajaron incansablemente por la Iglesia, preocupándose por su suerte a escala europea. Así, Brígida, consagrada a Dios después de haber vivido plenamente la vocación de esposa y madre, recorrió Europa de norte a sur, promoviendo sin descanso la unidad de los cristianos, y murió en Roma. Catalina, humilde e intrépida terciaria dominica, llevó la paz a su Siena, a Italia y a la Europa del siglo XIV; se dedicó completamente a la Iglesia, logrando obtener el retorno del Papa desde Aviñón a Roma.

Las tres expresan admirablemente la síntesis entre contemplación y acción. Su vida y sus obras testimonian con gran elocuencia la fuerza de Cristo resucitado, que vive en su Iglesia: fuerza de amor generoso a Dios y al hombre, fuerza de auténtica renovación moral y civil. En estas nuevas patronas, tan ricas en dones tanto desde el punto de vista sobrenatural como desde el humano, pueden hallar inspiración los cristianos y las comunidades eclesiales de todas las confesiones, al igual que los ciudadanos y los Estados europeos, sinceramente comprometidos en la búsqueda de la verdad y del bien común.

6. «¿No ardía nuestro corazón mientras (...) nos explicaba las Escrituras?» (
Lc 24,32).

Deseo de corazón que los trabajos sinodales nos hagan revivir la experiencia de los discípulos de Emaús, los cuales, llenos de esperanza y alegría, por haber reconocido al Señor «en la fracción del pan», volvieron sin dilación a Jerusalén para referir a los hermanos lo que les había ocurrido a lo largo del camino (cf. Lc Lc 24,33-35).

Que Jesucristo nos conceda también a nosotros el encontrarlo y reconocerlo junto a la mesa eucarística, en la comunión de los corazones y de la fe. Que nos otorgue vivir estas semanas de reflexión en la escucha profunda del Espíritu Santo que habla a las Iglesias en Europa. Que nos haga humildes y valientes apóstoles de su cruz, como lo fueron los santos Benito, Cirilo y Metodio, y las santas Edith Stein, Brígida y Catalina.

Imploramos su ayuda, juntamente con la celestial intercesión de María, Reina de todos los santos y Madre de Europa. Que esta II Asamblea especial para Europa marque las líneas de una acción evangelizadora atenta a los desafíos y a las expectativas de las generaciones jóvenes.

Y que Cristo sea renovada fuente de esperanza para los habitantes del «viejo» continente, en el cual el Evangelio ha suscitado a lo largo de los siglos una incomparable cosecha de fe, de amor laborioso y de civilización.

Amén.



MISA DE BEATIFICACIÓN DE SEIS SIERVOS DE DIOS



Domingo 3 de octubre de 1999


1. «La viña del Señor es su pueblo».

Así acabamos de repetir en el Salmo responsorial. La liturgia de la palabra de hoy nos presenta la imagen de la viña y pone de relieve el amor que Dios siente por su pueblo. Esta alegoría, presente tanto en la primera lectura como en el evangelio, se vuelve más elocuente aún en este tiempo otoñal, durante el cual se realiza la vendimia y se cosechan los frutos de la tierra, antes del invierno.

1230 La viña del Señor es la casa de Israel, que en la parábola evangélica se ensancha hasta abrazar también a los paganos, los «otros labradores», a los que el propietario arrienda su viña. Así se delinea la misión de la Iglesia, pueblo de la nueva alianza, llamado a dar frutos de verdad y de santidad.

En esta celebración tenemos la alegría de ver elevados a la gloria de los altares a seis obreros fieles de la viña del Señor. Son: Fernando María Baccilieri, Eduardo Juan María Poppe, Arcángel Tadini, Mariano de Roccacasale, Diego Oddi y Nicolás de Gésturi. En tiempos diversos y con modalidades diferentes, cada uno de ellos entregó generosamente su vida al servicio del Evangelio.

2. Fernando María Baccilieri, presbítero, fue un celoso obrero en la viña del Señor mediante el ministerio parroquial, que desempeñó con una conducta de vida íntegra. En calidad de pobre «cura rural», como le gustaba definirse, educó a las almas con una vigorosa predicación, en la que expresaba su profunda convicción interior. Así se convirtió en imagen viva del buen Pastor.

Terciario de la orden de los Siervos de María, con una devoción intensa y filial a la Virgen, especialmente a la Virgen de los Dolores, quiso incluir el nombre de María también en el título de la familia religiosa que fundó, las religiosas «Siervas de María de Galeazza». Ahora el beato Fernando María, como hemos escuchado en el pasaje del profeta Isaías, canta en el cielo su «cántico de amor» a la viña del Señor (cf. Is
Is 5,1).

3. «Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña». Estas palabras del libro de Isaías, que acabamos de escuchar, se aplican al presbítero Eduardo Poppe, quien consagró su vida a Cristo en el ministerio sacerdotal. Él se convierte hoy en modelo para los sacerdotes, sobre todo para los de su país, Bélgica. Los invita a conformar su vida a Cristo pastor, para ser como él «sacerdotes fervorosos», enamorados de Dios y de sus hermanos. La acción pastoral sólo es verdaderamente fecunda en la contemplación. Se alimenta del encuentro íntimo con el divino Maestro, que unifica el ser interior para que haga su voluntad. Invito a los sacerdotes a poner siempre la Eucaristía en el centro de su existencia y de su ministerio, como hizo el beato Poppe. Sólo si se dejan iluminar por Cristo, podrán transmitir su luz.

Ojalá que, a ejemplo del nuevo beato, todas las personas que tienen una misión catequética hallen el tiempo necesario para encontrarse con Cristo. Así, con su enseñanza y su conducta, darán testimonio del Evangelio y harán que los demás, especialmente los jóvenes, que buscan la verdad y la fuente de la vida, conozcan las exigencias morales que llevan a la felicidad. El presbítero Poppe, que experimentó la prueba, dirige un mensaje a los enfermos, recordándoles que la oración y el amor de María son fundamentales para el compromiso misionero de la Iglesia. Pidamos al Señor que envíe a su viña sacerdotes a imagen del beato Poppe.

4. «El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto» (Aleluya).

La unión con Cristo, el espíritu de oración y el fuerte compromiso ascético fueron el secreto de la extraordinaria eficacia pastoral de otro generoso obrero de la viña, el sacerdote Arcángel Tadini, a quien hoy la Iglesia inscribe en el catálogo de los beatos. En la escuela de la Eucaristía aprendió a partir el pan de la palabra de Dios, a practicar la caridad y a responder con creatividad pastoral a los desafíos sociales y religiosos que caracterizaron el fin del siglo pasado.

Precisamente porque fue un hombre consagrado plenamente a Dios, pudo ser también un sacerdote entregado totalmente a los hombres. Las necesidades del mundo del trabajo de entonces estimularon su corazón de pastor a buscar nuevas formas de anuncio y de testimonio evangélico. Su ideal de vida y la solidaridad que mostraba con los sectores más débiles de la sociedad prosiguen aún hoy a través de la actividad de la congregación religiosa que fundó, las religiosas Obreras de la Santa Casa de Nazaret.

5. Por lo que respecta a la vida y a la espiritualidad del beato Mariano de Roccacasale, religioso franciscano, se puede decir que se resumen de manera emblemática en la afirmación del apóstol san Pablo a la comunidad cristiana de Filipos: «El Dios de la paz estará con vosotros» (Ph 4,9). Su existencia pobre y humilde, siguiendo las huellas de san Francisco y santa Clara de Asís, estuvo constantemente orientada al prójimo, con el deseo de escuchar y compartir las penas de cada uno, para presentarlas después al Señor en sus largas horas de adoración ante la Eucaristía.

El beato Mariano llevó por doquier la paz, que es don de Dios. Ojalá que su ejemplo y su intercesión nos ayuden a redescubrir el valor fundamental del amor de Dios y el deber de testimoniarlo mediante la solidaridad con los pobres. Es un ejemplo para nosotros, particularmente en el ejercicio de la hospitalidad, tan importante en la actual situación histórica y social, y muy significativo desde la perspectiva del gran jubileo del año 2000.

1231 6. La misma espiritualidad franciscana, centrada en una vida evangélica pobre y sencilla, caracterizó a fray Diego Oddi, a quien hoy contemplamos en el coro de los beatos. En la escuela de san Francisco aprendió que nada pertenece al hombre, salvo los vicios y los pecados, y que todo lo que la persona humana posee es en realidad don de Dios (cf. Regla no bulada XVII, en Fuentes Franciscanas, 48). Así aprendió a no angustiarse por nada, sino a acudir a Dios en los momentos de necesidad con «oración, súplica y acción de gracias», como hemos escuchado del apóstol san Pablo en la secunda lectura (cf. Flp Ph 4,6).

Durante su largo servicio de limosnero fue un auténtico ángel de paz y de bien para todas las personas que se encontraban con él, sobre todo porque sabía aliviar las necesidades de los más pobres y atribulados. Con su testimonio gozoso y sereno, con su fe genuina y convencida, con su oración y su infatigable trabajo, el beato Diego indica las virtudes evangélicas que son el camino real para alcanzar la paz.

7. «La piedra que desecharon los arquitectos, es ahora la piedra angular» (Mt 21,42).

Estas palabras, que Jesús en el evangelio se aplicaba a sí mismo, recuerdan el misterio del abajamiento y de la humillación del Hijo de Dios, fuente de nuestra salvación. Y el pensamiento se dirige, naturalmente, al beato Nicolás de Gésturi, capuchino, que encarnó de modo singular en su existencia esta misteriosa realidad. Hombre de silencio, irradiaba a su alrededor un halo de espiritualidad y de fuerte evocación del Absoluto. Llamado por la gente con el afectuoso apelativo de «fray silencio», Nicolás de Gésturi se presentaba con una actitud que era más elocuente que las palabras: renunciando a lo superfluo y buscando lo esencial, no se distraía con las cosas inútiles o dañosas, pues quería ser testigo de la presencia del Verbo encarnado al lado de cada hombre.

En un mundo muchas veces saturado de palabras y pobre de valores hacen falta hombres y mujeres que, como el beato Nicolás de Gésturi, subrayen la urgencia de recuperar la capacidad del silencio y de la escucha, para que toda la vida se convierta en un «cántico» de alabanza a Dios y de servicio a los hermanos.

8. «Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña» (Is 5,1). Mientras contemplamos las maravillas que Dios obró en estos hermanos nuestros, nuestro espíritu se abre a la alabanza y a la acción de gracias. Te damos gracias, Señor, por el don de estos nuevos beatos. En su vida, dedicada enteramente al servicio de tu Reino, admiramos los abundantes frutos que tú produjiste en ellos y a través de ellos.

Que su ejemplo y su intercesión nos impulsen a imitarlos, para que también nosotros, con nuestra fidelidad al Evangelio, demos gloria a Aquel que es «fuente de todo bien» (cf. Oración colecta).

María, Reina de todos los santos, interceda por nosotros; nos sostengan y alienten los beatos Fernando María Baccilieri, Eduardo Juan María Poppe, Arcángel Tadini, Mariano de Roccacasale, Diego Oddi y Nicolás de Gésturi, a quienes contemplamos en tu gloria celestial. Amén.



B. Juan Pablo II Homilías 1223