B. Juan Pablo II Homilías 1016


VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA

DEL NIÑO JESÚS, EN SACCOPASTORE



Domingo 8 de febrero de 1998

1. «No temas: desde ahora, serás pescador de hombres» (Lc 5,10). El pasaje evangélico de hoy nos narra la vocación de Simón Pedro y de los primeros Apóstoles. Después de haber hablado a la multitud desde la barca de Simón, Jesús les pide que se alejen de la costa para pescar. Pedro replica manifestando las dificultades que habían encontrado la noche anterior, durante la cual, aun habiendo bregado, no habían logrado pescar nada. Sin embargo, se fía del Señor y realiza su primer gesto de confianza en él: «Por tu palabra, echaré las redes» (Lc 5,5).


El sucesivo prodigio de la pesca milagrosa es un signo elocuente del poder divino de Jesús y, al mismo tiempo, anuncia la misión que se confiará al Pescador de Galilea, es decir, guiar la barca de la Iglesia en medio de las olas de la historia y recoger con la fuerza del Evangelio una multitud innumerable de hombres y mujeres procedentes de todas las partes del mundo.

La llamada de Pedro y de los primeros Apóstoles es obra de la iniciativa gratuita de Dios, a la que responde la libre adhesión del hombre. Este diálogo de amor con el Señor ayuda al ser humano a tomar conciencia de sus límites y, a la vez, del poder de la gracia de Dios, que purifica y renueva la mente y el corazón: «No temas: desde ahora, serás pescador de hombres». El éxito final de la misión está garantizado por la asistencia divina. Dios es quien lleva todo hacia su pleno cumplimiento. A nosotros se nos pide que confiemos en él y que aceptemos dócilmente su voluntad.

2. ¡No temas! ¡Cuántas veces el Señor nos repite esta invitación! Sobre todo hoy, en una época marcada por grandes incertidumbres y miedos, estas palabras resuenan como una exhortación a confiar en Dios, a dirigir nuestra mirada hacia él, que guía el destino de la historia con la fuerza de su Espíritu, no nos abandona en la prueba y asegura nuestros pasos en la fe.

Amadísimos hermanos y hermanas, dejad que esta íntima convicción impregne vuestra existencia. Dios llama a todos los creyentes a que lo sigan; les pide que se conviertan en cooperadores de su proyecto salvífico. Como Simón Pedro, también nosotros podemos proclamar: «Por tu palabra, echaré las redes ». ¡Por tu palabra! Su palabra es el Evangelio, mensaje perenne de salvación que, si se acoge y vive, transforma la existencia. El día de nuestro bautismo nos comunicaron esta «buena nueva», que debemos profundizar personalmente y testimoniar con valentía.

La misión ciudadana, que ya ha entrado en el centro de su celebración, pide a todos los cristianos que proclamen el Evangelio con la palabra, pero sobre todo con la coherencia de su vida. En esta extraordinaria empresa apostólica sentid el apoyo incesante de Jesucristo, nuestro Señor, el primer misionero, enviado por el Padre al mundo.

3. Queridos hermanos y hermanas de la parroquia del Niño Jesús, en Saccopastore, me alegra estar hoy en medio de vosotros y visitar vuestra hermosa iglesia. A todos os saludo con afecto: al cardenal vicario, al obispo auxiliar del sector, a vuestro joven párroco, don Antonino De Siati, y a los sacerdotes que colaboran con él, así como a las religiosas de la Caridad de Santa Juana Antida, que viven en estrecho contacto con las obras parroquiales y prestan un generoso servicio a los numerosos ancianos y enfermos de la comunidad. Saludo, asimismo, a cuantos participan más directamente en la vida de la parroquia y a los numerosos grupos de formación, servicio y apostolado, y en particular a las personas y a las familias de origen filipino, que desde hace algún tiempo se reúnen semanalmente aquí para la celebración litúrgica festiva.

Sé que hay muchos ancianos en vuestra comunidad. A ellos en particular, como a todos los ancianos de Roma, los saludo con afecto, y los invito cordialmente a la oración constante y confiada por sus propias necesidades y por el éxito de la misión ciudadana. Amadísimos hermanos y hermanas, vuestro testimonio de fe ha de ser para todos, pero especialmente para los jóvenes, un ejemplo de cómo se debe acoger a Cristo en la propia vida.

1017 Me congratulo con los colaboradores, religiosos y laicos, por las iniciativas de caridad y socialización promovidas en la parroquia. Os honra la solidaridad concreta que manifestáis hacia cuantos tienen necesidades, tanto en vuestro territorio como lejos de aquí. Me refiero a las diversas iniciativas de caridad que realizáis, como el apoyo a una leprosería de África central, la ayuda a las poblaciones damnificadas por el terremoto de las regiones centrales italianas y vuestro vínculo fraterno con el instituto Lido dei Pini. Continuad vuestro esfuerzo, con el espíritu del Verbo de Dios que, al encarnarse, vino al encuentro de todos y a cada uno trajo la salvación.

4. Vuestra comunidad es numerosa; surge cerca de un recodo del río Aniene y está situada en la zona denominada Saccopastore. Hasta la década de 1930, los pastores venían aquí desde los Abruzos para pasar los meses de invierno con sus rebaños. Después, dado el progresivo asentamiento de muchas familias, comenzó la actividad litúrgica en una capillita, dedicada al Niño Jesús, que constituyó en la zona el primer lugar de culto y reunión. El título de esa capilla, elegido por la gente de entonces con referencia a la inauguración que había tenido lugar en la víspera de Navidad de 1952, pasó luego a la parroquia, erigida jurídicamente en 1957. Aquí han trabajado con gran celo diversos sacerdotes, entre los cuales quisiera recordar al primer párroco, monseñor Giuseppe Simonazzi, cuyo recuerdo está aún vivo.

El nombre de vuestra parroquia hace referencia al misterio del Verbo encarnado, a Dios, que vino a poner su morada entre nosotros para salvar y redimir a todo el hombre y a todos los hombres: los de ayer, los de hoy y los de las generaciones futuras. Se trata del misterio de la elevación del tiempo humano a la dimensión divina, en sí misma trascendente y eterna. Este es también el contenido del jubileo del año 2000. Jesús, Dios hecho hombre, es el único Salvador. A él dirigimos nuestra mirada, mientras nos acercamos a la histórica meta del comienzo del tercer milenio. Os exhorto a prepararos con esta disposición interior para el acontecimiento jubilar.

5. «Aquí estoy, mándame» (
Is 6,8). El relato de la vocación de Isaías, que hemos escuchado en la primera lectura, subraya la pronta respuesta del profeta a la llamada del Señor. Después de contemplar la santidad de Dios y tomar conciencia de las infidelidades del pueblo, Isaías se prepara para la ardua misión de exhortar al pueblo de Israel a cumplir los grandes compromisos de la alianza, con vistas a la venida del Mesías.

Como sucedió con el profeta Isaías, proclamar la salvación implica para cada creyente redescubrir ante todo la santidad de Dios. «Sanctus, sanctus, sanctus», fórmula que se repite en toda celebración eucarística. Quien se encuentra con un cristiano debe poder vislumbrar en él, a pesar de la inevitable fragilidad humana, el rostro santo del Altísimo.

La Virgen, morada del Espíritu Santo, nos obtenga el don de una constante adhesión a la llamada divina, y nos ayude especialmente a confiar en él en toda circunstancia, para que podamos colaborar totalmente en su obra de salvación. Amén.



VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA

DE SAN CIRILO Y SAN METODIO





Domingo 15 de febrero de 1998



1. «Id por todo el mundo y proclamad la buena nueva a toda la creación» (Mc 16,15). Antes de volver al Padre, Jesús confía a los Apóstoles el mandato de proseguir su misión en la tierra, anunciando la salvación a todo el mundo. Esta tarea, que caracteriza a la Iglesia, pueblo de Dios en camino hacia la patria celestial, se expresa en la pluralidad de los ministerios y los carismas con que Cristo la enriquece. Pastores y confesores de la fe, vírgenes y mártires, presbíteros y laicos, santos y santas de todas las épocas contribuyen eficazmente a difundir el Evangelio en todos los rincones del mundo.

San Cirilo y san Metodio realizaron esa obra. Originarios de Tesalónica y testigos intrépidos del Evangelio, fueron los pioneros, por decirlo así, del numeroso grupo de apóstoles que han trabajado activamente al servicio de Cristo entre los pueblos eslavos. Vuestra parroquia se enorgullece de tener como protectores especiales a estos dos grandes santos copatronos de Europa.

Su ejemplo es muy significativo también para nosotros. En efecto, como subrayé en la encíclica Slavorum apostoli, «se puede afirmar que su recuerdo se ha hecho particularmente vivo y actual en nuestros días» (n. 1).

Aun teniendo la posibilidad de hacer brillantes carreras políticas, estos dos hermanos se dedicaron totalmente al Señor. A petición del príncipe Rastislav de la gran Moravia al emperador Miguel III, fueron enviados a anunciar a los pueblos de Europa central la fe cristiana en su propia lengua. Así, dedicaron su vida a esta tarea, afrontando muchas dificultades y sufrimientos, persecuciones y encarcelamientos, y se convirtieron en ejemplos luminosos de entrega a la causa de Cristo y de amor a sus hermanos que anhelaban la verdad evangélica.

1018 2. Muy bien se aplican a ellos las palabras de san Pablo que acabamos de escuchar: «¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1Co 9,16). Abriendo su corazón a los cristianos de Corinto, el Apóstol expresa su conciencia de la necesidad y de la urgencia del anuncio evangélico. Lo siente como un gran don, pero también como una tarea irrenunciable: un verdadero «deber» (cf. 1Co 1Co 9,16), cuya responsabilidad le incumbe en comunión con los demás Apóstoles. Al hacerse «todo a todos para salvar a toda costa a algunos» (1Co 9,22), nos muestra cómo todo evangelizador debe aprender a adaptarse al lenguaje de sus oyentes, para entrar en sintonía profunda con ellos.

Es lo que realizaron de modo admirable los dos santos a quienes recordamos hoy: toda su misión se orientó a «encarnar » la palabra de Dios en la lengua y la cultura eslavas. A ellos se debe la transcripción de los textos sagrados y litúrgicos a la lengua paleoeslava, mediante un nuevo alfabeto. Para mantener firme la comunión eclesial, vinieron a Roma y obtuvieron la aprobación del Papa Adriano II. Precisamente en Roma, el 14 de febrero del año 869, murió Cirilo, mientras que Metodio, consagrado obispo para el territorio de la antigua diócesis de Panonia y nombrado legado pontificio para los pueblos eslavos, prosiguió la tarea misionera que había iniciado con su hermano.

Demos gracias a Dios por estos dos santos, Cirilo y Metodio, que fueron heraldos sabios del Evangelio en Europa. También hoy siguen enseñando a los evangelizadores de nuestro tiempo la valentía en el anuncio y la actitud necesaria para inculturar la fe.

3. Amadísimos hermanos de la parroquia de San Cirilo y San Metodio, me alegra estar hoy en medio de vosotros para celebrar la fiesta de los patronos de vuestra comunidad. Saludo cordialmente al cardenal vicario; al obispo auxiliar, monseñor Clemente Riva; a vuestro párroco, don Giuseppe Trappolini, y a sus colaboradores directos en la animación pastoral de la parroquia. Mi afectuoso saludo se extiende a todos vosotros, que participáis en esta eucaristía, y en particular a las personas enfermas, ancianas o que no pueden salir de su casa para venir a la iglesia, y que se unen a través de la televisión a nuestra celebración festiva.

Constituís una comunidad joven que, en un tiempo relativamente breve, ha recibido el don de este nuevo templo. Hace casi tres años, en la plaza de San Pedro, yo mismo tuve la alegría de bendecir la primera piedra de vuestra iglesia que, incluida en el proyecto «cincuenta iglesias para Roma 2000», se construyó con rapidez y fue dedicada el 8 de noviembre del año pasado por el cardenal vicario. Vuestra parroquia constituye ahora para la zona de Acilia, denominada Dragoncello, el único centro religioso y social de reunión abierto a numerosas familias jóvenes que viven en el barrio.

A la vez que doy gracias con vosotros al Señor por cuanto habéis logrado realizar hasta ahora, con esta visita quisiera exhortaros a crecer cada vez más en vuestro generoso servicio apostólico, preocupándoos sobre todo por la formación cristiana de vuestros niños y jóvenes. Alrededor de cuatrocientos niños han recibido el bautismo durante los primeros cinco años de vida de vuestra comunidad. Esto significa que en el futuro próximo esta parroquia contará con la presencia de numerosos muchachos y jóvenes. Queridos hermanos y hermanas, a vosotros corresponde preparar el terreno adecuado para el crecimiento sano y sereno de estos niños. Y sólo podréis realizar vuestra misión si os dejáis guiar por la palabra de Dios y os esforzáis siempre por dar un testimonio coherente de fe y caridad.

4. La misión ciudadana, que se está celebrando tanto en esta como en las demás parroquias de Roma, os ofrece la oportunidad de un nuevo impulso espiritual y apostólico. Queridos hermanos, no os contentéis con sentiros a gusto entre las paredes de la iglesia y de las salas parroquiales, por más nuevas y hermosas que sean; salid al encuentro de la gente que no frecuenta la iglesia. Todos esperan un anuncio renovado de Jesucristo, el único que puede salvar al hombre. Muchos se han mudado a este barrio desde otras partes de la ciudad. A menudo se trata de matrimonios jóvenes, que han venido a vivir aquí después de casarse. Haced todo lo posible para que el cambio de ambiente no los desoriente, llevándolos a un alejamiento de la vida eclesial y sacramental, que les perjudicaría. Al contrario, sed para ellos una comunidad que los acoja y favorezca su integración armoniosa.

Con esta finalidad, estad dispuestos a encontraros con las familias, brindándoles vuestra amistad y compartiendo con ellas la alegría de la fe. Para ello será muy útil la misión ciudadana, con las reuniones en los diversos centros de escucha. Este compromiso de solidaridad y acogida al servicio del Evangelio debe convertirse en estilo de vida diaria, para que no cesen jamás la oración común, la reflexión sobre el Evangelio y el apoyo recíproco.

Pero toda esta interesante y urgente obra apostólica sólo puede ser eficaz si está sostenida por momentos de oración, especialmente de recogimiento prolongado ante la Eucaristía. Sé que gracias a la presencia de las religiosas Misioneras de la Caridad, se realiza en esta parroquia la adoración eucarística diaria. Qué hermoso sería si en cada parroquia se intensificara la adoración eucarística como preparación para el gran jubileo del año 2000, que será un año intensamente eucarístico, ya que se celebrar á en Roma el Congreso eucarístico internacional sobre el tema: «Jesucristo, único salvador del mundo, pan para la vida nueva».

5. «Todos los confines de la tierra han visto la salvación de nuestro Dios» (Is 52,10). Como hemos escuchado en la primera lectura, el profeta Isaías anuncia la universalidad de la salvación, que se ofrece a todos los pueblos sin distinción de raza, lengua y cultura. Todos los creyentes están llamados, según sus posibilidades y responsabilidades, a participar en la gran misión evangelizadora. Este es el compromiso que también aquí, en vuestra parroquia, debéis asumir con perseverancia y fidelidad, para que el Evangelio entre en todas las casas, en las familias y en los diversos ambientes en que se desarrolla la vida diaria.

El Espíritu del Señor os ilumine y os sostenga en esta ardua labor apostólica. Amadísimos hermanos y hermanas, oremos juntos para que se defiendan y compartan los valores del Evangelio, en particular los que se refieren a los ámbitos de la vida y de la familia fundada en el matrimonio. Oremos por los jóvenes, a fin de que encuentren en el amor del Señor la fuerza para resistir ante las tentaciones y los peligros que los amenazan. Oremos para que todos los hombres de buena voluntad se esfuercen por edificar una sociedad más en sintonía con el mensaje evangélico.

1019 Encomiendo a la protección celestial de María y de los santos hermanos de Tesalónica vuestra comunidad, así como el camino de los pueblos eslavos y el futuro de toda Europa. ¡San Cirilo y san Metodio, apóstoles de los pueblos eslavos y copatronos de Europa, orad por nosotros! Amén.



PALABRAS DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


DURANTE EL CONSISTORIO ORDINARIO PÚBLICO


PARA LA CREACIÓN DE VEINTE NUEVOS CARDENALES


Sábado 21 de febrero de 1998




«A los ancianos que están entre vosotros les exhorto yo, anciano como ellos, testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloria que está para manifestarse» (1P 5,1).

1. Hago mías las palabras del apóstol Pedro al dirigirme a vosotros, venerados y amadísimos hermanos, a los que he tenido la alegría de asociar al Colegio de los cardenales.

Esas palabras aluden a nuestro fundamental arraigo, como «ancianos», en el misterio de Cristo, cabeza y pastor. Por ser partícipes de la plenitud del orden sagrado, somos, en la Iglesia y para la Iglesia, una representación sacramental suya, llamados a proclamar de forma autorizada su palabra, a repetir sus gestos de perdón y de ofrecimiento de la salvación, a ejercer su amorosa solicitud hasta la entrega total de nosotros mismos en favor de la grey (cf. Pastores dabo vobis PDV 15).

Este arraigo en Cristo recibe hoy en vosotros, venerados hermanos, una ulterior especificación, ya que, con la elevación a la púrpura, sois llamados y habilitados a un servicio eclesial de mucha mayor responsabilidad, en estrechísima colaboración con el Obispo de Roma. Lo que hoy se realiza en la plaza de San Pedro es, por consiguiente, la llamada a un servicio más comprometedor, porque, como hemos escuchado en el evangelio, «el que quiera ser el primero entre vosotros, será servidor de todos» (Mc 10,44). A Dios corresponde la elección, a nosotros el servicio. ¿No se ha de entender el mismo primado de Pedro como servicio en favor de la unidad, de la santidad, de la catolicidad y de la apostolicidad de la Iglesia?

El Sucesor de Pedro es el siervo de los siervos de Dios, según la expresión de san Gregorio Magno. Y los cardenales son sus primeros consejeros y cooperadores en el gobierno de la Iglesia universal: son «sus» obispos, «sus» presbíteros y «sus» diáconos, no simplemente en la primitiva dimensión de la Urbe, sino también en el pastoreo de todo el pueblo de Dios, al que la sede de Roma «preside en la caridad» (cf. san Ignacio de Antioquía, Ad Romanos, 1, 1).

2. Con estos pensamientos, dirijo mi cordial saludo a los venerados cardenales presentes, que en el Colegio cardenalicio, y especialmente en este consistorio público, manifiestan de modo eminente la gran «sinfonía», por decir así, de la Iglesia, es decir, su unidad en la universalidad de las proveniencias y en la variedad de los ministerios.

Con ellos comparto la alegría de acoger hoy a los veinte nuevos hermanos, que proceden de trece países de cuatro continentes, y han dado pruebas de fidelidad a Cristo y a la Iglesia, algunos en el servicio directo de la Sede apostólica, y otros en el gobierno de importantes diócesis. Agradezco, en particular, al cardenal Jorge Arturo Medina Estévez las palabras que me ha dirigido, expresando los sentimientos de todos en esta circunstancia tan significativa.

Me complace, en este momento, recordar en la oración a monseñor Giuseppe Uhac, a quien el Dios de toda gracia, como escribe el apóstol Pedro, llamó a sí poco antes de su nombramiento, para ofrecerle otra corona: la de la gloria eterna en Cristo (cf. 1P 5,10). Al mismo tiempo, deseo comunicar que he reservado in pectore el nombramiento de cardenales de otros dos prelados.

3. Esta celebración tiene lugar durante el año del Espíritu Santo dentro de la preparación al gran jubileo del año 2000, de acuerdo con el itinerario trazado en la exhortación apostólica Tertio millennio adveniente, que recogió y elaboró las propuestas de un memorable consistorio extraordinario celebrado en junio de 1994. ¿Qué mejor marco eclesial y espiritual, para invocar sobre los nuevos cardenales los dones del Espíritu Santo: «espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y de piedad, y (...) espíritu de temor del Señor»? (Is 11,2-3) ¿Quién tiene más necesidad que ellos del abundante consuelo de estos dones, para cumplir la misión recibida del Señor? ¿Quién es más consciente que ellos de que «el Espíritu es (...) el agente principal de la nueva evangelización» y de que «la unidad del Cuerpo de Cristo se funda en la acción del Espíritu Santo, está garantizada por el ministerio apostólico y sostenida por el amor recíproco»? (Tertio millennio adveniente TMA 45 ?47).

1020 Venerados hermanos, ojalá que el Espíritu Paráclito habite plenamente en cada uno de vosotros, os colme de la consolación divina y así os lleve a ser, también vosotros, consoladores de cuantos atraviesan un período de aflicción, en particular de los miembros de la Iglesia más probados, de las comunidades que más tribulaciones sufren a causa del Evangelio. Ojalá podáis decir con el apóstol Pablo: «Si somos atribulados, lo somos para consuelo y salvación vuestra; si somos consolados, lo somos para el consuelo vuestro, que os hace soportar con paciencia los mismos sufrimientos que también nosotros soportamos » (2Co 1,6).

4. Venerados hermanos, sois creados cardenales mientras nos encaminamos a grandes pasos hacia el tercer milenio de la era cristiana. Ya vemos perfilarse en el horizonte la puerta santa del gran jubileo del año 2000 y esto da a vuestra misión un valor y un significado de enorme relieve, pues estáis llamados, junto con los demás miembros del Colegio cardenalicio, a ayudar al Papa a llevar la barca de Pedro hacia esa histórica meta.

Cuento con vuestro apoyo y con vuestro iluminado y experto consejo para guiar a la Iglesia en la última fase de la preparación al Año santo. Dirigiendo, juntamente con vosotros, la mirada más allá del umbral del año 2000, pido al Señor la abundancia de los dones del Espíritu divino para toda la Iglesia, a fin de que la «primavera» del concilio Vaticano II encuentre en el nuevo milenio su «verano», es decir, su desarrollo maduro.

La misión, a la que Dios os llama hoy, exige atento y constante discernimiento. Precisamente por eso, os exhorto a ser cada vez más hombres de Dios, oyentes penetrantes de su Palabra, capaces de reflejar su luz en medio del pueblo cristiano y entre los hombres de buena voluntad. Sólo sostenida por la luz del Evangelio, la Iglesia puede afrontar con segura esperanza los desafíos del presente y del futuro.

5. Doy ahora mi cordial bienvenida a los familiares de los nuevos cardenales, así como a las delegaciones de las diversas Iglesias de donde proceden, y a las representaciones gubernativas y civiles, que han querido participar en este solemne acontecimiento eclesial. Amadísimos hermanos y hermanas, ilustres señores y señoras, os agradezco vuestra presencia, expresión del afecto y de la estima que os unen a los arzobispos y obispos que he asociado al Colegio cardenalicio. Al igual que en ellos, también en vosotros veo una imagen de la universalidad de la Iglesia, y un signo elocuente del vínculo de comunión de laicos y personas consagradas con sus pastores, así como de presbíteros y diáconos con sus obispos. Desde hoy los nuevos cardenales tendrán aún más necesidad de vuestro apoyo espiritual: acompañadlos siempre con la oración, como ya hacéis.

6. Mañana tendré la alegría de celebrar con particular solemnidad la fiesta de la Cátedra de San Pedro junto con los nuevos cardenales, a los que entregar é el anillo. Quisiera invocar, en este momento, la celestial intercesión del Príncipe de los Apóstoles: él, que sintió toda su indignidad ante la gloria de su Señor, obtenga para cada uno de vosotros la humildad de corazón, indispensable para acoger cada día como un don el elevado encargo que se os confía. San Pedro, que, siguiendo a Cristo, se convirtió en pescador de hombres, os alcance dar gracias diariamente por la llamada a ser partícipes, de modo singular, del ministerio de su Sucesor. Él, que en esta ciudad de Roma selló con su sangre su testimonio de Cristo, os obtenga dar la vida por el Evangelio y fecundar así la mies del reino de Dios.

A María, Reina de los Apóstoles, encomiendo vuestras personas y vuestro servicio eclesial: su presencia espiritual, hoy, en este cenáculo, sea para vosotros prenda de la constante efusión del Espíritu, gracias al cual podréis proclamar a todos, en las diversas lenguas del mundo, que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. Amén.



CONCELEBRACIÓN CON LOS NUEVOS CARDENALES



Domingo 22 de febrero de 1998



1. «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16,18). Las palabras de Cristo al apóstol Pedro en Cesarea de Filipo ilustran bien los elementos fundamentales de la celebración de hoy. Ante todo, la fiesta de la Cátedra de San Pedro constituye un aniversario muy significativo para esta basílica, centro del mundo católico y meta diaria de numerosos peregrinos. Además, la entrega del anillo a los nuevos cardenales, creados en el consistorio ordinario público que tuve la alegría de celebrar ayer, enriquece esta liturgia con un nuevo significado eclesial.

El pasaje evangélico presenta a san Pedro que, por inspiración divina, manifiesta su adhesión total a Jesús, Mesías prometido e Hijo de Dios. En respuesta a esa clara profesión de fe, que Pedro hace también en nombre de los demás Apóstoles, Cristo revela la misión que quiere confiarle: ser la «piedra» sobre la que está construido todo el edificio espiritual de la Iglesia.

«Tú eres Pedro». El ministerio, confiado a Pedro y a sus sucesores, de ser roca sólida sobre la cual se apoya la comunidad eclesial, es garantía de la unidad de la Iglesia, custodia de la integridad del depósito de la fe y fundamento de la comunión de todos los miembros del pueblo de Dios. La fiesta litúrgica de hoy representa, por consiguiente, una invitación a reflexionar sobre el «servicio petrino» del Obispo de Roma con respecto a la Iglesia universal. A la Cátedra de San Pedro están vinculados de modo especial los cardenales, que constituyen el «senado» de la Iglesia, los primeros colaboradores del Papa en el servicio pastoral universal.

1021 Así pues, resulta muy providencial el acontecimiento que hoy celebramos juntos: la fiesta de la Cátedra de San Pedro y la ampliación del Colegio cardenalicio con el nombramiento de veinte nuevos miembros, prelados que han dado prueba de sabiduría y profundo espíritu de comunión con la Sede apostólica en su generoso y fiel servicio a la comunidad eclesial. A todos los encomendamos al Señor en nuestra oración, para que su testimonio evangélico siga siendo ejemplo luminoso para todo el pueblo de Dios.

2. Cada uno de ellos ha escuchado seguramente como dirigidas a sí mismo las palabras del apóstol Pedro: «A los ancianos que están entre vosotros les exhorto yo, anciano como ellos, testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloria que está para manifestarse. Apacentad la grey de Dios que os está encomendada» (
1P 5,1-2).

Los «ancianos», los presbíteros de la Iglesia, no pueden menos de ser pastores celosos y solícitos de «la grey de Dios». Este es el estado de ánimo con el que, en esta solemne circunstancia, el Sucesor de Pedro se dispone a entregar a los nuevos purpurados el anillo cardenalicio, signo del especial vínculo esponsal que desde ahora los une a la Iglesia de Roma, que preside en la caridad. A vosotros, queridos y venerados hermanos, se os confía la misión de ser testigos, en estrecha comunión de espíritu y de voluntad con el Papa, de los sufrimientos que también hoy Cristo afronta en su Cuerpo místico; a la vez, estáis llamados a proclamar con la palabra y con la vida la esperanza que no defrauda.

Procedentes de trece diferentes naciones de varios continentes, sois ahora incardinados a la Iglesia de Roma. De este modo, se realiza un sublime intercambio de dones entre la Iglesia que está en esta ciudad y las Iglesias que peregrinan en las diversas partes del mundo. A la Iglesia de Roma le ofrecéis la variedad de los carismas y la riqueza espiritual de vuestras comunidades cristianas, venerables por su antigua tradición o admirables por la lozanía y la vitalidad de sus energías. La Iglesia de Pedro y de Pablo, a su vez, expresa de modo más luminoso el rostro de su catolicidad, ensanchando su solicitud pastoral a las comunidades cristianas de todo el mundo a través del cualificado servicio eclesial de los pastores llamados a la dignidad y a la responsabilidad cardenalicia. De este modo, como afirmó el Papa Pablo VI con ocasión del consistorio en el que yo fui elevado a la púrpura, el Colegio cardenalicio constituye como el «presbiterio del orbe» (Homilía para la entrega del anillo cardenalicio, 29 de junio de 1967).

3. «Apacentad la grey de Dios (...), siendo modelos de la grey» (1P 5,2-3). Al entrar a formar parte de este alto senado eclesial, todos vosotros, venerados hermanos, asumís la responsabilidad de pastores de la Iglesia con un título nuevo y más elevado. No solamente se os confía el oficio de elegir al Papa, sino también el de compartir con él la solicitud por todo el pueblo cristiano. Ya est áis llenos de méritos por la generosa y solícita labor desarrollada en el ministerio episcopal en ilustres diócesis de muchas partes del mundo o en la entrega al servicio de la Sede apostólica en diferentes y comprometedoras tareas.

La nueva dignidad, a la que ahora sois llamados mediante el nombramiento cardenalicio, quiere manifestar aprecio por vuestro prolongado trabajo en el campo de Dios y rendir honor a las comunidades y a las naciones de donde procedéis y de las que sois dignos representantes en la Iglesia. Al mismo tiempo, la Iglesia os confía nuevas y más importantes responsabilidades, pidiéndoos aún mayor disponibilidad para Cristo y para todo su Cuerpo místico.

Este nuevo arraigo en Cristo y en la Iglesia os compromete a un servicio más valiente del Evangelio y a una entrega sin reservas a los hermanos. Os exige, además, una disponibilidad total, hasta el derramamiento de vuestra sangre, como lo simboliza muy bien el color púrpura de vuestro hábito cardenalicio. «Usque ad sanguinis effusionem...». Esta radical disponibilidad a dar la vida por Cristo se alimenta siempre de una fe firme y humilde. Sed conscientes de la misión que el Señor os confía hoy. Apoyaos en él. Dios es fiel a sus promesas. Trabajad siempre por él, con la seguridad de que, como dice el apóstol Pedro, «cuando aparezca el Pastor supremo, recibiréis la corona de gloria que no se marchita» (1P 5,4).

4. «Yo mismo apacentaré mis ovejas (...). Buscaré la oveja perdida, traeré a la descarriada» (Ez 34,15-16). No os dejéis abatir por las inevitables dificultades de la vida. El profeta Ezequiel, como hemos escuchado en la primera lectura, nos asegura que el Señor mismo cuida de su pueblo. Estáis llamados a ser signo visible de esta solicitud de Dios por su herencia, imitando a Cristo, el buen pastor, que reúne en torno a sí en una única grey a la humanidad dispersa por el pecado.

Y ¡cómo no subrayar que esta tarea de apacentar la grey de Cristo se os confía en un momento particular de la historia de la Iglesia y de la humanidad! Estamos viviendo un cambio de época, del segundo al tercer milenio, cuya alba ya vemos acercarse a grandes pasos: nos encaminamos hacia el gran jubileo del año 2000. En todo el mundo se ponen en marcha iniciativas apostólicas y misioneras para que este acontecimiento sea ocasión de renovación interior para todos los creyentes. Ojalá que esa histórica etapa constituya una extraordinaria primavera de esperanza para los creyentes y para toda la humanidad.

5. Encomendamos estos deseos a la Virgen María, siempre presente en la comunidad cristiana, ya desde sus orígenes, mientras, reunida en oración o consagrada a proclamar a todos el Evangelio, espera y prepara la venida de Cristo, Señor de la historia. A ella encomendamos vuestro nuevo servicio eclesial, venerados hermanos, en la perspectiva del gran acontecimiento jubilar. En sus manos maternales depositamos las expectativas y las esperanzas de todos los creyentes y de la humanidad entera.

Amén.



B. Juan Pablo II Homilías 1016