B. Juan Pablo II Homilías 1021


PRIMERA ESTACIÓN CUARESMAL EN LA BASÍLICA DE SANTA SABINA



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Miércoles de Ceniza, 25 de febrero de 1988



1. «Volved a mí de todo corazón: con ayuno, con llanto, con luto (...). Convertíos al Señor Dios vuestro» (Jl 2,?12-13).

Con las palabras del antiguo profeta, esta liturgia de la ceniza, precedida por la procesión penitencial, nos introduce en la Cuaresma, tiempo de gracia y regeneración espiritual. «Volved, convertíos...». Al comienzo de los cuarenta días, esta exhortación urgente tiene como finalidad establecer un diálogo singular entre Dios y el hombre. En presencia del Señor, que lo invita a la conversión, el hombre hace suya la oración de David, confesando humildemente sus pecados:

«Misericordia, Dios mío,
por tu bondad,
por tu inmensa compasión
borra mi culpa.
Lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado.
1023 Contra ti, contra ti sólo pequé,
cometí la maldad que aborreces.
Aparta de mi pecado tu vista
borra en mí toda culpa» (
Ps 50,3-6 Ps 50, .

2. El salmista no se limita a confesar sus culpas y a pedir perdón por ellas; espera que la bondad del Señor lo renueve, sobre todo interiormente: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme» (Ps 50,12). Iluminado por el Espíritu sobre el poder devastador del pecado, pide transformarse en una criatura nueva; en cierto sentido, pide ser creado nuevamente.

Se trata de la gracia de la redención. Frente al pecado que desfigura el corazón del hombre, el Señor se inclina hacia su criatura para reanudar el diálogo salvífico y abrirle nuevas perspectivas de vida y esperanza. Especialmente durante el tiempo de Cuaresma, la Iglesia profundiza este misterio de salvación.

Al pecador que se interroga sobre su situación y sobre la posibilidad de obtener aún la misericordia de Dios, la liturgia responde hoy con las palabras del Apóstol, tomadas de la segunda carta a los Corintios: «Al que no había pecado, Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios» (2Co 5,21). En Cristo se proclama y se ofrece a los creyentes el amor ilimitado del Padre celestial a todo hombre.

3. Aquí resuena el eco de cuanto Isaías anunciaba con anterioridad a propósito del Siervo del Señor: «Todos nosotros como ovejas erramos; cada uno marchó por su camino, y Dios descargó sobre él la culpa de todos nosotros» (Is 53,6).

Dios escucha las invocaciones de los pecadores que, junto con David, suplican: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro». Jesús, el Siervo sufriente, toma sobre sus hombros la cruz, que constituye el peso de todos los pecados de la humanidad, y se encamina al Calvario para realizar con su muerte la obra de la redención. Jesús crucificado es el icono de la misericordia ilimitada de Dios por todos los hombres.

Para recordarnos que «con sus llagas hemos sido curados» (Is 53,5), y suscitar en nosotros horror al pecado, la Iglesia nos invita a hacer con frecuencia, durante la Cuaresma, el ejercicio piadoso del vía crucis. Para nosotros, aquí en Roma, tiene gran importancia el del Viernes santo en el Coliseo, que nos brinda la oportunidad de palpar la gran verdad de la redención mediante la cruz, siguiendo idealmente las huellas de los primeros mártires en la Urbe.

4. «Aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa... Un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias» (Ps 50,11 Ps 50,19). ¡Es conmovedora esta invocación cuaresmal!

1024 El hombre creado por Dios a su imagen y semejanza proclama: «Contra ti, contra ti sólo pequé; cometí la maldad que aborreces» (Ps 50,6). Iluminado por la gracia de este tiempo penitencial, siente el peso del mal cometido y comprende que sólo Dios puede liberarlo. Pronuncia entonces, desde lo más profundo de su miseria, la exclamación de David: «Lava del todo mi delito; limpia mi pecado. Pues yo reconozco mi culpa; tengo siempre presente mi pecado». Oprimido por el pecado, implora la misericordia de Dios, apela a su fidelidad a la alianza, y le pide que cumpla su promesa: «Borra en mí toda culpa» (Ps 50,11).

Al comienzo de la Cuaresma, oremos para que, en el tiempo «favorable» de estos cuarenta días, acojamos la invitación de la Iglesia a la conversión. Oremos para que, durante este itinerario hacia la Pascua, se renueve en la Iglesia y en la humanidad el recuerdo del diálogo salvífico entre Dios y el hombre, que nos propone la liturgia del miércoles de Ceniza.

Oremos para que los corazones se dispongan al diálogo con Dios. Él tiene para cada uno una palabra especial de perdón y salvación. Que cada corazón se abra a la escucha de Dios, para redescubrir en su palabra las razones de la esperanza que no defrauda. Amén.



VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA DE SAN AGAPITO



Domingo 1 de marzo de 1998



1. «Jesús (...) fue llevado por el Espíritu al desierto, y tentado allí por el diablo durante cuarenta días» (Lc 4,1-2).

Antes de comenzar su actividad pública, Jesús, llevado por el Espíritu Santo, se retira al desierto durante cuarenta días. Allí, como leemos hoy en el evangelio, el diablo lo pone a prueba, presentándole tres tentaciones comunes en la vida de todo hombre: el atractivo de los bienes materiales, la seducción del poder humano y la presunción de someter a Dios a los propios intereses.

La lucha victoriosa de Jesús contra el tentador no termina con los días pasados en el desierto; continúa durante los años de su vida pública y culmina en los acontecimientos dramáticos de la Pascua. Precisamente con su muerte en la cruz, el Redentor triunfa definitivamente sobre el mal, liberando a la humanidad del pecado y reconciliándola con Dios. Parece que el evangelista san Lucas quiere anunciar, ya desde el comienzo, el cumplimiento de la salvación en el Gólgota. En efecto, concluye la narración de las tentaciones mencionando a Jerusalén, donde precisamente se sellará la victoria pascual de Jesús.

La escena de las tentaciones de Cristo en el desierto se renueva cada año al comienzo de la Cuaresma. La liturgia invita a los creyentes a entrar con Jesús en el desierto y a seguirlo en el típico itinerario penitencial de este tiempo cuaresmal, que ha comenzado el miércoles pasado con el austero rito de la ceniza.

2. «Si tus labios profesan que Jesús es el Señor, y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás» (Rm 10,9). Las palabras del apóstol Pablo, que acabamos de escuchar, ilustran bien el estilo y las modalidades de nuestra peregrinación cuaresmal. ¿Qué es la penitencia sino un regreso humilde y sincero a las fuentes de la fe, rechazando prontamente la tentación y el pecado, e intensificando la intimidad con el Señor en la oración?

En efecto, sólo Cristo puede liberar al hombre de lo que lo hace esclavo del mal y del egoísmo: de la búsqueda ansiosa de los bienes materiales, de la sed de poder y dominio sobre los demás y sobre las cosas, de la ilusión del éxito fácil, y del frenesí del consumismo y el hedonismo que, en definitiva, perjudican al ser humano.

Queridos hermanos y hermanas, esto es lo que nos pide claramente el Señor para entrar en el clima auténtico de la Cuaresma. Quiere que en el desierto de estos cuarenta días aprendamos a afrontar al enemigo de nuestras almas, a la luz de su palabra de salvación. El Espíritu Santo, al que está dedicado particularmente este segundo año de preparación al gran jubileo del 2000, vivifique nuestra oración, para que estemos dispuestos a afrontar con valentía la incesante lucha de vencer el mal con el bien.

1025 3. Queridos fieles de la parroquia de San Agapito, me alegra encontrarme entre vosotros hoy, mientras está en pleno desarrollo la gran misión ciudadana, como preparación para el acontecimiento jubilar. Como he dicho también el jueves pasado durante el encuentro con los sacerdotes de Roma, se trata de una iniciativa pastoral providencial, que prepara a nuestra diócesis para que cruce, enteramente renovada, el umbral del nuevo milenio. Roma tiene una misión singular: está llamada a acoger a los peregrinos que vendrán de todo el mundo para el gran jubileo del año 2000. Por eso, es necesario que el testimonio de su fe en el Resucitado, Redentor del hombre y Señor de la historia, sea cada vez más gozoso y ejemplar. Es importante que los romanos reciban de los creyentes el anuncio y el testimonio del evangelio de la esperanza y de la solidaridad. Vosotros, queridos hermanos y hermanas de esta parroquia, debéis sentiros evangelizadores intrépidos de cuantos viven en este barrio.

4. A todos os dirijo ahora mi cordial saludo, comenzando por el cardenal vicario y el monseñor vicegerente. Saludo también a don Isidoro Del Lungo, vuestro celoso pastor desde 1977, pero presente en esta parroquia desde hace ya treinta años; al vicario parroquial y a los demás colaboradores. Un saludo particular va a las asociaciones que trabajan en este territorio, así como a los Hermanos de la Caridad de la madre Teresa de Calcuta y a los voluntarios que administran la «Casa Serena», benemérito centro de acogida para personas que se encuentran en situación de dificultad.

Muchos de vosotros recuerdan los orígenes de la parroquia, instituida hace cuarenta años en una zona cercana al barrio Prenestino, una comunidad de chabolas que se construyeron en 1934, se extendieron abusivamente durante el período posbélico y fueron demolidas en 1980. La vida parroquial, que empezó en un local modesto, se desarrolló después en un pabellón destinado a las celebraciones litúrgicas hasta el día de hoy. Entre tanto, se construyó un segundo pabellón, que los domingos, en el horario de mayor afluencia, funciona como lugar complementario de culto.

Aunque al comienzo no faltaron comprensibles incomodidades, luego la misma carencia de verdaderas estructuras pastorales ha favorecido, podríamos decir providencialmente, un clima de mayor cohesión en la comunidad, también porque con el paso de los años no ha aumentado el número de habitantes. Quisiera dirigir un saludo afectuoso a todas las personas que viven en vuestro barrio: a cuantos frecuentan regularmente la parroquia y también a los que tal vez se han alejado de la fe; a las personas solas y a los ancianos, que constituyen una buena parte de vuestra comunidad; a los enfermos y a quienes atraviesan particulares dificultades; a los niños, a los jóvenes y a las familias.

Sé que una experiencia eclesial, que ha marcado positivamente la vida de la parroquia, es la de la Renovación en el Espíritu Santo. Doy gracias al Señor y a todos los que, con la ayuda de este particular camino espiritual, se han acercado a la fe y a la Iglesia. Saludo asimismo a los grupos de oración del padre Pío y a los demás movimientos y grupos parroquiales. Ojalá que en vuestra comunidad cristiana tengan siempre lugar todos y, en la comunión de los carismas propios de cualquier experiencia espiritual, os preocupéis siempre por cultivar la armoniosa acogida recíproca, indispensable para una eficaz y fraterna acción evangelizadora.

5. «Entonces clamamos al Señor (...), y el Señor escuchó nuestra voz» (
Dt 26,7). La profesión de fe del pueblo de Israel, narrada en la primera lectura, presenta el elemento fundamental alrededor del cual gira toda la tradición del Antiguo Testamento: la liberación de la esclavitud de Egipto y el nacimiento del pueblo elegido.

La Pascua de la antigua Alianza constituye la preparación y el anuncio de la Pascua definitiva, en la que se inmolar á el Cordero que quita el pecado del mundo.

Queridos hermanos y hermanas, al comienzo del itinerario cuaresmal volvemos a las raíces de nuestra fe para prepararnos, con la oración, la penitencia, el ayuno y la caridad, a participar con corazón renovado interiormente en la Pascua de Cristo.

Que la Virgen santísima nos ayude en esta Cuaresma a compartir con dignos frutos de conversión el camino de Cristo, desde el desierto de las tentaciones hasta Jerusalén, para celebrar con él la Pascua de nuestra redención.



VISITA A LA PARROQUIA ROMANA DE SAN AQUILES



Domingo 8 de marzo de 1998



1. «Este es mi Hijo, el amado; escuchadle» (Lc 9,35). En este segundo domingo de Cuaresma la liturgia nos invita a meditar en la sugestiva narración de la Transfiguración de Jesús. En la soledad del monte Tabor, presentes Pedro, Santiago y Juan, únicos testigos privilegiados de ese importante acontecimiento, Jesús es revestido, también exteriormente, de la gloria de Hijo de Dios, que le pertenece. Su rostro se vuelve luminoso; sus vestidos, brillantes. Aparecen Moisés y Elías, que conversan con él sobre el cumplimiento de su misión terrena, destinada a concluirse en Jerusalén con su muerte en la cruz y con su resurrección.

1026 En la Transfiguración se hace visible por un momento la luz divina que se revelar á plenamente en el misterio pascual. El evangelista san Lucas subraya que ese hecho extraordinario tiene lugar precisamente en un marco de oración: «Y, mientras oraba», el rostro de Jesús cambió de aspecto (cf. Lc Lc 9,29). A ejemplo de Cristo, toda la comunidad cristiana está invitada a vivir con espíritu de oración y penitencia el itinerario cuaresmal, a fin de prepararse ya desde ahora para acoger la luz divina que resplandecer á en Pascua.

2. En la segunda lectura, tomada de la carta de san Pablo a los Filipenses, se nos dirige una apremiante exhortación a la conversión: «Fijaos en los que viven según el modelo que tenéis en nosotros» (Ph 3,17). Con estas palabras, el Apóstol propone su experiencia personal, para ayudar a los fieles de Filipos a superar el clima de relajación y negligencia, que estaba difundiéndose en esa comunidad, tan querida para él.

Su tono llega a ser aquí particularmente fuerte y conmovedor. San Pablo se dirige a sus cristianos de Filipos «con lágrimas en los ojos», para ponerlos en guardia contra quienes «viven como enemigos de la cruz de Cristo», puesto que «sólo aspiran a cosas terrenas» (Ph 3,18-19). A las dificultades de esa comunidad, fundada por él, contrapone la imagen de su propia vida, entregada sin reservas a la causa de Cristo y al anuncio del Evangelio.

A este propósito, ¿cómo no notar la actualidad de la exhortación del Apóstol, que resuena en este domingo de Cuaresma, cuando ya hemos entrado plenamente en la fase central de la misión ciudadana? Esta importante iniciativa pastoral como preparación al jubileo implica a todos los componentes de la Iglesia que está en Roma y, al mismo tiempo, constituye una ocasión muy favorable para ayudar a los habitantes de la ciudad a redescubrir los valores del espíritu, profundizar su amor a Cristo y acoger la «buena nueva», que es salvación del hombre en su totalidad.

3. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de San Aquiles, me alegra estar entre vosotros hoy y celebrar la eucaristía en vuestra iglesia. Mi visita a vuestra parroquia tiene lugar precisamente en el momento en que toda la diócesis de Roma está comprometida en la misión ciudadana a nivel territorial, con la visita a las familias y con los centros de escucha del Evangelio en los barrios.

Sigo con especial atención esta gran empresa apostólica, que quiere preparar el corazón de los romanos a acoger la gracia del jubileo. Deseo alentar a los misioneros y misioneras que durante estos días están visitando a las familias, y les recuerdo, precisamente a ellos, de modo particular lo que escribí en términos más generales en la carta apostólica Tertio millennio adveniente: «El Espíritu es, también para nuestra época, el agente principal de la nueva evangelización» (n. 45).
Ojalá que, frente a las posibles dificultades que pueda encontrar este trabajo misionero, crezca en cada uno la certeza de la acción del Espíritu Santo, que nos acompaña y «construye el reino de Dios en el curso de la historia y prepara su plena manifestación en Jesucristo, animando a los hombres en su corazón y haciendo germinar dentro de la vivencia humana las semillas de la salvación definitiva que se dará al final de los tiempos» (ib.).

4. Queridos hermanos, a todos os dirijo mi afectuoso saludo, empezando por el cardenal vicario y el obispo auxiliar del sector. Saludo también cordialmente a vuestro párroco, padre Giuseppe Ferdinandi, y a los queridos religiosos de la Tercera orden regular de san Francisco, que colaboran con él; a los diáconos permanentes; a los ministros extraordinarios de la Eucaristía, que tanto se prodigan por visitar a los enfermos, llevándoles todos los domingos la santa Comunión; así como a los miembros de los numerosos grupos y asociaciones eclesiales presentes en la parroquia.

Vuestra comunidad se caracteriza, además, por un generoso y activo compromiso del laicado, sobre todo en los sectores del servicio a los más débiles y en diversas iniciativas espirituales y culturales. Me complace esta vitalidad apostólica y misionera, y espero que este espíritu evangelizador aumente cada vez más.

En esta misión ciudadana, que constituye un momento privilegiado de gracia, queridos fieles de la parroquia de San Aquiles, os invito a todos a intensificar vuestro esfuerzo por difundir la palabra salvífica entre los habitantes de Roma, mediante el diálogo con las personas y las familias, valorando los centros de escucha del Evangelio en las casas y la celebración diaria de la palabra de Dios. Además del anuncio del Evangelio, vivid un testimonio concreto de la caridad, que se hace solidaridad y comunión especialmente con los más necesitados.

Sé que ya trabajáis en este sentido, tratando de revitalizar formas de voluntariado espontáneo, para transformarlas en iniciativas de solidaridad más estables y mejor organizadas. Con gusto os animo a proseguir por este camino, estudiando y realizando valientes y cualificadas formas de servicio a vuestros hermanos, y descubriendo oportunamente con esta finalidad las nuevas y antiguas formas de pobreza presentes también en esta zona. Se trata de acompañar a las madres solteras y a tantas personas solas y ancianas del barrio; es necesario atender a los enfermos y a los que sufren; hay que brindar comprensión y acogida a los extracomunitarios y a los nómadas, para que todos sientan el consuelo de la presencia del Señor y la cercanía solidaria de la comunidad cristiana.

1027 5. Las familias, especialmente las que por diversos motivos ya no logran vivir plenamente el amor conyugal, requieren una especial solicitud. Sé que es una misión difícil, pero resulta muy importante y urgente. Igualmente urgente e importante es saber acercarse a los jóvenes, para transmitirles el evangelio de Cristo y la confianza en la vida. Sed conscientes de que cualquier esfuerzo realizado en estos dos ámbitos fundamentales de la pastoral, unidos estrechamente entre sí, brinda una contribución valiosa a la nueva evangelización.

Vuestra comunidad está encomendada a la protección celestial de san Aquiles, en memoria del santo patrono de mi venerado predecesor Pío XI, que promovió la construcción de cincuenta nuevas parroquias en Roma y dio un fuerte impulso a la Acción católica en toda Italia. Ojalá que el recuerdo de este Pontífice de nuestro tiempo, que tanto hizo por la promoción del laicado cristiano, estimule un apostolado fuerte y generoso, capaz de renovar con el fermento evangélico nuestra sociedad en el umbral del tercer milenio.

6. En este itinerario apostólico nos sostiene la certeza de que Dios es fiel. En la primera lectura hemos escuchado la narración de la alianza que Dios selló con Abraham. A la promesa divina de una descendencia, Abraham responde «esperando contra toda esperanza» (
Rm 4,18); por eso se convierte en padre en la fe de todos los creyentes. «Abraham creyó al Señor y le fue reputado por justicia» (Gn 15,6). La alianza con el padre del pueblo elegido se renueva más tarde en la gran alianza del Sinaí. Ésta, después, alcanza su plenitud definitiva en la nueva Alianza, que Dios sella con toda la humanidad, no por la sangre de animales, sino por la de su mismo Hijo, hecho hombre, que da su vida para la redención del mundo.

María, que como Abraham creyó contra toda esperanza, nos ayude a reconocer en Jesús al Hijo de Dios y al Señor de nuestra vida. A ella le encomendamos la Cuaresma y la misión ciudadana, para que sean momentos privilegiados de gracia y den abundantes frutos, no sólo para la comunidad cristiana sino también para todos los habitantes de Roma.



SOLEMNE CEREMONIA DE BEATIFICACIÓN



Basílica vaticana

Domingo 15 de marzo de 1998



1. «El Señor (...) lo llamó desde la zarza: "Moisés, Moisés". Respondió él: "Aquí estoy"» (Ex 3,4).

En la primera lectura hemos escuchado el relato de la vocación de Moisés. Dios revela a Moisés su nombre: «Soy el que soy» (Ex 3,14), para que lo comunique al pueblo de Israel. Se establece así una relación especial de confianza y familiaridad entre Dios y su enviado, que es revestido de la autoridad de mediador entre el pueblo y su Señor. Gracias a esta responsabilidad, se convertir á en instrumento de Dios para la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto. A través de su obra, será el mismo Yahveh quien guiará a su pueblo durante cuarenta años por el desierto hasta la tierra prometida, y sellará con él la gran alianza del Sinaí.

La historia de la vocación de Moisés demuestra claramente que la llamada a la comunión con Dios, y por tanto a la santidad, es la premisa necesaria para cualquier misión ?peculiar ?en favor de la comunidad y al servicio de los hermanos.

La iniciativa divina, que llama a una persona a la santidad y le encomienda una misión especial al servicio del prójimo, resplandece de modo luminoso en la experiencia espiritual de los tres nuevos siervos de Dios, a quienes hoy tengo la alegría de elevar a la gloria de los altares: Vicente Eugenio Bossilkov, obispo y mártir; Brígida de Jesús Morello, religiosa y fundadora de las religiosas Ursulinas de María Inmaculada; y María del Carmen Sallés y Barangueras, virgen y fundadora de las religiosas Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza.

2. «Bebían de la roca espiritual que les seguía; y la roca era Cristo» (1 Co 10, 4). El obispo mártir Vicente Eugenio Bossilkov bebió de la roca espiritual que es Cristo. Siguiendo fielmente el carisma del fundador de su congregación, san Pablo de la Cruz, cultivó intensamente la espiritualidad de la Pasión. Además, se dedicó sin reservas al servicio pastoral de la comunidad cristiana que se le había confiado, afrontando con valentía la prueba suprema del martirio.

1028 Monseñor Bossilkov se ha convertido así en una gloria resplandeciente de la Iglesia en su patria. Testigo intrépido de la cruz de Cristo, fue una de las numerosas víctimas que el comunismo ateo sacrificó, tanto en Bulgaria como en otros países, según su programa de aniquilación de la Iglesia. En esos tiempos de dura persecución, muchos dirigieron su mirada hacia él, y el ejemplo de su valentía les dio fuerza para permanecer fieles al Evangelio hasta el fin. En este día de fiesta para la nación búlgara, me alegra rendir homenaje a cuantos, como monseñor Bossilkov, pagaron con la vida su adhesión sin reservas a la fe recibida en el bautismo.

Monseñor Bossilkov supo unir de modo admirable a su misión de sacerdote y obispo una intensa vida espiritual y una constante atención a las exigencias de sus hermanos. Hoy se nos presenta como figura eminente de la Iglesia católica que está en Bulgaria, no sólo por su vasta cultura, sino también por su constante espíritu ecuménico y su heroica fidelidad a la Sede de Pedro.

Cuando la hostilidad del régimen comunista contra la Iglesia se hizo más fuerte y amenazadora, el beato Bossilkov quiso permanecer junto a su gente, aunque sabía que eso significaba arriesgar su vida. No tuvo miedo de afrontar la tormenta de la persecución. Cuando intuyó que se acercaba el momento de la prueba suprema, escribió al superior de su provincia religiosa: «Tengo la valentía de vivir; espero tenerla también para soportar lo peor, permaneciendo fiel a Cristo, al Papa y a la Iglesia» (Carta XIV).

Y así este obispo y mártir, que durante toda su existencia se esforzó por ser imagen fiel del buen Pastor, llegó a serlo de un modo del todo especial en el momento de su muerte, cuando unió su sangre a la del Cordero inmolado por la salvación del mundo. ¡Qué ejemplo tan luminoso para todos nosotros, llamados a testimoniar fidelidad a Cristo y a su Evangelio! ¡Qué gran motivo de aliento para cuantos padecen aún hoy injusticias y oprobios a causa de su fe! Ojalá que el ejemplo de este mártir, al que hoy contemplamos en la gloria de los beatos, infunda confianza y celo en todos los cristianos, especialmente en los de la querida nación búlgara, que ahora puede invocarlo como su protector celestial.

3. «El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia ». Estas palabras, que la liturgia de hoy presenta en el Salmo responsorial, sostuvieron y orientaron la heroica fidelidad al Evangelio de la beata Brígida de Jesús Morello, religiosa y fundadora de las religiosas Ursulinas de María Inmaculada. Su intensa existencia —primero como joven rica en virtudes humanas y espirituales; luego como esposa fiel y sabia; más tarde como viuda cristiana; y, por último, como persona consagrada y guía de sus hermanas— reflejan con singular nitidez el abandono confiado de la nueva beata a la misericordia de Dios, que es «lento a la ira y rico en clemencia».

En esa escuela, la beata Brígida de Jesús aprendió la lección fundamental del amor que se prodiga en la entrega diaria al servicio del prójimo. En una época en que se tenía poco aprecio por los ideales de la femineidad, la beata Morello mostró sin ostentación el valor de la mujer en la familia y en la sociedad. Por su amor a Dios, siempre estuvo dispuesta a abrir su corazón y sus brazos a sus hermanos y hermanas necesitados. Enriquecida con dones místicos, pero al mismo tiempo probada por largos y graves sufrimientos, no dejó de ser para sus contemporáneos una auténtica maestra de vida espiritual y un ejemplo significativo de admirable síntesis entre vida consagrada y compromiso social y educativo.

En sus escritos se refleja una constante invitación a la confianza en Dios. Solía repetir: «¡Confianza, confianza, gran corazón! ¡Dios es nuestro Padre y jamás nos abandonará!».

¿No es singularmente actual este mensaje que nos propone la nueva beata? Nuestra hermana en la fe, elevada hoy al honor de los altares, nos recuerda con fuerza que amar a Dios es el secreto de todo compromiso social verdadero y eficaz en favor de nuestros hermanos.

4. La primera lectura del libro del Éxodo presenta la vocación y misión de Moisés, siguiendo un esquema típico de los relatos bíblicos vocacionales: la llamada divina, las objeciones del elegido, y la señal de protección y complacencia por parte de Dios. Estos elementos aparecen también en la vida de Carmen Sallés y Barangueras, fundadora de las Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza. Desde joven, la nueva beata puso todo su empeño en clarificar la voluntad de Dios sobre ella. Diversas experiencias de vida religiosa la llevaron a descubrir que su misión en la Iglesia era sembrar el bien en la infancia y la juventud, para preservarlas de los males que las acechaban, y dotar a la mujer de una cultura y capacitación profesional que le permitiera insertarse dignamente en la sociedad.

Consagrada a la educación femenina, venció numerosas dificultades, sabiéndose un «instrumento inútil en manos de María inmaculada»; asumió audaces proyectos madurados en la oración y en el consejo de personas bien formadas, repitiendo con firme confianza: «Adelante, siempre adelante. Dios proveerá».

Mujer llena de valor, la madre Carmen fundamentó su vida y su obra en una espiritualidad cristocéntrica y mariana alimentada por una piedad sólida y discreta. Su carisma concepcionista, signo del amor del Señor por su pueblo, sigue hoy vivo en el testimonio de sus hijas que, como misioneras en las escuelas y colegios, trabajan con ahínco evangelizando desde la enseñanza.

1029 5. «Convertíos, dice el Señor, porque está cerca el reino de los cielos» (Versículo antes del Evangelio; cf. Mt 4,?17). El pasaje evangélico de este tercer domingo de Cuaresma subraya el tema fundamental de este «tiempo fuerte» del año litúrgico: la invitación a convertirse y realizar obras dignas de penitencia.

Los tres nuevos beatos, que hoy se presentan a nuestra veneración, supieron acoger esta propuesta exigente. Su camino no fue fácil. En efecto, tuvieron que afrontar pruebas y contrariedades, pero lo hicieron siempre dispuestos a cumplir plenamente la voluntad divina. Lucharon contra el mal, haciendo el bien. Así, con la palabra y el ejemplo, llegaron a ser testigos creíbles para sus contemporáneos. Gracias a su ayuda, muchos otros han acogido a Cristo y su Evangelio de salvación.

Que en nuestro tiempo, mientras nos acercamos a grandes pasos al tercer milenio, la vida de estos tres ilustres hermanos nuestros en la fe nos impulse a seguir fielmente al Señor por el camino difícil, pero al mismo tiempo luminoso, de la fidelidad a Cristo. Amén.





MISA DE ORDENACIONES EPISCOPALES



Solemnidad de San José

Jueves 19 de marzo de 1998





1. O felicem virum, beatum Joseph, cui datum est Deum... non solum videre et audire, sed portare, deosculari, vestire et custodire!

Esta plegaria, que los sacerdotes solían rezar cuando se preparaban para celebrar la santa misa, nos ayuda a profundizar el contenido de la liturgia de esta solemnidad. Hoy contemplamos a José, esposo de la Virgen, protector del Verbo encarnado, hombre de trabajo diario, depositario del gran misterio de la salvación.

Precisamente este último aspecto ponen de relieve las lecturas bíblicas que acabamos de escuchar y que nos permiten comprender cómo fue introducido san José por Dios en el designio salvífico de la Encarnación. «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16). Este es el don inconmensurable de la salvación; esta es la obra de la redención. Como María, también José creyó en la palabra del Señor y fue partícipe de ella.

Como María, creyó que este proyecto divino se realizaría gracias a su disponibilidad. Y así sucedió: el Hijo eterno de Dios se hizo hombre en el seno de la Virgen Madre.

Sobre Jesús recién nacido, luego niño, adolescente, joven y hombre maduro, el Padre eterno pronuncia las palabras del anuncio profético que hemos escuchado en la primera lectura: «Yo ser é para él padre y él será para mí hijo» (2S 7,14). A los ojos de los habitantes de Belén, Nazaret y Jerusalén, el padre de Jesús es José. Y el carpintero de Nazaret sabe que, de algún modo, es exactamente así. Lo sabe, porque cree en la paternidad de Dios y es consciente de haber sido llamado a compartirla en cierta medida (cf. Ef Ep 3,14-15). Y hoy la Iglesia, al venerar a san José, elogia su fe y su total docilidad a la voluntad divina.

2. Este año he elegido la solemnidad de san José para la ordenación episcopal de tres presbíteros, a los que me siento particularmente unido por el singular servicio que prestan a la Santa Sede y a mi persona. Se trata de monseñor James Harvey, monseñor Stanislaw Dziwisz y monseñor Piero Marini. Ahora, en el clima recogido y solemne de esta basílica, esperan la imposición de las manos, después del canto del Veni Creator, con el que todos juntos hemos invocado sobre ellos la abundancia de los dones del Paráclito. Esperan viviendo esta solemnidad de san José con sentimientos y motivos de reflexión, que les ayuden a profundizar lo que la Iglesia Monseñor James Michael Harvey Monseñor Stanislaw Dziwisz Monseñor Piero Marini está a punto de transmitirles mediante los signos sacramentales.


B. Juan Pablo II Homilías 1021