B. Juan Pablo II Homilías 1030

1030 Resuenan en mi corazón estas palabras: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16). Amadísimos hermanos, que estáis a punto de ser elevados a la gracia del episcopado, este misterio de amor se presenta hoy a vuestros ojos con extraordinaria elocuencia. Estáis llamados a participar en él de una forma más exigente aún. Dios os invita a ser sus más estrechos colaboradores en el designio universal de la salvación. Os encomienda a su propio Hijo, que vive en la Iglesia como en otro tiempo vivió en la casa de Nazaret; os encomienda al Salvador del mundo y su obra salvífica.

En vuestra juventud, el Señor os confirió, con la gracia del sacerdocio, un ministerio específico dentro de la Iglesia. Hoy, en vuestra madurez humana, gracias al Espíritu Santo, os hace partí- cipes de la plenitud del sacramento del orden, en virtud del cual os comprometéis con nueva motivación y mayor responsabilidad al servicio del Redentor del hombre, sumo y único Mediador y Pastor de las almas. La Iglesia ora con vosotros y por vosotros, para que esta misión se convierta en fuente de innumerables beneficios para todos aquellos a quienes seréis enviados.

Esto es lo que pedimos por la intercesión de san José; a él le encomendamos vuestro ministerio, recordando que en la plenitud de los tiempos el Padre celestial puso bajo su protección a su propio Hijo y a la Virgen Madre. Que san José os obtenga una abundante efusión del Espíritu Santo.

3. Es el Espíritu del Señor quien os consagra con la fuerza de su amor.

Te consagra a ti, querido monseñor James Harvey, de la archidiócesis de Milwaukee, en Estados Unidos, que durante muchos años has sido mi fiel colaborador en la Secretar ía de Estado. Ahora, como prefecto de la Casa pontificia, serás el responsable de organizar las audiencias y los encuentros. Este servicio es muy significativo y valioso, especialmente en estos años de preparación para el gran jubileo del año 2000.

El Espíritu del Señor te consagra a ti, querido monseñor Stanislaw Dziwisz, de mi misma archidiócesis de Cracovia. Hace treinta y cinco años, yo mismo te ordené sacerdote en la catedral de Wawel, y tres años después te nombré mi capellán. Desde el comienzo de mi ministerio petrino, has estado a mi lado como fiel secretario, compartiendo conmigo fatigas y alegrías, esperanzas e inquietudes. Como prefecto adjunto, pondrás al servicio de la Casa pontificia tu gran experiencia en beneficio de cuantos, por su ministerio o como peregrinos, se acercan al Sucesor de Pedro.

El Espíritu del Señor te consagra a ti, querido monseñor Piero Marini, de la diócesis de Piacenza-Bobbio, que desde hace años eres mi maestro de las celebraciones litúrgicas. Cumpliendo esta misión estás junto a mí en los momentos más sagrados, y siempre has realizado con apreciada dedicación la tarea litúrgica que te he encomendado, acompañándome fielmente dondequiera que el ministerio petrino me ha llevado. El carácter episcopal no podrá menos de perfeccionar tu sensibilidad y tu celo, para la gloria de Dios y la edificación espiritual de los fieles.

4. Amadísimos hermanos James, Stanislaw y Piero, en el día de vuestra consagración descienda sobre vosotros, de manera sobreabundante, la gracia divina. Hoy, por la intercesión de san José, sois acogidos espiritualmente, por decirlo así, bajo el techo de la casa de Nazaret, para participar en la vida de la Sagrada Familia. Ojalá que, como san Jos é, sirváis fielmente a cuantos el Señor encomiende a cada uno de vosotros en la Iglesia y, de modo particular, en el ámbito de la Sede apostólica.

«O felicem virum, beatum Joseph, cui datum est Deum, quem multi reges voluerunt videre et non viderunt, audire et non audierunt, non solum videre et audire, sed portare, deosculari, vestire et custodire!», a ti, san José, servidor silencioso y fiel del Señor, te encomendamos a estos hermanos y su incipiente ministerio episcopal. Asístelos, protégelos y consuélalos junto con María, tu Esposa y Virgen Madre del Redentor. Amén.



JUAN PABLO II



Homilía durante la misa de beatificación del padre Tansi, en Onitsha,


Domingo, 22 de marzo 1998

«En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo» (2Co 5,19).

1031 Queridos hermanos y hermanas:

1. Dios me ha concedido, por segunda vez, la alegría de venir a Onitsha para celebrar el santo sacrificio de la misa con vosotros. Hace dieciséis años me acogisteis en esta hermosa tierra y experimenté el calor y el fervor de un pueblo lleno de fe, hombres y mujeres reconciliados con Dios y deseosos de difundir la buena nueva de la salvación tanto entre las personas cercanas como entre las lejanas.

San Pablo habla de la nueva creación en Cristo (cf.
2Co 5,17) y prosigue: «Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación. (...) En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!» (2Co 5,19-20). El Apóstol alude aquí a la historia de todo hombre y de toda mujer: Dios, en su Hijo unigénito Jesucristo, nos ha reconciliado consigo.

Esta misma verdad se presenta de manera aún más nítida en el evangelio de hoy. San Lucas nos habla de un joven que abandona la casa de su padre, sufre las consecuencias negativas de esta acción y luego encuentra el camino de la reconciliación. El joven vuelve a su padre y le dice: «Padre, pequé contra el cielo y contra ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros» (Lc 15,18-19). El padre acoge de nuevo a su hijo con los brazos abiertos y se alegra porque ha vuelto. El padre de la parábola representa a nuestro Padre celestial, que desea reconciliar a todos consigo en Cristo. Esta es la reconciliación que la Iglesia proclama.

Los obispos de toda África, reunidos en una asamblea especial del Sínodo para afrontar los problemas de este continente, dijeron que la Iglesia en África, gracias al testimonio de sus hijos e hijas, se ha convertido en lugar de auténtica reconciliación (cf. Ecclesia in Africa ). Reconciliándose primero entre sí, los miembros de la Iglesia llevarán a la sociedad el perdón y la reconciliación de Cristo, nuestra paz (cf. Ef Ep 2,14). «En caso contrario —dijeron los obispos—, el mundo parecería cada vez más un campo de batalla, donde sólo cuentan los intereses egoístas y donde reina la ley de la fuerza» (Ecclesia in Africa ).

Hoy deseo proclamar la importancia de la reconciliación: reconciliación con Dios y reconciliación de las personas entre sí. Esa es la misión de la Iglesia en esta tierra de Nigeria, en este continente africano y entre todos los pueblos y las naciones del mundo. «Somos, pues, embajadores de Cristo. (...) En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!» (2Co 5,20). Por este motivo, los católicos de Nigeria deben ser testigos verdaderos y auténticos de la fe en todos los aspectos de la vida, tanto en el ámbito público como en el privado.

2. Hoy uno de los hijos de Nigeria, el padre Cipriano Miguel Iwene Tansi, ha sido proclamado beato precisamente en la tierra en que predicó la buena nueva de la salvación y trató de reconciliar a sus compatriotas con Dios y entre sí. De hecho, la catedral en la que el padre Tansi fue ordenado y las parroquias en las que desempeñó su ministerio sacerdotal no se encuentran lejos de Oba, lugar en donde estamos reunidos. Algunas personas a las que él anunció el Evangelio y administró los sacramentos están hoy aquí con nosotros, incluyendo al cardenal Francis Arinze, que fue bautizado por el padre Tansi y recibió la educación primaria en una de sus escuelas.

Dentro de la gran alegría de este acontecimiento, saludo a todos los que participan en esta liturgia, y especialmente al arzobispo Albert Obiefuna, pastor de esta Iglesia local de Onitsha, y a todos los obispos de Nigeria y de los países vecinos. Con particular afecto saludo a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los catequistas, y a todos los fieles laicos. Doy las gracias a los miembros de las demás comunidades eclesiales cristianas, de la comunidad musulmana y de las demás tradiciones religiosas, que se han unido a nosotros hoy, así como a las diferentes autoridades estatales y locales presentes en nuestra celebración. En especial, pido a Dios que recompense a los que han trabajado tanto, dedicando con generosidad su tiempo, su talento y sus recursos, para que pudiera tener lugar esta beatificación en tierra nigeriana. Os invito a todos a proclamar con el salmista: «Mi alma se gloría en el Señor; ensalcemos juntos su nombre» (Ps 34,3).

3. La vida y el testimonio del padre Tansi son fuente de inspiración para todos en Nigeria, el país que tanto amó. Fue sobre todo un hombre de Dios: las largas horas que pasaba ante el Santísimo Sacramento llenaban su corazón de amor generoso y valiente. Los que lo conocieron atestiguan su gran amor a Dios. A los que se encontraron con él les impresionó su bondad personal. Fue también un hombre del pueblo: siempre puso a los demás antes que a sí mismo y prestó atención particular a las necesidades pastorales de las familias. Puso gran empeño en que los novios se prepararan bien para el sacramento del matrimonio y predicó la importancia de la castidad. Se esforzó, de todos los modos posibles, por promover la dignidad de la mujer. En especial, se esmeraba por la educación de los jóvenes. Incluso cuando su obispo, mons. Heerey, lo envió a la abadía cisterciense de Monte San Bernardo, en Inglaterra, para seguir su vocación monástica, con la esperanza de poder llevar a África la vida contemplativa, no olvidó nunca a su pueblo. Siempre elevaba oraciones y ofrecía sacrificios por su continua santificación.

El padre Tansi sabía que en todo ser humano hay algo del hijo pródigo. Sabía que todos los hombres y mujeres sufren la tentación de alejarse de Dios para llevar una vida independiente y egoísta. Sabía, asimismo, que quedarían decepcionados por la vaciedad de ese espejismo que los había fascinado y que, al final, encontrarían en el fondo de su corazón el camino de regreso a la casa del Padre (cf. Reconciliatio et paenitentia RP 5). Alentaba a las personas a confesar sus pecados y a recibir el perdón de Dios en el sacramento de la reconciliación. Les suplicaba que se perdonaran unos a otros, como Dios nos perdona, y que transmitieran el don de la reconciliación, haciéndolo realidad en todos los ámbitos de la vida nigeriana. El padre Tansi trataba de imitar al padre de la parábola: siempre estaba disponible para quienes buscaban la reconciliación. Difundía la alegría de la comunión con Dios, recuperada. Exhortaba a las personas a acoger la paz de Cristo y las animaba a alimentar su vida de gracia con la palabra de Dios y con la sagrada Comunión.

4. «En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo» (2Co 5,19).

1032 Cuando hablamos del mundo reconciliado con Dios, no sólo nos referimos a las personas, sino también a todas las comunidades: familias, clanes, tribus, naciones y Estados. En su providencia, Dios ha sellado con la humanidad alianza tras alianza: la alianza con nuestros primeros padres en el jardín del Edén; la alianza con Noé después del diluvio; la alianza con Abraham. La lectura de hoy tomada del libro de Josué nos recuerda la alianza establecida con Israel, cuando Moisés liberó a los israelitas de la esclavitud de Egipto. Y ahora Dios ha sellado la alianza final y definitiva con toda la humanidad en Jesucristo, que reconcilió a los hombres y mujeres, así como a todas las naciones, con Dios por su pasión, muerte y resurrección.

Cristo, por tanto, es parte de la historia de las naciones. Es parte de la historia de vuestra nación en este continente africano. Hace más de cien años, los misioneros llegaron a vuestra patria proclamando el evangelio de la reconciliación, la buena nueva de la salvación. Vuestros antepasados comenzaron a conocer el misterio de la redención del mundo y llegaron a compartir la nueva alianza en Cristo. De este modo, la fe cristiana arraigó firmemente en esta tierra y sigue creciendo y produciendo muchos frutos.

El beato Cipriano Miguel Tansi es un primer ejemplo de los frutos de santidad que han crecido y madurado en la Iglesia que está en Nigeria desde que el Evangelio se comenzó a predicar en esta tierra. Recibió el don de la fe gracias a los esfuerzos de los misioneros y, asimilando el estilo de vida cristiana, lo hizo realmente africano y nigeriano. Así, también los nigerianos de hoy, jóvenes y mayores, están llamados a hacer madurar los frutos espirituales que han sido plantados entre ellos y que ahora están listos para la cosecha. A este respecto, deseo agradecer y animar a la Iglesia que está en Nigeria por su labor misionera en la misma Nigeria, en África y en otros lugares. El testimonio que el padre Tansi dio del Evangelio y de la caridad cristiana es un don espiritual que esta Iglesia local ahora brinda a la Iglesia universal.

5. Dios ha bendecido, en verdad, esta tierra con grandes recursos humanos y naturales, y todos tienen el deber de garantizar que esos recursos sean empleados para el bien de todo el pueblo. Todos los nigerianos deben esforzarse para eliminar de la sociedad todo lo que ofende la dignidad de la persona humana o lo que viola los derechos humanos. Eso significa reconciliar las divergencias, superar las rivalidades étnicas e infundir honradez, eficiencia y competencia en el arte de gobernar. Dado que vuestra nación quiere realizar una transición pacífica hacia un gobierno civil y democrático, hacen falta políticos, tanto hombres como mujeres, que amen profundamente a su pueblo y deseen servir más que ser servidos (cf. Ecclesia in Africa ). No puede haber lugar para la intimidación y para la opresión de los pobres y los débiles, para la exclusión arbitraria de personas y grupos de la vida política, para el abuso de la autoridad o del poder. De hecho, la clave para resolver los conflictos económicos, políticos, culturales e ideológicos, es la justicia; y la justicia sólo es completa si incluye el amor al prójimo, si conlleva una actitud de servicio humilde y generoso.

Solamente cuando consideramos a los demás como hermanos y hermanas, podemos poner en marcha el proceso de curación de las divisiones dentro de la sociedad y entre los grupos étnicos. La reconciliación es la senda que conduce a la verdadera paz y al auténtico progreso de Nigeria y de África. Esta reconciliación no es debilidad ni cobardía. Al contrario, exige valentía y a veces incluso heroísmo: es victoria sobre sí mismos más que sobre los demás. Nunca debería considerarse un deshonor, pues, en realidad, se trata del paciente y sabio arte de la paz.

6. El pasaje del libro de Josué que hemos escuchado en la primera lectura de la liturgia de hoy habla de la Pascua que los hijos de Israel celebraron después de llegar a la Tierra prometida. La celebraron con alegría porque veían con sus propios ojos que el Señor había cumplido las promesas que les había hecho. Después de errar durante cuarenta años por el desierto, habían llegado a la tierra que Dios les daba. La Pascua del Antiguo Testamento, el memorial del éxodo de Egipto, es la figura de la Pascua del Nuevo Testamento, el memorial del paso de Cristo de la muerte a la vida, que recordamos y celebramos en cada misa.

Frente al altar del sacrificio, a punto de recibir como alimento el cuerpo y la sangre de Cristo, debemos convencernos de que cada uno de nosotros, según su particular estado de vida, está llamado a hacer lo mismo que hizo el padre Tansi. Habiendo sido reconciliados con Dios, debemos ser instrumentos de reconciliación, tratando a todos los hombres y mujeres como hermanos y hermanas, llamados a ser miembros de la única familia de Dios.

La reconciliación implica necesariamente la solidaridad. El efecto de la solidaridad es la paz, cuyos frutos son la alegría y la unidad en las familias, la cooperación y el desarrollo en la sociedad, la verdad y la justicia en la vida de la nación. ¡Ojalá que éste sea el futuro luminoso de Nigeria!

«El Dios de la paz esté con todos vosotros. Amén» (
Rm 15,33).





Homilía durante la misa celebrada en la explanada de Kubwa, Abuja


Lunes 23 de marzo 1998

«Sois conciudadanos de los santos y familiares de Dios» (Ep 2,19).

1033 :Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

1. Estas palabras de la carta de san Pablo a los Efesios asumen un significado particular aquí, en la ciudad de Abuja, nueva capital federal. En un sentido muy real, esta ciudad quiere representar el alba de una nueva era para Nigeria y para los nigerianos, una era llena de esperanza, en la que todo ciudadano nigeriano, todo hombre y toda mujer, está llamado a desempeñar un papel en la construcción de una nueva realidad en este país. Nigeria, como toda África, busca satisfacer las aspiraciones de su pueblo, superar los efectos de la pobreza, los conflictos, las guerras, la desesperación, a fin de poder aprovechar bien los inmensos recursos del continente y lograr la estabilidad política y social. África necesita esperanza, paz, alegría, armonía, amor y unidad: es lo que afirmaron los padres de la Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos (cf. Ecclesia in Africa, ). Eso mismo pedimos a Dios hoy en nuestra oración.

Desde Abuja deseo expresar mi estima y afecto a todos los nigerianos: a vosotros, presentes en esta liturgia eucarística, y a cuantos la siguen a través de la televisión y la radio. Dirijo un saludo particular al arzobispo John Onaiyekan, a los demás obispos, a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles laicos de todas las Iglesias particulares de Nigeria y de otras partes de África. Saludo a los miembros del Gobierno, a los líderes tradicionales y a las demás autoridades presentes esta mañana. Doy una cordial bienvenida a los miembros de las demás Iglesias y comunidades eclesiales cristianas, representadas en la Asociación cristiana de Nigeria, y a los seguidores de las demás tradiciones religiosas que se han unido a nosotros, en particular a los miembros de la comunidad musulmana.

2. Queridos hermanos y hermanas en Cristo, han pasado ya dieciséis años desde mi última visita a Nigeria. El calor de vuestra acogida me hace sentir, una vez más, en casa. Y ¿no estamos todos llamados a sentirnos en casa como miembros de la única gran familia de Dios? Esto es precisamente lo que nos dice san Pablo: somos «familiares de Dios», o sea, miembros de la familia de Dios.

En el orden natural, la familia constituye el fundamento y la base de todas las comunidades y sociedades humanas. De ese núcleo, que es la familia, derivan los clanes, las tribus, los pueblos y los Estados; también la gran familia de las naciones africanas nace, en definitiva, de la familia humana, compuesta por marido y mujer, madre, padre e hijos.

La cultura y la tradición africanas tienen en gran estima a la familia. Por eso, los pueblos de África se alegran por el don de la nueva vida, una vida que es concebida y nace; rechazan espontáneamente la idea de que la vida puede ser destruida en el seno materno, incluso cuando las así llamadas «civilizaciones avanzadas» tratan de llevarlos por esa dirección; muestran respeto a la vida humana hasta su término natural y reservan un lugar en el seno de la familia a los padres y parientes ancianos (cf. Ecclesia in Africa, ). Las culturas africanas tienen un agudo sentido de la solidaridad y de la vida comunitaria, especialmente por lo que atañe a la gran familia y a la aldea (cf. ib.). Estos son signos que comprendéis y que cumplen las exigencias de la justicia y la integridad a las que se refiere el profeta Isaías en la primera lectura (cf. Is
Is 56,1). Precisamente en las relaciones dentro de la familia y entre las familias, la justicia y la integridad se convierten en una realidad inmediata y un compromiso práctico.

3. Cuando este orden natural es elevado al orden sobrenatural nos transformamos en miembros de la familia de Dios y llegamos a ser templos espirituales donde mora el Espíritu de Dios. Sin embargo, ¿cómo puede acceder a lo sobrenatural lo que es natural? ¿Cómo nos convertimos en miembros de la familia de Dios y en templos sagrados para que more en nosotros el Espíritu de Dios?

La realidad de la familia, tal como existe en el ámbito cultural y social, es elevada por la gracia a un nivel superior. Entre los bautizados, las relaciones en el seno de la familia asumen un carácter nuevo: se convierten en una comunión de vida y de amor, llena de gracia, al servicio de la comunidad más amplia. Además, edifican la Iglesia, familia de Dios (cf. Lumen gentium LG 6). La Iglesia, por su misión evangelizadora y su presencia activa en todo el mundo, da un nuevo significado al concepto mismo de familia y, en consecuencia, al concepto de nación como «familia de familias» y al de mundo como «familia de naciones».

Un signo admirable del carácter universal de la familia de Dios, que incluye realmente a todos los pueblos, fue la beatificación que celebramos ayer, en Onitsha, en honor de uno de los hijos de Nigeria, la primera ceremonia de este tipo realizada en tierra nigeriana. Constituyó una fiesta familiar para el pueblo y la nación nigerianos. Al mismo tiempo, fue una celebración para toda la familia de Dios: toda la Iglesia de Dios, esparcida por el mundo, se alegró con la Iglesia que está en Nigeria, y ahora ha recibido de Nigeria el edificante ejemplo de la vida y el testimonio del beato Cipriano Miguel Iwene Tansi.

En el orden humano, el padre Tansi era hijo de este país. Nació en el Estado de Anambra. Sin embargo, en el orden sobrenatural de la gracia, se convirtió en algo más: sin perder su índole original, trascendió sus orígenes terrenos y se transformó, como dice san Pablo, en un miembro de la «familia de Dios», «edificado sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo» (Ep 2,19-20).

Por la gracia, fue «colmado de alegría en la casa de oración» (cf. Is Is 56,7). Comprendió que la casa de Dios es una «casa de oración para todos los pueblos» (Is 56,7). Es una casa de oración para los hausa, los yoruba y los igbo. Es una casa de oración para los efik, los tiv, los edo, los guari, y para muchos otros pueblos, demasiado numerosos como para citarlos aquí, que habitan en esta tierra de Nigeria. Y no sólo lo es para estos pueblos, sino también para todos los pueblos de África, de Europa, de Asia, de Oceanía y de América: «Mi casa se llamará casa de oración para todos los pueblos».

1034 4. En el evangelio de hoy, Jesús mismo nos enseña cómo se ha de entender la familia de Dios y cómo ésta puede abarcar a todos los pueblos. Nos dice: «Quien cumpla la voluntad de Dios ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,35).

Con esas palabras, Jesús revela un secreto de su reino.

Nos habla de la relación con María, su madre. Aunque Jesús la amaba mucho por ser su madre, la amaba aún más porque hacía la voluntad del Padre celestial.En la Anunciación respondió «sí» a la voluntad de Dios, manifestada por el ángel Gabriel (cf. Lc Lc 1,26-38). Compartió, en todas sus etapas, la vida y la misión de su Hijo, hasta el pie de la cruz (cf. Jn Jn 19,25). Como María, también nosotros aprendemos y aceptamos que toda relación humana es renovada, elevada, purificada, y recibe nuevo significado por la gracia de Cristo: «Por él, unos y otros tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu (...), edificados hasta ser morada de Dios en el Espíritu» (Ep 2,18-22).

Esta es la casa espiritual que los misioneros comenzaron a construir hace más de cien años. Nigeria tiene una gran deuda de gratitud hacia ellos por sus esfuerzos de evangelización, realizados sobre todo en las escuelas, en los hospitales y en otras áreas del servicio social. Siguiendo el ejemplo de estos intrépidos heraldos del Evangelio, la Iglesia católica en Nigeria está profundamente comprometida en la lucha por el desarrollo humano integral. Dios ha bendecido a la Iglesia en Nigeria hasta el punto de que los misioneros nigerianos trabajan fuera de sus diócesis, en otros países africanos y en otros continentes. Guiada por vuestros obispos y sacerdotes, toda la comunidad católica debe seguir avanzando por ese camino, colaborando con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, mediante un intenso diálogo ecuménico e interreligioso.

Con el fin de edificar la casa espiritual de Dios, la Iglesia invita a todos sus miembros a tratar siempre con compasión a los necesitados: a los pobres, a los enfermos y a los ancianos, a los refugiados que se han visto obligados a huir de la violencia y de los conflictos de sus países; a los hombres, mujeres y niños afectados por el sida, que sigue causando numerosas víctimas en este continente y en todo el mundo; a todas las personas que sufren persecución, dolor y pobreza. La Iglesia enseña el respeto a toda persona, a toda vida humana. Predica la justicia y el amor, e insiste en los deberes tanto como en los derechos: los derechos y deberes de los ciudadanos, de los empresarios y de los trabajadores, del Gobierno y del pueblo.

En efecto, existen derechos humanos fundamentales, de los que ninguna persona puede jamás verse legítimamente privada, dado que están arraigados en la naturaleza de la persona humana y reflejan las exigencias objetivas e inviolables de una ley moral universal. Esos derechos sirven de fundamento y de medida para cualquier sociedad y organización humana. El respeto a toda persona humana, a su dignidad y sus derechos, debe ser siempre el principio inspirador y guía de vuestros esfuerzos por incrementar la democracia y reforzar el entramado social de vuestro país. La dignidad de cada ser humano, sus inalienables derechos fundamentales, la inviolabilidad de la vida, la libertad y la justicia, el sentido de solidaridad y el rechazo de la discriminación: son las piedras con las que se ha de construir una Nigeria nueva y mejor.

5. Toda la Iglesia se está preparando para celebrar el bimilenario del nacimiento de Cristo, el Verbo de Dios que se hizo hombre. Por eso, os digo: hoy vosotros sois la esperanza de nuestra Iglesia, que cumple dos mil años. Al ser jóvenes en la fe, debéis ser como los primeros cristianos e irradiar entusiasmo y valentía. Seguid el camino de la santidad. Así seréis signo de Dios en el mundo y reviviréis en vuestro país la epopeya misionera de la Iglesia primitiva (cf. Ecclesia in Africa ).

El gran jubileo quiere vivificar el espíritu de renovación proclamado por el profeta Isaías y confirmado por Jesús: anunciar la buena nueva a los pobres, proclamar la liberación a los prisioneros, devolver la vista a los ciegos y la libertad a los oprimidos (cf. Lc Lc 4,18). Haced que este espíritu sea el auténtico clima de vuestra vida nacional. Que este tiempo de transición sea un tiempo de libertad, de perdón, de unión y de solidaridad.

El beato Cipriano Miguel Tansi comprendió claramente que es imposible realizar algo duradero al servicio de Dios y del propio país sin una verdadera santidad y una verdadera caridad. Seguid su ejemplo. Dirigid a él vuestras oraciones por las necesidades de vuestras familias y de toda la nación.

Con gratitud por todo lo que la divina Providencia sigue haciendo por el pueblo de Nigeria, repitamos las palabras del salmista:

«Cantad al Señor, bendecid su nombre (...). Contad a los pueblos su gloria, sus maravillas a todas las naciones» (Ps 95,2-3). Amén.



VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA DE JESÚS ADOLESCENTE


1035

V Domingo de Cuaresma, 29 de marzo de 1998


1. «No quiero la muerte del malvado, sino que cambie de conducta y viva » (Antífona antes del Evangelio; cf. Ez Ez 33,11).

Las palabras de la Antífona antes del Evangelio, que acabamos de proclamar, introducen el consolador mensaje de la misericordia de Dios, que después ha sido ilustrado por el pasaje de hoy tomado del evangelio de san Juan. Algunos escribas y fariseos, para «poder acusarlo » (Jn 8,6), llevan a Jesús una mujer sorprendida en flagrante adulterio. Quieren poner su enseñanza sobre el amor misericordioso en contradicción con la ley, que castigaba el pecado de adulterio con la lapidación.

Sin embargo, Jesús desenmascara su malicia: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra» (Jn 8,7). Esta respuesta autorizada, a la vez que nos recuerda que el juicio pertenece sólo al Señor, nos revela la verdadera intención de la misericordia divina, que deja abierta la posibilidad del arrepentimiento, y muestra un gran respeto a la dignidad de la persona, que ni siquiera el pecado quita: «Anda, y en adelante no peques más» (Jn 8,11). Las palabras conclusivas del episodio indican que Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se arrepienta del mal cometido y viva.

2. «Todo lo estimo pérdida, comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús» (Ph 3,8). El apóstol Pablo experimentó personalmente la justicia salvífica. Su encuentro con Jesús en el camino de Damasco le abrió la senda hacia una profunda comprensión del misterio pascual. Pablo comprendió con claridad cuán ilusoria es la pretensión de construirse una justicia fundada únicamente en la observancia de la Ley. Sólo Cristo justifica al hombre, a todo hombre, mediante el sacrificio de la cruz.

Tocado por la gracia, Pablo, de perseguidor acérrimo de los cristianos, se convierte en heraldo incansable del Evangelio, porque «fue conquistado por Cristo Jesús» (Ph 3,8). También nosotros, especialmente durante este tiempo de Cuaresma, somos invitados a dejarnos conquistar por el Señor: por el atractivo de su palabra de salvación, por la fuerza de su gracia y por el anuncio de su amor redentor.

3. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de Jesús adolescente, me alegra celebrar con vosotros este quinto domingo de Cuaresma, que marca otra etapa en el itinerario litúrgico hacia la Pascua ya cercana. Saludo cordialmente al cardenal vicario, al monseñor vicegerente, a vuestro celoso párroco, don Enzo Policari, así como a sus colaboradores, a la comunidad salesiana que vive y trabaja en la parroquia y a los seminaristas ucranios, que se hospedan aquí durante el actual período de reestructuración de su colegio.

Deseo dirigir un saludo particular a toda la familia salesiana que, precisamente el domingo pasado, recordó el quincuagésimo aniversario de su presencia y de su actividad en este barrio romano. Se trata de una presencia muy apreciada, porque está asociada al instituto «Barrio de los muchachos de don Bosco», benemérita institución surgida después de la guerra para brindar hospitalidad a los adolescentes sin familia o sin hogar, obligados a vivir arreglándoselas de cualquier modo.

Al conmemorar los cincuenta años del «Barrio de los muchachos de don Bosco», tan querido a mi venerado predecesor, el siervo de Dios Papa Pablo VI, quisiera rendir homenaje a los numerosos salesianos que, siguiendo el carisma de san Juan Bosco, se han sucedido aquí dedicándose con generosidad a las jóvenes generaciones de esta amplia zona de la periferia de Roma. Gracias, queridos hermanos, por el bien que incansablemente habéis hecho y seguís haciendo mediante vuestras actividades en favor de los jóvenes. Pienso, en particular, en el oratorio interparroquial, en la escuela popular para sostener a los muchachos y muchachas carentes de títulos de estudio, en la preparación para los sacramentos en los numerosos grupos juveniles, y en tantas otras iniciativas de formación y recreo.

4. Los jóvenes son el futuro de la humanidad. Preocuparse por su maduración humana y cristiana representa una valiosa inversión para el bien de la Iglesia y de la sociedad. Me alegro de cuanto ya estáis realizando y deseo que, en sintonía con las directrices pastorales diocesanas, vuestro meritorio esfuerzo en este sector se intensifique cada vez más. Como en los primeros tiempos del «Barrio de los muchachos de don Bosco», también hoy existen, por desgracia, los así llamados «muchachos con dificultades», sin trabajo y privados de puntos firmes de referencia, implicados en la microcriminalidad y dedicados al ocio, con todos los riesgos que entraña una existencia licenciosa. No abandonéis a esos jóvenes y muchachos con dificultades; brindadles amistad sincera y abridles vuestro corazón, para que experimenten la ternura del amor divino.

Amadísimos parroquianos de Jesús adolescente, el título mismo de vuestra parroquia representa un estímulo a prestar atención y servir a las nuevas generaciones. Se trata de un compromiso que exige la colaboración de todos los que tienen tareas de responsabilidad educativa. Igual comunión de propósitos y esfuerzos exige el trabajo misionero que cada comunidad parroquial está llamada a realizar. Haced que la parroquia sea para cada uno un hogar acogedor, capaz .sobre todo a partir de este tiempo especial de gracia que es la gran misión ciudadana. de no excluir a nadie del anuncio personal de Jesús, muerto y resucitado por nuestra salvación. Ese anuncio va siempre acompañado por una atención real a las necesidades del prójimo, con la clara conciencia de que la caridad constituye el mejor camino para abrir los corazones a Cristo. Parroquia de Jesús adolescente, imita a la Sagrada Familia de Nazaret. Trata de crear un ambiente educativo sereno; haz que todos respiren un clima de familia, favoreciendo la colaboración y la corresponsabilidad en la misión evangelizadora.


B. Juan Pablo II Homilías 1030