B. Juan Pablo II Homilías 1068


DURANTE LA MISA EN LA GRUTA DE LOURDES


DE LOS JARDINES VATICANOS


Domingo 14 de junio de 1998

Amadísimos hermanos:

1. El pasado mes de febrero, con ocasión de la fiesta anual de la Virgen de la Confianza, patrona del seminario romano mayor, no me fue posible ir a visitar a vuestra comunidad, a pesar de que tenía gran deseo de hacerlo. Por eso, me alegra particularmente acogeros hoy para esta celebración eucarística en un marco tan singular, junto a la gruta de Lourdes, en los jardines vaticanos, que recuerda la presencia espiritual de la Virgen inmaculada.

Saludo al cardenal vicario, que ha querido estar presente; al rector, monseñor Pierino Fragnelli; a los superiores y a todos vosotros, queridos alumnos del seminario.

Celebramos juntos la eucaristía, en este undécimo domingo del tiempo ordinario. El sacrificio eucarístico es la fuente y cima de la vida de la Iglesia y de nuestro camino personal de santificación (cf. Lumen gentium LG 11). El jueves pasado, solemnidad de Corpus Christi, nos reunimos para celebrar la eucaristía en la basílica de San Juan de Letrán, y acompañamos todos al santísimo Sacramento en la tradicional procesión hasta Santa María la Mayor. Hoy celebramos este mismo misterio bajo la mirada solícita de la Madre de los sacerdotes.

2. Amadísimos hermanos, la Virgen guía a todos los hombres hacia Cristo; sabe que para ello es necesario el servicio generoso de ministros santos de la Eucaristía. Por eso, María os indica el altar, que, desde el día de la ordenación, se convierte en el lugar principal del encuentro diario del sacerdote con su Señor. En efecto, sobre todo en la santa misa, el sacerdote recorre el itinerario de su conformación a Cristo.

«Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20). Las palabras del apóstol Pablo a los Gálatas, que acabamos de escuchar en la segunda lectura, expresan sintéticamente el fruto existencial de la comunión eucarística: la inhabitación de Cristo en el alma, por obra del Espíritu Santo. ¿Quién más que el sacerdote está llamado a hacer suyas estas palabras y a proponérselas como programa de vida? ¿Quién más que él vive íntegramente del pan de vida eterna, que Cristo dio para la salvación del mundo?

3. La misa es, de verdad, el centro de la vida del sacerdote, el centro de toda su jornada. Esta centralidad es, por tanto, el objetivo prioritario del proyecto formativo del seminario, y exige la adhesión consciente y total de cada candidato al sacerdocio. El seminarista es, ante todo, un apasionado de la Eucaristía: reconoce que su vocación lo orienta a la participación asidua y cada vez más interior e intensa en el sacrificio de la misa, participación que, en determinado momento, cobra el significado de una llamada personalísima. El «haced esto en conmemoración mía» habla a su corazón con íntima elocuencia. Reconoce en la Eucaristía el sacra Cristo y, por eso, siente que sólo puede pagarlo con la entrega de sí mismo.

Cuando un joven da esta respuesta de fe y amor, el corazón de la Iglesia se alegra; se alegra el corazón de María, cuya solicitud materna precede y acompaña el nacimiento de toda vocación. Ella, invocada con el título de Virgen de la Confianza, vela en particular por cada uno de vosotros, queridos alumnos del seminario romano mayor. En esta misa oro por vosotros, para que seáis sacerdote santos. Oro por vuestros superiores y profesores, que os guían en este camino. Oro también por vuestros familiares, que siguen conmovidos vuestros pasos con la discreta atención con que María seguía los de su hijo Jesús.

4. Que la Inmaculada os obtenga cultivar siempre un notable sentido de Dios, de su amor gratuito y providencial, de su iniciativa de gracia, que merece una respuesta generosa, como la de la mujer pecadora, de la que habla el evangelio de hoy, que no se avergonzaba de manifestar su amor agradecido a Jesús, su Salvador. Así seréis siempre testigos convencidos del amor misericordioso de Dios, fuente inagotable de conversión y perdón, y, una vez ordenados sacerdotes, ministros celosos del sacramento de la reconciliación.

1069 Que el Espíritu Santo realice todo esto, obrando en la intimidad de vuestro corazón. Que así como plasmó el corazón sacerdotal de Cristo, desde el seno de María hasta la suprema oblación en la cruz y la plenitud de vida de la resurrección, así también forme vuestro corazón según la medida de la plena madurez de Cristo, buen pastor, para la salvación de las almas y la gloria de Dios. Amén.



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Catedral de Salzburgo

Viernes 19 de junio de 1998



«El Señor es mi pastor: nada me falta » (Ps 23,1).

1. Las palabras que el salmista refiere al Dios de la antigua alianza, podemos hoy dirigirlas al Verbo de Dios encarnado, nuestro pastor: «El Señor es mi pastor: nada me falta». Con gratitud contemplamos los múltiples frutos de la fe, que se ha desarrollado en esta región como árbol fuerte y ha hecho historia: «Alégrate, Juvavum, porque en las orillas de tus aguas el Señor ha plantado árboles que nunca dejarán de dar fruto» (Primera antífona del Oficio de lectura de la fiesta de San Ruperto y San Virgilio).

Aquí la luz de la fe comenzó a brillar por primera vez hacia fines del siglo V, cuando llegó a esta región el famoso misionero Severino, mientras las antiguas provincias romanas ya se estaban descomponiendo. Debían pasar más de dos siglos antes de que otro buen pastor, procedente de la ciudad de Worms, en el Rhin, encontrara el camino que llevaba a la pequeña ciudad sobre el río Salzach, en gran parte destruida: aquel obispo itinerante se llamaba Ruperto. Construyó iglesias y centros estratégicos de espiritualidad. El primer templo fue dedicado al apóstol Pedro.

En el año 739, san Bonifacio, en calidad de legado del Papa para Alemania, erigió cuatro diócesis: Ratisbona, Passau, Freising y Salzburgo. Hoy se encuentran entre nosotros pastores de estas antiquísimas Iglesias. Por eso, saludo en particular al arzobispo Georg Eder, que nos acoge en su diócesis; al cardenal Friedrich Wetter de Munich y Freising; a mons. Manfred Müller, obispo de Ratisbona, y a mons. Franz Xaver Eder, obispo de Passau.

Esta Iglesia de Salzburgo es antigua e ilustre. Como sabéis, hace 1200 años, la primera catedral, consagrada por el santo obispo Virgilio, procedente de Irlanda, fue elevada por el Papa León III a la categoría de sede metropolitana.

Los momentos destacados del pasado nos impulsan hoy, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, a entonar precisamente el Te Deum dando gracias al Señor, buen pastor, que ha llevado sobre sus hombros a Salzburgo a través de los siglos: «El Señor es mi pastor: nada me falta».

2. Este día, en que el Sucesor de Pedro tiene la oportunidad de visitar por segunda vez «la Roma germánica», no sólo está dedicado a evocar el recuerdo de un gran pasado. Quiere suscitar en cada uno el compromiso de una sincera renovación en la fe y de una generosa coordinación de las fuerzas propias con las de los demás creyentes, con vistas a la nueva evangelización.

Al decir esto, mi mirada se extiende a lo largo de todo el territorio de la región de Salzburgo. Saludo al señor Thomas Klestil, presidente de la República de Austria. Doy una cordial bienvenida también a los numerosos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio que han venido de Austria y de las naciones limítrofes, así como al cardenal Christoph Schönborn, arzobispo de Viena, y a mons. Johann Weber, obispo de Graz-Seckau y presidente de la Conferencia episcopal austriaca.

1070 A la luz de la actividad misionera de cuantos nos han precedido, tomamos nueva conciencia de que la fe no puede quedar confinada a los templos. La debemos llevar a nuestro mundo, pequeño y grande. El compromiso misionero tiene una larga tradición en esta sede metropolitana. Los obispos de Salzburgo, como buenos pastores, llevaron el mensaje evangélico hacia el este, a Bohemia, Moravia y Hungría, y enviaron sus colaboradores como misioneros hasta Maribor, en el Drava, y hasta Bressanone, Lech y el Danubio.

Hoy la diócesis madre tiene una extensión más reducida. Pero en las piedras de esta venerable catedral y en la antigua fortaleza ha quedado grabado lo que Salzburgo fue en la historia y lo que deberá seguir siendo también en el futuro: un centro misionero, que irradie su influjo más allá de los confines de la diócesis y del país.

Tú, Salzburgo, ciudad construida sobre el monte, llevas la sal en tu nombre: ojalá que tus habitantes sigan haciendo suya, en la fe, la sal del Evangelio, confirmándolo con su testimonio. Recuerda la consigna que te transmitió la historia: difundir la sal del mensaje salvífico en toda la región circundante.

Tú, sede del «Primas Germaniae», has recibido de la historia una especie de primado misionero: que tus fieles sean siempre conscientes de la responsabilidad que ese privilegio implica.

Tú tienes una misión que realizar con respecto a los hombres que buscan el camino que lleva «hacia fuentes tranquilas ». Ojalá que, por el testimonio de tus fieles, encuentren a Aquel que sabe guiarlos por el camino recto hasta «descansar en verdes praderas» y reparar sus fuerzas (cf. Sal
Ps 23,2-3). «El Señor es mi pastor: nada me falta».

3. «Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo» (Ps 23,4). Somos conscientes de los peligros que acechan en las cañadas profundas y oscuras. La imagen geográfica refleja plásticamente ciertas situaciones del espíritu. También el alma se halla expuesta al peligro de los abismos llenos de asechanzas. Conocemos las tinieblas oscuras de las desilusiones, de los fracasos, de las dudas en la fe. Los que ponen su confianza en Dios encuentran apoyo y seguridad en la protección del buen Pastor: «Tu vara y tu cayado me dan seguridad».

No podemos menos de ver en estas palabras de la Escritura una alusión a la función magisterial encomendada por Cristo a los pastores de la Iglesia. El Magisterio no es una invención humana para ejercer dominio sobre las almas. Cristo mismo nos confió esta misión para que su palabra divina pueda ser propuesta nuevamente por labios humanos, convirtiéndose para el hombre en «vara y cayado», orientación y apoyo.

Queridos hermanos y hermanas, impulsado por la conciencia de las tareas vinculadas con el oficio de Sucesor de Pedro, he venido a Austria para traeros mi palabra de aliento y estímulo. Os agradezco vuestra presencia, que pone de manifiesto vuestra adhesión a Cristo. Como el pastor de la parábola evangélica lleva sobre sus hombres a la oveja, en los meses pasados os he llevado con particular afecto en mi corazón.

¡El corazón del Obispo de Roma late por todos vosotros! No abandonéis el rebaño de Cristo, buen pastor. No salgáis de la Iglesia. Más bien, entrad en ella, para llevar la buena nueva, capaz de iluminar incluso las tinieblas de nuestra vida: «El Señor es mi pastor: nada me falta».

4. Aprovecho de buen grado esta ocasión para expresar mi estima a todos los que trabajan incansablemente para renovar las comunidades parroquiales, pues constituyen «la Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas» (Christifideles laici CL 26). Es realmente digno de elogio que, después del concilio Vaticano II, se haya desarrollado una amplia gama de servicios, a los que dedican mucho tiempo con generosidad numerosos laicos, asumiendo la corresponsabilidad que les compete en virtud del bautismo y la confirmación.

La diversidad de funciones hace a veces difícil encontrar el mejor camino para el diálogo y la cooperación. En el rebaño del buen Pastor, tener igual dignidad no significa igualdad de oficio y de actividades. Las tareas particulares del ministerio episcopal y sacerdotal no pueden simplemente pasar a los laicos. Viceversa, los pastores deben respetar el papel específico de los laicos. Por consiguiente, los laicos no deben delegar sus tareas a los sacerdotes, a los diáconos o a las personas llamadas a colaborar. Sólo si cada uno asume su misión específica el pastor podrá avanzar hacia la meta juntamente con su rebaño.

1071 Queridos hermanos laicos, deseo expresaros mi profunda estima. Vuestro compromiso no tiene precio, que pueda medirse con dinero. Sin vosotros las comunidades parroquiales no sólo serían más pobres; también les faltaría algo esencial. Por tanto, os pido que sigáis realizando con generosidad vuestro apostolado como lectores o como ministros extraordinarios de la Eucaristía, como miembros del coro y de los grupos de oración, o como catequistas que preparan a los niños y a los adolescentes para la primera comunión y para la confirmación. Deseo animar explícitamente a los laicos a colaborar íntimamente con sus sacerdotes.

Asimismo, quisiera subrayar la importancia de los consejos parroquiales, en los que se examinan y resuelven «reflexionando en común» los problemas pastorales (cf. Apostolicam actuositatem
AA 10). Tened la audacia del diálogo en vuestros organismos.

No puedo por menos de mencionar los numerosos hombres, y especialmente las numerosas mujeres, que se sacrifican silenciosamente, pero con gran espíritu de abnegación en el campo de la caridad. Se ocupan de las personas ancianas, enfermas y solas. De este modo hacen que precisamente los más desafortunados en la vida puedan comprender lo que significa: «El Señor es mi pastor: nada me falta».

5. «Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos» (Ps 23,5). Incluso cuando no hay persecuciones violentas, la tarea del testimonio de los cristianos no es fácil. A menudo, afrontan la indiferencia de la gente, tan dura como la hostilidad. Así sucede que el sacerdote y sus colaboradores preparan con celo la mesa de la Palabra y de la Eucaristía, pero luego tienen la desilusión de constatar que el número de los convidados que aceptan la invitación es cada vez menor. La mesa del bienestar y del consumismo parece más atractiva. Por eso, son muchos los que hoy viven como si Dios no existiera. Se mantienen diversas formas de religiosidad popular, pero les falta el fundamento de una convicción personal. Así, corren el peligro de agostarse frente a la creciente secularización. La indiferencia con respecto a la herencia cristiana es tan peligrosa como el odio abierto.

Solamente una nueva evangelización podrá asegurar la profundización de una fe auténtica, capaz de transformar en fuerzas liberadoras las tradiciones recibidas.

¿Disponemos aún de recursos suficientes para poder vivir gracias a ellos? ¿Dónde están las fuentes a las que podemos acudir? Vosotros, cristianos de Austria, sabéis dónde se hallan estas fuentes.

La vieja Europa, que quiere convertirse en una familia de naciones, parece haberse secado. El continente está olvidando el mensaje que recibió desde los primeros siglos de la nueva era. Durante más de cincuenta años, en muchos países de la Europa central y oriental se impidió anunciar el Evangelio. Bajo regímenes ateos y dictatoriales, la luz de los tabernáculos se apagó. Las iglesias se convirtieron en monumentos de tiempos ya pasados.

Con todo, hoy podemos constatar que esos regímenes han fracasado, mientras siguen manando las antiguas fuentes, que mantienen toda su frescura: la sagrada Escritura, con su inagotable vena de verdad; los sacramentos de la Iglesia, en los que Cristo nos comunica el dinamismo de su presencia; la oración, mediante la cual el alma puede respirar el oxígeno regenerador de la gracia de Dios.

6. Estas fuentes están al alcance de todos, y en particular de vosotros, jóvenes, que podéis acudir a ellas. Sabed que el Papa cuenta con vosotros. Aunque a veces os sintáis un pequeño rebaño, no os desaniméis: sois el capital del buen Pastor.

Al inicio, doce hombres afrontaron el mundo. El Papa confía en vosotros, jóvenes, para dar de nuevo un rostro cristiano a la vieja Europa. Comprometeos con vuestro testimonio personal. Vosotros sois «una carta de Cristo» (2 Co 3, 3), su tarjeta de visita. Quien se encuentre con vosotros debe tener la seguridad de haber encontrado la orientación correcta.

Cumpliendo mi ministerio pastoral en las diversas regiones de la tierra, he comprobado cada vez mejor la verdad que encierra lo que escribí en la encíclica Redemptoris missio: «El hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros; cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y los hechos que en las teorías» (n. 42). Al entrar en contacto con vosotros, vuestros coetáneos deben poder intuir que hay algo en vosotros que no saben explicar, algo que conocéis muy bien, algo que el salmo expresa así: «El Señor es mi pastor: nada me falta».

1072 7. A las fuentes inagotables de la gracia han acudido los santos. Por eso, son verdaderos misioneros (cf. ib., 2). La historia de vuestra patria es, por consiguiente, también la historia de vuestros santos: una historia que perdura hasta nuestros tiempos.

Hace algunos meses, en Roma fueron beatificados los sacerdotes Otto Neururer y Jakob Gapp. El próximo domingo, en Viena, elevaré al honor de los altares a la religiosa Restituta Kafka y a otros dos siervos de Dios. En ellos se manifiesta lo que constituye la cima de toda existencia personal: «El buen pastor da la vida por las ovejas» (
Jn 10,11). Al evocar los capítulos oscuros de la historia, la Iglesia no quiere volver a abrir las antiguas heridas, sino sólo purificar la memoria.Los autores de la violencia han abandonado la escena; y han entrado los héroes de la caridad. Éstos han testimoniado que precisamente en los años tristes de nuestro siglo, cuando también vuestra tierra se hallaba sacudida por el torbellino del mal, se cumplió la parábola del buen pastor. En su vida y en su muerte resplandece la esperanza: «El Señor es mi pastor: nada me falta».

8. Queridos hermanos y hermanas, vuestro pastor diocesano, el arzobispo Eder, me ha pedido que corone la estatua de Nuestra Señora de Fátima y que consagre la archidiócesis de Salzburgo, que ya tiene doce siglos de existencia, a la protección de la Madre de Dios. He aceptado con gusto su petición. Vuestra antigua e ilustre Iglesia siempre ha tributado un culto sincero y profundo a la Virgen. Estoy seguro de que María santísima acoge vuestro deseo de tenerla como patrona y guía en vuestro camino.

A ella consagro vuestra archidiócesis y a cada uno de vosotros. Que os cubra María con su manto materno: «Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios. No desoigas la oración de tus hijos necesitados...».

Bajo la protección de tu manto, oh María, nuestros anhelos y preocupaciones se serenan, y recuperamos la confianza y el valor. Contemplándote, aprendemos a consagrarnos a Dios con confianza y abandono total: «El Señor es mi pastor: nada me falta». Amén.



Palabras del Santo Padre


a la presidencia del Consejo ecuménico de las Iglesias en Austria




Al final de esta solemne celebración litúrgica, dedicada al tema de la «misión», quisiera recordar que los cristianos, a pesar de lo que los diferencia a unos de otros, están unidos por el único bautismo y por la adhesión al mismo Símbolo apostólico. Dirijo un cordial saludo a los miembros de la presidencia del Consejo ecuménico de las Iglesias en Austria, es decir, al presidente metropolita Miguel de Austria, al obispo de la Iglesia evangélica en Austria, magister Herwig Sturm, y a los representantes de la vida ecuménica a nivel local.

Les agradezco su participación en esta celebración. Expreso mi aprecio a todos los que contribuyeron de forma ejemplar a llevar a buen término la segunda Asamblea ecuménica europea, que tuvo lugar el año pasado en Graz.

Espero que se prosiga con todas las fuerzas disponibles el camino arduo de la reconciliación, para que el testimonio de los cristianos dé fuerza a todos los hombres de buena voluntad.



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Sankt Pölten

Sábado 20 de junio de 1998



«El Espíritu del Señor está sobre mí; por esto, me ha ungido» (Lc 4,18).

1073 1. Toda la vida de Jesús está bajo el influjo del Espíritu Santo. Al inicio, es él quien cubre con su sombra a la Virgen María en el misterio de la Encarnación. En el Jordán también es el Espíritu quien desciende sobre Jesús, mientras el Padre da testimonio del Hijo predilecto. Asimismo, el Espíritu es quien guía a Jesús al desierto. En la sinagoga de Nazaret Jesús afirma de sí mismo: «El Espíritu del Señor está sobre mí» (Lc 4,18).

Cristo promete a los Apóstoles este Espíritu como garante perpetuo de su presencia en medio de ellos. En la cruz, el Hijo restituye el Espíritu al Padre (cf. Jn Jn 19,30). De este modo, imprime su sello a la nueva alianza, que nace de su Pascua. Por último, el día de Pentecostés, Cristo derrama su Espíritu sobre la primera comunidad para confirmarla en la fe y para mandar a los Apóstoles como testigos vivos y valientes por los caminos del mundo.

2. Desde entonces hasta hoy, el Cuerpo místico de Cristo, su Iglesia, en su itinerario a través de los tiempos, es impulsada por el mismo Espíritu. La Iglesia ilumina la historia con el fuego ardiente de la palabra de Dios y purifica los corazones humanos con el agua que brota de ella (cf. Ez Ez 36,25). Así, se convierte en «el pueblo unido en virtud de la comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (san Cipriano, De Dom. orat., 23).

En esta comunión con el Dios uno y trino, todo bautizado tiene la posibilidad de vivir bajo «la ley del Espíritu, que da la vida en Cristo Jesús» (Rm 8,2). El cristiano, guiado por el Espíritu, entra en el «espacio espiritual» en donde se entabla el diálogo con Dios. Las preguntas que el hombre se plantea son, realmente, los interrogantes que Dios mismo suscita en su interior: ¿de dónde vengo? ¿quién soy? ¿a dónde debo ir?

Queridos hermanos y hermanas, vosotros sois los interlocutores de Dios. Desde que sois cristianos por el bautismo, Dios os ha adoptado en Cristo como sus hijos e hijas. Sed conscientes de vuestra elevada dignidad. No dilapidéis este gran privilegio.

Dios tiene un proyecto específico para cada uno de vosotros. Sus ojos se posan afectuosamente sobre cada uno. Siempre escucha a todos. Como un padre solícito y sensible, está cerca de vosotros. Os da lo que más necesitáis para la vida nueva: su Espíritu Santo.

3. Con vuestra incorporación a la Iglesia no sólo habéis tomado el nombre de «cristianos», es decir, «ungidos»; también habéis recibido la unción del Espíritu Santo. Por eso, no basta que os llaméis cristianos; es preciso que lo seáis. El Espíritu de Dios está sobre vosotros, porque os ha ungido (cf. Lc Lc 4,18).

En la nueva vida que brota del bautismo y se desarrolla por la Palabra y los sacramentos, encuentran su fuente los carismas, los ministerios y las diversas formas de vida consagrada. El apóstol Pablo, escribiendo a la comunidad de Corinto, afirma: «Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo» (1Co 12,4).

También hoy el Espíritu Santo hace nuevas llamadas. Es preciso crear un ambiente favorable para poder escucharlo. A este respecto, desempeñan un papel muy importante las comunidades parroquiales. Cuando en ellas se vive una actitud de verdadera fidelidad al Señor, en un clima de intensa religiosidad y de sincera disposición al testimonio, es más fácil que los llamados respondan positivamente. La vitalidad de la comunidad parroquial no se mide principalmente por la multiplicidad de sus iniciativas, sino por la profundidad de su vida de oración. La escucha de la palabra de Dios, por una parte, y la celebración y la adoración de la Eucaristía, por otra, son las dos columnas fundamentales que sostienen y consolidan la comunidad parroquial.

De nada sirve lamentarse de la falta de vocaciones sacerdotales y religiosas. Las vocaciones no se pueden «construir» humanamente. Las vocaciones se obtienen de Dios con la oración. Os invito a pedir al Dueño de la mies, con fervor y constancia, nuevas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.

4. Cuando Jesús, en la cruz, restituyó al Padre su Espíritu, hizo de todos sus discípulos «un reino de sacerdotes y una nación santa» (Ex 19,6). Los constituyó un «edificio espiritual, para un sacerdocio santo, a fin de ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios» (1P 2,5). Éste es el sacerdocio común, para cuyo servicio llamó a los Doce a fin de que «estuvieran con él» (Mc 3,14), para mandarlos luego a actuar en su nombre y en su lugar.

1074 A través del sacerdocio ministerial Cristo prosigue ininterrumpidamente hasta nuestros días su misión salvífica. Por eso instituyó a los obispos y a los sacerdotes, que «son, en la Iglesia y para la Iglesia, una representación sacramental de Jesucristo, cabeza y pastor, proclaman con autoridad su palabra, y renuevan sus gestos de perdón y de ofrecimiento de la salvación» (Pastores dabo vobis PDV 15). Son enviados a anunciar a los pobres la buena nueva, a proclamar a los cautivos la liberación y a los ciegos la vista; a dar la libertad a los oprimidos (cf. Lc Lc 4,18). Así pues, en la Iglesia el ministerio no es una conquista humana, sino una institución divina.

Con todo el respeto y la estima por los valiosos servicios de los laicos en las comunidades parroquiales, no se debe olvidar que, en el ámbito sacramental, el laico nunca puede realizar lo que es característico del sacerdote. Sólo un sacerdote puede sustituir a otro sacerdote.

5. Quisiera, ahora, saludar al obispo, mon. Kurt Krenn, que, juntamente con su auxiliar, mons. Heinrich Fasching, no sólo ha preparado con esmero esta fiesta de fe, sino que, además, está realizando todos los esfuerzos posibles para mandar sacerdotes, también en el futuro, a los fieles de las numerosas parroquias de la diócesis de Sankt Pölten, a él encomendada. No quisiera olvidar al anterior obispo, mons. Franz Žak, que puso buenas bases para su sucesor. Saludo a todos los hermanos en el episcopado, especialmente al metropolita, cardenal Christoph Schönborn, y al presidente de la Conferencia episcopal austriaca, mons. Johann Weber. Me complace saludar también al presidente federal, señor Thomas Klestil, que participa en esta celebración. Asimismo, saludo a los representantes de la vida política y pública, que nos honran con su presencia.

Dirigiéndome a los sacerdotes y a los diáconos, quisiera expresarles mi aprecio y mi gratitud. Son sentimientos que extiendo a todos los ministros sagrados que actúan en las diversas diócesis de este país. Al igual que en Sankt Pölten, también en las otras partes de Austria son muchos los que trabajan en la cura de almas con incansable dedicación y que no se rinden ni siquiera ante la enfermedad o la edad avanzada. Asimismo, pienso con admiración en aquellos sacerdotes que, además de la parroquia que les ha sido encomendada, aceptan encargarse de comunidades cercanas, para que no falten a los fieles los medios de la salvación. También muchos religiosos están meritoriamente comprometidos en la pastoral. No quisiera olvidar tampoco a los sacerdotes procedentes de otros países .algunos de mi patria . que dan una valiosa contribución a la actividad pastoral.

Amadísimos sacerdotes, los jóvenes os contemplan. Ojalá constaten que, a pesar de que tenéis mucho trabajo, sois alegres servidores del Evangelio y que os sentís plenamente realizados en la forma de vida que habéis escogido. Que en vuestro testimonio los jóvenes vean que el sacerdocio no es un modelo de vida caducado, sino una vocación prometedora para el futuro. El sacerdocio es una vocación que tiene futuro.

6. ¡Cómo no recordar, con gratitud al Espíritu Santo, las numerosas comunidades de vida consagrada, que precisamente en la historia de esta diócesis desempeñan una función tan importante en la cura de almas! Hermanos y hermanas, os saludo de todo corazón. Viviendo según los consejos evangélicos, os esforzáis por señalar con vuestra conducta el camino que lleva al reino de los cielos. En el corazón de la Iglesia la vida consagrada representa un elemento esencial para el cumplimiento de su misión. Expresa la índole de la vocación cristiana y la tensión de la Iglesia entera que, como esposa, anhela poder unirse a su único Esposo.

7. No puedo por menos de mencionar a los esposos cristianos.También vuestra forma de vida es una vocación. Os felicito y os animo en todos los esfuerzos que realizáis por vivir la gracia del sacramento del matrimonio. Que vuestras familias sean «iglesias domésticas » donde los hijos aprendan a vivir y a celebrar la fe. Vosotros, padres y madres de familia, sois la primera escuela para vuestros hijos. Esforzaos por cultivar en vuestro hogar la concordia, el espíritu de fe, de esperanza y de caridad, la participación asidua en la vida eclesial, la serenidad y la fortaleza en medio de las dificultades diarias. Pedid al Señor que vuestros hijos sepan un día elegir su camino según el proyecto de Dios para ellos. Si escuchan la llamada del Señor, dejadles libres para seguir a Jesucristo con radicalidad. Los hijos no son propiedad vuestra. Os han sido confiados por Dios durante cierto período de tiempo. Vuestra misión consiste en ayudarles a crecer en la libertad que se necesita para poder asumir responsablemente sus propios compromisos.

8. En las familias se decide también el futuro de la Iglesia y de la sociedad. Además de las muchas iniciativas y actividades pastorales al servicio de la familia, quisiera mencionar en particular el Instituto internacional de estudios sobre el matrimonio y la familia que, como una semilla, ya ha iniciado su actividad en Gaming y que es apoyado también por los obispos austriacos. Quiera Dios que esa semilla crezca hasta convertirse en un árbol robusto, capaz de dar muchos frutos para bien del matrimonio y la familia. 9. Queridos hermanos y hermanas, «amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios» (1Jn 4,7). Muchos de nuestros contemporáneos han perdido a Dios Padre. Por eso, ignoran la lengua materna de la fe. Tratemos de enseñarles el alfabeto de la fe. La entrega, el servicio y la caridad forman parte del vocabulario fundamental que todos comprenden. Sobre esta base se puede construir una «gramática de la vida», que ayuda al hombre a descubrir en el Espíritu Santo el plan de Dios para él.

Vivid en la práctica lo que enseñáis con las palabras. Demostrad que también la alegría es fruto del Espíritu. En el umbral del tercer milenio, es necesario reavivar esta conciencia: de la misma manera que tiene Dios un proyecto para cada uno, así tiene también una misión para todos. No sólo sois administradores de la herencia del pasado; también sois precursores de un futuro hacia el que el Espíritu Santo lleva a la Iglesia.

Que san Leopoldo, vuestro patrono, sea vuestro modelo e intercesor. Además de padre de familia, fue padre de la patria. Su lápida, que bendije durante mi anterior visita pastoral a Austria, se encuentra hoy en este nuevo barrio gubernativo. Que constituya para todos vosotros motivo de inspiración y aliento.

Contemplemos a la santísima Virgen María, cuya vida fue un camino en el Espíritu Santo. María, Magna Mater Austriae, te encomendamos el cultivo de las vocaciones sacerdotales y religiosas.

1075 María, Madre de Dios, intercede ante tu Hijo por la Iglesia en Austria. Obtén para ella numerosos jóvenes dispuestos a escoger el seguimiento de Cristo y a entregarse al servicio del reino de Dios.

María, Madre de la Iglesia, ruega por nosotros. Amén.



MISA DE BEATIFICACIÓN DE TRES SIERVOS DE DIOS



Plaza de los Héroes de Viena

Domingo 21 de junio de 1998



1. «¿Quién dice la gente que soy yo?» (Lc 9,18).

Jesús planteó un día esta pregunta a los discípulos que iban de camino con él. Y a los cristianos que avanzan por los caminos de nuestro tiempo les hace también esa pregunta: ¿Quién dice la gente que soy yo?

Como sucedió hace dos mil años en un lugar apartado del mundo conocido de entonces, también hoy con respecto a Jesús hay diversidad de opiniones. Algunos le atribuyen el título de profeta. Otros lo consideran una personalidad extraordinaria, un ídolo que atrae a la gente. Y otros incluso lo creen capaz de iniciar una nueva era.

«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Lc 9,20). Esta pregunta no admite una respuesta «neutral». Exige una opción de campo y compromete a todos. También hoy Cristo pregunta: vosotros, católicos de Austria; vosotros, cristianos de este país; vosotros, ciudadanos, ¿quién decís que soy yo?

La pregunta brota del corazón mismo de Jesús. Quien abre su corazón quiere que la persona que tiene delante no responda sólo con la mente. La pregunta procedente del corazón de Jesús debe tocar nuestro corazón. ¿Quién soy yo para vosotros? ¿Qué represento yo para vosotros? ¿Me conocéis de verdad? ¿Sois mis testigos? ¿Me amáis?

2. Entonces Pedro, portavoz de los discípulos, respondió: Nosotros creemos que tú eres «el Cristo de Dios» (Lc 9,20). El evangelista Mateo refiere la profesión de Pedro más detalladamente: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16). Hoy el Papa, como sucesor del Apóstol Pedro por voluntad divina, profesa en nombre vuestro y juntamente con vosotros: Tú eres el Mesías de Dios, tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.

3. A lo largo de los siglos, se ha buscado continuamente la profesión de fe más adecuada. Demos gracias a san Pedro, pues sus palabras han resultado normativas.


B. Juan Pablo II Homilías 1068