B. Juan Pablo II Homilías 1076

1076 Con ellas se deben medir los esfuerzos de la Iglesia, que trata de expresar en el tiempo lo que representa para ella Cristo. En efecto, no basta la profesión hecha con los labios. El conocimiento de la Escritura y de la Tradición es importante; el estudio del catecismo es muy útil; pero, ¿de qué sirve todo esto si la fe del conocimiento carece de obras?

La profesión de fe en Cristo invita al seguimiento de Cristo. La adecuada profesión de fe debe ser confirmada con una vida santa. La ortodoxia exige la ortopraxis. Ya desde el inicio Jesús puso de manifiesto a sus discípulos esta verdad exigente. En efecto, apenas había acabado Pedro de hacer una extraordinaria profesión de fe, él y los demás discípulos escuchan de labios de Jesús lo que él, el Maestro, espera de ellos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame» (
Lc 9,23).

Ahora todo es igual que al inicio: Jesús no busca personas que lo aclamen; quiere personas que lo sigan.

4. Queridos hermanos y hermanas, quien reflexiona sobre la historia de la Iglesia con los ojos del amor, descubre con gratitud que, a pesar de todos los defectos y de todas las sombras, ha habido y sigue habiendo por doquier hombres y mujeres cuya existencia pone de relieve la credibilidad del Evangelio.

Hoy tengo la alegría de poder incluir en el catálogo de los beatos a tres cristianos de vuestra tierra. Cada uno de ellos confirmó la profesión de fe en el Mesías mediante el testimonio personal que dieron en su ambiente. Los tres beatos nos demuestran que con el título de «Mesías» no sólo se reconoce un atributo de Cristo, sino que también nos compromete a cooperar en la obra mesiánica: los grandes se hacen pequeños, los débiles se convierten en protagonistas.

Hoy, en esta plaza de los Héroes, no son los héroes del mundo los que tienen la palabra, sino los héroes de la Iglesia, los tres nuevos beatos. Desde el balcón que da a esta plaza, hace sesenta años, un hombre proclamó la salvación en sí mismo. El anuncio de los nuevos beatos es diferente: la salvación no se encuentra en el hombre, sino en Cristo, Rey y Salvador.

5. Jakob Kern provenía de una modesta familia vienesa de obreros. La primera guerra mundial le impidió bruscamente proseguir sus estudios en el seminario menor de Hollabrunn. Una grave herida de guerra convirtió en un calvario, como él mismo decía, su breve existencia terrena en el seminario mayor y en el monasterio de Geras. Por amor a Cristo no se aferró a la vida, sino que la ofreció conscientemente por los demás. En un primer momento quería ser sacerdote diocesano. Pero un acontecimiento le hizo cambiar de camino. Cuando un religioso premonstratense abandonó el convento, afiliándose a la Iglesia nacional checa que se había formado tras la reciente separación de Roma, Jakob Kern descubrió su vocación en este triste evento. Quiso reparar la acción del aquel religioso. Jakob Kern ocupó su lugar en el monasterio de Geras y el Señor aceptó la ofrenda del «sustituto».

El beato Jakob Kern se nos presenta como testigo de la fidelidad al sacerdocio. Al inicio era un deseo de infancia, que se expresaba imitando al sacerdote en el altar. Sucesivamente, el deseo maduró. A través de la purificación del dolor, apareció el profundo significado de su vocación sacerdotal: unir su vida al sacrificio de Cristo en la cruz y ofrecerla en sustitución por €la salvación de los demás.

Ojalá que el beato Jakob Kern, que era un estudiante inquieto y activo, estimule a muchos jóvenes a acoger con generosidad la llamada al sacerdocio para seguir a Cristo. Sus palabras de entonces se dirigen a nosotros: «Hoy, más que nunca, hacen falta sacerdotes aut énticos y santos. Todas las oraciones, todos los sacrificios, todos los esfuerzos y todos los sufrimientos, hechos con recta intención, se convierten en la semilla divina que, más tarde o más temprano, dará su fruto».

6. El padre Antón María Schwartz en Viena, hace cien años, se preocupó de las condiciones de los obreros, dedicándose en primer lugar a los jóvenes aprendices, en fase de formación profesional. Teniendo siempre presentes sus humildes orígenes, se sintió especialmente unido a los obreros pobres. Para su asistencia, adoptando la regla de san José de Calasanz, fundó la congregación de los Operarios Píos, floreciente también en la actualidad. Su gran deseo era convertir la sociedad a Cristo y restaurarla en él. Fue sensible a las necesidades de los aprendices y de los obreros, que a menudo carecían de apoyo y orientación. El padre Schwartz se dedicaba a ellos con amor y creatividad, encontrando medios y caminos para construir la primera «Iglesia para los obreros de Viena». Este templo, humilde y oculto entre las casas populares, se asemeja a la obra de su fundador, que la vivificó durante cuarenta años.

Con respecto al «apóstol obrero» de Viena las opiniones estaban divididas. Muchos consideraban exagerado su compromiso. Otros creían que merecía la más alta estima. El padre Schwartz permaneció fiel a sí mismo y dio también pasos valientes. Con sus solicitudes de puestos de formación profesional para los jóvenes y para el descanso dominical, llegó incluso al «Reichstag», al Parlamento.

1077 Nos ha dejado este mensaje: Haced todo lo posible por salvaguardar el domingo. Demostrad que ese día no puede ser laborable, pues se ha de celebrar como día del Señor. Sostened sobre todo a los jóvenes que no tienen trabajo. Quien proporciona a los jóvenes de hoy la posibilidad de ganarse el pan, contribuye a hacer que los adultos de mañana puedan transmitir a sus hijos el sentido de la vida. Sé bien que no hay soluciones fáciles. Por eso, repito la exhortación con la cual el beato padre Schwartz realizó todos sus numerosos esfuerzos: «Debemos orar más».

7. Sor Restituta Kafka no había alcanzado aún la mayoría de edad cuando expresó su intención de entrar al convento. Sus padres se opusieron, pero la joven permaneció fiel a su objetivo de ser religiosa «por amor a Dios y a los hombres». Quería servir al Señor especialmente en los pobres y los enfermos. Ingresó en la congregación de las religiosas Franciscanas de la Caridad para seguir su vocación en el servicio diario del hospital, a menudo duro y monótono. Auténtica enfermera, en Mödlingse se convirtió pronto en una institución. Su competencia como enfermera, su eficacia y su cordialidad hicieron que muchos la llamaran sor Resoluta y no sor Restituta.

Por su valor y su entereza no quiso callar ni siquiera frente al régimen nacionalsocialista. Desafiando las prohibiciones de la autoridad política, sor Restituta colgó crucifijos en todas las habitaciones del hospital. El miércoles de Ceniza de 1942 fue detenida por la Gestapo. En la cárcel comenzó para ella un calvario, que duró más de un año y que concluyó en el patíbulo. Sus últimas palabras fueron: «He vivido por Cristo; quiero morir por Cristo».

Contemplando a la beata sor Restituta, podemos vislumbrar a qué cimas de madurez interior puede ser conducida una persona por Dios. Puso en peligro su vida con su testimonio del Crucifijo. Y conservó en su corazón el Crucifijo, dando un nuevo testimonio de él poco antes de ser llevada a la ejecución capital, cuando pidió al capellán de la cárcel que le hiciera «el signo de la cruz sobre la frente».

Muchas cosas nos pueden quitar a los cristianos. Pero la cruz como signo de salvación no nos la dejaremos arrebatar. No permitiremos que sea desterrada de la vida pública. Escucharemos la voz de la conciencia, que dice: «Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres» (
Ac 5,29).

8. Queridos hermanos y hermanas, esta celebración posee una connotación europea particular. Además del señor Thomas Klestil, ilustre presidente de la República austriaca, nos honran con su presencia también los presidentes de Lituania y Rumanía, y muchos responsables de la vida política tanto de Austria como de otros países. Los saludo cordialmente y, a través de ellos, saludo asimismo a los pueblos que representan.

Con la alegría por el don de tres nuevos beatos que hoy Dios nos hace, me dirijo a todos los hermanos del pueblo de Dios que están aquí reunidos o siguen la ceremonia por radio o televisión. Saludo en particular al pastor de la archidiócesis de Viena, el señor cardenal Christoph Schönborn, y al presidente de la Conferencia episcopal austriaca, mons. Johann Weber, así como a los hermanos en el episcopado que, viniendo de más lejos o más cerca, se han dado cita en esta plaza de los Héroes. No puedo olvidar a los numerosos sacerdotes y diáconos, a los religiosos, a las religiosas y a los colaboradores pastorales en las parroquias y en las comunidades.

Queridos jóvenes, os dirijo hoy un saludo particular. Vuestra presencia tan numerosa es motivo de gran alegría para mí. Muchos habéis venido de lejos, y no sólo en sentido geográfico... Pero ahora estáis aquí: el don de la juventud, que tiene la vida por delante. Los tres héroes de la Iglesia que acabamos de incluir en el catálogo de los beatos os pueden sostener en vuestro camino: el joven Jakob Kern, que precisamente a través de su enfermedad conquistó la confianza de los jóvenes; el padre Antón María Schwartz, que supo tocar los corazones de los obreros aprendices; y sor Restituta Kafka, dispuesta a morir con tal de no renunciar a sus convicciones.

No fueron «cristianos de fotocopia», sino que cada uno fue auténtico, irrepetible, único. Comenzaron como vosotros: desde la juventud, llenos de ideales, tratando de dar sentido a su vida. Hay otro aspecto que hace atractivos a estos tres beatos: sus biografías nos demuestran que su personalidad experimentó una maduración progresiva. Así, también vuestra vida debe aún llegar a ser fruto maduro. Por eso, es importante que cultivéis la vida de modo que pueda florecer y madurar. Alimentadla con la savia del Evangelio. Ofrecedla a Cristo, que es el sol de la salvación. Plantad en vuestra vida la cruz de Cristo. La cruz es el verdadero árbol de la vida.

9. Queridos hermanos y hermanas, «¿vosotros quién decís que soy yo?

Dentro de poco haremos la profesión de fe. Además de esta profesión, que nos inserta en la comunidad de los Apóstoles y en la tradición de la Iglesia, así como en la multitud de santos y beatos, debemos dar nuestra respuesta personal. El influjo social del mensaje depende también de la credibilidad de sus mensajeros.En efecto, la nueva evangelizaci ón comienza por nosotros, por nuestro estilo de vida.

1078 La Iglesia de hoy no necesita católicos de tiempo parcial, sino cristianos de tiempo completo. Así fueron los tres nuevos beatos. Ellos nos dan ejemplo.

¡Gracias, beato Jakob Kern, por tu fidelidad sacerdotal!

¡Gracias, beato Antón María Schwartz, por tu compromiso en favor de los obreros!

¡Gracias, sor Restituta Kafka, por tu resistencia al estilo del momento!

Todos vosotros, santos y beatos, rogad por nosotros. Amén.



IMPOSICIÓN DEL PALIO A 17 METROPOLITANOS



Solemnidad de San Pedro y San Pablo

Lunes 29 de junio de 1998



1. La solemne memoria de los apóstoles Pedro y Pablo nos invita, una vez más, a ir en peregrinación espiritual al cenáculo de Jerusalén, el día de la resurrección de Cristo. Las puertas «estaban cerradas, por miedo a los judíos» (Jn 20,19); los Apóstoles presentes, ya probados íntimamente por la pasión y muerte del Maestro, estaban turbados por las noticias sobre la tumba vacía, que se habían difundido a lo largo de aquel día. Y, repentinamente, a pesar de que las puertas estaban cerradas, aparece Jesús: «La paz con vosotros —les dice —. Como el Padre me envió, también yo os envío (...). Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos » (Jn 20,21-23).

Él afirma esto con una fuerza que no deja lugar a dudas. Y los Apóstoles le creen, porque lo reconocen: es el mismo que habían conocido; es el mismo que habían escuchado; es el mismo que tres días antes había sido crucificado en el Gólgota y sepultado no muy lejos de allí. Él es el mismo: está vivo. Para asegurarles que es precisamente él, les muestra las heridas de las manos, de los pies y del costado. Sus heridas constituyen la prueba principal de lo que acaba de decirles y de la misión que les confía.

Así, los discípulos experimentan plenamente la identidad de su Maestro y, al mismo tiempo, comprenden a fondo de dónde le viene el poder de perdonar los pecados; poder que pertenece sólo a Dios. Una vez, Jesús había dicho a un paralítico: «Tus pecados te son perdonados », y ante los fariseos indignados, como signo de su poder, lo había curado (cf. Lc Lc 5,17-26). Ahora vuelve a donde estaban los Apóstoles, después de haber realizado el mayor milagro: su resurrección, en la que de modo singular y elocuente está inscrito el poder de perdonar los pecados. ¡Sí, es verdad! Sólo Dios puede perdonar los pecados, pero Dios quiso realizar esta obra mediante el Hijo crucificado y resucitado, para que todo hombre, en el momento en que recibe el perdón de sus culpas, sepa con claridad que de ese modo pasa de la muerte a la vida.

2. Si nos detenemos a reflexionar en la perícopa evangélica que acabamos de proclamar, volvemos más atrás aún en la vida de Cristo, para meditar en un episodio altamente significativo, que tuvo lugar en las cercanías de Cesarea de Filipo, cuando él preguntó a los discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? (...). Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16,13-15). Simón Pedro responde en nombre de todos: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16). A esta confesión de fe siguen las conocidas palabras de Jesús, destinadas a marcar para siempre el futuro de Pedro y de la Iglesia: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecer án contra ella. A ti te daré las llaves del reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos» (Mt 16,17-19).

1079 El poder de las llaves. El Apóstol es el depositario de las llaves de un tesoro inestimable: el tesoro de la redención. Tesoro que trasciende ampliamente la dimensión temporal. Es el tesoro de la vida divina, de la vida eterna. Después de la resurrección, fue confiado definitivamente a Pedro y a los Apóstoles: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20,22-23). Quien posee las llaves tiene la facultad y la responsabilidad de cerrar y abrir. Jesús habilita a Pedro y a los Apóstoles para que dispensen la gracia de la remisión de los pecados y abran definitivamente las puertas del reino de los cielos. Después de su muerte y resurrección, ellos comprenden bien la tarea que se les ha confiado y, con esa conciencia, se dirigen al mundo, impulsados por el amor a su Maestro. Van por doquier como sus embajadores (cf. 2Co 5,14 2Co 5,20), puesto que el tiempo del Reino se ha convertido ya en su herencia.

3. Hoy la Iglesia, en particular la que está en Roma, celebra la solemnidad de San Pedro y San Pablo. Roma, corazón de la comunidad católica esparcida por el mundo; Roma, lugar que la Providencia ha dispuesto como sede del testimonio definitivo ofrecido a Cristo por estos dos Apóstoles.

O Roma felix! En tu larguísima historia, el día de su martirio es seguramente el más importante. Ese día, mediante el testimonio de Pedro y Pablo, muertos por amor a Cristo, los designios de Dios se inscribieron en tu rico patrimonio de acontecimientos. La Iglesia, acercándose al comienzo del tercer milenio —tertio millennio adveniente—, no deja de anunciar esos designios a toda la humanidad.

4. En este día tan solemne vienen a Roma, según una significativa tradición, los arzobispos metropolitanos nombrados durante el último año. Han venido de diferentes partes del mundo, para recibir del Sucesor de Pedro el sagrado palio, signo de comunión con él y con la Iglesia universal.

Con gran alegría os acojo, venerados hermanos en el episcopado, y os abrazo en el Señor. Expreso mi sincera gratitud a cada uno de vosotros por vuestra presencia, que manifiesta de modo singular tres de las notas esenciales de la Iglesia, es decir, que es una, católica y apostólica; en cuanto a su santidad, resalta con claridad en el testimonio de las «columnas » Pedro y Pablo.

Al celebrar con vosotros la Eucaristía, oro de modo particular por las comunidades eclesiales encomendadas a vuestro cuidado pastoral; invoco sobre ellas la abundante efusión del Espíritu Santo; que las guíe para cruzar, rebosantes de fe, esperanza y amor, el umbral del tercer milenio cristiano.

5. Además, es motivo de particular alegría y consuelo la presencia en esta celebración de los venerados hermanos de la Iglesia ortodoxa, delegados del Patriarca ecuménico de Constantinopla. Les agradezco de corazón este renovado signo de homenaje a la memoria de los santos apóstoles Pedro y Pablo, y recuerdo con emoción que hace tres años, en esta solemne celebración, Su Santidad Bartolomé I quiso venir a encontrarse conmigo en Roma: juntos tuvimos entonces la alegría de profesar la fe ante la tumba de Pedro y bendecir a los fieles.

Estos signos de recíproca cercanía espiritual son providenciales, especialmente en este tiempo de preparación inmediata del gran jubileo del año 2000: todos los cristianos y, de modo especial los pastores, están invitados a realizar gestos de caridad que, en el respeto a la verdad, manifiesten el compromiso evangélico en favor de la unidad plena y, al mismo tiempo, la promuevan, seg ún la voluntad del único Señor Jesús. La fe nos dice que el itinerario ecuménico está firme en las manos de Dios, pero pide la cooperación solícita de los hombres. Encomendamos hoy su destino a la intercesión de san Pedro y san Pablo, que derramaron su sangre por la Iglesia.

6. Jerusalén y Roma, los dos polos de la vida de Pedro y Pablo. Los dos polos de la Iglesia, que la liturgia de hoy nos ha hecho evocar: del cenáculo de Jerusalén al «cenáculo» de esta basílica vaticana. El testimonio de Pedro y Pablo empezó en Jerusalén y culminó en Roma. Así lo quiso la divina Providencia, que los libró de los anteriores peligros de muerte, pero permitió que terminaran su carrera en Roma (cf. 2Tm 4,7) y recibieran aquí la corona del martirio.

Jerusalén y Roma son también los dos polos del gran jubileo del año 2000, hacia el cual la presente celebración nos hace avanzar con íntimo impulso de fe. ¡Ojalá que el testimonio de los santos Apóstoles recuerde a todo el pueblo de Dios el verdadero sentido de esta meta que, desde luego, es histórica, pero que trasciende la historia y la transforma con el dinamismo espiritual propio del reino de Dios!

Desde esta perspectiva, la Iglesia hace suyas las palabras del Apóstol de los gentiles: «El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén» (2Tm 4,18).



SANTA MISA EN SUFRAGIO DEL SIERVO DE DIOS PAPA PABLO VI

PALABRAS DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

1080

Jueves 6 agosto 1998



Permanece viva en toda la Iglesia la memoria de mi venerado predecesor el siervo de Dios Pablo VI, que murió aquí, en Castelgandolfo, hace veinte años. El tiempo no ha disminuido su recuerdo; al contrario, con el paso de los años resulta cada vez más luminosa su figura, y cada más actuales y sorprendentes sus proféticas intuiciones apostólicas. Además, este año, la celebración del centenario del nacimiento de este Pontífice, guía sabio y fiel del pueblo cristiano durante el concilio Vaticano II y el difícil período posconciliar, nos hace sentir más familiar el recuerdo de su persona y más fuerte el testimonio de su amor a Cristo y a la Iglesia.

Murió el día en que la liturgia conmemora el acontecimiento extraordinario de la Transfiguración del Señor.

En una homilía comentaba así la página evangélica de hoy: «Es preciso volver a descubrir el rostro transfigurado de Cristo, para sentir que él sigue siendo, y precisamente para nosotros, nuestra luz: la luz que ilumina a toda alma que lo busca y lo acoge, que alumbra todo acontecimiento humano, todo esfuerzo y le confiere color y relieve, mérito y destino, esperanza y felicidad» (Homilía en el II domingo de Cuaresma, 23 de febrero de 1964).

Al comenzar la celebración de la eucaristía, en la que elevaremos nuestras oraciones por este inolvidable Pontífice, sus palabras nos invitan a pedir al Señor para la Iglesia y para cada uno de los fieles la valiente y heroica fidelidad al Evangelio que caracterizó su ministerio de Sucesor de Pedro.





DURANTE LA MISA EN LA FIESTA


DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN



Sábado 15 de agosto de 1998




1. «¡Bienaventurada la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1,45).

Con estas palabras, Isabel acogió a María, que había ido a visitarla. Esta misma bienaventuranza resuena en el cielo y en la tierra, de generación en generación (cf. Lc Lc 1,48), y, de modo singular, en la solemne celebración de hoy. María es bienaventurada porque creyó enseguida en la palabra del Señor, porque acogió sin vacilaciones la voluntad del Altísimo, que le había manifestado el ángel en la Anunciación.

Podríamos ver en el viaje de María desde Nazaret hasta Ain Karim, que nos relata el evangelio de hoy, una prefiguración de su singular viaje espiritual que, comenzando con el «sí» del día de la Anunciación, culmina precisamente en la Asunción al cielo en cuerpo y alma. Se trata de un itinerario hacia Dios, iluminado y sostenido siempre por la fe.

El concilio Vaticano II afirma que María «avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz» (Lumen gentium LG 58). Por eso ella, con su incomparable belleza, agradó tanto al Rey del universo, que ahora, plenamente asociada a él en cuerpo y alma, resplandece como Reina a su derecha (cf. Salmo responsorial).

Me alegra celebrar esta solemnidad, que es una de las más antiguas en honor de la Virgen, con la comunidad de Castelgandolfo. Os saludo con afecto a todos vosotros, al obispo de Albano, monseñor Dante Bernini, y a su auxiliar, monseñor Paolo Gillet. Saludo, asimismo, a los salesianos, a quienes está encomendada esta parroquia. Y dirijo un saludo cordial a los habitantes de Castelgandolfo, al alcalde y a los veraneantes.

2. En la solemnidad de hoy, la liturgia nos invita a todos a contemplar a María como la «mujer vestida de sol, con la luna por pedestal, coronada con doce estrellas» (Ap 12,1). En ella resplandece la victoria de Cristo sobre satanás, representado en el lenguaje apocalíptico como «un enorme dragón rojo» (Ap 12,3).

1081 Esta visión gloriosa y al mismo tiempo dramática recuerda a la Iglesia de todos los tiempos su destino de luz en el reino de los cielos y la consuela en las pruebas que debe afrontar durante su peregrinación terrena. Mientras dure este mundo, la historia será siempre teatro del enfrentamiento entre Dios y satanás, entre el bien y el mal, entre la gracia y el pecado, entre la vida y la muerte.

También los acontecimientos de este siglo que ya está llegando a su fin testimonian con extraordinaria elocuencia la profundidad de esta lucha, que marca la historia de los pueblos, pero también el corazón de cada hombre y de cada mujer. Ahora bien, el anuncio pascual que acaba de resonar en las palabras del apóstol Pablo (cf.
1Co 15,20), es fundamento de esperanza segura para todos. María santísima elevada al cielo es imagen luminosa de ese misterio y de esa esperanza.

3. Durante este segundo año de preparación inmediata para el gran jubileo del año 2000 he querido invitar a los creyentes a estar más atentos a la presencia y a la acción del Espíritu Santo, y a «redescubrir la virtud teologal de la esperanza» (Tertio millennio adveniente TMA 46).

María, glorificada en su cuerpo, se presenta hoy como estrella de esperanza para la Iglesia y para la humanidad, en camino hacia el tercer milenio cristiano. Su altura sublime no la aleja de su pueblo y de los problemas del mundo; por el contrario, le permite velar eficazmente sobre los acontecimientos humanos, con la misma solicitud atenta con que logró que Jesús hiciera su primer milagro durante las bodas de Caná.

El Apocalipsis afirma que la mujer vestida de sol «estaba encinta y gritaba con los dolores del parto» (Ap 12,2). Esto nos hace pensar en una página del apóstol Pablo de importancia fundamental para la teología cristiana de la esperanza. En la carta a los Romanos leemos: «Sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior suspirando por la adopción, por la redención de nuestro cuerpo. Porque en esperanza hemos sido salvados» (Rm 8,22-24).

Mientras celebramos su Asunción al cielo en cuerpo y alma, pidamos a María que ayude a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo a vivir con fe y esperanza en este mundo, buscando en todas las cosas el reino de Dios; que ayude a los creyentes a abrirse a la presencia y a la acción del Espíritu Santo, Espíritu creador y renovador, capaz de transformar los corazones; y que ilumine las mentes sobre el destino que nos espera, sobre la dignidad de toda persona y sobre la nobleza del cuerpo humano.

María, elevada al cielo, ¡muéstrate a todos como Madre de esperanza! ¡Muéstrate a todos como Reina de la civilización del amor!



VISITA PASTORAL A CHIÁVARI Y BRESCIA



EN LA MISA CELEBRADA EN CHIÁVARI


Sábado 19 de septiembre de 1998


1. «Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen» (Lc 11,28).

Estas palabras de Cristo, que acabamos de escuchar, tomadas del evangelio de san Lucas, ponen en el centro de nuestra celebración la figura de María santísima, icono del perfecto discípulo y de la santa Iglesia. Respondiendo a la exclamación de una mujer del pueblo, Jesús hace una afirmación que, a primera vista, puede sorprender, pero que, si se mira a fondo, revela la verdadera grandeza de la Virgen: María es realmente dichosa, no sólo porque engendró y crió a Jesús, sino porque acogió con fe la voluntad del Señor y la puso en práctica. Esta es la auténtica grandeza de María y es también su bienaventuranza: la bienaventuranza de la fe, que abre la vida del hombre a la acción del Espíritu Santo y la hace fecunda con frutos benditos para la gloria de Dios.

En este icono, amadísimos hermanos y hermanas, se refleja hoy vuestra comunidad diocesana, la Iglesia que está en Chiávari. Se refleja en María como en su modelo sublime, y la contempla con la esperanza de que se apliquen a ella las palabras que Jesús pronunció aquel día: «¡Dichosa tú, Iglesia de Chiávari, que escuchas la palabra de Dios y la cumples!».

1082 Amadísimos hermanos, el Papa ha venido a vosotros sobre todo para traeros la palabra salvífica del Evangelio y para ayudaros a hacer esa comprobación.

2. Amadísimos habitantes de Chiávari, es grande mi alegría al encontrarme hoy entre vosotros. Saludo con afecto a vuestro obispo, monseñor Alberto María Careggio. Os lo he mandado como pastor a él, que me acompañó por los senderos de la montaña, para que os acompañe por los senderos que llevan hacia el cielo. Ayudadle a ser para todos vosotros un buen guía. Asimismo, saludo a vuestro obispo emérito, monseñor Daniele Ferrari, que ha hecho tanto por esta diócesis. Saludo cordialmente al cardenal arzobispo de Génova y a todo el episcopado de Liguria. Saludo también a los obispos huéspedes y les agradezco su presencia.

Dirijo un saludo cordial especialmente a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, felicitándolos por la generosidad con que cumplen su servicio eclesial, sin preocuparse de fatigas e incomodidades. Mi saludo se extiende también a los laicos comprometidos, cuya valiosa colaboración es indispensable para la actividad pastoral en las diferentes comunidades.

Asimismo, mi saludo deferente va a las autoridades civiles, a quienes doy gracias por su presencia en esta celebración. Mi pensamiento se dirige también a los que se hallan unidos a nosotros a través de la radio y la televisión. Pienso, en particular, en los ancianos y en los enfermos que nos siguen desde sus casas. A todos les aseguro una oración especial.

3. En la comunidad de Chiávari la santísima Virgen es particularmente amada y venerada. María, con el título de Nuestra Señora del Huerto, es la patrona de la diócesis. Pero, ¿quién no conoce el hermoso santuario de Montallegro, cerca de la ciudad de Rapallo? También allí una célebre imagen evoca la presencia espiritual de la Madre de Dios. Asimismo es conocido el santuario de Velva, dedicado a la Virgen de la Guardia.

Según la enseñanza del concilio ecuménico Vaticano II, es preciso conservar y valorar este rico patrimonio de piedad popular mariana para que, a través de la Virgen santísima, también las nuevas generaciones encuentren a Cristo, único Mediador entre Dios y el hombre, y en él hallen la salvación.

4. ¿Qué puede significar, en concreto para vosotros, comunidad eclesial de Chiávari, el compromiso de escuchar y cumplir la palabra de Dios? Significa, ciertamente, leerla y meditarla en la Biblia, pero también escucharla y ponerla en práctica según la mediación que hizo de ella el Sínodo diocesano, concluido en 1992, cien años después de la fundación de esta Iglesia particular.

Como Sucesor de Pedro, os invito a crecer en la unidad y en el espíritu misionero, siguiendo las directrices del Sínodo. Estad cada vez más unidos entre vosotros y, al mismo tiempo, abríos a los amplios horizontes de la evangelización: os debéis interesar por todos los que aún no han encontrado a Cristo y a la Iglesia, desde vuestro territorio hasta los países de misión.

Tened siempre presentes las palabras de Cristo: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros» (
Jn 13,35). En la comunidad eso implica llevar cada uno las cargas de los demás, compartir, colaborar y sentirse corresponsables. Todos .obispo, sacerdotes, religiosos y laicos; asociaciones, movimientos y grupos . están llamados a crear ese estilo de comunión. El primer ámbito en el que es preciso formar comunidad es la parroquia: las parroquias, como teselas de un mosaico, componen la comunidad diocesana; y ésta, por su parte, está insertada en el organismo vivo de la Iglesia universal.

En vuestro territorio merecen atención particular dos clases de personas: los turistas y los ancianos. Es importante que los veraneantes, al venir en gran número a pasar períodos incluso largos a la orilla del mar, encuentren comunidades vivas, acogedoras, en las que puedan sentirse a gusto, en un clima de familia. Por otra parte, será preciso no descuidar a los numerosos ancianos locales, que constituyen una inestimable riqueza humana y espiritual.

5. La santísima Virgen María es la tierra buena y fecunda que acogió con fe la semilla de la palabra de Dios y dio el fruto mesiánico, bendición salvífica para todo el género humano. La Iglesia se refleja en ese modelo: cada comunidad diocesana se puede comparar al jardín del que habla el profeta Isaías, en el que florecen muchos carismas que manifiestan la acción de la gracia y enriquecen al pueblo de Dios.

1083 Pienso en los numerosos santos y beatos de esta tierra: el obispo san Antonio María Gianelli y santa Catalina Fieschi Adorno; los beatos Alberto y Baltasar de Chiávari, el beato Agustín Roscelli y la reciente beata Brígida Morello, fundadora de las Ursulinas de María Inmaculada. A ellos se añaden algunos venerables y siervos de Dios.

Pienso en los diversos institutos de vida consagrada, tanto femeninos como masculinos, e invito a los jóvenes a conocerlos, porque en alguno de ellos podrían encontrar el carisma que corresponde a su búsqueda de sentido y de entrega a Dios y a los hermanos.

Pienso también en las asociaciones, en los movimientos, en las comunidades y en los grupos laicales, que dan una contribución indispensable a la misión de la Iglesia, tanto en la formación como en la animación espiritual, caritativa, social y cultural. Para cada una de estas realidades eclesiales invoco la fuerza del Espíritu Santo y las invito a actuar siempre en armonía con la pastoral diocesana según las directrices del obispo.

Os aliento a proseguir la intensa labor de pastoral juvenil, formando a los «cercanos» y, al mismo tiempo, buscando a los «alejados». Os deseo que tengan un desarrollo fructuoso vuestras numerosas iniciativas, tanto antiguas como nuevas, entre las que quiero recordar los programas de formación de la Acción católica, la catequesis interparroquial para el sacramento de la confirmación y, como «árbol» muy floreciente en el jardín de la diócesis, la Obra de la Ciudad de los niños.

Invito a promover de modo cada vez más orgánico y capilar la pastoral familiar, que tiene su punto de referencia en el centro de espiritualidad «Madonnina del Grappa». La familia es el elemento fundamental de la vida social y sólo trabajando mucho y bien con las familias se puede renovar el entramado de la comunidad eclesial y la misma sociedad civil.

6. Amadísimos hermanos y hermanas de Chiávari, en esta solemne eucaristía, os encomiendo a todos a la Madre de Dios y de la Iglesia. Que ella esté siempre en el centro de vuestra comunidad, como lo estuvo entre los primeros discípulos, en Jerusalén. Por su intercesión, en este segundo año de preparación inmediata para el gran jubileo del año 2000, invoquemos juntos una renovada efusión del Espíritu Santo sobre esta joven diócesis, para que escuche siempre la palabra de Dios y la ponga en práctica, y, para que, además de sus bellezas naturales, sobresalga por su fe, su esperanza y su amor. «Como esposa que se adorna con sus joyas» (
Is 61,10).

¡Dichosa tú, Iglesia de Chiávari, si sabes escuchar la palabra de Dios y te esfuerzas por cumplirla! (cf. Lc Lc 11,28)

Ojalá seas el jardín del que habla el profeta Isaías: el Señor Dios haga que florezca en ti la justicia y esto te proporcione «alabanza ante todos los pueblos» (cf. Is Is 61,11). Amén.



B. Juan Pablo II Homilías 1076