B. Juan Pablo II Homilías 1083


VISITA PASTORAL A CHIÁVARI Y BRESCIA



DURANTE LA MISA DE BEATIFICACIÓN DE GIUSEPPE TOVINI


Estadio municipal de Brescia

Domingo 20 de septiembre de 1998



1. «Pedro, ¿me amas?» (cf. Jn Jn 21,15).

1084 En esta solemne celebración eucarística, con la que concluye el centenario del nacimiento del siervo de Dios Pablo VI, se ha proclamado el evangelio en que Cristo pregunta a Pedro si lo ama. Antes de encomendarle la función de jefe del colegio apostólico y la misión de ser el fundamento de la unidad de la Iglesia, Cristo examina a Pedro sobre el amor: «¿Me amas?». Y lo hace porque el servicio al que quiere llamarlo es un servicio de amor a Dios, a la Iglesia y a la humanidad.

En la primera lectura hemos escuchado también las palabras del libro del profeta Isaías: «El Señor (...) me ha enviado a anunciar la buena nueva a los pobres» (
Is 61,1). Esas palabras traen a la memoria el testimonio evangélico de Giuseppe Tovini, a quien hoy he tenido la alegría de elevar al honor de los altares. Murió el mismo año en que nació Giovanni Battista Montini. El futuro Papa testimonió en numerosas ocasiones que había oído de labios de su padre y de amigos de su familia muchos episodios acerca del compromiso católico de Tovini y de las iniciativas que había promovido con otros brescianos valientes. Me alegra que la beatificación de esta figura tan destacada se haya llevado a cabo durante la clausura del centenario del nacimiento de Pablo VI.

Os saludo con afecto a todos vosotros, amadísimos hermanos y hermanas que tomáis parte en esta solemne asamblea eucarística. Saludo al obispo de Brescia, el querido monseñor Bruno Foresti, al señor cardenal Martini y a todos los obispos de Lombardía, así como a los obispos huéspedes. Dirijo un saludo particular a monseñor Giovanni Battista Re, que nació en esta tierra y se formó en el seminario de Brescia. Saludo, asimismo, a monseñor Pasquale Macchi, que durante muchos años fue secretario particular del Papa Pablo VI. Dirijo un cordial saludo al representante del Gobierno y a todas las autoridades presentes.

Con intenso afecto te saludo a ti, ciudad de Brescia, tan rica en obras de inspiración cristiana; saludo a tus sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a los numerosísimos laicos que se han distinguido y se distinguen en los diferentes cargos eclesiales y civiles por su compromiso religioso, social y cultural.

2. «Pedro, ¿me amas?». Podemos decir que toda la vida de Pablo VI fue una respuesta a esta pregunta de Cristo: una gran prueba de amor a Dios, a la Iglesia y a los hombres. Amó a Dios como Padre condescendiente y solícito y, en los momentos importantes de su existencia, especialmente en los de mayor dificultad y sufrimiento, mostró siempre un fortísimo sentido de la paternidad divina.

Cuando, siendo arzobispo de Milán, decidió realizar una misión popular para dar un nuevo impulso a la tradición cristiana de la ciudad, eligió como tema fundamental: Dios es Padre. Asimismo, al concluir su vida terrena en Castelgandolfo, el 6 de agosto de hace veinte años, quiso rezar como última oración el padrenuestro. ¿Y qué decir de su amor apasionado a Cristo? Su espiritualidad fue esencialmente cristocéntrica. En la homilía que pronunció al comienzo de su pontificado explicó que había elegido el nombre de Pablo, porque es el Apóstol «que amó en grado supremo a Cristo, que en grado supremo deseó y se esforzó por llevar el evangelio de Cristo a todas las gentes, y que dio su vida por el nombre de Cristo» (Homilía del 30 de junio de 1963). Y en otra ocasión añadió que es imposible prescindir de Cristo, «si queremos saber algo seguro, completo y revelado, sobre Dios; o, mejor, si queremos tener una relación viva, directa y auténtica con Dios» (Audiencia general del 18 de diciembre de 1968).

3. Además de su amor a Dios Padre y a Cristo Maestro, Pablo VI tuvo un intenso amor a la Iglesia, por la que consumió todas sus energías físicas, intelectuales y espirituales, como testimonia la conmovedora confesión que hizo en su Meditación ante la muerte: «La Iglesia. Puedo decir que siempre la he amado; (...) y para ella, no para otra cosa, me parece haber vivido» (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de agosto de 1979, p. 12).

De ese amor a Cristo y a la Iglesia brotaba casi espontáneamente su celo pastoral por el hombre, con aguda intuición de las dificultades y las expectativas de la época contemporánea. Pocos como él supieron interpretar las inquietudes, los anhelos, los esfuerzos y las aspiraciones de los hombres de nuestro siglo.

Quiso caminar a su lado; por eso, se hizo peregrino por sus sendas, saliendo a su encuentro donde vivían y luchaban por construir un mundo más atento y respetuoso de la dignidad de todo ser humano.

Quiso ser servidor de una Iglesia evangelizadora de los pobres, llamada a construir, junto con todas las personas de buena voluntad, la «civilización del amor», donde a los últimos no les tocan sólo las migajas del progreso económico y civil, sino donde deben reinar la justicia y la solidaridad.

4. Esta singular sensibilidad del Papa Montini por las grandes cuestiones sociales de nuestro siglo hunde sus raíces en la tierra bresciana. En su misma familia, y después, durante los años de la juventud que pasó en Brescia, respiró el clima y el fervor de iniciativas que hicieron del catolicismo bresciano uno de los puntos de referencia significativos de la presencia de los católicos en la vida social y política del país. Al comienzo de su pontificado, dirigiéndose a sus paisanos, Pablo VI expresaba esta deuda de gratitud: «Brescia, ciudad donde nací y donde recibí en gran parte la tradición civil, espiritual y humana; además, me enseñó qué es la vida en este mundo y siempre me ofreció un marco que, a mi parecer, resiste ante las sucesivas experiencias, dispuestas en el decurso de los años por la divina Providencia» (Discurso a una peregrinación de Milán y Brescia, 29 de junio de 1963).

1085 5. Un gran testigo del Evangelio encarnado en las vicisitudes sociales y económicas de la Italia del siglo pasado es, ciertamente, el beato Giuseppe Tovini. Brilla por su fuerte personalidad, por su profunda espiritualidad familiar y laical, así como por el empeño con que se prodigó para mejorar la sociedad. Si observamos bien, entre Tovini y Giovanni Battista Montini existe un íntimo y profundo vínculo espiritual e ideal.

En efecto, el mismo Pontífice escribió sobre Tovini: «El recuerdo que dejó entre las primeras personas que conocí y estimé era tan vivo y presente, que muy a menudo escuché comentarios y encomios de su singular persona y de sus diversas actividades; oí con sorpresa expresiones de admiración ante su virtud y de añoranza por su muerte prematura » (Prólogo de Giovanni Battista Montini a la biografía de Giuseppe Tovini, escrita por el padre Antonio Cistellini
EN 1953, p. I).

6. Giuseppe Tovini, ferviente, leal y activo en la vida social y política, proclamó con su vida el mensaje cristiano, siempre fiel a las indicaciones del Magisterio de la Iglesia. La defensa de la fe fue su constante preocupación, pues, como afirmó en un congreso, estaba convencido de que «nuestros hijos sin la fe no serán jamás ricos; con la fe no serán jamás pobres». Vivió en un período delicado de la historia italiana y de la misma Iglesia, y vio muy claro que no era posible responder plenamente a la llamada de Dios sin una entrega generosa y desinteresada a los problemas sociales.

Tuvo una mirada profética, respondiendo con audacia apostólica a las exigencias de los tiempos que, a la luz de las nuevas formas de discriminación, pedían que los creyentes realizaran una obra más eficaz de animación de las realidades temporales.

Gracias a la competencia jurídica y al rigor profesional que lo distinguían, promovió y guió numerosas organizaciones sociales, asumiendo también cargos políticos en Cividate Camuno y en Brescia, con el deseo de dar a conocer la doctrina y la moral cristiana al pueblo. Consideró el esfuerzo por la educación como una prioridad, y, entre sus numerosas iniciativas, sobresalió la defensa de la escuela y de la libertad de enseñanza.

Con medios humildes y con gran valentía, se prodigó incansablemente para salvar lo más característico de la sociedad bresciana e italiana, es decir, su patrimonio religioso y moral.

La honradez y la coherencia de Tovini tenían sus raíces en su relación profunda y vital con Dios, que alimentaba constantemente con la Eucaristía, la meditación y la devoción a la Virgen. De la escucha de Dios en la oración constante obtenía la luz y la fortaleza para las grandes batallas sociales y políticas que debió sostener a fin de tutelar los valores cristianos. Testigo de su piedad es la iglesia de San Lucas, con la hermosa imagen de la Inmaculada, donde se encuentran ahora sus restos mortales.

Ya en vísperas del tercer milenio, Giuseppe Tovini, a quien hoy contemplamos en la gloria del paraíso, nos anima. Queridos fieles laicos de Brescia y de Italia, os invito sobre todo a vosotros a dirigir vuestra mirada a este gran apóstol social, que supo dar esperanza a cuantos no tenían voz en la sociedad de su tiempo, para que su ejemplo os estimule y aliente a todos a trabajar también hoy y siempre con generosidad en la defensa y en la difusión de la verdad y de las exigencias del Evangelio. Que él desde el cielo os proteja y os sostenga con su intercesión.

Queridos brescianos, habéis recibido una gran herencia religiosa y civil: conservadla como un patrimonio incomparable, y dad testimonio activo de ella con la genialidad y la coherencia, la fidelidad y la perseverancia que distinguieron a Pablo VI y a Giuseppe Tovini.

7. «He librado una buena batalla (...). El Señor me ha asistido» (2Tm 4,7 2Tm 4,17). Estas palabras de la segunda lectura de la misa resumen la experiencia espiritual de las dos personalidades que hoy recordamos con devota admiración. Demos gracias a Dios por su testimonio: es un don precioso no sólo para Brescia, sino también para Italia y para la humanidad entera. El paso del tiempo no debe debilitar su recuerdo. En campos diversos y con responsabilidades diferentes, sembraron mucho bien y libraron una buena batalla: la batalla de la verdad y de la civilización del amor.

Que María, Madre de la Iglesia, nos ayude a recoger su herencia y a seguir sus huellas, para que también nosotros, como el apóstol Pedro, podamos responder a Cristo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo» (Jn 21,17). Amén.

VIAJE PASTORAL A CROACIA



DURANTE LA MISA DE BEATIFICACIÓN DEL CARDENAL STEPINAC


1086

Sábado 3 de octubre de 1998



1. «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). Las palabras de Cristo, que acabamos de escuchar, nos introducen en el corazón mismo del misterio que estamos celebrando. En cierto modo, encierran todo el Evento pascual: nos orientan hacia la muerte del Redentor en la cruz, el Viernes santo, y, al mismo tiempo, nos remiten a la mañana de Pascua.

Hacemos referencia a ese misterio cada día durante la santa misa cuando, después de la consagración del pan y del vino, decimos: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!». El «grano de trigo que cae en tierra» es, ante todo, Cristo, que en el Calvario murió y fue sepultado para dar la vida a todos. Pero este misterio de muerte y de vida se realiza asimismo en las vicisitudes terrenas de los seguidores de Cristo: también para ellos ser arrojados a tierra para morir en ella sigue siendo la condición de toda auténtica fecundidad espiritual.

¿No fue éste el secreto de vuestro inolvidable y recordado arzobispo, el cardenal Alojzije Stepinac, al que hoy contemplamos en la gloria de los beatos? Participó de modo singular en el misterio pascual: como grano de trigo «cayó en tierra», en esta tierra de Croacia, y al morir dio fruto, mucho fruto. «El que odia su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna» (Jn 12,25).

Las palabras de la segunda carta a los Corintios, que acabamos de proclamar, guardan íntima relación con el Evento que estamos celebrando. Escribe san Pablo: «Así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación» (2Co 1,5). Esta afirmación ¿no constituye un significativo comentario de las palabras de Cristo sobre el grano de trigo que muere? Los que participan abundantemente en los sufrimientos de Cristo, gracias a él experimentan también la íntima consolación que brota de los frutos que produce la cruz.

2. «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). Hoy nos sentimos llenos de alegría al dar juntos gracias a Dios por el nuevo fruto de santidad que la tierra croata da a la Iglesia en la persona del mártir Alojzije Stepinac, arzobispo de Zagreb y cardenal de la santa Iglesia romana.

A lo largo de los siglos han sido numerosos los mártires en estas regiones, comenzando desde los tiempos del Imperio romano con figuras como Venancio, Domnio, Anastasia, Quirino, Eusebio, Polión, Mauro y muchos otros. A ellos se suman, en los siglos sucesivos, Nicolás Tavelic y Marcos de Križevci, así como muchos confesores de la fe durante la dominación turca, hasta los de nuestros tiempos, entre los que destaca la luminosa personalidad del cardenal Stepinac.

Con su sacrificio, unido a los sufrimientos de Cristo, han dado un extraordinario testimonio que, con el paso del tiempo, no pierde nada de su elocuencia, sino que sigue irradiando luz e infundiendo esperanza. Junto a ellos, muchos otros pastores y simples fieles, hombres y mujeres, han confirmado también con la sangre su adhesión a Cristo. Forman parte de la multitud de los que, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en las manos, están ya ante el trono del Cordero (cf. Ap Ap 7,9).

El beato Alojzije Stepinac no derramó su sangre en el sentido estricto de la palabra. Su muerte se produjo a causa de los largos sufrimientos padecidos: los últimos quince años de su vida fueron una continua serie de vejaciones, en medio de las cuales expuso con valentía su vida para testimoniar el Evangelio y la unidad de la Iglesia. Para usar las palabras del Salmo, puso en manos de Dios su misma vida (cf. Sal Ps 16,5).

3. No ha pasado mucho tiempo desde la vida y muerte del cardenal Stepinac: apenas 38 años. Todos conocemos el marco de esta muerte.Muchos de los presentes pueden atestiguar por experiencia directa cuán abundantes fueron en esos años los sufrimientos de Cristo entre las poblaciones de Croacia y de otras muchas naciones del continente. Hoy, pensando en las palabras del Apóstol, de todo corazón queremos desear a cuantos habitan en estas tierras que, después de la tribulación, abunde en ellos la consolación de Cristo crucificado y resucitado.

Un motivo particular de consolación para todos nosotros es, ciertamente, la presente beatificación. Este acto solemne tiene lugar en el santuario nacional croata de Marija Bistrica, en el primer sábado del mes de octubre. Ante los ojos de la Virgen santísima un hijo ilustre de esta tierra bendita sube a la gloria de los altares, en el centenario de su nacimiento. Es un momento histórico en la vida de la Iglesia y de vuestra nación. El cardenal arzobispo de Zagreb, una de las figuras más destacadas de la Iglesia católica, después de sufrir en su cuerpo y en su espíritu las atrocidades del sistema comunista, ahora es entregado a la memoria de sus compatriotas con las brillantes insignias del martirio.

1087 El Episcopado de vuestro país ha pedido que la beatificación del cardenal Stepinac tuviera lugar precisamente aquí, en el santuario de Marija Bistrica. Conozco por experiencia personal lo que significó para los polacos, en el período en que los comunistas detentaban el poder, el santuario de Jasna Góra, con el que guardó una relación muy especial el ministerio pastoral del siervo de Dios cardenal Stefan Wyszynski. No me sorprende que haya tenido un valor similar para vosotros el santuario en que nos encontramos ahora, o el de Solona, a donde acudiré mañana. Desde hace tiempo deseaba venir a visitar el santuario de Marija Bistrica. Por eso, acepté con gusto la invitación del Episcopado croata y realizo hoy, en este lugar significativo, el solemne acto de la beatificación.

Saludo cordialmente a los obispos croatas aquí reunidos, y en particular al querido cardenal Franjo Kuharia y al arzobispo de Zagreb y presidente de la Conferencia episcopal croata, mons. Josip Bozania. Mi saludo se extiende a los señores cardenales Sodano, Meisner, Puljia, Schönborn, Ambrozic y Korec, a los arzobispos y obispos que han venido, con esta ocasión, de diversos países. Asimismo, saludo con afecto a los sacerdotes, a los consagrados, a las consagradas y a todos los fieles laicos, así como a los representantes de las demás confesiones religiosas que se hallan presentes en esta celebración. Un cordial saludo dirijo, por último, al presidente de la República, al jefe del Gobierno y a las autoridades civiles y militares del país, que han querido honrarnos con su presencia.

4. «Si alguno me sirve, que me siga» (
Jn 12,26). El buen Pastor fue para el beato Stepinac el único Maestro: su ejemplo inspiró hasta el final su conducta, dando la vida por el rebaño que se le había encomendado en un período particularmente difícil de la historia.

En la persona del nuevo beato se sintetiza, por así decir, toda la tragedia que ha afectado a las poblaciones croatas y a Europa durante este siglo marcado por tres grandes males: el fascismo, el nazismo y el comunismo. Ahora se encuentra en el gozo del cielo, rodeado por todos los que, como él, han combatido el buen combate, templando su fe en el crisol del sufrimiento. Hoy lo contemplamos con confianza, invocando su intercesión.

A este respecto, son significativas las palabras que el nuevo beato pronunció en 1943, durante la segunda guerra mundial, cuando Europa se encontraba azotada por una violencia inaudita: «¿Qué sistema apoya la Iglesia católica hoy, mientras todo el mundo está luchando por un nuevo orden mundial? Nosotros, al condenar todas las injusticias, todas las matanzas de inocentes, todos los incendios de aldeas tranquilas, toda destrucción de los esfuerzos de los pobres, (...) respondemos así: la Iglesia apoya un sistema que tiene tantos años como los diez Mandamientos de Dios. Estamos a favor de un €sistema que no ha sido escrito sobre tablas corruptibles, sino con el dedo del Dios vivo en las conciencias de los hombres» (Homilías, Discursos, Mensajes, Zagreb 1996, pp. 179-180).

5. «Padre, glorifica tu nombre» (Jn 12,28). Con su itinerario humano y espiritual, el beato Alojzije Stepinac brindó a su pueblo una especie de brújula para orientarse. He aquí los puntos cardinales: la fe en Dios, el respeto al hombre, el amor a todos llevado hasta el perdón, y la unidad con la Iglesia, guiada por el Sucesor de Pedro. Él sabía muy bien que no se pueden hacer descuentos sobre la verdad, porque la verdad no es mercancía de cambio. Por eso, afrontó el sufrimiento antes que traicionar su conciencia y faltar a la palabra dada a Cristo y a la Iglesia.

En este valiente testimonio no estuvo solo. Le acompañaron otros intrépidos que, para conservar la unidad de la Iglesia y para defender su libertad, aceptaron pagar como él un gravoso tributo de cárcel, de malos tratos e incluso de sangre. A esa multitud de almas generosas —obispos, sacerdotes, consagrados, consagradas y fieles laicos — va hoy nuestra admiración y nuestra gratitud. Escuchemos su fuerte invitación al perdón y a la reconciliación. Perdonar y reconciliarse quiere decir purificar el recuerdo del odio, de los rencores, del deseo de venganza; quiere decir reconocer como hermano también a quien nos ha hecho algún mal; quiere decir no dejarse vencer por el mal, sino vencer el mal con el bien (cf. Rm Rm 12,21).

6. Te bendigo, «Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación» (2Co 1,3) por este nuevo don de tu gracia.

Te bendigo, Hijo unigénito de Dios y Salvador del mundo, por tu cruz gloriosa, que en el arzobispo de Zagreb, el cardenal Alojzije Stepinac, obtuvo una espléndida victoria.

Te bendigo, Espíritu del Padre y del Hijo, Espíritu Paráclito, que sigues manifestando tu santidad en los hombres y que no cesas de hacer progresar la obra de la salvación.

Dios uno y trino, hoy te quiero dar gracias por la sólida fe de este pueblo tuyo, a pesar de las muchas adversidades que ha sufrido a lo largo de los siglos. Te quiero dar gracias por los innumerables mártires y confesores, hombres y mujeres de todas las edades, que han florecido en esta tierra bendita.

1088 «Padre, glorifica tu nombre» (Jn 12,28).

¡Alabados sean Jesús y María!



VIAJE PASTORAL A CROACIA






DURANTE LA MISA CELEBRADA EN LA EXPLANADA DE ŽNJAN,


EN SPLIT


Domingo 4 de octubre de 1998



1. «Somos siervos inútiles» (Lc 17,10). Seguramente el eco de estas palabras de Cristo no dejó de resonar en el corazón de los Apóstoles cuando, obedeciendo a su mandato, salieron a los caminos del mundo para anunciar el Evangelio. Iban de una ciudad a otra, de una región a otra, trabajando al servicio del Reino y conservando siempre en su interior la recomendación de Jesús: «Cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: .Somos siervos inútiles .; hemos hecho lo que debíamos hacer » (Lc 17,10).

Transmitieron esta misma certeza a sus discípulos, incluidos los primeros que atravesaron el mar Adriático, llevando el Evangelio a la Dalmacia romana, a los pueblos que en aquella época vivían en esta bellísima costa y en las demás regiones igualmente hermosas, hasta la Panonia. Así, la fe comenzó a difundirse entre vuestros antepasados, quienes, a su vez, os la transmitieron a vosotros. Es un largo proceso histórico, que se remonta a la época de san Pablo y que se reanuda con nuevo impulso en el siglo VII al llegar las poblaciones croatas.

Hoy queremos dar gracias a la santísima Trinidad por el bautismo que recibieron vuestros antepasados. El cristianismo llegó aquí desde Oriente y desde Italia, desde Roma, y ha forjado vuestra tradición nacional. Este recuerdo despierta en el alma un vivo sentido de gratitud a la divina Providencia por este doble don: ante todo, el don de la vocación a la fe, y después el de los frutos que han madurado en vuestra cultura y en vuestras tradiciones.

En la costa croata, a lo largo de los siglos, se han creado maravillosas obras de arte arquitectónicas, que han suscitado la admiración de innumerables personas en las diversas épocas. Todos podían gozar de este espléndido patrimonio, insertado en un paisaje encantador. Desgraciadamente, a causa de las guerras, parte de esos tesoros ha sido destruida o dañada. La mirada de los hombres ya no podrá disfrutar de ellos. ¿Cómo no sentir tristeza?

2. «Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer». Las palabras de Jesús plantean algunos interrogantes que no es posible evitar: ¿Realmente hemos hecho lo que debíamos? ¿Y qué debemos hacer ahora? ¿Cuáles son nuestras tareas futuras? ¿Con cuáles medios y con cuáles fuerzas contamos? Las preguntas son complejas y, por tanto, la respuesta deberá ser articulada. Hoy nos formulamos estas preguntas como cristianos, como seguidores de Cristo, y con esta conciencia leemos la página de la carta de san Pablo a Timoteo. En ella, el Apóstol, nombrando algunos discípulos, menciona también a Tito, y recuerda su misión en Dalmacia. Por tanto, Tito fue uno de los primeros que evangelizaron estas tierras, como singular testimonio de la preocupación apostólica por hacer que el Evangelio llegara hasta aquí.

En las palabras de Pablo, de un Pablo ya probado por los años, percibimos el eco del celo apostólico de toda una vida. Cuando es ya inminente el momento de su partida (cf. 2Tm 4,6), escribe a su discípulo: «He librado una buena batalla, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe» (2Tm 4,7). Es un testimonio y también un testamento. Desde esta perspectiva, cobran mayor importancia sus palabras conclusivas: «El Señor me asistió y me dio fuerzas para que por mi medio se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todos los gentiles» (2Tm 4,17).

Los que hoy, a fines del segundo milenio, deben continuar la obra de la evangelización, pueden hallar aquí luz y consuelo. Para esta obra, que es al mismo tiempo divina y humana, hay que recurrir a la fuerza del Señor. Con razón, en el umbral del nuevo milenio, hablamos de la necesidad de una nueva evangelización: nueva en su método, pero siempre idéntica por lo que respecta a las verdades propuestas. Ahora bien, la nueva evangelización es una tarea inmensa: universal por sus contenidos y sus destinatarios, debe diversificarse en su forma, adaptándose a las exigencias de los diferentes lugares. ¿Cómo no sentir la necesidad de la intervención de Dios en apoyo de nuestra pequeñez?

Oremos para que la Iglesia en vuestro país católico sepa discernir bien, con la ayuda de Dios, las exigencias y las tareas de la nueva evangelización, y orientar su compromiso en la justa dirección «tertio millennio adveniente».

1089 3. Agradezco al arzobispo metropolitano, monseñor Ante Juria, las palabras de bienvenida que, en calidad de anfitrión, me ha dirigido al comienzo de esta celebración eucarística, en nombre de todos vosotros y de todos los hombres de buena voluntad de esta querida tierra croata.

Saludo a los obispos de la provincia eclesiástica de Split-Makarska y a todos los demás obispos de Croacia, y de modo particular al cardenal Franjo Kuharia. Doy asimismo mi bienvenida sincera a los pastores de la Iglesia que está en la cercana Bosnia-Herzegovina: al arzobispo de Sarajevo, cardenal Vinko Pulji a, que ha venido aquí junto con su auxiliar, monseñor Pero Sudar; al obispo de Mostar-Duvno y administrador apostólico de Trebinje-Mrkan, monseñor Ratko Peria; y al obispo de Banja Luka, monseñor Franjo Komarica. Saludo, asimismo, a todos los demás prelados presentes. Me alegra y agradezco la presencia del metropolita serbo-ortodoxo Jovan y del obispo luterano Deutsch. Nuestra oración nos reúne en torno a Jesús. Saludo también a los miembros de otras comunidades religiosas, presentes hoy entre nosotros.

Saludo, por último, al presidente de la República, al jefe del Gobierno y a las autoridades civiles y militares, que han querido estar presentes aquí con nosotros.

4. Queridos hermanos, Split y Salona representan la segunda y última etapa de mi visita pastoral a Croacia. Las dos localidades revisten una importancia muy particular en el desarrollo del cristianismo en esta región desde la época romana, y también en la sucesiva, croata, y evocan una larga y admirable historia de fe desde los tiempos de los Apóstoles hasta nuestros días.

«Si tuvierais fe como un grano de mostaza...» (
Lc 17,6), nos acaba de decir Jesús en el evangelio. La gracia de Dios ha hecho que ese grano de fe brotara y creciera hasta convertirse en un árbol grande, lleno de frutos de santidad. Incluso en los períodos más duros de vuestra historia ha habido hombres y mujeres que no dejaron de repetir: «La fe católica es mi vocación» (siervo de Dios Iván Merz, en Positio super vita, virtutibus et fama sanctitatis, Roma 1998, p. 477); hombres y mujeres que hicieron de la fe el programa de su vida. Así sucedió con el mártir Domnio, en la época romana, y también con los numerosos mártires durante la ocupación turca, hasta el beato Alojzije Stepinac, en nuestros días.

La decisión de vuestros padres de acoger la fe católica, la fe anunciada y profesada por los santos apóstoles Pedro y Pablo, ha desempeñado un papel central en la historia religiosa y civil de vuestra nación. «Éste fue un acontecimiento de gran importancia para los croatas, porque a partir de ese momento aceptaron con gran prontitud el evangelio de Cristo tal como se propagaba y enseñaba desde Roma. La fe católica ha impregnado la vida nacional de los croatas »: así escribieron vuestros obispos (Carta pastoral, 16 de marzo de 1939), con vistas a la celebración jubilar de la evangelización de los croatas, programada para el año 1941 y después aplazada a causa de los acontecimientos que conmovieron vuestra patria, Europa y el mundo entero.

5. Se trata de una herencia que obliga. En la carta que os escribí para el año de Branimir, una de las etapas de la celebración del jubileo del bautismo de vuestro pueblo, os decía: «Con vuestra perseverancia habéis sellado una especie de pacto con Cristo y con su Iglesia: debéis permanecer fieles a este pacto aunque los tiempos sean contrarios. Permaneced siempre como lo habéis hecho desde aquel glorioso año 879» (15 de mayo de 1979). Os repito también hoy esas palabras, en el nuevo clima social y político que se ha creado en vuestra patria.

El Señor no ha dejado de iluminar con la esperanza vuestros días (cf. Ef Ep 1,17-18), y ahora, con la llegada de la libertad y la democracia, es legítimo esperar una nueva primavera de fe en esta tierra croata. La Iglesia tiene hoy la posibilidad de utilizar numerosos medios de evangelización y de acceder a todos los sectores de la sociedad. Ésta es una ocasión propicia, que la Providencia brinda a esta generación para anunciar el Evangelio y dar testimonio de Jesucristo, único Salvador del mundo, contribuyendo así a la edificación de una sociedad a la medida del hombre.

Concretamente, los cristianos de Croacia están llamados hoy a dar un rostro nuevo a su patria, sobre todo esforzándose por hacer que en la sociedad se recuperen los valores éticos y morales minados por los totalitarismos anteriores y por la reciente violencia bélica. Se trata de una tarea que requiere muchas energías y voluntad firme. Y es una tarea urgente, porque sin valores no puede haber ni verdadera libertad ni verdadera democracia. Entre estos valores es fundamental el respeto a la vida humana, a los derechos y a la dignidad de la persona, así como a los derechos y a la dignidad de los pueblos.

El cristiano sabe que, junto con los demás ciudadanos, tiene una responsabilidad muy precisa con respecto al destino de su patria y a la promoción del bien común. La fe impulsa siempre al servicio de los demás, de los compatriotas, considerados como hermanos. Y no puede haber testimonio eficaz sin una fe profundamente vivida, sin una vida enraizada en el Evangelio e impregnada de amor a Dios y al prójimo, a ejemplo de Jesucristo. Para el cristiano, dar testimonio quiere decir revelar a los demás las maravillas del amor de Dios, construyendo en unión con sus hermanos el Reino, del que la Iglesia «constituye el germen y el comienzo» (Lumen gentium LG 5).

6. «Si tuvierais fe... Somos siervos inútiles...». La fe no busca cosas extraordinarias, sino que se esfuerza por ser útil, sirviendo a los hermanos desde la perspectiva del Reino. Su grandeza reside en la humildad: «Somos siervos inútiles... ». Una fe humilde es una fe auténtica. Y una fe auténtica, aunque sea pequeña «como un grano de mostaza», puede realizar cosas extraordinarias.

1090 ¡Cuántas veces eso se ha hecho realidad en esta tierra! Ojalá que el futuro confirme nuevamente estas palabras del Señor, de modo que el Evangelio siga dando abundantes frutos de santidad entre las generaciones futuras.

Que el Señor de la historia acoja las súplicas que se elevan hoy de esta tierra croata y escuche la oración de cuantos confiesan el santo nombre de Dios y piden permanecer fieles a la gran alianza bautismal de sus antepasados.

Que este pueblo, sostenido por su fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, sepa construir su futuro sobre las antiguas raíces cristianas, que se remontan a los tiempos apostólicos.

¡Alabados sean Jesús y María!



B. Juan Pablo II Homilías 1083