B. Juan Pablo II Homilías 1106


DOMINGO I DE ADVIENTO




Basílica de San Pedro


Domingo 29 de noviembre de 1998



1. «Vayamos jubilosos al encuentro del Señor» (Estribillo del Salmo responsorial).

Son las palabras del Salmo responsorial de esta liturgia del primer domingo de Adviento, tiempo litúrgico que renueva año tras año la espera de la venida de Cristo. En estos años que estamos viviendo en la perspectiva del tercer milenio, el Adviento ha cobrado una dimensión nueva y singular. Tertio millennio adveniente: el año 1998, que está a punto de terminar, y el año próximo 1999 nos acercan al umbral de un nuevo siglo y de un nuevo milenio.

1107 «En el umbral» ha comenzado también esta celebración: en el umbral de la basílica vaticana, ante la puerta santa, con la entrega y la lectura de la bula de convocación del gran jubileo del año 2000.

«Vayamos jubilosos al encuentro del Señor» es un estribillo que está perfectamente en armonía con el jubileo. Es, por decir así, un «estribillo jubilar», según la etimología de la palabra latina iubilar, que encierra una referencia al júbilo. ¡Vayamos, pues, con alegría! Caminemos jubilosos y vigilantes a la espera del tiempo que recuerda la venida de Dios en la carne humana, tiempo que llegó a su plenitud cuando en la cueva de Belén nació Cristo. Entonces se cumplió el tiempo de la espera.

Viviendo el Adviento, esperamos un acontecimiento que se sitúa en la historia y a la vez la trasciende. Al igual que los demás años, tendrá lugar en la noche de la Navidad del Señor. A la cueva de Belén acudirán los pastores; más tarde, irán los Magos de Oriente. Unos y otros simbolizan, en cierto sentido, a toda la familia humana. La exhortación que resuena en la liturgia de hoy: «Vayamos jubilosos al encuentro del Señor» se difunde en todos los países, en todos los continentes, en todos los pueblos y naciones. La voz de la liturgia, es decir, la voz de la Iglesia, resuena por doquier e invita a todos al gran jubileo.

2. Estos últimos tres años que preceden al 2000 forman un tiempo de espera muy intenso, orientado a la meditación sobre el significado del inminente evento espiritual y sobre su necesaria preparación. El contenido de esa preparación sigue el modelo trinitario, que se repite al final de toda plegaria litúrgica. Así pues, vayamos jubilosos hacia el Padre, por el camino que es nuestro Señor Jesucristo, el cual vive y reina con él en la unidad del Espíritu Santo.

Por eso, el primer año lo dedicamos al Hijo; el segundo, al Espíritu Santo; y el que comienza hoy .el último antes del gran jubileo. será el año del Padre. Invitados por el Padre, vayamos a él mediante el Hijo, en el Espíritu Santo. Este trienio de preparación inmediata para el nuevo milenio, por su carácter trinitario, no sólo nos habla de Dios en sí mismo, como misterio inefable de vida y santidad, sino también de Dios que viene a nuestro encuentro.

3. Por este motivo, el estribillo «Vayamos jubilosos al encuentro del Señor» resulta tan adecuado. Nosotros podemos encontrar a Dios, porque él ha venido a nuestro encuentro. Lo ha hecho, como el padre de la parábola del hijo pródigo (cf. Lc
Lc 15,11-32), porque es rico en misericordia, dives in misericordia, y quiere salir a nuestro encuentro sin importarle de qué parte venimos o a dónde lleva nuestro camino. Dios viene a nuestro encuentro, tanto si lo hemos buscado como si lo hemos ignorado, e incluso si lo hemos evitado. Él sale el primero a nuestro encuentro, con los brazos abiertos, como un padre amoroso y misericordioso.

Si Dios se pone en movimiento para salir a nuestro encuentro, ¿podremos nosotros volverle la espalda? Pero no podemos ir solos al encuentro con el Padre. Debemos ir en compañía de cuantos forman parte de «la familia de Dios». Para prepararnos convenientemente al jubileo debemos disponernos a acoger a todas las personas. Todos son nuestros hermanos y hermanas, porque son hijos del mismo Padre celestial.

En esta perspectiva, podemos leer la bimilenaria historia de la Iglesia. Es consolador constatar cómo la Iglesia, en este paso del segundo al tercer milenio, está experimentando un nuevo impulso misionero. Lo ponen de manifiesto los Sínodos continentales que se están celebrando estos años, incluido el actual para Australia y Oceanía. Y también lo confirman los informes que llegan al Comit é para el gran jubileo sobre las iniciativas puestas en marcha por las Iglesias locales como preparación para ese histórico acontecimiento.

Quisiera saludar, en particular, al cardenal presidente del comité, al secretario general y a sus colaboradores. Mi saludo se extiende también a los cardenales, a los obispos y a los sacerdotes aquí presentes, así como a todos vosotros, queridos hermanos y hermanas, que participáis en esta solemne liturgia. Saludo en especial al clero, a los religiosos, a las religiosas y a los laicos comprometidos de Roma, que, junto con el cardenal vicario y los obispos auxiliares, están aquí esta mañana para inaugurar la última fase de la misión ciudadana, dirigida a los ambientes de la sociedad.

Es una fase importante, en la que la diócesis realizará una amplia labor de evangelización en todos los ámbitos de vida y de trabajo. Al terminar la santa misa, entregaré a los misioneros la cruz de la misión. Es necesario que Cristo sea anunciado y testimoniado en cada lugar y en cada situación. Invito a todos a sostener con la oración esta gran empresa. En particular, cuento con la aportación de las monjas de clausura, de los enfermos, de las personas ancianas que, a pesar de que les es imposible participar directamente en esta iniciativa apostólica, pueden dar una gran contribución con su oración y con la ofrenda de sus sufrimientos para disponer los corazones a la acogida del anuncio evangélico.

María, que el tiempo de Adviento nos invita a contemplar en espera activa del Redentor, os ayude a todos a ser apóstoles generosos de su Hijo Jesús.

1108 4. En el evangelio de hoy hemos escuchado la invitación del Señor a la vigilancia.«Velad, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor». Y a continuación: «Estad preparados, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre» (Mt 24,42 Mt 24,44). La exhortación a velar resuena muchas veces en la liturgia, especialmente en Adviento, tiempo de preparación no sólo para la Navidad, sino también para la definitiva y gloriosa venida de Cristo al final de los tiempos. Por eso, tiene un significado marcadamente escatológico e invita al creyente a pasar cada día, cada momento, en presencia de Aquel «que es, que era y que vendrá» (Ap 1,4), al que pertenece el futuro del mundo y del hombre. Ésta es la esperanza cristiana. Sin esta perspectiva, nuestra existencia se reduciría a un vivir para la muerte.

Cristo es nuestro Redentor: Redemptor mundi et Redemptor hominis, Redentor del mundo y Redentor del hombre. Vino a nosotros para ayudarnos a cruzar el umbral que lleva a la puerta de la vida, la «puerta santa» que es él mismo.

5. Que esta consoladora verdad esté siempre muy presente ante nuestros ojos, mientras caminamos como peregrinos hacia el gran jubileo. Esa verdad constituye la razón última de la alegría a la que nos exhorta la liturgia de hoy: «Vayamos jubilosos al encuentro del Señor». Creyendo en Cristo crucificado y resucitado, creemos en la resurrección de la carne y en la vida eterna.

Tertio millennio adveniente. En esta perspectiva, los años, los siglos y los milenios cobran el sentido definitivo de la existencia que el jubileo del año 2000 quiere manifestarnos.

Contemplando a Cristo, hagamos nuestras las palabras de un antiguo canto popular polaco:

«La salvación ha venido por la cruz;
éste es un gran misterio.
Todo sufrimiento tiene un sentido:
lleva a la plenitud de la vida».

Con esta fe en el corazón, que es la fe de la Iglesia, inauguro hoy, como Obispo de Roma, el tercer año de preparación para el gran jubileo. Lo inauguro en el nombre del Padre celestial, que «tanto amó (...) al mundo que le dio su Hijo único, para que quien cree en él (...) tenga la vida eterna» (Jn 3,16).

¡Alabado sea Jesucristo!



VISITA A LA PARROQUIA ROMANA DE SANTA ROSA DE VITERBO



1109

Domingo 6 de diciembre de 1998

1. «Preparad el camino del Señor» (Mt 3,3). Estas palabras, tomadas del libro del profeta Isaías (cf. Is Is 40,3), las pronunció san Juan Bautista, a quien Jesús mismo definió en una ocasión el más grande entre los nacidos de mujer (cf. Mt Mt 11,11). El evangelista san Mateo lo presenta como el Precursor, es decir, el que recibió la misión de «preparar el camino» al Mesías.

Su apremiante exhortación a la penitencia y a la conversión sigue resonando en el mundo e impulsa a los creyentes, que peregrinan hacia el jubileo del año 2000, a acoger dignamente al Señor que viene. Acaba de comenzar el tercer año de preparación inmediata para el acontecimiento jubilar, y nuestro camino espiritual debe hacerse más ágil.

Amadísimos hermanos y hermanas, preparémonos para el encuentro con Cristo. Preparémosle el camino en nuestro corazón y en nuestras comunidades. La figura del Bautista, que viste con pobreza y se alimenta con langostas y miel silvestre, constituye un fuerte llamamiento a la vigilancia y a la espera del Salvador.

2. «Aquel día, brotará un renuevo del tronco de Jesé» (Is 11,1). En el tiempo del Adviento, la liturgia pone de relieve otra gran figura: el profeta Isaías, que, en el seno del pueblo elegido, mantuvo viva la expectativa, llena de esperanza, en la venida del Salvador prometido. Como hemos escuchado en la primera lectura, Isaías describe al Mesías como un vástago que sale del antiguo tronco de Jesé. El Espíritu de Dios se posará plenamente sobre él y su reino se caracterizar á por el restablecimiento de la justicia y la consolidación de la paz universal.

También nosotros necesitamos renovar esta espera confiada en el Señor. Escuchemos las palabras del profeta. Nos invitan a aguardar con esperanza la instauración definitiva del reino de Dios, que él describe con imágenes muy poéticas, capaces de poner de relieve el triunfo de la justicia y la paz por obra del Mesías. «Habitarán el lobo y el cordero, (...) el novillo y el león pacerán juntos, y un niño pequeño los pastorear á» (Is 11,6). Se trata de expresiones simbólicas, que anticipan la realidad de una reconciliación universal. En esta obra de renovación cósmica todos estamos llamados a colaborar, sostenidos por la certeza de que un día toda la creación se someterá completamente al señorío universal de Cristo.

3. Recibamos con alegría el mensaje que la liturgia de hoy nos comunica. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de Santa Rosa de Viterbo, os saludo a todos con gran afecto. Saludo al cardenal vicario, al obispo auxiliar del sector, a vuestro párroco, padre Maurizio Vismara, y a los presbíteros que colaboran con él, de la congregación de los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús de Bétharram. Saludo cordialmente al padre Pierino Donini, que fue vuestro párroco durante 35 años, a los miembros del consejo pastoral, que acaba de constituirse, y a todos los que, según sus diversas competencias, forman parte de los grupos que animan la vida parroquial.

Vuestra comunidad, que cuenta con cerca de diez mil feligreses, ha esperado largo tiempo una sede idónea y definitiva para las celebraciones litúrgicas y las actividades pastorales. Me alegro con vosotros hoy porque, finalmente, tenéis una hermosa iglesia, gracias a la generosidad de las religiosas Hijas de la Cruz. Al expresar en nombre de la diócesis viva gratitud a estas queridas religiosas por la hospitalidad que dieron antes a la parroquia y por su generosa donación de hace algunos años, les deseo un fecundo apostolado en la escuela, siguiendo el ejemplo luminoso de sus santos fundadores Andrés Huberto Fournet y Juana Isabel Bichier des Ages.

Saludo a los superiores y a los alumnos del colegio Escocés, cuya sede se encuentra en el territorio de la parroquia, así como a las Religiosas de la Dolorosa, que se encargan del jardín de infancia y de la guardería «Ancilla Domini ».

Deseo dirigir un saludo especial al personal, a los profesores y a los alumnos de las escuelas católicas presentes en el territorio. Agradezco a todos los que trabajan en ellas su compromiso diario y el celo con que se dedican a la educación de los alumnos, en estrecha colaboración con sus familias. El proyecto educativo y la identidad específica inspirados en el Evangelio hacen que la escuela católica sea una verdadera comunidad educativa, abierta a la acogida y al diálogo interreligioso e intercultural entre todos los alumnos, para su plena promoción humana, espiritual y social.

4. Amadísimos hermanos y hermanas, al venir a visitaros, he podido comprobar los frutos que la gracia del Señor suscita en vuestra comunidad gracias a la misión ciudadana. Doy gracias a Dios por el éxito que está teniendo esta gran empresa apostólica propuesta a la ciudad. La misión se desarrolla este año en los ambientes de vida y trabajo; y en el ámbito de esta parroquia existen importantes centros laborales.

1110 Sé, además, que la población de esta zona se caracteriza en general por un nivel social y económico más bien elevado. Al tiempo que deseo que esa situación privilegiada estimule a vivir más la solidaridad, invito a todos los feligreses a participar cada vez más en la misión. Es preciso llevar el anuncio evangélico a todos los lugares donde el hombre trabaja, sufre, estudia y descansa. Todos los ambientes son importantes para la evangelización, estrechamente relacionada con la promoción integral del hombre. Hay que anunciar a Cristo por doquier. Sólo así la comunidad cristiana puede prepararse de modo eficaz para el gran jubileo del año 2000.

5. «Acogeos mutuamente como os acogió Cristo» (
Rm 15,7). San Pablo, indicándonos el sentido profundo del Adviento, manifiesta la necesidad de la acogida y la fraternidad en cada familia y en cada comunidad. Acoger a Cristo y abrir el corazón a los hermanos es nuestro compromiso diario, al que nos impulsa el clima espiritual de este tiempo litúrgico.

El Apóstol prosigue: «El Dios de la paciencia y del consuelo os conceda tener los unos para con los otros los mismos sentimientos, según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo» (Rm 15,5-6). Que el Adviento y la próxima celebración del nacimiento de Jesús refuercen en cada creyente este sentido de unidad y comunión.

Que María, la Virgen de la escucha y la acogida, nos acompañe en el itinerario del Adviento, y nos guíe para ser testigos creíbles y generosos del amor salvífico de Dios. Amén.

SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN



Martes 8 de diciembre de 1998



1. «Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo. (...) Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él» (Ep 1,3-4).

La liturgia de hoy nos introduce en la dimensión de lo que existía «antes de crear el mundo». A ese antes remiten otros textos del Nuevo Testamento, entre los cuales figura el admirable prólogo del evangelio de san Juan. Antes de la creación, el Padre eterno elige al hombre en Cristo, su Hijo eterno. Esta elección es fruto de amor y manifiesta amor.

Por obra del Hijo eterno hecho hombre, el orden de la creación se ha unido para siempre al de la redención, es decir, de la gracia.Éste es el sentido de la solemnidad de hoy que, de modo significativo, se celebra durante el Adviento, tiempo litúrgico en el que la Iglesia se prepara para conmemorar en Navidad la venida del Mesías.

2. «La creación entera se alegra, y no es ajeno a la fiesta Aquel que tiene en su mano el cielo. Los acontecimientos de hoy son una verdadera solemnidad. Todos se reúnen con un único sentimiento de alegría; todos están imbuidos por un único sentimiento de belleza: el Creador, todas las criaturas y también la Madre del Creador, que lo hizo partícipe de nuestra naturaleza, de nuestras asambleas y de nuestras fiestas» (Nicolás Cabasilas, Homilía II sobre la Anunciación, en: La Madre de Dios, Abadía de Praglia 1997, p. 99).

Este texto de un antiguo escritor oriental corresponde muy bien a la fiesta de hoy. En el camino hacia el gran jubileo del año 2000, tiempo de reconciliación y alegría, la solemnidad de la Inmaculada Concepción marca una etapa densa de fuertes indicaciones para nuestra vida.

Como hemos escuchado en el evangelio de san Lucas, «el mensajero divino dijo a la Virgen: .Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. (Lc 1,28)» (Redemptoris Mater RMA 8). El saludo del ángel sitúa a María en el corazón del misterio de Cristo; en efecto, en ella, llena de gracia, se realiza la encarnación del Hijo eterno, don de Dios para la humanidad entera (cf. ib.).

1111 Con la venida del Hijo de Dios todos los hombres son bendecidos; el tentador maligno es vencido para siempre y su cabeza aplastada, para que a nadie se aplique tristemente la maldición que las palabras del libro del Génesis nos acaban de recordar (Gn 3,14). En Cristo —escribe el apóstol san Pablo a los Efesios— el Padre celestial nos bendice con toda clase de bienes espirituales, nos elige para una santidad verdadera, y nos hace sus hijos adoptivos (cf. Ef Ep 1,3-5). En él nos convertimos en signo de la santidad, del amor y de la gloria de Dios en la tierra.

3. Por estos motivos, la Acción católica italiana ha elegido a María inmaculada como reina y patrona especial de su itinerario de formación en el compromiso misionero. Por eso, amadísimos hermanos y hermanas, estáis hoy aquí, en la sede de Pedro, participando en vuestra décima asamblea nacional. Han pasado ciento treinta años desde vuestra fundación, y este año conmemoráis el trigésimo aniversario de vuestro nuevo estatuto, aplicación práctica de la doctrina del concilio Vaticano II sobre el laicado y la misión de la Iglesia.

Saludo cordialmente a vuestro asistente general, monseñor Agostino Superbo, y a vuestro presidente nacional, abogado Giuseppe Gervasio, y les agradezco las palabras que me han dirigido. Saludo a los venerados hermanos cardenales y obispos, así como a los numerosos asistentes diocesanos presentes en esta celebración. Saludo a los representantes de los numerosos miembros de la Acción católica de todas las diócesis de Italia.

4. Amadísimos hermanos y hermanas, en el umbral del tercer milenio, vuestra misión resulta más urgente ante la perspectiva de la nueva evangelización. Estáis llamados a promover con vuestra actividad diaria un encuentro entre el Evangelio y las culturas cada vez más fecundo, como lo exige el proyecto cultural orientado en sentido cristiano.

Para las Iglesias que están en Italia, como ya recordé a los participantes en la Asamblea eclesial de Palermo, se trata de renovar el compromiso de una auténtica espiritualidad cristiana, a fin de que todos los bautizados se conviertan en cooperadores del Espíritu Santo, «el agente principal de la nueva evangelización» (n. 2).

En este marco, vuestra obra como miembros de la Acción católica debe llevarse a cabo de acuerdo con algunas directrices claras, que quisiera recordar ahora: la formación de un laicado adulto en la fe; el desarrollo y la difusión de una conciencia cristiana madura, que oriente las opciones de vida de las personas; y la animación de la sociedad civil y de las culturas, en colaboración con cuantos se ponen al servicio de la persona humana.

Para actuar de acuerdo con estas directrices, la Acción católica debe confirmar su característica propia de asociación eclesial; es decir, al servicio del crecimiento de la comunidad cristiana, en íntima unión con los obispos y los sacerdotes. Este servicio exige una Acción católica viva, atenta y disponible, para contribuir eficazmente a abrir la pastoral ordinaria al espíritu misionero, al anuncio, al encuentro y al diálogo con cuantos, incluso bautizados, viven una pertenencia parcial a la Iglesia o muestran actitudes de indiferencia, de alejamiento y, a veces quizá, de aversión.

En efecto, el encuentro entre el Evangelio y las culturas posee una dimensión misionera intrínseca, y en el actual ámbito cultural y en la vida diaria exige el testimonio y el servicio de los fieles laicos, no sólo como individuos, sino también como miembros de una asociación, en favor de la evangelización. Los individuos y las asociaciones, precisamente por la índole laical que los distingue, están llamados a recorrer el camino de la comunión y del diálogo, por el que pasa diariamente el anuncio de la Palabra y el crecimiento en la fe.

5. El renovado encuentro entre el Evangelio y las culturas es también el terreno donde la Acción católica, como asociación eclesial de laicos, puede prestar un específico y significativo servicio a la renovación de la sociedad italiana, de sus costumbres e instituciones: es la animación cristiana del entramado social, de la vida civil y de la dinámica económica y política.

Vuestra rica historia muestra que la animación cristiana es particularmente necesaria en circunstancias como las actuales, en que Italia está llamada a afrontar cuestiones fundamentales para el futuro del país y de su civilización milenaria. Es urgente buscar estrategias eficaces y soluciones concretas, teniendo siempre presentes el bien común y la dignidad inalienable de la persona. Entre las grandes cuestiones que requieren vuestro compromiso hay que recordar la acogida y el respeto sagrado a la vida, la tutela de la familia, la defensa de las garantías de libertad y equidad en la formación y la instrucción de las nuevas generaciones, y el reconocimiento efectivo del derecho al trabajo.

6. Amadísimos hermanos y hermanas, ya a las puertas del tercer milenio, vuestra misión consiste en trabajar para que a Italia no le falte jamás la espléndida luz del Evangelio, que siempre debéis anunciar con sinceridad y vivir con coherencia. Sólo así seréis testigos creíbles de la esperanza cristiana y podréis difundirla a todos. Que os proteja María, la «llena de gracia», a quien hoy contemplamos resplandeciente en la gloria y en la santidad de Dios.

EN LA MISA DE CLAUSURA DE LA ASAMBLEA ESPECIAL

PARA OCEANÍA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS


1112

Sábado 12 de diciembre de 1998



1. «El amor de Cristo nos apremia»: «Caritas Christi urget nos» (2Co 5,14). Estas palabras del apóstol san Pablo nos guían en la meditación durante esta celebración eucarística con la que clausuramos los trabajos de la Asamblea especial del Sínodo de los obispos para Australia y Oceanía.

El amor de Cristo impulsó a los Apóstoles a todas las partes del mundo al comienzo de la evangelización. De modo particular, impulsó a san Pablo, llamado el Apóstol de los gentiles, puesto que, después de su conversión, llevó el evangelio de Cristo a muchos de los países entonces conocidos. Su evangelización tuvo lugar en la cuenca del Mediterráneo: fue de Jerusalén a Roma, a través de Grecia, y llegó hasta España.

Después se abrieron otros caminos, ensanchando las dimensiones de la predicación cristiana a medida que los que anunciaban el Evangelio entraban en contacto con nuevas tierras. La evangelización llegó gradualmente al norte de África y a Europa, al norte de los Alpes, a las poblaciones del Imperio romano, a las germánicas y, luego, a las eslavas. Con el bautismo de la Rus' de Kiev no sólo empezó la evangelización del Oriente europeo, sino también, andando el tiempo, de los grandes territorios que están más allá del Cáucaso. Al Asia meridional ya habían llegado los misioneros de la primera generación, entre ellos santo Tomás, apóstol de la India, según una antigua tradición de las comunidades cristianas de ese gran país.

2. La evangelización de Australia y Oceanía se realizó después, cuando los grandes navegantes desembarcaron en la parte del mundo más distante de Europa. Con ellos llegaron los misioneros a esas tierras, llevando el Evangelio y a menudo confirmando su verdad divina con el martirio. Nos basta mencionar solamente, entre otros, a san Pedro Chanel.

Hemos tenido la oportunidad de revivir todo eso durante estas semanas de la Asamblea especial para Oceanía del Sínodo de los obispos. Hemos tratado de hacerlo juntos, obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, conscientes de las palabras de san Pablo: caritas Christi urget nos. El tema general que nos ha guiado ha sido: «Jesucristo y los pueblos de Oceanía: seguir su camino, proclamar su verdad y vivir su vida».

El año 2000 se está aproximando rápidamente, y tenemos ante nosotros el gran acontecimiento del Año santo. Pronto celebraremos el jubileo que conmemora el segundo milenio del nacimiento de Cristo y que también recuerda el comienzo del Evangelio y de la Iglesia. Con el nacimiento de Jesús, el misterio trinitario de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, entró en la historia humana para hacer del hombre una nueva criatura en Jesucristo. En Cristo apareció ante el mundo la gran ley del amor proclamada en la liturgia de hoy: la nueva ley de las bienaventuranzas, que acabamos de escuchar en el evangelio.

Al acercarse el año 2000, tertio millennio adveniente, la Iglesia se ha hecho peregrina, recorriendo los caminos de todo el mundo. Siente una profunda necesidad de reflexionar y, en cierto modo, de redescubrirse a sí misma a lo largo de los caminos por los que avanzó e incluso «corrió» el Evangelio, revelando el amor con la fuerza del Espíritu de Cristo. A lo largo de los caminos del pasado, la historia de la salvación sigue avanzando.

3. El Sínodo que concluye hoy, como las anteriores Asambleas especiales dedicadas a los diversos continentes, responde precisamente a esta finalidad. «Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre» (He 13,8). Al reafirmar esta verdad, queremos transmitir a los siglos que vendrán y a las generaciones futuras el rico patrimonio de la evangelización de Oceanía. En efecto, es necesario que esas poblaciones participen plenamente del amor de Cristo, que en otro tiempo impulsó a los heraldos de la buena nueva por todos los caminos del mundo, donde encontraron nuevas poblaciones y naciones, también llamadas a ser herederas del reino de Dios.

Queridos padres sinodales que formáis esta Asamblea para Australia y Oceanía, os saludo con afecto y os agradezco el trabajo realizado, especialmente el testimonio de comunión que me habéis dado a mí y a toda la Iglesia. Doy las gracias al cardenal Schotte y a sus colaboradores de la Secretaría general del Sínodo de los obispos por su servicio a las Iglesias particulares.

Habéis venido de Australia, de Nueva Zelanda, de las islas del Pacífico, de Papúa Nueva Guinea y de las Islas Salomón, trayendo las riquezas espirituales de vuestros pueblos y también los problemas que encuentran. En efecto, ¡cómo no poner de manifiesto que, incluso en vuestras sociedades, la religión sufre amenazas e intentos de aislamiento! ¡Cómo no señalar que a veces pretenden reducirla a una experiencia individual, sin ninguna influencia en la vida social! Habéis hablado de las consecuencias de la colonización y de la inmigración, de las condiciones en que viven las minorías étnicas, y de los problemas de fe de los jóvenes. También habéis puesto de relieve los desafíos de la modernidad y la secularización, que exigen solicitud y caridad pastoral en diferentes campos: vocaciones, justicia y paz, familia, comunión eclesial, educación católica, vida sacramental, ecumenismo y diálogo interreligioso.

1113 4. Todos habéis reflexionado y habéis buscado la unidad en torno al tema de fondo: Jesucristo, también para los pueblos de Oceanía, es el camino que se ha de seguir, la verdad que se ha de proclamar y la vida que se ha de vivir. En el mundo entero la nueva evangelización tiene este programa y se realiza mediante la generosa colaboración con el Espíritu Santo, que renueva la faz de la tierra (cf. Sal Ps 104,30).

Queridos hermanos, al saludaros a cada uno con un abrazo de paz, encomiendo al Señor, camino, verdad y vida, las Iglesias que están en Oceanía, y me dirijo a ellas con las palabras del profeta Isaías: «Cantad al Señor un cántico nuevo, su alabanza desde los confines de la tierra. Que le cante el mar y cuanto contiene, las islas y sus habitantes » (Is 42,10).

María, Madre de la Iglesia, os acompañe. El amor de Cristo os impulse y permanezca siempre con vosotros. Amén.

VISITA A LA PARROQUIA ROMANA DE SANTA JULIA BILLIART



Domingo 13 de diciembre de 1998



1. «Alegraos siempre en el Señor; os lo repito: alegraos. El Señor está cerca» (Antífona de entrada).

De esta apremiante invitación a la alegría, que caracteriza la liturgia de hoy, recibe su nombre el tercer domingo de Adviento, llamado tradicionalmente domingo «Gaudete». En efecto, ésta es la primera palabra en latín de la misa de hoy: «Gaudete», es decir, alegraos porque el Señor está cerca.

El texto evangélico nos ayuda a comprender el motivo de nuestra alegría, subrayando el gran misterio de salvación que se realiza en Navidad. El evangelista san Mateo nos habla de Jesús, «el que ha de venir» (Mt 11,3), que se manifiesta como el Mesías esperado mediante su obra salvífica: «Los ciegos ven y los cojos andan, (...) y se anuncia a los pobres la buena nueva» (Mt 11,5). Viene a consolar, a devolver la serenidad y la esperanza a los que sufren, a los que están cansados y desmoralizados en su vida.

También en nuestros días son numerosos los que están envueltos en las tinieblas de la ignorancia y no han recibido la luz de la fe; son numerosos los cojos, que tienen dificultades para avanzar por los caminos del bien; son numerosos los que se sienten defraudados y desalentados; son numerosos los que están afectados por la lepra del mal y del pecado y esperan la salvación. A todos ellos se dirige la «buena nueva» del Evangelio, encomendada a la comunidad cristiana. La Iglesia, en el umbral del tercer milenio, proclama con vigor que Cristo es el verdadero liberador del hombre, el que lleva de nuevo a toda la humanidad al abrazo paterno y misericordioso de Dios.

2. «Sed fuertes, no temáis. Vuestro Dios va a venir a salvaros» (Is 35,4).

Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de Santa Julia Billiart, al saludaros con gran afecto, hago mías las palabras del profeta Isaías que acabamos de proclamar: «Sed fuertes, no temáis. (...) El Señor va a venir a salvaros ». Estas palabras expresan mi mejor deseo, que renuevo a todos aquellos con quienes Dios me permite encontrarme en cualquier parte del mundo. Resumen lo que quiero repetiros también a vosotros esta mañana. Mi presencia desea ser una invitación a tener valor, a perseverar dando razón de la esperanza que la fe suscita en cada uno de vosotros.

«Sed fuertes». No temáis las dificultades que se han de afrontar en el anuncio del Evangelio. Sostenidos por la gracia del Señor, no os canséis de ser apóstoles de Cristo en nuestra ciudad que, aunque se ciernen sobre ella los numerosos peligros de la secularización típicos de las metrópolis, mantiene firmes sus raíces cristianas, de las que puede recibir la savia espiritual necesaria para responder a los desafíos de nuestro tiempo. Los frutos positivos que la misión ciudadana está produciendo, y por los que damos gracias al Señor, son estímulos para proseguir sin vacilación la obra de la nueva evangelización.

1114 Con estos sentimientos, saludo al cardenal vicario, al monseñor vicegerente, a vuestro párroco, el padre Adriano Graziani, de los Hijos de María Inmaculada (Pavonianos), y a sus hermanos que comparten con él la responsabilidad en la guía de la comunidad. Mi cordial saludo va asimismo a los miembros del consejo pastoral y a todos los integrantes de los grupos, asociaciones y movimientos que trabajan en la parroquia. Recordemos también con gratitud al párroco fallecido, padre Fortunato Dellandrea, que tanto amó la parroquia y con tanto celo trabajó por la construcción de este nuevo templo, en el que ahora nos encontramos. Asimismo, recordemos a todos los difuntos de la comunidad, encomendándolos a la misericordia de Dios.

3. Vuestra comunidad surgió en 1976, al separarse del populoso territorio de la parroquia de San Bernabé Apóstol, también encomendada al cuidado pastoral de los queridos padres Pavonianos. El barrio de Torpignattara, habitado sobre todo por personas que llegaron en la década de 1960 desde el centro y el sur de Italia, fue poco a poco desarrollándose hasta que, durante el último decenio, muchos jóvenes, al casarse, se han ido a vivir a otros lugares.

Como en otras zonas de la periferia, donde faltan lugares adecuados de encuentro, instrucción y distracción, también aquí la parroquia es prácticamente el único centro de reunión social. Por eso, se la ha dotado convenientemente de una iglesia nueva y hermosa así como de salas destinadas a actividades apostólicas y comunitarias.

En este día, dedicado a recoger fondos para la edificación de las nuevas iglesias, doy gracias a Dios por la obra de construcción de nuevos e indispensables centros de culto para la periferia de la ciudad. Al mismo tiempo, invito a todos los fieles a colaborar con generosidad en la importante obra eclesial denominada «50 iglesias para Roma 2000».

Por otra parte, aquí, como en otros barrios, existen muchas dificultades para educar en la fe a los niños, los adolescentes y los jóvenes. Sé también que vuestra parroquia ha querido responder a este desafío con una pastoral familiar renovada. Me congratulo con vosotros, y os exhorto a proseguir este proyecto de apoyo a las familias, especialmente a las que tienen dificultades, a fin de que las generaciones jóvenes encuentren, precisamente en un sano ambiente familiar, la ayuda para madurar en sus opciones de fe y de vida cristiana.

No dejéis de brindar a los jóvenes ocasiones oportunas de acogida y formación, sobre todo cuando, desgraciadamente, no puedan contar con el apoyo de su familia. En esos casos, la comunidad parroquial está llamada a intervenir mediante la contribución de personas dispuestas a escuchar sus peticiones y a responder a sus expectativas existenciales y religiosas.

4. «El Espíritu del Señor (...) me ha enviado para dar la buena nueva a los pobres».

Estas palabras del Aleluya reflejan bien el clima de la misión ciudadana, que ya ha entrado en su última fase, en la que todos los cristianos son impulsados a llevar el Evangelio a los diversos ambientes de la ciudad. El martes pasado, fiesta de la Inmaculada Concepción, se hizo pública la carta que les dirigí. En ella subrayé que «la calidad del ambiente depende, ante todo, de las personas. En efecto, su esfuerzo puede convertirlo en lugar vital de colaboración, comunión y relaciones marcadas por el respeto y la estima recíproca, por la colaboración y la solidaridad, y por el testimonio coherente con los valores morales de la propia profesión. Como recuerda la Escritura: Un hermano ayudado por su hermano es como una plaza fuerte (cf. Pr
Pr 18,19)» (n. 6).

Esta mañana, al entregaros esa carta simbólicamente a vosotros, como a todas las parroquias de Roma, deseo de corazón que todos los cristianos sientan la urgencia de transmitir a los demás, especialmente a los jóvenes, los valores evangélicos que favorecen la instauración de la «civilización del amor».

5. «Tened paciencia (...) hasta la venida del Señor» (Jc 5,7). Al mensaje de alegría, típico de este domingo «Gaudete », la liturgia une la invitación a la paciencia y a la espera vigilante, con vistas a la venida del Salvador, ya próxima.

Desde esta perspectiva, es preciso saber aceptar y afrontar con alegría las dificultades y las adversidades, esperando con paciencia al Salvador que viene. Es elocuente el ejemplo del labrador que nos propone la carta del apóstol Santiago: «aguarda paciente el fruto valioso de la tierra, mientras recibe la lluvia temprana y tardía». «Tened paciencia también vosotros .añade.; manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca» (Jc 5,7-8).

1115 Abramos nuestro espíritu a esa invitación; avancemos con alegría hacia el misterio de la Navidad. María, que esperó en silencio y orando el nacimiento del Redentor, nos ayude a hacer que nuestro corazón sea una morada para acogerlo dignamente. Amén.

B. Juan Pablo II Homilías 1106